La Espada del Alba (libro II)
Segundo Libro de "la Espada del Alba"... Si te gustó el primer libro, no dejes de leer los nuevos capítulos... :-)

Libro segundo: Sangre y Acero
 

Capítulo ocho: LA IRA DE KAENOR

Al fin vió Scerion las altas murallas de Anthios. Tras largas jornadas de rápido viaje, llegaba a la ciudad exhausto y destrozado por el esfuerzo. Durante todo el trayecto desde el desfiladero de Gagda, había sido veloz, todo cuanto sus pies pudieron, y no paró de pensar en Linnod, qué le había ocurrido o qué había sido de él, o si algún día volvería a verle. Pero lo principal era poner a Kaenor en sobreaviso de lo que venía hacia la capital.

Dos jinetes salieron a su encuentro cuando estaba a dos centenares de metros de la puerta principal. Cuando llegaron a él, Scerion se derrumbó en el suelo, y después de su larga marcha, pudo cerrar los ojos y dejarse llevar. Los jinetes le cogieron y se dirigieron a toda prisa hacia la ciudad. Cruzaron las grandes puertas veloces y llevaron a Scerion a la sala de sanación. Le colocaron en una cama, y le cambiaron la ropa rota y ensangrentada, y curaron sus heridas con agua limpia y hierbas. Luego, Scerion al fin pudo dormir, y durmió como nunca se imaginó que lo haría, tan plácidamente, pero con una gran preocupación en su cabeza. Trató de levantarse y se dirigió a sus cuidadores:

- Oigan, tengo que ver a Kaenor enseguida tengo noticias que....-

- Tranquilo, descansa, el rey ya sabe de tu presencia, no tardará en llegar- contestó una mujer, mientras le colocaba un paño húmedo y caliente en la frente.

Scerion se volvió a acostar y se quedó con los ojos clavados en el techo. Hasta ahora no había pensado en cómo se iba a dirigir a Kaenor, nunca se había puesto en esa situación, y no sabía que le contaría exactamente, pues aunque quería decir toda la verdad, se sentía confuso y temeroso. Entonces recordó a Linnod, y trató de imaginar dónde estaba, y qué fuerza le había echo volver atrás y por qué, sin saber que en ese mismo momento, éste salía de la cueva de Korho con malas nuevas, pero con un acero de esperanza colgado de su cinto.

La mujer despertó a Scerion de su ligero sueño. Le agarró suavemente del hombro y le movió un poco, y éste abrió los ojos despacio y se encontró con su hermosa cara.

- Kaenor no tardará en llegar. Estate preparado- le dijo

Scerion se levantó, y sintió dolor en sus piernas, y en su cabeza. Observó la habitación detenidamente, y miró por su amplia ventana. Situada en la parte baja de la Torre del Rey, la sala de sanación daba con sus ventanas a la parte sur de las murallas, y ésta dejaba ver parte de los campos de Anthios, ahora marrones y secos.

- ¿Sólo tu has vuelto verdad?- preguntó la mujer a Scerion

- Sí. Todos murieron, hace seis noches, cerca de Gagda. Bueno, todos no, un amigo se quedó por el camino, no se dónde ni por qué, pero así ha sido-

- ¿Qué es lo que os encontrasteis?-

- No lo se con certeza. Algo que no desearía que se cruzara en el camino de el peor de mis enemigos. Ya han arrasado Gagda, mi pueblo, y mi familia estaba allí. Creo que aún no acabo de creerlo, con tantas cosas que han ocurrido en estos días-

- Lo siento mucho, de veras- contestó la mujer - Me llamo Sajha, soy quien se ocupa de los heridos y los enfermos aquí, en la ciudad-

- ¿Y tu sola haces todo el trabajo?- preguntó Scerion

- No llega mucha gente hasta aquí, los enfermos tardan en venir a la Torre del Rey por temor a Kaenor, y cuando lo hacen ya es demasiado tarde-

- Eso es muy triste-

- Lo sé, pero es la realidad-

Scerion volvió a mirar las praderas de Anthios a través de la ventana. Miró al cielo y no vió sino un color azul y un sol radiante que incrementeba aquel largo y tórrido verano. En esos momentos oyeron que unos pasos se acercaban por el pasillo, y Sajha volvió rápidamente a sus quehaceres, recogiendo gasas y hierbas. Entraron en la sala cuatro guardias, y tras ellos, Gerald y Kaenor. El rey hizo un gesto y los guardias se colocaron en el dintel de la puerta. Gerald permaneció tras el rey, y éste se acercó a Scerion, que no supo que hacer, y se arrodilló agachando la cabeza.

- ¿Eres tú el único que ha regresado de la compañía que envié?- dijo con voz grave.

Scerion alzó la cabeza y miró a Kaenor. Al ver sus negros ojos y sus duros rasgos, sintió miedo, y su garganta se secó.

- Sí, sólo yo he vuelto.- pudo decir con la voz atenazada.

- Me han comunicado que todos han muerto, pero deseo oir tu versión de los hechos, pues tú has estado allí, y no mis informadores.-

- Es cierto, mi rey, todos murieron menos yo. Y la verdad es que traigo información que le ha de ser comunicada cuanto antes-

- Mucho has de contarme, pero antes he de ocuparme de otros asuntos-

Kaenor se dió media vuelta y se dirigió a la puerta. Scerion trató de hablar.

- No,.....espere,........es import.....- balbuceó con miedo, con una voz casi imperceptible.

El rey no le escuchó, y ordenó salir a sus guardias antes de él.

-¿Es que no ha oído lo que le ha dicho?- preguntó Sajha- Ha dicho que tiene algo importante que decirle, no sería capaz de escucharle?-

Kaenor se detuvo y con la mirada seria observó a Sajha. Se acercó a ella y puso su mano en la mejilla de la mujer. Sajha pensó entonces en lo que había dicho y su corazón se aceleró de miedo.

- Escucha, mujer, como vuelvas a hablar a tu rey así, tu hermosa cabeza colgará de las puertas de la ciudad- dijo suavemente.

Sajha cerró los ojos y una lágrima salió de su ojo, y se deslizó hasta llegar a la mano del rey. Kaenor apartó su mano de la cara y se giró. Sajha sintió como sus piernas cedían y su cabeza daba vueltas pero pudo mantenerse en pie. Kaenor se dirigió a Scerion.

