La Isla
Curioso y atractivo relato con final abierto, en el Ílek, el protagonista, ha perdido la memoria e irá recuperándola paulatinamente hasta descubrir qué le llevó a la isla donde se encuentra.
- ¡Ílek! ¿Me estás escuchando? El viajero se sobresaltó al notar que una mano apretaba su brazo y empezaba a zarandearlo. Aún no se había acostumbrado a su nuevo nombre. De hecho, ahora era el único nombre que tenía. Peor aún: era lo único que tenía.
Hacía apenas un mes que había despertado en aquel extraño lugar, y no recordaba absolutamente nada de su vida anterior. Ni siquiera su nombre.
Según parece, le habían encontrado en los bosques del Señor de Nuerca, al pie del Manantial de Hielo. Sí, fue llevado al Señor y permaneció allí una semana, mientras él se recuperaba y Su Señoría no paraba de hacerle "preguntas":
- ¡Esto es una isla pequeña! ¡Es imposible que nadie sepa nada de ti!
Sí, era una isla pequeña dominada por tres extraños Señores a cual más extravagante. Eso decían, e Ílek lo creía: ver al Señor de Nuerca era prueba más que suficiente.
El caso es que nadie sabía nada de él. Y él, menos que nadie. Y aquí estaba él: en los jardines del castillo de Nuerca (un eufemismo como otro cualquiera). Con él, estaban Alina y Elio, los hijos mellizos del Señor de Nuerca (claro). Pero podría haber sido peor: podrían haber salido a sus padres.
Elio y Alina eran muy inquietos y despiertos. Estaba claro que no durarían mucho en la isla: a la mínima huirían para recorrer el mundo. E Ílek podía ser un buen guía.
- ¡Ílek, por favor!- dijo Elio-. Debes entendernos. Después de veinte años aquí ya no podemos más. Acabaremos como nuestros padres y nuestros tíos. Nos buscarán una esposa y un marido aburridos y nos dirán qué hacer cada minuto de nuestras vidas. ¡Rodeados de sirvientes aburridos (más les vale si no quieren ser castigados) y hasta de hijos aburridos!
- Vosotros no sois precisamente "aburridos".
- Somos la excepción que confirma la regla- replicó Alina-,la aristocracia de provincias es así.
Elio la miró de reojo. Cuando su hermana adoptaba una actitud tan estirada, significaba que acababa de tomar una decisión. Y que no pensaba dar marcha atrás.
- Lo que quiere decir es que aquí nunca permitirán que hagamos realidad nuestros proyectos- añadió Elio, con una sonrisa de disculpa.
- Ya veo- dijo Ílek.
Realmente, le caían bien. No recordaba nada ni a nadie, pero los mellizos Nuerca le parecían gente sensata.
Según dedujo, la isla era importante por algo. Mejor dicho, había "algo" en la isla que era suficientemente importante como para que tres Señores feudales se encargaran de "guardarla y protegerla", mientras se vigilaban de cerca unos a otros.
Tres. El número perfecto para no aliarse, y para no pelearse de forma permanente de forma abierta. Todo bien pensado. ¿Para qué? A fin de cuentas, ¿quién iba a querer venir a este rincón del mundo?
La tarde oscurecía y los tres se dirigieron al interior del castillo. Aquella noche Ílek, sin poder dormir, se puso en pie y se acercó a la ventana de su habitación. Sirvientes y Señores eran extravagantes y mezquinos, era cierto. Pero la escasa población de la isla no se los merecía.
- Con lo bella que es esta tierra- suspiró Ílek.
Había luna llena sobre el mar, y la luz iluminaba el paisaje bajo la ventana: zafiros e hilos de plata. "¡Vaya, Ílek!", se dijo a sí mismo, "te ablandas con facilidad". Se preguntó por enésima vez en aquel mes lo que toda la isla se preguntaba: ¿qué hacía allí?
- ¿Qué haces aquí?- se preguntó en voz alta.
- Perdona Ílek, puedo explicarlo.
La voz de Elio sonó tras él. Y a pesar del tono amistoso del chico, no pudo evitar que sentir un escalofrío en la espalda.
- Tengo que hablar contigo, cuanto antes mejor.
- Elio, sois muy jóvenes para huir. Y yo no recuerdo nada. Vuelve a tus habitaciones y no tengas tantas prisas. Mira que, de momento, ya me puedes haber puesto en un aprieto presentándote así en la noche.
- No es eso, Ílek.
