Capítulo I: HÓREA
El día caía para dejar paso a la noche. Auresse se encontraba sobre un monte verde, mirando al horizonte, perdida en sus pensamientos. La luz del crepúsculo la bañaba tintando su piel de un color dorado y sus oscuros cabellos refulgían lanzando destellos azulados. Aún no podía creerse que hubiera escapado de su vida pasada, aquella en la que había causado tanto daño... Pero ahora tenía delante de ella su país de origen, Rohan, donde seguramente nadie la recordaba y donde podía comenzar una nueva existencia, al margen de lo acaecido en el pasado. Su yegua, Asphodel, se acercó a ella y apoyó el hocico sobre el hombro de la chica, estaba llorando. Enjugó sus lágrimas con la manga de la camisa y se puso en pie, había tomado una determinación, buscaría un pueblo pequeño y se instalaría allí; llevaría una vida normal, lejos de las luchas y del odio, y se olvidaría del pasado. Se recogió la falda y subió a la grupa de Asphodel, echó la vista atrás y, con decisión, espoleó a la blanca yegua, y las dos se lanzaron a galope colina abajo.
Al amanecer del segundo día de viaje, encontró lo que buscaba, un pequeño pueblo, situado en un valle al norte de Rohan, lejos de Edoras, la capital. Cuando llegó hasta él, decidió parar en una fonda a comer algo y descansar. El tabernero pidió a los mozos que guardaran la yegua en el establo y Auresse se sentó en una mesa.
- Buenos días, señorita - dijo el tabernero, un hombre rollizo, calvo, y de aspecto bonachón.
- Buenos días.
- ¿Qué va a tomar? - preguntó.
- Pues, llevo dos días cabalgando, casi sin comer, así que me gustaría tomar un desayuno fuerte. Veamos, tráigame unos huevos, salchichas, tomates asados, una mazorca de maíz, un poco de té, unos bizcochos y algo de pastel. - respondió ella.
- ¡Caramba! ¡Tiene usted un gran apetito, para ser una dama! - rió el tabernero -. Perdóneme la indiscreción, pero, usted no es de por aquí, ¿verdad? Nunca antes la había visto.
- No, no soy de aquí, vengo de muy lejos. Por cierto, ¿cómo se llama este pueblo?
- Está usted en Hórea, señorita, y, ¿qué la ha traído hasta aquí? - pregunto curioso.
- Pues, la verdad, no creo que a usted eso le interese - respondió Auresse, brusca.
- Perdóneme si la he ofendido...
- No, perdóneme usted a mí, no tenía que haberle hablado así... - se disculpó -. Oiga, ¿podría ayudarme en una cosa?
- Claro, ¿qué tengo que hacer?
- Pues, mire, soy nueva aquí y no tengo mucho dinero y me preguntaba si sabe usted de algún trabajo del que me pudiera encargar aquí...
- ¡Qué casualidad! ¡Esto son cosas del destino! Precisamente, mi camarera se ha marchado y no me ha dado tiempo a buscar suplente, si usted quiere el puesto...
- ¡Claro! Muchas gracias, señor...
- Nada de señor, llámame por el nombre de pila: Fortinbras, y tú, ¿cómo te llamas?
- Mi nombre es Auresse.
- Muy bien, Auresse, puedes empezar mañana mismo. Dormirás en una habitación de la posada, si quieres.
- ¡Oh, claro! Muchas gracias.
Auresse estaba muy contenta con lo que se presentaba ante ella, una existencia tranquila, lo que no tenía desde que sólo era una niña que correteaba por las callejuelas de Edoras. Su día allí era pura rutina, se levantaba temprano, rozando el alba, y salía a cabalgar a lomos de Asphodel, galopaba durante horas, por los verdes prados, eso la hacía sentirse libre, y eso era lo que siempre había ansiado. Después volvía a la posada, donde hacía la comida, limpiaba las mesas, servía las bebidas... los quehaceres normales de una mesonera. Muchas veces al día, lo que había dejado atrás le volvía a la mente, trataba de ahuyentarlo, pues la atormentaba, pero temía que dentro de muy poco, lo que había hecho se volvería contra ella, y también contra su pueblo...
