La llama y la sombra
Entérate de lo que realmente le ocurrió a Gandalf tras su caída del Puente de Moria XD
"...Algo asomaba detrás de los orcos. No se alcanzaba a ver lo que era; parecía una gran sombra, y en medio de esa sombra había una forma oscura, quizá una forma de hombre, pero más grande, y en esa sombra había un poder y un terror que iban delante de ella".
"Llegó al borde del fuego y la luz se apagó como detrás de una nube. Luego, y con un salto, la sombra pasó por encima de la grieta. Las llamas subieron rugiendo a darle la bienvenida, y se retorcieron alrededor; y un humo negro giró en el aire. Las crines flotantes de la sombra se encendieron y ardieron detrás. En la mano derecha llevaba una hoja como una penetrante lengua de fuego, y en la mano izquierda empuñaba un látigo de muchas colas".
"¡Por el puente! - gritó Gandalf, recurriendo a todas sus fuerzas - ¡Huid! Es un enemigo que supera todos vuestros poderes. Yo le cerraré aquí el paso. ¡Huid!"
"El Balrog llegó al puente. Gandalf aguardaba en el medio, apoyándose en la vara que tenía en la mano izquierda; pero en la otra relampagueaba Glamdring, fría y blanca. El enemigo se detuvo de nuevo, enfrentándolo, y la sombra que lo envolvía se abrió a los lados como dos vastas alas. En seguida esgrimió el látigo, y las colas crujieron y gimieron. Un fuego le salía de la nariz. Pero Gandalf no se movió".
"¡No puedes pasar!" "En ese momento, Gandalf alzó la vara y dando un grito golpeó el puente ante él. La vara se quebró y le cayó de la mano. Una cortina enceguecedora de fuego blanco subió en el aire. El puente crujió, rompiéndose justo debajo de los pies del Balrog, y la piedra que lo sostenía se precipitó al abismo mientras el resto permanecía allí, en equilibrio, estremeciéndose como una lengua de roca que se asoma al vacío".
"Con un grito terrible el Balrog se precipitó hacia delante; la sombra se hundió y desapareció"...
-He ganado - se dijo Gandalf. Luego rió tontamente y saludó con la mano a sus compañeros, al otro lado del puente.
-Éste se cae - le murmuró Boromir a los hobbits.
De súbito, las colas del látigo del Balrog ascendieron inesperadamente y envolvieron las rodillas del mago, quien cayó al suelo y trató de asirse a la piedra en un último intento de no caer al precipicio.
-¿Veis? Está tonto, ji, ji...
-¡Huid, insensatos! - gritó Gandalf antes de deslizarse al vacío.
-¡Pues no te lo voy a discutir! - respondió Boromir, a quien le había venido la vena humorística en tan crítico momento.
Pronto, el mago desapareció y se perdió en aquel abismo impenetrable...
Los cuatro hobbits, que en un principio se negaban a creer la horrible escena que acababan de presenciar, rompieron a llorar desconsoladamente. Frodo lloró. Sam lloró. Merry lloró. Pippin lloró. Bueno, lloraron los cuatro, pero dicho así se consigue más dramatismo. Sam aprovechó para rodear a Frodo con sus brazos y darle un besito de consuelo. Boromir dejó de reír e intentó mostrarse triste, para estar a la altura de las circunstancias. Legolas y Gimli tardaron un poco en darse cuenta de lo sucedido porque estaban haciendo un pulso chino; pero cuando se percató, Legolas, que había perdido el pulso, también rompió en llanto. El enano no lloró porque los Enanos son muy machotes. Aragorn tampoco lo hizo, debido a que era el descendiente de Isildur, y el heredero al trono de Gondor y demás historias.
-Ejem... - dijo. Y no fue un carraspeo, sino que pronunció la palabra "Ejem", con sus cuatro letras, y con la "j" alta y clara - No quiero parecer insensible, pero... ahora soy yo el jefe. ¡Moved el culo, gusanos! ¡Parecéis maricones! Atajo de nenas... ¡En marcha, joder! ¡Un, dos, un, dos, un, dos...!
Mientras tanto, Gandalf no había muerto, y el Balrog tampoco (sorprendidos, ¿eh?. Je, je...), sino que ambos caían sin remedio desde una altura inconmensurable, sin poder hacer nada al respecto. En un comienzo se pusieron a hacer acrobacias aéreas, pero de eso ya hacía un rato. La situación empezaba a resultar aburrida. Llevaban tres cuartos de hora cayendo. Gandalf ya tenía ganas de morirse para que lo resucitaran en las Tierras Imperecederas. Hacía un cuarto de hora que se había quedado afónico de tanto gritar. El Balrog, a su vez, se iba chocando contra una de las paredes.
Pasaron veinte eternos minutos más, hasta que al fin llegaron a algún sitio. Cayeron en un estanque subterráneo de aguas heladas, y la algidez casi le hiela el corazón al mago. Ya no prestaba atención a su letal enemigo. Confuso, salió a la superficie.
-¡Ay, qué fría, qué fría! - gimió - ¡Vaya caída!
-¡Dímelo a mí, que he caído en plancha! - dijo el Balrog.
Justo entonces asomaba en el agua, pues había caído más profundo que él.
-¡¡Tú!! - gritó Gandalf - ¡Soy un servidor del Fuego Secreto, que es dueño de la llama de Anor! ¡Vuelve a la Sombra!
-Corta el rollo, viejo...
-¡Llama de Udûn!...
-¡Que te calles!
-¿?
-No pongas esa cara. ¡Sí, como ves puedo hablar! Pero claro, ¿qué sabrá de eso el Señor Mago? Precisamente quería intercambiar unas palabras, pero él no, ¡tenía que romper el puente!
-¿?¿?¿?¿?¿?
-¡Sí, pedazo de salvaje! Luego decís de los orcos... ¿No sabes que hablando se entiende la gente?
-Huyhuyhuy, creo que me he perdido... ¿Tú querías hablar conmigo?
-Nada más. Pero tú en seguida sacas la espadita y...
-¿Y por qué llevas un látigo con tantas colas y una espada de fuego y...?
-A ver, figura, te explico: uno está durmiendo la siesta tranquilamente en su casa (sí, mi casa, porque cuando yo me instalé por estos lares aquí no había nadie. Pero luego empezaron a venir okupas a montones...). Pues uno está durmiendo la siesta y de repente le cae una piedra en la cabeza. ¡Pero qué piedra, señores! ¡¡Vaya una piedra!! ¿Sabes desde qué altura cayó esa piedra? ¿Sabes qué velocidad llegó a coger esa piedra? ¡¡¡Mira qué chichón!!! - sí, la verdad es que tenía un buen bulto - Eso es levantarse con el pie izquierdo, me cago en la leche. Encima un imbécil se pone a tocar el tamborcito de las narices. Yo dije "Vais a ver lo que es bueno", porque estaba bastante mosqueado, y mi mujer me dijo "¡No, cariño, no vayas, puede ser peligroso!", pero...
-Tu mujer.
-Sí. Sí, mi mujer. ¡¡¡¿Qué pasa?!!!
-¡No, no, nada! Continúa.
-Hmmm... Y por eso cogí estas armas, para ver qué pasaba. ¿O es que tú, si unos gamberros entran en tu casa cuando estás haciendo la siesta no saldrías con una escoba o algo?
-Yo no tengo casa.
-Pobre desgraciado... Pues salí a investigar, y encontré a esos orcos idiotas, y a los trolls, y al verme se fueron corriendo y jugamos un rato al ratón y al gato (oye, qué rima más chula). Al final los pillé, cómo no, pero me dijeron que los alborotadores eran una troupe graciosísima. Me dijeron que parecían circenses, y que los dirigía un mago. Y yo dije "¡Ajá, yo les enseñaré a montar un circo en mi casa!"…
-Si lo llego a saber voy por el Caradhras...
