La Historia de Gandalf
Pequeño pero bonito relato corto que narra la llegada de los Istari a la Tierra Media.
La luna se reflejaba hermosa y brillante sobre el ondear de las olas del mar, en la bahía de Belfalas. La suave luz bañaba de plata las costas y alejan las sombras de la noche, pero más allá, mar adentro, lejos de las miradas de los seres de la Tierra Media un pequeño velero cabalgaba sobre las olas, llevando todas las velas desplegadas, cual enormes alas de libertad.
Sobre la cubierta, oculto entre unas sombras, se encontraba un anciano, de grises cabellos ondeantes con brisa y la vista perdida en la inmensidad del mar, pero su ser desprendía un débil resplandor dorado.
Saliendo de sus pensamientos el anciano salió de la oscuridad y camino hacia la proa de la nave, quedando rodeado por la luz de la luna. Bajo los destellos del astro de la noche la figura cambio; ya no era el anciano que miraba perdido en el mar, ahora quienes lo hubiesen mirado habrían visto a un joven de cabellos dorados, ojos grises y elegantes alas blancas, era un Istari.
Levantó la vista hacia la gran luna y comenzó a hablar en lengua extraña; he aquí lo que pronunció:
"Lan ser Istari trionk ilsier fantir yeruain manvite welsari tangray, uth basuri
on wheylan uruay metar ser pandor"
Que traducido a la lengua del oeste seria:
"Yo, Istari inmortal, juro proteger la Tierra Media de los yugos de la oscuridad
por el poder que me ha sido concedido"
Tras esto, la luna quedo oculta bajo unas nubes durante unos momentos y cuando volvió a aparecer el joven había desaparecido, pero en su lugar se encontraba el anciano, vestido por entero de gris y apoyado sobre un cayado de madera; sin embargo, a su alrededor se encontraban esparcidas algunas pequeñas plumas blancas que eran arrastradas por la creciente brisa. Bajando la mirada el anciano echo a andar hacia las sombras, nuevamente, para tomar un puntiagudo sombrero gris que había quedado olvidado encima de unos baúles.
La empinada escalera que conducía a los camarotes solo estaba iluminada por la débil luz que ahora irradiaba el bastón, pero era suficiente. Bajo la cubierta, en una gran sala central se hallaban los demás viajeros, dormidos; había muchos elfos, pues muchos deseaban crear cosas hermosas en esta nueva tierra, también había humanos, que deseaban crear sus reinos de poder, pero entre ellos se encontraban algunos seres extraños, parecían humanos sin embargo su espíritu... el anciano era uno de ellos.
La sala se encontraba en una relajante penumbra salvo en un rincón donde un hombre de blancos ropajes estudiaba un libro bajo la luz de una esfera, que flotaba a su lado. El anciano gris se aproximó a él.
- Maestro, necesito consejo...- susurró con reverencia.
- Si, Olorin- dijo levantando la vista del libro.
- ¿Por qué hemos de ser nosotros los que se humillen, ante otras razas?
- Ay joven Gandalf, la sangre de la juventud arde en ti, - soltando un gran suspiro le miró a los ojos-. El mundo ha de aprender, y nosotros debemos enseñarle, y que mejor forma de aprender que de aquel que predica con su ejemplo; pero ya lo entenderás.
- Pero...- insistió el anciano gris indeciso.
- No digas más, lo comprenderás con el tiempo. Y ahora preparémonos para desembarcar.
- Si, maestro- respondió el mago con resignación.
Dando media vuelta el anciano gris se dispuso a subir de nuevo a cubierta pero una mano le agarro por el hombro deteniéndole.
- Todos nos precipitamos hacia nuestro destino pero podemos decidir que dirección tomamos para salir de la rueda de la vida, no lo olvides nunca.- Le susurró la voz de su maestro al oído. Luego lo soltó y lo dejo marchar; pero esas palabras irían grabadas a fuego en su corazón eternamente.
Sobre la cubierta, oculto entre unas sombras, se encontraba un anciano, de grises cabellos ondeantes con brisa y la vista perdida en la inmensidad del mar, pero su ser desprendía un débil resplandor dorado.
Saliendo de sus pensamientos el anciano salió de la oscuridad y camino hacia la proa de la nave, quedando rodeado por la luz de la luna. Bajo los destellos del astro de la noche la figura cambio; ya no era el anciano que miraba perdido en el mar, ahora quienes lo hubiesen mirado habrían visto a un joven de cabellos dorados, ojos grises y elegantes alas blancas, era un Istari.
Levantó la vista hacia la gran luna y comenzó a hablar en lengua extraña; he aquí lo que pronunció:
"Lan ser Istari trionk ilsier fantir yeruain manvite welsari tangray, uth basuri
on wheylan uruay metar ser pandor"
Que traducido a la lengua del oeste seria:
"Yo, Istari inmortal, juro proteger la Tierra Media de los yugos de la oscuridad
por el poder que me ha sido concedido"
Tras esto, la luna quedo oculta bajo unas nubes durante unos momentos y cuando volvió a aparecer el joven había desaparecido, pero en su lugar se encontraba el anciano, vestido por entero de gris y apoyado sobre un cayado de madera; sin embargo, a su alrededor se encontraban esparcidas algunas pequeñas plumas blancas que eran arrastradas por la creciente brisa. Bajando la mirada el anciano echo a andar hacia las sombras, nuevamente, para tomar un puntiagudo sombrero gris que había quedado olvidado encima de unos baúles.
La empinada escalera que conducía a los camarotes solo estaba iluminada por la débil luz que ahora irradiaba el bastón, pero era suficiente. Bajo la cubierta, en una gran sala central se hallaban los demás viajeros, dormidos; había muchos elfos, pues muchos deseaban crear cosas hermosas en esta nueva tierra, también había humanos, que deseaban crear sus reinos de poder, pero entre ellos se encontraban algunos seres extraños, parecían humanos sin embargo su espíritu... el anciano era uno de ellos.
La sala se encontraba en una relajante penumbra salvo en un rincón donde un hombre de blancos ropajes estudiaba un libro bajo la luz de una esfera, que flotaba a su lado. El anciano gris se aproximó a él.
- Maestro, necesito consejo...- susurró con reverencia.
- Si, Olorin- dijo levantando la vista del libro.
- ¿Por qué hemos de ser nosotros los que se humillen, ante otras razas?
- Ay joven Gandalf, la sangre de la juventud arde en ti, - soltando un gran suspiro le miró a los ojos-. El mundo ha de aprender, y nosotros debemos enseñarle, y que mejor forma de aprender que de aquel que predica con su ejemplo; pero ya lo entenderás.
- Pero...- insistió el anciano gris indeciso.
- No digas más, lo comprenderás con el tiempo. Y ahora preparémonos para desembarcar.
- Si, maestro- respondió el mago con resignación.
Dando media vuelta el anciano gris se dispuso a subir de nuevo a cubierta pero una mano le agarro por el hombro deteniéndole.
- Todos nos precipitamos hacia nuestro destino pero podemos decidir que dirección tomamos para salir de la rueda de la vida, no lo olvides nunca.- Le susurró la voz de su maestro al oído. Luego lo soltó y lo dejo marchar; pero esas palabras irían grabadas a fuego en su corazón eternamente.