La vida es guerra.
Es una lucha eterna contra los enemigos, una batalla interminable.
Para algunos el final está cerca, y para otros es invisible aún.
Pero está ahí. En algún lugar.
El final del combate, salir victorioso o caído.
Pero siempre acaba.
Todo acaba.
Quienes viven, guerrean.
Quienes guerreamos, vivimos más intensamente.
Los que vivimos la guerra, vivimos la vida día a día, minuto a minuto, segundo a segundo.
Porque podría ser el último.
El guerrero es el hombre de armas.
Aquel que lucha, que empuña la espada en lugar de leer.
El que descarga un golpe de maza mientras otros contemplan el paisaje.
El que ve sangre y muerte allá adonde mira cuando otro mira al horizonte en compañía de su dama.
Aquel que ha elegido la paz, aquel que no lucha, quien se dedica al arte y al amor, no es el más sensible.
El guerrero le dobla en sensibilidad, y se dedica a los placeres del arte y el amor.
Porque ama la guerra.
La guerra es arte.
El arte del combate.
Amar la espada como a una doncella.
Empuñar las armas con valor.
Defenderse a uno mismo y a su gente.
Cruzar palabras con los compañeros.
Llorar lágrimas de miedo, nostalgia, desesperación, dolor
Ya sea por los ojos o en el corazón.
El guerrero llora,
Llora porque ama.
Porque ama su vida y aquellas de los amigos caídos.
Porque se aferra a una esperanza que se desvanece,
La de proteger a su gente.
Porque olvida su tierra con el paso de los años,
Desea volver a ella algún día.
Porque hunden el metal en su carne.
Por eso llora y grita.
Por eso sangra y muere.
Para eso vive.
Porque los caminos están para que los sigan,
Y el camino de la guerra fue hecho
Para que los bravos lo siguieran.
Para los bravos y aquellos que desean vivir.
Yo fui bravo.
Yo quise vivir.
Yo soy guerrero.
Para el guerrero todos los días son grises.
Aunque el cielo esté azul, aunque el sol brille.
Mientras haya tristeza en su corazón los días son grises.
Y no hay felicidad si los ojos sólo ven caos.
Y eso veían los míos.
Hacía cerca de ciento cuatro días me enviaron a la batalla. Se acabaron mis días de paz en Sat, el gran reino del Norte.
Abandoné Ifnilin, mi ciudad, y dejé mis tierras. Ya no podría cosechar lo que había cultivado. Para cuando regresara, todo estaría cubierto de sal.
Así sucedería si llegaran los enemigos; y yo no tenía esperanzas de volver a casa y ver de nuevo mis cultivos.
No había esperanza. No para mí, al menos.
Me reuní con mi compañía y cabalgamos al sur, a los Montes Leril; allí les cerraríamos el paso a los faraganos, según la estrategia de nuestro general, pero nuestra cabalgada fue lenta y amarga, y cantamos tristes durante el viaje, mientras los cascos de los caballos resonaban en nuestros oídos como tambores que sentencian a muerte. Teníamos las espaldas doloridas y las voces apagadas:
La vida es guerra
La guerra es arte
El guerrero vive
Vive más que nadie
Al fin cerramos nuestras bocas. Nadie se atrevió a decir entonces lo que circulaba por nuestras mentes. Pero todos pensamos lo mismo, y casi se me escapó a mí.
Llegamos al fin a nuestro destino. Desmontamos y saludamos al resto del ejército. Estaba completo, y la batalla estaba en camino...
Pasada una semana, preparado todo para luchar, nos sentamos la noche del domingo a cenar todos juntos, tristes, temerosos de lo que vendría el día siguiente. Nuestros halcones habían avistado a los hombres de Faragan en la lejanía, y para el lunes en la tarde estarían frente a nosotros.
El general se levantó y pronunció su discurso habitual, como esperanza para aquellos que la han perdido. Para nosotros.
-Habéis sido arrancados de vuestra vida cotidiana para servir a Sat. Vuestro reino os necesita, y vais a servirle. Todos lo haréis, y no temáis a lo que venga mañana, porque lo que encontraréis será guerra. Y, ¿qué es la guerra?
-¡Es vida!.-Gritaron los hombres.
-¿Es arte la guerra?.-Preguntó el general.
-¡Sí!.-Respondieron ellos.
-¡Mañana viviremos!¡Mañana sentiremos la vida como nunca lo hemos hecho! ¡La vida es guerra!¡La guerra es arte!
-¡No!.- Me opuse yo.
Las voces cesaron. Todos los hombres abrieron paso al general, y éste se me acercó.
-¿Qué has dicho?
-La vida es guerra, pero la guerra no es arte.- Le contesté.
-Justifica tus palabras.- Ordenó.
-Lo haré, y quiero que todos me escuchéis, hombres. La vida es guerra, pero, ¿por qué? Porque día a día hemos de luchar. Luchamos contra el peso del arado, contra el sol que nos quema, contra la fortaleza del árbol que no logramos talar, contra la enfermedad que nos impide levantarnos del lecho. Luchamos por nuestra vida y la de los nuestros. ¡Por eso la vida es guerra! Pero la guerra no es vida. La guerra es destrucción, es caos, es ver morir a otros y combatir, dar muerte para sobrevivir, para preservar la vida. Porque la vida si es arte, el arte de nacer, de crecer, de andar todo el camino hasta la muerte. Eso es arte, general, eso es vida, soldados. Yo no elegí esta guerra, no. Elegí otra muy diferente; elegí trabajar en el campo y luchar cada día contra todos mis adversarios: el calor del sol, la cosecha, los lobos. Os aseguro que los rayos del sol son peores que el fuego de una antorcha, y que cosechar en solitario es más duro que luchar contra tres hombres armados llevando a un herido. Y los lobos, los lobos son mucho peores que cualquier ejército.
Esa es mi lucha, no ésta.
Los hombres de seguro sintieron caer su ánimo. Todos lo sentimos. Pero yo había dicho la verdad.
A la mañana siguiente contemplamos acercarse a los enemigos. Venían del sur y se acercaban. Se avecinaba la hora del combate. Lloraron muchos entonces, y otros contuvieron las lágrimas. Mis ojos se empaparon pronto, y eran lágrimas de miedo y desesperanza. Ya no había vuelta atrás. El general entonó el canto en voz baja y temblorosa. Pero yo canté en mi interior otra muy diferente.
La vida es arte
El mayor de todos ellos.
Lo he aprendido en varios días.
En días grises.
Porque grises son los días para un guerrero.
Y hoy es un día gris.