- Espero que eso que me has de comunicar sea de veras importante, pues mis ánimos están hoy caldeados y mi espada demasiado limpia y afilada, y deseo probarla y mancharla de sangre. De tí depende que no lo haga contigo.-

- Es importante, se lo aseguro. Lo que acabó con todos los soldados es una gran hueste, que ahora se dirige hacia aquí con el objetivo de conquistar la ciudad.- dijo Scerion con la voz temblorosa.

- ¿Y qué te hace pensar que llegarán hasta aquí sin encontrar oposición?-

- Ya han arrasado todo desde el Gran Mar del Sur hasta más al Norte de las Eltereth. No han dejado nada con vida.-

Kaenor miró a su guardia y a Gerald con cara de sorpresa, sin creerse lo que aquel esmirriado soldado le decía. Volvió a mirar a Scerion y agarró la empuñadura de la espada.

- Tus palabras se desvanecen el el aire, pues no son más que mentiras. Pero te perdonaré la vida, y prepararé una guardia, pero si lo que has profetizado no se cumpliera, da por seguro que desearás no haber mentido a tu rey.- dijo Kaenor.

El rey se giró y se fue con su guardia, cerrando la puerta tras de sí con un duro golpe. Scerion se sentó derrumbándose en la cama y cubrió su cara con las manos. Sintió ganas de llorar, y de huir lejos, lejos de aquel reino y de aquel rey, y lejos de lo que lo amenazaba. Levantó la cabeza y vió a Sajha mirando por la ventana, con los ojos rojos y las manos temblando. Scerion se levantó y se dirigió a ella. La abrazó y ella lloró en su hombro.

 Ese día acabó y también el siguiente y otro más. Kaenor, incrédulo pero previsor, tenía varias guardias protegiendo la ciudad. Las palabras de Scerion le habían inquietado, y se sentía inseguro. Y fue en el amanecer del cuarto día desde la llegada de Scerion cuando Linnod puso los pies en las praderas de Anthios. Las cruzó, escondiéndose de las guardias, y entró en la ciudad por una de las puertas que sólo los generales del ejército de Kaenor conocían. Con la débil luz del alba, cruzó las silenciosas calles de la ciudad. Cada paso que daba, el dolor de sus piernas se acrecentaba, el hambre se hacía más voraz y su garganta pedía agua cada vez con más fuerza. Aquellos días en los que caminó desde las Eltereth hasta la capital del reino de Anthios fueron los más duros que Linnod había vivido desde hacía diez años. Pero ahora un temor mayor embargaba su mente y agarrotaba su cuerpo aunque las plabras de Korho parecían ahora lejanas y vacías, y carentes de sentido ahora que estaba ante la colosal ciudad, que parecía inexpugnable, pero ese miedo a lo desconocido le seguía atormentando. Cruzó la ciudad y entró en la Torre de la Reina. Subió a duras penas las escaleras y con la vista nublada llegó al piso superior, que coronaba el cuerno de roca y metal. Salió bajo el cielo ahora azul en una azotea circular bordeada de doradas almenas. Se apoyó en una de ellas y ante él vió la ciudad desde lo alto, y las vastas tierras que la rodeaban, luego se giró y miró al mar, inmenso y poderoso, que golpeaba incesante la roca desnuda del acantilado, sintió su aroma y su frío viento proveniente del horizonte, y se sintió reconfortado, al estar de nuevo ante su amado océano. Hambriento y deshidratado, herido y temeroso, Linnod cayó de rodillas al suelo, y trató de sacar fuerzas de la nada para encontrarse con Kaenor, pero sus piernas no respondieron y no se pudo levantar. Fue en ese momento en el cual una mujer subió a la azotea de la Torre, vistiendo un largo vestido blanco y desprendiendo una fragancia que hizo a Linnod abrir los ojos, y respirar ese dulce aire. Nora se arrodilló junto a él y le sujetó la cabeza con cuidado. Le colocó contra el muro y le hizo beber una infusión agridulce, que entró en el cuerpo de Linnod como si fuese fuego. Sin decir una palabra, Nora abrazó a Linnod y éste sintió que recuperaba parte de la vida que había perdido en el duro camino, aunque sus ojos se cerraban y se sentía desfallecer.

- Tranquilo, ya estas en casa, ahora descansa, y no nubles más tu mente. Duerme, ya conocemos lo que te atormenta, nosotros te cuidaremos- dijo Nora con su suave voz, y le besó en la frente.

Linnod cerró entonces los ojos y se dejó llevar por la oscuridad.

La voz de Toek hizo que Linnod despertase. Se encontró en una sala con varias camas, espaciosa e iluminada. Ante él, Toek hablaba con Olwaith, en voz baja. El dolor de sus piernas había desaparecido casi por completo y sus heridas estaban envueltas en gasas con hierbas aromáticas. Toek se acercó a él y le ayudó a levantarse.

- Has vuelto, habíamos perdido la esperanza- dijo Toek

- Pues no creo que la recuperéis, ante lo que os he de contar- contestó Linnod

- En la ciudad se ha extendido un rumor. El otro soldado que regresó hace tres días, contó una historia sobre un ejército que se dirige hacia la ciudad, y que es muy poderoso. Muchos creen que esta historia es fruto de la locura en la que ha caído por la dureza de su viaje. Kaenor tampoco le creyó, y le tiene cautivo en las mazmorras, para ejecutarle si lo que contó no es cierto-

- No es locura, todo es real, y temo que la amenaza sea mayor de lo que nadie pueda imaginar- dijo Linnod. Y en ese momento recordó la espada. Miró alrededor de la cama y en las mesas de la estancia.

- ¿Donde están mis cosas?¿Y la espada que traía conmigo?-preguntó sobresaltado

- Todo está en mis aposentos, a buen recaudo- contestó Olwaith

- Necesito ir allí ahora, luego os daré las malas nuevas-

Los tres caminaron a la habitación que Olwaith tenía en la Torre de la Reina. Dentro, Linnod revolvió entre las sucias y desgastadas ropas y tocó el frío metal de la vaina. La cogió y sacó la espada, ligera y brillante, y miró su filo y se vió reflejado en él. La puso sobre la mesa de madera y se sentó. Narró a Toek y Olwaith todo sobre el ataque en la noche, sobre la fuerza que lo embargó y sobre la cueva de Korho. Contó todo sobre el pasado y la aparición del Mal, sobre la alianza de Hombres y Dragones y sobre la espada que ahora reposaba ante ellos.

