Era un día oscuro, no sólo por las nubes negras que se asomaban sobre el pueblo, si no también por los días de terribles batallas que se avecinaban en la tierra media; la comunidad del anillo se dirigía a las tierras de Mordor, en una misión suicida, de desconocido final.
Así estaba el mundo, un mundo poblado por sucias criaturas como los trolls o los malditos trasgos, y por otras tan bellas como los Elfos y los llamados Medianos, hobbits del norte.
Ya amanecía en Dol Amroth, un pequeño pueblo pesquero situado en la bahía de Belfalas, y poblada por los hombres.
Los marineros preparaban las redes cuando de pronto sonó un cuerno, el cuerno de los vigías apostados en la playa. Todos entraron en las casas, y los guerreros se dispusieron para entrar en combate, ya que eran tiempos difíciles los que corrían, y nadie estaba seguro.
Un navío grande, hermoso y robusto como nunca se había visto en aquellos dominios se acercaba a gran velocidad, apoyado por unos fuertes vientos del oeste.
El barco atracaba en el pequeño puerto, mientras la gente lo miraba incrédula.
Tras unos momentos de silencio sonó una música, con la cual una rampa descendió hasta el suelo, y por ella bajó un solo hombre, alto como ninguno y ataviado con una gran capa verde oscuro que cubría su rostro.
II - Elrohir y las tierras perdidas.
-Alto!- Dijo Merchiand, capitán del ejercito de la ciudad -Quién va, identifícate! Pero sorprendentemente, el desconocido viajero pasó sin cruzar una mirada por el lado del estupefacto capitán, dirigiéndose a una choza de madera y barro, una de las más cercanas a la playa.
Ahora bajaron dos hombres casi corriendo en dirección a Merchiand, y haciendo una reverencia, casi tocando el suelo con sus cabezas; estos dos llevaban la cara al descubierto, mostrando orgullosos sus marcadas facciones élficas, y unos collares de desconocidos materiales. Seguidamente se presentaron educadamente:
-Mis saludos buen hombre, mi nombre es Airun, hijo de Aidun, y mi compañero: se llama Derenor. Disculpe que nuestro señor no le haya prestado atención, mas tenemos ciertamente mucha prisa, y no debemos entretenernos; nuestro señor es Elrohir, descendiente del gran Elrond, y junto a nuestra escasa tripulación venimos de navegar por los mares del oeste en busca de nuevas tierras, pero al parecer uno de los anillos de los elfos, Nenya , ha sido arrebatado a Galadriel, y por él se está librando una dura batalla en las tierras de Lothlórien, ya que el anillo es un poderoso objeto en manos inadecuadas, las de Sauron, padre del mal de la tierra media, el cual lo utilizará contra la comunidad del anillo.
-Pero, todavía no se el motivo de la visita de su señor a estas humildes tierras... no comprendo...
-Perdón, el motivo de nuestra visita no es otro que el de encontrar a alguien que nos pueda ayudar, un hombre con experiencia en la lucha...
-¡Pero los únicos que sabemos luchar en este pueblo somos los pocos soldados que podéis ver!- interrumpió el capitán.
-¡Sígame!- dijo Airun.
Y tras esto los tres se dirigieron a la misma casa de barro. Una vez dentro, se encontraron con una sala de escasas comodidades, y en ella sentado a Elrohir, ahora al descubierto; era un semi-elfo, con una cabellera de color castaño hasta los hombros, y unos ojos verdes como rubíes. Pero su rostro quedaba manchado por una cicatriz perpendicular al ojo.
A su derecha se encontraba un hombre del pueblo llamado Sagnar. De el se contaba que tenia la facultad de contactar con los dioses, los siete Valar.
Además de ser un gran luchador poseía un objeto místico, la llamada espada de Manwë, la más poderosa arma de los tiempos antiguos.
Sagnar no era en absoluto robusto, pero pese a eso parecía ser ágil y veloz en sus movimientos. Tenia el pelo moreno casi rapado, y unos ojos oscuros como el vacío, y aún así tenia un aspecto agradable.
-Ya veo que no ha habido problemas eh? Estos son mis mas fieles sirvientes: Airun y Derenor- Dijo Elrohir con una voz áspera.
-Si señor, más creo que ya deberíamos partir, se hace tarde- Dijo Deneror.
-Así es. Creo que ya está todo dicho buen amigo. Pues bien señor Merchiand, me temo que ya me han presentado -Comentó Elrohir- Ahora necesitamos unos buenos corceles... cuatro necesitaremos, los mejores que tengan; en el barco, pregunten por un tal Arnaham, el les pagará lo que deseen.
