- Por favor, Rick, compórtate - pidió la linda joven a su acompañante. Este hizo una mueca de desagrado.
La muchacha sonrió como excusa a su madre que gruñó sin prestarle importancia al hecho de que estaban en un lujoso restaurante. Algunas personas de otras mesas se volvieron para mirar a la anciana y mostraron desaprobación chasqueando la lengua y comentando, pero pronto volvieron su atención a la cena. La joven se sintió embarazada.
— Eh... ¡bueno! - dijo con una sonrisa forzada. - ¿Por qué no vemos el menú?
Sin dejar de mirarse a los ojos la madre y el novio tomaron la carta y ni siquiera comenzaron a leer. La muchacha trataba de hacer el ambiente más agradable.
— Mmm... - dijo - hay pato a la naranja, suena apetitoso ¿Qué les parece?
— No sé - dijo su madre - pide lo que quieras, querida, con tal de que esté fresco, sabes que no me gusta que comas cosas viejas
El hombre sintió como vinagre la indirecta que la anciana le había mandado y frunció el ceño. Su novia le dio un codazo por debajo del nivel de la mesa, luego se dirigió a su madre.
— Mamá, por favor, Rick solo tiene veintinueve años
— ¿Quién dijo que yo estaba hablando de este señor? - preguntó ella fingiendo estar extrañada.
De nuevo el sujeto se sintió enrojecer de ira. Justo cuando abrió la boca para defenderse sintió que algo en su bolsillo se movía. En un momento estuvo a punto de injuriar su beeper, pero se le ocurrió que sería una gran oportunidad. Lo sacó de su chaqueta y le echó un vistazo. Sin leer lo que decía se golpeó la frente esbozando un rostro preocupado
— Ah... demonios - murmuró lo suficientemente alto como para que las dos mujeres escucharan - No ahora...
— Ricky ¿Qué pasa? - preguntó su novia convencida totalmente de que pasaba algo.
— Oh, lo siento, cariño - dijo el hombre retorciendo su rostro como si tuviera algún dolor - es algo urgente, Hubert...
— ¿Qué pasa? - lo interrumpió la anciana con brusquedad -¿Qué ha olvidado esta vez?
Por un momento pasó fugazmente por el rostro de Rick una sombra, pero recordando que debía fingir, la hizo desaparecer.
— Lo siento, señora Gang, se trata de algo que no puede esperar
— Pero... - trató de decir la joven
— Déjalo, querida, que se vaya si eso quiere.
— De verdad, no puedo pasarlo por alto - comentó el sujeto recogiendo su abrigo- Adiós, mi vida.
— Pero...
— ¡Nos veremos Señora Gang! - exclamó yendo hacia la puerta
— Seguro
El camarero abrió de prisa la puerta, tomado por sorpresa, y se despidió quedamente de su cliente con un metálico "Gracias, regrese pronto".
"¡Libre, al fin!" Pensó Rick una vez estuvo fuera y comenzó a andar por la acera de la ruidosa ciudad. Lanzó su beeper al aire y lo tomó ágilmente como un ademán de triunfo y siguió caminando
— Vieja rata - dijo en voz alta refiriéndose a la madre de su novia. Respiró con fuerza y siguió andando. Unos segundos después sintió que algo pequeño caía con fuerza en su hombro, luego en la acera, en la calle hasta que las gotas de lluvia comenzaron a caer por todos lados.
— Oh, no ahora - murmuró mirando al cielo nocturno.
Tanteó con rapidez por su chaqueta pero no encontró las llaves de su auto; seguramente las habría dejado en el asiento del restaurante. Miró a la calle poco transitada en busca de refugio pero no encontró en donde resguardarse, así que comenzó a correr cubriéndose con la chaqueta. Unos segundos después vislumbró con esfuerzo un callejón a un lado del camino, y más allá, una avenida. Comenzó a correr más rápidamente, pero se detuvo con brusquedad resbalando unos centímetros: Estaba seguro de haber visto una sombra que se escurría al fondo del callejón. Aguzó su vista para tratar de distinguir algo, pero era en vano, la noche estaba especialmente oscura. Quiso ir a averiguar pero se contuvo: fuera lo que fuera, no era de su incumbencia. Podría tratarse de un drogadicto, un atracador, cualquier cosa. Prefirió quedarse sin saber y no correr riesgos. Respirando agitadamente, se alzó de hombros y comenzó a correr sin dejar de ver el callejón.