El tono sonó duro. "Los chicos no son todo lo que aparentan". Al volverse, pudo ver que Elio llevaba una extraña daga de ceremonia (demasiado fina, delicada y decorada) y una extraña expresión en su cara.
- ¿Qué haces?
- Por favor, Ílek. Tienes que ayudarnos.
La historia sonó tan extraña y vieja como era aquella daga: por fuerza tenía que ser cierta. El chico no era lo que aparentaba, pero tampoco era de los que mentían.
Cuando, poco antes del alba, abandonaba el castillo de Nuerca, se dijo a sí mismo que estaba loco. Pero que tampoco tenía otra opción.
Aquella daga era parte de una llave. Cada Señor de la isla tenía una y, además de guardarla, habían jurado no reunir las tres si no era por órdenes del exterior.
- ¿Por qué? ¿Qué guardáis?
- ¿No lo sabes, Ílek?
- ¡No! ¿Cuántas veces quieres que lo repita? ¡No! Ya lo he dicho mil veces a ti a tu padre.
- Los Señores buscan guardar su sitial, no la isla. Tú, bien podrías ser un mensajero de...fuera. No recuerdas nada, así que todo puede ser. De todas maneras, de momento les interesas vivo: a un muerto no se le puede sacar más información que la que obtuvieron cuando te encontraron.
- ¿Y qué sacaron? ¿Qué sacasteis?
- Que puedes serlo o no. Pero si llegaste hasta aquí sin ser visto, es una vergüenza para los tres. Y si te pasó algo que ellos no planearon, es que "está pasando algo".
- ¿Y?
Elio sonrió:
- No nos pasará nada porque somos importantes para ellos: tú puedes llevar un mensaje de fuera. Yo llevo una llave. Mi hermana no viene con nosotros, así sabrán que yo no partiré. Por ahora.
- Todo esto me parece demasiado suponer.
- Los conozco. Y ellos no saben que ella nos mantendrá informados.
El tono de aquella afirmación no gustó nada a Ílek.
- Así pues, supongo que vamos a por las otras dos llaves
- Supones bien -rió Elio.
Y ahí iban ellos, de camino al feudo de Daé. Confiaba en que Elio supiera dónde se guardaban las otras dos llaves. Si había que hacerlo, lo haría. Acto seguido, se largaría de aquella isla de locos para no volver.
Hacia mediodía llegaron a Daé por el camino de la costa y se internaron en los pinares de los alrededores. Elio, una vez más, parecía tener claras las ideas:
- En Nuerca ya saben de nuestra partida desde hace horas, es evidente. Descansemos aquí y continuemos de noche.
Ílek y Elio se durmieron casi al instante. Y los sueños no tardaron en acudir a la cita. Ílek se vio sentado a una mesa, vestido como un gran señor. Y, sentados con él, vio muchos grandes señores. Discutían por algo, y parecía ser que el tema central de la discusión era él. El ambiente se volvió opresivo y el aire, espeso. Cada vez le costaba más respirar. Las voces ladraban cada vez más alto...De pronto, una voz conocida flotó sobre las demás. No gritaba, hablaba con alguien; pero no con las demás voces. Ílek giró la cabeza torpemente...y despertó.
A su lado, Elio conversaba con alguien tranquilamente: era la voz de su sueño. Durante cinco minutos, se entretuvo observando al chico, que hablaba y se movía como si estuviera planeando alguna de las suyas con...¡Alina!
¡Sí! ¡También la nombraba!
Así que era eso: Elio y Alina estaban siempre en contacto, aunque estuvieran a millas de distancia uno del otro. De algún modo, supo que aquel dato era importante. Pero por otro lado, le pareció algo tan normal y natural que volvió a quedarse dormido. Cuando volvió a despertar, ya anochecía: comieron algo y partieron de nuevo.
- Exactamente, ¿dónde tenemos que ir?
- Donde la daga nos guíe. Ella sabe en qué lugar se encuentran las otras llaves, así como las otras llaves saben dónde está ella.
- Eso es peligroso: pueden saber dónde estamos.
- Aún no. Esta misma noche encontraremos la llave de Daé: está cerca.
Ílek rió con ganas.
- ¿Sabes? Quizás me equivoque y nada en este isla sea lo que parece, pero yo diría que ni tú ni tu hermana encajáis aquí.
- Encajamos en la isla, pero no en sus castillos.
- ¡Vaya! Parece que este dardo sí ha dado en el blanco.