A la semana, más o menos de trabajar en la posada de Fortinbras, una noche en la que la mayoría de los personajes del local estaban ebrios, entró un hombre al que Auresse no había visto por el pueblo, y era difícil no conocerse entre sí, ya que era un villa realmente pequeña. El hombre era rubio, robusto, de aspecto tosco, pero educado y amable. Había en sus profundos ojos azules, una chispa de inocencia que le hacía parecer casi frágil, como un niño, si los mirabas profundamente. Iba vestido como un granjero, y todos los de la posada parecían conocerle, pues le saludaban animosamente.
- ¡Hola Brilbeleth! - le saludó Fortinbras cuando el hombre se sentó a una mesa - Hacía mucho que no venías por mi taberna.
- Sí, pero es que estoy muy ocupado con el trabajo, ya sabes, los caballos dan mucho que hacer. - En ese momento, fijó sus ojos en un punto de la sala y vio a una muchacha que nunca antes había visto, su piel era más oscura que la de los rohirrim, casi dorada, tenía una larga melena oscura, de un negro tan profundo, que cuando se movía, emitía brillos azules, sus ojos también eran oscuros, negros y profundos como el cielo de una noche sin estrellas. Brilbeleth sintió curiosidad por aquella chica. - Fortinbras, ¿quién es esa mujer?
- ¡Oh! Es la nueva camarera, se llama Auresse, ha llegado hace poco al pueblo.
- Auresse... - repitió en un susurro.
Ella estaba limpiando una mesa con unos cuantos hombres mayores sentados a ella, bastante borrachos, sin darse cuenta de que alguien la estaba mirando. Entonces, uno de ellos la cogió por la cintura y la obligó a sentarse en sus rodillas.
- ¿Por qué no te sientas un ratito con nosotros, bonita? - dijo.
- Odovac, déjame en paz, suéltame - replicó ella, enfadada, intentando zafarse de él.
- ¿No te vas a quedar? ¡Con la ilusión que me hacía! - rió él, mientras sus manos seguían apretándola.
- Odovac, no bromeo, ¡te digo que me sueltes! - gritó, llena de furia.
- Si lo vamos a pasar muy bien todos juntitos, ¿a que sí muchachos?
- ¿¡Es que no la has oído!? - gritó Brilbeleth desde el otro lado de la estancia - ¡Te ha dicho que la dejes en paz!
- Está bien, hombre, no te enfades, sólo era una broma... - dijo Odovac, soltando a Auresse y ayudándola a levantarse. Brilbeleth se acercó a donde había sucedido la escena.
- No les hagas caso, suelen ser personas muy pacíficas, pero cuando beben, ya se sabe... - dijo dirigiéndose a ella.
- Gracias por ayudarme, aunque tampoco hacía falta, sé lidiar con tipos así.
- Me llamo Brilbeleth, no te había visto antes por aquí...
- Soy nueva en Hórea, me llamo Auresse - dijo ella mirándole a los ojos.
- Lo sé... - dijo, y los dos se quedaron mirándose, en silencio.
Capítulo II: UNA EXCELENTE AMAZONA
Al día siguiente del incidente con Odovac y su encuentro con Brilbeleth, Auresse estaba en la taberna, sirviendo una pinta cuando este entró en la posada con aire preocupado.
- Necesito ayuda - dijo - Se han escapado dos caballos de mis cuadras, necesito jinetes experimentados, esos caballos aún estaban sin domar.
- Yo voy - dijo Auresse.
- ¿Tú? - preguntó Brilbeleth.
- Soy el mejor jinete de por aquí, créeme - afirmó - además, mi caballo es el más rápido.
- ¡Vamos! - aceptó Brilbeleth, y algunos hombres más salieron de la taberna con intención de ayudarle.
