Días habían pasado desde la partida de los señores de los feudos del sur hacia Gondor, el enemigo había preparado el asalto de Minas Tirith, las almenas se habían encendido y la oscuridad había llegado. Angbor, señor de Lamedon, se había quedado para hacer frente a los corsarios y haradrim, que marchaban desde el sur para amenazar la retaguardia de Gondor. Sabía que si no resistía la ciudad indudablemente caería. Las noticias eran alarmantes, más de setenta naves subían río arriba, para arrasar Belfalas, Ethir, Lebennin y Lamedon, pero el sabia que debía cumplir con su deber, el era un hombre de Gondor y jamás se rendiría. La angustia era terrible, las esperanzas se desvanecían en la noche.
- Ven Iorlas, necesito que averigües cuantas fuerzas tienen nuestros enemigos - dijo Angbor, era un hombre imponente y con una voz que helaba la sangre, pero en el fondo tenia buen corazón - para mañana a las once de la mañana.
- Pero mi señor es imposible hacerlo en tan poco tiempo - objetó el joven - no podemos acercarnos, es demasiado peligroso.
- Silencio muchacho haz lo que te dije - gritó el señor - no tengo el tiempo ni la paciencia para perder contigo, ahora hazlo.
El muchacho salió apesadumbrado, reunió a su gente y partió al galope rumbo a lo desconocido, mientras su pensamiento se dirigía a su hermano Beregond, guardia de la torre de guardia. A la mañana siguiente el joven regresó, dejó su caballo a un mozo que estaba en la entrada de la casa del señor, corrió a los aposentos de su señor, entrando sin siquiera golpear, sentado a la sombra se encontraba Angbor, que esperaba con impaciencia al joven.
- Que noticias traes Iorlas - preguntó Angbor - ¿crees que podamos resistir la embestida del enemigo?
- Mi señor, los haradrim cruzaron el río y son cerca de ocho mil y pronto se reunirán a los corsarios, con lo que doblaran nuestras fuerzas, - dijo casi sin aliento el muchacho - veo muy difícil el poder resistir señor, aun reuniendo todas nuestras tropas seremos a lo sumo unos siete mil hombres.
- Muy bien... está decidido - habló Angbor - mañana en la mañana marcharemos a la desembocadura del río Gilrain, ahí enfrentaremos a esos sureños, da la orden a los heraldos para informar a las tropas.
- Se hará como deseas - dijo Iorlas, mientras se retiraba - permiso señor.
A la mañana siguiente Angbor al frente de sus hombres, fue al encuentro de su destino, llegados al Gilrain, tuvieron que esperar algunos días a la llegada de los enemigos, que aparecieron junto al nacimiento del día, eran demasiados, pero eso no amilano a Angbor, sino que le dio fuerza, distribuyo sus fuerzas y espero el choque. Los haradrim fueron los primeros en atacar, llenos de odio contra los hombres de Gondor, sedientos de sangre y fuego.
- ¡Adelante por Gondor! - Gritó el señor, mientras corría al encuentro de un gigante sureño - acabemos con estos invasores.
- Por Lamedon y Angbor - corearon sus hombres - por la gloria del reino de los hijos de Elendil.
Los gondorianos resistieron el impulso del choque con los haradrim, Iorlas combatía cerca de su señor, preparado para salvar su vida de ser necesario, Angbor que comandaba el centro de la línea, dio orden a su ala derecha para que hiciera un movimiento envolvente, logrando de esta manera ponerse a espaldas de los haradrim, pero fue en este momento cuando ya los sureños empezaban a huir, que intervinieron los corsarios, que se habían mantenido en reserva, la situación se torno desesperada para las tropas de Angbor, que se vieron ampliamente superadas por el enemigo, viéndose obligados a retroceder, aunque en orden, acosados por los enemigos fueron lentamente encerrados en un circulo, que se cerraba cada vez mas. Los gondorianos ya sin esperanzas, se prepararon a vender caras sus vidas y recordarles a sus enemigos por toda la eternidad que los guerreros del pueblo de los hijos de Númenor, jamás se rindieron.
- Valor soldados - gritaba Angbor, tratando de mantener las líneas, mientras atravesaba a un corsario - nuestras vidas, serán pagadas con sangre.
- Cuidado mi señor - fue lo que escucho Angbor, justo en el momento que una sombra lo cubría con su cuerpo, era Iorlas, que cayó al suelo con el pecho lleno de flechas- mi vida por la suya mi señor.
- No Iorlas - fue lo único que salió de la boca de Angbor - venganza.
Luego de esto los gondorianos se encarnizaron, y nadie podía detener a Angbor, pero estaban muy disminuidos, cansados y a pesar de todos los muertos, los enemigos seguían acosándolos. Fue en este momento de angustia que el terror llego, porque de las ultimas filas de los sureños surgió un grito de terror, que se elevó en el campo y se extendió entre sureños y gondorianos.
- El rey de los muertos ha venido a atacarnos - fue el grito se escucho sobre la tierra- huyamos, oh moriremos.
Entonces se produjo una huida en masa, los corsarios y haradrim hacia Pelargir y los gondorianos hacia las montañas, entonces quedo solo una figura en el campo sembrado de muertos e inundado de roja sangre, era Angbor, señor de Lamedon, que conservo el animo y espero la llegada de la marea gris que llegaba del norte, pero a pesar de ser los muertos los que llegaron, no era su rey el que los mandaba, sino un hombre alto, de rostro severo, que cabalgaba acompañado de otros hombres y para sorpresa de Angbor, de un enano y elfos. Al acercarse el líder de la extraña compañía desmontó y dijo a Angbor:
- "En Pelargir, el heredero de Isildur tendrá necesidad de nosotros".
Luego de esto la extraña compañía partió rumbo al puerto, entonces Angbor reuniendo a todos los hombres que encontrar salió hacia Pelargir, con una esperanza que no sentía hacia mucho tiempo, al llegar vio que no quedaba ningún enemigo con vida y escuchó el mandato del heredero de Isildur, al que desde el momento de verlo, consideraba su rey. Este rey llegado de las sombras le ordenó reunir tropas y marchar a Minas Tirith cuanto antes, y así el cumplió, como siempre lo hizo desde entonces y marchó, siguiendo sus banderas hasta la misma puerta negra, donde cayó el enemigo y el mundo se liberó.