-...Y cuando os encuentro a vosotros también os vais corriendo, lo cual me parece lógico, porque recién levantado tenía unas pintas... Os voy a instar a abandonar este lugar y cuando parece que os vais... ¡pumba!, te cargas el puente. Ya me advirtió mi churri. Pero yo me dije "Pues ahora te vienes conmigo, por imbécil"...
-Hey, un momento, que yo no te he faltado al respeto, ¿eh? -¡Faltaría más! ¡Encima querrá insultarme! No te jode...
-¿Y por qué tienes alas si no puedes volar? Vaya birria.
-¡Oye, no te metas con mis alas! No podré volar, pero admite que imponen, ¿que no?
-Bueno... Glamdring también impone...
-¡Bwa, ja, ja, ja, ja...! Qué triste. No, pero la verdad es que hay que dar un poco de miedo, si vas de bueno por la vida te toman por tonto. Quería echaros pero causar impresión al mismo tiempo. ¡Leches, es que es mi casa...!
-Vale, vale, tranquilo... Un error lo tiene cualquiera, ¿no?
-Grrr…
-¡Hehey, tranquilo, hombre, que no pasa nada! Hasta los magos se equivocan. Okey, te pido disculpas, te malinterpreté.
-No te creas que las cosas se arreglan tan fácilmente. ¡Hmpf!
-Ya te he dicho que lo siento, caray. A mí tampoco me gusta estar aquí. Si yo te contara en qué lío me he metido sin comerlo ni beberlo… En fin, ¿qué hacemos ahora?
-Lo primero salir de aquí. Se me ha apagado el fuego. Sin fuego no doy casi miedo…
-Sí, sin fuego eres más bien una mierdecilla, je, je…
-¡¡¡¿Qué has dicho?!!!
-¡Nada, nada!...
-Bien. Pues vamos. Además, el cambio del fuego a estas aguas es muy grande. Como me quede aquí un minuto más me voy a constipar… ¡Atchísss!
-Jesús.
-¿Quién es ése?
-No sé. Venga, vamos.
Al estar tantos días en aquella penumbra absoluta, Gandalf tenía la vista perfectamente acostumbrada a la oscuridad; es por ello que no tardó en distinguir una de las orillas. Nadaron hasta ella primero, y después vadearon, hasta que por fin estuvieron sobre tierra firme. El Balrog se sacudió como un perro, mientras que el mago vaciaba el agua de su sombrero, además de un pescado muy raro que se le había metido dentro.
-Bueno, Señor Mago, - dijo el Balrog - parece que vamos a convivir un tiempecito juntos. ¿Tienes nombre, o voy a tener que llamarte por medio de insultos?
-No te pases. Soy Gandalf, y Gandalf soy yo. Gandalf El Grís (aunque no sé cuánto tiempo más me durará este color…). Pero en realidad tengo muchos nombres…
-A mí con uno me basta. Yo soy un Valarauko. Balrog para los amigos.
-Mucho gusto.
-De eso nada, monada. Tú me llamarás Señor Valarauko.
-Te llamaré como quiera, que eso es muy complicado.
-Allá tú. Por cierto, no me gusta tu nombre. Creo que te seguiré llamando "mago".
-¡Llámame como te dé la gana, pero sácame de aquí!
-¿Que te saque yo?
-¿Tú no sabes salir?
-No.
-Pues estamos listos.
El Balrog refunfuñó y se adentró en un pasadizo cercano. El mago fue tras él.
-¡Eh, espera! ¿Adónde vas?
-¡A buscar una salida!
-¡Voy contigo!
-Oh, no… Pues si vas a venir, calladito, ¿eh? El perder mi fuego me pone de muy mala leche, de verdad…
De pronto, el Balrog se detuvo, como si acabara de recordar algo. Es que de hecho eso era lo que le había pasado.
-¡Ya lo tengo! ¡Ya sé dónde estoy!
-¡Yo también! - dijo el mago - ¡¡En Moria!! ¡Ah, ja, ja, ja…!
El Balrog lo miró con muy malos ojos…
-No comprendo el humor de los magos. Si vas a venir nada de chistes. Ya sé dónde estoy. He transitado un par de veces estos recovecos. Si andas, y andas, y andas, y sigues andando, y cuando te cansas caminas, y luego sigues a pie, siempre hacia arriba, llegas a la Escalera Interminable. Espero que aún esté ahí, porque tenía un amigo incendiario que… Bueno, no importa. ¡Sígueme, mago! Y quizá al cabo de un sinfín de jornadas salgamos de aquí.
-No me gusta esto - se quejó Gandalf - Me parece que he perdido la iniciativa. Como alguien se entere de que ha sido un Balrog el que me ha sacado de aquí…
-¡Si no te gusta no vengas!
-Hombre, tampoco es eso…
Muchos días anduvieron por aquellos laberintos secretos, en los que criaturas más antiguas que Sauron habían trabajado durante largo tiempo (quizá ratas). Estaban roídos como quesos, y olían mal. Y olían todavía peor después de que el Balrog hiciera sus necesidades (las de Gandalf eran relativamente pequeñas, pero las del Balrog…). Fueron días muy duros. Se vieron obligados a comer porquerías que encontraban por el camino y que no merecen ser mencionadas. Sortearon trampas ocultas: el Balrog se dio con una estalactita en la cabeza, Gandalf tropezó con una piedra, el Balrog metió un pie en un agujero, Gandalf se cayó en un charco, etc. Incluso se toparon un par de veces con Gollum, que se había perdido. Tuvieron acaloradas discusiones, pues si el mago era susceptible, el Balrog más, pero con razón. Estaba preocupado por su mujer. Un día llegaron hasta un cartelito muy trabajado en el cual ponía Hacia el Cuerno de Plata. Siga todo recto. Gandalf dio un salto de alegría, pero después se percató de que ponía en letras pequeñas Prohibido fumar en el Zirakzigil, y se pasó el resto del día gruñendo. Así, prestos, en poco tiempo llegaron hasta la Escalera Interminable. Mandaba huevos, la escalerita…
-Aquí estamos - dijo el Balrog - Veo que todavía se mantiene firme, al menos en este tramo. Espero que esté entera… Mago, ante ti tienes a la Escalera Interminable. Ya sé que da pereza subirla pero hay que hacerlo.
-Pues si es interminable, ¿para qué vamos a subirla? ¡Ah, ja, ja, ja…!
El Balrog ya se había acostumbrado a los chistes malos (¡malos!) de Gandalf; y sin embargo no dejaban de desconcertarle.
-Eres un espectáculo, viejo.
El mago aún se secaba las lágrimas de la risa.
-Ji, ji, ji, qué bueno… Está bien, vamos allá. Je, je…
Pues si subir los pasadizos era cansino, subir la escalera era un verdadero calvario. Gandalf no tardó en perder la cuenta de los escalones (es que en realidad se saltó el número diez, con lo cual en el peldaño quince ya estaba hecho un lío). El mago iba primero, no por ningún motivo en especial, simplemente porque comenzó antes a subir; aunque sí es verdad que tenía cierto temor a que el Balrog destrozara los peldaños con sus enormes pies, o a que le diera por abrir sus alas o algo por el estilo. Cada vez que el mago se paraba a descansar el Balrog le metía prisa con el látigo. Así es que dentro de las muchas jornadas que transcurrieron en la Escalera subieron rápido, dentro de lo que cabe. Era particularmente molesto el hecho de que, cuando más cansados estaban, una cuadrilla de orcos pasaba por su lado montados en una especie de polea y se les burlaban sin ningún tipo de compasión. Era muy frustrante.
