La Caída de la Luz
Relato corto que trata de la transformación de un elfo capturado por Morgoth en un ser completamente distinto.
- ¿Dónde estoy? - Fue la primera pregunta que le vino a la cabeza, antes incluso de tener el valor y la entereza suficiente como para abrir los que se le antojaban pesados párpados.
Pese al lacerante dolor de cabeza, el entumecimiento de sus músculos y la rigidez provocada por una larga estancia en una forzada postura, consiguió a duras penas ponerse de rodillas, en lo que le pareció el vacío infinito. No era tal, ya que el lugar donde se encontraba sumido en pesadillas era una estancia de unos tres metros cuadrados, como pudo comprobar cuando su vista de elfo se empezó a acostumbrar a la antinatural oscuridad reinante. En la habitación sólo había un catre, una jofaina vacía y una puerta, sin ventanas que le ayudasen a orientarse.
Los recuerdos afloraron a su mente como un torrente. Había salido de Cuiviénen a cazar, como otros muchos días, pero las fuerzas que habían forjado el mundo se habían puesto en marcha e independientemente de lo que él pensaba hacer, lo habían señalado como el próximo objetivo. Después de dos horas siguiendo el rastro de un corzo, sintiéndose cansado, había decidido descansar en lo alto de una loma, donde la cúpula celeste se le ofrecía al completo, de manera que podía admirar la creación, ese mundo que lo sorprendía en cada inhalación, cada paso, cada vistazo que echaba a su alrededor.
Una ráfaga de viento trajo un largo lamento y una gran confusión se adueñó de la situación, de la espesura cercana comenzaron a escucharse gruñidos, alaridos y el sonido de un sinfín de pasos alrededor, que le hicieron ponerse en guardia. Con el arco dispuesto, vio como una sombra lo había rodeado y pese a su nebulosa forma y el desconcierto que le creaba lo desconocido, acertaba a distinguir seres independientes e inquietos, a la espera. Nunca en su corta existencia había contemplado este tipo de horror, notaba como lo miraban con una malévola inteligencia, conscientes de lo que iba a acontecer.
Las estrellas fueron las únicas testigos del insoportable dolor que se le infringió, de cómo lo dominaron, derribaron y una vez inconsciente, transportaron hasta la celda en la que se hallaba confinado.
El desdichado avari se recogió en un ovillo e intentó volver a dormirse con la esperanza de despertar de la pesadilla en su hogar, en las orillas de Cuiviénen, donde le aguardaba el regocijo y el placer de un nuevo día.
La puerta de la celda chirrió y se abrió, a lo que parecía una oscuridad todavía mayor, pero no, adivinó que no estaba solo, una presencia de increíble poder se situaba en el marco de la puerta. Una risa estridente, como nunca había escuchado, se adueñó de todos sus músculos, dejándolo rígido a merced de su carcelero. Fue transportado en la oscuridad a otra estancia, donde el dolor se adueñó de su alma, insoportable, soltó el alarido más desgarrado que Arda había conocido y cayó desmayado. La luz de su alma, la llama de su naturaleza fue atacada una y otra vez por increíbles oleadas de maldad y oscuridad. Perdió el sentido del tiempo, hasta que se encontró de nuevo en su celda, en silencio, donde la falta de luz y el silencio le proporcionaban cobijo. Pero no tendría el anhelado descanso, pues la estridente risa volvió a retumbar en sus oídos, a la vez que la puerta de la celda volvía a abrirse.
- ¿Dónde estoy? - No estaba en su celda ni en la sala donde el dolor era el anfitrión, no recordaba nada excepto un terrible dolor, una amargura que lo había acompañado en no se sabe cuantos días, meses, años.
Miró a su alrededor, Una llanura se observaba desde su alta posición, y abajo, en el valle, pudo observar pequeñas figuras de brillante luminosidad. Sus voces eran como canciones que nunca conoció o ya olvidadas, sus contornos le resultaban familiares pero no tenía el recuerdo de nada, a excepción de la paz y el descanso que la oscuridad de su celda le había brindado durante incontables años. Aquellas almas de la luz herían sus pupilas, lastimaban sus ojos de manera constante, no podía permitirlo, por primera vez odió la luz, una luz que había olvidado que existiese. Los gruñidos, las voces que escuchaba a su alrededor le confirmaron que el sentimiento de odio que lo embargaba era compartido. Una voz interior le confirmó, entre malévolas risas, que esa luz era la culpable de todos sus males
A la orden de ataque, se precipitó por las laderas de Menegroth, con la intención de aniquilar a los seres de la luz que ya odiaba con toda su corrupta alma. Durante horas se dedicó a combatir a estos seres, pero las luces cada vez eran mayores, y no veía a ninguna criatura con las que había acudido a la guerra, empujadas por el dueño de su alma, aquel que les había arrancado alaridos en lo que se le antojaba un tiempo infinito.
Una espada silbó a escasos centímetros de su oreja. Sintiendo como la carne de su vientre se abría y dejaba escapar la savia de la vida, se desplomó en medio de un grito desgarrado, que era el suyo. En el último instante, en medio de las pesadillas que lo habían atormentado durante incontables años, los recuerdos afloraron a su mente y recordó su nombre.
