La doncella de Isengard

27 de Septiembre de 2008, a las 14:01 - Haruka Stargazer
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PROLOGO

Como bien es sabido, los Istari fueron enviados a la Tierra Media por los Valar, con la misión de guiar a los Pueblos Libres en su lucha contra Sauron.  La tradición da a conocer que fueron cinco: Allatar y Pallando, los Magos Azules; Radagast, el Pardo; Saruman, el líder del Concilio Blanco; y Gandalf, el Gris.

Sin embargo, poco o nada se sabe acerca de la existencia de una Istari conocida en la Tierra Media como la doncella de Isengard, una hechicera que formó parte de la Compañía del Anillo.  Bueno, no era una Istari realmente, pues era una mujer mortal, heredera del noble linaje de senescales de Gondor, poseedora de los mismos conocimientos de los Istari, por haber sido aprendiz del Mago Blanco Saruman, antes de que éste fuera corrompido por el Anillo Unico, cuyas hazañas se resumen en este inédito relato recopilado por Parfet Blackmoon, ése es mi nombre, fiel servidora de la reina de Saillune.

Todo lo que aquí se relata lo hube escuchado de la propia doncella durante sus últimos días en Saillune; desde luego omitiré los detalles de la guerra del anillo por ser del conocimiento de todos, y me centraré sin más preámbulos en la fugaz aparición de la hasta entonces desconocida hechicera de Isengard.



CAPITULO I

UN ENCUENTRO INESPERADO

"Se eleva el humo de la Montaña del Destino, y Gandalf el Gris cabalga a Isengard para pedirme un consejo…"

"La ciudad en llamas, devorada por un fuego desconocido, cayendo en la más profunda oscuridad, aquella que proviene de la rendición de un corazón al que ya no le quedan más esperanzas."

Una visión que había tenido desde mucho antes de saber que era, desde niña, un funesto presagio que la acompañaba a medida que crecía e iba comprendiendo las cosas que traen los años.  Cada vez más nítida en su memoria, desgarradora y cruel, sangre y llamas, muerte y dolor en la ciudad blanca.  Pero había algo más, en medio de aquella horrorosa masacre un desconocido vestido de blanco aparecía como una revelación, como el portador de una lejana esperanza, el jinete blanco llegaba siempre, aunque nunca pudo distinguir quien era.  Su lugar no era ése, ella lo sabía aunque había nacido y crecido allí y fué esa decisión la que la hizo enfrentarse a su propio tío, el senescal de Gondor.

Había sido criada por Denethor, como una hija más desde la muerte de sus padres cuando apenas tenía dos años, no era una mujer como las demás, tenía una especial clarividencia, el futuro se revelaba ante sus ojos a veces como una suave brisa inmediata; pero otras, atroz y desgarrador como una agonía dejándole a ella una inquietud insondable y un sedimento de angustia en el corazón.

Lord Denethor la observaba con su mirada seria e impasible al igual que Boromir y Faramir quien con sólo trece años aún no entendía el motivo de Milerna para dejar la ciudad donde había crecido.

- Padre no puedes permitir que se vaya, sería un gran desatino, después de todo es tu sobrina, la hija de tu hermano - Boromir trataba de convencer a su padre de detenerla, pero el orgulloso corazón de Denethor  era inmune a sus advertencias.

- No hay nada mas que decir, si ha elegido el exilio pues que así sea - concluyó.

Milerna salió del castillo, Boromir la siguió ignorando las órdenes de su padre de no intervenir.  Al estar cerca de ella, él tomó sus manos entre las suyas:

- Milerna, sabes que no entiendo porqué te empeñas en alejarte de nosotros, pero es tu decisión y la respeto. Una razón muy poderosa debes tener para hacerlo.  Sólo recuerda que en mí tendrás siempre un amigo, un hermano si quieres.  ¡Que Ilúvatar ilumine tu camino querida prima y le dé por fin un poco de paz a tu noble corazón!