Fueron a por sus caballos y salieron de Hórea, cabalgaron durante mucho tiempo, y cuando ya perdieron la esperanza de encontrar a los equinos, vieron dos manchas moviéndose a lo lejos, Auresse picó aún más a Asphodel y las dos se distanciaron del resto. Después de una frenética carrera, se colocaron a escasos metros del primer caballo, un imponente ejemplar marrón, brillante y veloz, que intentaba por todos los medios escapar de la inminente captura de Auresse. Corrió desesperadamente, pero al final, Asphodel consiguió situarse casi a su altura. Auresse cogió la cuerda que llevaba sujeta a la silla, hizo un lazo, lo cual no resultó nada fácil, dada la tremenda velocidad a la que cabalgaban, lo giró por encima de su cabeza y, con un movimiento rápido y seco, lo tiró encima del animal, consiguiendo que se colara por la cabeza y reteniéndole así sin posibilidad de escape. Auresse, lejos de parar, lanzó la cuerda a un hombre que iba detrás de ella, éste la atrapó y ella espoleó a Asphodel con intención de capturar al caballo que quedaba. Éste sólo era ya una mancha a lo lejos, pero las dos sabían que le iban a coger. Después de un rato, el caballo perseguido daba muestras de indudable fatiga, por lo que montura y amazona, consiguieron acercarse a él. Era un inmenso percherón, de un color negro intenso y mirada fiera. Por suerte, la yegua, no se cansaba con facilidad, así que, después de una desesperada carrera, se situó a la altura del caballo fugitivo. Auresse se dio cuenta, en ese momento, de que no había traído más cuerda de la que había gastado en la otra captura, pero ella no se rendía fácilmente. Miró atrás y vio que todos los demás hombres estaban a mucha distancia de ella, por lo que decidió hacer algo más arriesgado. El percherón estaba a su derecha, por lo que Auresse pasó su pierna izquierda al lado derecho de su yegua para así, tener las dos piernas en el mismo lado, lo que era muy difícil, ya que se necesitaba mucha concentración y equilibrio. Puso su pierna izquierda en el estribo y esperó a que Asphodel se situara más cerca del caballo, cuando por fin lo consiguió, Auresse tomó impulso con su pie izquierdo y saltó hacia el otro caballo. Todos los hombres que estaban detrás, pensaron que estaba loca, que iba a matarse, pero ella cayó en la grupa del percherón sin hacerse ni un rasguño. El ejemplar, al sentir que Auresse estaba montándole, se encabritó e intento arrojarla al suelo, pero ella se aferró fuertemente a sus crines y apretó sus piernas alrededor del cuerpo del caballo. Ella tenía miedo, pero sabía que si lo mostraba, el caballo se pondría más nervioso aún. Pasaron unos minutos antes de que los otros jinetes les dieran alcance, parecía que el furioso percherón se estaba rindiendo poco a poco a los encantos de Auresse, pero los hombres, con unas cuerdas, atraparon al prófugo y ella pudo por fin bajar, dolorida de su grupa.
- ¿Cómo lo has hecho? - la dijo Brilbeleth cuando estuvo en el suelo.
- Te dije que era el mejor jinete de la zona - respondió sonriendo.
- De eso ya no hay duda - dijo entre risas.
- Brilbeleth, ya es hora de volver a Hórea, llevamos todo el día cabalgando y tenemos hambre y sed - dijo un hombre que había participado en la captura.
- Tienes razón - dijo Brilbeleth - Quiero agradeceros a todos haberme ayudado. Esta noche, id todos a mi cabaña, ¡haremos una fiesta! - dijo a voces, a lo que los demás respondieron con aplausos y gritos de alegría. Y dirigiéndose Auresse - ¿vendrás ?
- No lo sé, llevo todo el día sin pasar por la posada, tengo que trabajar - respondió ella, titubeante.
- ¡Oh, vamos, Auresse! ¡Sin ti nunca hubiera podido recuperar mis caballos! Si es por el trabajo, no te preocupes, de Fortinbras me ocupo yo.
En efecto, esa noche, todos los que participaron en la captura estaban en casa de Brilbeleth, ellos, y casi todo el pueblo, pues los vecinos de Hórea eran muy curiosos. Hubo música, baile, comida, bebida, en fin, una fiesta memorable. Auresse estaba sentada junto a otras mujeres del pueblo que la preguntaban todo tipo de cuestiones sobre lo que hacía antes de llegar a la villa, lo que incomodaba mucho a la chica, Brilbeleth, que la observaba, se dio cuenta y fue hacia ella.
- Auresse, ¿querrías bailar conmigo? - pidió, con una sonrisa encantadora.
- ¡Claro! - respondió ella, animosa.
- Deberías agradecerme salvarte de esas cotillas - dijo al oído de Auresse cuando se alejaban.
- Te lo agradezco, de hecho, ¿no voy a bailar contigo? - rió ella - ¿o crees que bailaría contigo si tuviera algo mejor que hacer? - bromeó.
