Una noche oscura
Relato breve en el que un hombre acabado se verá acosado por sus antiguas faltas.
A través de aquellas sucias, desiertas y sombrías callejuelas arrastraba yo mis viejos huesos aquella aciaga noche, con paso tambaleante y quebrantado. Me fallaba el aliento, mis torturados pulmones parecían a punto de exhalar su último suspiro. Sentía un enorme dolor de cabeza y un desesperado deseo de hallarme en casa, descansando tranquilamente sobre mi cama. Un profundo malestar y un terrible mareo se habían ido adueñando de mí poco a poco, pero implacablemente. Sentía mi nublada mirada vagar sin control y me parecía que el mundo se movía vertiginosamente a mi alrededor mientras yo era incapaz de dar un paso más adelante.
Apoye mi mano en una farola, estando en un tris de caer al suelo, que a mis ojos se movía, como ondulante. Ante mí, la angosta y repugnante callejuela se extendía todavía muy allá, sumida en una densa oscuridad. La tenue luz de las antiguas farolas no alcanzaba a iluminar bien la tenebrosa calle.
Esta no era la primera vez... quiero decir, la primera vez que me encontraba en una situación así; de hecho, últimamente se repetía cada vez más a menudo, desde que frecuentaba con mayor asiduidad la barra de Joe.
Inspiré profundamente y di un paso adelante, dejando atrás a mi amiga farola, que me había salvado hacía un momento de perder, quizá, parte de lo que quedaba de mis dientes contra el asfalto, el cual, en más de una noche, había probado con anterioridad.
Proseguí con mi tortuoso paseo nocturno, tal y como pude... A medida que me internaba en la desierta barriada, la oscuridad me iba rodeando. No podía evitar, a pesar de conocer, más o menos bien, aquel lugar, sentir cierto resquicio de temor al pasar por allí de noche, cuando todo estaba tan oscuro y apagado. Me detuve al sentir cierta oleada de frío, provocada por una fuerte corriente de aire que de repente se había levantado. Cerré mejor mi gabán con la mano, resguardándome del frío que súbitamente había calado en mí y me había llenado de escalofríos. Miré hacia arriba y vi el cielo nocturno encapotado. Una noche sin luna; una noche oscura. Y además, fría. Continué adelante... Y volví a sentir nuevamente aquella racha de aire helado. No pude reprimir nuevos escalofríos. Tal vez eran imaginaciones mías, pero me parecía sentir como si aquel viento me estuviese helando el corazón. Sí, es cierto, sentí una punzada de dolor en el pecho cuando una tercera oleada pasó por mi lado. Mi deseo de estar en casa, a salvo bajo las calientes sábanas de mi cama, se hizo más irrefrenable. Tras pensar en esto solté una carcajada. Casi me había parecido un deseo infantil, fruto de un... temor infantil. Aceleré el paso todo lo que pude, en mi estado.
Avanzaba torpemente calle a través, mientras mi malestar y mi mareo iban en aumento...
Elaine...
Me detuve nuevamente. ¿Podía ser? En ese momento no podría haberlo asegurado, pero ¿era posible que... el viento susurrase? Sí, el viento parecía susurrar cuando rozaba la hojarasca de los árboles caída sobre la tierra o cuando pasaba por entre las copas de los árboles, pero entonces lo hacía de otra forma diferente a como yo lo sentía en aquel momento, en mitad de aquella tétrica calle, que aquella noche me parecía absolutamente desconocida. Debían ser simples alucinaciones; después de todo, yo estaba borracho; podían ser simples imaginaciones, fruto de una turbulenta mente empañada de alcohol. Pero ¿y sí esos susurros eran reales? Parecían tan reales... ¿eran tan reales? En medio de aquel delirio que cada vez me tenía más confuso, mi corazón empezó latir cada vez más incontrolado, como un caballo desbocado. ¡El viento no puede hablar!
Elaine... -el viento volvió a susurrar.