No había dado cinco pasos cuando sintió que chocaba con fuerza contra algo. Se tambaleó y cayó al suelo mojado. Levantó la vista para ver quién era el imbécil que se había interpuesto en su camino, pero cerró de inmediato la boca. Se encontró con una silueta humana, pero por la oscuridad de la noche y de sus ropas, no pudo reconocerla. La forma dio un paso adelante hasta quedar directamente bajo la luz de la luna, y entonces Rick pudo ver su rostro, que fue lo que más le impresionó. Era un muchacho, de unos dieciséis años, ni más ni menos, con el cabello oscuro y corto, y los ojos como la pez, una mirada claramente déspota y bastante bien parecido. Vestía un traje elegante de su talla totalmente negro con unos cortes quizá algo góticos, y un gabán de esos que una la gente rica en Berlín. Tenía un bastón de gentleman en la mano que acababa en una cabeza de gárgola y unos zapatos italianos impecablemente lustrados. Definitivamente no se veía gente así por New York.
— Más cuidado, jovencito - dijo el extraño con un tono extranjero, pero cuando habló, Rick creyó haber escuchado a otra persona.
— Ah... - murmuró Rick. Estaba confundido. Parecía haberse olvidado de que estaba lloviendo y de que estaba sentado en un suelo totalmente empapado. Por su parte, el extraño, parecía no molestarse por la lluvia, ni siquiera parpadeaba. - Yo... - balbuceó Rick poniéndose trabajosamente de pie - Lo siento, mi nombre es Richard Martins.
Diciendo esto extendió una mano, pero el muchacho la observó con un gesto de repugnancia. Se tiró de las solapas para desarrugarlas y pasó por el lado del sujeto como si no hubiera nadie más allí. El señor Martins lo miró sintiéndose extraño hasta que se alejó por completo. Le alegraba ver que desaparecía, se había sentido extrañamente inferior en su presencia, y se había sentido asqueado, tremendamente asqueado al extenderle la mano, cosa que solo había hecho por cortesía. Por otro lado... no, por otro lado nada, no le incumbía. Miró nervioso a su alrededor asegurándose de que nadie lo había visto y siguió su camino, esta vez sin correr.
Mientras andaba, pasado el susto, no miraba más que sus pies pensando. Que extraño... que extraño que un niño lo hubiese puesto tan nervioso. Tenía una mirada extraña, haciendo honor a la verdad, intranquilizante. Es como si hubiese tenido un arma, pero aún así... aún así no sería lo mismo. Fugazmente sin él quererlo, su cabeza formó la imagen mental de un cervatillo acorralado por el leopardo, tal como lo mostraban en el Discovery Chanel, pero se esfumó de inmediato a una orden de su dueño de borrar las ideas sin fundamento. Se dio cuenta momentos después de que no había dejado de llover. Se insultó a sí mismo y fue a resguardarse (aunque ya no había nada qué hacer) en lo que parecía la entrada de un hotel. Aguardó allí durante al menos quince minutos escurriendo y muerto del frío, procurando por todos los medios no atraer la atención del hombre que estaba en la recepción. Sin embargo el empleado del hotel no parecía concentrarse en él, tenía la mirada perdida y solo se movía y hablaba para recibir a algunos invitados. Rick pensó que ya había tenido suficiente como para querer averiguar más y se contentó con aguardar algo más de tiempo en el poco calor que le ofrecía el recibidor. Habían pasado unos tres minutos cuando se oyó abrir la puerta del hotel. Rick miró a la entrada de soslayo instintivamente, pero se volvió de inmediato. No se le ocurrió cerrar la boca que había caído como inerte al fijar su vista en la entrada. Se trataba de una mujer lindísima, de cabello negro y ojos de color