Pero todo pasa, y después de muchos días, el puente, la caída, el estanque de aguas gélidas, los pasadizos, la Escalera y aun la panda de orcos burlones no fueron más que un mal recuerdo. Porque llegaron al pico del Celebdil. El Balrog, que iba primero, abrió la ventana que daba al exterior de golpe y salió refunfuñando, para variar. Gandalf estaba algo sonrojado.
-Ufff… Ha costado - dijo.
-¡¿Ha costado?! ¡¡¡¿Ha costado, dices?!!! ¿Cuál de las dos veces, la primera o la segunda?
-Er… Las dos.
-¡¡¡Idiota!!! ¿Es que quieres amargarme la vida? ¡Tenías que ir tú primero, cabezón! No nos fue mal del todo, pero tenías que abrir tú la ventanita, y claro, la luz del sol te deslumbró y te hizo caer sin remedio por las escaleras, ¡arrastrándome contigo!
-Es que hacía más de un mes que no veía la luz de…
-¡Querrá tener razón, el muy desgraciado! ¡Y eso que tenía sombrero! ¡En mi vida he rodado tanto! ¡Tres días dando vueltas! ¡Mira! ¡Voy lleno de magulladuras! ¡Tengo el culo morado! ¡Y aquellos orcos burlándose! No eran tres peldaños precisamente, ¿sabes? Ya es bastante costoso subir la Escalera una vez, ¡como para subirla dos veces! ¡Doblemente interminable! ¡Me cago en tu calavera…! ¡Menos mal que la segunda vez fui yo delante! ¡Imbécil!
A Gandalf le chisporrotearon los ojos bajo las cejas erizadas.
-¡¿Qué pasa?! ¡¿No te cansas de avasallar a un pobre viejo?! ¡Si quieres saco a Glamdring y lo aclaramos!
-Ah, claro. Ahora que ya ha salido de Moria quiere deshacerse de mí. Me debes un favor, mago.
-¡Ja! Mira, lo dejaré pasar por esta vez, pero… - miró alrededor, y del vértigo se cayó al suelo - ¡Ostras! ¡¿Dónde me has traído?!
-Al culo del mundo, compañero. Era el único camino que me sabía. Estamos en lo alto del Celebdil, uno de los lugares más altos de la Tierra Media. Aquí sí que casca el sol, ¿eh? Estarás de acuerdo conmigo en que los Enanos que construyeron la Escalera debían ser muy tontos. No es un lugar éste para visitar todos los días. Sin embargo... - al Balrog le vino un viejo recuerdo a la memoria, lo que le hizo sonreír y soltar una lagrimita - Aquí pasé una velada muy romántica con mi churri, cuando todavía sólo festeábamos. En la cumbre del Celebdil, bajo la luz de las estrellas… Qué tiempos aquellos…
-¿Estaba buena?
-Much… ¡eh! ¡¿Quién te crees tú para hablar así de mi mujer?!
-No te preocupes, aquí no nos oye nadie - el mago volvió a mirar en derredor, y del vértigo se volvió a caer - Wow. A este paso que llevo voy a llegar cuando estén enterrando a Sauron. Como no me espabile no me va a dar tiempo a hacer nada…
-Mmmm… Qué buenas vistas. Acabo de pensar que ya que estoy fuera podría darme un paseíto por ahí. Dicen que hay un lugar llamado La Comarca que es muy agradable. Le dije a mi mujer que no tardaría, pero... un día es un día. Lo difícil va a ser bajar…
Gandalf enfureció y desenvainó raudamente a Glamdring.
-¡Ah, no! ¡Eso no! ¡Tú no irás a La Comarca! ¡Allí tienen el mejor tabaco de toda la Tierra Media! ¡Venga, pelea! ¡¡Pelea!!
-¿Ves? ¡La gente como tú sólo soluciona las cosas mediante la violencia! ¡Guarda tu espada, maldita sea!
El mago quedó perplejo un momento y después obedeció.
-Perdón - se disculpó - Es que estoy mayor ya, y me altero con facilidad. Pero aun así, creo que no deberías ir a La Comarca. Hay muchas cosas allí que no merecen ser destruidas: hobbits, bellos jardines… tabaco…
-¿Y quién ha dicho que voy a destruirlas? ¡Sólo quiero dar un paseo, y que me dé un poco el aire!
-Como quieras. Pero si te preguntan, yo no te conozco. Si alguien se entera de que te dejo marchar… ¡Y no toques el tabaco!
De sopetón, Gandalf pensó (quiero decir, en vez de actuar por instinto).
-Acaba de ocurrírseme algo… - dijo - ¿Cómo vas a bajar de aquí? Yo no tengo problemas porque llamo a mi amigo Gwaihir y asunto resuelto, pero ¿y tú?
-No tengo ni idea. Pensemos en algo, ¿de acuerdo?
-Vale.
Tras intercambiar estas palabras, cada uno se tomó unos momentos de soledad para reflexionar en lo ocurrido. El Balrog se preocupó en primera instancia de volver a encender el fuego de su cuerpo. Lo hizo de una manera un tanto peculiar: consiguió hacer una fogata frotando un par de piedras y luego se tiró en ella. Una vez estuvo fogueando de nuevo recuperó el buen humor que había perdido hacía mucho. Se dirigió hacia donde estaba el mago (un metro a su derecha. El pico del Celebdil no era precisamente como las praderas de Rohan). Curiosamente, lo encontró en una especie de éxtasis, con las piernas cruzadas, las palmas de las manos de cara al cielo y los ojos cerrados, y farfullaba cosas raras. Lo movió bruscamente, mas Gandalf no despertó. Pasaron unos minutos, y al fin abrió los ojos.
-¿Qué te pasa, estabas en trance o qué? - preguntó el Balrog.
-Marché a un lugar muy lejano, más allá del pensamiento y del tiempo, - respondió Gandalf - y erré por sendas de las que nada diré.
-¡¿Eres un vidente?! ¿Puedes contactar con mi madre?
-No. No soy un vidente. ¡Pero bueno, ¿desde cuándo un Balrog tiene familia…?!
-Déjalo ya, ¿vale? Tú nunca comprenderás esas cosas. Vosotros no tenéis tacto. Ahora dime, ¿cómo vas a llamar a tu amigo?
-¡Oye, se me había olvidado! Ya lo había dado por hecho. Gracias por recordármelo.
-¿CÓMO vas a llamarlo?
Llegados a este punto, Gandalf se sacó una pipa de la túnica, y un pote de tabaco.
-¿Has oído hablar de las señales de humo? ¡Ah, ja, ja, ja…!
-Este hombre está chalado…
-Tengo una pipa de sobra, amigo. ¿Hace?
-Estás hecho un porreta, viejo. No, gracias, eso es malo para la salud.
-Ya, pero yo soy un Istari.
El Balrog quedó pensativo un instante.
-Pues yo soy un Balrog. Trae p´acá.
Así pues, comenzaron a fumar en pipa, y Gandalf empezó con los dichosos anillitos de humo.
-Ya está, ya lo he llamado - dijo - En cuanto a ti… No sé, quizá pueda convencerle para que vengan a recogerte los Nazgul, o yo qué sé… Ahora sólo queda esperar. ¿Qué hacemos, mientras tanto? ¿Cantamos un poco?
-¡Deja, eso es de maricones!
-Pues cuéntame algún chiste de ésos tan graciosos que te sabes.
-¡Chissssst! ¡Calla! Aquí no puedo.
-¿Cómo que no? ¡Vuelve a contarme ése de Sauron en pelotas…!
-¡¡¡Calla!!! ¡Bajo tierra no me oye, pero aquí sí!
-Ah. ¿Y no te sabes más chistes?
