Oscuros pensamientos
Tal y como nos comenta la autora, "Oscuros Pensamientos" es una versión personal sobre la forma en que el Anillo podría haber tentado a Frodo.

I

 La noche cerrada caía sobre el Bosque Viejo y  las sombras habían avanzado desde los helechos del suelo, lamiendo los troncos cubiertos de líquenes, hasta las copas más altas de los árboles. Una oscuridad inquietante borraba los contornos mientras los ruidos de la noche se iban haciendo más intensos; el murmullo del agua del Tornasauce, los crujidos de las ramas, el siseo de las hojas y otros, casi imperceptibles, en el suelo, como si algo se deslizase furtivamente.
 Desde el improvisado pero confortable lecho de la casa de Tom Bombadil, Frodo dejó volar sus pensamientos, haciendo memoria de todas las experiencias vividas el día anterior; el bosque, el Hombre - sauce, Tom, la Hija del Río. ¡Qué extraños personajes! Por un breve instante evocó el primer encuentro con Baya de Oro, una dama tan hermosa e intemporal; exactamente como él habría imaginado a una Reina Elfa. Por primera vez en su vida tuvo conciencia de porqué nunca había demostrado mucho interés por ninguna de las muchachas de La Comarca, demasiado ocupadas siempre en asuntos vulgares y cotidianos y completamente ajenas a ese mundo exterior, lleno de seres maravillosos y de aventuras que él había soñado desde que era un niño y que forjó en su mente durante los años que vivió en compañía del viejo y querido Bilbo. Bostezó y cerró los ojos. Su último pensamiento antes de entregarse al sueño fue para Gandalf. ¿Dónde estaría? Sintió un nudo en el estómago y apretó la cadena y el anillo en su mano, con un gesto de ansiedad. Luego, poco a poco, se fue quedando dormido.
 "En la noche profunda, Frodo yacía en un sueño sin luz."


II

La tarde otoñal moría en Rivendel dejando una luz oblicua que caía sobre los árboles en el jardín de Elrond, matizando los tonos ocres y rojos con un brillo dorado que se iba tornando en escarlata, mientras el rumor de las cascadas y el olor penetrante del musgo llenaban el aire de sensaciones antiguas, como rescatadas del principio mismo de los tiempos, cuando tras el oscurecimiento de Valinor, los Primeros Nacidos vieron a Arien conduciendo el Sol al ocaso en el primer atardecer de Arda. 
 Una brisa suave y cálida entraba por la ventana y hacía ondear las delicadas cortinas cuando Frodo abrió los ojos despertando de su largo sueño. Se sentía bien, renovado después de un descanso tranquilo sin pesadillas que lo atormentaran. Recordó vagamente su conversación con Gandalf, por la mañana, en esa misma alcoba. De repente le vino a la memoria el terror de los últimos días y sintió una punzada en su hombro izquierdo, como un latido de dolor que se extendía por todo el costado, pero a pesar del miedo también notó, aliviado, que su brazo  cobraba vigor y ya no le dolía. De forma instintiva llevó la mano al cuello y jugó con la cadena que le habían colocado mientras estaba inconsciente. Entonces sus dedos largos y finos lo encontraron, perfecto, pulido, suave y frío, extrañamente frío para ser de metal y estar tan cerca de su cuerpo. Se estremeció y sintió a la vez un alivio y un desasosiego inexplicables.  Parecía incomprensible que algo que le había traído tanto miedo y sufrimiento le produjese ahora esa sensación de tranquilidad al saber que aún seguía allí, que nadie se lo había quitado y a la vez le daba cierto temor al pensar que debería dejarlo allí, en Rivendel, pues para eso lo había traído, para que los sabios decidiesen qué hacer con él. Poco a poco fue saliendo del letargo  y bostezó desperezándose. Un ruido de su estómago le avisó de que había dormido lo suficiente y de que era hora de levantarse y volver a la vida.
 "Frodo estaba ahora a salvo en el Último Hogar al Este del Mar."

. . .