- ¡Oh, discúlpeme, señorita! No quería importunarla con mi molesta presencia - dijo él, siguiendo la broma.
Los dos bailaron durante horas, lo pasaron muy bien, aunque eran conscientes de que toda la villa les observaba y cuchicheaba sobre ellos. Cuando terminó el último baile, Brilbeleth dijo a Auresse:
- He estado pensando... Me hace falta alguien que me ayude con los caballos, a domarlos, cuidarlos, y a volver a traerlos aquí si se escapan - dijo, burlón -, ¿Te interesaría trabajar conmigo? Eres una excelente amazona.
- Claro que me gustaría, es un trabajo estupendo, pero ¿qué hago con la posada?
- Te dije que de Fortinbras me ocupo yo - rió Brilbeleth.
Y de nuevo, Brilbeleth convenció a Fortinbras y Auresse se trasladó a trabajar a las cuadras del pueblo. Vivía en una minúscula cabaña al lado de la de Brilbeleth, pero era suficiente para ella. Auresse pasó días tan felices allí, que apenas se acordó de lo que había hecho tiempo atrás, hasta que un día, un caballero con el emblema de Rohan, apareció de improviso en el pueblo...
Capítulo III: EL MENSAJERO
Era una tarde normal en Hórea, cuando, de improviso y sin que nadie lo esperara, un hombre a caballo con un estandarte con el emblema de Rohan entró en el pueblo. Se dirigió a la plaza, que se encontraba justo en el centro del pueblo.
- ¡Hombres de Hórea! ¡Hombres de Hórea! - comenzó a llamar.
Todo el pueblo, extrañado, acudió a la llamada del caballero. Auresse estaba nerviosa, tenía miedo de que sus temores fueran confirmados, y se quedó en un rincón alejada de aquel hombre, lo justo para poder oírle, pues no quería verle el rostro por si la reconocía.
- Hombres de Hórea - prosiguió, ya en un tono normal, pues se dio cuenta de que toda la villa estaba rodeada en torno a él - Me temo que estos son días aciagos para nuestra patria, Rohan. Ha estallado la guerra, Saruman el Blanco, el que antaño fuera nuestro aliado, nos ha traicionado. Ha convocado un ejército de hombres salvajes y de orcos y está dispuesto a atacarnos, pues reclama la soberanía de nuestras tierras para aquél que no puede ser nombrado. El rey Théoden ha dado la orden de evacuar Edoras para dirigirse al Abismo de Helm y ha enviado mensajeros para que recorran el reino y recluten a todos los hombres que puedan, pues teme un ataque, aún en Helm. Hombres de Hórea, vuestro rey os pide ayuda. Los que puedan portar armas, que se dirijan a Edoras, pues imagino que no sabéis el camino que conduce al Abismo. En la ciudad han quedado algunos hombres, esperando a la milicia que los mensajeros podamos reunir, ellos os mostrarán el camino a Cuernavilla.
Un murmullo general invadió la pequeña plazoleta. Todo el mundo estaba asustado, temían por sus vidas. Estaban tan ocupados en sus propios temores, que no se dieron cuenta de que Auresse había caído al suelo de rodillas, con el rostro contraído en una mueca de horror. La guerra había llegado, el pasado la perseguía, su destino la había alcanzado, y ya no podría hacer nada por evitarlo.
Cuando el mensajero se hubo marchado, los hombres del pueblo acordaron partir hacia Edoras la mañana siguiente, y después, se fueron todos a sus casas a preparar la marcha y despedirse de sus familias. Cuando Brilbeleth llegó a su casa, se encontró a Auresse allí, sentada en una silla, esperándole.
- Hola - dijo él - no te he visto en la plaza, ¿dónde estabas?
- No quiero que vayas a Edoras - dijo Auresse, ignorando la pregunta.
- ¿Qué?
- Brilbeleth, tú eres un granjero, un domesticador de caballos, ¿qué puedes saber de guerras, de luchas, de armas...?
- ¿Insinúas que soy un inútil? - exclamó, ofendido.
- No, no, ni mucho menos - dijo ella, tranquilizándole y levantándose de la silla - Pero es que no quiero que te pase nada, ahora mismo, tú eres la única persona que me queda...
- Auresse, tengo que luchar por mi patria, el rey Théoden nos necesita. Estoy dispuesto a sacrificarme por Rohan.