curioso, con facciones perfectas, y un poco europeas. Traía un vestido brillante de color negro y largo, y una boa emplumada que le caía por los hombros delicados y delineados. Rick no recordaba haber visto nunca una belleza semejante, ni siquiera en la televisión. En el momento en que la diosa le entregaba su abrigo al botones fijó su vista en el impactado sujeto y sonrió. Despectivamente sonrió y, al pasar junto a él, le rozó los labios con el dedo sin ningún temor, pero el engatusado no pensó siquiera en evitarlo, y la siguió con la vista hasta la recepción. Allí la mujer se presentó, con un acento algo francés, como una acudiente más al seminario de astrología y, echándole una última mirada a Rick, desapareció por un corredor. Momentos después, cuando el hombre empezaba a enfriarse, se abrió la puerta de nuevo, pero esta vez entró lo que logró reconocer como un sujeto con unos vaqueros, una bufanda y un abrigo con una capucha que le cubría totalmente el rostro. Lo que fuera pasó con rapidez por su lado y lo miró de soslayo. Llegó a la recepción, se presentó en voz baja y carrasposa y desapareció por el mismo corredor por el que se había alejado la mujer. Lo que le impactó del sujeto esta vez, era que, lo poco que había visto de su cara, parecía completamente destrozado. Se estremeció y se sentó en una de las sillas cerca de la recepción, calentándose las manos con el aliento. A los pocos minutos llegaron dos hombres jóvenes, uno de ellos vestidos con un traje asquerosamente elegante y su amigo con una chaqueta amarilla, pantalones caqui y una corbata roja fuera del cuello. El primero estaba impecablemente arreglado, el cabello corto y con algo de colonia cara, pero su compañero tenía el cabello hasta los hombros y desarreglado, una cicatriz que le atravesaba el ojo derecho, y olía fuertemente a medicina. Se presentaron, y pidieron al empleado " lo que el restaurante pudiera ofrecer".
— Algo liviano, si es posible - dijo el que parecía el jefe de un banco.
— ¿¡Liviano?! ¡¿Estás loco?! ¡No hemos comido nada desde Munich! - gritó sin ningún cuidado el de la corbata roja
— ¿Podrías bajar la voz, por favor? - riñó el otro con acento claramente británico
— ¿Por qué?
Su amigo dijo los nombres al recepcionista que los anotó con rapidez. El sujeto mal arreglado comenzó a jugar con la campanilla.
— Eres un desocupado
— Ja
— ¿Y cuando vas a quitarte esa horrenda cicatriz?
— No todavía, a las mujeres les gusta. - se paró en la punta de los pies y gritó, como si estuviera en medio de una tribuna - ¡¿Verdad que sí, muñecas?!
— ¡Silencio! - cortó su amigo bajándolo de la tribuna.
— ¿A quién puedo molestar? ¡¿A ti?! - exclamó y señaló al recepcionista. Se inclinó en la mesa hasta quedar a diez centímetros de él - ¡Tú me sirves a mí, imbécil! ¡Tú no puedes hacer nada! ¡Nada! ¡Nada!
El otro lo asió por el brazo mirando a su alrededor embarazado y le dijo a su amigo que acabara de una vez, pero éste, que había comenzado a ponerles diferentes tonos a sus "Nada nada" y se retorcía por la mesa no parecía querer obedecer.
— Vamos, Stan, hay gente a la que podemos perturbar - dijo el otro mirando de reojo a Rick. El desadaptado se detuvo de golpe y miró al extrañado sujeto como si fuera una nueva especie. Carraspeó y se paró recto mirándose las uñas
— Está bien - dijo en un tono fingidamente serio - pero no nos demoremos, estoy muerto del hambre.
De repente, como si hubiera dicho un chiste muy bueno, dejó escapar un sonido bajo como si estuviera conteniendo la risa y estalló en estruendosas carcajadas - ¡Estoy muerto de hambre! - celebró - ¡Muerto! ¡Hambre!
