Tomo I
El Portal
Capítulo 1: Un Lunes cualquiera
Era uno de esos aburridos Lunes por la mañana. El día estaba oscuro y estaba lloviendo fuerte. La bruma impedía la visión, y la casa estaba en silencio. Aunque nadie había despertado todavía, Charlie, hijo único de los Redwood, estaba ya con la mente despierta. Los Redwood, familia aventurera, tenían un viaje importante esa tarde: iban al Desierto de Atacama. Tenían una expedición en aquél lugar al sur del mundo, unas misteriosas ruinas habían aparecido cerca de la localidad de San Pedro de Atacama, la cual tenía anonadada a la población. Charlie, por supuesto, tenía muchas ganas de irse pronto, pues le encantaba la Historia, y sobre todo, los relatos fantásticos. Era un niño moreno, pelo negro y ojos cafés. Lector bastante asiduo a Tolkien, Charlie usaba los libros como medio de escape del mundo real, el cual lo encontraba monótono, aburrido, problemático y confuso. También creía en la magia, y por eso, leía Harry Potter. Se refugiaba de las calamidades del mundo real cuando leía, y todos esos problemas se desvanecían, todas las tareas, todas las peleas, todo eso desparecía; bastaba con abrir un libro, y listo. Soñaba a menudo que viajaba a la Tierra Media y conversaba con Hobbits, o que iba a Hogwarts y conocía al mismísimo Harry. Le encantaban los relatos fantásticos, era algo inexplicable. Su repisa sólo tenía 9 libros: los 4 de Harry; los 3 de El Señor de los Anillos; el Hobbit y El Silmarillion. No encontraba mejores libros que esos, y en parte, los consideraba los mejores libros que jamás leyó en su corta vida. Pues, al fin y al cabo, sólo tenía 13 años. Nacido en Diciembre del ´88, Charlie era un niño callado, introvertido, no bailaba mucho, ni participaba en las actividades de la escuela, aunque era un excelente amigo, y sus calificaciones eran lo suficientemente altas como para ser un ejemplo a seguir. Ya a sus 13 años, empezaba a sentir el amor corriendo por sus venas, y aunque no tenía el coraje suficiente para decírselo, una chica de la escuela, Betty, le agradaba mucho. Tenía sus amigos, pero, todos tenemos enemigos, claro. Esta vez era un muchacho popular, llamado Robert Albarn, el némesis de Charlie. Albarn era un muchacho deportista, con pésimas calificaciones, irrespetuoso y maleducado, pero, por esas cosas del destino, la mayoría del curso lo imitaba. Y lo que más odiaba Charlie, Betty era muy cercana a Robert, muy cercana. Eran más que amigos, tal vez, y a Charlie lo consumía la envidia. Betty era una muchacha de piel blanca, ojos cafés, cabello castaño y una voz melodiosa, que parecía un encanto. No había niña más bella en todo el mundo, pensaba Charlie. Aunque los amigos de Charlie, Raymond, Chester, Earnie y Joey, estaban enamorados de Betty también, jamás traicionarían a su amigo. Eran un grupo maravilloso: se juntaban los sábados a jugar rol en distintas casas, veían películas históricas, escuchaban música rock, leían pasajes de libros, y otras cosas más. Tal vez, el más distinto del grupo era Earnie, ya que era más loco, más bailarín, más deportista y bromista, pero sin él, el grupo no sería el mismo.
Ahora, con la mente muy despierta, y lista para trabajar, Charlie se levantó de la cama, y se dirigió al baño. Se duchó, se peinó, se echó perfume, se cambió ropa, y salió del baño. No tenía hambre, es más, todavía tenía en la garganta el sabor de esos tallarines con salsa de tomates que habían comido ayer hasta saciarse. En Londres vivía Charlie, pero en esta historia eso no importa mucho, pues se desarrolla en el Desierto de Atacama, muy lejos de ahí, lejos de Inglaterra, lejos de Europa, lejos del Océano Atlántico.
-Bien -dijo Charlie-, creo que debo empacar mis cosas. Salimos a las 12:40, y ya son las 8:20. Estamos retrasados.