- No vayas, por favor, no vayas... - repetía ella mientras le cogía de las manos.
- Pero, ¿por qué?
- Yo... no quiero perderte, Brilbeleth, yo... te quiero - concluyó, mirándole a los ojos y sin soltarle las manos.
- ¡Ay, Auresse! ¿Por qué has esperado hasta ahora para decírmelo? - Auresse se apoyó en su pecho, mientras sendas lágrimas le resbalaban por sus mejillas, y le abrazó - Mi bella amazona, yo también te quiero.
Entonces se miraron y comprendieron que la vida es muy corta, y ellos tenían que haberse dado más prisa para amarse, pues ahora no había tiempo, pero el poco que les quedaba, lo aprovecharían. Se besaron, largamente, sin que ninguno pudiera apartar los labios de los del otro. Auresse lo abrazó muy fuerte, para no dejar que se fuera, para que no la dejara sola, para sentirle cerca.
- ¿Te quedarás conmigo? - preguntó Auresse cuando se separaron, esperanzada.
- No puedo, sabes que no puedo - respondió, besándola en la frente.
- Entonces, iré con vosotros - dijo ella tras una pausa.
- ¡Tú no puedes ir!
- ¿Por qué? Sé empuñar una espada mejor que ningún hombre de este pueblo, montó mejor que nadie, conozco Rohan mejor que la palma de mi mano y estoy entrenada para la batalla.
- Ahora me doy cuenta, Auresse, de que conoces todos mis secretos, pero tú eres un auténtico misterio para mí. ¿Vas a contarme alguna vez algo sobre ti? - ella permaneció callada - ¿Por qué sabes hacer todas esas cosas, por ejemplo?
Ella se apartó de él, se dirigió a la chimenea y, silenciosa, contempló el fuego. Brilbeleth se incomodó, ¿qué ocultaría esa chica que guardaba tan celosamente su vida antes de llegar al pueblo?
- Auresse, puedes confiar en mí, créeme, ¿por qué nunca quieres hablar de tu pasado?
- No lo entenderías...
- ¿Por qué dices eso? No lo sabes.
- Estoy segura de que si lo supieras, me odiarías - dijo, con lágrimas en los ojos.
- Yo nunca podré odiarte, te quiero más de lo que nunca he querido a nadie. Confía en mí, por favor.
- Está bien, te lo contaré. Pero tienes que prometerme que jamás se lo dirás a nadie.
Capítulo IV: CONFESIONES
"Yo nací en Edoras - comenzó Auresse - mi padre era Háma, capitán de la guardia real, y mi madre era una doncella de la corte. Pasé la mayor parte de mi infancia en el castillo dorado de Meduseld, jugando con la doncella Éowyn y los caballeros Théodred y Éomer. Fueron días felices para mí, pero el destino quiso truncar mi dicha. Mi madre contrajo una extraña enfermedad y murió siendo yo muy pequeña. Mi padre y yo nos sumimos en una profunda tristeza de la que sólo pudimos salir gracias al apoyo del rey, de su hijo y de sus sobrinos. Realmente son para mí como una familia.
Desde entonces estuve muy unida a mi padre, los dos salíamos a cabalgar todos los días, al amanecer, y montábamos durante horas. Mi padre siempre quiso que yo fuese un guerrero, por eso me contaba las grandes batallas que habían sucedido en la Tierra Media, sobre todo las que concernían a los rohirrim. Él decía que yo sería una gran estratega, y me contaba los puntos flacos de Rohan, para que cuando yo fuese mayor, pudiera defenderla bien. Estaba seguro de que yo seguiría sus pasos. Creo que, en realidad, a veces se olvidaba de que yo era una chica; pero me gustaba que me tratase así.
Pero cuando cumplí quince años todo cambió. Mi padre se dio cuenta de que yo no podría ser lo que él quería que fuese, y empezó a tratarme de forma distinta. No es que me tratase mal, al contrario. Pero ya no me trataba como a un compañero, sino como una señorita. Yo siempre había vestido como un muchacho, pero tuve que empezar a ponerme vestidos y a comportarme de manera distinta. Hasta que un día me cansé, y tuve una gran discusión con mi padre. A partir de ahí, ya no hubo más paz en casa. Yo no estaba dispuesta a cambiar por el simple hecho de haber crecido. Pero él me dijo que debía ser como mi madre, y que quizá algún día podría ser una dama de la corte. Entonces sí que me enfurecí, todo lo que él me había dicho cuando era una niña se desvanecía ante mis ojos. Mis sueños de ser un gran estratega, un gran guerrero, se perdieron. Me sentí presa entonces en mi casa, en aquel Edoras que me impedía ser lo que yo quería ser, lo que debía ser.
