Historia de una ida...

...y de una vuelta.

Sí, estamos acercándonos al final de un viaje, mas no al final de la historia. Se aproxima el tiempo de la reflexión, de la calma... y de los recuerdos.

Hace más de tres años que me vi envuelto en esta maravillosa aventura. Fue entonces cuando, como le sucedió a Bilbo, se colaron en mi vida una pandilla de maravillosos locos que me sacaron de mi plácida existencia. Sus nombres os resultarán familiares, y no porque hayáis leido El Hobbit, sino porque son los que están detrás de esto que se llama ElFenómeno.

No fue Gandalf el que llamó a mi puerta un día de primavera, sino alguien que responde al nombre de Leandro; y sus compañeros no eran Dori, Nori, Ori, Oin, Gloin..., sino Naryanna, Esparta, Aldo, Tombo, Isildur... Y me llevaron de viaje. Y vi montañas. Y también, con el tiempo, visité lugares menos luminosos; pero a cambio conocí Rivendel, y disfruté de sus fiestas y de las gentes que en ellas estaban.

Hobbits transmutados en Uruks, Damas melancólicas descendientes de Andreth y Éowyn, Elfas hermosas y terribles como la Mañana y la Noche, entrañables Elfos Oscuros... a toda esta gente, y a más, he conocido en mis viajes. Y ellos han conocido al Aguilucho: ogro unas veces, y pobre aprendiz de poeta en otros. Y también han conocido a otros bichos que en ocasiones se hicieron pasar por él y que le ayudaron en su viaje. A estos últimos, ya desaparecidos hace tiempo, les agradezco su ayuda.

Sí, el viaje se acaba, pero no me apena que eso suceda. Nadie me lo podría haber dicho cuando todo esto empezó, y si me lo hubieran dicho yo no lo habría creído; pero ahora puedo usar con alegría esa maravillosa frase de Sam que aparece en el Epílogo no incluido en El Señor de los Anillos:

"-Volví -dijo Sam-. Al lugar más amado del mundo. A mi Rosa y mi jardín."

Al igual que él también yo oigo, profundos y agitados, el suspiro y los murmullos del Mar sobre las costas de la Tierra Media.