La mujer llamada Lirwin cuidaba de su jardincito en un pequeño pueblo de nombre casi impronunciable: Esnortrekrner. Lirwin era una mujer de avanzada edad, que de joven había sido una gran mercenaria y aún ahora, a pesar de los años podía resultar una luchadora feroz. Aunque aún luchara sorprendentemente bien, sus años se ya se notaban y ya no podía seguir el ritmo de una batalla, por lo que se dedicaba a dar consejos a cualquiera que estuviera tan interesado como para acudir a su casa (que no eran muchos). Solían acudir a ella diversos tipos de persona bien clasificables: unos eran jóvenes que querían aprender a luchar, otros eran luchadores profesionales en busca de nuevas técnicas; había también nobles en busca de formas de protección para su castillo o de una estrategia para atacar otro, aunque lo más común resultaban campesinos deseosos de saber alguna técnica de defensa básica para no volver a ser atracados en los caminos.
Aquel día Lirwin estaba entrenando a un joven muchacho hijo de un noble poderoso, aunque ese parentesco no le hacía mejor espadachín. En realidad era bastante patético, por esa razón la mujer le había dejado luchando contra un palo y ella se había puesto a cuidar de su jardín. En ese momento se oyó el grito del muchacho al otro lado de la casa, y Lirwin temiendo que estuvieran atacando al desprotegido noble se dirigió a su encuentro espada en mano. Resultó que el joven había clavado la espada en la estaca y en un movimiento extraño y desafortunado para sacarla, aquel chiquillo se la había clavado en el hombro. Por suerte el corte era superficial y Lirwin le pudo curar fácilmente con las hierbas curativas que disponía (no las de su jardín, pues la mujer tenía tanta habilidad para cuidar del jardín como el muchacho para manejar la espada).
Aquella tarde se acercó la hermana del joven noble para darle algunas lecciones de astronomía. Se tenía que admitir que aunque el muchacho no era hábil con la espada, era extremadamente inteligente. Lirwin sabia que la hermana mayor del muchacho no estaba allí precisamente porque le gustara darle clases (casi tenía que dárselas él a ella) sino que la joven estaba realmente interesada en las artes de la lucha y aquella era la única forma de acercarse. La joven solía espiar para poder aprender algo. La muchacha se llamaba Tarin y tenía 14 años, el muchacho se llamaba Gregor y tenía 11 años y se pasaban el día peleando.
Los destinos de aquellos jóvenes estaban marcados nada más nacer. En cuanto supieron que el primer hijo del noble era mujer se hicieron todos los preparativos para una vida dedicada al estudio y a las buenas maneras. En cambio, cuando nació Gregor se hicieron preparativos para entrenar a un guerrero. Ninguno de los dos jóvenes se atrevía a contradecir este destino, y aunque deseaban con toda su alma hacer lo que hacía el otro, sabían demasiado bien lo que se esperaba de ellos. Pero Lirwin estaba decidida a meter baza y a cambiar todo esto y de hecho había pedido audiencia ese mismo día, pero se la habían concedido para el siguiente.
Al día siguiente se presentó con los dos chiquillos, uno de cada mano ante el noble que estaba visiblemente aburrido y nada sorprendido:
-Buenos días noble señor- empezó Lirwin- estoy aquí para hablarle de sus hijos.
-No eres la primera- El tono del noble era despectivo.
Lirwin hizo llamar a todos los que estuvieran disponibles para presenciar la exhibición que planeaba. Cuando estuvieron cuantos pudieron estar, la mujer puso en el centro a los dos hermanos, y escogió a dos jóvenes más: Una chiquilla de unos 11 años, y un muchacho de unos 14. Puso a Tarin delante del muchacho y a Gregor delante de la muchachita. Gregor enrojeció al ver que la muchachita era algo más alta que él. Lo que hizo Lirwin es lo que (más o menos) ya se esperaba todo el mundo, ya que conocían a los muchachos y sus aptitudes: Gregor tenía que enfrentarse a la chiquilla en un concurso de preguntas diversas a la que les sometería una tercera persona y Tarin tenía que luchar contra el muchacho que tenía delante.
Fue Gregor quien empezó, y fue el mago quien hizo las preguntas. A pesar de que el concurso no fue realmente equitativo, ya que el tradicionalista mago había enseñado a los dos y sabía las aptitudes cada uno, Gregor ganó la ronda de preguntas.
Tarin por su parte demostró saber algo más que defenderse de ese muchacho, pues hizo gala de lo aprendido durante su espionaje en la casa de Lirwin. Aunque con dificultades, Tarin ganó a su avergonzado y enfurecido contrincante. Pero quien estaba realmente enfurecido era el noble padre de los ganadores, que alegando que la mujer era una bruja y una mala influencia para sus hijos la echó. Pero antes de salir, la mujer habló a los jóvenes. Primero se acercó a Tarin, y le dijo algo que nadie escuchó y luego se acercó a Gregor y también le habló.
Lirwin se fue del castillo para incomprensión de todos con la cabeza bien alta, ya que nadie entendía que la mujer había conseguido exactamente lo que había ido a hacer: había sembrado la semilla de la esperanza en los dos jóvenes y la semilla de la duda en todos los demás. Esas semillas se regarían mutuamente, aunque Lirwin pasaría de vez en cuando para comprobar su crecimiento o para regarlas ella misma. La esperanza se convertiría en una gran fuerza de voluntad para conseguir el objetivo marcado y la duda acabaría siendo aceptación y comprensión.
Es totalmente cierto que a Lirwin no se le daba bien plantar flores en el suelo, pero se le daba considerablemente bien plantar pensamientos en el jardín de la mente.