Y así Elrohir, Airun, Derenor y el desconocido Sagnar, se hicieron con cuatro hermosos caballos: Astroblanco, un animal muy vigoroso, es el que montaba Elrohir, y Dardonegro era el del humano, un caballo negro como su nombre indica y veloz como ninguno.
Se dirigieron hacia la salida del poblado y continuaron recto por un sendero pedregoso desde el cual se podía distinguir el sonido de un riachuelo a la derecha.
Tras galopar dos intensos días sin apenas reposar, agotados y fatigados, llegaron a una explanada en la que se encontraba una posada llamada "Posada de Hernom el forjador" y junto a esto un cartel en el que decía: "Aquí el mejor alojamiento y las mejores cervezas de la comarca", título que atrajo a los viajeros.
Entraron y, sin más dilación, pidieron alojamiento; el posadero, que estaba de espaldas, se giró y mostró su rellena cara, diciendo:
- Mis saludos buenos viajeros, que les trae por aquí?
;- Una urgente misión, la cual no creo que le interese- dijo Deneror, al parecer algo enfadado.
;- No lo crea, si que me importa señor, disfruto escuchando historias, y estoy seguro de que la suya debe ser de lo mas interesante.
Así, Deneror y el posadero, estuvieron hablando hasta altas horas de la noche.
III - Rohan y los bosques de Fangorn.
De buena mañana partieron en dirección norte con un solo propósito: conseguir cruzar las Montañas Blancas, que separaban Gondor (en el sur) de Rohan (en el norte), y cruzarlas lo antes posible, ya que la batalla comenzaría en breve.
Los cuatro personajes se embarcaron en una dificultosa subida a las montañas, repletas de nieve en sus cimas, y de enormes pedruscos bajo sus pies. Una vez recorrida aproximadamente la mitad de la cuesta, decidieron hacer un alto para comer. Se sentaron cada uno en una roca, y sacaron de sus zurrones algo de sus escasas provisiones. Estaban comiendo cuando, a lo lejos, pudieron oír un ruido de cascos que se dirigía hacia ellos a una velocidad asombrosa.
No sabían que era, por lo que empuñaron las armas. El desconocido se acercaba. Entonces, de repente, Elrohir enfundó su filosa.
- Tranquilos, podéis guardar el arma, el hombre que viene es Mithrandir el mago o Gandalf que es como muchos le conocen, quien si no su fiel corcel, Sombragris, podría ir a esta velocidad- dijo Elrohir entre risas.
- A si es, buen amigo- se oyó, con voz grave y ajetreada- Soy yo, Gandalf, antes el Gris y ahora el Blanco, y estoy encantado de volverte a ver.
- ¡Buen Mithrandir, cuanto tiempo!, no podía equivocarme.
- Desgraciadamente no traigo muy buenas noticias, la batalla ha comenzado antes de lo esperado, y el ejercito enviado por Sauron, unas interminables hordas de orcos están destruyéndolo todo, y se acercan a Lothlórien.
- Pues así debemos partir de inmediato, vamos- dijo Elrohir nervioso.
- No os precipitéis, las águilas vendrán pronto a por nosotros, nos llevaran tan rápido como podáis imaginar a la batalla, antes del anochecer estarán aquí.
Y reunidos en un circulo, hablando, esperaron hasta que llegaron tres enormes águilas, una mas grande que las otras dos, el rey de las águilas.
Gandalf ordenó a Sombragris con un silbido que se retirara, y llevase consigo los otros equinos.
El mago subió en la espalda de el águila más grande, mientras que Elrohir y Sagnar subieron en una de las otras dos y Deneror y Airun en la restante.
Tal era la velocidad a la que fueron, que en escasamente dos dias de viaje llegaron a los campos de Rohan, donde parecia haberse librado una batalla.
Las aguilas bajaron en el centro de la llanura, desde donde se podían divisar los bosques de Fangorn.
- Porque nos detenemos aquí?- preguntó Sagnar.
- Acaso creíais que cuatro hombres ibais a poder hacer algo en batalla?- dijo Gandalf irónicamente- Vamos a buscar a los Señores de Rohan, que nos proporcionaran el ejercito más grande que puedan.
Tras esperar unas horas, dos caballeros ataviados con grandes y amplias vestimentas verdes se acercaron galopando con cuatro caballos preparados para montar.