- Si lo que cuentas es cierto, nuestro futuro es de veras oscuro- dijo Olwaith

- De veras lo es, pero hay algo más. Korho dijo que para combatir al Mal todos debemos estar unidos, y que el reino sea uno, no gobernado por un tirano. Kaenor es otra amenaza más cercana pero no menos importante- dijo Linnod

- Linnod, te hemos traído al reino para destronar al rey, pero esta historia ha cambiado la situación, y no se que hacer. Kaenor debe dejar de ocupar el trono, pero si lo hace antes de la llegada del Mal, el ejército, que cuenta con muchos hombres fieles a él, no sería suficiente para defender la ciudad.- dijo Toek

- Tienes razón, será mejor que Kaenor sea rey cuando lleguen, tiene poder sobre los soldados, y sabe defender la ciudad. Pero en el fondo de mi corazón siento que combatir al Mal con otro mal no puede traer nada bueno. Iré a hablar con Kaenor- dijo Linnod

- La reacción de mi padre ante tí es inesperada. Su ira contenida puede estallar en cualquier momento, y tu eres su principal temor y objetivo. Además, nada sabe Kaenor de tu llegada al reino, sólo lo sabemos Toek, Nora y yo. El soldado no le dijo nada acerca de que siguieses con vida a Kaenor, supongo que tampoco él pensaba que regresarías- dijo Olwaith

Linnod se dirigió a la puerta, se giró y miró al príncipe.

- Ya no temo al pasado, ni a ningún hombre o mujer de este mundo, sólo temo al incierto futuro que nos aguarda- dijo, y salió por la puerta, dirigiéndose a las escaleras, para llegar a la Torre del rey.

Linnod llegó ante la puerta de la Torre, custodiada por dos guardias. Los dos se opusieron a su paso, colocando las lanzas enfrente de él. Se detuvo y les miró, esperando que le dejasen entrar.

- El rey no recibe a nadie ahora, salvo temas que no puedan esperar. Y dudo que un medigo como tú tenga algo importante que decirle.- dijo uno de los guardias.

- Lo que tengo que decirle es más importante que tú y que yo, y que nada de lo que Kaenor haga en su vida- contestó Linnod

- Vuelve a tu casa, si es que la tienes, y no nos molestes más, o nos veremos obligados a empalarte como a un cerdo- dijo el otro poniendo la punta de la lanza cerca del cuello de Linnod.

Con un rápido movimiento, Linnod agarró la lanza y antes de que ninguno pudiera reaccionar empujó al soldado contra la puerta y puso la fría punta de metal en su sien. El otro soldado se quedó inmóvil.

- Como te muevas le mato, y ten por seguro que lo haré, aunque no sea esa mi intención. Sólo quiero ver al rey, voy desarmado, nada podría hacerle, y vosotros me llevaríais ante él. Y sabed que si no hablo con él ahora, desearéis en un futuro cercano haberme dejado pasar, pues la sombra de la muerte estará sobre todos nosotros, y no habrá lugar para el arrepentimento.- dijo Linnod, con voz firme

El soldado le hizo un gesto dejándole pasar. Linnod miró al guardia desarmado y le devolvió la lanza. Uno delante y otro detrás, guiaron a Linnod torre arriba hasta la habitación circular en la que se habían reunido hacía ya muchos días todos los soldados de la malograda compañía. La cruzaron y entraron en la sala del Trono, ahora vacía, con su reluciente suelo de mármol blanco y sus columnas de marfil y oro. El guardia que iba delante le ordenó esperar en el centro de la sala y se acercó a la puerta de los aposentos del rey, a la derecha del trono. Llamó suavemente a la puerta y dijo algo que Linnod no pudo oir. El soldado se retiró y se colocó al lado del trono. Al instante la puerta se abrió y Kaenor salió de ella, con sus lujosas vestimentas y su capa roja y dorada. Al verlo de nuevo, Linnod sintió que los recuerdos del pasado recorrían su espalda en forma de escalofrío. Pero ya no temía a Kaenor. Ahora temía a algo peor. El rey levantó la cabeza y miró a Linnod durante unos segundos, como tratando de reconocerlo. Pero no era que no le reconociese, sino que estaba tratando de comprender por qué aquel hombre estaba ante su trono, como había osado presentarse ante él con todo lo que había sucedido en el pasado. Linnod le devolvió la mirada, tratando de parecer seguro y firme. Kaenor se encontraba confuso y sorprendido. Ordenó a los guardias salir e hizo un gesto a Linnod para que se acercase.

- Mi único consuelo cuando me enteré de que habían masacrado a mi compañía fue el que tu estabas entre ellos.- dijo Kaenor

- Puedes matarme ahora si lo deseas-

- Sentiría un gran placer en ello, te lo aseguro. Pero no lo hice hace diez años, y no lo haré antes de que me digas lo que has venido a decirme.-

- Lo que te vengo a contar ya lo sabes. Un amigo mío te lo dijo hace unos días.No tengo nada nuevo que contarte, salvo que lo que nos amenaza es más grande de lo que crees, y que debes incrementar la defensa de la ciudad-

- Y eres tú el que me lo dice. El mismo que una vez me traicionó a mí y su reino, y dejó sin castigo a aquellos que se nos oponían. Te recuerdo que por aquello fuiste desterrado y no hay razón por la que no pueda degollarte en este mismo momento-

- Te repito que nada te lo impide, nada impide que tu espada de oro acabe con mi vida. Nada salvo tu miedo, tu miedo a no saber que es lo que viene hacia nosotros, pues sólo yo lo se, y sólo yo tengo el arma para combatirlo-

Kaenor miró a los ojos a Linnod y éste pudo ver su furia.

