CAPITULO 1. UNA PEQUEÑA REVOLUCIÓN
Año 2124 de la Tercera Edad
-¡Naurloth!1
La voz cristalina y pura resonó por el pasillo. Elrond levantó la cabeza al reconocerla.
-Creo que hay alguien que te busca...
Unos ojos grises se clavaron en él. Una sonrisa tímida en un rostro despierto que asomó por el borde de la mesa lo saludó. Elrond sonrió a medias. El rostro volvió a ocultarse y se oyó una risilla. El medio elfo volvió la vista hacia su escritorio mientras oía los correteos y las risillas de su "espía". No le prestó demasiada atención hasta un buen rato después cuando sintió como tiraba de la manga de su túnica.
-¿Qué hacéis?
-Trabajar -contestó sin mirar el medio elfo.
Un nuevo tirón intentó captar más profundamente su atención.
-¿Jugáis conmigo?
-Naurloth... no deberías estar aquí.
La voz argentina de Celebrían los asaltó. Elrond levantó la cabeza al oír a su esposa, que había aparecido de improviso en la puerta. Sus cabellos plateados resplandecieron cuando la luz del sol los rozó. Delicada, como el soplo de la brisa, Celebrían se acercó envuelta en un hermoso vestido de color blanco, que contribuía a que la imagen de la dama fuera, si aquello era posible, más espectacular, bella y sublime. La rebelde se apartó del Señor de Rivendel y corrió hasta su esposa. Celebrían se agachó y poniéndose a la altura de la niña, apartó un mechón oscuro de sus ojos grises y dijo:
-Vamos, sabes que no debes estar aquí. A tu habitación.
La niña miró con sus ojos grises a Elrond. El medio elfo no hizo gesto alguno al principio; pero de repente, sonrió y dijo:
-Si te portas bien, jugaremos.
Naurloth sonrió y salió como una estampida de la habitación. Celebrían se acercó a su esposo con una sonrisa. Él le tomó la mano al llegar a su vera y la besó.
-Siempre merodea a tu alrededor... no lo entiendo... deberías ser tú el que se ocupara de darle algo de modales. Puede que así aprenda algo.
-¿Tan difícil resulta?
El bello rostro de Celebrían se frunció un instante.
-He tenido tres hijos y ninguno de ellos ha resultado tan rebelde como esa pequeña.
-Se adaptará, Celebrían... dale tiempo.
Ella sonrió. Retiró su mano y se alejó hacia la puerta, con una sensación de suavidad flotando a su alrededor. Pero antes de llegar a ella, se volvió un instante.
-A propósito... será mejor que intentes hacerle comprender que las espadas no son juguetes, ya que a ti es el único que parece hacer caso
-¿Espadas? ¿Juguetes? -se sorprendió el medio elfo.
Celebrían sonrió burlona.
-Debe venirle de familia... porque cuando no la encontramos, está aquí o en la armería.
Elrond suspiró, aunque en el fondo, le divertía la situación. Se permitió media sonrisa, una broma privada entre su esposa y él.
-Mientras no amenace con acercarse a una forja...
Celebrían abrió los ojos como platos, miró a su esposo indignada y aunque se le escapaba una sonrisa por la comisura de los labios, dijo:
-Espero que nunca tenga semejante tentación... porque entonces, te aseguro que te lanzo a ella yo solita.
Para cuando Celebrían salió de la habitación, el objeto de su conversación con su esposo estaba encaramada a una de las barandillas de madera trabajada asomándose peligrosamente al vacío, balanceándose hacia delante.
-¡Naurloth!
La pequeña se balanceó peligrosamente hacia el vacío. Pero una mano la agarró y la sacó de su peligrosa situación sosteniéndola por las ropas y dejándola colgando de ellas.
-Caramba, ¿qué tenemos aquí?
Celebrían llegó corriendo hasta el oportuno recién llegado, aún vestido con polvorientas ropas de viaje, retiró la capucha que ocultaba sus rasgos, que se mostraron bellos e intemporales, tocados con una luz blanca, con sus cabellos dorados revueltos a causa de su capucha.
La ahora presa miró indignada con sus ojos grises a su salvador, y murmuró algo ininteligible mientras el elfo de cabellos dorados la observaba con curiosidad.
-Hantalë, Glorfindel.