Tuvo lugar un golpe estrepitoso a mi izquierda; me volví sobresaltado y vi una oscura sombra moverse atravesando la calle de una acera en dirección a la otra. Se detuvo y me miró, con un par de grandes y rasgados ojos verdes. Era un gato negro como la noche y me miraba, allí en medio de la calle. Tenía su verde mirada clavada en mis ojos. Me pareció que traspasaba el alma con la mirada. Empecé a sentir temblores y un sudor frío perlándome la frente, bañando todo mi cuerpo, en cuestión de segundos. ¿Era posible? ¿La mirada del gato era acusadora? ¡Sí, lo era! Eché a correr, enloquecido, sin rumbo ni dirección, como alma que lleva el diablo, dejando atrás a aquella tétrica criatura de la noche. ¡Y mi corazón parecía a punto de estallar!
Elaine... -el viento no cejaba, ahora era más poderoso y susurraba más fuerte, junto a mi oído. Sentía como la sombra me perseguía; una sombra acusadora.
En mi loca carrera tropecé con alguien, algún ocasional transeúnte ¿qué podía hacer alguien a aquellas horas de la madrugada en la calle? De hecho, la misma pregunta podía aplicármela a mí mismo. Ambos caímos al suelo; él se incorporó antes que yo y primero me miró con gesto asqueado, pero después su expresión cambió como si hubiese visto una aparición y echó a correr. Yo me levanté como pude, haciendo un tremendo esfuerzo y enseguida reemprendí mi propia carrera.
Elaine... -el frío me acosaba todavía.
Alcancé por fin el portal de mi casa. Por suerte estaba abierto. Tomé las escaleras a toda prisa... jamás debiera haberlo hecho. Apenas subí tres escalones, llegué al cuarto y tropecé. Lo que pudo haber tenido lugar hacía... ¿unos minutos? ¿o unas horas, tal vez? -había perdido ya la noción del tiempo- en la calle, junto a una farola, tuvo lugar entonces. El golpe fue terrible, sentí como mis propios dientes crujían al impactar contra el siguiente escalón, la sangre agolpándose en mi boca; no había atinado a amortiguar mi desafortunada caída con las manos. El dolor fue enorme, me recorrió todo el cuerpo como un latigazo y mis sentidos se embotaron, la vista la sentí impregnada de un intenso color rojo. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Pero no hubo tiempo para lamentaciones. El helado viento había llegado hasta el portal de mi casa. Intenté levantarme del suelo, pero todo quedó en un intento, no pude y supe que si lo lograba no me tendría en pie por más de dos segundos. Subí el trecho de escaleras que me separaba de mi piso a gatas y una vez llegué, desesperado busqué las llaves de la puerta, en alguna parte de los bolsillos de mi pantalón o de mi gabán. Las manos me temblaban, apenas las sentía como dos partes más de mi cuerpo, inundadas por una sensación hormigueante, que apenas respondían a los dictados de mi cerebro. Cuando conseguí encontrar las llaves esta saltaron de mis trémulas y torpes manos y cayeron escaleras abajo al siguiente rellano. Maldije, blasfemé como no lo había hecho nunca antes en mi vida. Sudoroso, sangrante y desquiciado me apresuré a recuperar mis llave, antes de que el eco de aquel susurro que me perseguía me alcanzase. Debí tardar unos minutos en abrir la puerta, pero esos instantes para mí fueron como interminables horas.
Entré en mi destartalada casa dando un sonoro porrazo a la puerta y desplomándome en el vestíbulo tras dar un par de pasos vacilantes. Cerré la puerta con el pie a toda prisa y me arrastré hasta el comedor de mi casa, en medio de la oscuridad reinante. Había olvidado encender las luces al entrar. Me detuve, traté de tranquilizarme. Ya estaba en casa, a salvo de fantasmas. Ahora me sentía incapaz de moverme. Estaba estirado boca abajo sobre el suelo; podía oler mi aliento al respirar contra el suelo y el olor me parecía repugnante... una mezcla de alcohol, sangre y... miedo incontenible.
Transcurrieron unos instantes. Todo parecía estar en calma. Súbitamente...
