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Los plácidos campos verdes se extendían hasta donde su vista lograba alcanzar, el cielo era de un azul intenso y la temperatura era lo más agradable que uno podía esperar de un día de verano. Recostado en su silla de madera de roble, Tullken tomó unas bocanadas de su pipa, sintiéndose el chico más afortunado del mundo. "Agradable día ¿eh, maese Tullken?" dijo una voz serena a su lado. Tullken quiso contestar a su misterioso compañero, que a pesar de tenerlo al lado, solo lo percibía como una sombra, cuando de repente le llamó la atención la figura de un hombre que se acercaba velozmente hacia ellos por un caminito entre los campos. Tullken no tardó en ver que se trataba solamente de un viejo con un bastón. Entonces, ¿por qué esa figura parecía inquietarle tanto?
Quiso preguntarle a su enigmático acompañante quién era el viejo, pero éste habia desaparecido. Ahora Tullken sólo podía oir una voz amenazadora, arcana y profunda que lo llamaba por su nombre...
- ¡Sr. Tullken! ¡Sr. Tullken! ¡Haga el favor de despertar!
Con pereza, Tullken abrió los ojos, despertando de ese extraño sueño que había tenido de campos de verde hierba y viejos con bastones, dándose cuenta que se había metido en un buen lío.
El profesor, que habia sido quién lo habia despertado, le miraba con ojos furiosos detrás de sus gafas de culo de botella, mientras el resto de la clase no paraba de reir. En esos instantes, Tullken hubiese deseado estar en cualquier otro lugar o ser tragado impiamente por la tierra.
- Muy bien, Sr. Tullken; usted y yo tendremos una pequeña charla después de clase.
- Sí, señor... - contestó Tullken, sintiendo que le faltaba el aire.
Como una tormenta que se perfilase en el horizonte, la amenaza del profesor se cumplió, de manera que él y Tullken se quedaron solos en el aula al finalizar la clase.
- Vamos a ver, Tullken... Quizá no eres un alumno brillante, pero te va bastante bien para ser el último año en el Instituto, de manera que intenta no desconcentrarte... Además, recuerda que fuiste elegido por tus compañeros como delegado de la clase, -"Por ser el último pardillo en enterarme de la votación" recordó con sarcasmo Tullken- de manera que tienes más responsabilidades que los demás alumnos; sin ir muy lejos aún queda lo de las actividades extraescolares para el Uno de Mayo y la excursión al Museo de Historia Natural de la semana que viene para organizar, de forma que intenta estar a la altura ¿entendido?
- Sí, señor - respondió mecánicamente Tullken.
- Muy bien, ya te puedes ir.
Pero cuando ya se encontraba a punto de salir, el profesor lo volvió a llamar.
- Se me ha olvidado un último detalle... Ha venido una alumna nueva, bastante especial; viene del Norte... De manera que, como delegado de la clase, te encargo que te ocupes de enseñarle el Instituto por dentro, para que se familiarice. La he dejado esperando en la sala de tutorías, así que no tardes ¿entendido?
- Sí, señor- esta vez la respuesta fue un poco más seca, ya que el profesor le había jodido literalmente los planes de aquella mañana.
Bastante trabajo que tenía y ahora tenía que hacerse cargo de una novata ¡y a finales de curso! Ya que para muchos alumnos del instituto Faramir el Uno de Mayo señalaba prácticamente el inicio de las vacaciones. Dicha fecha era la fiesta nacional de Gondor, donde se celebraba la coronación de Aragorn II, llamado también Elessar... A pesar de que la monarquía de Gondor habia caído en el año 1876 después de la Guerra del Anillo gracias a una revuelta popular, apoyada por los senescales de Gondor, que acabó con la proclamación de la República de Gondor. Desde entonces, mediante un sistema "democrático", el gobierno volvió a manos de los senescales. Aún así, Tullken tendria que organizar y preparar los festejos para el día en que se celebraba la coronación de un rey.
"¡Maldita sea!" vociferó para si mismo mientras recorría los atestados pasillos del instituto sudando y resoplando de agobio.
- ¿Que paixa, tío? - le saludó su mejor amigo, Dwalin.
- Nada, que me he dormido en clase y el profe no para de apretarme un poco más para ver si consige matarme de estrés de una vez por todas - saltó Tullken, cacareando como cada vez que se ponía nervioso o se agobiaba.
-¡ Tranquiloooo, hombre! Ya verás como todo saldrá bien.
-¡ Tú si que lo puedes decir, que nadie te agobia y no tienes la presión para los exámenes de admisión de la Universidad!
- Es lo que tiene ser un Enano en esta ciudad...- contestó con amargura Dwalin.
Entonces Tullken se dio cuenta de lo descortés que habia sido. La verdad era que ser un Enano en Osgiliath, y en Gondor en general, significaba la restricción en la educación y en todos los ámbitos sociales.
Tullken conocía la historia pasada y esplendorosa del orgulloso pueblo de los Enanos, pero ahora, a principios de un nuevo milenio de la Cuarta Edad, las cosas habían cambiado. Los grandes reinos Enanos de las Montañas recibieron un duro golpe en la Guerra del Anillo, así como la propia población Enana. Los arrogantes Enanos se vieron obligados entonces a pedir ayuda a sus vecinos, los Hombres. Éstos sólo les dieron ayuda y cobijo cuando el número de Enanos en toda la Tierra Media era tan sólo de unos cientos. Y aún así les impusieron duras restricciones. De hecho, la burocracia actual funcionaba de tal modo que la única forma de prosperar para un Enano era dedicarse a lo que el pueblo Enano habia hecho siempre: la metalurgia y la fabricación de bellos e intrincados objetos, de manera que la mayoría de Enanos eran empujados por la hipocresía de una República que se declaraba liberal e igualitaria a las fábricas de las grandes corporaciones del país. Los martillos que antaño usaron sus antepasados habian sido tan sólo sustituidos por potentes brazos robóticos de los tiempos modernos.