-Es que… (Aparte de ésos) sólo me sé machistas y feministas.
-¡Cuenta los machistas!
-Sí, venga, encima de que no salen casi mujeres voy a contar chistes machistas… ¡Que nos cuelgan de los huevos, compañero!
-Jopé. Pues cuenta los feministas.
-¿Y qué gracia tiene contarse chistes feministas entre dos hombres?
-También es verdad… Pues hala, no cuentes nada. Aburrido…
Más anillos de humo… Ahora empezaba a hacer algunas figuritas ridículas. Se sentía a gusto allí arriba, y además el Balrog le proporcionaba una sombrita estupenda.
-No sé - dijo Gandalf - De alguna manera no puedo evitar echar de menos un combate, ¿sabes? ¿Qué dirían las canciones? "La Batalla de la Cima". Hmmm… Suena bien. Me haría famoso.
-Sí que tienes ganas de pelear... Y no creo que las canciones te dejaran en muy buen lugar. Una piltrafilla como tú no podría hacer nada contra mí.
-Bueno, eso es bastante discutible… Perro ladrador, pocas nueces (¿?). Y oye, piltrafa tu padre. De todas formas, creo que podría hacer unos fuegos artificiales en forma de relámpagos y tal, para que parezca que estamos luchando. Los que nos vean desde bajo se van a cagar, je, je…
Fue entonces cuando el mago se levantó y alzó su vara, y de ella surgieron múltiples fuegos y rayos de colores, y cualquiera habría dicho que una gran tormenta acababa de estallar allí arriba.
-¡Vaya! - exclamó el Balrog - ¡Qué truco más bueno! ¿Puedes hacer más?
-¿Que si puedo? Chaval, estás hablando con el rey de los trucos. Siéntate en esa piedra y observa.
El Balrog hizo lo que Gandalf le pidió. El mago se preparó para uno de sus números, y casualmente un rayito de sol iluminó su espectáculo.
-¡Señores y señoras! ¡Con todos ustedes… El Show de Gandalf! ¡El mejor mago de toda la Tierra Media!
El Balrog aplaudió.
-¡Gracias, gracias! ¡A continuación pondré en marcha mi primer número!
El mago se quitó el sombrero de la cabeza. Después comenzó a meter pañuelos tras enseñárselos previamente a su atento espectador.
-Ahora necesitaré la colaboración del público... ¡Usted!
-¿Yo? - se asombró el Balrog.
-¡Sí, usted! Venga aquí conmigo.
-Ay, qué ilusión…
El Balrog se levantó y se puso al lado de Gandalf.
-Necesito que me preste una prenda, señor. Cualquier cosa servirá.
El Balrog meditó un momento y luego sacó un pañuelo del bolsillo (o algún orificio corporal, no se sabe muy bien…). Se lo prestó a Gandalf.
-¡Gracias!
El mago lo introdujo con los demás, y posteriormente agitó su sombrero a un lado y a otro. Finalmente se lo volvió a colocar en la cabeza.
-¿Dónde estarán los pañuelos? No se preocupe, señor, en seguida se lo devuelvo. ¡Abracadabra, pata de cabra…!
Para sorpresa del Balrog, el mago sacó todos y cada uno de los pañuelos de una de sus mangas, todos unidos entre sí, y el suyo estaba justo en el medio.
-¡Bravo! ¡Bravo, muy bien!
El Balrog aplaudió. Después cogió su pañuelo y volvió a su sitio.
-¡Y ahora, querido público, mi próximo número!
Gandalf juntó ambas manos, y comenzó a pronunciar juramentos y palabras mágicas mientras las movía habilidosamente como si estuviera haciendo sombras chinescas. Cuando terminó abrió las manos y… ¡una paloma surgió volando de ellas!
-¡Así se hace! ¡Bravo! ¡Bravísimo! ¡Otro! ¡Otro!... - el Balrog estaba profundamente emocionado.
Pero aquí no acababa el truco, sino que la paloma explotó en el aire, y los pedazos chamuscados de su cuerpo formaron la palabra Hola en el cielo.
El Balrog se puso a silbar con cuatro dedos.
-Y si la paloma ha gustado… ¿por qué no un conejo?
Gandalf volvió a quitarse el sombrero, y después de decir unas nuevas palabras mágicas y de hacer unos artificios con su vara… ¡sacó un conejo de él!
-¡Ta-ta-tacháaaan!
El Balrog se levantó otra vez y empezó a dar saltos de alegría, y esta vez sus silbidos se oyeron en Lothlórien, y a los Elfos casi les da un patatús.
-¡Bravo! ¡Bravo! ¡Viva! ¡Eres el mejor, Gandalf!
-¡Gracias! ¡Gracias, querido público! ¡Sois un público excelente!
Viva! ¡Bravo! ¡Yupiiii! ¡OEOEOEOEEEEEE…!
En ese preciso momento Gwaihir llegó volando, y se alarmó al ver al Valarauko.
-¡Coño, un Balrog! - exclamó - ¡Toma, cabrón!
Sin ningún tipo de miramiento se abalanzó sobre el Balrog, quien gritó "¡Hey!", y lo hizo caer rodando por el flanco del Celebdil mientras se cagaba en los muertos del águila. Gandalf se quedó un rato mirando cómo caía y se daba golpes contra las rocas, sin decir nada al respecto.
-Te has pasado, Gwai - dijo al fin - Era un buen público.
-¿Qué?
-¡Bah, olvídalo! Sácame de aquí, tío, que ya empiezo a aburrirme.
-Esto ya es abusar de la buena fe de los demás, Gandalf. Tienes suerte de que nos proporcionaste aquel cargamento de tabaco, que si no…
-¡Oh, no te quejes!
-Me quedaré con ese conejo que tienes por las molestias.
El conejo empezó a sudar (cosa rara en un conejo).
-Todo tuyo.
Gwaihir se lo guardó en su riñonera para ponerlo en escabeche más tarde.
-Venga, sube.
Así lo hizo Gandalf, y pronto se alejaron del Celebdil y se perdieron en un hermoso mar de nubes…
-Esto que me ha pasado no se lo va a creer nadie, Gwaihir. Habrá que inventarse algo más creíble. ¿Te importa si digo que me lo he cargado yo? "La Batalla de la Cima". Queda muy bien, ¿no crees?
-Estás muy flipado, Gandalf. Haz lo que quieras, yo no quiero malos rollos. Si el Saurio ese se entera de lo que he hecho me va a hacer la vida imposible…
-¡Chachi! Gracias. Ahora, por favor, ¿podrías dejarme en Lothlórien? Galadriel me dejó a deber unos cuantos barriles de hierba.
-¿Galadriel fuma?
-Claro. Y mucho. Así están los Elfos, je, je...
-Wow, una Elfa fumando. Esto sí que me pone… No te agarres demasiado o te llevarás una sorpresa...
-Siempre has sido un zorrón, ¿eh, viejo amigo? Je, je… Como se entere Celeborn…
-Ya quisiera Celeborn enterarse de todo lo que pasa en su casa...
-Sí, para escribir un libro. Desmadre en Lothlórien. Je, je...
-Je, je…
-Je, je…
-Je, je…
-Parecemos tontos, pero bueno, je, je…
-Je, je…
Entretanto, el Balrog permanecía agarrado como podía a una rama bastante inconsistente que había en medio de la ladera de la montaña. Estaba asido con el brazo derecho, que era de los pocos miembros que aún no se le habían roto, por supuesto.
-Me cago en los muertos del pájaro loco ese... ¡Un águila! ¡Casi me mata un miserable aguilucho! ¡Casi deja viuda a mi churri! ¡Maldita sea, debí haber matado al mago cuando tuve la oportunidad! No tienen respeto por nada… ¡Veréis cuando se entere Christopher, animales!
