Ralato
Cerrado
En primera instancia quisiera disculparme por no saber si este es el lugar donde se envían los relatos. En caso de que no lo fuera les ruego que me indiquen a que sección lo mando. Desde ya muchas gracias.
Cabalgaron durante días y noches, atravesando las nieblas que se extendían cada vez más espesas sobre el mundo, pero aún no llegaban a destino. Las Montañas Nubladas corrían a su izquierda, mientras descendían rápidamente hacia el sur. A medida que los días transcurrían, apretaban más el paso; sus corceles se cubrían de sudor y se quejaban de vez en cuando, pero seguían la marcha, siempre fieles a sus jinetes.
Los pocos caminantes que se los cruzaban, corrían a esconderse cuando escuchaban el poderoso retumbar de los cascos y el tintineo del metal. Pues eran expertos en el manejo de muchas armas y todos tenían espadas largas, y algunos llevaban además lanza y arco y caraj. Cada uno de ellos estaba entrenado en las artes de la guerra, la navegación y la supervivencia. Cada uno tenía una historia extensa de viajes y peligros, que les había conferido un aspecto sombrío y rudo. Pero al mismo tiempo, en sus largos años de lucha, como si fuesen monjes guerreros, ninguno había olvidado que sus armas debían estar al servicio de Los Poderes del Mundo: sólo para proteger a los pueblos libres y todas las cosas bellas que hoy estaban en peligro. Por eso, cuando combatían, sus pensamientos se dirigían a menudo hacia el oeste, más allá de mares infranqueables. Y esto, un observador atento podía verlo en sus ojos: detrás de esa mirada seria y a veces torva que los caracterizaba, se asomaba un espíritu noble y leal que hacía pensar en las Gentes Antiguas.
Eran treinta y dos jinetes y una montura vacía. Habían recibido un llamado y respondieron con toda la celeridad que les fue posible.
Todos poseían, pues, el temple necesario para ser capitanes de los hombres, pero ninguno como aquel al que iban a ayudar; su propio capitán. Ese viajero que había llegado más allá de las desembocaduras del Río Grande y había conocido las crueles Estepas del Este. El guerrero que luchó en distintos ejércitos, con distintas ropas y distintos nombres. El hombre en el que estaban puestas las esperanzas de los últimos hijos de Arnor... Aragorn era su nombre...
"Cuando el sol tocó el horizonte, los viajeros disminuyeron la marcha y se alejaron un poco del Camino. Se detuvieron, desmontaron y encendieron una pequeña fogata. Tomaron unas mantas para protegerse de la brisa nocturna y se sentaron alrededor del fuego, formando un círculo, con las armas a sus pies. Cenaron en silencio, con la luz del fuego danzando sobre sus rostros preocupados, y luego se acostaron a descansar algunas horas, dejando cuatro hombres de guardia; uno miraba al norte, otro al este, un tercero al sur y el último al oeste, cada cual ubicado aproximadamente a treinta pasos del círculo.
Los centinelas, escrutaban el horizonte de pie, apoyados en las lanzas e inmóviles. Alguien que los hubiera visto de lejos podría haberlos confundido con los cimientos en ruina de alguna antigua torre.
Las guardias se relevaron una sola vez y, terminadas estas últimas, volvieron a montar y retomando el Camino, cabalgaron bajo la noche, siempre hacia el sur, buscando el país llamado Rohan."
P.D.: Por lo general me dedico solo a leer las vuestras maravillosas páginas, por lo tanto no conozco mucho los códigos de la Internet. Discúlpenme si cometo alguna descortesía.
(Mensaje original de: Leandro Rodríguez Salcedo)
Cabalgaron durante días y noches, atravesando las nieblas que se extendían cada vez más espesas sobre el mundo, pero aún no llegaban a destino. Las Montañas Nubladas corrían a su izquierda, mientras descendían rápidamente hacia el sur. A medida que los días transcurrían, apretaban más el paso; sus corceles se cubrían de sudor y se quejaban de vez en cuando, pero seguían la marcha, siempre fieles a sus jinetes.
Los pocos caminantes que se los cruzaban, corrían a esconderse cuando escuchaban el poderoso retumbar de los cascos y el tintineo del metal. Pues eran expertos en el manejo de muchas armas y todos tenían espadas largas, y algunos llevaban además lanza y arco y caraj. Cada uno de ellos estaba entrenado en las artes de la guerra, la navegación y la supervivencia. Cada uno tenía una historia extensa de viajes y peligros, que les había conferido un aspecto sombrío y rudo. Pero al mismo tiempo, en sus largos años de lucha, como si fuesen monjes guerreros, ninguno había olvidado que sus armas debían estar al servicio de Los Poderes del Mundo: sólo para proteger a los pueblos libres y todas las cosas bellas que hoy estaban en peligro. Por eso, cuando combatían, sus pensamientos se dirigían a menudo hacia el oeste, más allá de mares infranqueables. Y esto, un observador atento podía verlo en sus ojos: detrás de esa mirada seria y a veces torva que los caracterizaba, se asomaba un espíritu noble y leal que hacía pensar en las Gentes Antiguas.
Eran treinta y dos jinetes y una montura vacía. Habían recibido un llamado y respondieron con toda la celeridad que les fue posible.
Todos poseían, pues, el temple necesario para ser capitanes de los hombres, pero ninguno como aquel al que iban a ayudar; su propio capitán. Ese viajero que había llegado más allá de las desembocaduras del Río Grande y había conocido las crueles Estepas del Este. El guerrero que luchó en distintos ejércitos, con distintas ropas y distintos nombres. El hombre en el que estaban puestas las esperanzas de los últimos hijos de Arnor... Aragorn era su nombre...
"Cuando el sol tocó el horizonte, los viajeros disminuyeron la marcha y se alejaron un poco del Camino. Se detuvieron, desmontaron y encendieron una pequeña fogata. Tomaron unas mantas para protegerse de la brisa nocturna y se sentaron alrededor del fuego, formando un círculo, con las armas a sus pies. Cenaron en silencio, con la luz del fuego danzando sobre sus rostros preocupados, y luego se acostaron a descansar algunas horas, dejando cuatro hombres de guardia; uno miraba al norte, otro al este, un tercero al sur y el último al oeste, cada cual ubicado aproximadamente a treinta pasos del círculo.
Los centinelas, escrutaban el horizonte de pie, apoyados en las lanzas e inmóviles. Alguien que los hubiera visto de lejos podría haberlos confundido con los cimientos en ruina de alguna antigua torre.
Las guardias se relevaron una sola vez y, terminadas estas últimas, volvieron a montar y retomando el Camino, cabalgaron bajo la noche, siempre hacia el sur, buscando el país llamado Rohan."
P.D.: Por lo general me dedico solo a leer las vuestras maravillosas páginas, por lo tanto no conozco mucho los códigos de la Internet. Discúlpenme si cometo alguna descortesía.
(Mensaje original de: Leandro Rodríguez Salcedo)