La orden de la luna negra
Un relato escrito por nuestro amigo Frandalf, que constará de varias partes, y ambientando en la Tierra Media. No dejeis de echarle un vistazo.
Primera Parte.
El sol se ocultaba tímido y anaranjado, pero aún estaba lo suficientemente alto como para molestar a nuestros ojos. Caminábamos sin rumbo, igual que llevábamos haciendo desde hacía un mes, vagar, en busca de tesoros, dragones y más historias que todos habíamos oído desde pequeños en boca de nuestros abuelos. Aunque aquello sonara a risa, no estaba arrepentido de lo que había hecho porque no pensaba quedarme en el poblado toda mi vida, cuidando cerdos con mi padre. Masood también pensaba como yo, aunque prácticamente no habíamos cruzado palabra desde hacía una semana. No hacía falta que me lo dijera, nuestras mentes eran gemelas, sabíamos exactamente lo que pensábamos los dos. No habíamos tenido ningún problema, pero sabíamos que por aquella zona no era de extrañar ver pequeños grupos de orcos merodeando, no teníamos miedo, nunca habíamos visto un orco, pero no me iba a asustar, no me asustaba fácilmente y, aunque ellos llevaran espadas, escudos y armaduras, y nuestras armas eran un pequeño arco corto, un martillo de herrero y una hoz de segar bastante pequeña, y nuestras armaduras eran petos de cuero que no nos cubrían ni brazos ni piernas y estaban en bastante mal estado, lucharíamos hasta la muerte y si, a pesar de morir, matábamos antes a algún orco, nuestra pequeña odisea habría merecido la pena.
La flecha estaba clavada entre los ojos del orco, mire hacia el lugar de donde había salido y fue cuando la ví por primera vez. Era una joven bastante alta, de ojos azules, con un cabello rubio, no estaba peinado, pero no se veía sucio, al contrario, su pelo al viento la hacía tremendamente hermosa, era la mujer más hermosa que jamás había visto, pensé que estaba soñando, que había muerto y estaba en otro mundo, pues no podía existir una mujer tan bella en toda la Tierra Media, ella se acercó a mi, tendió su hermosa y fina mano, pensé que no sería capaz de levantarme, pues, a pesar de que no era muy corpulento para ser un hombre, pues los había mucho más corpulentos, era delgada, y no aparentaba ser muy fuerte, pero me levantó con bastante facilidad. Masood se había levantado por su propio pie, cuando logré incorporarme, ella me dijo: -¿estás bien?-. Su voz era melódica, dulce, me quedé embobado mirando sus hermosos ojos azules, y volvió a repetirme: -¿Te encuentras bien?-.
Cuando desperté de su embrujo, dije tartamudeando: - Eh, sí, sí, creo que sí. Eh, me llamo Alariv, ¿cuál es tu nombre?-.
- Rilia-. Me dijo.
- Er... Eres... una... -
- Una elfa, si, soy una elfa sinda, ¿nunca habías visto un elfo?
- La verdad es que no, le verdad es que nunca he salido de mi pueblo.
- ¿Qué hacías por aquí?. Estos caminos son muy peligrosos.
- Buscábamos aventuras, ¿y tú? ¿Qué haces por aquí?
- Vivo aquí, desde que era niña, en una casa cerca de aquí, venid a mi casa, os curaré las heridas.
Nos desviamos del camino y andamos por el bosque, unos diez minutos, su casa era una pequeña choza de madera, con una chimenea, era una sola habitación bastante amplia, con una cama, una mesa y varias sillas, tenía una estantería en la pared, llena de tarritos de cristal y hierbas. Preparó una extraña pasta con unas hierbas y me la colocó en el brazo, Masood no tenía heridas de gravedad pero si un hambre feroz, lo que le hizo comer hasta hartarse. Estuvimos en casa de Rilia hasta después de comer, cuando decidimos partir, ella dijo:
- Iré con vosotros, no tengo nada que hacer aquí, sois los primeros "amigos" que tengo desde hace años.
A mi no me importaba en absoluto que viniera, es más, me gustaba la idea, Masood tampoco se disgusto, uno más para luchar, mejor, fueron sus palabras.