- Tam... Oí un golpecito tras la puerta. El pulso se me volvió a acelerar.
- Tam...
Otro golpecito. Y después otro.
Debe de ser el vecino, pensé, seguro que es él, ¡con todo el ruido que debo haber hecho al subir...!. Un prolongado intervalo de silencio y después otro golpecito.
En ese momento me sorprendí a mi mismo deseando fervientemente estar de nuevo en la taberna de Joe. Sí, la taberna de Joe, mi viejo amigo. Allí llevo yendo desde hace tres años. Tres años. Hace tres años murió Elaine. Hace tres años que voy allí, a la barra de Joe, a... ahogar mis penas en lo más profundo de una copa... tras otra, casi cada noche, cuando consigo desembarazarme un poco de la jaqueca de la noche anterior. Sí, a ahogar las penas y los recuerdos... igual que...
El golpeteo había cesado. Silencio. Por fin, de una vez absoluto silencio.
Silencio roto, ahora. Ahora oía un incesante goteo. ¿Goteo? Procedente del cuarto de baño. Volví la cabeza en dirección del pasillo. Los escalofríos regresaron. El goteo del agua, una gota cayendo tras otra,... un recuerdo agolpándose tras otro, y ahora una fantasía encadenada a otra. Angustia. Terror. No podía soportar más aquellos recuerdos. Era incapaz de afrontarlos. Bien que había sido capaz de hacer... Lo que había hecho había estado muy mal; era malo. Avancé con paso inseguro hacia la puerta del lavabo, en el pasillo. Apoyé la mano en el picaporte. Noté que me dolía y es que me di cuenta de que estaba aferrando el pomo de la puerta con fuerza, inconscientemente. El recalcitrante repicar del agua estaba más próximo, mucho más próximo. Abrí la puerta y entré. Estaba oscuro, pero a pesar de ello pude contemplar mi maltrecho aspecto en la penumbra reflejado en el espejo que tenía frente a mí, gracias al tenue haz de luz que entraba por el ventanuco... bajé la mirada hacia mi derecha, donde estaba la bañera y vi que estaba llena a rebosar, y que el grifo goteaba, medio abierto... y vi allí un reflejo no menos real que el que estaba frente a mí en el espejo. Elaine. Elaine.
- Elaine...
¡Quise gritar! ¡Quise hacerlo con todas mis fuerzas, porque sentía que un bramido
de espanto, de dolor, de furia brotaba desde lo más profundo de mis entrañas y se agolpaba en mi garganta! Pero esta estaba muda, era incapaz de pronunciar más que un ahogado jadeo. Retrocedí, sin poder apartar la mirada de aquella visión. Quería creer que no era real, que no era más que un delirio. Necesitaba huir de allí. Corrí hacia la puerta del vestíbulo, la abrí y antes de abrirla del todo resbalé y caí de rodillas. Mis ojos se clavaron el suelo, ante mí, más allá del umbral de la puerta. Había un charco de agua, grande y en él caían gotas. Levanté la mirada lentamente... y la vi. Ella. Estaba allí. Elaine. Su semblante está pálido, sumamente demacrado, tenía los ojos hinchados y la boca torcida en un espantoso rictus. Era cadavérico. Su cabello, largo y oscuro, estaba muy húmedo, goteaba sobre sus hombros y los empapaba con el agua que resbalaba lentamente por el resto de su cuerpo desnudo. Ella me miró, clavó su mirada muerta en mis ojos y movió sus labios. No dijo nada. Pero yo sabía perfectamente lo que había pronunciado en silencio. Mi nombre. Y una maldición. En ese preciso instante sentí mi corazón estallar y la oscuridad me invadió por todas partes.