Se volvió y vio una expresión extraña en Elio:
- Perdona, si mi comentario te ha dolido.
- No importa. Por desgracia, tienes razón. Sigamos la daga.
El camino se volvía cada vez más abrupto. Pronto tuvieron que desmontar y seguir a pie. Poco a poco, Ílek se dio cuenta de que seguían un antiguo camino, abandonado hacía ya mucho tiempo. De repente, Elio se detuvo:
- Es aquí.
Levantó la mano como si en la palma portara un objeto. Al instante, brotó un punto de luz y el viajero pudo observar que la palma estaba vacía. Pero, sobre ella, seguía flotando aquella luz. A pesar de lo extraño del hecho, también esto le pareció natural y no le dio mayor importancia.
Ante ellos, se encontraba la entrada de una gruta:
- Ten cuidado -le susurró Ílek.
- No temas -contestó Elio.
Y siguieron adelante.
Las horas pasaban, pero Ílek recordaría más tarde que el viaje de descenso ni se le hizo penoso ni le produjo ningún temor.
- Ya hemos llegado.
Ante ellos se abría una sala espaciosa, de arcos ojivales y paredes recubiertas de extraños signos. En el centro, descansaba alguien. Al acercarse, vieron que era un hombre muy pálido de cabellos de plata. Sin embargo, por los rasgos, no era un anciano.
- El guardián de la segunda llave.
- Está muerto -contestó Ílek, dando a entender que, por mucha magia que desplegara su extraño amigo, un muerto es un muerto.
Y punto.
- Es el anterior Señor de Daé.
Elio abrió la túnica del hombre. Sobre su pecho descansaba una segunda daga.
- Como en casa, sólo que allí encontré un hombre de pelo negro. Pero igual de pálido que éste... -añadió pensativo.
- ¿No se supone que era tu abuelo? -se extrañó Ílek.
- Lo encontré gracias a ti -se burló Elio-. Padre se puso tan nervioso con tu hallazgo que, en plena noche, salió para asegurarse que la llave seguía en su lugar: en una gruta, bajo el Manantial de Hielo. Y yo le seguí.
Aquella confidencia heló la sangre de Ílek. Y reanudaron el camino de vuelta mientras el eco de estas palabras aún resonaba en sus oídos. Justo antes de volver a salir, cayó en la cuenta de que Elio no había contestado a su pregunta.
Aquella misma noche se pusieron en camino hacia Nyb, el tercer feudo. El viajero notó un extraño cambio en el chico, parecía inquieto. Él mismo había comenzado a inquietarse también con la nuevas revelaciones de Elio. ¿Sería verdad que él era el mensajero que todos esperaban...que no llegara nunca? Fuera cual fuera la respuesta, la única forma de escapar de allí era ayudando a los mellizos.
Justo antes de mediodía hicieron un alto en el camino.
- Alina está preocupada: nos buscan y padre ha descubierto que falta la llave.
- Entonces, ¡pronto toda la isla nos buscará!
- ¡No! Jamás dirá a los demás que falta su llave: ¿crees acaso que se la devolverían si nos encontraran? No, en esto les conozco bien. Pero nuestra vida ya no está segura: tengo que advertírtelo.
- ¡Un momento! ¿Y Alina? ¿Estará bien?
- Lo estará. Pero ha bloqueado sus recuerdos para que ni puedan saber nada por ella ni sus nervios la traicionen. El problema es que ya no nos puede ayudar.
En esto vio Ílek que los mellizos se tomaban demasiadas molestias para huir de su familia. Ya encontraría el momento para averiguar los verdaderos motivos de su fuga. Y, de paso, si sería verdad que ellos no sabían "nada" de él.
Con las últimas luces del crepúsculo encontraron la gruta de Nyb. Volvieron a descender pero, esta vez, lo que encontraron fue una pálida mujer de largo pelo rizado del color del fuego.
- ¡Sujeta la última llave en sus manos! -exclamó el viajero. Al volverse, vio que Elio intentaba disimular su propia sorpresa. Sin embargo, la resolución de conseguir la tercera de las llaves fue más fuerte que sus dudas y su prudencia.
Al tomar las manos de la mujer, Ílek vio cómo ella abría los ojos. Cosa curiosa, tampoco se sorprendió ni se asustó por esto a pesar de haber creído que también ella estaba muerta. Pero Elio flaqueó en ese momento.
- Ílek -dijo en un susurro-, ¡ayúdame! -aunque él mismo no estaba muy seguro.