Se dirigió al cuarto de sus padres, y con un pequeño grito, dijo:
-¡A levantarse, señores! ¡La mañana pasa, la tarde corre, pero la noche tarda en irse! ¡Si no os apuráis, no alcanzareis el vuelo, y aquí os quedareis!
-Charles -dijo su padre, bostezando-, son recién las 8:20. Es temprano.
-¡Temprano! -dijo el niño-, ¿cuánto se demoran en empacar, eh?
-¡Tienes razón! -susurró su madre-. ¡Levántate Ned!
-Gracias por recordarme que este mundo es monótono y aburrido, Mary -dijo Ned Redwood-. Soy pésimo en empacar...
-Menos discusión y más acción, señores -respondió Charlie.
-¿Y que te crees tú al darnos ordenes? -preguntó riendo la señora Mary-. ¿No somos acaso tus padres?
-Sí -repuso el joven-, pero también debo cumplir con mis obligaciones. Y como la mayoría de las veces, Uds. me levantan de la cama, es tiempo de que yo lo haga ahora, ¿suficiente?
-Con eso lo dejas claro, campeón -dijo el señor Redwood-. Ése es mi hijo. Levantémonos, pero tú Charlie, nos ayudarás a empacar.
-Eso sí que no -respondió Charlie-. Yo ya cumplí con mi parte, adiós.
Y salió corriendo de la habitación de sus padres.
-Algunas veces me pregunto qué será cuando grande -dijo Ned-. Es un buen chico, aunque algunas veces, es demasiado...
-¿Imaginativo?
-Sí. Algunas veces se olvida de sus deberes; son los libros, Mary. Le fascina ese Talkien...
-Tolkien, Ned -repuso Mary-. Es Tolkien.
-Como sea -dijo el señor Redwood-. No es muy aterrizado, y ya debe pensar en su futuro. No puede pasar el resto de su vida leyendo...
-¿Por qué no? -preguntó la señora Redwood-. Déjalo, tal vez esos libros le ayudarán en algo.
-Así lo espero, Mary, así lo espero.
Eran los Redwood, una familia no tan típica de Londres. Ned era, un hombre delgado y blanco, los ojos cafés y su cabello oscuro. Mary era idéntica a su hijo, solo que ella era blanca.
Ya eran las 10:30, y las maletas estaban listas. Faltaba hacer el aseo, y dejar todo ordenado.
Charlie estaba en su pieza, haciendo su bolso, empacando las cosas que llevaría para su viaje.
-Bueno -dijo-; creo que me llevaré todos mis libros, o tal vez la mayoría de ellos. ¿Qué más? Ah, sí, reproductor portátil... ¿Qué más? No lo sé... ¿Qué otra cosa me serviría en un viaje como este?
Eso no podía decirlo. Faltaba algo, pero Charlie no sabía qué podía ser. Su mente no estaba funcionando bien, pero por lo menos, el sabor a tallarines con salsa se le había pasado.
-¡Mi teléfono móvil! -exclamó-. Casi lo olvido. Es muy importante por si tenemos una emergencia.
-¡Charlie! -se escuchó una voz de mujer: la de mamá-. Baja rápido o los tallarines que sobraron estarán fríos.
-¡Voy madre! -gritó Charlie.
Salió de su cuarto y bajó las escaleras. Al llegar al comedor, sus padres lo estaban esperando.
-Apúrate, campeón -le dijo su padre-, si no quieres que yo me coma tus tallarines.
-No cuentes con ello -le dijo Charlie a su padre-. Aunque... ¿todavía te sobraron tallarines, mamá?
-Recuerda que hice muchos porque vinieron tus tíos y primos -repuso Mary.
-Aún así te sobraron -repuso el joven-. Creo que has hecho muchos. Pero es mejor comérmelos que botarlos.
-Si -dijo su madre-, recuerda que...
-"Hay tantos niños que no tienen que comer y tú botas la comida" -dijo burlón Charlie-. Lo sé mamá. Por eso me los voy a comer, ¿ok?
-Apúrate o estarán fríos para cuando los pruebes -dijo Ned.
-Oh si -dijo Charlie-; gracias por recordármelo.
Después de comer, Charlie se dirigió al baño y se lavó los dientes. Fue a su cuarto y miró la hora en el reloj digital colgado en su pared: 50:10.
