Pensamientos en la Oscuridad
Un relato breve y sorprendente en el que nos meteremos en la piel de una araña nada común.
Todo ocurrió realmente rápido. Estaba desesperada, sus ojos buscaban rápidamente un lugar para resguardarse de quienes la perseguían, y de pronto vio la grieta. Estaba vacía y era al parecer cálida, por lo que intentó ocultarse en ella lo mejor posible. Ellos, encapuchados como verdugos venían a menos de cinco metros de distancia, y no le quedaba más escapatoria que ocultarse en algún lugar del acantilado. Ellos pensarían - Si estaban dotados de inteligencia - que ella habría preferido caer en el inmenso vacío antes que tener que enfrentarse a su realidad y a sus enemigos. Esperó en silencio a que los ruidos pasaran, a que ellos terminaran de especular con sus terribles voces y entonces intentó salir sin saber que afuera ellos la esperaban impacientes, tejiendo una emboscada para atraparla como una indefensa arañita. Pero entonces, se escuchó un sonido muy fuerte, tanto, que los encapuchados se llevaron las manos a la cabeza y se descubrieron el rostro... cabellos dorados como el sol y ojos profundos que se retorcían de dolor dejaban en evidencia su raza: Eran elfos. Entonces ella, en medio de la desesperación por el ruido, intentó correr hacia ellos, pero una gran roca tapó la salida de la grieta y muchas más fueron a dar al vacío entre gritos desgarradores y lágrimas. Luego siguió un profundo silencio, pensamientos fugaces y oscuridad.
No comprendía cómo había ocurrido todo. Habría sido mejor entregarse a una muerte segura en el acantilado o a la amenaza de sus verdugos. ¿Por qué la perseguían? Había decidido cambiar, ella no era como su madre. No. Ella era pacífica y le encantaba la luz, pero ahora... esa tremenda oscuridad la obligaba a no olvidar su pasado, tendría que aceptar su naturaleza y seguir viviendo como hasta ahora lo había hecho. Quizá si fuera como ellos, llamaría a la luna para que la llenara de luz, o invocaría a Elbereth o La dama Galadriel de la que tantas veces escuchó hablar por los extranjeros que intentaban escapar de su malvada madre... La recordó. Sí, era ella quien la despertaba por las noches y le servía la cena luego de soñar con la luz del mundo exterior, ella no era para nada malévola como la pintaban los cuentos que por alguna razón llegaban a sus ojos. Su madre... luchaba para ella, cazaba para ella y le contaba cuentos de la luz - malévola luz - que no la dejaba ver bien, ni cazar, ni luchar... Hasta ese día, en el que llegó un pequeño ser que le mostró que la luz era esplendorosa, pero con esa reluciente fuente de belleza dio fin a la inagotable lucha de su madre... Ella se quedó indefensa, adentro, y luego salió porque su querida progenitora, hilo de sus esperanzas, tardaba demasiado en volver de su rutina de caza diaria. En ese momento amó la luz del exterior, pero también la maldijo porque por ella descubrió que había quedado sola en el mundo: Quizá si se hubiera quedado adentro no la habría descubierto sin vida, expuesta a su mayor enemigo: El sol.
Pero ahora, en esta soledad no le quedaba otro remedio que iniciar otra vez la desdichada vida de su única familiar conocida, arrepentirse de haber querido iniciar una nueva vida en la superficie, encontrar pasadizos y hacer una magnífica cueva, y cazar y luchar, y de pronto vivir tal como lo hizo su madre: Ella-laraña.
Sus ojos se cerraron, y sus patas se acomodaron para hacerse a la idea de vivir como siempre lo había hecho, oculta a la luz, y decidió esperar a la muerte que algún día le habría de llegar.
No comprendía cómo había ocurrido todo. Habría sido mejor entregarse a una muerte segura en el acantilado o a la amenaza de sus verdugos. ¿Por qué la perseguían? Había decidido cambiar, ella no era como su madre. No. Ella era pacífica y le encantaba la luz, pero ahora... esa tremenda oscuridad la obligaba a no olvidar su pasado, tendría que aceptar su naturaleza y seguir viviendo como hasta ahora lo había hecho. Quizá si fuera como ellos, llamaría a la luna para que la llenara de luz, o invocaría a Elbereth o La dama Galadriel de la que tantas veces escuchó hablar por los extranjeros que intentaban escapar de su malvada madre... La recordó. Sí, era ella quien la despertaba por las noches y le servía la cena luego de soñar con la luz del mundo exterior, ella no era para nada malévola como la pintaban los cuentos que por alguna razón llegaban a sus ojos. Su madre... luchaba para ella, cazaba para ella y le contaba cuentos de la luz - malévola luz - que no la dejaba ver bien, ni cazar, ni luchar... Hasta ese día, en el que llegó un pequeño ser que le mostró que la luz era esplendorosa, pero con esa reluciente fuente de belleza dio fin a la inagotable lucha de su madre... Ella se quedó indefensa, adentro, y luego salió porque su querida progenitora, hilo de sus esperanzas, tardaba demasiado en volver de su rutina de caza diaria. En ese momento amó la luz del exterior, pero también la maldijo porque por ella descubrió que había quedado sola en el mundo: Quizá si se hubiera quedado adentro no la habría descubierto sin vida, expuesta a su mayor enemigo: El sol.
Pero ahora, en esta soledad no le quedaba otro remedio que iniciar otra vez la desdichada vida de su única familiar conocida, arrepentirse de haber querido iniciar una nueva vida en la superficie, encontrar pasadizos y hacer una magnífica cueva, y cazar y luchar, y de pronto vivir tal como lo hizo su madre: Ella-laraña.
Sus ojos se cerraron, y sus patas se acomodaron para hacerse a la idea de vivir como siempre lo había hecho, oculta a la luz, y decidió esperar a la muerte que algún día le habría de llegar.