Todavía permanezco aquí. En el suelo tumbado. Todo sigue oscuro, aunque los primeros rayos de luz del día entran por la ventana. Mientras, siento como el corazón se me va apagando. Y pienso que lo de anoche no pudo haber sido, mientras recuerdo. No puede haber sido, porque ella está muerta y los muertos no se levantan de sus tumbas. Sé que está muerta, bien muerta, porque yo mismo la ahogué, una noche sin luna, una noche oscura. Las pesadillas, pesadillas son. No son reales. Pero, ahora que siento que el aliento se me escapa puedo ver que mi corazón ya era una sepultura hace tiempo. Y en su lápida se lee un epitafio: tú me mataste. Silencio y oscuridad. La noche llega, es oscura. Es una noche sin luna.
Apoye mi mano en una farola, estando en un tris de caer al suelo, que a mis ojos se movía, como ondulante. Ante mí, la angosta y repugnante callejuela se extendía todavía muy allá, sumida en una densa oscuridad. La tenue luz de las antiguas farolas no alcanzaba a iluminar bien la tenebrosa calle.
Esta no era la primera vez... quiero decir, la primera vez que me encontraba en una situación así; de hecho, últimamente se repetía cada vez más a menudo, desde que frecuentaba con mayor asiduidad la barra de Joe.
Inspiré profundamente y di un paso adelante, dejando atrás a mi amiga farola, que me había salvado hacía un momento de perder, quizá, parte de lo que quedaba de mis dientes contra el asfalto, el cual, en más de una noche, había probado con anterioridad.
Proseguí con mi tortuoso paseo nocturno, tal y como pude... A medida que me internaba en la desierta barriada, la oscuridad me iba rodeando. No podía evitar, a pesar de conocer, más o menos bien, aquel lugar, sentir cierto resquicio de temor al pasar por allí de noche, cuando todo estaba tan oscuro y apagado. Me detuve al sentir cierta oleada de frío, provocada por una fuerte corriente de aire que de repente se había levantado. Cerré mejor mi gabán con la mano, resguardándome del frío que súbitamente había calado en mí y me había llenado de escalofríos. Miré hacia arriba y vi el cielo nocturno encapotado. Una noche sin luna; una noche oscura. Y además, fría. Continué adelante... Y volví a sentir nuevamente aquella racha de aire helado. No pude reprimir nuevos escalofríos. Tal vez eran imaginaciones mías, pero me parecía sentir como si aquel viento me estuviese helando el corazón. Sí, es cierto, sentí una punzada de dolor en el pecho cuando una tercera oleada pasó por mi lado. Mi deseo de estar en casa, a salvo bajo las calientes sábanas de mi cama, se hizo más irrefrenable. Tras pensar en esto solté una carcajada. Casi me había parecido un deseo infantil, fruto de un... temor infantil. Aceleré el paso todo lo que pude, en mi estado.
Avanzaba torpemente calle a través, mientras mi malestar y mi mareo iban en aumento...
Elaine...
Me detuve nuevamente. ¿Podía ser? En ese momento no podría haberlo asegurado, pero ¿era posible que... el viento susurrase? Sí, el viento parecía susurrar cuando rozaba la hojarasca de los árboles caída sobre la tierra o cuando pasaba por entre las copas de los árboles, pero entonces lo hacía de otra forma diferente a como yo lo sentía en aquel momento, en mitad de aquella tétrica calle, que aquella noche me parecía absolutamente desconocida. Debían ser simples alucinaciones; después de todo, yo estaba borracho; podían ser simples imaginaciones, fruto de una turbulenta mente empañada de alcohol. Pero ¿y sí esos susurros eran reales? Parecían tan reales... ¿eran tan reales? En medio de aquel delirio que cada vez me tenía más confuso, mi corazón empezó latir cada vez más incontrolado, como un caballo desbocado. ¡El viento no puede hablar!
Elaine... -el viento volvió a susurrar.
Tuvo lugar un golpe estrepitoso a mi izquierda; me volví sobresaltado y vi una oscura sombra moverse atravesando la calle de una acera en dirección a la otra. Se detuvo y me miró, con un par de grandes y rasgados ojos verdes. Era un gato negro como la noche y me miraba, allí en medio de la calle. Tenía su verde mirada clavada en mis ojos. Me pareció que traspasaba el alma con la mirada. Empecé a sentir temblores y un sudor frío perlándome la frente, bañando todo mi cuerpo, en cuestión de segundos. ¿Era posible? ¿La mirada del gato era acusadora? ¡Sí, lo era! Eché a correr, enloquecido, sin rumbo ni dirección, como alma que lleva el diablo, dejando atrás a aquella tétrica criatura de la noche. ¡Y mi corazón parecía a punto de estallar!
