Historia de la Dama Blanca

Muy interesante (aunque, a veces, también muy personal :-) ) novela que intenta ser, con bastante éxito, una biografía de la Dama Galadriel.

19. El Señor de los Dones




Casi dos años habían transcurrido desde que Annatar llegase a Eregion. Sus conocimientos permitieron al Gwaith-i-Mírdain alcanzar una habilidad en la forja y creación de joyas jamás vista, al menos desde la muerte de Fëanor. El pródigo maia se estaba granjeando una gran cantidad de seguidores incondicionales, aunque su mayor aliado seguía siendo Celebrimbor; el príncipe noldo le interrogaba y exploraba cualquier nueva idea que le propusiese Annatar, y su sobrino Finculin le iba a la zaga.

Algunas cosas empezaron a cambiar. Pequeños detalles en los que nadie reparaba, sólo dos elfos se sentían verdaderamente alarmados.

- Le estamos perdiendo – comentó Fendomë.

Aegnor siguió la mirada de su amigo. Al otro lado del taller, junto a las puertas de cristal que daban acceso a la sala de fundición, descubrió a Celebrimbor y Annatar. El maia se mostraba mesurado, con esos modales suaves que le caracterizaban, por el contrario Celebrimbor agitaba los brazos, visiblemente enojado.

- Sus horas las pasa o en compañía de Artano o desarrollando sus propios proyectos, si no está trabajando en el Mírdaithrond lo está en el taller de su casa – el elda tomó uno de los instrumentos de encima de la mesa y prosiguió labrando el mithril, entre sus manos empezaba a adivinarse la forma de un collar – Galadriel debió echarle -.

- Al principio creí que sería beneficioso tener a Annatar entre nosotros, me equivoqué – reconoció Aegnor – Sobre todo por como empiezan a ir los asuntos en la Hermandad -.

- Sí, antes había pequeñas rencillas y competiciones por demostrar a los demás quien era el mejor artesano... ahora es un conflicto bélico declarado, cada cual enarbola el símbolo de su Estancia como si se trataran de una bandera, no pasará mucho antes que veamos auténticos sabotajes -.

- ¿Has hablado con la reina? -.

- No puede hacer nada, Celebrimbor es el señor del Mírdaithrond – se pasó una mano por el corto cabello negro azulado – Y parece como si la influencia que Galadriel ejercía sobre él se hubiese esfumado -.

- Sí, sustituida por la de ese maia -.

- Sólo dos años... -.

- ¿Dices? -.

- Nada -.

La preocupación de Aegnor no se ceñía exclusivamente a Celebrimbor, Artano y la Hermandad, también le inquietaba Fendomë. Su viejo amigo parecía estar a punto de sufrir una crisis y no sabía ni el por qué ni como ayudarle.

- Súlima va a preparar su famoso pastel de moras, ¿quieres venir a cenar? – aventuró con una sonrisa.

- Gracias por la oferta, pero quiero terminar algunos diseños lo antes posible – dijo Fendomë, rechazando amablemente la oferta - ¿Qué tal la vida de casado? -.

- Bueno, sólo han pasado un par de meses, sin embargo encuentro un placer indescriptible en llegar a casa y que Súlima me reciba con una de sus sonrisas -.

- Se te ve encantado – corroboró su amigo.

- ¿Y tú qué? -.

- ¿Qué de qué? –.

- ¿No hay ninguna joven y bonita elfa? -.

- Tengo un carácter demasiado difícil, no creo que nadie pueda soportarme durante mucho tiempo – se encogió de hombros.

- Celebrimbor y yo te llevamos soportando unos cuantos siglos y no tenemos queja alguna – una expresión maliciosa iluminó los marcados rasgos de Aegnor – Y, por lo que he observado, hay otra personita a la que no le importa tu carácter en absoluto -.

Fendomë levantó la cabeza y dirigió una sincera mirada de desconcierto a su compañero.

- ¿No te has dado cuenta?, no me extraña, yo tampoco me había fijado, fue Súlima la que me lo comentó, dijo algo sobre que los elfos somos un poco inútiles a la hora de darnos cuenta de estas cosas -.

La estupefacción del elda iba en aumento.

- En realidad hay varias elfas interesadas en tu noble persona – Aegnor estaba disfrutando con cada mueca de Fendomë – Sin embargo, según Súlima, hay una que merece tu atención -.

