Otoño
Relato de conseguido ambiente oscuro en el que un ser inmortal muy especial lucha por sus nuevas convicciones recien adquiridas en un sencillo pueblo.
Era ciertamente inquietante. Tenía esa extraña mirada de quien ha visto tantas cosas, y de tanta variedad, que ya nada podría sorprenderle. Siempre iba provisto de ese insalubre bronce verdoso de puro óxido con mango forrado en cuero carcomido, y de esos cristales curvados que, si mirabas tras ellos, eras capaz de girar sobre tu propia cabeza por extraño que pueda parecer.
Aquel bronce era tan inquietante como él. Su guarda se cerraba sobre el puño en una especie de gola metálica, y su hoja, larga como algo menos de media vara, parecía de lejos una fina hoja de palma de acero envenenado. Era la clásica espada que esperarías encontrarte clavada en una roca, con una extraña inscripción sobre el rey de alguna isla.
Seguramente así había sido.
Ése extraño gitano de cenicienta melena y de ojos igual de grises...su compañía era grata...pero endemoniadamente inquietante. Al hablar con él, parecía tener la sabiduría de alguien de cientos de años. Su charla no era anodina, ni resultaba recargada ni pedante, ni imponía sus criterios. Pero era capaz de llevarte suavemente a su postura, con un diálogo razonable, como un tranquilo paseo en barca por el río.Daba una extraña sensación de seguridad...de seguridad inquietante. Como si llevase en el mundo tanto tiempo como el roble retorcido de la plaza. Como si hubiese nacido el mismo día que se plantó ese enorme mastodonte de madera.
Seguramente así había sido.
Nadie sabía dónde dormía ni donde comía. De hecho se preguntaban a menudo si necesitaba dormir o comer. Llegó un momento en que cuando le miraban creían estar mirando a un dios, un extraño dios menor que vivía allí para experimentar la vida sencilla. Así era Udolfo, cuanto más creías conocerle, más querías conocerle, y menos humano te parecía. No sabían si levantaba la voz al enfadarse ,o si sorbía la sopa caliente, ni si sus ropas ,siempre grises o negras, se podían manchar con barro o con grasa. Sí, Udolfo era inquietante. Pero pobres, sin él estaban perdidos.