Hasta que un día, no pude más. Cogí todas mis cosas, fui al establo a por mi yegua Asphodel y las dos salimos de Edoras en medio de la noche. Cabalgamos durante días enteros, dormíamos al raso, y aguantábamos con las provisiones que yo llevaba. Pero cada día era más consciente de que tenía que volver a mi casa, pues no aguantaríamos mucho las dos solas y no sabíamos donde ir, ni siquiera sabíamos dónde estábamos.
Una noche cuando el cielo estaba más oscuro que nunca, y la luna llena brillaba sin compañía de estrellas allá arriba, Asphodel y yo comenzamos a escuchar cascos de caballos acercándose. Pensamos en huir, pero ya era demasiado tarde, antes de darnos cuenta ya teníamos encima a un grupo de jinetes que nos rodearon.
Era una compañía de dunlendinos, por lo que supimos que habíamos llegado hasta las Tierras Brunas. Serían unos quince o veinte, y todos sacaron sus espadas de la vaina. Yo no encontraba mi espada y supuse que era el fin. Me maldije por haber sido tan tonta como para huir de mi casa, de la protección del gran Háma, capitán de la guardia real, pero ya no había vuelta atrás.
Uno de ellos se bajó del caballo y se dirigió a mí sonriendo, amenazador, mientras sostenía en alto su espada. Cuando casi estaba a mi altura, otro hombre se hizo notar.
- ¡Alto! - dijo - no la toques.
- ¡Pero Grimdreg! ¡Es sólo una muchachita! ¡Y estaba en nuestras tierras sin permiso! ¿Qué puede pasar porque nos divirtamos un rato? - se quejó el de la espada.
- ¿Voy a tener que repetírtelo? - le riñó Grimdreg, a lo que el otro hombre se apartó de mí, molesto. Grimdreg se bajó del caballo y se dirigió hacia mí. Cuando le tenía enfrente, se quitó el casco y pude contemplar al fin, el rostro de mi protector. Era realmente bello. Tenía unos inmensos ojos azules y los rasgos muy marcados, un hombre curtido, un guerrero sin duda -. ¿Cuál es tu nombre? - me preguntó.
- Auresse - pude responder, a duras penas, paralizada como estaba por el terror.
- Auresse - repitió él - es un bonito nombre, ¿es élfico, verdad? - yo asentí - ¿qué significa?
- Amanecer - contesté.
- Bien, tú eres de Rohan, ¿verdad? - yo asentí -. ¿Y qué haces en las Tierras Brunas, entonces?
- Yo... me he escapado de Edoras, no quiero vivir más allí, lo odio. Pero yo no sabía que estaba aquí... lo siento... yo no sabía - tartamudeé yo.
- Bueno, tranquila, no te preocupes. Me has gustado, tienes carácter. Como no quiero que te pase nada yendo sola por estas tierras (y créeme que si vas sola te pasará), te llevaré con nosotros, si quieres claro. Yo te protegeré, no te preocupes - añadió, viendo que yo miraba con desconfianza al resto de la compañía.
Me llevaron con ellos y llegué a la ciudad. Pero antes de llegar allí yo ya me había dado cuenta de que me había enamorado de Grimdreg.
Me quedé allí mucho tiempo, junto a él. Vivía en su casa, un día él me dijo que me quería, y yo fui feliz. Estaba con el hombre que amaba, qué más podía pedir. Él me preguntaba muchas cosas de Edoras, de Rohan. Un día, me resultó extraña tanta curiosidad.
- ¿Por qué me preguntas todas esas cosas, Grimdreg?
- Creí que ya lo sabrías, no eres una niña, ya no tienes quince años. - yo le miré con cara de incredulidad y él continuó - Auresse, sabes de sobra que no hay una buena relación entre Rohan y nuestro pueblo. Hubo una guerra en el pasado, muchos de los nuestros cayeron, y queremos que los rohirrim paguen por ello.