- Feist, toma las llaves y guárdalas.
El viajero, entonces, recordó quién era: recordó su nombre y su pasado. A pesar de todo, seguía sin saber qué hacía allí. ¿Cómo y por qué se suponía que había llegado allí?
- Feist -repitió la mujer- toma las llaves.
El viajero, reconociéndose en el nombre, caminó hasta Elio, cuyo rostro ahora estaba tan pálido como el de los Guardianes y que le dirigió una mirada de miedo:
- Eras el mensajero... -le susurró.
- Aún no lo sé -le confesó Feist-, pero no les temas.
- Sin embargo, algo me dice que hay que temerlos. Porque ahora soy yo quien los recuerda.
Sin entender nada, el viajero tomó las llaves de Elio y de la mujer. En ese momento, todo cambió: se encontró de nuevo en el Manantial de Hielo. Aún podía oír la voz de mujer:
- ¡Arroja las llaves al agua!
- ¡Se abrirán todas las Puertas a la vez! -era la voz de Elio, asustado.
Feist se volvió. Elio y la Guardiana estaban allí también, no eran sólo sus voces.
- ¡Tranquilízate, hijo! Tu instinto y el de tu hermana os han guiado bien, pero no podéis liberar la isla solos. ¿Verdad Feist?
- Esta tierra me recuerda a Caria, de donde vengo. Pero aún no sé cómo he llegado hasta aquí. ¿Tú sí?
La mujer sonrió. Y al fijarse en sus ojos, los restos de niebla en su memoria se disiparon.
- En los bosques de Caria se dice que ocurrían cosas extrañas. Hubo una guerra hace muchos años y el mal fue expulsado. Eso dicen. Los nuevos y antiguos Señores pactaron vigilar, de todas formas. Y he aquí que, en los últimos cien años, las antiguas familias han ido desapareciendo una a una...Sólo quedo yo. Pero esto no es ni casualidad ni fatalidad: es deliberado. Por eso me interné en los bosques, porque quería encontrar alguna pista. ¿Qué está pasando?
Elio entonces habló:
- Aquí también sucedían cosas extrañas, pues en esta isla se guardan las Puertas: son pasos a otros lugares en el mundo, a otros mundos, y a otros tiempos. Las Puertas se cerraron para que el mal no las usara. Y se fabricaron tres llaves que guardaron tres Señores, por si tanto poder fuera necesario en el futuro; y porque no se sabía si cerrar las Puertas así sería bueno para el mundo. Pero nada pasó. Y nosotros quedamos aislados. ¿No es así, Guardiana?
- Sí, Elio. Pero no fuisteis los únicos en quedar aislados: también cada ser quedó aislado de todos los demás. Y ese dolor está haciendo que muchos caigan en la desesperación mientras que otros se aferran al poder para sentirse vivos y grandes. Elio, ¿qué pasaría si no pudieses sentir a Alina?
- Es diferente...
- Sí, y sin embargo similar a lo que ocurría en el pasado: en un pasado remoto. El deseo de encontrar respuestas hizo que Feist fuera capaz de vencer las Puertas. Aunque casi le cuesta la vida. Y el deseo de vosotros dos, Elio y Alina, de conocer otros seres y lugares y cosas como os conocéis a vosotros mismos, hizo que no os convirtierais en lo que se esperaba de vosotros.
- Tú guardas las llaves, Guardiana. Si crees que las Puertas debieran estar abiertas, ¿por qué has esperado todos estos años?
La mujer les dirigió una sonrisa que se convirtió en una mueca de dolor: parecía como si muchos siglos hubieran caído sobre ella. Se tambaleó y los dos viajeros la ayudaron a sentarse, cerca de donde manaba la fuente.
- Es una larga historia. Simplemente os diré que nos ataron a mis hermanos y a mí a las llaves y al poder de los tres nuevos Señores: son puñales de ceremonia, no se clavan en la carne, si no en la voluntad de las víctimas.
- ¿Entonces?
- Si vosotros no hubieseis robado las llaves, seguiríamos siendo tres esclavos.
- Y si nosotros no lanzamos las llaves, nunca encontraremos lo que buscamos, ¿verdad?
- La búsqueda sería en vano. No os prometo ni la felicidad ni la victoria, pero sí la oportunidad de conseguirlas. Habéis llegado demasiado lejos como para volver a ser como los demás.
- Hay que regresar a por Alina, enfrentarse a los Señores de la isla y ayudar a Feist.
