Bajo los Robles
Preciosa historia de amor entre la doncella élfica Lalwende y un guerrero, que Macarena nos hace llegar en forma de poesía.
Vivía la doncella élfica Lalwende
en una casa bajo los robles.
Libre corría
bajo el sol poniente
cuando las estrellas
comenzaban a mostrarse
y la luna aparecía
delante de su manto.
Ondeante su vestido dorado detrás de ella,
sueltas las largas ondas de negro cabello,
brillantes los claros ojos pardos.
Trotaba porque amaba su vida,
y no le faltaba alegría.
Brincaba, ya que amaba
las flores y las plantas,
y cuando una rosa se marchitaba
la luz de sus ojos se iba
con ella por un tiempo;
pero luego regresaba aún
más luminosa que antes.
Nada le faltaba a la solitaria doncella
oculta entre los árboles.
Nada ambicionaba.
A los guerreros admiraba,
por su coraje y braveza;
y a las reinas adoraba,
por su noble belleza y dignidad.
Libre y hermosa caminaba ahora
bajo las estrellas en el cenit.
Corrió hacia el lago,
frente a los juncos se plantó,
y allí humedeció sus pies
en la cristalina corriente de agua.
Pero su penetrante mirada llegó
a distinguir algo allí, a lo lejos;
un bulto gris que,
en la otra orilla del lugar,
caído se encontraba
sobre la hierba de la pradera.
Su impulso siguió Lalwende,
mientras se acercara al gris bulto
que contrastaba contra la verde y tierna hierba.
Gran sorpresa sintió la doncella
al descubrir que el bulto no era sino una persona
cubierta por una capa gris, en el suelo.
La sombra de la capucha
ocultaba su rostro,
pero ella distinguió
el fulgor de sus ojos
y descubrió que tenía vida.
Junto a él se arrodilló,
y palabras de consuelo y saludo susurró
al viajero errante;
y éste despertó por completo
y ya no volvió la vista,
pues la belleza de Lalwende era superior
a cualquier sueño
que podría él haber disfrutado.
"Guerreros junto al lago es algo que nunca vi.
¿Qué haces tú, buen hombre, pasando por aquí?"
"De la batalla me salvé, pues solo yo quedé.
Vagando por los campos,
hasta aquí llegué, y las provisiones se me han agotado,
y la esperanza ya me ha fallado"
"La esperanza suele fallar" replicó
ella con dulzura "Pero no los afanes,
y si éstos aún tienes,
ten por cierto que la muerte evitarás"
Y lo miró a los ojos
mientras él se quitaba la capucha;
y nada respondió el guerrero,
pero desde aquél momento ella juntó
su blanca mano con el sucio guante de él,
y ya no volvió a estar sola,
y se acompañaron con tiernos consuelos
en la intimidad del hogar de Lalwende.
Pasaron los días
sin que a ninguno de los dos
le importase en absoluto.
Entre los robles vivían,
pero a pesar de su alegría,
él no podía evitar extrañar su ciudad,
y ella añoraba
los paseos en soledad por sus praderas.
Su amor aumentaba con los días
y con él su pena pesaba cada vez más.
La espada y la lucha
harán vivir a nuestro pueblo, decía él.
"¿Por qué luchas?" preguntaba
ella a su vez. "Porque el mortal nada consigue
hasta tanto no luche por ello"
Y ella replicaba: "Nada necesitas
más de lo que tienes.
Si algo más necesitases,
ya lo hubieses conseguido."
Los meses pasaban,
y él regresó a la batalla,
cansado de apretar el puño
cuando pensaba en el enemigo;
y se llevó con él a su amada,
quien dócilmente se dejó llevar
acompañada por su amante.
La guerra estalló en la ciudad del mortal;
pero ella no se alejaba de su lado,
pues con él había descubierto
lo que tantos llamaban el cambio,
y lo mismo pensaba él,
quien por medio de ella había
conocido la dulzura;
y ninguno de los dos se resignaba
a perder al otro.