Udolfo paseaba siempre con esa mirada distante, con sus cristales ampliadores en su bolsa y su espada al cinto. Observaba a los habitantes de San Cristiano con un interés y un respeto puntillosos. En gran medida envidiaba la sencillez de sus vidas. Sus vidas, que antaño creía tan triviales , eran el motivo de su existencia. Udolfo así lo pensaba , mientras sus pelos grises se internaban en sus labios, asustados del viento, allí arriba, desde la peña desde la que se divisaba todo el valle,donde el bosque se vuelve piedra. Aquella roca desnuda en medio de una loma frondosa era su sitio particular.
Aquella roca era él mismo.
Siempre reía por dentro cuando , expectantes ante su llegada ,los habitantes de San Cristiano se apoyaban en sus rústicos balcones, o se escondían tras las columnas de los soportales de la plaza, o se alejaban del viejo roble en el que estaban apoyados. De alguna forma, se había creado en la villa una mística relación entre Udolfo y ese roble centenario y retorcido.
Le miraban y se sonrojaban, y los más atrevidos cuchicheaban. Udolfo sonreía , observaba y aprendía. Puede que su actitud distante cimentara la creencia de que no era un ser del mundo de los hombres. Puede que el que sólo hablase con el arcipreste ,y sólo de los temas convenidos aunque con sencillez y elegancia, alimentara esa idea.
Udolfo no sabía si era humano o que era. Miraba a sus piernas y sus brazos tostados, acariciaba su cabello plateado y se lo apartaba de las almendradas lagunas grises que eran sus ojos. Se palpaba la frente y esos dos bultitos tan extraños uno en cada sien. Se sentaba en su roca y meditaba, mientras sus pies colgaban sobre el abismo que llevaba por medio de una pendiente al viejo y retorcido caballero de madera de la plaza. Lo hacía muy a menudo. Levantaba la punta de sus botas y jugaba a patear las chatas chimeneas sobre los techos de pizarra. Mientras, pensaba sobre cosas trascendentales de la existencia .O sobre su trabajo.
Hubo veces que llegó a preocuparse por la influencia que la sencilla comunidad estaba ejerciendo sobre él. A veces, cuando la joven Ceres iba al pozo , se sorprendía observándola desde su roble. Se descubría mirando cómo su castaño cabello trenzado le caía sobre el hombro izquierdo cuando se agachaba, y como la sombra de la trenza dibujaba elegantes curvas sobre sus labios carnosos y sus carrillos juveniles. Entonces se preguntaba "qué estoy haciendo", fijaba su mirada en el horizonte ,como si lo hubiese hecho desde un principio,y meditaba sobre su labor en San Cristiano. Con el rabillo del ojo observaba a Ceres marcharse mientras fingía pensar en otras cosas. Sus sensibles ojos grises observaban los pelillos que se erizaban en la nuca de la joven Ceres .Y sonreía por dentro.
La relación entre Udolfo y San Cristiano era de puro respeto. Udolfo había ido allí un año atrás. Recordaba su llegada como algo extrañamente triste. La plaza había sido engalanada con guirnaldas de flores . Candeleros amarilleaban la plaza aquella noche,algunos colgados del viejo roble, otros alzados sobre largas varas , otros en los balcones...Las guirnaldas emergían desde el roble hacia diversos puntos de la plaza.
Pero entre las sencillas guirnaldas y las preciosas candelas, las mujeres, lloraban entre sonrisas forzadas, incrementando su amargura ante la penosa pantomima , y los hombres, que tambien lloraban , agachaban sus cabezas y miraban de reojo, se atenazaban los ojos vidriosos con sus anchas manos. Anchas manos de labrador , y no de guerrero.Udolfo se sorpendió al ver esto.
Ahora, Udolfo pensaba que no había oficio más noble que el de labriego, y que no había posición más importante que la de padre.
Aquella villa de vida aldeana le había cambiado. Quizá por la sencilla belleza de la vida que se hacía allí -belleza de la que era fruto la belleza misma de la joven Ceres-. Quizás,y esto le gustaba creer a Udolfo, por los horrores que habitaban en sus bosques y que le habían hecho viajar hasta allí,aunque hubiese visto cosas mucho peores. No lo sabía a ciencia cierta. Pero sí sabía que su corazón , antaño de ébano, palpitaba más todavía en su pecho tostado. Sabía que nunca en su larga vida había experimentado la sensación del viento en la cara, de su cabello plateado en cambiantes ondas, y si lo había hecho nunca había sonreído mientras experimentaba esa sensación.. Y sabía que , en aquel momento, no recordaba mujer más bella que la joven Ceres, ni concebía bosque más hermoso que el cabello trenzado de la muchacha, ni almohadón más deseado que su pecho, ni pendiente más deliciosa que su nuca erizada.

La tarde se convertía en noche cuando Udolfo descubrió aquel árbol en medio del bosque. Los rayos anaranjados se filtraban entre las hojas y creaban un extraño efecto de ensoñación.Los troncos, altos y rectos troncos de pino añejo, amparaban en un extraño círculo vegetal a ese gigantesco árbol retorcido, que de ser más pequeño , bien podría ser tomado por olivo, o por vid enorme.Una niebla primitiva empezó a aparecer entre la húmeda vegetación del suelo. Las aves terminaban su vuelo en el silvano atardecer.
Udolfo se sentó en el suelo brumoso. Manoseando distraídamente la empuñadura de su bronce ancestral, observó el árbol con detenimiento. Observó las raíces ,que se agarraban a la tierra , feroces raíces como garras salvajes que aferraban el suelo como la mano de un moribundo lo haría con su sábana húmeda. El suelo se retorcía sobre esas raíces : un torrente de tierra sobre una monstruosa columna vegetal, arrugándose ante la terrible presa de la mano frenética. Entre las raíces, pequeñas plantas de un verde azulado se aventuraban hacia el sol sobre sus tallos finos. El tronco cobrizo, arrugado y poderoso, se retorcía sobre sí mismo . Parecía un anciano robusto desperezándose. Sobre sus ramas, un enjambre de hojas se reían del viento con extrañas palmadas. Hojas azuladas ante la tenue luz lunar que se filtraba ahora entre las copas de los pinos, que despedían al día con sus extrañas inclinaciones y vaivenes.
La niebla fue espesándose en su gris esponjosidad. Fluía entre las monstruosas raíces del árbol, extraño tótem natural de una era ya conclusa.Udolfo se levantó humedecido. Se acercó a la arrugada corteza y la acarició mecánicamente, con el brazo estirado. Notó, aún a través del guante, la malformada rugosidad de la cobriza piel de madera. Con una mirada inquisitiva empezó a girar sobre el tronco rojo observando al detalle cada nudo desigual ,cada torcedura a destiempo, cada franja caprichosa.
Udolfo aproximó sus cristales de aumento a un remoto lugar entre las raíces.La luz de la luna le permitió ver unas rugosidades que parecían haber sido talladas con cuidado , y que sin duda tenían algún significado oculto. Las runas parecían etéreas ante la abundancia de niebla. El bosque se veía claro, a pesar de la oscuridad nocturna, y la luna, testigo inerte, iluminó las copas de los árboles que filtraron entre sus hojas los melancólicos rayos blancos.
Udolfo se dirigió a su lago,pensativo.Entre la espesura lo halló lívido como de costumbre. Acomodado en la orilla, arropado por el viento, durmió inquieto, observando el espejo líquido que bailaba al son de la luna.