- ¿Dónde estoy? – se preguntó, antes de morir.
Pese al lacerante dolor de cabeza, el entumecimiento de sus músculos y la rigidez provocada por una larga estancia en una forzada postura, consiguió a duras penas ponerse de rodillas, en lo que le pareció el vacío infinito. No era tal, ya que el lugar donde se encontraba sumido en pesadillas era una estancia de unos tres metros cuadrados, como pudo comprobar cuando su vista de elfo se empezó a acostumbrar a la antinatural oscuridad reinante. En la habitación sólo había un catre, una jofaina vacía y una puerta, sin ventanas que le ayudasen a orientarse.
Los recuerdos afloraron a su mente como un torrente. Había salido de Cuiviénen a cazar, como otros muchos días, pero las fuerzas que habían forjado el mundo se habían puesto en marcha e independientemente de lo que él pensaba hacer, lo habían señalado como el próximo objetivo. Después de dos horas siguiendo el rastro de un corzo, sintiéndose cansado, había decidido descansar en lo alto de una loma, donde la cúpula celeste se le ofrecía al completo, de manera que podía admirar la creación, ese mundo que lo sorprendía en cada inhalación, cada paso, cada vistazo que echaba a su alrededor.
Una ráfaga de viento trajo un largo lamento y una gran confusión se adueñó de la situación, de la espesura cercana comenzaron a escucharse gruñidos, alaridos y el sonido de un sinfín de pasos alrededor, que le hicieron ponerse en guardia. Con el arco dispuesto, vio como una sombra lo había rodeado y pese a su nebulosa forma y el desconcierto que le creaba lo desconocido, acertaba a distinguir seres independientes e inquietos, a la espera. Nunca en su corta existencia había contemplado este tipo de horror, notaba como lo miraban con una malévola inteligencia, conscientes de lo que iba a acontecer.
Las estrellas fueron las únicas testigos del insoportable dolor que se le infringió, de cómo lo dominaron, derribaron y una vez inconsciente, transportaron hasta la celda en la que se hallaba confinado.
El desdichado avari se recogió en un ovillo e intentó volver a dormirse con la esperanza de despertar de la pesadilla en su hogar, en las orillas de Cuiviénen, donde le aguardaba el regocijo y el placer de un nuevo día.
La puerta de la celda chirrió y se abrió, a lo que parecía una oscuridad todavía mayor, pero no, adivinó que no estaba solo, una presencia de increíble poder se situaba en el marco de la puerta. Una risa estridente, como nunca había escuchado, se adueñó de todos sus músculos, dejándolo rígido a merced de su carcelero. Fue transportado en la oscuridad a otra estancia, donde el dolor se adueñó de su alma, insoportable, soltó el alarido más desgarrado que Arda había conocido y cayó desmayado. La luz de su alma, la llama de su naturaleza fue atacada una y otra vez por increíbles oleadas de maldad y oscuridad. Perdió el sentido del tiempo, hasta que se encontró de nuevo en su celda, en silencio, donde la falta de luz y el silencio le proporcionaban cobijo. Pero no tendría el anhelado descanso, pues la estridente risa volvió a retumbar en sus oídos, a la vez que la puerta de la celda volvía a abrirse.
- ¿Dónde estoy? - No estaba en su celda ni en la sala donde el dolor era el anfitrión, no recordaba nada excepto un terrible dolor, una amargura que lo había acompañado en no se sabe cuantos días, meses, años.
Miró a su alrededor, Una llanura se observaba desde su alta posición, y abajo, en el valle, pudo observar pequeñas figuras de brillante luminosidad. Sus voces eran como canciones que nunca conoció o ya olvidadas, sus contornos le resultaban familiares pero no tenía el recuerdo de nada, a excepción de la paz y el descanso que la oscuridad de su celda le había brindado durante incontables años. Aquellas almas de la luz herían sus pupilas, lastimaban sus ojos de manera constante, no podía permitirlo, por primera vez odió la luz, una luz que había olvidado que existiese. Los gruñidos, las voces que escuchaba a su alrededor le confirmaron que el sentimiento de odio que lo embargaba era compartido. Una voz interior le confirmó, entre malévolas risas, que esa luz era la culpable de todos sus males
A la orden de ataque, se precipitó por las laderas de Menegroth, con la intención de aniquilar a los seres de la luz que ya odiaba con toda su corrupta alma. Durante horas se dedicó a combatir a estos seres, pero las luces cada vez eran mayores, y no veía a ninguna criatura con las que había acudido a la guerra, empujadas por el dueño de su alma, aquel que les había arrancado alaridos en lo que se le antojaba un tiempo infinito.
Una espada silbó a escasos centímetros de su oreja. Sintiendo como la carne de su vientre se abría y dejaba escapar la savia de la vida, se desplomó en medio de un grito desgarrado, que era el suyo. En el último instante, en medio de las pesadillas que lo habían atormentado durante incontables años, los recuerdos afloraron a su mente y recordó su nombre.
- ¿Dónde estoy? – se preguntó, antes de morir.