- Todo lo que me cuentas son mentiras, estas tratando de salvar tu vida confundiéndome con patrañas, igual que hizo tu amigo. Pero a él le dejé un margen, por si lo que decía era cierto, pero creo que ya se ha acabado. Y en cuanto a tí, no seré tan compasivo. Has dicho que nada me impide matarte ahora mismo, pero tampoco nada me impide torturarte para que sufras por todo lo que me hiciste sufrir a mí-

- El poder duele cuando se pierde, ¿verdad Kaenor?. Nunca te recuperaste de aquello, nuca fuiste capaz de comprender que Milien no te pertenece, y eso te está consumiendo. Tu ira no son más que los últimos vestigios de un reinado que pronto se consumirá, pues algo está sucediendo, y por las venas de tus hijos corre la sangre de su madre. Y nada ganarás con mi tortura, pues Olwaith será pronto rey y tu vida de poder y lujos se habrá acabado para siempre.-

Kaenor frunció el ceño y sus ojos se volvieron rojos por la cólera. Agarró a Linnod por el cuello y asestó un cabezazo en su cara. La nariz de Linnod dejó salir un hilo de sangre.

- No sabes lo que acabas de hacer, tardarás en morir, te lo aseguro, y rogarás que acabe con tu sufrimiento. Y Olwaith nunca será rey, no tiene el valor de un rey- dijo Kaenor.

- ¿Y tu si? ¿Acaso eres tú el que refleja la valentía humana? Si es esí, sombrío futuro aguarda a los Hombres.- dijo Linnod.

El rey le miró, y si sus ojos fueran de fuego, habrían reducido a cenizas a Linnod. Apretó el cuello más fuerte y le arrojó al suelo, golpeándole la cabeza contra el frío mármol.

Llamó a los guardias y se llevaron a Linnod. Lo metieron en una celda cerca de la sala del Trono, ataron sus manos con grilletes y azotaron todo su cuerpo a patadas. Y allí quedó, colgado de la pared, moribundo y esperando su tortura, y sólo una cosa evitó que desease la muerte, un pensamiento que se alzaba sobre su ensombrecida mente como el Sol tras una tempestad: Nora.



Capítulo Nueve: MAQUINACIONES Y MUERTE

Inquieto, Toek se revolvió sentado en su silla. Llenó su pipa y acercó el fuego a ella, aspirando profundamente. Olwaith acababa de irse, ya le había contado el encierro de Linnod, y ahora todos los planes del viejo se habían ido al traste. Sin Linnod todo cambiaba, pues él era el principal bastión de resistencia ante el Mal, y también el arma para derrocar a Kaenor. Volvió a tomar una bocanada y se recostó en el respaldo. Todo pasaba por destronar al rey. Con Kaenor dirigiendo el ejército nada había que hacer, recordó las palabras de Linnod; "pero en el fondo de mi corazón siento que combatir al Mal con otro mal no puede traer nada bueno", y entonces las entendió. Kaenor no servía para dirigir a los Hombres contra los Muertos, pues una parte de él estaba en el otro bando, la maldad de su corazón hacía que no tuviese claro de parte de quién luchar. Toek supo que debía evitar que Kaenor siguiese en el trono en la llegada del Mal, pero no sabía el modo de hacerlo. Un asesinato era demasiado arriesgado, toda la guardia leal del rey impondría su poder y el resultado sería desastroso, además de que impediría que Olwaith fuese coronado rey, habiendo aún defensores de Kaenor en el reino. Descartó el asesinato, y siguió pensando, durante horas caviló en la cálida oscuridad de su habitación y muchas veces rellenó su pipa. Muchas opciones manejó, pero ninguna le pareció viable. Ya en la noche, decidió ir a buscar a Olwaith y pedir su consejo. Se levantó y salió en silencio de sus aposentos, caminó por los pasillos al amparo de la oscuridad, evitando ser visto, para reunirse con los hijos del rey y planear la sucesión.

Olwaith trató de dormir, pero sus ojos se abrían constantemente y escrutaban la habitación. Con Linnod apresado y la sombra del Mal rondando en el reino, sus esperanzas se habían desvanecido. Creyó que había sido ingenuo al pensar que Kaenor escucharía a Linnod, y se sintió mal por ello. Toek, Nora y él habían estado largo tiempo aguardando la llegada de Linnod a Anthios, pensando en un futuro distinto para el reino, un futuro sin su padre. Pero ahora todo era distinto, Linnod estaba cautivo y si no hacían algo pronto moriría, y un temor había crecido en su interior, procedente de las palabras de Linnod y Scerion, que presagiaban la llegada de algo que no se podía detener. Se levantó de la cama y encendió dos velas, y la habitación se sumergió en una tenebrosa oscuridad, llena de temblorosas sombras. De nada serviría un ejército comandado por Kaenor cuando el Mal atacase, Linnod lo sabía y él tambien. Pero tambien supo que sacar a su padre del poder y la soberanía a la que estaba tan apegado sería imposible, pues Kaenor amaba más a su oro y a su poder que a cualquiera de sus hijos, y más de lo que nunca había amado a nadie. Por su cabeza pasaron pensamientos llenos de ira y odio a su padre, y deseó matarle, deseó empuñar su espada en ese mismo momento y acabar con todo aquello. Pero sabía que llegar ante él era imposible, y si el heredero del reino mataba a su padre, todos los leales a Kaenor se alzarían, y nunca llegaría a ser rey, y Anthios se convertiría en un reino sin dueño. Se restregó los ojos y se apretó las sienes tratando de que su mente pariera esa solución que tanto ansiaba. Tanto pensó que llegó a la idea de que no había solución, de que Anthios era un reino condenado, y nada ni nadie podría evitarlo. La desesperanza le llenó, pero no se derrumbó y pensó que la liberación de Linnod les daría alguna opción. Se levantó y miró por la ventana, miró al Norte y oyó el mar, y vió el risco en el que Nora pasaba tanto tiempo en los largos días de temor y soledad, bañado por la luz de una gran luna que no tenía nubes que la ocultasen. Luego miró al Sur, y las vastas llanuras que llegaban a las Eltereth, y recordó los Campos Eternos, y los días que había pasado allí con Linnod en su infancia, aprendiendo de él, y también pensó en si el Mal ya los había arrasado, si ya estaba cerca de la ciudad. Escudriñó a través de la bruma y le pareció ver un fulgor que se revolvía allá lejos, y oir un rugido lejano pero poderoso. Entonces decidió ir a ver a Toek, pues supo que debía hacer algo, y sin la ayuda del viejo no sería posible. Y en el momento en el que se giraba hacia la puerta, ésta se abrió y Toek entró en la estancia, como si algo hubiese oído las ideas del príncipe y le hubiese llevado ante él al anciano.