Elaine... -el viento no cejaba, ahora era más poderoso y susurraba más fuerte, junto a mi oído. Sentía como la sombra me perseguía; una sombra acusadora.
En mi loca carrera tropecé con alguien, algún ocasional transeúnte ¿qué podía hacer alguien a aquellas horas de la madrugada en la calle? De hecho, la misma pregunta podía aplicármela a mí mismo. Ambos caímos al suelo; él se incorporó antes que yo y primero me miró con gesto asqueado, pero después su expresión cambió como si hubiese visto una aparición y echó a correr. Yo me levanté como pude, haciendo un tremendo esfuerzo y enseguida reemprendí mi propia carrera.
Elaine... -el frío me acosaba todavía.
Alcancé por fin el portal de mi casa. Por suerte estaba abierto. Tomé las escaleras a toda prisa... jamás debiera haberlo hecho. Apenas subí tres escalones, llegué al cuarto y tropecé. Lo que pudo haber tenido lugar hacía... ¿unos minutos? ¿o unas horas, tal vez? -había perdido ya la noción del tiempo- en la calle, junto a una farola, tuvo lugar entonces. El golpe fue terrible, sentí como mis propios dientes crujían al impactar contra el siguiente escalón, la sangre agolpándose en mi boca; no había atinado a amortiguar mi desafortunada caída con las manos. El dolor fue enorme, me recorrió todo el cuerpo como un latigazo y mis sentidos se embotaron, la vista la sentí impregnada de un intenso color rojo. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Pero no hubo tiempo para lamentaciones. El helado viento había llegado hasta el portal de mi casa. Intenté levantarme del suelo, pero todo quedó en un intento, no pude y supe que si lo lograba no me tendría en pie por más de dos segundos. Subí el trecho de escaleras que me separaba de mi piso a gatas y una vez llegué, desesperado busqué las llaves de la puerta, en alguna parte de los bolsillos de mi pantalón o de mi gabán. Las manos me temblaban, apenas las sentía como dos partes más de mi cuerpo, inundadas por una sensación hormigueante, que apenas respondían a los dictados de mi cerebro. Cuando conseguí encontrar las llaves esta saltaron de mis trémulas y torpes manos y cayeron escaleras abajo al siguiente rellano. Maldije, blasfemé como no lo había hecho nunca antes en mi vida. Sudoroso, sangrante y desquiciado me apresuré a recuperar mis llave, antes de que el eco de aquel susurro que me perseguía me alcanzase. Debí tardar unos minutos en abrir la puerta, pero esos instantes para mí fueron como interminables horas.
Entré en mi destartalada casa dando un sonoro porrazo a la puerta y desplomándome en el vestíbulo tras dar un par de pasos vacilantes. Cerré la puerta con el pie a toda prisa y me arrastré hasta el comedor de mi casa, en medio de la oscuridad reinante. Había olvidado encender las luces al entrar. Me detuve, traté de tranquilizarme. Ya estaba en casa, a salvo de fantasmas. Ahora me sentía incapaz de moverme. Estaba estirado boca abajo sobre el suelo; podía oler mi aliento al respirar contra el suelo y el olor me parecía repugnante... una mezcla de alcohol, sangre y... miedo incontenible.
Transcurrieron unos instantes. Todo parecía estar en calma. Súbitamente...
- Tam... Oí un golpecito tras la puerta. El pulso se me volvió a acelerar.
- Tam...
Otro golpecito. Y después otro.
Debe de ser el vecino, pensé, seguro que es él, ¡con todo el ruido que debo haber hecho al subir...!. Un prolongado intervalo de silencio y después otro golpecito.