Udolfo solía despertar con el sol húmedo, cuando el día apenas sí había cerrado la puerta. Despegaba su cara adormilada de la tierra mullida del lago o de la fría peña rocosa y miraba alrededor. El extraño matrimonio entre el día y los pájaros paseaba entre los árboles ,a veces descoloridos por la bruma, a veces humeantes por el sol. Y los dioses, los dioses que parieron a Udolfo entre dolores y risas, sonreían al verle caminar. Le miraban ,rocosos ,líquidos guerreros desnudos. Le miraban con dolor,como al hijo que se marcha. Y el les miraba a ellos en la mañana, miraba a las montañas y al lago, al sol y al cielo. Les miraba como el hijo resentido que jamás volverá. Entonces, Udolfo, mientras se frotaba los brazos delgados y tostados, caminaba hacia el pueblo.


La mañana tras el descubrimiento, Udolfo se adentró en el bosque.Cada vez le parecía más aberrante aquel bosque maldito.Crecía por las noches y vomitaba hojas asesinas que hacían que los niños llorasen desde el olvido. Era un bosque que gritaba por las noches. Los aullidos de los árboles, lastimeros y sollozantes se oían por debajo de la brisa, como susurrados por la luna vigilante. Y era en las noches sin luna que los árboles callaban y la oscuridad crecía y salía de debajo de las rocas regodeándose en silencio. De entre las raíces, fluyendo por el suelo irregular, como un río impío, para colarse entre los sencillos sillares y las rústicas contraventanas.Los oscuros hilos de hojas tapaban las narices y bocas de los niños que despertaban desnudos en el temido bosque. Luego, los gritos.Después, el olvido para quien no tiene memoria.
A la luz del día sintió que acababa de redescubrir al extraño árbol. Lo miró pasmado, entre el verdor extraño que lo rodeaba. La negra corteza seguía tejiendo las mismas figuras extrañamente rotundas, aunque obviamente anormales. Pero era negra. Parecía carbonizada. Y sin embargo las hojas seguían riéndose a carcajadas del viento matutino.
De detrás del tronco negro y retorcido se dispararon dos perros bestiales, dos lobos de furia crispada y de pelo cano, que gruñían al sol y que dirigían sus ojos verdes hacia el cielo. Udolfo , espada en mano, se quedó inmovil, en una postura encorvada, totalmente paralizado. Los lobos le miraron , despidiendo vapor por sus hocicos atribulados, alzando el lomo, enseñando los dientes. Pero lo que realmente inquietaba a Udolfo fue que el árbol le mirase. Y más de esa forma tan prepotente. Aunque no tuviesen ojos, Udolfo sabía perfectamente cuando un árbol le estaba mirando.¿Pero por quién le tomaban?
Udolfo gritó:

---¡¡¿Qué quieres, demonio?!! ¡¡¿Qué quieres del pueblo?!!---
Los lobos brutales se alternaban de roca en roca, y Udolfo, nervioso, les seguía con la mirada.

---¡¡Responde!!---apremió.

--- ¿Eres tu el regalo? ¿Eres tu el gitano místico? ¿El prelado de los montes y los ríos?--- Udolfo calló al oír la antigua lengua.

---¡¡No hablaré más en esa lengua traidora!!---dijo tras largos minutos en los que el habla fue sustituido por los gruñidos de los lobos espectrales

---Tu eres el que traiciono a la antigua lengua.Eres tu el que no admite su regalo. Nadie mas que tu ha rechazado el poder, nadie mas que tu ha rehuido su destino--- La voz siguió con su idioma primigenio.Esa extraña voz sonaba como la voz de un árbol inmortal, como la sola idea de esa voz podría sugerir,

---No rechazo vuestros dones, demonio.¡¡Os rechazo a vosotros!! ¡¡A todos!! ¡¡Porque tenéis elección y mandáis lobos!! ¡¡Porque los niños mueren y las madres lloran , y los padres sufren al mirar sus manos desnudas!! ¡¡Vuestro capricho sólo produce dolor!!