Y a pesar de todo eso, aún era una suerte que Dwalin pudiese estudiar en un instituto privado, pero eso sí, con sólo la mitad de asignaturas que un alumno Humano normal y con la certeza de no poder acceder a la Universidad. Tullken se preguntó, con tristeza, donde moraría el fervor ceñudo y temerario que habia permitido a los Enanos aguantar calamidades como rocas que reciben el viento y la lluvia. Pero viendo los esfuerzos que había hecho Dwalin para progesar en los estudios, o el propio empeño de su familia para sobrevivir, esa pregunta quedaba sobradamente contestada.
- Lo siento, tío. Es que ahora tengo que encargarme de una novata para enseñarle el tinglado y tal - intentó disculparse Tullken, sintiéndose por segunda vez en ese día un miserable.
- ¿Una novata a estas alturas de curso? Tranqui, tío. Si quieres te ayudo con esa piva.
- Hostias, muchas gracias. Ya me veía con toda la mañana perdida.
- Para eso estan los colegas ¿no? - respondió Dwalin, mientras se mecía su aún incipiente barba de enano, que en no pocos años se convertiría en un bosque de gruesas y tersas cerdas pelosas.
Tullken le iba a agradecer otra vez su ayuda, cuando los dos vieron un tumulto de gente en un rincón del pasillo.
- ¿Qué está pasando? - preguntó Tullken a la chica que tenia más cerca.
- ¡Hay una pelea! - contestó excitadísima ella.
Tullken y Dwalin se abrieron paso entre la gente aglomerada para situarse en primera fila. Los dos contendientes de la pelea eran Denethor VI, el hijo del Senescal, y un alumno nuevo, que a juzgar por su aspecto sería seguramente un inmigrante llegado del Sur: un Haradrim.
- ¿Por qué se pelean? - preguntó Tullken.
Una voz anónima le contestó.
- Porqué Denethor ha llamado negrata al Haradrim y éste no se ha quedado corto y le ha contestado con un puñetazo.
Denethor se lo tenía merecido, pensó Tullken, al recordar lo chulo y engreído que era el hijo del Noveno Senescal de la República. Un chulo y un bocazas hubiese añadido Dwalin, que sabía demasiado bien de qué pasta estaban hechos los tipos como él.
El anónimo Haradrim se defendía bien delante del alto y más bien entrenado Denethor, a pesar de la clara ventaja de éste último.
A la memoria de Tullken acudieron las historias que de pequeño le habían contado sobre los Haradrim y su tierra en el Sur, llena de altas y misteriosas junglas habitadas por no menos misteriosos animales. Aún así la pobreza y el hambre azotaban el Sur, de manera que la ola de inmigrantes -ilegales la mayoría- proseguía, hecho que el gobierno de Gondor intentaba frenar por todos los medios. Los Haradrim no paraban de recordarles a los Senescales el pacto que firmaron con el rey Elessar de mútua ayuda, pero la verdad era que los únicos que disfrutaban de las riquezas del Sur eran los gondorianos. Lejos quedaban los recuerdos de miedo y estupor que provocaron una vez los Haradrim a las gentes de Gondor con el paso de sus olifantes, como lejos también quedaban las cuevas gigantescas de los reinos montañeses para la mayoría de los Enanos.
- ¡Eh, Denethor! ¿Por qué no te metes con uno de tu talla? - gritó desafiante Dwalin.
El desafio provocó la risa de todos los asistentes, menos la de Tullken y la de los dos combatientes, que pararon la lucha ante esa intromisión.
- ¡Míralo, el greñas este! - escupió Denethor, mientras volvía a coger la compostura y se olvidaba por completo del Haradrim.
- Déjalo, Dwalin. Recuerda que me has jurado ayudarme con la chavala nueva... - le murmuró Tullken al oído.
- Yo no te lo he jurado - contestó con un súbito tono osco Dwalin.
- Dwalin... - insistió Tullken.
Dwalin se quedó unos instantes indeciso entre el desafiante Denethor y el preocupado Tullken. Al final decidió que ayudar a un amigo era mejor que perder el tiempo con un capullo como Denethor.
- ¡Eso, vete con el pringao ese! - se mofó Denethor al ver que Dwalin y Tullken se alejaban de la multitud, la cual no paraba de reírle las gracias.
- Hoy se está convirtiendo en un día perfecto - suspiró Tullken cuando ya se encontraban lejos.
- Lo siento tío, pero ya sabes lo enfermo que me pone el pavo ese, con sus aires de superioridad y su peinado última moda - entonces Dwalin empezó a imitar a Denethor - "Miradme, soy el hijo del Senescal y soy un pijo de mierda".
Y a pesar de todo, Tullken no pudo evitar esbozar una sonrisa.
- ¿Es verdad o no? - insistió Dwalin.
- No, si tienes toda la razón del mundo, pero será mejor que empecemos a comportarnos que ya estamos en el aula de tutorías.
Así, Tullken y Dwalin se aclararon las gargantas y entraron enérgicamente en el aula.
La habitación se encontraba vacía y silenciosa, menos por una solitaria figura sentada de espaldas a ellos en medio de ésta. Lo único y primero que pudieron ver - mejor dicho, admirar- de ella Tullken y Dwalin, fue una impresionante y larga cabellera rubia que tapaba literalmente la forma del cuerpo, y que brillaba con una intensidad dorada gracias a los rayos del sol que entraban por las ventanas.
- ¿"Elesarn"? - preguntó Tullken leyendo la nota que le había pasado el profesor.
La chica se levantó de golpe y se giró de cara a ellos.