-¿Qué rayos le pasa a este reloj? -exclamó.
Parpadeó, y el reloj había cambiado: 51:00
-¡Rayos! -dijo-. ¿Qué diablos pasa contigo?
Miró hacia atrás, y al volver la mirada hacia el reloj, se sorprendió: 1:050.
-¡Papá! -gritó-. ¡Algo pasa con el reloj de mi cuarto!
-¿Algo como qué? -gritó el señor Redwood.
-¡La hora! Los dígitos cambian de posición. Primero los vi y estaba 50:10, después 51:00, después 1:050.
El señor Redwood subió las escaleras, y vio el reloj: 10:50, que ahora cambió a 10:51.
Encontró un papelillo cuadrado en el escritorio de Charlie.
-¿Has estado consumiendo cocaína? -preguntó enojado.
-¿¡Qué!? -dijo asombrado Charlie-. ¡¿Cómo se te ocurre?!
-¿Qué es esto, entonces? -le mostró el papelillo.
-¿Eso? Es el polvo de hierro que tú me diste hace unos meses para hacer mi experimento científico.
-¿Eh? -el señor Ned abrió el papelillo, y vio que era polvo de hierro.
-¿Acaso no confías en mi? -le preguntó Charlie-. ¿Acaso no soy tu hijo? Eres mi padre, eres mi modelo a seguir, no podría hacerte algo así.
-Perdóname hijo -se disculpó Ned-. Yo no... tú sabes, pensé lo peor. Pero el reloj está bien, no le he visto cambiar los números. Debe haber sido imaginación tuya.
-No, eso no -repuso el joven-. Cuando te digo que lo vi con mis ojos, es porque lo vi.
-Bueno, tal vez sí -dijo el señor Redwood-. Ahora vamos, ten todo listo, porque en media hora nos vamos al aeropuerto.
-Está bien.
-Te espero abajo, hijo.
Cuando el señor Redwood salió de la habitación de Charlie, una voz se escuchó dentro del armario. Una voz grave, como preocupada, fría, inhumana.
-El Oráculo... -dijo la voz-. El oráculo... La Puerta se abrió, el mal ha llegado...
-Oh no -dijo Charlie-. Eso me pasa por leer tanta fantasía.
-El Oráculo... la Llave... el Espíritu...
-¡Diantre! -dijo asustado el joven-. Esto debe ser una pesadilla, mejor, mejor me vo, vo, voy...
-El Espíritu... la Salvación... El Señor de la Oscuridad... no hay salida...
-Yo no sé de qué hablas, pero es muy raro -repuso Charlie, todavía asustado-. Déjate... yo, yo, yo no soy ningún Oráculo...
-Miedo... pierde el miedo... deja atrás tus temores...
-Esto se acabó. Voy a ver que pasa.
Charlie fue al armario, y al abrir la puerta, un viento fuerte salió dentro. La voz se escuchaba más fuerte.
-Ven... La Llave... pierde el miedo... soluciona tus problemas... libera tu pensamiento...
-¡No! -exclamó Charlie, y cerró la puerta.
-No puedes escapar... el destino de todos nosotros está ligado... no puedes escapar...
-Me voy -dijo el joven-. Adiós señor misterio, que encuentre al oráculo verdadero.
Tomando su bolso, Charlie salió de la habitación.
Al bajar las escaleras, una frase quedó sonando en la mente de Charlie: "No puedes escapar..."
-Bueno, Charles, has llegado más temprano que lo acordado -dijo su madre.
-Sí. Es que empaqué antes -respondió Charlie-. Estoy listo para irme.
-Bueno -dijo su padre-, creo que nosotros también. Familia, nos vamos. Díganle adiós a la casa, ya que no la veremos por largo tiempo.
Cerró la puerta con llave.
Cuando se subieron al taxi que esperaba en la puerta, la voz misteriosa sonó en la mente de Charlie:
-Te seguiré... a donde vayas...
El taxista apretó el acelerador, y partió, dejando atrás la casa.
-¿Estás seguro de que trajimos todo? -le preguntó el Señor Redwood a su esposa.