Masood era un tipo alto, de unos 180 centímetros, bastante ancho, podría pesar 100 kilos, de pelo castaño y largo, con barba, lo que le hacía aparentar más edad de la que realmente tenía, 23 años, era un luchador incansable, y le gustaba guerrear, aunque era bonachón y fácilmente hacía amigos.
Rilia cogió su arco, su carcaj y una capa de una tela que jamás había visto, si se ocultaba entre los árboles era prácticamente imposible verla, seguimos caminando por el bosque, hacia el sur, siguiendo un pequeño camino, a través de un bosque, había pisadas de caballos en el camino, eran recientes, seguimos avanzando y vimos un cuerpo tirado en el suelo, en medio del camino, llevaba una túnica negra, y, por los cortes en los troncos de los árboles, pudimos deducir que había sido atacado, por bandidos quizás, nos acercamos cautos, temerosos de que se tratase de una emboscada, algo que no sería muy difícil, pues éramos tres, y el lugar era idóneo, tal vez, esa había sido la suerte de ese pobre hombre.
- Está muerto.- dijo Masood.- muerto del todo.
Rilia asintió, bajó su cabeza en señal de respeto por aquel hombre, sus rasgos eran los de un oriental, un variag, según dijo Rilia, vestía una túnica negra, con un extraño sigo en el pecho, en su cara también tenía ese signo, tatuado en su mejilla derecha, era una luna menguante, de color negro, el pobre hombre había recibido una tremenda paliza, tenía un gran tajo en el vientre.
- Será mejor que lo enterremos- dijo Masood- aunque creo que deberíamos quedarnos con su espada, parece de buen metal, seguro que es mejor que esta maldita hoz.
- No creo que eso fuera lo más oportuno Masood -dije- pero es cierto que a nosotros nos hará más falta que a él.
- Dejaos de charla, vamos a enterrarlo- dijo Rilia con voz tajante.
Nos pusimos a cavar un hoyo, mientras, Rilia buscó un sitio para pasar la noche, pues era ya algo tarde, y seguro que oscurecía antes que enterráramos al muerto.
Al terminar el hoyo, me dirigí hacia sus pies, y Masood lo cogió por la cabeza, cuando lo levantamos, un medallón y un pequeño saco cayeron al suelo. Masood y yo nos miramos extrañados, si lo habían matado unos bandidos, ¿porqué no se habían llevado el medallón y el saquito?. Decidimos registrarlo, el saco tenía diez monedas de oro, de acuñación gondoriana, algo normal, pues nos encontrábamos cerca del río Anduin. El medallón era de oro, tenía la misma luna menguante de su tatuaje, pero era de una piedra negra, que no sabíamos de qué piedra se trataba, también tenía un pergamino, oculto en un falso bolsillo de su túnica, estaba lacrado, con esa misma luna menguante, en cera negra.
Nos dirigimos hacia el claro donde Rilia había hecho un fuego, a un lado del camino, lo suficientemente lejos como para que no nos viesen pero suficiente cerca para ver si alguien se acercaba por el camino. Nos sentamos junto a la pequeña hoguera.
Abrimos el sobre, Rilia, ayudada por la luz del fuego, fue la que leyó lo que ponía, porque ni Masood ni yo sabíamos de qua lengua se trataba:
Cuatro custodios guardan la llave de mithril que lleva al mayor tesoro de la Tierra Media.
Cada uno de ellos posee una llave menor que conducirá a la siguiente llave.
El primer custodio, el guardián del bosque, en el Bosque Negro poblado por elfos, allí la llave de madera, que llevará al siguiente templo, pero cuidado con el guardián.
El segundo custodio, el guardián del agua, en la bahía de Belfalas, allí la llave de plata, que llevará al siguiente templo, pero cuidado con el guardián.
El tercer custodio, el guardián del fuego, en las lejanas tierras de Harad, allí la llave de oro, que llevará al siguiente templo, pero cuidado con el guardián.
El cuarto y último custodio, el guardián del viento, en las montañas nubladas, allí la llave de hierro, que llevará al gran templo, donde se guarda el gran tesoro.
La orden de la Luna Negra ha custodiado desde siempre la luna negra, el primer paso para entrar en el primer templo. Desde mediados de la segunda edad la orden ha buscado la llave para encontrar tan ansiado tesoro y servir al Señor Oscuro, pero todos nuestros intentos han fracasado.