- Las Puertas os pueden ayudar, pero no podéis obligarlas a hacer lo que vosotros deseéis. Entonces, sí son peligrosas.
- Correremos el riesgo, pues. Lo que ocurra a partir de ahora, es otra historia.
Hacía apenas un mes que había despertado en aquel extraño lugar, y no recordaba absolutamente nada de su vida anterior. Ni siquiera su nombre.
Según parece, le habían encontrado en los bosques del Señor de Nuerca, al pie del Manantial de Hielo. Sí, fue llevado al Señor y permaneció allí una semana, mientras él se recuperaba y Su Señoría no paraba de hacerle "preguntas":
- ¡Esto es una isla pequeña! ¡Es imposible que nadie sepa nada de ti!
Sí, era una isla pequeña dominada por tres extraños Señores a cual más extravagante. Eso decían, e Ílek lo creía: ver al Señor de Nuerca era prueba más que suficiente.
El caso es que nadie sabía nada de él. Y él, menos que nadie. Y aquí estaba él: en los jardines del castillo de Nuerca (un eufemismo como otro cualquiera). Con él, estaban Alina y Elio, los hijos mellizos del Señor de Nuerca (claro). Pero podría haber sido peor: podrían haber salido a sus padres.
Elio y Alina eran muy inquietos y despiertos. Estaba claro que no durarían mucho en la isla: a la mínima huirían para recorrer el mundo. E Ílek podía ser un buen guía.
- ¡Ílek, por favor!- dijo Elio-. Debes entendernos. Después de veinte años aquí ya no podemos más. Acabaremos como nuestros padres y nuestros tíos. Nos buscarán una esposa y un marido aburridos y nos dirán qué hacer cada minuto de nuestras vidas. ¡Rodeados de sirvientes aburridos (más les vale si no quieren ser castigados) y hasta de hijos aburridos!
- Vosotros no sois precisamente "aburridos".
- Somos la excepción que confirma la regla- replicó Alina-,la aristocracia de provincias es así.
Elio la miró de reojo. Cuando su hermana adoptaba una actitud tan estirada, significaba que acababa de tomar una decisión. Y que no pensaba dar marcha atrás.
- Lo que quiere decir es que aquí nunca permitirán que hagamos realidad nuestros proyectos- añadió Elio, con una sonrisa de disculpa.
- Ya veo- dijo Ílek.
Realmente, le caían bien. No recordaba nada ni a nadie, pero los mellizos Nuerca le parecían gente sensata.
Según dedujo, la isla era importante por algo. Mejor dicho, había "algo" en la isla que era suficientemente importante como para que tres Señores feudales se encargaran de "guardarla y protegerla", mientras se vigilaban de cerca unos a otros.
Tres. El número perfecto para no aliarse, y para no pelearse de forma permanente de forma abierta. Todo bien pensado. ¿Para qué? A fin de cuentas, ¿quién iba a querer venir a este rincón del mundo?
La tarde oscurecía y los tres se dirigieron al interior del castillo. Aquella noche Ílek, sin poder dormir, se puso en pie y se acercó a la ventana de su habitación. Sirvientes y Señores eran extravagantes y mezquinos, era cierto. Pero la escasa población de la isla no se los merecía.
- Con lo bella que es esta tierra- suspiró Ílek.
Había luna llena sobre el mar, y la luz iluminaba el paisaje bajo la ventana: zafiros e hilos de plata. "¡Vaya, Ílek!", se dijo a sí mismo, "te ablandas con facilidad". Se preguntó por enésima vez en aquel mes lo que toda la isla se preguntaba: ¿qué hacía allí?
- ¿Qué haces aquí?- se preguntó en voz alta.
- Perdona Ílek, puedo explicarlo.
La voz de Elio sonó tras él. Y a pesar del tono amistoso del chico, no pudo evitar que sentir un escalofrío en la espalda.
- Tengo que hablar contigo, cuanto antes mejor.
- Elio, sois muy jóvenes para huir. Y yo no recuerdo nada. Vuelve a tus habitaciones y no tengas tantas prisas. Mira que, de momento, ya me puedes haber puesto en un aprieto presentándote así en la noche.
- No es eso, Ílek.
El tono sonó duro. "Los chicos no son todo lo que aparentan". Al volverse, pudo ver que Elio llevaba una extraña daga de ceremonia (demasiado fina, delicada y decorada) y una extraña expresión en su cara.
- ¿Qué haces?