-Sí, todo -respondió ella-. Todo fue contado, ordenado, las puertas cerradas, los artefactos eléctricos desenchufados.
Ya estaban en el avión, volando hacia un continente en el otro lado del mundo.
-No puedo creer lo que me ha pasado esta mañana -susurró Charlie-. El reloj, la voz, incluso ese papelillo con polvo de hierro. Esto debe ser obra del destino.
-Destino, ¿eh? -dijo una voz de niña.
-¿Quién eres? -preguntó Charlie a la niña que estaba sentada a su derecha-. ¿Cómo puedes entender lo que dije en voz baja?
-Puedo leer los labios -respondió ella-. Y respecto a mi nombre, me llamo Julie.
-Yo soy Charlie -respondió él-. Encantado de conocerte. ¿Cuántos años tienes?
-11, ¿por qué? -preguntó ella.
-Sólo quería saber, no te preocupes. Yo tengo 13. Y te quería decir que... bueno, tienes una linda voz.
-Gracias-dijo Julie-. Tú tienes unos bonitos ojos.
-Gracias a ti -repuso él, y se sonrojó-. Nadie nunca me lo dijo.
Y aunque se notaba enamorado, no lo estaba. Sólo quería que fuera su amiga. Nada más que su amiga. Julie era una muchacha de pelo castaño, ojos verdes, y una suave voz, la cual uno reconocía al instante. Tenía un temperamento agradable, y aunque se sonrojaba al hablar con Charlie, tampoco lo quiso, sólo deseaba que fuera su amigo, y hablar con él, y tenerlo cerca en momentos de necesidad. Era en verdad un extraño pensamiento; tal vez tenían el presentimiento de que se necesitarían el uno al otro después.
Charlie estaba sentado 3 asientos más atrás que sus padres, pero aún así la conversación no se escuchaba. Era un ruido grande el que había en el avión. Todos conversaban de algo. Asuntos de negocios, problemas personales, peleas y deportes. El fútbol y el básquetbol, el libro éste y el libro tal; Wall Street y la economía mundial. Todos hablaban de algo.
-El Oráculo... el Espíritu... nos veremos...
Charlie trató de dormir. Cerró los ojos y apretó los párpados bien fuerte; trató de pensar en algo distinto, sí, en algo fuera de su imaginación.
-¿Te pasa algo, Charlie? -preguntó Julie-. Se te nota en tu rostro. No me dirás que es, ¿cierto?
-Ni siquiera yo sé que es, Julie -respondió el joven abriendo los ojos lentamente-. Ni siquiera yo podría decírtelo -miró a la joven-. Es como una voz fría en mi mente. Algo pasa. No sabría explicarlo.
-Ni yo -dijo ella-. Pero debe significar algo.
-Mejor me dormiré -dijo él-. Buenas noches, Julie.
-¿Buenas noches? -preguntó la niña-. ¡Si todavía no son las 15:30!
-Cómo sea -repuso Charlie-. Hasta que despierte.
Y pronto, todos los sonidos se desvanecieron de la mente de Charlie. Todo quedó en silencio para él. Sólo escuchaba su propia respiración.
Después de un rato, con la mente todavía despierta, se dio cuenta de que ni su respiración escuchaba; el silencio lo inquietaba de gran manera. Quería gritar, quería decir alguna palabra, pero no podía. Algo raro pasaba. Trató de abrir los ojos también, pero no pudo. Las últimas palabras que dijo le resonaron en la cabeza: "Hasta que despierte", había dicho. Pero en ese instante no sabía si volvería a despertar. Todo era oscuridad, todo era silencio... demasiado silencio y misticismo. No le gustaba eso. Se sentía intranquilo.
Luego, una niebla empieza a aparecer. Empieza a cubrir todo, toda la oscuridad se vuelve ahora espesa, como un manto de niebla. Y de ahí... ve una luz roja... ¡ahora eran dos grandes luces rojas! Tenían forma de ojos... y un gran dolor lo sacudió. No sintió más... sólo más y más dolor. Iba en aumento, hasta que perdió el conocimiento de lo que estaba pasando.
-¡Despierta! -gritó Julie-. ¡Llamen a alguien rápido, necesita ayuda!
Charlie abrió los ojos. No se sentía bien; se miró al estómago y tenía un rasguño.
