SAREHOLE MILL, INGLATERRA. JUNIO DE 1899.
Ronald estaba extasiado. El llegar a aquella vieja campiña en las afueras de Birmingham, significó un bálsamo para su espíritu, a pesar de la dura realidad que le tocaba enfrentar junto a su madre y su hermano, tras la desaparición de su padre en Sudáfrica por fiebre reumática.
Mabel, su joven madre, había logrado alquilar una humilde casa de campo en Sarehole Mill, y trabajaba denodadamente para brindarles todo lo necesario.
Los días de Ronald y su hermano Hilary, transcurrían entre el estudio dispensado por su madre y las recorridas por la verde campiña, yendo a bañarse al río, a pescar o simplemente a caminar entre los añosos árboles. Allí nacería su amor por estos y por la naturaleza en general.
Pero un día sucedería algo que cambiaría el curso de su vida, y junto con él, cambiaría el espíritu y la forma de ver las cosas a miles de personas, gracias a los valores que éste infundiría.
Era una tranquila tarde de verano. Ronald, que para entonces contaba con siete años y medio de edad, junto con Hilary, habían estado planeando una expedición, tal como llamaban ellos a sus caminatas por el bosque, pero esta vez sería mucho más allá de los límites permitidos por su madre. Sarehole era un condado muy pequeño rodeado por una colorida vegetación, con bosques y ríos. Sus casas de campo distaban mucho entre si, por lo que otorgaba a los niños una sensación de soledad mezclada con el placer de lo oculto y el miedo a lo desconocido. Ese domingo sería el día para su aventura, ya lo habían acordado la semana anterior, aunque el que más había insistido en el tema era Ronald. Cruzarían el río por un sector donde su caudal disminuía considerablemente, dejando expuesto un lecho de piedras resbaladizas que no le impondrían ninguna dificultad en transitarlas. Mas allá estaba el "bosque desconocido" como lo llamaban ellos, lugar que siempre contemplaban desde el otro lado de la orilla pero nunca se habían atrevido a recorrer.
Horribles historias se contaban de ese bosque, historias relatadas por los habitantes más viejos del lugar sobre "cosas extrañas que suceden a la noche". Por supuesto que los hermanitos no se adentrarían allí al oscurecer, su valor no llegaba a tanto, lo harían a plena luz del día. Partieron temprano, llevando con ellos sus cañas de pescar, algunos sándwich, y la promesa a su madre de volver antes de la una de la tarde. Caminaron alrededor de media hora hasta llegar al sector del río en donde podrían cruzar al otro lado. Se detuvieron en la orilla, vacilando un momento, sin despegar la vista de la muralla boscosa que se les ofrecía delante. Al fin se miraron, y sin mediar palabra, con el miedo reflejado en sus rostros infantiles, emprendieron la mayor hazaña hasta ese momento de sus vidas: cruzar un río que apenas cubría sus pies.
Una vez del otro lado, un silencio profundo los recibió y el aliento fresco de la brisa proveniente de lo más recóndito del bosque los estremeció de pies a cabeza. Hilary, por ser el mayor, iba a la vanguardia, pero el más entusiasta era Ronald que constantemente azuzaba a su hermano para que apurase el paso. Ambos comenzaron a internarse en aquel bosque de viejos robles y pinos, con árboles apiñados en donde la luz del sol se filtraba como hilillos dorados a través de las copas de los mismos. Las raíces retorcidas que afloraban sobre la tierra húmeda tornaban más dificultoso el paso, y la ausencia de ruidos acrecentaba sus temores y disminuía su audacia.
Habían caminado unos treinta metros, cuando el graznido de un pájaro desgarró el tenso manto del silencio. Era un cuervo que inmediatamente salió volando desde una de las ramas bajas rozando sus cabezas. El sobresalto fue tal que no pudieron retener un grito de histeria. Luego se miraron y Ronald comenzó a reír, pero Hilary no. Estaba muy asustado.
-Yo me vuelvo - le dijo ofuscado.
-Pero si solo era un pájaro -le contestó Ronald
-No me importa. Con esto ya tuve suficiente. No sé por qué te hice caso en venir acá. Nos hubiéramos quedado pescando como siempre hacemos.
-Como quieras. Yo voy a caminar un poco más.
-Te espero en la orilla No te tardes o mamá nos va castigar.
Dividieron las raciones de comida y Hilary retornó por donde habían venido, mientras que Ronald, el más intrépido, el que se sentía a gusto entre los árboles, continuó su caminata.
Dos horas habían pasado de la separación de los hermanos. Hilary se hallaba pescando con muy escasa fortuna, y el retraso de su hermano lo estaba intranquilizando. Pronto tendrían que retornar a casa para cumplir con el horario impuesto por su madre.