Nora hundió la cucharilla en la taza y revolvió la infusión. Tomó un sorbo y el líquido con sabor a miel y tomillo entró por su garganta, casi quemándola, pero reconfortando un estómago atenazado por el miedo. Con la noche había llegado el frío, y una brisa entraba por la ventana. Pese al calor y la sequía, estar más cerca del invierno que del verano se notaba, sobre todo en las noches, cuando la temperatura bajaba considerablemente. Nora rodeó el tazón caliente con sus manos y respiró su aroma. Tomó otro largo sorbo y posó la taza en la mesa. El vapor que salía de la infusión se mezclaba con el humo de las velas que iluminaban tímidamente la habitación, y le daba un extraño color. Le sería imposible dormir esa noche, y posiblemente todas y cada una de las noches que quedaban hasta que llegase el fin de aquella locura. Salió al balcón y se sentó cerca de la baranda, con un manto oscuro sobre los hombros para resguardarla del viento. Se apartó los rizados mechones que caían sobre su cara y apretó contra su cuerpo la manta. Pensó en Linnod, y en cuanto le quería. Pese a no haber apenas hablado con él, sentía que le conocía desde siempre. Algo diferente y poderoso había en él, algo que le llamaba y le hacía sentir bien. Tantos años como habían pasado Toek y Olwaith hablándole de él, y de su enfrentemiento con Kaenor, y de su valor, habían formado en su mente una imagen de Linnod que no se parecía a la que ahora tenía. Durante diez años pensó en aquel hombre del que muchos hablaban como un ser distinto, superior a cualquier persona que conociese, poderoso y distante, algo como su padre el rey, pero a la inversa, una figura que representaba el bien. Pero al conocerle casi todas esas imágenes desaparecieron, pues lo que vió fue una persona como otra cualquiera, con sus debilidades y temores, y frágil como todo ser humano ante las adversidades. Pero le seguía pareciendo un hombre poderoso, y con algo distinto a los demás, algo que no sabría decir que era, pero que estaba ahí. Tal vez fuese por eso por lo que había sido elegido para llevar esa misteriosa espada, y para guiar al reino a la victoria. Con la mirada perdida en la oscuridad del bosque de Rovehn, pensó en como sería el reino tras la llegada del Mal, y en qué harían ahora con Linnod a merced de Kaenor. Olwaith y Toek estarían pensando en algo, pero ni siquiera eso la animó. Desde que hacía unas horas su hermano le hubiera dicho lo del apresamiento de Linnod, no había sido capaz de pensar en otra cosa que no fuese oscuridad y su temor no hizo sino aumentar. Entonces sintió que no podía quedarse allí, derritiéndose como el hielo ante el fuego que el miedo alimentaba. Se puso una capa larga y tapó su cabeza con la capucha. Salió de la habitación en silencio y bajó las escaleras. Salió bajo el manto de estrellas en el centro de la ciudad, y entre las sombras se deslizó, dirigiéndose a la Torre del Rey. Como la bruma se movió y sin ser vista por los guardias entró en la Torre, y fue hacia las mazmoras, siguiendo los gritos de los condenados, por una sucia galería sin ver por donde iba, pues la oscuridad todo lo anegaba. Cuando llegó ante las celdas, observó con uno de sus verdes ojos pegada a la pared de piedra y vió a una docena de fornidos guardias custodiando a los presos. Los tres que estaban más cerca, sentados a una mesa, bebían vino y cerveza y hablaban a gritos, escupiendo ante las celdas e insultando a los presos. Nora trató de ocultarse más contra el muro y se agachó, pensando en que iba a hacer, mientras uno de los guardias se levantaba y entraba en una de las celdas con una maza metálica ensangrentada y oxidada, gritándole al preso de su interior y tambaleándose por efecto del alcohol.

Al abrir los ojos, Scerion sintió un gran dolor en todo su cuerpo. Colgado de la pared con unos gruesos grilletes, sus hombros se habían entumecido y sus muñecas despellejado. No hacía más de dos horas que le habían propiciado su segunda paliza del día, la más cruel que hubiese recibido en los tres días que llevaba en aquella celda. Sus ojos estaban hinchados y su nariz partida. Pensó en Kaenor y deseó ver su cara cuando el Mal llegase, para poder mirarle a los ojos y decirle: "mira, gran rey, no te he mentido, los Muertos están aquí". Pero sabía que ese momento nunca llegaría, pues moriría antes de eso, y en parte lo deseaba. Los guardias le matarían en cualquier momento, y Kaenor probablemente nunca pensó en soltarle. Deseó saber si Linnod ya había vuelto a Anthios, y dónde estaría. Pensó en su familia, en su mujer y sus hijas y en cuanto las quería, pero pronto las quitó de su mente para no pensar en cómo habían muerto, a manos de aquellos seres, y lloró, pues supo que nunca más vería la luz del Sol, nunca más saldría de aquella mazmorra, pues Kaenor era cruel y mentiroso, y aunque el Mal llegase en ese momento, no le soltaría como había prometido. Alzó la cabeza, con un gran dolor en su cuello, y trató de mover las rodillas, apoyadas en el sucio suelo. Entonces uno de los guardias, el más gordo de todos ellos, entró en la celda chocando con las paredes, agarrando una gran maza, mirándole e insultándole. Llegó ante él y le agarró la cara con la mugrienta mano, alzándole. Scerion sintió el nauseabundo olor que salía de su boca, por el vino que transpiraba por los poros. Le habló, pero no fue capaz de entenderle, debido al alcohol que el guardia había consumido y al dañado oido de Scerion. Apartó su mano de la cara de Scerion y se dirigió a la puerta, miró a sus compañeros y les gritó algo. Todos rieron estrepitosamente y llenaron de nuevo sus vasos. El guardia gordo se volvió a Scerion y cerró la celda. Se colocó ante él y alzó la maza. Pero el peso de la misma hizo al hombre trastabillar y caerse de espaldas. Aparatosamente, trató de levantarse, riéndose a carcajadas y soltando eructos. Al fin se puso en pie y apoyado en la maza, miró a Scerion durante unos instantes. Scerion pensó que éste era su fin, que todo acabaría en breves, y deseó que fuese rápido. El embriagado guardia alzó una vez más la maza, esta vez con más firmeza y cargó contra Scerion, pero golpeó la pared al lado de su cara, haciendo saltar trozos de roca. El guardia cayó de frente, pero se levantó soltando falacias e insultos, con los ojos rojos de odio y alcohol. Se colocó la maza de nuevo en el hombro y se acercó más a Scerion, con el fin de dar el golpe definitivo. Pero algo enganchó las piernas del guardia y cayó de espaldas, soltando la maza. Una mujer se levantó del suelo y se quitó la capucha, acercándose a Scerion.