 En la penumbra de la Sala del Fuego, mientras llegaban a sus oídos las acompasadas  notas de la melodía élfica que acompañaba al poema de Bilbo, revivió la imagen fugaz de la mirada de Arwen y su corazón se aceleró ante el recuerdo de la abrumadora belleza de la joven. De manera involuntaria la buscó con la mirada, y en ese momento, la vio ensimismada mirando al Dúnadan. Frodo deseó por un instante que esa mirada fuera para él y entonces recordó que nunca ninguna mujer lo había mirado de ese modo. Lentamente cerró los ojos y se dejó llevar por el canto; una marea de olas tempestuosas lo arrastraban por el mismo mar que navegaba Eärendil, dejando en su corazón un sentimiento confuso de ansiedad y dolor, de soledad y frustración. Luego ese mar se calmó y una ensoñación más sosegada, de visiones de tierras lejanas,  se apoderó de él.
 El poema acabó y un coro de voces empezó a cantar una oda a Elbereth cuando Frodo abrió de nuevo los ojos y en ese momento sintió que los ojos de Arwen volvían a posarse en él. Otra dama elfa de increíble belleza entonaba una melodía armoniosa y triste mientras lo miraba dulcemente y entonces pensó que esa mirada sí estaba realmente dirigida a él de un modo especial. Haciendo un gran esfuerzo por vencer su timidez, mientras su corazón latía violentamente y un inoportuno rubor enrojecía su cara, Frodo le dedicó su más encantadora sonrisa, acompañada de una mirada tierna y profunda que nunca antes había puesto en sus hermosos ojos. Ella le devolvió la sonrisa y entonces él, en ese estado de ensoñación creado por la magia de la música, creyó ver que a la vez  ella hacía con sus labios el gesto de un beso cargado de sensualidad. Frodo sintió que el corazón se le salía del pecho y que la sangre se le agolpaba en las mejillas mientras notaba que una excitación inesperada  invadía todo su cuerpo. Sin saber por qué se llevó la mano al Anillo  y lo apretó con fuerza, cerrando el puño; de repente tuvo un deseo imperioso de ponerlo en el dedo, de hacerse invisible y acercarse a aquella mujer. Mientras luchaba con toda su voluntad por disipar de su mente un tumulto de oscuros pensamientos, en un fugaz instante,  sintió que otra voluntad más poderosa se apoderaba de él. El anillo estaba deslizándose en su dedo, cuando como un cristal que se rompe, una vocecita familiar y muy querida se oyó a su lado.
 "-Es un canto a Elbereth -dijo Bilbo."  

. . .