---Así hablan los blasfemos. Esa es la jerga de los ignorantes filósofos, de los egoístas que no comprenden su principio , que no comprenden su fin. Nosotros somos la sangre del mundo, nosotros ,la savia del gran árbol de la vida. Y tu has sido el regalo que le hacemos a los hombres.Nada tienes que reprocharnos,ya que de ser como sugieres ni siquiera existirías.

---Yo no soy ningún regalo. Soy un lebrel,soy el que cuida a las gallinas. Ya no más, ¿me oyes ,demonio? ¡¡Ya no más!!

---Si sabes lo que eres, si comprendes la sangre que fluye en tus venas,no es posible que hables de Lebreles... ¡El Prelado! ¡¡Tu propia vida depende de la sangre de todos esos niños!!...si nosotros no existiésemos...tu vida tendría el mismo sentido que la de un hombre cualquiera. Morir... he ahí la villanía. ¿Para qué vivir esperando la vida eterna, si TÚ MISMO eres la vida eterna? Enfrentándonos te enfrentas a ti mismo.

---Yo formo parte de vosotros ¿crees que no lo sé?¿Crees que no me carcome el hecho de no poder acariciar un rostro hermoso? ¿De no poder hablar con el posadero? ¿De no...

---¡Basta! No está en tus manos ,insensato.¿Quieres ser humano?Valiente cobardía.Huye ,si quieres, huye.Vete con ellos, que no tienen responsabilidad alguna, que pasean y cantan, y ríen y odian, y aman y lloran.

---
Y vosotros... habéis acatado prontamente vuestras responsabilidades ¿no es así?
Al menos te responsabilizas de todo el sufrimiento que...


---
Osado ignorante. ¡No tienes elección! Mientras nosotros vivamos ¡tu también lo harás!Nuestra existencia no depende en modo alguno de la tuya, pero tu vida depende de la nuestra.
Sabe, iluso insensato, que para ser humano y amar a esa estúpida campesina has de acabar con nosotros.Nosotros, la sangre que se arrincona en las venas de la Tierra, nosotros los eternos hacedores guerreros. Nosotros seremos tus enemigos, además de las criaturas dañinas de la noche. Dime ,Prelado, ¿como acatarás tan titánica misión? ¿Cómo acabarás con nosotros?


---Odiandoos. Amando lo que creasteis.¿Cómo acabaréis vosotros conmigo? ¿Con Lobos?...permíteme que lo dude.
Dicho esto, Udolfo se lanzó a por el primero de los bestiales lobos. La mirada lenta y minuciosa de los árboles tapizó de hojas el improvisado círculo, mientras Udolfo hundía su espada verdosa en el lomo del animal.Empezó a gemir,bestialmente peludo, entre ríos de sangre que manaba de sus lomos.El otro lobo arrancó de su garganta un canino grito de guerra, y desapareció tras el tronco negro. La mirada del tronco continuó lánguida, impertérrita. Udolfo devolvió la mirada.
Si alguno de los habitantes de San Cristiano hubiese estado allí, abría caído al suelo, inconsciente por el miedo. Udolfo miró, como sólo los que han estado en los brazos de la muerte pueden mirar. Sus ojos se convirtieron en el canal por el que los gritos de su alma estallaron contra la madera divina. La madera se vio de repente sin vida.

---¡Ya no hay dioses!¡Los dioses han muerto! ¡Todos! ¡A nadie podéis mirar ya como si fuera vuestra obra! ¡Sólo el hombre es responsable de sí mismo, y vosotros lo sabéis! ¡Y lo teméis, malditos seáis! ¿¡Me oyes ,Bosque!? ¡Escuchad, Montaña, Río! ¡Yo nací entre vosotros, pero entre hombres me esfumaré,igual que ellos mismos!Aquí dejo a este vuestro lebrel. Hoy habéis perdido a dos de vuestros perros guardianes.

Los ecos de la voz de Udolfo llegaron a la plaza. La gente miró hacia la peña de roca. Miró al roble del centro de la plaza.Algunos tuvieron la extraña sensación de que el roble centenario asentía a cada palabra de Udolfo. Y, pese a que no se distinguió ningún movimiento, así fue en verdad. De repente oyeron gritos de casa del arcipreste.El reloj cantó. Las doce en punto.

Ceres entró en el bosque. Recordaba cuando de pequeña jugaba a cazar ardillas por los árboles, y llegaba al robledal de arriba, donde merendaba frambuesas y fresas. Ahora todo era diferente. Lloraba lacónica y orgullosa, mientras se adentraba en el bosque. Aquel era uno de esos días sin luna. Eran las tres de la tarde,pero para ella era de noche. Ceres quería morir mirando al cielo desnudo, agarrada a uno de sus robles, con el olor de las frambuesas estallando con su sangre en su nariz.