-¿Y tú quién eres? -preguntó mientras dejaba a la pequeña en el suelo.
Pero no estaba muy dispuesta a contestar y tras sacarle la lengua, corrió y se ocultó tras Celebrían. La dama, más repuesta del susto, miró a Glorfindel. El elfo parecía divertido ante el descaro de la niña e hizo intención de acercarse a ella, lo que provocó que esta gravitara alrededor de Celebrían ocultándose.
-Naurloth, haz el favor de presentarte como es debido y dar las gracias a Glorfindel.
La niña miró a Celebrían molesta, volvió a mirar a Glorfindel, le volvió a sacar la lengua y salió corriendo. Glorfindel soltó una carcajada mientras Celebrían intentaba guardar la compostura, aunque finalmente, soltó una suave risa, miró al recién llegado y dijo:
-Disculpa, Glorfindel... y mae govannen a casa.
Glorfindel sonrió, saludó con la cabeza y se alejó hacia la habitación de Elrond mientras Celebrían seguía a Naurloth. Al llegar a ella, golpeó suavemente con los nudillos y entreabrió la puerta, justo cuando volvió a oír a Celebrían llamando a la pequeña. Elrond levantó la cabeza y al ver quien era el intruso, hizo una seña para que entrara.
-Mae govannen, Glorfindel, Alassië nar i hendu i cenantet!2
-Hantalë, Elrond... ¿quién es ese diablillo que parece llevar de cabeza a tu esposa? -preguntó mientras se acercaba.
-¿Diablillo? Ah, te refieres a Naurloth... sí, es un poco revoltosa... ¿qué ha pasado fuera? ¿Te ha arrollado a su paso? -dijo mientras indicaba que se sentara.
-No... sólo que casi comprobamos si una elfa vuela sin alas cual águila de Manwë.
Elrond suspiró por un instante. Aquella criatura parecía tener el don de meterse en líos uno detrás de otro. Glorfindel sonreía divertido.
-¿Cómo ha ido tu viaje?
-Bien... dime una cosa... esa pequeña... ¿de dónde ha salido?
El medio elfo arqueó una ceja.
-Una vieja deuda... que ahora se ha transformado en una pequeña revoltosa que ha revolucionado Imladris desde que llegó y trae loca a mi esposa.
-¿Y hace mucho que tenemos esa pequeña revolucionando?
-No... tú te fuiste hace cinco meses y ella llegó hace dos.
El elfo miró fijamente a Elrond.
-¿Familia de alguien conocido? Su rostro me resulta familiar...
-Sí -y dejó en suspenso la respuesta.
Glorfindel lo miró atento. No era corriente que Elrond se guardara para sí secretos. Percibió que cuando llegará el momento, sabría quién era en realidad aquella pequeña, pero en aquel momento, no era oportuno decir más. Asintió silencioso, dando entender que no preguntaría más y se acomodó lo mejor que pudo.
-¿Cómo está Arahael?
-Bien, te envía saludos. Ciertamente, parece que las cosas se hayan tranquilizado por el Norte... aunque nunca se sabe cuando puede surgir de nuevo el peligro.
-¿Elladan y Elrohir se han quedado con él?
-Así es. Tus hijos dijeron que volverían antes del otoño. Preferían quedarse con los Dúnedain una temporada más.
-Extraños designios nos acompañan. Temo que la Sombra sólo intente despistarnos e intente de nuevo algo contra los pueblos de la Tierra Media. Ojalá pudiera ver cuando.
Glorfindel asintió.
-Eso quisiéramos todos, amigo mío. Y precisamente porque no sabemos cuando ni dónde volverá a atacarnos, debemos permanecer en guardia.
-Tú lo has dicho, Glorfindel. Permaneceremos en guardia, más cuando ya ninguno de los tres reinos del Norte sobrevive como tal. Larga será la espera, me temo, hasta que realmente veamos libre de la Sombra la Tierra Media -sentenció Elrond mientras su mirada gris adquiría un brillo profundo.
-Y cuando llegue el momento, estaremos preparados, Elrond -sentenció Glorfindel.