Ronald, mientras tanto, se había sentado a comer su emparedado a los pies de un melancólico sauce. El silencio y el aire cálido del mediodía, lo sumieron en un profundo sueño.
No sabía cuanto tiempo había pasado. Pero se despertó asustado y desorientado, no sabiendo que pasaba. Unos segundos le llevó darse cuenta que se había quedado dormido y que ya tenía que haber retornado a casa. Corrió desesperado en la dirección que él creía era la correcta, pero pronto se dio cuenta que estaba perdido. Siguió corriendo en círculos (aunque él no lo sabía) llamando a gritos a su hermano Hilary sin ningún tipo de respuesta. Entonces, una gran raíz se interpuso en su alocada carrera, cayendo de bruces, y golpeando su frente contra el tronco de un árbol. Allí quedó tendido, atontado por el golpe; su vista se nubló y se desmayó.
Un trapo húmedo y frío sobre su frente lo despertó. En un principio creyó estar en su casa, que todo había sido un mal sueño, pero no, esa no se parecía a su casa en lo más mínimo. Estaba tendido sobre una cómoda cama, con sus respaldos en madera exquisitamente tallados. Su elástico estaba cubierto por un colchón relleno de lana al igual que la almohada, también estos de fabricación casera. Se levantó, salió de aquella habitación fresca por cuyas ventanas abiertas se filtraban los rayos del sol. El silencio solo era interrumpido por el canto de los pájaros y el ruido del follaje al paso de la brisa. Se aproximó a un pasillo, al fondo se divisaba una habitación más amplia y unas alacenas. Caminó despacio, mirando de cuando en cuando hacia atrás. Estaba asustado. Pronto recordó algunas de las historias de las viejas del pueblo, que hablaban de brujas y duendes en lo profundo del bosque. Asomó su nariz a una amplia cocina-comedor con todos sus muebles construidos manualmente, pero con un diseño elegante en donde se demostraba el amor puesto por el artesano al trabajar la madera. La mesa estaba servida con queso fresco, dulce, pan recién horneado, manteca, frutas silvestres, jugos naturales. El niño miró con deleite los manjares, pero se abstuvo de comer pensando que podrían estar envenenados. Al fondo del comedor había una especie de escritorio grande, atiborrado de papeles, pero no papeles de los que conocía Ronald, estos semejaban más a viejos pergaminos, todos sueltos y apilados, amarillentos y quebradizos. Un tintero bastante rudimentario, contenía una pluma azul en su interior. Los pergaminos estaban escritos con extraños y agraciados caracteres que inmediatamente fascinaron al pequeño Ronald a pesar de no entender absolutamente nada de lo que allí decía. Algunos pergaminos contenían dibujos raros, pero el que más llamó su atención fue el de algo parecido a un anillo. El anillo en cuestión ocupaba casi todo el tamaño del pergamino de unos 30 por 40 centímetros, y estaba superpuesto sobre el diseño de un mapa, destacando montañas, ríos, bosques y llanuras, cada detalle con pequeñas inscripciones señalando sus nombres con el mismo tipo de caracteres ininteligibles. Al pie de la hoja, se leía lo que parecían ser dos versos en aquella extraña lengua.
-¿Te gustan los pergaminos? -dijo una voz masculina a su espalda. Ronald se sobresaltó, giró sobre si mismo, tiritando de pies a cabezas. Un hombre pequeño, no un enano, si no mas bien un hombre de contextura pequeña de 1,45 a 1,50 mts de altura, lo miraba sonriendo. Llevaba un sombrero de copa alto e hilachento que cubría una espesa cabellera castaña, con una larga pluma azul en el mismo sujeta con una cinta. La pluma parecía ser de la misma especie que estaba puesta en el tintero. Calzaba unas enormes botas amarillas, pantalones marrones y chaquetilla azul sobre una camisa también amarilla. Su rostro era rojo y risueño, cubierto por una espesa barba castaña que ocultaba su permanente sonrisa pero que se podía adivinar bajo aquellos entornados ojos azules.
El hombrecillo pudo percibir el miedo en el niño e inmediatamente intentó calmarlo.
-No, no, no. No tengas miedo Ronald. No soy un ogro que devora niños, no hagas caso a esos cuentos que mencionan en el pueblo. Me llamo Tom. -dijo extendiendo la mano y sonriendo nuevamente.
El pequeño Ronald no estaba muy convencido de aquellas palabras pero... ¿qué más podía hacer un niño frente a alguien más fuerte?. Estrechó aquella mano nudosa, acostumbrada a los duros trabajos del campo.
-Supuse que tendrías hambre -le dijo señalando la mesa servida.
No se atrevió a rechazar la invitación a comer, aparte tenía mucha hambre, así es que contestó afirmativamente con un movimiento de cabeza ante la requisitoria de Tom, y éste le indicó que tomara asiento. El niño vio como Tom acometió con voracidad los manjares, haciéndole un ademán con la mano a que se sirviera.