- ¿Quién? -.

- No sé si debería decírtelo, conociéndote podrías encerrarte en ti mismo y decidir que no quieres volver a tener tratos con la mitad femenina de nuestra raza -.

- Me lo estoy planteando desde que decidiste mencionar este tema, mala hora para echarte atrás – ciertamente estaba molesto, pero también intrigado.

- Como se te ocurra alejar a la doncella de ti te aseguro que le pido a la reina que te lance un hechizo, si es capaz de provocar fobias supongo que podrá hacer lo contrario -.

- ¡Deja de hacerte el interesante y desembucha de una maldita vez! -.

- Mírwen; ahora que lo sabes creo que debería irme a realizar la revisión matutina de las fraguas, no queremos que nuestro honorable huésped se achicharre la túnica en un accidente ¿verdad? -.

Dejando a Fendomë perdido en sus cavilaciones, Aegnor cruzó el taller. Ya que estaba en las Estancias de la Plata revisaría primero esa zona.

- Aegnor – Celebrimbor le hizo señas para que se acercara.

- Aiya, ¿ocurre algo? – el Mantenedor de los Fuegos miró de refilón al maia.

- Un pequeño escape en las Fraguas de Frío, tenemos un par de aprendices con principios de congelación en brazos y torso, Fanari se está ocupando de ellos -.

- ¿¡Esos inútiles otra vez!?, en serio Celebrimbor, en la próxima reunión voy a proponer la expulsión de esos dos idiotas, jamás pasarán de aprendices y acabaran por causar algún accidente serio -.

Sin esperar la replica, Aegnor dio media vuelta y salió de los talleres de mithril, atravesó con una expresión furiosa la grandiosa entrada de las Estancias de la Plata, cruzó el puente y cogió uno de los ortani que habría de llevarle al nivel superior, las Estancias de las Joyas. Durante todo el trayecto los maestros y aprendices se hacían a un lado, temiendo morir aplastados por el señor herrero.

- Está de un humor peculiar – comentó Annatar.

- Aegnor es así, puede estar sonriente y al momento siguiente su ira podría destruir a los presentes, hay quien dice que tiene una forma de ser muy intensa que hace honor a su nombre -.

- “Fuego Caído”, supongo que es verdad -.

- ¿Querías explicarme un nuevo proyecto? – interrogó Celebrimbor, impaciente.

- Sí, aunque prefiero explicárselo al Consejo del Gwaith-i-Mírdain, los demás protestan si comparto demasiada información contigo -.

- De acuerdo, pero la próxima vez no me insinúes algo si no vas a decirme nada, sabes de sobra que eso me saca de quicio – Celebrimbor miró a su alrededor – Prometo disimular sorpresa en la reunión -.

- No voy a decirte nada más, no podrás fingir la sorpresa que esto va a causar a los presentes, tan sólo revelaré que se trata de una nueva aleación a la que llamo Mithrarian -.

- “Abismo de plata noble”... extraño nombre – frunció el ceño, curioso – Si no quieres nada más tengo pendientes algunos trabajos en el piso de arriba, además así aprovecho y me aseguro que Aegnor no meta a esos aprendices en la fragua, por mucho que se lo merezcan -.

- Estaré trabajando aquí abajo, Finculin quería que revisara su último trabajo – sonrió con la misma benevolencia que la de un abuelo orgulloso de su nieto favorito – Está decidido a convertirse en maestro la próxima vez que ampliemos la Hermandad -.

- Es muy joven e impaciente, demasiado impaciente, más de una vez ha destrozado una magnifica obra por culpa de sus prisas; si no aprende a controlar esos nervios no creo que el Consejo lo permita -.

- Tú el primero -.

- Por supuesto, soy su tío, tengo que mostrarme más exigente con él sabiendo que pertenece a tan noble estirpe de artesanos – medio bromeó el príncipe – Así nadie puede albergar sospechas de favoritismo, tenna i lómë -.(hasta la noche)

En cuanto Celebrimbor desapareció en los ascensores, Annatar siguió sus pasos y tomó otro ortan para dirigirse a la superficie.