- Por favor, Ílek. Tienes que ayudarnos.
La historia sonó tan extraña y vieja como era aquella daga: por fuerza tenía que ser cierta. El chico no era lo que aparentaba, pero tampoco era de los que mentían.
Cuando, poco antes del alba, abandonaba el castillo de Nuerca, se dijo a sí mismo que estaba loco. Pero que tampoco tenía otra opción.
Aquella daga era parte de una llave. Cada Señor de la isla tenía una y, además de guardarla, habían jurado no reunir las tres si no era por órdenes del exterior.
- ¿Por qué? ¿Qué guardáis?
- ¿No lo sabes, Ílek?
- ¡No! ¿Cuántas veces quieres que lo repita? ¡No! Ya lo he dicho mil veces a ti a tu padre.
- Los Señores buscan guardar su sitial, no la isla. Tú, bien podrías ser un mensajero de...fuera. No recuerdas nada, así que todo puede ser. De todas maneras, de momento les interesas vivo: a un muerto no se le puede sacar más información que la que obtuvieron cuando te encontraron.
- ¿Y qué sacaron? ¿Qué sacasteis?
- Que puedes serlo o no. Pero si llegaste hasta aquí sin ser visto, es una vergüenza para los tres. Y si te pasó algo que ellos no planearon, es que "está pasando algo".
- ¿Y?
Elio sonrió:
- No nos pasará nada porque somos importantes para ellos: tú puedes llevar un mensaje de fuera. Yo llevo una llave. Mi hermana no viene con nosotros, así sabrán que yo no partiré. Por ahora.
- Todo esto me parece demasiado suponer.
- Los conozco. Y ellos no saben que ella nos mantendrá informados.
El tono de aquella afirmación no gustó nada a Ílek.
- Así pues, supongo que vamos a por las otras dos llaves
- Supones bien -rió Elio.
Y ahí iban ellos, de camino al feudo de Daé. Confiaba en que Elio supiera dónde se guardaban las otras dos llaves. Si había que hacerlo, lo haría. Acto seguido, se largaría de aquella isla de locos para no volver.
Hacia mediodía llegaron a Daé por el camino de la costa y se internaron en los pinares de los alrededores. Elio, una vez más, parecía tener claras las ideas:
- En Nuerca ya saben de nuestra partida desde hace horas, es evidente. Descansemos aquí y continuemos de noche.
Ílek y Elio se durmieron casi al instante. Y los sueños no tardaron en acudir a la cita. Ílek se vio sentado a una mesa, vestido como un gran señor. Y, sentados con él, vio muchos grandes señores. Discutían por algo, y parecía ser que el tema central de la discusión era él. El ambiente se volvió opresivo y el aire, espeso. Cada vez le costaba más respirar. Las voces ladraban cada vez más alto...De pronto, una voz conocida flotó sobre las demás. No gritaba, hablaba con alguien; pero no con las demás voces. Ílek giró la cabeza torpemente...y despertó.
A su lado, Elio conversaba con alguien tranquilamente: era la voz de su sueño. Durante cinco minutos, se entretuvo observando al chico, que hablaba y se movía como si estuviera planeando alguna de las suyas con...¡Alina!
¡Sí! ¡También la nombraba!
Así que era eso: Elio y Alina estaban siempre en contacto, aunque estuvieran a millas de distancia uno del otro. De algún modo, supo que aquel dato era importante. Pero por otro lado, le pareció algo tan normal y natural que volvió a quedarse dormido. Cuando volvió a despertar, ya anochecía: comieron algo y partieron de nuevo.
- Exactamente, ¿dónde tenemos que ir?
- Donde la daga nos guíe. Ella sabe en qué lugar se encuentran las otras llaves, así como las otras llaves saben dónde está ella.
- Eso es peligroso: pueden saber dónde estamos.
- Aún no. Esta misma noche encontraremos la llave de Daé: está cerca.
Ílek rió con ganas.
- ¿Sabes? Quizás me equivoque y nada en este isla sea lo que parece, pero yo diría que ni tú ni tu hermana encajáis aquí.
- Encajamos en la isla, pero no en sus castillos.
- ¡Vaya! Parece que este dardo sí ha dado en el blanco.
Se volvió y vio una expresión extraña en Elio:
- Perdona, si mi comentario te ha dolido.
- No importa. Por desgracia, tienes razón. Sigamos la daga.