Su amigo lo arrastró por el brazo lejos de allí. El alborotador seguía riendo. Rick oyó cómo el caballero comentaba
— Amigo, estás loco. - con tono hastiado y su compañero volvía a estallar en carcajadas mientras se alejaban por el corredor. Rick miró su reloj, que lastimosamente se había parado, y se acercó al recibidor.
— ¿Qué desea el señor? - preguntó el recepcionista
— Me gustaría hacer una llamada telefónica, por favor -respondió Rick. El otro asintió y le pasó el teléfono. Rick marcó con rapidez el número de su casa y apoyó su oreja en el auricular. El aparato pitó tres veces y luego se oyó la voz quejumbrosa de su novia.
— ¿SÍ? ¿Quién habla?
— ¿Samantha?
— ¡Rick, eres tú! Que bueno que llamas.
— ¿Por qué? ¿Ha pasado algo? - preguntó interesado viendo pasar a una pareja de extravagantes punkeros a la sala de conferencias.
— Tuve problemas con mi madre.
— ¿Qué? ¿Qué clase de problemas?
— Verás, ella... - Rick oyó cómo se sorbía los mocos - ella quería pedir vino rojo, pero yo le dije que no debía, porque estábamos comiendo pescado, y entonces ella se enojó y dijo que desde que te había conocido no hacía más que llevarte la contraria..
El sujeto alejó la bocina unos centímetros mientras se frotaba los ojos y esperó unos segundos a que los chillidos de su novia cesaran. Cuando no oyó más que silencio volvió a acomodarse el aparato
— Oh, Sam, cuanto lo siento - dijo
— Sí, lo sé, pero no estás aquí
— Cariño, por eso te llamaba - mintió rápidamente - sé que debería estar allá contigo, pero se ha presentado un problema. Uno de nuestros proveedores tuvo dificultades para llegar y Hubert sugirió que debería servirle de guía, ya sabes, para mejorar las relaciones...
— No te creo - respondió su novia a punto de llorar - estás mintiendo otra vez
— No, no es cierto Samantha, créeme. En este momento estoy en el hotel - se volvió para ver la credencial del recepcionista - Mercurie aguardando por él.
Hubo un silencio
— Estoy en la recepción - agregó Rick
Su novia calló unos segundos. Luego dijo - déjame hablar con alguien de allí.
Rick respiró aliviado. Luego se volvió al empleado, que sellaba algunos documentos
— Es para usted - le dijo. El hombre levantó la cabeza extrañado y se señaló - Sí
El sujeto calvo tomó el teléfono tímidamente
— ¿Aló? - dijo
— ¿Quien habla? - preguntó bruscamente la mujer
— Soy John MaClenson... - comentó el sujeto sin saber qué más decir
— ¿Es verdad que usted es empleado del hotel?
— Así es, señorita
— ¿Cómo se llama?
— John...
— No usted, el hotel
— Es el Hotel Mercurie, señorita
— ¿Cuál es su trabajo?
— Soy el recepcionista
Hubo de nuevo un silencio
— Está bién - dijo al fin la joven - dígale a Ricky que mañana debe estar acá.
Y colgó. El hombre miró estupefacto el aparato y lo puso con cuidado en su lugar
— Dice que...
— Ya lo sé - interrumpió el otro - escuché. Oiga - agregó en el momento en que el hombre calvo guardaba el teléfono - mucha gente acude al seminario este de astrología y yo...
— Disculpe - dijo otra voz. Rick se volvió y vio a un hombre de unos cuarenta años, serio y con pinta de intelectual importante, que acababa de llegar - vengo al seminario de astrología. Mi nombre es Michael Val-Jean.
El de la recepción miró en una libreta llena de nombres y escribió el del caballero.
— No hay problema, señor Val-Jean - dijo
— Disculpe - comentó Rick dispuesto a reñir al extraño por su intromisión, pero este lo miró despectivamente, y sin esperar a que dijera una palabra, siguió de largo hacia el mismo lugar. Después de un momento, Rick, algo molesto, continuó hablando.