- ¡Ya era hora! - gritó con ímpetu, y aún así a Tullken y Dwalin el reproche les sonó a música - ¡Llevo esperando aquí una eternidad! - continuó ella mientras se plantaba delante de ellos.
Pero Tullken y Dwalin hacía rato que no la escuchaban. Los dos habían quedado anonadados por la belleza de ella. "Son sus ojos azules" pensó Tullken en unos primeros instantes. "No, lo es todo: la figura, la piel, la boca..." le hubiese respondido Dwalin si la sorpresa le hubiese dejado hablar.
- Eres... eres una Elfa - consiguió articular Tullken, al darse cuenta de lo que tenía delante.
- Sí... - subrayó estúpidamente Dwalin.
- ¿Y?¿Os vais a pasar toda la mañana así? - les recriminó Elesarn con impaciencia.
- Es... es que... pensaba que ya no quedaban Elfos en la Tierra Media - le contestó Tullken.
- Sí... - volvió a repetir Dwalin, como hipnotizado.
La chica suspiró y cerró los ojos.
- Y en verdad sólo queda un clan de Elfos en toda la Tierra Media: Mi familia. Somos unos rezagados procedentes del Bosque Viejo... Bueno, de lo que queda de él - respondió Elesarn, esta vez con un tono de voz más calmado y amargo que se clavó en los corazones de Tullken y Dwalin, los cuales aún no podían salir de su sorpresa - Y bien, ¿uno de vosotros, que supuestamente es un delegado, no debía enseñarme el instituto? - insistió al final Elesarn.
- ¡Ah, sí! Soy yo - saltó Tullken, recordando su propósito como algo ya muy lejano - Me llamo Tullken y él es Dwalin.
- Pues encantada de conoceros y venga, que no tengo toda la mañana - exclamó Elesarn, dirigiéndose a la salida del aula.
Mientras Tullken se esforzaba en mostrarle a Elesarn todos los sitios más recónditos del instituto - de la biblioteca hasta el último lavabo -, Dwalin se esforzaba en admirar la alta y esbelta figura de Elesarn, así como su sencillo vestido de color verde, que a Dwalin le recordaba un pijama de diseño pero hecho de terciopelo y lleno de extraños bordados que parecían imitar ramitas de árbol.
Cuando finalizó la visita "turística" por el instituto, era el mediodía y las clases ya hacía rato que habían finalizado, de manera que los tres fueron directamente a la salida del instituto. Afuera, el sol resplandecía con gratitud al ser un día de primavera y justo cuando sus rayos de luz tocaron la pálida piel de Elesarn, ésta se coloreó de un suave tono rosado.
- En fin, en el fondo no ha estado tan mal. Perdón por mi mal humor del principio, pero como soy nueva en esta ciudad... ¡Ah! Y gracias por todo lo que me habéis enseñado - dijo una más calmada y confiada Elesarn, dedicándoles una sonrisa con la cual sus mejillas se colorearon de un color vivo más intenso, y Tullken y Dwalin cayeron definitivamente fundidos - Bueno, ¡hasta mañana!¡Namarië!
Ellos sólo pudieron contestar con incomprensibles despedidas, debido a que su vista se había perdido y nublado viéndola a ella alejarse elegantemente a lo largo de la calle.
- Tío, pellízcame para ver si estoy en un sueño - suspiró Tullken cuando la hubieron perdido de vista.
- Lo siento compañero, pero estoy en tu misma situación. Si me pinchan no me sacan sangre.
- Y tenía que venir justo a finales de curso...
- Sí, porqué hay que reconocerlo: está buenísima... A pesar de lo chula y borde que ha sido al principio, aunque claro, es normal si es una Elfa.
- No hables así de ella, tío; además ¿cuantos Elfos has conocido en tu vida? Yo ni sabía que pudiese quedar alguno...
- Ni yo, pero sólo hay que estar atento a las clases de Historia. Tres cuartas partes del temario es "Historia del pueblo élfico", y no veas si uno llega a conocerlos.
- En eso tienes razón, y eso que los Enanos fuisteis en realidad los primeros.
- Sí, bueno, de injusticias el mundo está lleno.
- Por eso la mejor historia es la de los Humanos: corta, directa y llena de guerras y muertes innecesarias.
- Si tú lo dices... En fin, me largo para casa ¿Me acompañas?
- Mmm... Lo siento, pero iré a visitar a mi hermano.
- ¿ Así que te vas a la "Aguja de Vidrio"? Bueno, no importa, ya nos veremos mañana.
- Venga pues, hasta mañana.
Los dos se despidieron e iniciaron una marcha con destinos opuestos. Mientras Dwalin se dirigía hacia el taller de su familia, en uno de los barrios de la periferia de la ciudad, Tullken se fue hacia el centro de ésta, al centro mismo del poder de todo el país de Gondor, la "Aguja de Vidrio" mencionada por Dwalin, la cual se podía admirar desde cualquier punto de la ciudad. Se trataba en realidad de la "Torre de Cristal", el rascacielos más alto de la ciudad o del país, con casi más de cuatrocientos metros de altura ("¡más alta incluso que la Torre Blanca o la de Orthanc!" rezaba la publicidad), sede del parlamento y del gobierno de Gondor, como también de un nutrido grupo de empresas relacionadas con los negocios de los senescales. De forma que se podía decir que, literalmente, la "Torre de Cristal" era el eje, el centro y el corazón político y económico de toda la República de Gondor... Y ahí se encontraba el hermano de Tullken.
Deslumbrado por la luz solar que se reflejaba en los más de quinientos cristales de la Torre -que la hacían destacar entre los demás rascacielos del centro como si de un monolito de luz se tratase-, Tullken decidió hacer una parada para descansar un poco del largo viaje que estaba realizando. Así que esperó que un semáforo se pusiera en verde para cruzar la calle hacia un pequeño y oscuro edificio, que parecía encontrarse a punto de derrumbarse en cualquier momento. Se trataba de una antigua iglesia de Eru, consagrada en concreto al santo y mítico Gandalf el Blanco.