El camino se volvía cada vez más abrupto. Pronto tuvieron que desmontar y seguir a pie. Poco a poco, Ílek se dio cuenta de que seguían un antiguo camino, abandonado hacía ya mucho tiempo. De repente, Elio se detuvo:
- Es aquí.
Levantó la mano como si en la palma portara un objeto. Al instante, brotó un punto de luz y el viajero pudo observar que la palma estaba vacía. Pero, sobre ella, seguía flotando aquella luz. A pesar de lo extraño del hecho, también esto le pareció natural y no le dio mayor importancia.
Ante ellos, se encontraba la entrada de una gruta:
- Ten cuidado -le susurró Ílek.
- No temas -contestó Elio.
Y siguieron adelante.
Las horas pasaban, pero Ílek recordaría más tarde que el viaje de descenso ni se le hizo penoso ni le produjo ningún temor.
- Ya hemos llegado.
Ante ellos se abría una sala espaciosa, de arcos ojivales y paredes recubiertas de extraños signos. En el centro, descansaba alguien. Al acercarse, vieron que era un hombre muy pálido de cabellos de plata. Sin embargo, por los rasgos, no era un anciano.
- El guardián de la segunda llave.
- Está muerto -contestó Ílek, dando a entender que, por mucha magia que desplegara su extraño amigo, un muerto es un muerto.
Y punto.
- Es el anterior Señor de Daé.
Elio abrió la túnica del hombre. Sobre su pecho descansaba una segunda daga.
- Como en casa, sólo que allí encontré un hombre de pelo negro. Pero igual de pálido que éste... -añadió pensativo.
- ¿No se supone que era tu abuelo? -se extrañó Ílek.
- Lo encontré gracias a ti -se burló Elio-. Padre se puso tan nervioso con tu hallazgo que, en plena noche, salió para asegurarse que la llave seguía en su lugar: en una gruta, bajo el Manantial de Hielo. Y yo le seguí.
Aquella confidencia heló la sangre de Ílek. Y reanudaron el camino de vuelta mientras el eco de estas palabras aún resonaba en sus oídos. Justo antes de volver a salir, cayó en la cuenta de que Elio no había contestado a su pregunta.
Aquella misma noche se pusieron en camino hacia Nyb, el tercer feudo. El viajero notó un extraño cambio en el chico, parecía inquieto. Él mismo había comenzado a inquietarse también con la nuevas revelaciones de Elio. ¿Sería verdad que él era el mensajero que todos esperaban...que no llegara nunca? Fuera cual fuera la respuesta, la única forma de escapar de allí era ayudando a los mellizos.
Justo antes de mediodía hicieron un alto en el camino.
- Alina está preocupada: nos buscan y padre ha descubierto que falta la llave.
- Entonces, ¡pronto toda la isla nos buscará!
- ¡No! Jamás dirá a los demás que falta su llave: ¿crees acaso que se la devolverían si nos encontraran? No, en esto les conozco bien. Pero nuestra vida ya no está segura: tengo que advertírtelo.
- ¡Un momento! ¿Y Alina? ¿Estará bien?
- Lo estará. Pero ha bloqueado sus recuerdos para que ni puedan saber nada por ella ni sus nervios la traicionen. El problema es que ya no nos puede ayudar.
En esto vio Ílek que los mellizos se tomaban demasiadas molestias para huir de su familia. Ya encontraría el momento para averiguar los verdaderos motivos de su fuga. Y, de paso, si sería verdad que ellos no sabían "nada" de él.
Con las últimas luces del crepúsculo encontraron la gruta de Nyb. Volvieron a descender pero, esta vez, lo que encontraron fue una pálida mujer de largo pelo rizado del color del fuego.
- ¡Sujeta la última llave en sus manos! -exclamó el viajero. Al volverse, vio que Elio intentaba disimular su propia sorpresa. Sin embargo, la resolución de conseguir la tercera de las llaves fue más fuerte que sus dudas y su prudencia.
Al tomar las manos de la mujer, Ílek vio cómo ella abría los ojos. Cosa curiosa, tampoco se sorprendió ni se asustó por esto a pesar de haber creído que también ella estaba muerta. Pero Elio flaqueó en ese momento.
- Ílek -dijo en un susurro-, ¡ayúdame! -aunque él mismo no estaba muy seguro.
- Feist, toma las llaves y guárdalas.
El viajero, entonces, recordó quién era: recordó su nombre y su pasado. A pesar de todo, seguía sin saber qué hacía allí. ¿Cómo y por qué se suponía que había llegado allí?