— Le decía que me gustaría...
— Perdone usted - dijo otra voz áspera y lenta - vengo al seminario. Me llamo Morgan Murray.
Esta vez nuestro hombre vio a un sujeto apenas mayor que él con una camiseta de un grupo pesado de rock que tenía las mangas pintorescamente rasgadas, unos jeans anchos y rotos en las rodillas y una chaqueta azul oscura. Se paraba algo encorvado, como si estuviera acechando, y tenía el cabello hasta más debajo de los hombros. No parecía cuidarlo mucho, tenía enredados algo de paja y hojitas, y estaba medio cogido con una simple cabulla. Algunos mechones le caían sobre el rostro, pero cuando alzó la cabeza, Rick se quedó helado, hasta que el sujeto se perdió de vista. Quizá había sido un efecto de la luz, pero habría jurado que el tipajo aquel tenía, en medio de unos ojos amarillos, unas pupilas alargadas. Miró al hombre calvo como inquiriéndolo con los ojos.
— Eh... - balbució él y contestó rápidamente - lo que usan los muchachos en estos días ¿verdad?
Rick asintió ampliamente con los ojos abiertos. Luego carraspeó.
— Le decía...
— Excuse usted -dijo otra voz
— ¡Oh, Santo Dios! - exclamó Rick enfadado y se dio vuelta - ¿Le importa? Trato de...
Se encontró frente a frente con un hombre de unos cuarenta años bastante bien conservado con un candado bien hecho y el cabello peinado hacia atrás. Vestía, como la mayoría que había visto esa noche, con un traje elegante. Su fisonomía producía bastante respeto.
— Trato de hablar con el señor - dijo Rick
El hombre entonces fijó su vista en él, pero su mirada fue como el golpe de un mazo. Rick se quedó inmóvil. Sintió que algo lo detenía tal y donde estaba. Trató de hablar pero no logró omitir sonido. Quien habló fue el hombre elegante
— Estoy tratando de presentarme, por favor, no interrumpa. - dijo con una voz tan fuerte como una tempestad - váyase para allá - y señaló con la cabeza un rincón de la estancia. Rick sintió cómo sus pies se movían mecánicamente hasta conducirlo al lugar indicado. Allí se quedó con las manos detrás de la espalda como un niño al que han reprendido hasta que sintió que volvía a tomar el control de su cuerpo. Se dio vuelta y miró a su alrededor incrédulo. Se estremeció.
— Está bien - dijo - algo esta pasando acá. - se dirigió a la salida - no sé qué clase de aquelarre están planeando pero yo ya he tenido suficiente.
En ese momento se abrió la puerta y pasaron por su lado dos pequeñas figuras, tan espectacularmente hermosas que Rick, por ningún medio, pudo evitar contemplar. Era unos chiquillos, no tendrían más de ocho años, iban tomados de la mano, y parecían la inocencia en persona. Obviamente eran hermanos, ambos rubios, con mejillas rojas y ojos del color del cielo. La pequeña hermosa se reía tapándose la boca con una mano, y la risa era jugosa y clara, pero no le prestó atención. A Rick le recordaron a los pequeños querubines que coleccionaba su abuela cuando él era solo un niño, solo que nunca se imaginó que tal belleza existiría en la tierra. Los angelillos siguieron de largo hasta llegar a la recepción, y Rick los siguió con la vista, hasta que sintió que algo lo atropellaba y lo hacía caer al suelo. Salió de su éxtasis para fijar su vista en la puerta. Era, de nuevo, el muchacho del callejón, solo que esta vez había estado a punto de caer.
— ¡Viva Dios! - gritó con ira - ¡Más cuidado! ¡Van ya dos veces esta noche!
Se arregló el traje arrugado por el choque y ni siquiera pensó en ayudar a Rick
— ¿Qué hace usted aquí? - le preguntó con brusquedad.