Al llegar al pueblo, Udolfo encontró una plaza vacía, y un roble extrañamente gris. Su brazo de madera estaba tocado con una soga fuerte acabada en un amplio anillo.Udolfo la observó. Bailaba lánguidamente con la brisa.
El centenario roble de la plaza comenzó a susurrar en su lengua arbórea, que Udolfo comprendía muy bien.

---Mira, hermano carne. Mira la pulsera que me han puesto. Hace años que no me la ponían.Y yo estaba contento por ello. Me gustaba sentirles pasear atareados, alegres, despreocupados, abochornados...

---¿Por qué hablas en pasado? ¿Es que ha sucedido algo en el pueblo?Respondeme, por favor, hermano madera.

---¿No te extraña , mi pequeño hermano carne, lo vacío que está el pueblo? ¿O es que no te has acostumbrado a tu rural e improvisado cortejo? Sí ,hermano carne,vuelve la tragedia a esta plaza. Ya me parecía a mí que este cambio no era corriente.

---¿Pero que ha pasado?

---Sí, de nuevo el fatídico fruto de los hombres colgará de mi rama, de mi añejo y sobrio brazo de madera. ¿Quieres saber, pequeño hermano carne? Pues sea.

Instantáneamente, Udolfo supo.Apretando los dientes se giró dispuesto a adentrarse en el bosque. Pero pasos tras él le hicieron girar.

---¡Tú , cerdo!--Espetó mientras giraba--- Representas a estas gentes. Existes por ellos. ¿Qué es lo que has hecho?---El fofo arcipreste se sorprendió ante estas palabras. A su lado , un hombre mojaba con sus ojos la capucha de tela gris.

---Oh! Mi buen señor. No sienta pena por este insolente.Fíjese, tan conocedores son de su destino que su hija se ha ajusticiado sin que nadie le ayude. Se ha internado en el bosque. ¿Prodigioso , verdad?

---Lo sé.Cuéntame que ha pasado.

---Pues verá...

---Calla. Malnacido. Calla tus graznidos de cerdo cebado.---El arcipreste se horrorizó ante la mirada inexpresiva de Udolfo--- Habla.---Udolfo desencapuchó al hombre sollozante.
Los ojos enrojecidos del padre de Ceres caían sobre los pómulos hinchados por la paliza. Sabía que iba a morir.Pero poco le importaba.

---Mi hija... Se metió en el bosque...va a morir...sufrirá en el olvido....

---¡¡Calla!!¡¡Estúpido haragán!!Insolente...---Udolfo calló al arcipreste hinchándole los labios con sus fieles nudillos. En el suelo , el arcipreste fundió el desconcierto con el temor.

---Sabe---le dijo Udolfo---que poco tiempo te queda entre nosotros.Así que mejor será que abraces a la muerte con la boca sellada. Por favor Godofredo ---así se llamaba el padre de Ceres--- corrobora lo que creo saber.

---El señor arcipreste intentaba cosas con mi niña. Le lamía la cara y toqueteaba su cuerpo.Creo ahora que no debí hacer nada...¿pero qué clase de padre sería si eso hubiera hecho?¿Qué clase de hombre sería? Mi señor.. lo siento...pero lo volvería a hacer.¡Que la luz se apiade de mí, porque lo volvería a hacer!---Godofredo lloraba y miraba al suelo, temeroso de la cólera de Udolfo.

---Godofredo, eres ahora el mejor entre los hombres.

---No entiendo señor---el arcipreste, desesperado por arreglar en lo posible su relación con Udolfo, gorgoteó entre la sangre de sus dientes ---¿Es que es mandato de los dioses esta extraña situación?Golpeó a su señor...Es lógico que muera él y toda su familia.

---¿Toda su familia?

---Así lo dijeron los Dioses en el...

---¡Calla! ¿Godofredo?

---¿Cree que hubiera llorado si mi amada Safo no hubiese sido muerta?Tódo lo he perdido.---Udolfo miró largamente al arcipreste.Sonreía estúpidamente, con los dientes empapados en sangre.Le miraba con toda la inocencia que sus ojos podían mostrar. Acostumbrado a esos ojos taimados, Udolfo sólo entendió burla.La sorna enfermiza que sólo un desalmado puede adoptar.

---Cerdo asqueroso....bastardo...

---Es lo que los Dioses dijeron en el monte Sal...---Un último intento.
La espada de Udolfo le atravesó el pecho al arcipreste. Se abrió como un tomate maduro, gorgoteante. Udolfo miró a Godofredo.