A Tullken le gustaba el edificio, el cual se había convertido en un auténtico santuario para él. No es que Tullken fuese muy religioso, pero ese era el único lugar donde podía escapar del bullicio de la gran ciudad. Era un lugar sombrío, que no oscuro, fresco, que no frío, y solitario, que no vacío, donde las horas podían pasar volando con total impunidad. Además, a Tullken le encantaba admirar las vidrieras y los frescos donde se representaban los hechos de los Valar. Pero sin lugar a dudas lo más impresionante era un cuadro donde se podía ver plasmado a Gandalf el Blanco repartiendo estopa entre las filas del ejército de Sauron. Para Tullken era sencillamente sublime.
Conocedor de lo sucedido durante la Guerra del Anillo por las clases de Historia, Tullken también se acordaba siempre de las clases de ciencias cada vez que se encontraba en el silencio y la quietud de la iglesia, por la revolucionaria teoría de la tecno-magia, la cual se había desarrollado en la década de los años veinte del siglo pasado, convirtiéndose enseguida en un vehículo para explicar racionalmente los fenómenos sobrenaturales de la larga y tortuosa historia de Arda. De manera que, a la luz de esa nueva teoría, Gandalf no era un mago sino un E.E.A.F.H o "Ente Extra-Ardiano de Forma Humana", y Morgoth, el primigenio Señor Oscuro, era en realidad una especie de "chivo expiatorio" real y ficticio a partes iguales con el cual el pueblo élfico descargó todas sus frustaciones y traumas colectivos, creando la imagen ultranegativa que habían dejado patente los antiguos cánticos y sagas.
Animado al recordar la controvertida teoría y refrescado por la penumbre de la iglesia, Tullken decidió que ya era hora de retomar su trayecto. Su próxima parada era el "Circular Park", el parque público más grande de Osgiliath, el cual era un enorme cinturón verde que rodeaba como un anillo el centro financiero de la ciudad, con sus enormes rascacielos como peones de un enorme tablero de ajedrez, y con la "Torre de Cristal" en el centro de todo, como un rey que dominaba la ciudad desde todas las direcciones.
Tullken agradeció la tranquilidad que se respiraba en el parque, quizá un poco más dinámica que la de la iglesia, ya que era el sitio favorito de todos los ciudadanos para pasar su tiempo libre. Aquí y allá se podían ver parejas yendo en bicicleta, a hombres de negocios corriendo a paso ligero para evitar ser víctimas de un infarto o simplemente a gente que pasaba el día tumbados en el césped. Y ese día no podía ser el mejor para todo eso, puesto que un sol de primavera bañaba con generosidad las recién estrenadas hojas de los árboles, las cuales, a la vez, proporcionaban una tenue sombra a los visitantes que paseaban por debajo suyo. Si de algo si podían presumir los gondorianos era de sus parques y árboles; sin ir muy lejos el emblema del país era un árbol blanco.
Embelesado por esa atmósfera primaveral, Tullken no pudo evitar pararse un momento para respirar el suave aroma a bosque que desprendía la vegetación en medio de la gran urbe.
Al continuar su trayecto se encontró con la enorme y oscura estatua ecuestre dedicada a Boromir. En ella se podía admirar al malogrado hijo mayor del también malogrado senescal Denethor II montando en un corcel con las dos patas anteriores levantadas - signo de que había muerto en combate, le pareció recordar a Tullken-, con el ceño fruncido y señalando con una dura mano de bronce más allá de los árboles o de la ciudad, hacia el Este, hacia Mordor... Como una ironía de la vida el único componente de la Compañía del Anillo que nunca pudo llegar a luchar ni a las puertas de Mordor ahora era representado como un valeroso guerrero que parecía animar a su pueblo a seguirlo a un asalto para derrotar un, hacía años, derrotado territorio.
Ahora la única sombra que se extendía por Osgiliath era la proyectada por la imponente "Torre de Cristal", cetro del poder de los senescales y orgullo de los arquitectos de Gondor, que ya habían superado con creces las anteriores marcas de altura con sus monolíticos rascacielos que dominaban el centro de la ciudad, el lugar por donde Tullken intentaba avanzar para llegar a su destino, abriéndose paso entre las riadas de gente que se aglomeraban en sus calles, las cuales parecían estrechas debido al tamaño y altura de sus propios edificios, que con trabajos dejaban pasar la luz del sol, y cuya banda sonora de fondo era el ruido del tráfico.
Con penas y esfuerzos, consiguió llegar Tullken al pie de la "Torre de Cristal", la cual tenía un pequeño jardín en la entrada, y que Tullken agradeció por la amplitud que dejaban los árboles entre si, ya que ellos no se aglomeraban, quejaban o empujaban.
Las banderas de Gondor, con el emblema del árbol blanco y las estrellas, y las de sus países aliados, le saludaron desde sus altos mástiles cuando llegó al pie de las escaleras que llevaban a la entrada del edificio. Bajándolas y subiéndolas se encontraban hombres y mujeres trajeados, con sus maletines y teléfonos móviles que, indudablemente, debían ser "peces gordos".
- Alto, chaval ¿A donde vas? - le preguntó un guarda de seguridad cuando se disponía a atravesar las transparentes puertas de cristal de la torre.
Entonces Tullken se espabiló para encontrar el pase que lo acreditaba como familiar de un funcionario del edificio. El guarda le dejó pasar y Tullken se internó en el monumental y gigantesco vestíbulo de la Torre. A sus pies se encontraba un mosaico de toda la Tierra Media, sólo limitado por las enormes columnas blancas de mármol que sostenían los casi ochenta pisos de arriba.