Fijaos que cosas tiene la vida que la rama crujió con muy mala pinta…
-Oh-oh. Esto me pasa por gilipollas...
"Llegó al borde del fuego y la luz se apagó como detrás de una nube. Luego, y con un salto, la sombra pasó por encima de la grieta. Las llamas subieron rugiendo a darle la bienvenida, y se retorcieron alrededor; y un humo negro giró en el aire. Las crines flotantes de la sombra se encendieron y ardieron detrás. En la mano derecha llevaba una hoja como una penetrante lengua de fuego, y en la mano izquierda empuñaba un látigo de muchas colas".
"¡Por el puente! - gritó Gandalf, recurriendo a todas sus fuerzas - ¡Huid! Es un enemigo que supera todos vuestros poderes. Yo le cerraré aquí el paso. ¡Huid!"
"El Balrog llegó al puente. Gandalf aguardaba en el medio, apoyándose en la vara que tenía en la mano izquierda; pero en la otra relampagueaba Glamdring, fría y blanca. El enemigo se detuvo de nuevo, enfrentándolo, y la sombra que lo envolvía se abrió a los lados como dos vastas alas. En seguida esgrimió el látigo, y las colas crujieron y gimieron. Un fuego le salía de la nariz. Pero Gandalf no se movió".
"¡No puedes pasar!" "En ese momento, Gandalf alzó la vara y dando un grito golpeó el puente ante él. La vara se quebró y le cayó de la mano. Una cortina enceguecedora de fuego blanco subió en el aire. El puente crujió, rompiéndose justo debajo de los pies del Balrog, y la piedra que lo sostenía se precipitó al abismo mientras el resto permanecía allí, en equilibrio, estremeciéndose como una lengua de roca que se asoma al vacío".
"Con un grito terrible el Balrog se precipitó hacia delante; la sombra se hundió y desapareció"...
-He ganado - se dijo Gandalf. Luego rió tontamente y saludó con la mano a sus compañeros, al otro lado del puente.
-Éste se cae - le murmuró Boromir a los hobbits.
De súbito, las colas del látigo del Balrog ascendieron inesperadamente y envolvieron las rodillas del mago, quien cayó al suelo y trató de asirse a la piedra en un último intento de no caer al precipicio.
-¿Veis? Está tonto, ji, ji...
-¡Huid, insensatos! - gritó Gandalf antes de deslizarse al vacío.
-¡Pues no te lo voy a discutir! - respondió Boromir, a quien le había venido la vena humorística en tan crítico momento.
Pronto, el mago desapareció y se perdió en aquel abismo impenetrable...
Los cuatro hobbits, que en un principio se negaban a creer la horrible escena que acababan de presenciar, rompieron a llorar desconsoladamente. Frodo lloró. Sam lloró. Merry lloró. Pippin lloró. Bueno, lloraron los cuatro, pero dicho así se consigue más dramatismo. Sam aprovechó para rodear a Frodo con sus brazos y darle un besito de consuelo. Boromir dejó de reír e intentó mostrarse triste, para estar a la altura de las circunstancias. Legolas y Gimli tardaron un poco en darse cuenta de lo sucedido porque estaban haciendo un pulso chino; pero cuando se percató, Legolas, que había perdido el pulso, también rompió en llanto. El enano no lloró porque los Enanos son muy machotes. Aragorn tampoco lo hizo, debido a que era el descendiente de Isildur, y el heredero al trono de Gondor y demás historias.
-Ejem... - dijo. Y no fue un carraspeo, sino que pronunció la palabra "Ejem", con sus cuatro letras, y con la "j" alta y clara - No quiero parecer insensible, pero... ahora soy yo el jefe. ¡Moved el culo, gusanos! ¡Parecéis maricones! Atajo de nenas... ¡En marcha, joder! ¡Un, dos, un, dos, un, dos...!
Mientras tanto, Gandalf no había muerto, y el Balrog tampoco (sorprendidos, ¿eh?. Je, je...), sino que ambos caían sin remedio desde una altura inconmensurable, sin poder hacer nada al respecto. En un comienzo se pusieron a hacer acrobacias aéreas, pero de eso ya hacía un rato. La situación empezaba a resultar aburrida. Llevaban tres cuartos de hora cayendo. Gandalf ya tenía ganas de morirse para que lo resucitaran en las Tierras Imperecederas. Hacía un cuarto de hora que se había quedado afónico de tanto gritar. El Balrog, a su vez, se iba chocando contra una de las paredes.
Pasaron veinte eternos minutos más, hasta que al fin llegaron a algún sitio. Cayeron en un estanque subterráneo de aguas heladas, y la algidez casi le hiela el corazón al mago. Ya no prestaba atención a su letal enemigo. Confuso, salió a la superficie.
-¡Ay, qué fría, qué fría! - gimió - ¡Vaya caída!
-¡Dímelo a mí, que he caído en plancha! - dijo el Balrog.
Justo entonces asomaba en el agua, pues había caído más profundo que él.
-¡¡Tú!! - gritó Gandalf - ¡Soy un servidor del Fuego Secreto, que es dueño de la llama de Anor! ¡Vuelve a la Sombra!
-Corta el rollo, viejo...
-¡Llama de Udûn!...
-¡Que te calles!
-¿?
-No pongas esa cara. ¡Sí, como ves puedo hablar! Pero claro, ¿qué sabrá de eso el Señor Mago? Precisamente quería intercambiar unas palabras, pero él no, ¡tenía que romper el puente!
-¿?¿?¿?¿?¿?
-¡Sí, pedazo de salvaje! Luego decís de los orcos... ¿No sabes que hablando se entiende la gente?
-Huyhuyhuy, creo que me he perdido... ¿Tú querías hablar conmigo?
-Nada más. Pero tú en seguida sacas la espadita y...
-¿Y por qué llevas un látigo con tantas colas y una espada de fuego y...?
-A ver, figura, te explico: uno está durmiendo la siesta tranquilamente en su casa (sí, mi casa, porque cuando yo me instalé por estos lares aquí no había nadie. Pero luego empezaron a venir okupas a montones...). Pues uno está durmiendo la siesta y de repente le cae una piedra en la cabeza. ¡Pero qué piedra, señores! ¡¡Vaya una piedra!! ¿Sabes desde qué altura cayó esa piedra? ¿Sabes qué velocidad llegó a coger esa piedra? ¡¡¡Mira qué chichón!!! - sí, la verdad es que tenía un buen bulto - Eso es levantarse con el pie izquierdo, me cago en la leche. Encima un imbécil se pone a tocar el tamborcito de las narices. Yo dije "Vais a ver lo que es bueno", porque estaba bastante mosqueado, y mi mujer me dijo "¡No, cariño, no vayas, puede ser peligroso!", pero...
-Tu mujer.
-Sí. Sí, mi mujer. ¡¡¡¿Qué pasa?!!!
-¡No, no, nada! Continúa.
-Hmmm... Y por eso cogí estas armas, para ver qué pasaba. ¿O es que tú, si unos gamberros entran en tu casa cuando estás haciendo la siesta no saldrías con una escoba o algo?
-Yo no tengo casa.
-Pobre desgraciado... Pues salí a investigar, y encontré a esos orcos idiotas, y a los trolls, y al verme se fueron corriendo y jugamos un rato al ratón y al gato (oye, qué rima más chula). Al final los pillé, cómo no, pero me dijeron que los alborotadores eran una troupe graciosísima. Me dijeron que parecían circenses, y que los dirigía un mago. Y yo dije "¡Ajá, yo les enseñaré a montar un circo en mi casa!"…
-Si lo llego a saber voy por el Caradhras...