Pero en un giro desafortunado del destino
los orcos rodearon a su amado;
y viéndola indefensa
alguien la arrancó del lado de su amante,
y ella sólo alcanzó a contemplar
cómo los enemigos se abalanzaban
sobre el espadachín
y lo dejaban allí tirado
sin darle ya más importancia.
Y ella se libró de los brazos protectores
de quien la había apartado;
corrió junto a su amado.
Atravesado estaba por un puñal,
y roto el brazo,
pues al rodearlo el enemigo
había saltado sobre él,
pero aún hablaba.
"Afortunada fuiste, amada mía"
dijo él "al no haber probado
el trago amargo que estoy saboreando"
Pero ella replicó, con lágrimas en los ojos:
"¡Llévame contigo!
No me importa donde vas.
No me dejes soportando
el dolor de la inmortalidad élfica."
"Te quiero,
y me hubiese quedado aislado del mundo,
solo,
antes que verte tan acongojada.
Una luz se acerca por el cielo.
A mí se dirige.
¿No oyes el canto
de las estrellas en el horizonte?
Solo ellas saben
qué angustia te acompañará
de ahora en adelante."
Dormido se quedó,
y desesperada lloró ella junto a él.
Maldijo su funesto destino,
y el día en que conoció al hombre
que no dejaría de amar mientras viviese.
Y ya no volvió a bailar
bajo las estrellas del crepúsculo,
y ya no sonrió bajo la soledad
de los robles en su hogar.
La amargura se asentó en su rostro.
Los mortales la llevaron a su perdición,
el alegre amor que antes había sentido era ahora
un espacio vacío.
Y también ella se volvió vacía,
y ya no volvió a sentir nada por nadie.
La diferencia que antes
existiese entre ambos
había sido más amarga
de lo que ninguno había imaginado.
Y una noche se recostó a dormir,
y el amanecer despertó al otro día,
pero ella jamás abrió de nuevo los ojos
para saludarle bajo los árboles.
en una casa bajo los robles.
Libre corría
bajo el sol poniente
cuando las estrellas
comenzaban a mostrarse
y la luna aparecía
delante de su manto.
Ondeante su vestido dorado detrás de ella,
sueltas las largas ondas de negro cabello,
brillantes los claros ojos pardos.
Trotaba porque amaba su vida,
y no le faltaba alegría.
Brincaba, ya que amaba
las flores y las plantas,
y cuando una rosa se marchitaba
la luz de sus ojos se iba
con ella por un tiempo;
pero luego regresaba aún
más luminosa que antes.
Nada le faltaba a la solitaria doncella
oculta entre los árboles.
Nada ambicionaba.
A los guerreros admiraba,
por su coraje y braveza;
y a las reinas adoraba,
por su noble belleza y dignidad.
Libre y hermosa caminaba ahora
bajo las estrellas en el cenit.
Corrió hacia el lago,
frente a los juncos se plantó,
y allí humedeció sus pies
en la cristalina corriente de agua.
Pero su penetrante mirada llegó
a distinguir algo allí, a lo lejos;
un bulto gris que,
en la otra orilla del lugar,
caído se encontraba
sobre la hierba de la pradera.
Su impulso siguió Lalwende,
mientras se acercara al gris bulto
que contrastaba contra la verde y tierna hierba.
Gran sorpresa sintió la doncella
al descubrir que el bulto no era sino una persona
cubierta por una capa gris, en el suelo.
La sombra de la capucha
ocultaba su rostro,
pero ella distinguió
el fulgor de sus ojos
y descubrió que tenía vida.
Junto a él se arrodilló,
y palabras de consuelo y saludo susurró
al viajero errante;
y éste despertó por completo
y ya no volvió la vista,
pues la belleza de Lalwende era superior
a cualquier sueño
que podría él haber disfrutado.