Sus pasos resonaron por todo el vestíbulo cuando lo atravesó para llegar a los ascensores, a pesar de que el despacho de su hermano se encontraba tan sólo en el piso catorceavo.
En la puerta de ese mismo despacho se podía leer con letras doradas "Coronel Bardo. Despacho núm. 115". El nombre de su hermano le venía de su padre, ya que si bien su madre era gondoriana, su padre había nacido en el Norte de la Tierra Media, donde el nombre del héroe que consiguió matar el dragón Smaug aún se recordaba.
Tullken llamó a la puerta, obteniendo un distraído "adelante" como respuesta. Al entrar se encontró con su hermano, el coronel más joven del ejército de Gondor, detrás de una mesa, como un pez fuera del agua.
- ¡ Mira por donde, pero si es el "desaparecido en combate"! - le saludó Tullken.
- ¡ Hombre, quien fue a hablar! Pasa, pasa - le respondió su hermano, visiblemente animado por esa visita que le apartaba de la monotonía de la vida de despacho - Siéntate, siéntate...¿Cómo va todo? ¿Cómo está mamá?- continuó mientras se sentaba en una esquina de la mesa.
Tullken se sentó en un sillón de delante la mesa, al tiempo que admiraba las condecoraciones y las fotos de la carrera militar de su hermano que se encontraban colgadas en la pared.
- Mamá está bien, y aunque no lo diga se preocupa por ti.
- Vaya, así que ¿ya no soy otro "suicida del Estado" para ella?
Tullken calló. Tanto él como su hermano conocían demasiado bien el desprecio que sentía su madre por el gobierno, al cual culpaba de la muerte de su marido, un soldado muerto en una misión especial debido a la picadura de una de las pocas arañas gigantes que quedaban en los parajes más recónditos.
- Bueno, ella me ha dicho que te preguntase cómo estás y todo eso... Pero yo he venido a que me cuentes cómo te fue el viaje que hiciste el mes pasado. Fue una misión ¿no?
- Hombre, técnicamente lo era y estuvo bien mientras duró, pero ahora tengo que escribir el informe y te juro que es un auténtico palo...
- ¿Fuisteis a Mordor? - le cortó Tullken, ávido de un relato apasionante.
- Sí, pero sólo para escoltar y apoyar una expedición científica. No te creas que fuimos para combatir. Mordor está ahora vacío.
- ¿ Una expedición científica? ¿ Para qué? - respondió decepcionado Tullken.
- Ey, que esto es confidencial en parte, pero por ser tú te lo cuento. Total, pronto saldrá a la luz en alguna revista científica... El asunto es que parece ser que la vieja montaña de Orodruin vuelve a escupir fuego otra vez.
"¿El Monte del Destino?" exclamó para sí mismo Tullken, que de golpe volvió a sentir interés.
- Pero... pero ¿no decían que su actividad hacía siglos que se había parado?
- Tú lo has dicho: "eso decían", pero los vulcanólogos que acompañábamos nos aseguraron que "algo" seguía vivo bajo la montaña.
- Y entonces ¿para qué fuisteis vosotros? ¿No has dicho que Mordor era ya un sitio limpio de peligros?
- Sí, pero nunca se sabe. Aún pueden haber peligros escondidos que no conocemos.
- ¿Orcos? - preguntó entusiasmado Tullken.
- Ja, ja, ja... ¡No, hombre! De esos ya casi no quedan. Aunque lo que sí encontramos fueron auténticos cementerios de ellos, que por lo menos debían estar ahí desde la Guerra del Anillo. En la base de Barad-dûr había enormes depósitos de cenizas de orcos, y de vez en cuando se podía ver la mole de algún troll petrificado y enterrado bajo la negra tierra.
- ¿ Barad-dûr? ¿ Estuvisteis en la Torre de Barad-dûr?
- Más bien estuvimos en lo que queda de ella, que aunque sólo sea la base es realmente impresionante. Ya pueden decir lo que quieran de esta "Torre de Cristal", que en sus buenos tiempos Barad-dûr debió medir el doble.
- Vaya tela ¿Y qué visteis de Barad-dûr?
- Pues poca cosa, ya que en teoría aún es una zona restringida, aunque dejamos que un grupo de arqueólogos estudiara uno de los flancos que quedan en pie.
- ¿Y no encontraron nada? - volvió a suspirar decepcionado Tullken.
- ¡Pero qué morboso eres! Pues no, no encontraron nada que valiese la pena, pero nos dijeron que quizá la Torre de Barad-dûr era la punta de un iceberg más grande.
- ¿Qué quieres decir?
- Que ellos suponen que lo que se derrumbó al final de la Guerra del Anillo era tan sólo la parte visible de un complejo subterráneo más vasto que se proyectaría hacia las profundidades de la tierra. Imagínate qué secretos pueden aún estar enterrados bajo las ruinas de la Torre...
Tullken no pudó evitar imaginarse oscuros pasadizos bajo tierra, habitados por criaturas de tiempos y maldad antiguos.
- Pero sólo fue eso ¿no? ¿No pasó nada más? - insistió Tullken.
- ¿Pues qué quieres que te diga? Es verdad que Mordor es un lugar desértico e inhóspito, pero el único peligro que nos encontramos fue una tormenta de arena y los enjambres de moscas de Mordor que aún quedan. Es más, no todo el paisaje es así; tendrias que haber visto los campos de trigo abandonados que quedan cerca del mar de Nûrnen, que Sauron hizó sembrar para alimentar a sus tropas. ¡Sí incluso el cielo era azul encima de los restos de Barad-dûr!
- Jo, eres un destripa-mitos...
- Qué le vamos a hacer. Mira, para que veas que incluso pensé en ti.
Bardo abrió un cajón de la mesa y sacó de él un curvo y negro puñal.