-¿Qué diablos? -exclamó-. ¿Cómo me hice el rasguño?
-Apareció de repente -dijo Julie-. Tan de repente como cuando empezaste a asfixiarte. Y movías las manos, como si trataras de zafarte de algo...
Charlie de pronto se dio cuenta. Su sueño. No era un simple sueño, estaba conectado con la realidad. Si moría en el sueño, en la realidad también. Además, no recordaba bien lo que soñó.
-¿Qué soñaste Charlie? -preguntó Julie.
-No lo recuerdo. Sólo veo oscuridad, niebla. Y después dos ojos rojos grandes, y alas, alas de oscuridad. Me agarra con su mano y me asfixia. No recuerdo más...
-Ésto si que es raro, Charlie -dijo su madre que llegaba recién, y lloraba-. ¿Cómo te sientes?
-Mal -dijo él-. Me duele la cabeza, estoy herido. Me siento pésimo. Esa voz en mi cabeza... es horrible.
-¿Voz? -dijo su padre-. ¿Qué voz?
-Una voz en mi cabeza... en mi mente... sólo repite "El Oráculo... el Espíritu..." y otras cosas sin sentido para mí.
-Te han estado pasando cosas raras hoy, Charlie -dijo el señor Redwood-. No sabría explicar porqué, pero este día ha sido rarísimo.
-¿Qué otra cosa te ha pasado Charlie? -preguntó Julie.
-¿Quién es ella? -preguntó Ned-. ¿Cómo conoces a mi hijo?
-Es una amiga, papá -dijo Charlie-. Se llama Julie. La conocí hace poco... dentro del avión.
-Encantada de conocerlo -dijo ella-, señor...
-Redwood -respondió él-. Ned Redwood, y el gusto es mío, señorita -le guiñó el ojo a Charlie, pero él, le dijo "no" con la cabeza-. Charlie, que Julie te cuide, estás en buenas manos -le volvió a guiñar el ojo, y esta vez Charlie se sonrojó.
-Adiós hijo -dijo la señora Redwood-. Cuídalo, Julie.
-Sí señora -respondió ella.
Así, los Redwood volvieron a sus asientos. Y Charlie quedó "al cuidado" de Julie.
-¿Eres hijo de los Redwood? -preguntó ella.
-Sí -respondió Charlie-. ¿Los conoces?
-Claro que los conozco. Mi tío Wes conoce a tus padres.
-¿Wes Holm? -preguntó él-. ¿Tu tío es Wes Holm?
-Sí - dijo Julie-. Es el hermano de mi padre. Mi nombre es Julie Holm.
Y así, conversando, el día Lunes llegó a su fin. En verdad, fue un Lunes cualquiera, excepto por el viaje, el reloj, la voz, el sueño y Julie.
Capítulo 2: Tres sujetos de distinta procedencia.
Eso ocurría muy pocas veces; mejor dicho, casi ninguna.
Asustarse por ver una película de terror de mala calidad era una ridiculez, pero la que vio ese día, era realmente escalofriante.
Se supone que Pablo vivía en Argentina, en Buenos Aires, para ser mucho más preciso, y le gustaba su país, pero se preocupaba por él también.
Pablo era un muchacho de pelo corto, entre rubio y castaño, y era bajo, bajo para tener 15 años, aunque lo que le faltaba en estatura, lo tenía en sabiduría. Sus ojos cafés eran extraños, miraban muy seriamente y podían ver muy profundo en el corazón de las personas.
Por esta extraña habilidad, sus compañeros de curso -y no sólo de su curso- lo consideraban "raro", decían que era hijo de un brujo o cosas por el estilo. Pero aparte de esa característica extraña, no había otra razón aparente para burlarse de él, o de su familia, o de sus cosas, o como vivía.
Mientras tanto, lejos de ese lugar, en Arabia Saudita, un joven árabe se escapa misteriosamente de un edificio de Riyadh, la capital.