"Guerreros junto al lago es algo que nunca vi.
¿Qué haces tú, buen hombre, pasando por aquí?"
"De la batalla me salvé, pues solo yo quedé.
Vagando por los campos,
hasta aquí llegué, y las provisiones se me han agotado,
y la esperanza ya me ha fallado"
"La esperanza suele fallar" replicó
ella con dulzura "Pero no los afanes,
y si éstos aún tienes,
ten por cierto que la muerte evitarás"
Y lo miró a los ojos
mientras él se quitaba la capucha;
y nada respondió el guerrero,
pero desde aquél momento ella juntó
su blanca mano con el sucio guante de él,
y ya no volvió a estar sola,
y se acompañaron con tiernos consuelos
en la intimidad del hogar de Lalwende.
Pasaron los días
sin que a ninguno de los dos
le importase en absoluto.
Entre los robles vivían,
pero a pesar de su alegría,
él no podía evitar extrañar su ciudad,
y ella añoraba
los paseos en soledad por sus praderas.
Su amor aumentaba con los días
y con él su pena pesaba cada vez más.
La espada y la lucha
harán vivir a nuestro pueblo, decía él.
"¿Por qué luchas?" preguntaba
ella a su vez. "Porque el mortal nada consigue
hasta tanto no luche por ello"
Y ella replicaba: "Nada necesitas
más de lo que tienes.
Si algo más necesitases,
ya lo hubieses conseguido."
Los meses pasaban,
y él regresó a la batalla,
cansado de apretar el puño
cuando pensaba en el enemigo;
y se llevó con él a su amada,
quien dócilmente se dejó llevar
acompañada por su amante.
La guerra estalló en la ciudad del mortal;
pero ella no se alejaba de su lado,
pues con él había descubierto
lo que tantos llamaban el cambio,
y lo mismo pensaba él,
quien por medio de ella había
conocido la dulzura;
y ninguno de los dos se resignaba
a perder al otro.
Pero en un giro desafortunado del destino
los orcos rodearon a su amado;
y viéndola indefensa
alguien la arrancó del lado de su amante,
y ella sólo alcanzó a contemplar
cómo los enemigos se abalanzaban
sobre el espadachín
y lo dejaban allí tirado
sin darle ya más importancia.
Y ella se libró de los brazos protectores
de quien la había apartado;
corrió junto a su amado.
Atravesado estaba por un puñal,
y roto el brazo,
pues al rodearlo el enemigo
había saltado sobre él,
pero aún hablaba.
"Afortunada fuiste, amada mía"
dijo él "al no haber probado
el trago amargo que estoy saboreando"
Pero ella replicó, con lágrimas en los ojos:
"¡Llévame contigo!
No me importa donde vas.
No me dejes soportando
el dolor de la inmortalidad élfica."
"Te quiero,
y me hubiese quedado aislado del mundo,
solo,
antes que verte tan acongojada.
Una luz se acerca por el cielo.
A mí se dirige.
¿No oyes el canto
de las estrellas en el horizonte?
Solo ellas saben
qué angustia te acompañará
de ahora en adelante."
Dormido se quedó,
y desesperada lloró ella junto a él.
Maldijo su funesto destino,
y el día en que conoció al hombre
que no dejaría de amar mientras viviese.
Y ya no volvió a bailar
bajo las estrellas del crepúsculo,
y ya no sonrió bajo la soledad
de los robles en su hogar.
La amargura se asentó en su rostro.
Los mortales la llevaron a su perdición,
el alegre amor que antes había sentido era ahora
un espacio vacío.
Y también ella se volvió vacía,
y ya no volvió a sentir nada por nadie.
La diferencia que antes
existiese entre ambos
había sido más amarga
de lo que ninguno había imaginado.
Y una noche se recostó a dormir,
y el amanecer despertó al otro día,
pero ella jamás abrió de nuevo los ojos
para saludarle bajo los árboles.