-...Y cuando os encuentro a vosotros también os vais corriendo, lo cual me parece lógico, porque recién levantado tenía unas pintas... Os voy a instar a abandonar este lugar y cuando parece que os vais... ¡pumba!, te cargas el puente. Ya me advirtió mi churri. Pero yo me dije "Pues ahora te vienes conmigo, por imbécil"...
-Hey, un momento, que yo no te he faltado al respeto, ¿eh? -¡Faltaría más! ¡Encima querrá insultarme! No te jode...
-¿Y por qué tienes alas si no puedes volar? Vaya birria.
-¡Oye, no te metas con mis alas! No podré volar, pero admite que imponen, ¿que no?
-Bueno... Glamdring también impone...
-¡Bwa, ja, ja, ja, ja...! Qué triste. No, pero la verdad es que hay que dar un poco de miedo, si vas de bueno por la vida te toman por tonto. Quería echaros pero causar impresión al mismo tiempo. ¡Leches, es que es mi casa...!
-Vale, vale, tranquilo... Un error lo tiene cualquiera, ¿no?
-Grrr…
-¡Hehey, tranquilo, hombre, que no pasa nada! Hasta los magos se equivocan. Okey, te pido disculpas, te malinterpreté.
-No te creas que las cosas se arreglan tan fácilmente. ¡Hmpf!
-Ya te he dicho que lo siento, caray. A mí tampoco me gusta estar aquí. Si yo te contara en qué lío me he metido sin comerlo ni beberlo… En fin, ¿qué hacemos ahora?
-Lo primero salir de aquí. Se me ha apagado el fuego. Sin fuego no doy casi miedo…
-Sí, sin fuego eres más bien una mierdecilla, je, je…
-¡¡¡¿Qué has dicho?!!!
-¡Nada, nada!...
-Bien. Pues vamos. Además, el cambio del fuego a estas aguas es muy grande. Como me quede aquí un minuto más me voy a constipar… ¡Atchísss!
-Jesús.
-¿Quién es ése?
-No sé. Venga, vamos.
Al estar tantos días en aquella penumbra absoluta, Gandalf tenía la vista perfectamente acostumbrada a la oscuridad; es por ello que no tardó en distinguir una de las orillas. Nadaron hasta ella primero, y después vadearon, hasta que por fin estuvieron sobre tierra firme. El Balrog se sacudió como un perro, mientras que el mago vaciaba el agua de su sombrero, además de un pescado muy raro que se le había metido dentro.
-Bueno, Señor Mago, - dijo el Balrog - parece que vamos a convivir un tiempecito juntos. ¿Tienes nombre, o voy a tener que llamarte por medio de insultos?
-No te pases. Soy Gandalf, y Gandalf soy yo. Gandalf El Grís (aunque no sé cuánto tiempo más me durará este color…). Pero en realidad tengo muchos nombres…
-A mí con uno me basta. Yo soy un Valarauko. Balrog para los amigos.
-Mucho gusto.
-De eso nada, monada. Tú me llamarás Señor Valarauko.
-Te llamaré como quiera, que eso es muy complicado.
-Allá tú. Por cierto, no me gusta tu nombre. Creo que te seguiré llamando "mago".
-¡Llámame como te dé la gana, pero sácame de aquí!
-¿Que te saque yo?
-¿Tú no sabes salir?
-No.
-Pues estamos listos.
El Balrog refunfuñó y se adentró en un pasadizo cercano. El mago fue tras él.
-¡Eh, espera! ¿Adónde vas?
-¡A buscar una salida!
-¡Voy contigo!
-Oh, no… Pues si vas a venir, calladito, ¿eh? El perder mi fuego me pone de muy mala leche, de verdad…
De pronto, el Balrog se detuvo, como si acabara de recordar algo. Es que de hecho eso era lo que le había pasado.
-¡Ya lo tengo! ¡Ya sé dónde estoy!
-¡Yo también! - dijo el mago - ¡¡En Moria!! ¡Ah, ja, ja, ja…!
El Balrog lo miró con muy malos ojos…
-No comprendo el humor de los magos. Si vas a venir nada de chistes. Ya sé dónde estoy. He transitado un par de veces estos recovecos. Si andas, y andas, y andas, y sigues andando, y cuando te cansas caminas, y luego sigues a pie, siempre hacia arriba, llegas a la Escalera Interminable. Espero que aún esté ahí, porque tenía un amigo incendiario que… Bueno, no importa. ¡Sígueme, mago! Y quizá al cabo de un sinfín de jornadas salgamos de aquí.
-No me gusta esto - se quejó Gandalf - Me parece que he perdido la iniciativa. Como alguien se entere de que ha sido un Balrog el que me ha sacado de aquí…
-¡Si no te gusta no vengas!
-Hombre, tampoco es eso…
Muchos días anduvieron por aquellos laberintos secretos, en los que criaturas más antiguas que Sauron habían trabajado durante largo tiempo (quizá ratas). Estaban roídos como quesos, y olían mal. Y olían todavía peor después de que el Balrog hiciera sus necesidades (las de Gandalf eran relativamente pequeñas, pero las del Balrog…). Fueron días muy duros. Se vieron obligados a comer porquerías que encontraban por el camino y que no merecen ser mencionadas. Sortearon trampas ocultas: el Balrog se dio con una estalactita en la cabeza, Gandalf tropezó con una piedra, el Balrog metió un pie en un agujero, Gandalf se cayó en un charco, etc. Incluso se toparon un par de veces con Gollum, que se había perdido. Tuvieron acaloradas discusiones, pues si el mago era susceptible, el Balrog más, pero con razón. Estaba preocupado por su mujer. Un día llegaron hasta un cartelito muy trabajado en el cual ponía Hacia el Cuerno de Plata. Siga todo recto. Gandalf dio un salto de alegría, pero después se percató de que ponía en letras pequeñas Prohibido fumar en el Zirakzigil, y se pasó el resto del día gruñendo. Así, prestos, en poco tiempo llegaron hasta la Escalera Interminable. Mandaba huevos, la escalerita…
-Aquí estamos - dijo el Balrog - Veo que todavía se mantiene firme, al menos en este tramo. Espero que esté entera… Mago, ante ti tienes a la Escalera Interminable. Ya sé que da pereza subirla pero hay que hacerlo.
-Pues si es interminable, ¿para qué vamos a subirla? ¡Ah, ja, ja, ja…!
El Balrog ya se había acostumbrado a los chistes malos (¡malos!) de Gandalf; y sin embargo no dejaban de desconcertarle.
-Eres un espectáculo, viejo.
El mago aún se secaba las lágrimas de la risa.
-Ji, ji, ji, qué bueno… Está bien, vamos allá. Je, je…
Pues si subir los pasadizos era cansino, subir la escalera era un verdadero calvario. Gandalf no tardó en perder la cuenta de los escalones (es que en realidad se saltó el número diez, con lo cual en el peldaño quince ya estaba hecho un lío). El mago iba primero, no por ningún motivo en especial, simplemente porque comenzó antes a subir; aunque sí es verdad que tenía cierto temor a que el Balrog destrozara los peldaños con sus enormes pies, o a que le diera por abrir sus alas o algo por el estilo. Cada vez que el mago se paraba a descansar el Balrog le metía prisa con el látigo. Así es que dentro de las muchas jornadas que transcurrieron en la Escalera subieron rápido, dentro de lo que cabe. Era particularmente molesto el hecho de que, cuando más cansados estaban, una cuadrilla de orcos pasaba por su lado montados en una especie de polea y se les burlaban sin ningún tipo de compasión. Era muy frustrante.