En ese momento me sorprendí a mi mismo deseando fervientemente estar de nuevo en la taberna de Joe. Sí, la taberna de Joe, mi viejo amigo. Allí llevo yendo desde hace tres años. Tres años. Hace tres años murió Elaine. Hace tres años que voy allí, a la barra de Joe, a... ahogar mis penas en lo más profundo de una copa... tras otra, casi cada noche, cuando consigo desembarazarme un poco de la jaqueca de la noche anterior. Sí, a ahogar las penas y los recuerdos... igual que...
El golpeteo había cesado. Silencio. Por fin, de una vez absoluto silencio.
Silencio roto, ahora. Ahora oía un incesante goteo. ¿Goteo? Procedente del cuarto de baño. Volví la cabeza en dirección del pasillo. Los escalofríos regresaron. El goteo del agua, una gota cayendo tras otra,... un recuerdo agolpándose tras otro, y ahora una fantasía encadenada a otra. Angustia. Terror. No podía soportar más aquellos recuerdos. Era incapaz de afrontarlos. Bien que había sido capaz de hacer... Lo que había hecho había estado muy mal; era malo. Avancé con paso inseguro hacia la puerta del lavabo, en el pasillo. Apoyé la mano en el picaporte. Noté que me dolía y es que me di cuenta de que estaba aferrando el pomo de la puerta con fuerza, inconscientemente. El recalcitrante repicar del agua estaba más próximo, mucho más próximo. Abrí la puerta y entré. Estaba oscuro, pero a pesar de ello pude contemplar mi maltrecho aspecto en la penumbra reflejado en el espejo que tenía frente a mí, gracias al tenue haz de luz que entraba por el ventanuco... bajé la mirada hacia mi derecha, donde estaba la bañera y vi que estaba llena a rebosar, y que el grifo goteaba, medio abierto... y vi allí un reflejo no menos real que el que estaba frente a mí en el espejo. Elaine. Elaine.
- Elaine...
¡Quise gritar! ¡Quise hacerlo con todas mis fuerzas, porque sentía que un bramido
de espanto, de dolor, de furia brotaba desde lo más profundo de mis entrañas y se agolpaba en mi garganta! Pero esta estaba muda, era incapaz de pronunciar más que un ahogado jadeo. Retrocedí, sin poder apartar la mirada de aquella visión. Quería creer que no era real, que no era más que un delirio. Necesitaba huir de allí. Corrí hacia la puerta del vestíbulo, la abrí y antes de abrirla del todo resbalé y caí de rodillas. Mis ojos se clavaron el suelo, ante mí, más allá del umbral de la puerta. Había un charco de agua, grande y en él caían gotas. Levanté la mirada lentamente... y la vi. Ella. Estaba allí. Elaine. Su semblante está pálido, sumamente demacrado, tenía los ojos hinchados y la boca torcida en un espantoso rictus. Era cadavérico. Su cabello, largo y oscuro, estaba muy húmedo, goteaba sobre sus hombros y los empapaba con el agua que resbalaba lentamente por el resto de su cuerpo desnudo. Ella me miró, clavó su mirada muerta en mis ojos y movió sus labios. No dijo nada. Pero yo sabía perfectamente lo que había pronunciado en silencio. Mi nombre. Y una maldición. En ese preciso instante sentí mi corazón estallar y la oscuridad me invadió por todas partes.
Todavía permanezco aquí. En el suelo tumbado. Todo sigue oscuro, aunque los primeros rayos de luz del día entran por la ventana. Mientras, siento como el corazón se me va apagando. Y pienso que lo de anoche no pudo haber sido, mientras recuerdo. No puede haber sido, porque ella está muerta y los muertos no se levantan de sus tumbas. Sé que está muerta, bien muerta, porque yo mismo la ahogué, una noche sin luna, una noche oscura. Las pesadillas, pesadillas son. No son reales. Pero, ahora que siento que el aliento se me escapa puedo ver que mi corazón ya era una sepultura hace tiempo. Y en su lápida se lee un epitafio: tú me mataste. Silencio y oscuridad. La noche llega, es oscura. Es una noche sin luna.