Cuenta la leyenda que sólo el elegido podrá superar la última prueba para alzarse con el tesoro.
Se llama a todos los hermanos, miembros de la orden, a ir a la próxima reunión en el Templo Supremo, casa del Sumo Pontífice, en el pueblo de Trân-Nârd.
El sol se ocultaba tímido y anaranjado, pero aún estaba lo suficientemente alto como para molestar a nuestros ojos. Caminábamos sin rumbo, igual que llevábamos haciendo desde hacía un mes, vagar, en busca de tesoros, dragones y más historias que todos habíamos oído desde pequeños en boca de nuestros abuelos. Aunque aquello sonara a risa, no estaba arrepentido de lo que había hecho porque no pensaba quedarme en el poblado toda mi vida, cuidando cerdos con mi padre. Masood también pensaba como yo, aunque prácticamente no habíamos cruzado palabra desde hacía una semana. No hacía falta que me lo dijera, nuestras mentes eran gemelas, sabíamos exactamente lo que pensábamos los dos. No habíamos tenido ningún problema, pero sabíamos que por aquella zona no era de extrañar ver pequeños grupos de orcos merodeando, no teníamos miedo, nunca habíamos visto un orco, pero no me iba a asustar, no me asustaba fácilmente y, aunque ellos llevaran espadas, escudos y armaduras, y nuestras armas eran un pequeño arco corto, un martillo de herrero y una hoz de segar bastante pequeña, y nuestras armaduras eran petos de cuero que no nos cubrían ni brazos ni piernas y estaban en bastante mal estado, lucharíamos hasta la muerte y si, a pesar de morir, matábamos antes a algún orco, nuestra pequeña odisea habría merecido la pena.
Parece que el pensar en los orcos había llamado su atención, o que mis plegarias a los valar habían sido escuchadas y nos iban a dejar combatir contra estas horribles criaturas.
Cuando íbamos caminando por un sendero, de unos dos metros de ancho, a través de un bosque, un silbido estrepitoso dañó nuestros oídos y una flecha negra se clavó en el suelo, de repente, dos orcos saltaron delante de nosotros, bloqueándonos el camino, llevaban cimitarras y escudo, debo reconocer que me asusté, sus colmillos sobresalían de su boca, tenían una enorme cabeza, aunque no eran muy altos, si eran bastante anchos, el doble que un hombre quizás, olían a perros muertos. Masood no se lo pensó dos veces y cargó con su hoz sobre uno de ellos, tarde en reaccionar un par de segundos, y con mi martillo fui a por el otro. Me intentó asestar un primer golpe, pero logré esquivarlo, aunque él esquivó mi martillazo, su segundo intento logró rozarme el brazo derecho, lo que me hizo gritar de dolor, aún me quedaban fuerzas para asestarle un golpe en la cabeza, ya que el orco había bajado la guardia creyendo que me había vencido, el martillo chocó contra su cráneo, esparciendo sus huesos por el suelo, miré a Masood y cual fue mi sorpresa al ver que también había matado a su orco, aunque habían aparecido dos más de no se donde, y uno de ellos estaba a punto de matarle, le golpeé con el martillo en la espalda, desequilibrándolo, pero el orco no cayó al suelo, se giró rápidamente y me golpeó con el canto de la espada, tirándome al suelo y dejándome sin respiración, estaba en el suelo, Masood mató al orco que me atacó cuando éste se giró, pero el otro aprovechó su distracción, le golpeó con el escudo en la cara y lo tiró al suelo, traté de levantarme pero estaba mareado, no podía moverme, el orco levantó su cimitarra, se disponía a rematarlo cuando, se volvió a escuchar un silbido, y el orco cayó al suelo.