"Si hubieran estado envenenado, no comería él primero", pensó Ronald ya mucho más tranquilo, y comenzó con el queso.
-Hoy mi adorable dama, ha salido a visitar a unos amigos, así es que no nos acompañará, pero ya no faltara ocasión para que la conozcas. -dijo Tom
Ronald supuso que el hombre hablaba de su mujer, pero no quiso preguntar, como tampoco quiso preguntar como era que aquel extraño sabía nombre.
-¿Y qué hace un niño tan pequeño como tú, solo en el bosque?
-Vine con mi hermano. Queríamos conocer... va, en realidad yo quería conocer el otro lado del río. Mi hermano se asustó por un pájaro y se volvió -respondió con la boca llena.
-Y bien que hizo. El bosque no debe ser tomado a la ligera. Si bien es un lugar hermoso, también es salvaje e indomable, y puede resultar todo un desatino internarse en él sin experiencia. -dijo Tom mientras se secaba con su manga el jugo de moras que le chorreaba por la barba.
-No sabía que viviera gente de este otro lado. ¿Hace mucho que vive acá?
-Hace mucho, mucho tiempo.
Comieron y bebieron hasta más no poder. Ronald, poco a poco fue perdiendo toda sospecha sobre el sujeto, y a medida que conversaban, le resultó por demás simpático.
-¿Qué son esos papeles que tiene allí?
-¿Te interesan los pergaminos? -dijo levantándose y yendo hasta el escritorio.
-Si. Parecen muy viejos. -contestó Ronald acompañando a Tom. -¿Que dice acá? Es un lenguaje muy extraño -dijo señalando el que contenía el dibujo del anillo con el mapa.
-Está escrito en élfico. Allí dice:
"Un anillo para gobernarlos a todos. Un anillo para encontrarlos, un anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas."
-Suena terrorífico. -dijo Ronald un poco asustado.
-Si. Suena tremendamente terrorífico. Estos versos forman parte de una estrofa más grande.
-¿Que significan?
-Significan muchas cosas, Ronald, y para comprenderlas tendrías que conocer el principio de todo. Pero no sé si te interesa escuchar una historia muy, muy larga.
A Ronald se le iluminaron los ojos. Le fascinaban las historias, y esta parecía ser la historia de las historias, avaladas por viejos pergaminos y mapas. Pero pronto recordó a su madre, e imaginó a su hermano intentado explicar su ausencia ante ésta, y el brillo en sus ojos se apagó.
-¿Qué sucede muchacho? -preguntó Tom al ver el cambio de expresión en el rostro del niño.
-Es qué, ya tendría que haber vuelto. Mi madre no me va a dejar salir más.
-No te preocupes por la hora. Tenemos todo el tiempo del mundo. Tú decides.
Ronald bajó la vista. Tom le hablaba con tanta convicción que en cierta forma le creía, y de no ser así, llegaría tarde de todas formas. Así que, entre llegar un poco tarde o llegar muy tarde, no iba a hacer la diferencia en el supuesto castigo que le impusiese su madre.
-Quiero escucharla -dijo sonriendo y con el rostro iluminado nuevamente.
-¡Eso es! -dijo alegre Tom Bombadil -Me encanta contar historias y que me escuchen, pero ésta es LA HISTORIA. Una historia jamás contada a los hombres de este tiempo, y que ES NECESARIO que alguien la cuente un día.
Se sentaron cómodamente, Tom en una silla mecedora con su pipa en la boca, y el pequeño Ronald en el piso con sus piernas cruzadas.
-Todo comenzó con Erú, el Unico, que en Arda era llamado Ilúvatar...
Y así comenzó Tom su relato, desde los primeros días, ante un rostro embelezado de un pequeño niño llamado Jhon Ronald Reuel Tolkien.
Transcurrió un tiempo indefinido en el que Tom relató con lujo de detalles, tal cual le gustaba a él llevar a cabo su labor de relator, toda una historia, transportando al niño a un mundo mítico, un mundo extraño perdido en tiempos inmemoriales, con pueblos y razas jamás vistas en ningún manual o escuchada en alguna tradición oral. Cada palabra quedó gravada a fuego en la mente de Ronald, cada palabra marcó el destino de aquel niño.
Tom lo acompañó hasta los límites mismos del bosque. Se despidieron como si hubieran sido amigos de toda la vida.
-¿Te volveré a ver? -preguntó Ronald
Nos volveremos a ver muy pronto. Te lo prometo. -se dieron un abrazo muy cordial y Tom, mientras se marchaba, le gritó:
-¡Haz lo que tengas que hacer con el tiempo que se te ha concedido! -luego desapareció tras la foresta a grandes pasos con sus botas amarillas y cantando alegremente.
Su misión estaba cumplida.
C.F. Mondaca