Llevaba escondido entre las ropas un extraño diamante que cambiaba de color en cada fase lunar. El joven era Ahmed, hijo de un militar árabe y una dueña de casa; pero ellos murieron en la Guerra del Golfo Pérsico, dejando a Ahmed, de 4 años y dos meses, al cuidado de un pariente. Pero su padrastro era muy cruel con el joven, y Ahmed soportó 5 años esa terrible vida, hasta que se escapó de su casa, y se convirtió en un proscrito, sin familia, ni amigos, ni alguien que le enseñara las cosas buenas de la vida. Y así vivió unos años, en la calle, robando para sobrevivir y para beneficio suyo.
Cumplidos los 13 años, Ahmed fue sorprendido robando en una tienda, pero lo capturaron y lo llevaron a prisión. Ahora que poseía 15, el mundo no era igual para él. No tenía amigos, ni familia; vagaba por las calles y mendigaba por comida, sus manos morenas estaban resecas y le dolían; sus pies cansados y ya casi deformes; su rostro reflejaba la angustia de un niño sin infancia, y la ira de un adolescente sin futuro, con sus ojos negros como carbones y su tez morena, quemada por el sol. Estaba escuálido, las costillas sobresalían de su pecho...
Y tenía frío... hace ya mucho tiempo vivía en el frío de las ciudades de Arabia, cobijándose con una manta robada, la única protección que poseía para no morir de frío.
Así estaba Ahmed, hasta que lo encontraron. Una familia de clase media encontró a este ser humano botado en la calle, congelado, con hipotermia, y sostenía el Diamante en una mano: su mano izquierda.
Había encontrado a alguien que nunca había esperado: el hermano de su padre; Ahmed había sido encontrado por su tío.
Siempre que había algo de historia, una película, un libro o una exposición, ahí tenía que estar metido Ricardo Cousiño.
Se rumoreaba que era el descendiente de uno de los Cousiño, los del Palacio Cousiño, en Chile.
Con su rostro flaco y facciones astutas, Ricardo era considerado todo un superdotado en su curso... el Primero Medio "C". Le decían "Libro con patas", "E.S, el Extra Sabiondo", "Ricardo Magno (por su afición a la cultura griega)" y "Don Enciclopedia Parlante".
A decir verdad, Ricardo era destacado en todas las materias de la escuela, excepto en manualidades... no tenía un buen pulso que digamos. No se sacaba bajas calificaciones, pero no eran altas tampoco, y aunque trataba de superarse... no podía, simplemente no podía.
Pero nunca faltan los némesis... aquellos sujetos que siempre están tratando de entorpecer la labor del bueno, lo molestan y lo humillan.
Aquellos sujetos que gozan viendo al esforzado sufrir, que se deleitan con el dolor ajeno... los que consiguen las cosas fácil y rápidamente.
Y como nunca faltan (en verdad, sobran), nuestro amigo Ricardo también poseía unos enemigos... ¡de esos que son pésimas personas!
De los que llegan en el momento menos apropiado...
-Hey tú, gafotas -le dijeron a Ricardo, por sus gafas... que ni siquiera eran tan grandes.
Ricardo justo estaba declarándose a una compañera que le gustaba mucho.
-Espérame-le dijo a su compañera-. ¿¡Qué diablos quieren!? -les gritó, dándole la espalda a su amiga-. ¿¡No ven que estoy ocupado!?
-Nos importa un pito si estás ocupado o no -le dijo el que parecía ser el jefe: un sujeto gordo y con mejillas rojas... parecía un auténtico puerco... si no fuera por esa cadena que llevaba en la mano-. Hay asuntos que tenemos que arreglar... gafotas.
-Te diré 2 cosas, Miguel -le dijo Ricardo, con la intención de provocar miedo, aunque realmente daba entre lástima y risa-, uno: no me digas gafotas; dos: no tengo tiempo para estupideces.
-Ah -se burló otro de la pandilla, un tipo delgado y pálido-, pero nosotros sí tenemos tiempo para ti... ¿acaso estás muy ocupado con tu chica, Cousiño? ¿Me la prestas? -se acercó a la niña, le agarró el brazo, mientras que ésta lo miraba con repulsión.
-¡Déjala a ella en paz! -le gritó-. ¡No te atrevas a tocarla!
El delgado se dio media vuelta, y le propinó un golpe en la boca, acción que lo derribó.