Cuando íbamos caminando por un sendero, de unos dos metros de ancho, a través de un bosque, un silbido estrepitoso dañó nuestros oídos y una flecha negra se clavó en el suelo, de repente, dos orcos saltaron delante de nosotros, bloqueándonos el camino, llevaban cimitarras y escudo, debo reconocer que me asusté, sus colmillos sobresalían de su boca, tenían una enorme cabeza, aunque no eran muy altos, si eran bastante anchos, el doble que un hombre quizás, olían a perros muertos. Masood no se lo pensó dos veces y cargó con su hoz sobre uno de ellos, tarde en reaccionar un par de segundos, y con mi martillo fui a por el otro. Me intentó asestar un primer golpe, pero logré esquivarlo, aunque él esquivó mi martillazo, su segundo intento logró rozarme el brazo derecho, lo que me hizo gritar de dolor, aún me quedaban fuerzas para asestarle un golpe en la cabeza, ya que el orco había bajado la guardia creyendo que me había vencido, el martillo chocó contra su cráneo, esparciendo sus huesos por el suelo, miré a Masood y cual fue mi sorpresa al ver que también había matado a su orco, aunque habían aparecido dos más de no se donde, y uno de ellos estaba a punto de matarle, le golpeé con el martillo en la espalda, desequilibrándolo, pero el orco no cayó al suelo, se giró rápidamente y me golpeó con el canto de la espada, tirándome al suelo y dejándome sin respiración, estaba en el suelo, Masood mató al orco que me atacó cuando éste se giró, pero el otro aprovechó su distracción, le golpeó con el escudo en la cara y lo tiró al suelo, traté de levantarme pero estaba mareado, no podía moverme, el orco levantó su cimitarra, se disponía a rematarlo cuando, se volvió a escuchar un silbido, y el orco cayó al suelo.
La flecha estaba clavada entre los ojos del orco, mire hacia el lugar de donde había salido y fue cuando la ví por primera vez. Era una joven bastante alta, de ojos azules, con un cabello rubio, no estaba peinado, pero no se veía sucio, al contrario, su pelo al viento la hacía tremendamente hermosa, era la mujer más hermosa que jamás había visto, pensé que estaba soñando, que había muerto y estaba en otro mundo, pues no podía existir una mujer tan bella en toda la Tierra Media, ella se acercó a mi, tendió su hermosa y fina mano, pensé que no sería capaz de levantarme, pues, a pesar de que no era muy corpulento para ser un hombre, pues los había mucho más corpulentos, era delgada, y no aparentaba ser muy fuerte, pero me levantó con bastante facilidad. Masood se había levantado por su propio pie, cuando logré incorporarme, ella me dijo: -¿estás bien?-. Su voz era melódica, dulce, me quedé embobado mirando sus hermosos ojos azules, y volvió a repetirme: -¿Te encuentras bien?-.
Cuando desperté de su embrujo, dije tartamudeando: - Eh, sí, sí, creo que sí. Eh, me llamo Alariv, ¿cuál es tu nombre?-.
- Rilia-. Me dijo.
- Er... Eres... una... -
- Una elfa, si, soy una elfa sinda, ¿nunca habías visto un elfo?
- La verdad es que no, le verdad es que nunca he salido de mi pueblo.
- ¿Qué hacías por aquí?. Estos caminos son muy peligrosos.
- Buscábamos aventuras, ¿y tú? ¿Qué haces por aquí?
- Vivo aquí, desde que era niña, en una casa cerca de aquí, venid a mi casa, os curaré las heridas.
Nos desviamos del camino y andamos por el bosque, unos diez minutos, su casa era una pequeña choza de madera, con una chimenea, era una sola habitación bastante amplia, con una cama, una mesa y varias sillas, tenía una estantería en la pared, llena de tarritos de cristal y hierbas. Preparó una extraña pasta con unas hierbas y me la colocó en el brazo, Masood no tenía heridas de gravedad pero si un hambre feroz, lo que le hizo comer hasta hartarse. Estuvimos en casa de Rilia hasta después de comer, cuando decidimos partir, ella dijo:
- Iré con vosotros, no tengo nada que hacer aquí, sois los primeros "amigos" que tengo desde hace años.
A mi no me importaba en absoluto que viniera, es más, me gustaba la idea, Masood tampoco se disgusto, uno más para luchar, mejor, fueron sus palabras.
Masood era un tipo alto, de unos 180 centímetros, bastante ancho, podría pesar 100 kilos, de pelo castaño y largo, con barba, lo que le hacía aparentar más edad de la que realmente tenía, 23 años, era un luchador incansable, y le gustaba guerrear, aunque era bonachón y fácilmente hacía amigos.