Ambos se miraron a los ojos por un instante, Milerna admiraba profundamente al joven Boromir; aunque en cierto modo era orgulloso como su padre, también era noble y comprensivo y era el único que conocía la inquietud que abordaba su corazón.  Por toda respuesta Milerna le dedicó una sonrisa, luego bajó la mirada y avanzó decidida y sin mirar atrás.

Rayo Azul la esperaba impaciente, la joven acarició el hermoso corcel de azulados reflejos que refulgían aún más durante la noche.  Salió de Minas Tirith con la incertidumbre de un destino desconocido.  Aún no sabía adonde iría pero su corazón tal vez podría guiarla hacia el camino que buscaba, quería respuestas y se prometió a sí misma con una firme determinación  que si  había alguna manera de evitar aquel presagio lo intentaría, al precio que fuera.  Deseaba de todo corazón encontrar al jinete blanco, pues estaba convencida de que solo él podría explicarle el significado de aquellas visiones.  Pero, ¿dónde encontrarlo?. No importaba ya, tal vez aislada del mundo recibiría la respuesta que esperaba.

Se detuvo de pronto volviendo la mirada hacia la ciudad que la vio crecer.  Allí estaba, imponente y majestuosa, dominando la llanura como una aguja resplandeciente de plata y cristal, la torre de Ecthelion, la torre blanca.  La miró por última vez, ignoraba si  volvería algún día; volvió el rostro hacia el sendero, una lágrima rebelde rodó por su mejilla, sobreponiéndose cabalgó rápidamente tratando de atenuar los latidos de su propio corazón.

Se internó en el bosque, iba absorta en sus propios pensamientos, a veces deseaba no conocer el final de las cosas, no tenía el control sobre sus premoniciones, y éstas asaltaban su mente repentinamente y sin proponérselo y ya todo eso le causaba una terrible agonía.

Rayo Azul se asustó, se detuvo bruscamente, Milerna tuvo que sujetarse súbitamente para no caer hasta que pudo tranquilizar al corcel.  No había visto al hombre que apareció ante ella como surgido de la nada, vestido de blanco y con la mirada apacible y serena de aquellos que han adquirido la sabiduría.  Tenía los ojos negros como una noche sin luna, profundos y clarividentes, el cabello blanco tenía una tonalidad de plata bajo la tenue luz del amanecer, y el rostro revelaba las marcas del paso de muchos años; estaba rodeado por un aura de majestuosidad y en su serena expresión se advertía un discernimiento sin límites.

- No fue mi intención agredirlo mi señor, le ruego me disculpe, fue una imprudencia de mi parte -se excusó la doncella.

- Es un buen día para cabalgar aun cuando no se sabe adonde ir… -respondió impasible el desconocido.

La doncella se sintió sobrecogida por un súbito temor ¿Que sabía aquel hombre de la incertidumbre que la aquejaba?

- ¿Quién eres? - le preguntó

- Me llaman Saruman el Blanco y conozco el dolor que aflige tu corazón, fuiste bendecida con un don especial, pero no todas las personas pueden entenderlo, posees la clarividencia y el poder de sanar, pero aún no sabes como utilizar ese poder ¿no es así?

Milerna comprendió que aquel hombre era un Istari y al igual que ella tenía el don de la profecía y tuvo la certeza de que sin duda era él el jinete blanco que aparecía en sus visiones.  Milerna bajó del caballo y se arrodilló ante Saruman suplicante:

- Acépteme mi señor, como su aprendiz, me pongo a su servicio a partir de ahora.

Sus oscuros ojos la miraron fijamente, el mago por toda respuesta le tendió la mano, ella la tomó y sintió un estremecimiento repentino como si lo conociera desde siempre; estaba convencida por fin de que aquél era su destino, pues la experiencia le había enseñado, a pesar de su juventud, que nada en la vida ocurre por casualidad.

Y así Milerna se convirtió en el aprendiz de Saruman quien la acogió como una hija, con el tiempo se convertiría en una de las más poderosas hechiceras de la Tierra Media, sin importar su origen humano y se haría conocida desde entonces con el nombre que ella misma se inventó:

Milerna, la Bruja Azul.



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