El sol hizo resplandecer los cabellos rubios y la ropa blanca del maia, todo lo contrario de la persona que le aguardaba pacientemente en uno de los jardines. Lo encontró donde siempre, pelo negro rizado, ojos oscuros y aspecto macilento resaltado por la túnica negra; Orophin, el vidente, era de todo menos una grata compañía, pero por alguna extraña razón, se había convertido en un habitual compañero de Annatar.

- Aiya, señor -.

- ¿Qué puedes contarme hoy, amigo? -.

- Lo de siempre... – agitó la cabeza – En serio, mi señor, creo que es innecesario todo esto, la única que podría resultaros una molestia es Galadriel y tiene las manos atadas mientras vos no cometáis ningún desatino, el resto son como corderitos -.

- ¿Qué me dices de Valglin? -.

Los ojos de Orophin se encendieron.

- Sus estudios aún no han dado sus frutos, supongo que con vuestros inmensos poderes no os será difícil dejarle fuera de juego y evitar que dé la voz de alarma -.

- Muy astuto, pero ya me he adelantado a tu genial idea -.

- No os entiendo, juraría que he visto a Valglin en la ventana de su observatorio -.

- No seas burro Orophin, no puedo matarlo o Galadriel me saltaría encima como una gata rabiosa, hay que ser más sutil – sus labios formaron una sonrisa retorcida – Es una lástima que el buen juicio del astrólogo empiece a verse claramente trastornado, anoche lo encontraron vagando por las calles balbuceando palabras ininteligibles, dentro de poco ni todo el poder de la reina podrá penetrar en la locura de su mente -.

- Grandioso, vuestro ingenio no para de sorprenderme -.

- Menos halagos y más resultados Orophin, necesito nombres, ¿quién, a parte de Galadriel y Valglin, podrían descubrirme? -.

- Bueno, controláis a Celebrimbor... quizás Fendomë y Aegnor también sean adversarios peligrosos, sobre todo el primero porque le he visto en compañía de la Dama Blanca multitud de veces -.

- Más -.

- No hay nadie más, no con el poder necesario para penetrar vuestro escudo y descubrir quién sois – insistió el vidente, temblando de terror en su interior – Aunque haya elfos que desconfíen de vos no pueden hacer nada... por ejemplo Orrerë, ese muchacho moreno que es el mejor amigo de Finculin; todos son muy inferiores a vos, sois un maia, sólo un elda de noble estirpe podría haceros frente y todos están bajo control -.

- De acuerdo – Annatar relajó su actitud y permitió respirar a su espía – He de quitar de en medio a esos mírdain y sé como hacerlo, ellos mismos me han inspirado la idea -.

- ¿Puedo saber cómo, mi excelso señor? -.

- Un accidente, no son tan extraños en el Mírdaithrond -.

- Sí, pero son ínfimos, apenas algunas quemaduras o alguna fractura – objetó Orophin, práctico.

- Esos accidentes tendrán que cambiar de nombre después de mi intervención, “siniestro” o “cataclismo” son términos más apropiados para lo que voy a desencadenar -.

Orophin se estremeció de horror. Empezaba a replantearse si había sido juicioso ponerse al servicio de un ser como Annatar.



- No y no, no permitiré que venga ante semejante panorama -.

- Estás siendo un poco inflexible -.

- ¡¡¡Inflexible!!! -.

Celeborn ocultó su sonrisa tras el vaso de limonada. Furibunda, su esposa le arrojó uno de los cojines del sofá.

- Ahora estás siendo infantil – el sinda dejó el vaso en la mesa baja – No veo por qué no puede venir el muchacho -.

- Annatar -.

- No empecemos -.

- Es un monstruo, debajo de toda esa belleza cautivadora hay un corazón tan negro como el Abismo más allá de las Puertas de la Noche – rugió Galadriel.

- Y tú decías que yo tenía una horrible obsesión con los naugrim -.

- No te burles -.

- No lo hago, sólo es una observación -.

La reina respiró profundamente y procuró calmarse.

- Puede ayudarte, sabes que su poder es inusitado incluso en nuestra raza – le recordó Celeborn – Necesitamos su presencia, sobre todo por lo que le ocurre últimamente a Valglin -.

- Lo sé, incluso Gil-galad asegura que semejante poder sólo puede ser una bendición de Ilúvatar -.

- ¿Permitirás que venga? -.