- Sajha.....- dijo éste

- Si, ya estoy aquí, tranquilo, te sacaré- dijo Sajha, poniendo sus manos en las mejillas de éste

El guardia comenzó a levantarse, y Sajha agarró la maza, y apenas la pudo levantar y ponerla sobre su hombro. Entonces la dejó caer sobre la cabeza del guardia, y el peso del metal hizo el resto. Su cráneo se partió con un sonido hueco y la sangre salpicó a Sajha. Ante el ruido, los guardias de fuera, que no veían lo que en el interior pasaba, rieron de nuevo pensando que su amigo había destrozado la cabeza del preso, y siguieron a lo suyo. Sajha se volvió a Scerion y soltó sus grilletes, y éste cayó al suelo. La mujer le abrazó.

Escondida en la lóbrega esquina, Nora vió como el guardia entraba en la celda. Al cabo de un rato, se asomó y farfulló algo que ella no pudo entender, pero que si entendieron los otros guardias, riéndose exageradamente. Pero Nora vio algo más, una pequeña sombra que en ese instante se arrastraba cerca de los pies del guarda y entraba en la celda sin ser vista. Sin comprender nada, Nora decidió hacer lo que había venido a hacer, liberar a Linnod, pero no sabía como. Con la mente confusa, decidió hacer una locura, se puso en pie y se dirigió a la mesa de los guardias. Al llegar ante ellos, los dos guardias la miraron confusos, de los pies a la cabeza. Nora pudo ver en sus ojos la lujuria, y deseó salir corriendo de allí. Pero pensó en Linnod y habló:

- Vengo a liberar a uno de los presos- dijo con una voz más frágil y temblorosa de lo que había querido.

Los guardias se miraron, y en ese momento, en la celda sonó un golpe seco, y los dos se rieron a carcajadas.

- Ve por el preso de esa celda, tendrás que llevártelo en varios viajes...- dijo uno de ellos riéndose.

- No se si es ese el preso que busco, tendré que mirar- dijo Nora

- ¿Y quien te crees tú para venir aquí y pedirnos esto? No te confundas, nos agrada la visita de mujeres como tú, pero no para regalarles presos, nos gustaría más cogerte y....-

- ¡Cállate Relhg, has bebido demasiado! Vete a refrescarte, y si no vuelves, mejor- dijo otro carcelero, que había llegado desde el fondo del pasillo. Debía ser el jefe, pues todos callaron cuando habló. Era un tipo muy fornido, y calvo. Tenía una larga barba negra y de si cinto de cuero colgaba un hacha de doble filo, y un manojo de pesadas llaves.

Relhg paró de hablar de golpe, mirando con temor al jefe. Luego pasó su mirada por todo el cuerpo de Nora y le miró a los ojos, haciendo un gesto de desprecio mientras se iba. El recién llegado, acompañado por otros cinco guardias, miró a Nora.

- ¿Quién eres tu? ¿Cómo te atreves a presentarte aquí de ese modo? Una mujer como tu no debe estar aquí, sino en su casa cuidando a sus hijos- dijo con tono amenazante.

Nora se quitó la capucha y el rostro del carcelero pasó a ser un poema.

- ¡Oh..., lo siento, princesa Nora, yo....-

- No trates de quedar bien ahora carcelero, ya se de que pasta estáis echos, y no merecéis ningún respeto. Pero yo he venido aquí por las buenas, a pediros algo; quiero que liberéis a un preso- dijo Nora

- No podemos princesa, no sin una orden directa de Kaenor, debes comprenderlo-

- Soy la hija del rey, creo que eso ya es lo bastante directo, ¿no?-

El carcelero miró a los demás y bajó la cabeza. Se quitó las llaves del cinto y le dijo a Nora que le siguiera.

- ¿A cuál de ellos liberamos?- preguntó

Nora miró al interior de la primera celda, esperando ver al preso con la cabeza destrozada, deseando que no fuese Linnod. Pero no pudo ver quién era, pues estaba muy oscuro y sólo pudo ver la silueta de un hombre gordo en el suelo.

- Éste no es, miremos otras celdas- dijo, y seguida del guardia jefe las miraron una a una.

Casi en el final del pasillo, en una celda pequeña y oscura, Nora reconoció a Linnod, colgado de la pared con grilletes y con las ropas sucias y rotas. Su cara estaba castigada por las palizas y no se movía.

- Aquí es, éste es el preso que quiero liberar- dijo Nora

El guardia abrió la celda y le dijo que pasara y le soltara. Nora entró y abrazó a Linnod. Limpió su cara con el vestido y le habló en voz baja en el oído. Linnod abrió los ojos y parecieron volverse brillantes ante la princesa. Trató de hablar, pero no pudo, y Nora le quitó los grilletes y le tumbó en el suelo.

Mientras, a las mazmorras había llegado Gerald. El rey le había ordenado vigilar las celdas, puesto que no se fiaba de sus guardias. Gerald llegó donde estaba el guardia jefe, y al ver a Nora en la celda de Linnod agarró al fornido hombre por el cuello.

-Dime, guardia, ¿por qué has dejado a esa mujer entrar en la celda? ¿Quien ha dado esa orden?- dijo mirando furioso al hombre

- Es Nora, la princesa, me ordenó que liberase a un preso, y eso estoy haciendo, la estoy dejando que se lo lleve-

- ¡No, idiota! La princesa no tiene poder para dar órdenes a nadie, no está con el rey. Odia a su padre y si pudiese, le mataría. Y ese preso al que intenta liberar es la persona a la que más odia el rey, y seguro que confabula con el príncipe y ese viejo mentor. Cuando Kaenor se entere de lo que has hecho, desearás estar lejos de aquí- dijo Gerald.

Soltó al guardia y se dirigió a la celda. Llegó ante Nora, con Linnod en el suelo, y la agarró por el pelo, arrastrándola contra la pared. Nora se golpeó la cabeza con la roca, y cayó de lado. Luego, Gerald dió una patada en el estómago a Linnod, y le levantó cogiéndole por el cuello. Linnod abrió los ojos a duras penas y miró a Gerald a los ojos.