Pero todo pasa, y después de muchos días, el puente, la caída, el estanque de aguas gélidas, los pasadizos, la Escalera y aun la panda de orcos burlones no fueron más que un mal recuerdo. Porque llegaron al pico del Celebdil. El Balrog, que iba primero, abrió la ventana que daba al exterior de golpe y salió refunfuñando, para variar. Gandalf estaba algo sonrojado.
-Ufff… Ha costado - dijo.
-¡¿Ha costado?! ¡¡¡¿Ha costado, dices?!!! ¿Cuál de las dos veces, la primera o la segunda?
-Er… Las dos.
-¡¡¡Idiota!!! ¿Es que quieres amargarme la vida? ¡Tenías que ir tú primero, cabezón! No nos fue mal del todo, pero tenías que abrir tú la ventanita, y claro, la luz del sol te deslumbró y te hizo caer sin remedio por las escaleras, ¡arrastrándome contigo!
-Es que hacía más de un mes que no veía la luz de…
-¡Querrá tener razón, el muy desgraciado! ¡Y eso que tenía sombrero! ¡En mi vida he rodado tanto! ¡Tres días dando vueltas! ¡Mira! ¡Voy lleno de magulladuras! ¡Tengo el culo morado! ¡Y aquellos orcos burlándose! No eran tres peldaños precisamente, ¿sabes? Ya es bastante costoso subir la Escalera una vez, ¡como para subirla dos veces! ¡Doblemente interminable! ¡Me cago en tu calavera…! ¡Menos mal que la segunda vez fui yo delante! ¡Imbécil!
A Gandalf le chisporrotearon los ojos bajo las cejas erizadas.
-¡¿Qué pasa?! ¡¿No te cansas de avasallar a un pobre viejo?! ¡Si quieres saco a Glamdring y lo aclaramos!
-Ah, claro. Ahora que ya ha salido de Moria quiere deshacerse de mí. Me debes un favor, mago.
-¡Ja! Mira, lo dejaré pasar por esta vez, pero… - miró alrededor, y del vértigo se cayó al suelo - ¡Ostras! ¡¿Dónde me has traído?!
-Al culo del mundo, compañero. Era el único camino que me sabía. Estamos en lo alto del Celebdil, uno de los lugares más altos de la Tierra Media. Aquí sí que casca el sol, ¿eh? Estarás de acuerdo conmigo en que los Enanos que construyeron la Escalera debían ser muy tontos. No es un lugar éste para visitar todos los días. Sin embargo... - al Balrog le vino un viejo recuerdo a la memoria, lo que le hizo sonreír y soltar una lagrimita - Aquí pasé una velada muy romántica con mi churri, cuando todavía sólo festeábamos. En la cumbre del Celebdil, bajo la luz de las estrellas… Qué tiempos aquellos…
-¿Estaba buena?
-Much… ¡eh! ¡¿Quién te crees tú para hablar así de mi mujer?!
-No te preocupes, aquí no nos oye nadie - el mago volvió a mirar en derredor, y del vértigo se volvió a caer - Wow. A este paso que llevo voy a llegar cuando estén enterrando a Sauron. Como no me espabile no me va a dar tiempo a hacer nada…
-Mmmm… Qué buenas vistas. Acabo de pensar que ya que estoy fuera podría darme un paseíto por ahí. Dicen que hay un lugar llamado La Comarca que es muy agradable. Le dije a mi mujer que no tardaría, pero... un día es un día. Lo difícil va a ser bajar…
Gandalf enfureció y desenvainó raudamente a Glamdring.
-¡Ah, no! ¡Eso no! ¡Tú no irás a La Comarca! ¡Allí tienen el mejor tabaco de toda la Tierra Media! ¡Venga, pelea! ¡¡Pelea!!
-¿Ves? ¡La gente como tú sólo soluciona las cosas mediante la violencia! ¡Guarda tu espada, maldita sea!
El mago quedó perplejo un momento y después obedeció.
-Perdón - se disculpó - Es que estoy mayor ya, y me altero con facilidad. Pero aun así, creo que no deberías ir a La Comarca. Hay muchas cosas allí que no merecen ser destruidas: hobbits, bellos jardines… tabaco…
-¿Y quién ha dicho que voy a destruirlas? ¡Sólo quiero dar un paseo, y que me dé un poco el aire!
-Como quieras. Pero si te preguntan, yo no te conozco. Si alguien se entera de que te dejo marchar… ¡Y no toques el tabaco!
De sopetón, Gandalf pensó (quiero decir, en vez de actuar por instinto).
-Acaba de ocurrírseme algo… - dijo - ¿Cómo vas a bajar de aquí? Yo no tengo problemas porque llamo a mi amigo Gwaihir y asunto resuelto, pero ¿y tú?
-No tengo ni idea. Pensemos en algo, ¿de acuerdo?
-Vale.
Tras intercambiar estas palabras, cada uno se tomó unos momentos de soledad para reflexionar en lo ocurrido. El Balrog se preocupó en primera instancia de volver a encender el fuego de su cuerpo. Lo hizo de una manera un tanto peculiar: consiguió hacer una fogata frotando un par de piedras y luego se tiró en ella. Una vez estuvo fogueando de nuevo recuperó el buen humor que había perdido hacía mucho. Se dirigió hacia donde estaba el mago (un metro a su derecha. El pico del Celebdil no era precisamente como las praderas de Rohan). Curiosamente, lo encontró en una especie de éxtasis, con las piernas cruzadas, las palmas de las manos de cara al cielo y los ojos cerrados, y farfullaba cosas raras. Lo movió bruscamente, mas Gandalf no despertó. Pasaron unos minutos, y al fin abrió los ojos.
-¿Qué te pasa, estabas en trance o qué? - preguntó el Balrog.
-Marché a un lugar muy lejano, más allá del pensamiento y del tiempo, - respondió Gandalf - y erré por sendas de las que nada diré.
-¡¿Eres un vidente?! ¿Puedes contactar con mi madre?
-No. No soy un vidente. ¡Pero bueno, ¿desde cuándo un Balrog tiene familia…?!
-Déjalo ya, ¿vale? Tú nunca comprenderás esas cosas. Vosotros no tenéis tacto. Ahora dime, ¿cómo vas a llamar a tu amigo?
-¡Oye, se me había olvidado! Ya lo había dado por hecho. Gracias por recordármelo.
-¿CÓMO vas a llamarlo?
Llegados a este punto, Gandalf se sacó una pipa de la túnica, y un pote de tabaco.
-¿Has oído hablar de las señales de humo? ¡Ah, ja, ja, ja…!
-Este hombre está chalado…
-Tengo una pipa de sobra, amigo. ¿Hace?
-Estás hecho un porreta, viejo. No, gracias, eso es malo para la salud.
-Ya, pero yo soy un Istari.
El Balrog quedó pensativo un instante.
-Pues yo soy un Balrog. Trae p´acá.
Así pues, comenzaron a fumar en pipa, y Gandalf empezó con los dichosos anillitos de humo.
-Ya está, ya lo he llamado - dijo - En cuanto a ti… No sé, quizá pueda convencerle para que vengan a recogerte los Nazgul, o yo qué sé… Ahora sólo queda esperar. ¿Qué hacemos, mientras tanto? ¿Cantamos un poco?
-¡Deja, eso es de maricones!
-Pues cuéntame algún chiste de ésos tan graciosos que te sabes.
-¡Chissssst! ¡Calla! Aquí no puedo.
-¿Cómo que no? ¡Vuelve a contarme ése de Sauron en pelotas…!
-¡¡¡Calla!!! ¡Bajo tierra no me oye, pero aquí sí!
-Ah. ¿Y no te sabes más chistes?
-Es que… (Aparte de ésos) sólo me sé machistas y feministas.
-¡Cuenta los machistas!
-Sí, venga, encima de que no salen casi mujeres voy a contar chistes machistas… ¡Que nos cuelgan de los huevos, compañero!