- Feist -repitió la mujer- toma las llaves.
El viajero, reconociéndose en el nombre, caminó hasta Elio, cuyo rostro ahora estaba tan pálido como el de los Guardianes y que le dirigió una mirada de miedo:
- Eras el mensajero... -le susurró.
- Aún no lo sé -le confesó Feist-, pero no les temas.
- Sin embargo, algo me dice que hay que temerlos. Porque ahora soy yo quien los recuerda.
Sin entender nada, el viajero tomó las llaves de Elio y de la mujer. En ese momento, todo cambió: se encontró de nuevo en el Manantial de Hielo. Aún podía oír la voz de mujer:
- ¡Arroja las llaves al agua!
- ¡Se abrirán todas las Puertas a la vez! -era la voz de Elio, asustado.
Feist se volvió. Elio y la Guardiana estaban allí también, no eran sólo sus voces.
- ¡Tranquilízate, hijo! Tu instinto y el de tu hermana os han guiado bien, pero no podéis liberar la isla solos. ¿Verdad Feist?
- Esta tierra me recuerda a Caria, de donde vengo. Pero aún no sé cómo he llegado hasta aquí. ¿Tú sí?
La mujer sonrió. Y al fijarse en sus ojos, los restos de niebla en su memoria se disiparon.
- En los bosques de Caria se dice que ocurrían cosas extrañas. Hubo una guerra hace muchos años y el mal fue expulsado. Eso dicen. Los nuevos y antiguos Señores pactaron vigilar, de todas formas. Y he aquí que, en los últimos cien años, las antiguas familias han ido desapareciendo una a una...Sólo quedo yo. Pero esto no es ni casualidad ni fatalidad: es deliberado. Por eso me interné en los bosques, porque quería encontrar alguna pista. ¿Qué está pasando?
Elio entonces habló:
- Aquí también sucedían cosas extrañas, pues en esta isla se guardan las Puertas: son pasos a otros lugares en el mundo, a otros mundos, y a otros tiempos. Las Puertas se cerraron para que el mal no las usara. Y se fabricaron tres llaves que guardaron tres Señores, por si tanto poder fuera necesario en el futuro; y porque no se sabía si cerrar las Puertas así sería bueno para el mundo. Pero nada pasó. Y nosotros quedamos aislados. ¿No es así, Guardiana?
- Sí, Elio. Pero no fuisteis los únicos en quedar aislados: también cada ser quedó aislado de todos los demás. Y ese dolor está haciendo que muchos caigan en la desesperación mientras que otros se aferran al poder para sentirse vivos y grandes. Elio, ¿qué pasaría si no pudieses sentir a Alina?
- Es diferente...
- Sí, y sin embargo similar a lo que ocurría en el pasado: en un pasado remoto. El deseo de encontrar respuestas hizo que Feist fuera capaz de vencer las Puertas. Aunque casi le cuesta la vida. Y el deseo de vosotros dos, Elio y Alina, de conocer otros seres y lugares y cosas como os conocéis a vosotros mismos, hizo que no os convirtierais en lo que se esperaba de vosotros.
- Tú guardas las llaves, Guardiana. Si crees que las Puertas debieran estar abiertas, ¿por qué has esperado todos estos años?
La mujer les dirigió una sonrisa que se convirtió en una mueca de dolor: parecía como si muchos siglos hubieran caído sobre ella. Se tambaleó y los dos viajeros la ayudaron a sentarse, cerca de donde manaba la fuente.
- Es una larga historia. Simplemente os diré que nos ataron a mis hermanos y a mí a las llaves y al poder de los tres nuevos Señores: son puñales de ceremonia, no se clavan en la carne, si no en la voluntad de las víctimas.
- ¿Entonces?
- Si vosotros no hubieseis robado las llaves, seguiríamos siendo tres esclavos.
- Y si nosotros no lanzamos las llaves, nunca encontraremos lo que buscamos, ¿verdad?
- La búsqueda sería en vano. No os prometo ni la felicidad ni la victoria, pero sí la oportunidad de conseguirlas. Habéis llegado demasiado lejos como para volver a ser como los demás.
- Hay que regresar a por Alina, enfrentarse a los Señores de la isla y ayudar a Feist.
- Las Puertas os pueden ayudar, pero no podéis obligarlas a hacer lo que vosotros deseéis. Entonces, sí son peligrosas.
- Correremos el riesgo, pues. Lo que ocurra a partir de ahora, es otra historia.