---No lo has perdido todo. Yo devolveré a Ceres a los brazos de su padre. Y serás el mejor y más rico de los hombres.
La gente empezó a salir a sus balcones y ventanas. Al ver el cuerpo tendido del arcipreste se encontraron los pensamientos. Hubo quienes no se atrevieron a insultar al pálido gitano. Su poder ya era demasiado grande. También hubo quien no se atrevió a vitorear al salvador. La muerte no era motivo de celebración.
Udolfo estaba en medio. Se encaramó al roble ancestral, y,subido a su brazo añejo, soltó la cuerda.

---Te libero de tu pulsera fatal, hermano madera---pensó en árbol.

---¿Debo darle la bienvenida al prelado, a mi pequeño hermano carne, al mundo de los hombres? No es un mundo justo. Ya lo ves. Pero observar desde las alturas es mas injusto. Te saludo.

---Debo irme. Adiós árbol-hombre.Hermano madera. Hermano corazón.
Los invisibles ojos del hermano madera soltaron su primera lágrima.

El reloj volvió a cantar ocho veces. Las sombras se alargaban bajo los pies de Udolfo , cuando este, espada en mano, se adentró en el bosque. De ningún modo temía por él.Pero Ceres, de castaño cabello trenzado, caminaba o quizás corría aquella noche sin luna por el bosque encantado. Entonces Udolfo sintió , por primera vez, temor.

La luna se escondía al otro lado del mundo. El bosque se había convertido en una gran sombra negra sin forma.Se oían pasos y se veían pequeños destellos. Los tentáculos opulentos de la oscuridad se extendían como un mantel arrugado sobre el prado.
Ceres caminaba apresuradamente. No sabía si en realidad llegaría a algún sitio. No sabía siquiera si seguiría viva al siguiente paso.Pero la muerte de sus padres la obligaba a seguir caminando. Siempre hacia delante. Ahondando en el oscuro bosque, la coleta pegada a la espalda por el sudor. La falda hecha jirones y la camisa pegada al cuerpo, y abierta en la espalda por una rama salvaje. Ceres sudaba. Hacía un calor pegajoso aquella noche, y había decidido entre la esclavitud y la vida o la dignidad y la muerte.Sudaba más todavía cada vez que pensaba en ello. Las ramas se echaban sobre ella. Los troncos altos y negros emparedaban el camino. Y Ceres estaba sola, en la oscuridad vegetal.
Pero ya no lloraba.Ni siquiera se quejaba.Los ojos verdes mostraban determinación. Era lo único que brillaba con luz propia aquella noche. Sus ojos verdes traspasaban la oscuridad. La oscuridad le líquida, como si bucease por el fondo del lago una noche, entre las plantas que ondean con el agua. Nada podría traspasar esa negrura total. Pero la mirada de Ceres, determinante e inteligente ponía en huída a todo tipo de seres.
Le molestaba pensar que sólo era bella.Lo era. No le gustaba ni siquiera pensarlo, pero sabía que lo era. Pero apretaba los puños, fruncía el ceño y caminaba, decidida. Abrumadoramente valiente, se internaba entre los fantasmagóricos árboles cubiertos de musgo, aplicando la sabiduría de todos los bosques y de todos los hombres que había conocido. Leía entre los árboles, y encontraba sendas suavemente trazadas sobre la hierba negra y salvaje. Pensaba en su muerte segura, entre paso y paso. Sabía que la esperaba allí, tras ése árbol, tras esa roca, bajo esa raíz, sobre esa rama. Pero lo que le rondaba más la cabeza era la escasa posibilidad de que tras la muerte encontrase a sus padres, abrazándose en un lugar idílico. Sabía que no los volvería a ver. Y eso le enfurecía.
Nunca había creído en la vida después de la muerte. El infinito le agobiaba.La apabullante idea de una existencia sin fin, fuese como fuese, le producía más terror que la muerte en sí. La muerte, y luego el vacío de la existencia perfecta...no le convencía nada."El amor, es una imperfección", se decía "¿cómo se puede vivir sin él?" Sabía que tenía razón. Y no le hacía falta imaginar mucho para encontrar el resultado de una vida eterna.Los ojos almendrados de Udolfo aparecieron en su mente. Ojos ancianos, que no viejos. Los labios de Udolfo, parecían suaves y débiles, algo rosados, pero a la vez grisáceos. Secos, como si nunca hubiese bebido, como si nunca hubiese amado. Udolfo.
Lo recordaba apoyado en el tronco.Ella sacaba agua del pozo, o jugaba con Gretel y con Eloisa a naipes en el suelo.Iba a por pan, o leche. Y él le observaba distraídamente, involuntariamente. Ceres disimulaba los gestos. Y le miraba. Sus miradas se cruzaban durante ni siquiera un segundo, y entonces Udolfo miraba hacia otro lugar,como si el cruce de miradas fuese casual. Antaño le había divertido ese juego.
Ceres sonrió falsamente. El dolor la había vaciado. Su estómago parecía lleno de piedras ,que le obligaban a maldecir cada recuerdo. Ni su estómago ni ella se hacían a la idea de la muerte de un hombre justo y de una mujer valiente.Se internaba en la oscuridad, entre las voces del bosque, y no pensaba en su vida. Pensaba en su padre ahorcado. En su madre ensartada en una lanza. En el arcipreste cenando, o cabalgando.Alimentando a sus perros, acariciando el cabello de su hijo. Pensaba en el hombre que provocaba de una forma u otra sus arcadas de dolor. Pensaba en el hombre por el cual se obligaba a no llorar, a no parar, a no gritar. La oscuridad no entraba en sus ojos , porque unas horas antes, un abismo mucho mayor la había consumido.
Nunca había odiado. El odio le produjo tanto temor que abrazó al bosque sin luna, a la gran sombra llena de monstruos, con sus ojos verdes como única arma.Se abrazó el vientre cuando, después de haber vagado por la oscuridad de su bosque ,llegó a donde deseaba llegar. Los robles se mostraban blancos aquella noche. Altos ,blancos y robustos. El lecho de hojas que era el suelo sirvió de cama . Herida de muerte, empezó a llorar, acuclillada. Al agarrar las hojas se desgarró los dedos con las espinas ocultas. La sangre de sus manos se fundió con la sangre de su alma.
Entonces, allá, al fondo, una luz empezó a resplandecer.