- Has tenido mala suerte, bastardo, casi sales de esta ¿eh?, pero tranquilo, el rey no dejará que vivas.- dijo Gerald, con una burlona sonrisa en su cara.

- ¿El rey? Kaenor ya no tiene poder. Manda a una persona de poca monta como tú a supervisar lo que él cree que tiene bajo control, y a golpear a su propia hija. Pero no sabe que saldré de esta celda, y le mataré, y probablemente haga lo mismo contigo- dijo Linnod, recuperando el habla casi al instante.

Gerald le miró y se rió, y agarrando su cuello le golpeó contra la pared varias veces. Linnod cayó al suelo de rodillas, pero levantó la cabeza y se abalanzó sobre Gerald golpendo con su hombro en el pecho del escudero del rey. Gerald cayó sin respiración en el suelo y Linnod agarró su cuello. No tenía más que hacer un movimiento para quebrar su columna y acabar con su vida. Pero los demás guardias entraron a toda prisa en la celda, sacando sus espadas. Y ninguno vió como Scerion llegaba por detrás y acababa con uno de ellos empuñando una gran maza metálica; ante el ruido, dos se dieron la vuelta y le encararon. Los otros tres, fueron hacia Linnod, que ya se había puesto en pie y sujetaba las cadenas de sus grilletes a la defensiva. Cargaron contra él y uno de ellos enganchó su espada en la cadena, Linnod le golpeó en la cara y se revolvió hacia atrás, dejando caer el filo en el suelo. Linnod la agarró rápidamente y con un rápido movimiento cortó el brazo de otro guardia, que cayó al suelo gritando. Mientras, Scerion arremetió contra el que le encaraba y destrozó su hombro con la maza, haciéndole soltar su arma. El otro, apartó a su compañero a un lado y miró a Scerion sonriendo, haciéndole un gesto con la mano para que se acercara. Linnod se movió rápido, y atravesó el pecho del guardia que quedaba en pie con la espada. Luego, remató al que había cortado el brazo y se dirigió fuera de la celda. Scerion,sujetando con trabajo la pesada maza observaba al hombre que tenía enfrente, se pegó a la pared que tenía tras él, para defenderse del ataque. El guardia cargó contra él y Scerion detuvo en golpe con el mango de la maza, pero éste se partió y el delgado hombre cayó al suelo. El guardia alzó su espada para acabar con su vida, pero en ese momento otro filo atravesó su pecho desde atrás, haciendo saltar un chorro de sangre sobre Scerion. Linnod sacó la espada del cuerpo del hombre y tendió su mano a Scerion, para ayudarlo a levantarse. Éste cogió su mano y se levantó.

- Gracias, amigo, me alegra ver que sigues vivo- dijo Scerion

- Lo mismo digo, pero dime, ¿quién te sacó de la celda?- preguntó Linnod

Scerion miró atrás y señaló a Sajha, que estaba oculta al lado de la puerta. La mujer salió y llegó ante los dos hombres. Entonces Linnod recordó a Nora y volvió corriendo a la celda. La princesa ya se había levantado, y se tocaba la dolorida cabeza. Al ver a Linnod llegar le abrazó con fuerza y le besó.

- Gracias Nora, me has salvado la vida, aún arriesgando la tuya- dijo Linnod

- ¿Qué otra cosa podía hacer? Ni el reino ni mi vida tienen futuro sin tí.- dijo la princesa

Salieron de la celda y se reunieron los cuatro. Nora y Sajha se abrazaron, mientras Linnod y Scerion cogían armas y otros objetos de los cadáveres. Linnod fue de nuevo a la celda a por Gerald, pero en el lugar en el que antes yacía, no había más que suciedad y sangre. Habría escapado con la confusión de la escaramuza, y sin duda pronto Kaenor sabría lo ocurrido. Linnod volvió a reunirse con los demás.

- Tenemos que darnos prisa, pronto la ciudad será un hervidero, Kaenor sabrá dentro de poco que estamos libres. Debemos ir con Olwaith y Toek ahora.- dijo

Los cuatro salieron de las mazmorras deprisa, dejando en su interior un caos de muertos y sangre. La oscuridad de la noche les ocultó mientras se dirigían a la Torre de la Reina, subieron las escaleras y llegaron ante la puerta de la habitación de Olwaith.

Toek y Olwaith habían estado hablando largo tiempo acerca de qué hacer con el rey. Sentados a la mesa, aún discutían inquietos cual era la mejor medida a tomar. En ese momento sonó la madera de la puerta al ser golpeada con un puño. El príncipe se acercó a la puerta.

- ¿Quién es? ¿Quién se presenta?- preguntó

- Soy Linnod, abre, es urgente-

Ante estas palabras, Olwaith sacó con prisas la llave de su bolsillo y abrió la puerta, dejando pasar a Linnod, Nora, Scerion y Sajha.

- ¿Cómo es posible? ¿Estáis libres? Menos mal que seguís con vida, Toek y yo estabamos discutiendo que hacer para liberarte- dijo Olwaith

- Mientras vosotros deliberábais, Nora y Sajha han actuado y nos han sacado. Pero aún así no nos sobra tiempo, pues Kaenor ya debe saberlo todo, y Gerald le habrá dicho lo de nuestros planes para destronarle.- dijo Linnod

- Entonces ya nada podemos hacer, cuando el rey se entere llegará aquí e impondrá su severa ley. Temo que nuestras esperanzas se hayan desvanecido- dijo Toek

- Al contrario, ahora es cuando hay que actuar- dijo Linnod

- ¿Cómo? Kaenor no dejará el trono de ninguna forma, ahora que además estará furioso por nuestra falta y su cólera le cegará- dijo Olwaith

- Kaenor sólo saldrá de su mandato muerto. Y si esa es la única forma, ese será nuestro propósito- dijo Linnod

- No, nadie puede acercarse a mi padre lo suficiente para matarle, su guardia le protege, aún de noche serán una veintena de soldados- dijo Olwaith

- No hay alternativa, es eso o esperar una muerte segura, tenemos que arriesgarnos- dijo Linnod, y se acercó a la mesa, donde aún reposaba la Espada del Alba en su vaina, dejada allí la noche anterior. La sacó y la blandió en el aire, y su hoja brilló con el fulgor de las velas de la habitación. Miró a los demás y bajó la espada.