- No entiendo qué tiene que ver eso con lo que te he preguntado.
- ¿De verdad no te das cuenta? Tú eres una de ellos, sabes muchas cosas sobre las estrategias que usan, los refugios, y los puntos flacos, ¡eres la hija del capitán de la guardia real!
- ¿Me estás pidiendo que traicione a mi patria y te cuente sus secretos?
- Tú misma dijiste que los odiabas, que no te dejaban ser quien tú querías ser. Bien, ahora tienes la oportunidad de ayudarnos a nosotros y de demostrarles que has conseguido ser lo que querías, una estratega, una guerrera.
- No puedo hacerlo... no puedo...
- Auresse, sabes que yo te quiero mucho, pero si no me ayudas en esto, no podrás quedarte más aquí - yo le miré, alarmada. No podía hablar en serio, yo le quería, él me quería, ¿qué podría hacer yo sin él? - Y bien, ¿me contarás lo que te pido?
...
Yo no pude decirle que no, él era lo único para mí. Y se lo conté todo, todo sobre Edoras, sobre el Abismo de Helm, sobre los capitanes del ejército, sobre los mariscales... todo.
Yo ni siquiera me daba cuenta de las repercusiones que podría tener lo que yo hacía, hasta que apareció el mago blanco. Grimdreg me dijo que él nos ayudaría, pero yo me di cuenta de que la alianza entre los dunlendinos y Saruman traería la desgracia a Rohan. Un día, me llevaron ante la presencia del mago, para que le contase todo lo que sabía acerca de las fortalezas del reino. Su presencia imponía respeto, como un rey ante el que sientes la imperiosa necesidad de arrodillarte. Él comenzó a hablar y yo sentí que ya no era yo, que no controlaba lo que hacía o decía, que estaba a su merced. Sin duda, su voz posee un poderoso hechizo y sus ojos penetraban hondo en mí. Le sentí dentro de mí cabeza, sumergiéndose en mis recuerdos, en mi infancia, en mi padre, en mi vida. Acompañando al mago se encontraba un ser despreciable, yo ya lo conocía, se hacía llamar Gríma, y lo había visto ya en Edoras "Otro traidor" pensé, tristemente.
A partir de entonces, comencé a tener horribles pesadillas, sueños de destrucción y muerte, en los que yo era la culpable de todo. Me arrepentí de todo lo que hice, pero ya no podía hacer nada. Sentí miedo, congoja, agobio y fui cobarde. Ni siquiera me atrevía a irme de allí, aunque cada día aquello era peor. Yo amaba a Grimdreg, pero tenía la certeza de que él no me amaba a mí, aún así, me resistía a abandonarle.
Hasta que un día, todo explotó dentro de mí. Confiaba en que lo que les había dicho no les sirviese de mucho, no sabía si mi padre me lo había contado todo. De todos modos, decidí irme de allí, empezar una nueva vida. Comenzar en un sitio en el que nadie me conociese para que no pudieran reprocharme todos los errores que he cometido.
Y huí, Asphodel y yo cabalgamos de nuevo hacia el sur, hacia Rohan. Y fue cuando a lo lejos, encontramos un pequeño pueblecito, Hórea. A partir de aquí, ya conoces toda la historia. Brilbeleth, no sabes cuántas veces he querido confesártelo todo sin atreverme. Siento tanto lo que he hecho... Comprendo que, después de haberte contado todo esto, te arrepientas de haberme dicho que me amabas, es más, entiendo que me odies, pero aún así, pienso ir a Edoras, se lo debo a Rohan".
En la habitación se produjo un denso silencio, los dos se miraban sin atreverse a hablar hasta que por fin, Brilbeleth rompió aquella incómoda situación.
- Auresse, como antes te dije, yo nunca podré odiarte. Te quiero más de lo que nunca he querido a nadie - ella corrió a abrazarle, con lágrimas en los ojos.
- Gracias... gracias... - repetía una y otra vez, como una cantinela.
- ¿Gracias por qué? Auresse, los dos sabemos que lo que hiciste puede perjudicar mucho a nuestra gente. Pero sé que te arrepientes, y aunque no puedes enmendar el error, puedes ayudar a tu pueblo.
- Lucharé por Rohan - concluyó, solemne, Auresse.