Los árboles callaban con los ojos cerrados.Udolfo sentía sus caricias obscenas en la cara, cuando se abría paso entre la espesa vegetación. La ropa se le pegaba a la piel del sudor. Sudaba de calor, de nervios. De preocupación.
La muerte de Ceres le pesaba en la mente. Su cuerpo ,joven, fuerte, tendido sobre el suelo atiborrado de ramas y helechos , en un charco de sangre roja, joven e impetuosa. Una mirada vacía. Le encolerizaba pensar que alguien fuese capaz de restarle inteligencia, vida, a la mirada de Ceres. Udolfo se avergonzó de las veces en que se había apartado de aquella mirada, cuando por casualidad se la encontraba, desafiando su córnea. Le habría encantado, ahora, seguro como estaba de la muerte de la joven, pelear un combate de miradas de lado a lado de la plaza. Y le habría dado igual perder, con tal de poder sostener la mirada insultantemente inteligente de Ceres.
Ahora sabía que estaba muerta. Y alguien, poderoso o no, iba a pagar por ello.
Cuando llegó al robledal,éste estaba extrañamente iluminado. Ceres, viva, sollozante y con los ojos rojos observaba a un hombre barbudo que levitaba completamente desnudo ,y que vomitaba una luz antinatural.La piel extremadamente blanca (porque era luz pura) y la barba plateada, que dolía en los ojos, ondeaban al viento, propiedad de la criatura. Pero su mirada era vacía, horrenda. Las cuencas de los ojos parecían anillos sujetos en el aire. Parecía beberse la vida al mirar.
Udolfo sintió un súbito mareo y un calambre adormilante le recorrió las piernas. Después, el suelo. Luego ,la oscuridad.
Cuando abrió los ojos, un susurro le lamía los oídos.Seguía en el robledal. Ceres lo mecía en su regazo, y le acariciaba el pelo plateado. Los ojos verdes de Ceres se encontraron con sus ojos grises. Udolfo estaba nervioso pero alegre. Ella vivía.Le miraba lánguidamente, con una extraña sonrisa que jamás nadie le había dedicado.Una sonrisa apacible. Los ojos verdes brillaban.Medio párpado los cubría.Los dedos blancos se enredaban con el pelo gris.La trenza prácticamente deshecha de Ceres acariciaba las lindes de la cara de Udolfo. Ceres se inclinó ,y con los ojos cerrados, besó a Udolfo. Sorprendido, Udolfo miró pasmadamente a Ceres. Su pelo castaño caía sobre su pecho de nuevo, y la luna jugaba con sus sombras. Ceres besó los labios de Udolfo. Como un niño que experimenta con las gafas de su madre, Udolfo acarició los labios de Ceres con la punta de sus dedos. No se explicaba como podían causar tanto placer. Quizás el secreto radicase en su particular belleza.Eran rosados y carnosos. Sonreían.Udolfo se incorporó lentamente. Ceres acariciaba su cara. Sintió felicidad real, auténtica. Su nariz le picaba por dentro.Y sus ojos, sus ojos grises e inexpresivos le dolían. Se estaban encharcando. Udolfo era feliz. Acarició con su mano enguantada la nuca blanca y recta de Ceres. La besó imitando sus movimientos anteriores. Una risa ligeramente irónica se le escapó a Ceres.Udolfo sonrió, cómplice, y conocedor de su total inexperiencia.
Entonces Ceres empezó a sangrar por la nariz.Su mirada se vació de repente.Se perdió en el oscuro horizonte.
Udolfo se incorporó frenéticamente. Perdió su mirada en los ojos muertos de Ceres. La agarró por los hombros y violentamente llevó la boca muerta a su propia boca. Cayó de rodillas. Ceres cayó con él.El dolor leve de los ojos de Udolfo se convirtió en escozor virulento y empezó a llorar. Acarició el pelo lacio y los ojos verdes y los labios con los dedos temblorosos.Su miedo, su pena, se convirtieron en ira. El odio que había pregonado ferozmente contra aquel árbol maldito estalló en su frente, en un grito enorme.
Hundió su bronce en sus propias tripas. La sangre vieja de Udolfo resbaló negra por sus piernas empapando el suelo. Cayó de rodillas y besó el charco con su frente. Se arrancó la espada y esperó la muerte, esperó ver la cara de sus hacedores para poder escupirla a conciencia.Pero la herida empezó a cerrarse y Udolfo se vio de nuevo impotente, esta vez ante su propia muerte.
Recogió su espada, tan vieja como él. La llenó de odio con su puño apretado sobre su empuñadura. Se adentró en el bosque , alejándose del robledal a grandes pasos.
Entonces salió la luna. Se asomó redonda y enorme en el cielo negro.
Los troncos que hace sólo minutos eran retorcidos alambres negros, se vieron ahora altivos , azuleados por la luna. Las hojas crearon una gama de azules y violetas y jugueteaban con la fresca brisa. La hierba se tumbaba , también azul, como un mar. Aún así, brillantes rayos blancos escapaban del cerco de hojas y llegaban al suelo, creando gamas de grises a su alrededor. Daban los troncos la sensación de ser las columnas que sujetaban tan bella arquería, de ser los pilares sobre cuyas trompas se sostenía la bóveda de hojas que se confundía con el azul nocturno del cielo ,plagado de estrellas.Nunca había estado tan bello el bosque.
El agua reía a lo lejos. Los arbustos acariciaban irónicos las piernas temblorosas de Udolfo.
Las hojas se unían a los riachuelos forestales, y reían arriba.Incluso la luna miraba con sorna el errático caminar de Udolfo.
Se reían.
Udolfo lo sabía perfectamente.
Pero poco le importaba ya todo eso. Su rabia se tensaba en sus puños ,y vibraba con el bronce de la espada.