Galadriel asintió despacio. Valglin la tenía muy preocupada, parecía padecer una especie de locura que ella no conseguía sanar; eso significaba que debía haber sido producida por un gran poder, y el único que poseía esa capacidad era Annatar. Con el astrólogo desequilibrado y siendo Orophin amigo del maia, había perdido cualquier apoyo de otro elfo que poseyera aptitudes de precognición y control mental.

- Meletyalda, el hijo mayor de Carnil solicita audiencia – informó Lothiniel.

- Hazle pasar -.

Orrerë saludó con una sencilla reverencia. Llevaba la túnica negra propia de los aprendices del Mírdaithrond, sin embargo su piel bronceada por largos paseos bajo el sol era algo insólito en un mírdain.

- Gracias por recibirme, nobles señores -.

- No hay por qué darlas, ¿qué deseas? – inquirió Celeborn.

- Ayuda... sé que parecerá absurdo, pero creo que Annatar controla al Consejo Superior del Gwaith-i-Mírdain -.

Los ojos de Galadriel se iluminaron.
- Eso son acusaciones muy serias, ¿puedes demostrarlas? – prosiguió el rey.

- ¡No, no puedo! – reconoció él, alzando la voz involuntariamente a causa de la frustración – Llevo más de cinco siglos en las Estancias de los Joyeros, sé como funcionan las cosas, y definitivamente algo está cambiando para mal -.

- Explícate -.

- Todos obedecen a Annatar, el maia hace una sugerencia y todos la siguen como si de una orden se tratara, sólo Celebrimbor, Fendomë y Aegnor se le oponen en muchos aspectos – Orrerë bajó la mirada – Finculin era mi mejor amigo y sus majestades conocen su carácter rebelde e inquieto, ahora vive obsesionado con su trabajo en la fragua, no hace otra cosa, no me dirige siquiera la palabra -.

- Entiendo tu problema, Orrerë – intervino la Dama Blanca – Y me siento igual de frustrada porque no puedo detenerle, no hay pruebas que justifiquen un destierro -.

- Si vos no podéis hacer nada, ¿qué va a suceder? -.

- No lo sé, mas no desesperes – sonrió la reina – Infórmame de cualquier cosa que pueda ser de ayuda, necesito ojos y oídos en el Mírdaithrond -.

- Así será, y sé de alguien que también nos ayudará, Fanari -.

- Cuidado Orrerë, Aulendil es peligroso -.

- Gracias por vuestra preocupación, mi señora, namarië -.

- Nai Eru varyuva le -.

La tarde tiñó con rojos y dorados la sala de estar, y otorgó un extraño color índigo a los ojos de Galadriel.

- ¿Qué piensas? – preguntó su esposo.

- Voy a visitar a Valglin, los problemas del último mes me han impedido ir a verle, debí ir en cuanto me contaron lo de sus paseos nocturnos -.

- No es culpa tuya -.

La reina se detuvo en la puerta.

- Sí lo es, yo permití que Celebrimbor me presionara y consentí que Annatar se quedara en Ost-in-Edhil – dicho esto salió.

- Altáriel... -.

Galadriel atravesó la ciudad, ignorando los intentos de varios nobles por iniciar una conversación. La casa del astrólogo estaba a oscuras, a excepción de la ventana del observatorio con techo de cúpula. Después de llamar a la campanilla un sin número de veces, usó un hechizo y abrió la puerta.

Subió las escaleras y entró en el observatorio, sólo para encontrar al rubicundo noldo acunándose a sí mismo mientras murmuraba palabras ininteligibles.

- ¿Valglin? -.

- ... -.

- Valglin, soy yo, Galadriel -.

El astrólogo reaccionó, aunque no como ella esperaba.

- Dama Dorada, Dama Dorada, has tardado en venir – sonrió y se subió ágilmente a la mesa plagada de papeles.

- Lo sé y espero que me perdones -.

- Perdón, perdón... el mar está bonito hoy, los zarapitos parecen estar hechos de plata como las olas... la nieve dorada cubre el bosque y los niños juegan porque es primavera... -.

- ¡Oh, Elbereth! – suspiró ella, afligida.

- ¿Dónde has dejado tu anillo?, no brilla en tu mano la estrella -.

- ¿Qué anillo? -.

- Ah, es verdad... es un secreto – se echó a reír, de una manera tan familiar que le partió el corazón a la Dama Blanca – Los anillos, el espejo, el bosque y moria, secretos, secretos y más secretos... -.