Las estrellas brillaban con una luz especial, como si en ese mismo instante la propia Varda las estuviera encendiendo, cuando Frodo, asomado a la ventana, miraba al cielo mientras la brisa movía sus cabellos. Con aire soñador miró hacia Remmirath, la red de estrellas y suspiró. Lentamente se despojó de sus ropas y las colocó con esmero sobre una silla. Se metió en la cama y notó en las sábanas un olor a la vez fresco y profundo, que él no conocía, pero que por alguna razón le hizo pensar en el mar. El mar, ¿cómo sería? A menudo los elfos hablaban de él con nostalgia y curiosamente él mismo a menudo pensaba o soñaba con el mar. ¿Qué habría más allá del mar que a los Elfos les daba tanta melancolía? El, simple mortal, nunca lo sabría.
 Se dio cuenta de  que el sueño le vencía y se acomodó las mantas; notó la suavidad de la almohada de plumas y sintió una extraña tristeza al verse tan solo en esa cama tan grande. Pensó en la mujer elfa, ¿quién sería? No pudo hablar con ella y tampoco habría sabido qué decirle. Recordó la Feria de Cavada Grande, a la que asistían tantas chicas y pensó en su timidez, que le impedía siempre acercarse a ellas. De todos modos, él era consciente de que la gente de La Comarca no lo miraba con buenos ojos y de que ninguna muchacha sensata se fijaría en él. Era demasiado soñador para ser un hobbit, siempre pensando en los Elfos y acompañado de ese mago tan extravagante. Por otra parte amaba La Comarca, pero algo en su corazón le alejaba cada vez más de su gente y de sus historias cotidianas.
 La brisa movía las cortinas y entraba como una caricia, ligera  y cálida. La luna asomaba y Menelgavor había ascendido en el cielo; poco a poco cerró los ojos y su respiración se fue haciendo más suave y pausada.
 La noche había avanzado cuando la puerta de la habitación se abrió sin ruido y una oleada de aire perfumado inundó la estancia. Una figura etérea y grácil se acercó al lecho donde Frodo descansaba; sus ropas de tejido vaporoso se ceñían a un cuerpo de formas perfectas y una cascada de cabello dorado enmarcaba un rostro de facciones dulces, de una belleza no alcanzada por ninguna criatura humana. Una mano delicada  acarició los rizosos cabellos del hobbit, y al apartarlos de su frente, pudo ver, a la tenue luz de la luna que entraba por la ventana, otro rostro sereno y hermoso, casi élfico, de una finura y transparencia que resultaban sorprendentes. Lentamente apartó las sábanas, y al hacerlo descubrió un torso de piel  blanca y delicada, de una tersura sólo rota por el vendaje del hombro. Su pecho se movía lentamente con el rítmico impulso de la respiración, cuando obedeciendo a un instinto, la elfa acercó sus labios al cuello del hobbit y al hacerlo notó un olor desconocido hasta entonces, tenue y excitante, que le hizo ser consciente de la irresistible atracción del joven cuerpo varonil. Con sutiles besos recorrió su cuello descendiendo hasta el pecho y deslizó  su mano fina y suave por el costado hasta la cadera. El se movió en sueños y de forma instintiva abrazó a la mujer; entreabrió los ojos cuando ella puso en su boca  un beso largo y profundo. La mujer se despojó de sus ligeras ropas y le quitó a él las escasas prendas que llevaba para dormir, después se echó a su lado mientras recorría su cuerpo con leves caricias y besos que se iban haciendo más intensos y prolongados. La respiración entrecortada se fue convirtiendo en un jadeo, mientras sus cuerpos se unían en un encuentro íntimo que componía una sinfonía de sensaciones in crescendo, como si hubiese estado escrita en la misma música de los Ainur; un estremecimiento sacudió la espalda del hobbit en una última sensación de intenso placer, cuando sobresaltado, abrió los ojos. ¿Dónde estaba la mujer Elfa? Tardó unos instantes en comprender y volver su mente a la realidad. Parecía tan real... Se sintió como cuando era un adolescente y observaba a las muchachas en compañía de sus amigos y ese recuerdo le dejó un amargo sentimiento de tristeza y soledad.
 Inconscientemente se llevó la mano al cuello y jugueteó con el Anillo y al hacerlo, se fue tranquilizando mientras pensaba que tal vez con el Único y gracias a su poder, podría romper las barreras que sin saber por qué se había puesto a sí mismo. Pero en ese momento tuvo una extraña sensación de vértigo, y tuvo también la impresión de que un ojo lo buscaba y una mano cruel extendía su garra hacia él. La voluntad de Frodo fue más fuerte, soltó el Anillo y se llevó la mano a la herida; sentía un poco de dolor, pero era leve y soportable. Poco a poco se fue calmando. Los cantos de los elfos habían cesado y la noche se hacía íntima y serena con la cálida brisa otoñal. Se oyó un grillo en el jardín y un ulular a lo lejos. Cerró los ojos y pensó en la tranquilidad del lugar, la Última Morada era el lugar perfecto para  curar el cuerpo y el alma; si algo perturbaba esta paz, estaba dentro de uno mismo y antes o después habría que afrontarlo. Con estos pensamientos fue cayendo en un sueño tranquilo y profundo, renovador y sin sueños. Helluin brillaba con una intensa luz azul; aun quedaban unas horas para el alba y ese día tendría que madrugar.
 "A la mañana siguiente Frodo despertó temprano, sintiéndose descansado y bien."