-Jopé. Pues cuenta los feministas.
-¿Y qué gracia tiene contarse chistes feministas entre dos hombres?
-También es verdad… Pues hala, no cuentes nada. Aburrido…
Más anillos de humo… Ahora empezaba a hacer algunas figuritas ridículas. Se sentía a gusto allí arriba, y además el Balrog le proporcionaba una sombrita estupenda.
-No sé - dijo Gandalf - De alguna manera no puedo evitar echar de menos un combate, ¿sabes? ¿Qué dirían las canciones? "La Batalla de la Cima". Hmmm… Suena bien. Me haría famoso.
-Sí que tienes ganas de pelear... Y no creo que las canciones te dejaran en muy buen lugar. Una piltrafilla como tú no podría hacer nada contra mí.
-Bueno, eso es bastante discutible… Perro ladrador, pocas nueces (¿?). Y oye, piltrafa tu padre. De todas formas, creo que podría hacer unos fuegos artificiales en forma de relámpagos y tal, para que parezca que estamos luchando. Los que nos vean desde bajo se van a cagar, je, je…
Fue entonces cuando el mago se levantó y alzó su vara, y de ella surgieron múltiples fuegos y rayos de colores, y cualquiera habría dicho que una gran tormenta acababa de estallar allí arriba.
-¡Vaya! - exclamó el Balrog - ¡Qué truco más bueno! ¿Puedes hacer más?
-¿Que si puedo? Chaval, estás hablando con el rey de los trucos. Siéntate en esa piedra y observa.
El Balrog hizo lo que Gandalf le pidió. El mago se preparó para uno de sus números, y casualmente un rayito de sol iluminó su espectáculo.
-¡Señores y señoras! ¡Con todos ustedes… El Show de Gandalf! ¡El mejor mago de toda la Tierra Media!
El Balrog aplaudió.
-¡Gracias, gracias! ¡A continuación pondré en marcha mi primer número!
El mago se quitó el sombrero de la cabeza. Después comenzó a meter pañuelos tras enseñárselos previamente a su atento espectador.
-Ahora necesitaré la colaboración del público... ¡Usted!
-¿Yo? - se asombró el Balrog.
-¡Sí, usted! Venga aquí conmigo.
-Ay, qué ilusión…
El Balrog se levantó y se puso al lado de Gandalf.
-Necesito que me preste una prenda, señor. Cualquier cosa servirá.
El Balrog meditó un momento y luego sacó un pañuelo del bolsillo (o algún orificio corporal, no se sabe muy bien…). Se lo prestó a Gandalf.
-¡Gracias!
El mago lo introdujo con los demás, y posteriormente agitó su sombrero a un lado y a otro. Finalmente se lo volvió a colocar en la cabeza.
-¿Dónde estarán los pañuelos? No se preocupe, señor, en seguida se lo devuelvo. ¡Abracadabra, pata de cabra…!
Para sorpresa del Balrog, el mago sacó todos y cada uno de los pañuelos de una de sus mangas, todos unidos entre sí, y el suyo estaba justo en el medio.
-¡Bravo! ¡Bravo, muy bien!
El Balrog aplaudió. Después cogió su pañuelo y volvió a su sitio.
-¡Y ahora, querido público, mi próximo número!
Gandalf juntó ambas manos, y comenzó a pronunciar juramentos y palabras mágicas mientras las movía habilidosamente como si estuviera haciendo sombras chinescas. Cuando terminó abrió las manos y… ¡una paloma surgió volando de ellas!
-¡Así se hace! ¡Bravo! ¡Bravísimo! ¡Otro! ¡Otro!... - el Balrog estaba profundamente emocionado.
Pero aquí no acababa el truco, sino que la paloma explotó en el aire, y los pedazos chamuscados de su cuerpo formaron la palabra Hola en el cielo.
El Balrog se puso a silbar con cuatro dedos.
-Y si la paloma ha gustado… ¿por qué no un conejo?
Gandalf volvió a quitarse el sombrero, y después de decir unas nuevas palabras mágicas y de hacer unos artificios con su vara… ¡sacó un conejo de él!
-¡Ta-ta-tacháaaan!
El Balrog se levantó otra vez y empezó a dar saltos de alegría, y esta vez sus silbidos se oyeron en Lothlórien, y a los Elfos casi les da un patatús.
-¡Bravo! ¡Bravo! ¡Viva! ¡Eres el mejor, Gandalf!
-¡Gracias! ¡Gracias, querido público! ¡Sois un público excelente!
Viva! ¡Bravo! ¡Yupiiii! ¡OEOEOEOEEEEEE…!
En ese preciso momento Gwaihir llegó volando, y se alarmó al ver al Valarauko.
-¡Coño, un Balrog! - exclamó - ¡Toma, cabrón!
Sin ningún tipo de miramiento se abalanzó sobre el Balrog, quien gritó "¡Hey!", y lo hizo caer rodando por el flanco del Celebdil mientras se cagaba en los muertos del águila. Gandalf se quedó un rato mirando cómo caía y se daba golpes contra las rocas, sin decir nada al respecto.
-Te has pasado, Gwai - dijo al fin - Era un buen público.
-¿Qué?
-¡Bah, olvídalo! Sácame de aquí, tío, que ya empiezo a aburrirme.
-Esto ya es abusar de la buena fe de los demás, Gandalf. Tienes suerte de que nos proporcionaste aquel cargamento de tabaco, que si no…
-¡Oh, no te quejes!
-Me quedaré con ese conejo que tienes por las molestias.
El conejo empezó a sudar (cosa rara en un conejo).
-Todo tuyo.
Gwaihir se lo guardó en su riñonera para ponerlo en escabeche más tarde.
-Venga, sube.
Así lo hizo Gandalf, y pronto se alejaron del Celebdil y se perdieron en un hermoso mar de nubes…
-Esto que me ha pasado no se lo va a creer nadie, Gwaihir. Habrá que inventarse algo más creíble. ¿Te importa si digo que me lo he cargado yo? "La Batalla de la Cima". Queda muy bien, ¿no crees?
-Estás muy flipado, Gandalf. Haz lo que quieras, yo no quiero malos rollos. Si el Saurio ese se entera de lo que he hecho me va a hacer la vida imposible…
-¡Chachi! Gracias. Ahora, por favor, ¿podrías dejarme en Lothlórien? Galadriel me dejó a deber unos cuantos barriles de hierba.
-¿Galadriel fuma?
-Claro. Y mucho. Así están los Elfos, je, je...
-Wow, una Elfa fumando. Esto sí que me pone… No te agarres demasiado o te llevarás una sorpresa...
-Siempre has sido un zorrón, ¿eh, viejo amigo? Je, je… Como se entere Celeborn…
-Ya quisiera Celeborn enterarse de todo lo que pasa en su casa...
-Sí, para escribir un libro. Desmadre en Lothlórien. Je, je...
-Je, je…
-Je, je…
-Je, je…
-Parecemos tontos, pero bueno, je, je…
-Je, je…
Entretanto, el Balrog permanecía agarrado como podía a una rama bastante inconsistente que había en medio de la ladera de la montaña. Estaba asido con el brazo derecho, que era de los pocos miembros que aún no se le habían roto, por supuesto.
-Me cago en los muertos del pájaro loco ese... ¡Un águila! ¡Casi me mata un miserable aguilucho! ¡Casi deja viuda a mi churri! ¡Maldita sea, debí haber matado al mago cuando tuve la oportunidad! No tienen respeto por nada… ¡Veréis cuando se entere Christopher, animales!
Fijaos que cosas tiene la vida que la rama crujió con muy mala pinta…
-Oh-oh. Esto me pasa por gilipollas...