Cuando apareció entre la espesura azul, Udolfo se dirigió al roble. En la plaza seguía esperando Godofredo. Cuando Udolfo llegó, Godofredo le miró esperanzado.Ni la sordidez en los andares del gitano ni la ausencia de Ceres le dieron indicios al hombre de lo que había pasado.
--Señor, ¿dónde está ella?¿Qué pasa que no viene con usted?--Godofredo dijo esto todavía sonriendo. Udolfo le miró a los ojos.Intentó hablar. Godofredo no necesitó nada de eso. Cayó de rodillas y miró a Udolfo inexpresivo. Empezó a faltarle el aire ,que sorbía a grandes bocanadas.Udolfo intentó de nuevo hablar. Le habría gustado agacharse y abrazar a aquel hombre que nada tenía ya en este mundo. Pero no pudo.
Udolfo siguió caminando. Siguió mirando el suelo bajo sus pies. Siguió empuñando su espada con violencia. Salió de las lindes de San Cristiano, y continuó caminando.

Durante unos meses continuaron los problemas en San Cristiano. Pero una noche sin luna simplemente cesaron.No conocían el por qué.Desde entonces, no hubo noches sin luna en el bosque de San Cristiano. Algunas ancianas contaron ,lustros más tarde,cómo vieron, a edades tempranas, a una joven de ojos verdes jugando con las ardillas a plena luz pálida de la luna.
Nadie habló más de Udolfo. Nadie supo quien fue el responsable del final de los horrores de San Cristiano. Nadie supo jamás adónde fue el legendario Udolfo cuando abandonó San Cristiano. Su historia cesó.Y los dioses viejos fueron muriendo.