III

Cuando los ojos de Galadriel miraron a Frodo, el hobbit sostuvo aquella mirada apenas unos segundos. En un breve instante, sintió que su alma quedaba desnuda ante aquella mente poderosa, pero en la tensión del momento supo que también él era capaz de ver a través de aquellos ojos profundos e inquisitivos. Como en una lucha que se libra en un ínfimo lapso de tiempo, pudo comprender el dolor de muchos años,  la obligación de un juramento, el peso de una maldición terrible, la nostalgia de unos días de luz perpetua, pero sobre todo, pudo entender la fuerza del orgullo que impide pedir perdón por una rebeldía justa y por un error que no se ha cometido.
 La Gran Señora de los Noldor, única representante de su alto linaje en La Tierra Media, sintió que los ojos del hobbit la traspasaban  y que veían y comprendían todas las heridas de su alma, desde los Días Antiguos. En un duelo de voluntades pudo ver, a través de aquellos ojos, una vida sencilla y una paz interior rota por un destino terrible; pero sobre todo vio una amenaza creciente que doblegaba, corrompía y minaba un alma pura que se resistía a dejarse vencer por un Poder que había dominado a muchos grandes señores de los Elfos y los Hombres. En un fugaz instante conoció sus dudas y temores, sus deseos más ocultos y su incapacidad para realizarlos. Comprobó su soledad. Una soledad que ella entendía muy bien, como comprendía el peso de la responsabilidad de una promesa que obliga a ir más allá de los deseos, y que dirige el curso de la vida por caminos de penoso sufrimiento. Viéndolo así, tan frágil, dudó de su capacidad para desempeñar tan peligrosa misión. Pensó que Elrond tal vez se equivocaba y que a Gandalf era difícil entenderlo en sus decisiones. Miró intensamente a aquel pequeño hombrecillo que tenía en sus manos el destinos de toda La Tierra Media y penetrando aún más en su mente, le ofreció la posibilidad de regresar a su vida tranquila, de vivir aventuras felices, de volver a Rivendel para pasar sus días con Bilbo y con la Hermosa Gente que habitaba en la Última Morada, donde tal vez alguna mujer elfa de hermosos ojos y melódica voz, llegase algún día a compartir con él felices momentos.
 Frodo se sintió traspasado, desnudo y abochornado, como cuando era niño y le sorprendían haciendo alguna travesura inconfesable; pero por primera vez desde que en el Concilio aceptara la misión, pudo darse cuenta de que aún estaba a tiempo de abandonar y de dejarla en manos de seres más poderosos y sabios, que podían enfrentarse mejor que él a fuerzas tan oscuras y terribles. Había otras posibilidades, podía elegir, y estaba tan cansado...
 "Por último la Dama Galadriel dejó de observarlos y sonrió.-Que vuestros corazones no se turben -dijo-. Hoy dormiréis en paz."

. . .

 Impresionado aún por la visión del espejo, Frodo escuchaba a Galadriel y la oía hablar de los Anillos como en un sueño, como si aquella explicación sobre el destino de los elfos no fuera más que una parte de la horrible pesadilla que había empezado en Bolsón Cerrado casi un año antes, cuando Gandalf le habló de la necesidad de destruir el Único. Veía la luz que reflejaba su anillo Nenya, tan blanca y brillante como la propia Eärendil que iluminaba el cielo, y comprendió que aquella poderosa mujer también tenía en sus manos un destino terrible. El daño que el Anillo Único ejercía no  se repararía en su totalidad con su destrucción, pues ese mal había operado en el mismo momento en que había sido forjado y la línea que se había trazado sólo podía llevar a un fin de maldad. Si la misión fracasaba todo estaría perdido, pero si tenía éxito, el precio que se pagaría también sería enorme; de cualquier modo, la pérdida sería irreparable, y el Anillo de todas formas iba a conseguir que la Hermosa Gente desapareciera de La Tierra Media. Frodo sintió que el corazón se le encogía y que la cabeza le daba vueltas, pues en ese momento tuvo la impresión de que ese destino trágico también le alcanzaría a él, aún en el caso improbable de que su misión tuviera éxito, pues ya estaba ligado a ese mal desde el momento en que todo comenzó, cuando aceptó la herencia de Bilbo.
 Ahora estaba allí, delante de la más grande y sabia de los Señores de los Elfos, y todos  comprenderían que él no era más que un sencillo Hobbit que amaba la vida tranquila y la Tierra que lo había visto nacer. Verdaderamente él también deseaba que el Anillo nunca hubiera sido forjado, y sobre todo que Bilbo no lo hubiera encontrado.
"-Sois prudente, intrépida y hermosa, Dama Galadriel  -dijo Frodo-, y os daré el Anillo Único, si vos me lo pedís. Para mí es algo demasiado grande."