-Nadie me dice que hacer, Gafotas -le respondió, mientras el "jefe" lo pateaba en el estómago.
De pronto, la joven se zafó del agarre del flaco, y corrió hasta una sala cercana, para avisarle a un profesor.
-¡Tenías que haberla agarrado más fuerte, inepto! -le dijo el "jefe" al flaco.
-¡Si tú hubieras cooperado un poco, ella no se hubiera...!
-Hey -dijo el tercero de la pandilla-, mejor corramos, la Amanda nos va a delatar con un viejo...
-Tienes razón, Juan -gruñó el "jefe"-. Tú -le dijo en tono despectivo a Ricardo-, estás advertido: a la próxima no te salvas.
-¡Delincuente que arranca sirve para otro delito! -dijo el flaco, y los 3 escaparon a toda velocidad.
Éstos eran, los típicos delincuentes de la escuela, y obviamente, se habían enfocado en Ricardo... aunque varios más también eran víctimas de esos fulanos.
Cuando Ricardo estaba en el suelo, llegó Amanda y un profesor, el cual llamó al instante a la enfermera del colegio.
Estuvo internado 2 semanas en el hospital por lesiones múltiples.
Pero estar en ese lugar... él lo tomo como suerte; porque Amanda le declaró que ella estaba enamorada de él. ¡Eso sí es tener suerte! (Lástima que eso no pase muchas veces seguidas en la vida real... )
Cuando salió del hospital, lo primero que fue a hacer fue a regalarle flores a su querida Amanda, pero en el camino se dijo a si mismo "no todavía... voy a esperar una ocasión de veras especial y le regalaré las flores más bellas..."
Pero eso no era verdad; ahora estaba viendo el mundo de otra forma.
No era el mismo, había cambiado. ¿Por qué ese cambio? No lo sé...
En otro lugar, en Buenos Aires, para ser más preciso, el joven Pablo seguía viendo aquella aterradora película...
¿Pero por qué daba miedo? ¿Qué tenía de especial?
Lo que pasa, es que la mirada se le quedó clavada en la pantalla del televisor... mientras él estaba inmóvil: sólo podía ver la pantalla, y lo que ésta mostraba... los más íntimos y profundos miedos de Pablo, aparecían frente a sus ojos. Y lo peor de todo... no podía evitarlo, no podía mover la vista hacia otro lado... estaba muerto de miedo.
Y ahí... justo en ese mismo instante: apareció su mayor temor, frente a él; y no podía desviar la mirada. Una inmensa abeja apareció de entre la oscuridad, mostrando su aguijón venenoso, con gotas de ácido en él, que caían al piso negro; y un zumbido aterrador... algo inexplicable.
Y en ese momento, cuando la abeja venía hacia él, un corte de energía eléctrica apaga la pantalla del televisor, mientras que Pablo cae de espaldas, como si le hubiera llegado un shock estático.
Y quedó así, con la vista fija al techo, hasta que recobró sus sentidos y su conciencia; recuperó la movilidad de los miembros de su cuerpo, y descubrió que algo extraño había ocurrido: esas cosas no pasan así... no son comunes.
-Es imposible que haya pasado -murmuró-, realmente no me lo creo. ¡Cómo pudo aparecer frente a mí, mi peor pesadilla!
"Tal vez sean de esas preguntas sin respuesta...
Por lo menos, Ahmed ya estaba en mejores condiciones. Sin duda, la estadía con sus parientes le había hecho bien para su mente y cuerpo.
Ahora estaba un poco más "relleno": se le notaba en el rostro; y podría decirse que ahora tenía hasta una pequeña barriga.
Ahmed también cambió su forma de ser: ahora era más cortés, más respetuoso y sincero, sobre todo con sus tíos, los cuales no tenían hijos; sus días de delincuente juvenil, de enemigo de la sociedad, habían quedado atrás.
Pero Ahmed jamás les dijo algo sobre el misterioso Diamante que había robado de aquél edificio... a nadie le dijo, y se lo guardó en su bolso, que siempre lo llevaba a todos lados.
Nada en común tenían estos tres sujetos, hasta que sin querer, se encontraron ellos mismos en un brete que ni siquiera ellos se habían imaginado, en algo demasiado peligroso para sus vidas.