- Es un auténtico puñal orco. Lo encontré en una momia de un soldado orco, cerca de Barad-dûr. Sé que es un delito por expoliar el tesoro nacional arqueológico, pero... - dijo mientras le pasaba la hoja a Tullken.
Este no pudo evitar cogerla con cierta grima, ya que también se encontraba en un lamentable estado debido a la corrosión. Pero aún así ¡Era una auténtico puñal orco de cerca de dos mil años de antigüedad!
- Debió ser un orco pequeño - pensó en voz alta Tullken.
- Sí. Digan lo que digan, los orcos no eran tan terribles... Por cierto, aún no me has dicho nada de tí ¿Cómo te va por el instituto?
- Aburrido como siempre, aunque hoy (y no te lo vas a creer) he conocido ¡a una Elfa!
Tullken se volvió a frustar al ver que su hermano ni se inmutaba delante de esa noticia - Tío, que he conocido a una Elfa - insistió.
- Y yo te digo que debe ser la hija del nuevo consejero del Senescal.
- ¿Qué?
- La chica es del Norte ¿no? Pues tiene que ser la hija de Arasereg, el patriarca de la última y única familia élfica regristada en Gondor y en toda la Tierra Media.
- Esto de tener acceso a información antes que otros no es justo.
- Trabaja para el gobierno y aprenderás, chaval.
- Sí, claro, y qué más... Además, mamá no me dejaría.
- Tú te lo pierdes ¿Y no te apetece nada para comer? Llevó desde las siete aquí y me muero de hambre...
- Vale.
Mientras comían la comida basura que les trajo la secretaria de Bardo en el mismo despacho, estuvieron discutiendo sobre cual sería el futuro de Mordor.
Parecía paradójico que tan sólo dos mil años más tarde, los gondorianos estuvieran planteándose el hecho de proteger un territorio como Mordor, ya que en teoría, y desde la Guerra del Anillo, había pasado a ser parte de Gondor, como otro estado más. Pero la verdad era que permanecía como un gigantesco blanco en el mapa del país, ya que no había manera de colonizar una tierra que tan malos recuerdos traía a los gondorianos. Además, también se encontraba el asunto de las disputas de los Haradrim y otros pueblos orientales, que reclamaban Mordor como tierra natal -y eso era cierto en parte- ya que ellos habían sido los primeros pueblos Humanos admitidos en Mordor. Como era de esperar, los Senescales hacían oídos sordos a sus peticiones.
Después de eso, Bardo acompañó a Tullken al vestíbulo para despedirse.
- Bien, coronel Bardo, la inspección ha finalizado - se mofó Tullken.
- Señor, sí, señor - le contestó Bardo, mientras se alisaba la camisa de su uniforme.
Tullken estaba a punto de preguntarle cuando se pasaría por casa cuando la vió a ella. Incluso a cien metros de distancia del ancho vestíbulo supo que era ella.
- ¡Hostias, Bardo! ¡ Es ella!
- ¿El qué?
- ¡ELLA! ¡La Elfa!
- Pues yo no ve... ¡Ah! Pues tienes razón. Y encima viene acompañada por su padre y el Senescal. Venga, vamos a saludarles.
- ¡¿Pero qué dices?!
- ¡Venga, hombre! Que los seguratas no te dirán nada por acercarte tanto al Senescal si vas conmigo.
- No, ya, pero...
- ¿Pero qué? No me dirás que es por ella, ¿no? Pero si me acabas de decir que le has enseñado todo el instituto sin problemas.
- No, ya, pero el institu...
Bardo no le dejó ni acabar la frase.
- ¡Sr. Senescal! ¡Sr. Senescal! ¡Espere un momento, por favor!
Al cabo del rato ya se encontraban delante del Senescal, Elesarn y su padre, y el otro consejero del Senescal.
- Sr. Imrahil, solo le quería comunicar que el informe de Mordor estará en su mesa a finales de semana. Y permítame felicitarle por el embrazo de su mujer, señor.
- Está bien, está bien, coronel... Ah, y muchas gracias - dijo el padre de Denethor VI, el Senescal Imrahil.
A Tullken le pareció que ese hombre había envejecido prematuramente, ya que a duras penas levantaba la vista del suelo.
- También me gustaría presentarle a mi hermano pequeño, señor, ya que tenía curiosidad por conocerle.
Y Tullken, que había permanecido hasta el momento en un segundo plano, se vió obligado a estrecharle la mano al Noveno Senescal de la República.
- Es un placer, señor - dijo tímidamente.
- Lo mismo digo, chico... Vas al mismo instituto que Denethor ¿no?
La voz del senescal parecía cada vez más cansada.
- Sí, señor - contestó Tullken, que con trabajos habia notado la fuerza de la mano del senescal en el apretón de manos.
- ¡Y el mismo que yo! - saltó Elesarn de golpe, acaparando enseguida la atención - Hola, Tullken.
- Hola... - intentó articular él al contemplar otra vez los ojos y la sonrisa de ella.
- ¿Así que éste es el chico del cual me has hablado? - dijo Arasereg, el padre de Elesarn.
- Sí.
- Encantado de conocerte, Tullken - le saludó Arasereg, mientras le alargaba una mano.
- Igualmente...- contestó él con un hilo de voz al observar al padre de Elesarn, otro auténtico Elfo, que al igual podía tener mil años o más de edad; una cantidad que Tullken sólo podía imaginar. Y aún así, Arasereg no parecía pasar de los cincuenta años de un humano normal y corriente, aunque en su fino y pálido rostro se adivinaban pequeñas arrugas que resaltaban la serenidad y melancolía de sus oscuros ojos.