- Estad preparados para cualquier cosa, no se que ocurrirá si el rey muere. Esperad aquí, todo terminará pronto, para bien o para mal- dijo

Y antes de salir, acarició a Nora en la mejilla y le miró a los ojos, y ésta sintió el calor de su mano, acrecentado por la tensión y el miedo.

Linnod salió de la habitación y bajó las escaleras. Cruzó el camino que separaba las Torres y se encontró ante los guardias del día anterior. Los dos le miraron.

- Sabemos a lo que vienes. Gerald ya está arriba y el rey, escoltado y esperando. No vamos a impedir tu paso, pues ahora hemos visto la realidad y deseamos que Kaenor sea destronado, y el reino cambie a algo mejor.- dijo uno de ellos.

Linnod les miró con gesto de agradecimiento.

- Me parece muy valiente por vuestra parte. Pero no debéis quedaros aquí, marchad y ocultaos hasta que todo pase- dijo Linnod

Los dos hombres se fueron, y Linnod entró en la Torre del Rey.

Subió las escaleras y al llegar a la sala semicircular que precedía a la del trono, varios Guardias Leales de Kaenor le encararon y cerraron el paso.

- Arroja tu espada y tírate al suelo, sabes que no puedes llegar ante el rey- dijo uno de ellos.

Entonces Linnod arremetió sin pensárselo, y en la embestida se llevó la vida de dos de ellos. Varios más cargaron contra él, pero ninguno pudo impedir ser atravesado por la Espada del Alba, que ahora brillaba con fuerza y parecía ser parte del cuerpo de Linnod. Se dirigió a la puerta del trono y el filo atravesó la cerradura, y de una patada abrió las hojas y se adentró bajo el dintel. Una decena de guardias le atacaron, todos cayendo uno tras otro ante el poder de la Espada y la cólera y los deseos de venganza de Linnod. Cuando el último de ellos cayó decapitado ante él, pudo ver el trono, y a Kaenor sentado a él, impasivo, con la barbilla apoyada en su mano, mirándole desafiante. Linnod avanzó por el mármol blanco del suelo, dejando a los lados las columnas también blancas y de oro y plata. Cada paso que daba ante Kaenor, su corazón se aceleraba y la Espada brillaba más. El rey se levantó y desenvainó su espada de oro. Miró con una mezcla de odio y miedo a Linnod y bajó las escalerillas del trono, y allí le aguardó. Linnod llegó ante él y cargó. El rey detuvo los primeros ataques, y luego arremetió con fuerza. Así estuvieron, luchando feroces un tiempo, Linnod contra Kaenor, desterrado contra rey, futuro contra pasado. Y en una de las embestidas, la hoja dorada de la espada del rey se quebró ante el plateado poder de la Espada del Alba, y Kaenor se quedó agarrando la empuñadura sin hoja con fuerza, como si fuese lo último a lo que agarrarse para salvar su vida. Linnod miró al rey con los ojos encolerizados.

- Si lo que dices es cierto, y el Mal llega a la ciudad, es mejor morir ahora, y no luchar contra algo que no puedes vencer ¿verdad Linnod?- dijo el rey, dejando caer la empuñadura de oro de su espada.

- El Mal se hundirá en el olvido, igual que tú, rey de Anthios. Ahora Olwaith gobernará este reino haciendo olvidar tu figura, y llevando a los Hombres a la victoria- contesto Linnod.

Entonces alzó la Espada del Alba, y miró por última vez los ojos de azabache de Kaenor, y pudo ver en ellos el miedo. Cargando toda su ira sobre su brazo, Linnod arremetió,y la Espada segó el cuello del rey y su cabeza cayó al lado del trono. Su cuerpo, tras tambalearse brevemente de pie, se desplomó ante él, dejando salir por su cuello cercenado toda la sangre real que Kaenor llevaba dentro. Linnod soltó la Espada y se arrodilló, mirando el cadáver del rey. La sangre fluyó por encima del mármol blanco y llegó hasta las piernas de Linnod. Éste cerró los ojos y trató de sosegarse. Sintió una sensación de alegría por ver que el reinado de Kaenor había al fin acabado, pero su corazón sentía dolor, y miedo. Como Korho le había dicho, la Espada del Alba sólo podía ser usada para combatir al Mal, y cualquier otro propósito causaría dolor al portador. Entendió en ese momento las palabras del dragón, y observó la Espada en el suelo, ahora sin brillo y manchada con la sangre del rey.

Se levantó y miró la sala, con todos los cadáveres de los guardias y el rey, con el suelo empapado de rojo. Y en ese momento oyó un rugido en la lejanía, y mucho ruido de movimiento en la ciudad. Pensó que los Guardias Leales de Kaenor ya sabían de su muerte y llegarían a la sala dentro de poco. Pero se asomó a la ventana y vió a cientos de soldados saliendo de la ciudad corriendo, colocándose armaduras y portando armas, y las puertas se abrieron. Salió de la sala del trono rápidamente y bajó trastabillando las escaleras. Se cruzó con varios soldados, que iban deprisa, ataviándose para una batalla. Linnod llegó al centro de la ciudad y buscó entre los soldados que salían. Olwaith le alcanzó desde atrás, dándole una cota de malla y un yelmo.

- ¿Mi padre ha muerto?- preguntó

- Sí, pero ¿qué es lo que ocurre?- dijo Linnod

- ¡Ya han llegado, Linnod! ¡El Mal ha llegado! Un gran ejército, enviados al sur trajeron la noticia hace nada, son miles, y ya están en los Campos Eternos. Les combatiremos antes de que lleguen a la ciudad, así tendremos alguna opción- dijo Olwaith.

Y los dos se unieron al resto de soldados, corriendo fuera de las murallas de Anthios. Cientos de guerreros se encaminaron hacia los Campos Eternos para tratar de frenar al Mal. Aún con la sangre caliente del rey en sus manos, Linnod apretó con fuerza la empuñadura de la Espada del Alba y corrió, mientras su cabeza se debatía en un doloroso caos. Atravesaron los Campos de Anthios, con los corazones latiendo como nunca lo hicieran, y con los pulmones castigados por la carrera. Linnod miró atrás y vió las altas murallas de la capital del ahora reino sin rey, y deseó más que nada en el mundo volver a contemplarlas tras la batalla que se avecinaba.