El noldo se puso en pie y de una patada lanzó por la ventana el tintero. En la calle se escuchó un grito, seguido de un coro de risas y un montón de juramentos e insultos que se remontaban a la bisabuela de Valglin.

- ¡Ooops! – sonrió él, risueño como un chiquillo, y fue corriendo a sentarse en la ventana - ¡Oh, eleni, señoras del cielo, hijas de Elbereth!, escuchad al servidor que os clama, habladle, sonreírle... niñas que danzáis en la oscuridad, vanidosas de vuestra luz y belleza, que cantan para unos pocos que saben oír, escuchar... -.

- A aquellos que saben mirar y sonreír, pues aunque conocéis las cosas que fueron, son y podrían ser, sólo a unos pocos vuestros secretos confiaréis – cantó Galadriel, terminando esa pequeña oración que Valglin había compuesto hacía mucho y que repetía cada noche, honrando a las estrellas.

Él se levantó otra vez y se detuvo ante la reina. Repentinamente, se abrazó a ella, como un niño buscando refugió. La Dama cerró los ojos y concentró su poder, intentando abrirse paso en aquella mente atormentada. Una hermosa luz nació del interior de la elda y los cubrió a ambos, suave como la niebla y cálida como un retazo de sol.

- Valglin, tolo nin – su voz era una orden que ningún ser vivo podría resistir.

El noldo empezó a temblar violentamente y a gritar. Finalmente, Valglin empujó a Galadriel y la arrojó al suelo, y la luz murió.

- ¡Los Noldor están atrapados; Artano nos ha enredado en las Remmirath! – chilló al tiempo que señalaba su amado telescopio, y se desmayó.

- ¡Valglin, no! -.

Sin perder tiempo, la reina se asomó a la ventana y a un par de transeúntes les ordenó que llamaran a Thalos, Ariel y Fanari, los mejores sanadores de todo Ost-in-Edhil.

Thalos fue el primero en llegar con sus dos ayudantes sinda, su casa estaba a un par de calles de la del astrólogo.

- Hay que llevarle a la Casa de Salud, está grave – afirmó el curandero.

Cargaron a Valglin en una camilla. Ariel se reunió con ellos justo cuando salían a la calle. Galadriel no les acompañó, necesitaba comprobar algo.

Volvió al observatorio. Allí estaba el telescopio, brillante en la penumbra. Se acercó y miró; vio la constelación conocida como la Red de Estrellas, pero en su interior estaba Eärendil, la Estrella del Atardecer, la más querida de los elfos.

- Artano... es uno de los nombres de Annatar junto con el de Aulendil –.

Miró de nuevo al cielo, esta vez sin ayuda del instrumento; la impotencia y el miedo asentados en su corazón.



Mírwen se despidió de su amiga Laitaine y fue paseando tranquilamente hasta su casa. Las cenas con la familia de Laitaine siempre eran divertidas, sus padres eran bardos y contaban con un ingenio desbordante; además tenían su hogar lleno de los más variopintos animales de compañía, algo que ella jamás tendría por esa manía que su padre tenía a todo bicho viviente.

Iba tan sumida en sus pensamientos que casi la arrollan dos elfos sinda. Reparó en la camilla y que detrás de ellos corrían Thalos y Ariel.

- ¿Y ahora qué pasa? – se preguntó extrañada.

Muerta de curiosidad, Mírwen se remangó el vestido y los siguió hasta la Casa de Salud. Asomándose por una ventana alcanzó a ver como llevaban a Valglin hasta una de las habitaciones, estaba tan pálido que asustaba.

- Nadie te ha dicho que es de mala educación espiar por las ventanas -.

La joven se dio la vuelta, sobresaltada. Reconoció enseguida a Fanari y Fendomë.

- No espiaba, quería saber qué ocurría, un elfo no es traído a la Casa de Salud por torcerse un tobillo – se defendió, ruborizada.

- Sigue siendo espiar – reiteró el elda – Entra Fanari, esperaré fuera con la curiosidad personificada -.

- ¡Ey! -.

- Vuelve al Mírdaithrond, esto seguramente me retenga bastante tiempo – dijo la curandera.

- Prefiero quedarme por aquí, mañana Celebrimbor querrá saber por qué no has terminado esos preparados alquímicos que te pidió y quiero tener una buena explicación; considérame tu coartada -.