- Así que los augurios nos han sido favorables y nos han traído, no uno, sino dos embajadores de la casa del Norte para informarnos de Mordor - dijo casi en un susurro y con ceremoniosa voz el otro consejero del Senescal - Ratala, Primer Consejero de Gondor a vuestro servicio - se apresuró a añadir, mientras ofrecía una mano a Tullken, antes de que nadie pudiera decir o hacer nada.
Tullken no recordó después si le devolvió el saludo a Ratala, puesto que la sorpresa lo ganó ante esa presentación. Primero pensó que el Consejero debía de ser otro Elfo, debido a que poseía una elegante y esbelta figura remarcada por un traje de chaqueta, pantalones y corbata de color azul marino que parecía estar en sintonía con el azul de sus ojos, así como éstos con la palidez de su cara, que no parecía reflejar ninguna emoción en concreto, pero al fijarse en sus orejas, Tullken pudo ver que no eran puntiagudas. De manera que Ratala era o parecía ser un joven, que no superaría ni los treinta años, investido con el segundo cargo más importante dentro del gobierno de Gondor.
- Si todo va bien nosotros nos retiramos - dijo de repente el Senescal, con palabras que incluso a él le debieron sonar dudosas y sin fuerza.
- Como usted diga, Sr. Senescal ¿Nos acompañan arriba, Sr. Arasereg y coronel Bardo? Tenemos un país que gobernar - indicó Ratala.
Los otros dos asintieron con la cabeza al mismo tiempo que veían alejarse la encorvada figura del Senescal, junto a la de su alto consejero, por el vestíbulo.
- En fin, Tullken, el espectáculo se ha acabado. Dale recuerdos a mamá y cuídate.
- Claro... Y cuídate tú también.
Los dos hermanos se abrazaron y se separaron, mientras padre e hija hacian lo mismo.
- Espero que nos volvamos a ver, Tullken - se despidió también el padre de Elesarn, a la vez que le volvía a estrechar la mano con fuerza.
- Lo mismo digo - contestó Tullken, intentando no parecer estar tan pasmado por la visión de un Elfo como las otras veces.
Y cuando Tullken y Elesarn se quedaron solos en el vacío y amplio vestíbulo, a Tullken le pareció estar ahogándose en un vaso de agua. ¿Qué hacer o decir ahora, que los dos se habían quedado solos?
- Euu... esto... Elesarn, yo ya me voy para casa, que...
- ¿Qué prisas son esas? Vaya, vaya; parece ser que nuestro joven Tullken es un hombre muy ocupado. ¿Por qué no vamos a dar una vuelta primero antes de que te vayas? No se, por ejemplo al parque ese tan grande que esta aquí, a dos pasos, el "Circular Park".
Tullken sintió como entonces se ahogaba, ya no en un vaso de agua, sino en su propio sudor.
- Va-va-vale.. - empezó a tartamudear, y se maldijo a si mismo mil veces por ello.
El resplandeciente sol del mediodía hacía rato que había iniciado su viaje de descenso, y en el momento en que ellos salieron de la "Torre de Cristal", las sombras de los mástiles de las banderas empezaban a alargarse sobre el jardín de la entrada.
Recorrieron parte de su camino hasta el parque en silencio, debido al ruido de fondo de la gran ciudad y a que Tullken no se atrevía a apabullar a Elesarn con preguntas sobre ella y los Elfos, por no meter la nariz en "asuntos ajenos", aunque él estaba convencido de que ella era un tratado andante tipo "Todo lo que quería saber de los Elfos y nunca se atrevió a preguntar".
Pero antes de adentrarse por los senderos del parque se encontraron con un espectáculo inesperado. En la entrada de la imponente catedral de Ilúvatar se encontraba un grupo de gente vestido de negro que veían con pesar el avance de un ataúd que salía de las colosales puertas del templo.
Elesarn y Tullken se pararon un momento a observar el enterramiento. Como Tullken no aguantaba el ver a gente lamentándose o sufriendo, se distrajo contemplando el barroco portal de la catedral, donde descansaban en la parte superior, como suspendidas en el aire, las esculturas de pura roca de Tulkas y Melkor, entrelazadas en una lucha estéril e inmovilizada en el tiempo, ocupando siempre los mismos sitios, los mismos papeles: Melkor en el suelo, soportando el peso de un triunfante Tulkas y su martillo.
En cambio, Elesarn no apartaba ojo del acontecimiento humano de debajo las esculturas. Quizá para ella esto es algo nuevo e incluso desconocido, pensó Tullken, cuando se percató de la mirada seria y fija de la inmortal Elfa.
- Realmente no lo comprendo... - murmuró ella al rato.
- ¿El qué? - preguntó él, aunque sabía la respuesta de antemano.
- Esto... - y señaló al grupo- El Tiempo y lo que hay al final de Él para los hombres.
Para Tullken, cuyos recuerdos del enterramiento de su padre eran vagos y confusos debido a ése mismo Tiempo, la muerte también era algo incomprensible y lejano, pero se preguntó como debería ser vivir sin fecha límite, sin restricciones...
- ¡Venga, vamos! ¡Que aún se nos hará tarde! - saltó de repente Elesarn, despierta y alegre, mientras seguía la calle hacia el parque.
Tullken se extrañó por ese súbito cambio de humor tan repentino, aunque como pensó más tarde, quizá para ella la muerte debía ser solo una anécdota, algo que se veía desde fuera pero que no podía ser sentido o "vivido".
Pero para Tullken el recuerdo del entierro perduró incluso cuando ya se encontraban hacía rato en el parque, donde Elesarn, rodeada de verdor y árboles, parecía volver a ser la misma chica jovial de la "Torre de Cristal".
- Menos mal que en esta ciudad tenéis este parque, sino me parece que realmente me hubiese muerto de verdad hace tiempo...
- Sí... - contestó Tullken, para quién el parque era algo ya demasiado visto y familiar.