— Yo, eh... -balbució Rick. De nuevo pasó por su mente la imagen de un cervatillo acorralado por un depredador. Sus labios parecían haberse pegado. El muchacho pasó su mirada de Rick al recepcionista
— Por la sangre de Caín ¿Qué hace él aquí? - exigió.
— Yo... yo... Señor, pensé que... - tartamudeó el empleado como si estuviera hablando con un demonio.
— Se suponía que los invitados al seminario eran miembros selectos - Dijo con una peligrosa cortesía el joven, que pasó junto a Rick hasta ponerse en frente del hombre calvo con los brazos cruzados en forma despectiva
— Lo... lo sé... - tartamudeó el recepcionista sin parecer querer exigir respeto al niño
— ¿Tienes idea, imbécil, del peligro que significa esto para la Mascarada? - dijo éste con ira y lo tomó con una mano por el cuello del uniforme jalándolo hacia sí con violencia
" ¿Mas... carada?" Pensó Rick confundido y asombrado como el que más.
— ¿Tienes idea de lo que se habría podido pasar si hubiese podido ver algo?
— Pensé que se iría...
— Eres un idiota - dijo el joven y lo dejó caer sin delicadeza al suelo - ¿Quién es tu amo?
"¡¿Amo?!" Pensó Rick alarmado "¡Esta gente está loca! ¡Debo salir de aquí!" . Se puso de pie nervioso
— E... es el Señor Nicolás, Señor... - respondió el empleado con una palidez mortal
— ¿Nicolás? ¿El Toreador?
"¿De qué toreador estará hablando?" se dijo Rick retrocediendo hacia la salida. El hombre calvo asintió temblando
— Hablaré con él - dijo finalmente el muchacho - por ahora hay que encargarse del humano - y señaló a Rick con el bastón - ¿En dónde están los demás gohuls?
— No están
— ¡Dios mío, qué servicio!
Rick logró encontrar con el tacto la bisagra de la puerta. Forcejeó, pero tenía llave. Una gota de sudor resbaló por su frente. "Esto es un manicomio" pasó por su mente "me metí con un montón de psicópatas". De repente el jovenzuelo se volvió hacia él. Ahora lo veía con claridad; sus ojos tenían algo que no era humano
- ¡Qué estás esperando? - le dijo al empleado - ¡Ve por él!
Rick quiso darse vuelta para huir, pero en este justo momento el escuálido hombre dio un salto hacia él y lo tiró al suelo. Rick forcejeó, pero el hombre, con una fuerza que no se habría pensado que tendría, logró inmovilizarlo.
" Es todo" pensó pataleando "aquí me muero". Desde su perspectiva del piso vio unas botas italianas que se acercaban hacia él. Oyó un chasquido de desaprobación
— Mal intento, jovencito - dijo el muchacho- Me pregunto por qué debo ser yo el que se encargue de estos problemas. De todos modos, hace tiempos que no me divertía.
Rick vio el zapato del inhumano personaje que se balanceaba hacia atrás antes de arremeter contra su rostro, oyó un golpe seco y sintió un espasmo de dolor. Por un momento todo se volvió oscuridad, pero en unos segundos volvió a ver. Esta vez, vio de nuevo los finos zapatos salpicados de sangre, su sangre, y oyó de nuevo la voz del joven
— Sin embargo, creo que no va a haber una segunda oportunidad.
Mientras sentía su brazo inmovilizado reventar de dolor por la presión ejercida, vio cómo, al nivel de su mirada, era descargado con firmeza el bastón de Lord ingles. Luego vio cómo era tensado, para luego escuchar el silbido agudo y metálico que produciría solo un arma de filo. Luego, un sable delgado pero mortal descendió hasta quedar a tres centímetros de su nariz.
— Que ironía - oyó que murmuraba joven con voz suave. - que esté aquí para defenderlos y que tenga que matar a uno de ellos...
Una noche
Primer capítulo de un prometedor relato fantástico en el cual se narran los extraños acontecimientos que vive Rick, el protagonista, en una noche de lluvia.