La Despedida de Isilwen

Relato breve en el que la elfa Isilwen hace una reflexión sobre vida, poco antes de que ésta termine.
Aiya mellyn!

Quisiera contaros mi historia pues siento que así debo hacerlo; el impulso de la muerte me lo impone; no sé cuándo mi alma se desprenderá de mi cuerpo, no obstante dudo que quede mucho ya. Muero de pena, sí, y, aunque todavía es precipitado decir por qué, supongo que habréis intuido que no soy Mujer mortal sino Elfa.

Nací en Beleriand, en el Reino Escondido, Doriath la llamábamos, la Tierra del Cerco y en su ciudad principal, Menegroth aprendí a bailar, cantar y a componer hermosas formas sobre un telar.

Mucho habían danzado los ágiles pies de la Dama Lúthien, muchas de sus canciones guardaban las hayas de Neldoreth entre sus ramas cuando yo nací; y orgulloso se sintió mi padre de que pudiéramos servir al rey Thingol: él como herrero y yo como una de las doncellas de su hija.

Largos años de felicidad y tranquilidad colmaron nuestras vidas pese a la ausencia de mi madre. Tanto ella como mi padre vivían felices en Alqualondë mas la Matanza de los Hermanos por parte de los Noldor les obligaron a huir. Mi padre no era soldado, tan sólo fabricaba armas y en ocasiones, hermosas joyas; no sabía defenderse, por lo que huyó con mi madre, escondiéndose, en un primer momento, para luego migrar hacia Endórë. Quizá por esto, el rey se mostró tan protector desde un principio con nosotros.

La hermosa Eledhel
Me mira con una sonrisa,
Mueve los brazos al son
De una alegre canción
Y su cabello oscuro se mueve con la brisa;
Me roba el aliento,
El Ser
Y hasta la razón misma.

Nunca conocí a Eledhel.
Mi padre cantaba de vez en cuando este fragmento de una canción que él mismo compuso y en ella enumera todos los atributos físicos y emocionales de Eledhel. Eledhel no es otra que mi madre, desde luego. Mi padre siempre se mostraba reticente a hablarme de ella y cuando lo hacía, era en tercera persona:

Gilmoth la conoció una estrellada noche festiva y ella, alta y orgullosa, lucía en su cuello un precioso collar de oro regalo de su padre. Gilmoth había fabricado con sus manos aquel collar-decía con los ojos brillantes-, y desde entonces orgulloso se sintió de sus manos y su talento. Eledhel, estrella élfica...

Después se retiraba ocultándome el rostro. La echaba de menos y con los años, esa ausencia se tornó insoportable para él por lo que partió, no sin antes rogarme con vehemencia que le acompañase, hacia Eldamar. Convencido de que algún día cambiaría de opinión, partió sin más.

Mi madre entristeció de muerte poco después de darme a luz, y los culpables fueron la ausencia de mis abuelos, asesinados en Alqualondë. Yo no pude llenar ese vacío; se fue y finalmente me tocará compartir su destino. La lejanía, la separación de alguno de los míos ha sido como una maldición transformada en tristeza incurable.

No quise acompañar a mi padre.

La Dama Galadriel me tomó bajo su cuidado cuando Lúthien abandonó Doriath con Beren. No volví a verla más. Jamás compartí la sola idea de que atara su destino al de un Hombre, mas ahora entiendo que mi manera de pensar no importa en absoluto ni la mía ni a cualquiera de los reyes Elfos o Humanos que pisan aún la Tierra Media, y aquella unión ocurrió, sencillamente, por la Gracia de Ilúvatar. Ella renunció a su Inmortalidad; yo renuncié también a navegar hacia un isla que no conocía... Ai!, ojalá mis ojos hubieran contemplado antes los dominios de Ulmo! Desconocía todo del mundo exterior, aislados como estábamos y nunca imaginé que existieran lugares tan hermosos como Menegroth.

Acompañé a la Dama hasta las Bocas del Sirion, el gran río de Beleriand, a Celeborn, a Celebrían y a un grupo de sindar en busca de un nuevo hogar. Estuve en Lindon y en Eregion un tiempo. Atravesamos las Montañas Nubladas por el paso del Cuerno Rojo y Galadriel y Celeborn fundaron un reino a imagen y semejanza de Doriath, asentado en las márgenes del río Celebrant y al norte del bosque de Fangorn, donde conocí por vez primera a los Ents, mis amados Ents. Lothlórien fue llamada.

La Dama era poseedora de un gran poder y nos mantuvo a todos a salvo durante la Guerra contra Sauron.

Al final de la Tercera Edad la Dama cruzó el mar. Yo quedé en Lórien junto con un reducido grupo de Galadrim. Poco a poco fue quedando solitaria; todos han partido; no queda un solo barco en los Puertos Grises. Mi excesivo amor por estas tierras mortales ha impedido que emprenda mi viaje. Si bien al principio no me importó ahora añoro con desesperación regresar junto a mi padre y soy consciente de que únicamente existe un modo. Tampoco tendré que esforzarme para conseguirlo; esa hereditaria tristeza está mermando mis fuerzas, mis sentidos, mi voluntad. Muy pronto ni siquiera mi mano, antaño hábil con una aguja, querrá seguir escribiendo, simplemente cerraré los ojos y echada sobre mi lecho imaginaré que los Valar dotan a mi alma de alas y la vuelven tan rápida y ligera como un pájaro; imaginaré que me acerco a su isla, aun sin haberla pisado nunca, y pensaré con fuerza en mi padre, en todos los amigos que allá me esperan y rezaré para que Mandos me permita conservar en Eldamar mi cuerpo.

Ai, adar, aníron revio nan mbâr!1

Rezaré, sí; es todo lo que puedo hacer. Deseadme buen viaje; yo desde Lórien os deseo una vida larga y próspera. Tennoio!2

Isilwen hija de Gilmoth.



1: ¡Oh, padre, deseo volar hacia el hogar!
2: ¡Hasta siempre!