- No eres un chico muy hablador ¿eh? - soltó ella de golpe, poniéndose cara a cara delante de él.
- No, sí... Bu-bueno, no es eso...- intentó defenderse Tullken delante ese ataque frontal-La verdad es que sólo te conozco de hoy y no sé de qué hablar... y menos con una Elfa ¿De qué podría hablar con alguien que, con toda seguridad, ha vivido muchísimo más que yo?
Delante de esa repentina argumentación, Elesarn quedó unos instantes desconcertada.
- Tienes razón, yo tengo mil años y tu solo diecisiete. Es normal que te sientas intimidado...
- ¿¡ Mil años !?
- Ja, ja, ja... ¡Que es coña! Aunque sí que soy mayor que tú. Tengo cuarenta años.
Tullken enmudeció delante de ese dato. ¡Cuarenta años! Entonces era como si estuviese hablando con su madre, que también tenía más o menos esa edad.
- ¿Qué? ¿ Sorprendido?
- Hombre, la verdad es que no... Casi que me lo esperaba; como eres una Elfa - disimuló Tullken.
- Vaya, veo que por aquí dais muy por sentado lo que es un Elfo, y eso que no habeis visto jamás a ninguno.
- No hacía falta... Para eso estaban las viejas sagas y leyendas, que son inmortales como los mismísimos elfos.
- Realmente los hombres sois unos ingenuos... - suspiró Elesarn.
- ¿ Unos ingenuos?
Ella sonrió, pero no era una sonrisa como las anteriores; era una sonrisa sin alegría ni motivo.
- No te ofendas, pero no puedo evitarlo, los Hombres me haceis gracia. Sois tan incapaces de comprender lo que tanto anhelaís que no podeís evitar malgastar el poco tiempo que se os ha dado en intentar emular la grandeza y esplendor de lo que admirais. Por eso habéis construído este mundo, tan lleno de ciudades de cemento y cristal como de vacío y sinsentido.
- ¿Estás insinuando que los Humanos intentamos superar una especie de complejo de inferioridad delante de los Elfos?
- No delante ya solo de los elfos, sino de la vida misma. Habéis modificado y fortificado tanto el viejo mundo en el que vivieron mis antepasados para vuestro deleite y orgullo que incluso para mí resulta ahora un mundo nuevo y desconocido, y eso que soy una de las Elfas más jovenes que quedan.
Tullken no supo qué responder a aquello durante un buen rato.
- ¡Pues ya verás este Uno de Mayo... ¡Los fuegos artificiales que habrá! ¡Será la fiesta más sonada en años! - contestó al final.
Elesarn volvió a sonreir con amargura.
- ¿Ves lo que te decía? Pero da igual. Si te hace tan feliz esa fiesta ¿qué te parece si quedamos para celebrar juntos ese día?
Esta vez Tullken volvió a enmudecer, pero sin saber realmente qué responder. Aunque le doliese reconocerlo, esa chica lo intimidaba un poco.
- Euu... Es-s-tá bi-e-en...
- Chico, no hace falta que te ahoges. Si quieres no quedamos.
- ¡No! ¡No es eso! - se apresuró a decir Tullken - Es... sólo que... ¿Qué te parecería ir al cine ese día ? Van a estrenar esa nueva peli, "El anillo mágico".
- Seguro que es otra película sobre la Guerra del Anillo ¿no? ¿Pero cuando pararán de hacer más y más pelis sobre ese tema? ¡Ya sólo falta que hagan una peli sobre la vida de, no sé, de Bilbo Bolsón por ejemplo! Me pregunto quién las irá a ver...
- Pues... la gente que le interesa la Historia... O que admire simplemente la heroicidad y coraje de las personas que lo vivieron - contestó apocadamente Tullken.
- Lo siento, Tullken, pero esa no es la parte de la Historia del mundo que más me alegre...
- Pero si fue cuando derrotaron a Sauron.
- Y cuando parte de mi familia y todo mi pueblo se separó de esta Tierra...
- Me parece que ahora soy yo quien debería disculparse.
- No, tranquilo, déjalo... Mira, lo del Uno de Mayo ya lo discutiremos más adelante ¿vale?
- Como tu digas.
- Pues en fin, ya nos veremos mañana. Yo también me voy ahora a casa. ¡Acaba de disfrutar del día, Tullken!
- Se intentara...
Ella volvió a sonreir y se giró para iniciar su travesía hasta el hogar.
Tullken se quedó mirando unos instantes la ondulante melena rubia que iba alejándose poco a poco de él, y no pudo más que recordar su primer encuentro con ella en el aula de tutorías esa misma mañana.
La grava del suelo resonaba perezosamente cada vez que Tullken daba un paso en su lenta caminata por el parque, entretenido como se encontraba con los recuerdos de los momentos pasados junto a ella en aquel -impagable y redondo- día.
Tan entretenido se encontraba maravillándose de la volubilidad del destino, que no se dio cuenta del viejo sentado en un banco de su izquierda hasta que estuvo a un metro de él. Por aquellas horas el sol ya era un disco anaranjado en el horizonte de rascacielos de la ciudad y el parque habia adquirido un tono sombrío y silencioso, donde la figura del anciano hombre parecía fusionarse con el colorido de la vegetación.
Tullken se sobresaltó en descubrir su presencia tan tarde, pero prosiguió sin demora su camino, sumergido en sus pensamientos. Sólo se fijó en que el hombre se encontraba dando de comer a unas cuantas palomas y en su apariencia de vagabundo, resaltada por sus gastados, y sin duda viejos, ropajes de un color gris ceniciento.
Mucho más tarde, a Tullken le sobrevino una sensación de déjà vu al recordar ese hombre. Sabía que era algo relacionado con esa misma mañana pero... ¿dónde había visto él un viejo esa mañana?