- Gracias – agradeció Fanari.

Durante aquel breve intercambio de palabras, Mírwen se sintió sinceramente fuera de lugar. Aunque fue peor cuando la sanadora desapareció en el interior del edificio.

- ¿Qué ha sucedido? – preguntó para llenar el incómodo silencio.

- Un elfo ha venido corriendo al Mírdaithrond y le ha dicho a Fanari que viniera porque el astrólogo estaba al borde de la muerte, desconozco los detalles -.

- Había oído que estaba mal pero no como para llegar a esto – suspiró Mírwen, triste por la suerte de su amigo – Debería ir a avisar a la reina -.

- Galadriel lo sabe, fue la que hizo venir a Fanari – repuso Fendomë.

- Pues, entonces me voy a casa -.

- Hablando de, ¿qué haces tú sola en la calle a estas horas? -.

- No es asunto tuyo, cotilla – replicó ella, molesta por el tono paternalista que había utilizado – Ya soy mayorcita para ir donde quiera y cuando quiera -.

- Supongo que me lo merezco – sonrió con acritud – Mara lómë, Mírwen -.(Buenas Noches)

- Deja de hacerte la víctima, cuando te portas así eres insufrible Fendomë – le reprendió la pizpireta joven – Si quieres saberlo, no estaba sola, simplemente mi acompañante se quedó atrás cuando perseguí a Thalos y Ariel por media ciudad -.

- ¿Acompañante? -.

- Me parece que en esa interrogación va también la frase, “¿qué demonios has estado haciendo?” -.

- Disfrutas mortificándome -.

- Creía que ese era tu pasatiempo favorito -.

- Estás destrozando siglos enteros de autocompasión, ¿lo sabías? – sonrió Fendomë.

- Sí, resulta extremadamente gratificante – ella le devolvió el gesto.

- No había ningún acompañante -.

- ¿Cómo puedes estar tan seguro? -.

- Llámalo corazonada -.

Un intenso rubor coloreó las mejillas de Mírwen ante una súbita revelación, “lo sabe”.

- No tienes ni idea de lo que estás hablando – farfulló.

- Sí que la tengo; Galadriel me comentó ayer que tenías una cena pendiente con una de tus amigas, seguramente venías de su casa -.

Fendomë reprimió la risa que pugnaba por brotar al ver la mezcla de sorpresa, decepción y tranquilidad que aparecieron en el rostro de la noble noldorin.

- Es tan transparente – pensó él – Incapaz de mentir o albergar nada malo, aunque llegase a quererla, como Aegnor dice que ella me quiere, jamás tendría el valor de destrozar su vida, no soy digno de recibir semejante afecto de alguien tan encantador -.

- De acuerdo, me has pillado, venía de casa de Laitaine – reconoció Mírwen – Eso me lleva a preguntarte algo, dado que yo no tengo acompañante ¿te importaría a ti serlo durante la cena que da la reina dentro de un par de semanas? -.

- ¿Normalmente no es el caballero el que debe invitar a la dama? -.

- Supongo que es lo tradicional, sin embargo tú jamás se lo pedirías ni a mí ni a ninguna otra dama -.

- ¿Cómo puedes estar tan segura? -.

- Llámalo corazonada -.

Fendomë se quedó pensativo unos instantes. La muchacha esperó pacientemente, no tenía prisa.

- Joven dama, ya tenéis acompañante -.

Mírwen emitió un grito de victoria y le abrazó en uno de sus típicos arranques de frenesí. El maestro artesano apenas consiguió mantener el equilibrio, viéndose obligado a sujetar a su entusiasta amiga para que los dos no aterrizaran en el suelo; un intenso aroma a madreselvas invadió sus sentidos, embotándolos, durante los escasos segundos que duró el abrazo antes que él lo rompiera.

- Debo irme o mi padre se preocupará, buenas noches mi noble acompañante -.

- Buenas noches, joven dama -.

- Si ocurriera algo con Valglin házmelo saber, es muy buen amigo mío -.

- Descuida -.

La noldo se despidió con la mano y se marchó. Fendomë la siguió con la vista hasta que dio la vuelta en una esquina.

Un observador casual había presenciado toda la escena. Orophin sonrió satisfecho, esa noche se habían deshecho de Valglin y aquel orgulloso señor herrero sería el siguiente.


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