Gandalf se adelantó y comenzó a hablar con ellos, y cuando terminó, se giró y dijo:
- Amigos, me he de separar de vosotros, mas, no para siempre, he de dirigirme a las oscuras tierras de Mordor, y cumplir mi misión. Ahora vosotros debéis cumplir la vuestra y salir victoriosos. Adiós- Y, tras montar en el cuello de el águila, se alejaron volando.
- Acercaos, vamos a nuestro refugio- dijeron los dos hombres que allí estaban.
Y sin mediar palabra, les siguieron.
Una vez en el bosque, se presentaron:
- Mi nombre es Maroniel, mas soy llamado Mairel aquí en mi tierra; tenemos un ejercito de unos doscientos hombres. No es mucho, pero tienen gran maestría en las artes de la lucha. Debemos ir a la batalla de inmediato, partir esta tarde, si es posible.
- Así lo haremos- dijo Elrohir, al parecer ahora, más reconfortado.
IV - La entrada en batalla.
Una larga compañía salió rumbo al norte en busca de la batalla, en busca de una victoria que seguro, costaría cara.
Fueron bordeando el bosque de Fangorn hasta llegar a el río Limclaro, el cual desembocaba en el Anduin, el Río Grande, a partir de allí se internaron en el bosque, pero siguiendo la misma dirección que antes.
Así, tras muchas millas a trote, y tras cruzar el río por su zona con menos fuerza, salieron del bosque, y llegaron a el valle de Moria, que se juntaba con el bosque de Lórien.
Una bonita vista habría sido, de no ser por la mancha negra de la batalla, y una gran nube de polvo que flotaba incansablemente sobre ésta.
Sonaron los cuernos, y sin más dilación, el ejercito se lanzó sobre los cientos de orcos y otros pestilentes bichos, que ni siquiera se sabía que existieran.
Así, como una estampida, empezaron a crujir espadas y a rodar cabezas y a saltar miembros, llenando el terreno de sangre.
Pero Sagnar, retenido por Elrohir se quedó en los márgenes del bosque, sin actuar.
- A que esperamos?- dijo Sagnar.
- Acaso no te dije que tu misión no era la de un guerrero cualquiera, tu no eres un guerrero cualquiera. Con nuestros hombres no podremos derrotar a este ejercito, vamos, ha llegado la hora, desenfunda a Manwë, la espada de los Valar...
Pero en este momento un estridente sonido irrumpió en la batalla, y una negra criatura halada se alzó, con un ser a su espalda, indescriptible en su forma que dijo:
- Yo, Denkeror, descendiente de Melkor, padre del mal, voy a destruir la espada de Manwë, impidiendo para siempre que los siete actúen sobre la tierra media.
El animal que montaba hizo un estruendo inimaginable, y en ese momento disparó un dardo en el corazón de Elrohir, que cayó desfallecido en el suelo; Sagnar, transfigurado, quedó de rodillas alzando la espada. Entonces, en la lengua antigua dijo algo así:
- Manwë, señor de los siete, vuelve a Arda para derrotar las raíces del mal, y así, poder descansar en paz.
Con esto, el cielo se abrió, y de él bajó una silueta de un hombre, pero era todo luz, y desprendía un aire de seguridad y a la vez paz, y todos los soldados lucharon como nunca se había visto, y Sagnar, saltó de una forma increíble, y se lanzó sobre el mal, y hundió su espada atravesando los pulmones de Denkeror. Así, tras un estallido, la luz bajada del cielo, agarró a el monstruo y subió y volvió con el de donde había salido.
La espada cayó de las manos del hombre, y el se desmoronó contra el suelo.
Tras unos días inconsciente, se despertó en una sala muy amplia, con una niña observándole, que corrió gritando que se había despertado.
V - La doncella Galadriel.
Airun, el buen sirviente de Elrohir se acercó a Sagnar, ahora ya rodeado de gente a la que no conocía y le comunicó que gran parte de el ejército había perecido en la batalla; entre ellos Elrohir, el cual no se pudo recuperar del ataque del monstruo, que le lanzó un dardo envenenado. Pero hemos salido victoriosos, y el anillo está en buenas manos, nuestro esfuerzo no ha sido en vano.
La desolación inundó la cara de Sagnar por la perdida de Elrohir, que murió sin poder luchar, pero entonces, una cara de radiante belleza le besó la frente y le dijo casi susurrando:
- Yo, Galadriel, te agradezco de corazón lo que has hecho no solo por nuestro pueblo, si no por toda la Tierra Media, la cual te agradecerá tu esfuerzo para siempre, y te recordará con canciones y poemas que se transmitirán de padres a hijos.
Así concluye el relato de la hazaña de un hombre, que sin pretensión alguna, salvó a un pueblo necesitado de ayuda.