Rilia cogió su arco, su carcaj y una capa de una tela que jamás había visto, si se ocultaba entre los árboles era prácticamente imposible verla, seguimos caminando por el bosque, hacia el sur, siguiendo un pequeño camino, a través de un bosque, había pisadas de caballos en el camino, eran recientes, seguimos avanzando y vimos un cuerpo tirado en el suelo, en medio del camino, llevaba una túnica negra, y, por los cortes en los troncos de los árboles, pudimos deducir que había sido atacado, por bandidos quizás, nos acercamos cautos, temerosos de que se tratase de una emboscada, algo que no sería muy difícil, pues éramos tres, y el lugar era idóneo, tal vez, esa había sido la suerte de ese pobre hombre.
- Está muerto.- dijo Masood.- muerto del todo.
Rilia asintió, bajó su cabeza en señal de respeto por aquel hombre, sus rasgos eran los de un oriental, un variag, según dijo Rilia, vestía una túnica negra, con un extraño sigo en el pecho, en su cara también tenía ese signo, tatuado en su mejilla derecha, era una luna menguante, de color negro, el pobre hombre había recibido una tremenda paliza, tenía un gran tajo en el vientre.
- Será mejor que lo enterremos- dijo Masood- aunque creo que deberíamos quedarnos con su espada, parece de buen metal, seguro que es mejor que esta maldita hoz.
- No creo que eso fuera lo más oportuno Masood -dije- pero es cierto que a nosotros nos hará más falta que a él.
- Dejaos de charla, vamos a enterrarlo- dijo Rilia con voz tajante.
Nos pusimos a cavar un hoyo, mientras, Rilia buscó un sitio para pasar la noche, pues era ya algo tarde, y seguro que oscurecía antes que enterráramos al muerto.
Al terminar el hoyo, me dirigí hacia sus pies, y Masood lo cogió por la cabeza, cuando lo levantamos, un medallón y un pequeño saco cayeron al suelo. Masood y yo nos miramos extrañados, si lo habían matado unos bandidos, ¿porqué no se habían llevado el medallón y el saquito?. Decidimos registrarlo, el saco tenía diez monedas de oro, de acuñación gondoriana, algo normal, pues nos encontrábamos cerca del río Anduin. El medallón era de oro, tenía la misma luna menguante de su tatuaje, pero era de una piedra negra, que no sabíamos de qué piedra se trataba, también tenía un pergamino, oculto en un falso bolsillo de su túnica, estaba lacrado, con esa misma luna menguante, en cera negra.
Nos dirigimos hacia el claro donde Rilia había hecho un fuego, a un lado del camino, lo suficientemente lejos como para que no nos viesen pero suficiente cerca para ver si alguien se acercaba por el camino. Nos sentamos junto a la pequeña hoguera.
Abrimos el sobre, Rilia, ayudada por la luz del fuego, fue la que leyó lo que ponía, porque ni Masood ni yo sabíamos de qua lengua se trataba:
Cuatro custodios guardan la llave de mithril que lleva al mayor tesoro de la Tierra Media.
Cada uno de ellos posee una llave menor que conducirá a la siguiente llave.
El primer custodio, el guardián del bosque, en el Bosque Negro poblado por elfos, allí la llave de madera, que llevará al siguiente templo, pero cuidado con el guardián.
El segundo custodio, el guardián del agua, en la bahía de Belfalas, allí la llave de plata, que llevará al siguiente templo, pero cuidado con el guardián.
El tercer custodio, el guardián del fuego, en las lejanas tierras de Harad, allí la llave de oro, que llevará al siguiente templo, pero cuidado con el guardián.
El cuarto y último custodio, el guardián del viento, en las montañas nubladas, allí la llave de hierro, que llevará al gran templo, donde se guarda el gran tesoro.
La orden de la Luna Negra ha custodiado desde siempre la luna negra, el primer paso para entrar en el primer templo. Desde mediados de la segunda edad la orden ha buscado la llave para encontrar tan ansiado tesoro y servir al Señor Oscuro, pero todos nuestros intentos han fracasado.
Cuenta la leyenda que sólo el elegido podrá superar la última prueba para alzarse con el tesoro.
Se llama a todos los hermanos, miembros de la orden, a ir a la próxima reunión en el Templo Supremo, casa del Sumo Pontífice, en el pueblo de Trân-Nârd.