Mientras la conversación de Elrond y Glorfindel adquiría semejantes términos, Celebrían seguía persiguiendo al pequeño diablillo que escasos instantes antes había protagonizado lo que Glorfindel había descrito como un intento de vuelo sin alas. La pequeña, lejos de hacer caso a su orden de dirigirse a su habitación, había tomado una nueva dirección y en aquellos momentos, correteaba por Rivendel juguetona, escondiéndose y apareciendo ante la dama mientras lanzaba pequeñas risas divertidas, hasta que estuvo a punto de chocar con alguien que caminaba tranquilamente y que apenas tuvo tiempo de pararla agarrándola por los hombros.
-Quieta, pequeña.
Naurloth frenó en seco y miró la aparición vestida de azul marino, con sus largos cabellos oscuros flotando a su espalda. Arwen Undómiel sonrió divertida mientras observaba como su madre seguía a la pequeña elfa.
-No deberías correr así si no quieres causar algún accidente, Naurloth.
La elfa sonrió. Le gustaba la hija de Elrond y tendió las manos hacia ella para que la tomara en brazos.
-¿Juegas conmigo?
Arwen la tomó en brazos al tiempo que Celebrían llegaba a su altura.
-¿Qué has hecho esta vez, Naurloth?
La respuesta fue una carcajada. Celebrían suspiró.
-Aparte de merodear como siempre al lado de tu padre, demostrar a Glorfindel que es una descarada.
-¿Eso has hecho?
Naurloth sonrió y hundió su rostro en el hombro de Arwen. La Estrella de la Tarde vio como su madre, pese a todo, sonreía. Al fin y al cabo, todo el mundo en Rivendel se mostraba comprensivo con aquella pequeña. Apenas hacia dos meses que vivía entre ellos y había costado casi todo ese tiempo que sonriera. Oírla, aunque fuera a causa de una travesura, reír, era alivio para todos y tanto Arwen como Celebrían entendían que Elrond estuviera siendo relativamente muy liberal con ella, que la dejara corretear por cualquier lugar y que incluso, las más de las veces, apareciera jugueteando en sus habitaciones. La pequeña se había aferrado a Elrond como a ningún otro habitante de Rivendel, como si la vida le fuera en ello. Arrancarla del lado del Señor de Rivendel resultaba una tarea casi imposible si no era Celebrían o la misma Arwen quienes lo hacían y esta última notó como la pequeña se agarraba a su cuello y volvía a preguntar:
-¿Juegas conmigo?
-Si prometes portarte bien, jugaremos.
La pequeña pareció pensar sus palabras. Finalmente sonrió a modo de respuesta afirmativa y Arwen la depositó en el suelo. La tomó de la mano, y tiró de ella. Sin decir palabra, Arwen miró a su madre y asintió en silencio. La Dama sonrió, pero no apartó la mirada de ambas mientras caminaba siguiéndolas
Recordaba perfectamente el día en el que un mensajero de Cirdán había traído consigo a Naurloth con un mensaje del Señor de los Puertos Grises y una carta para Elrond, solicitando su ayuda. Arrancar una palabra de labios de la pequeña, había costado más de una semana y conseguir que aceptara a los habitantes de Rivendel como compañeros, casi un mes. El mensaje de Cirdán había sido muy claro y en él se explicaba que Naurloth había llegado a los Puertos Grises desde un asentamiento elfo de Forlindon, que había sido arrasado por una partida de orcos que había descendido desde las Montañas Azules. Los pocos sobrevivientes del asentamiento habían conseguido alcanzar los Puertos Grises con penas y trabajos y con una carta para Elrond, de la que Cirdán desconocía el contenido y la solicitud de que la pequeña fuera trasladada a Rivendel. El día que había llegado Naurloth, Celebrían había podido contemplar en sus ojos el rastro de lo que había vivido. Aunque ahora fuera una traviesa elfa que correteaba por Rivendel, una sombra de dolor seguía ahí presente y temía que con el tiempo, la elfa se endurecería... porque los acerados ojos de Naurloth habían visto mucho y amenazaban con endurecerse aún más.
De repente, la voz de Naurloth se elevó mientras caminaba cogida de la mano de Arwen.
-¿Por qué te llaman Undómiel?
-Porque dicen que soy la Estrella de la Tarde de nuestro pueblo, Naurloth. Muchos dicen que les recuerdo a Lúthien Tinúviel, que soy su viva imagen.
-¿Conoces la historia de Lúthien Tinúviel? -preguntó Celebrían
La elfa no respondió inmediatamente. Y justo cuando Arwen estaba a punto de empezar a hablar, su voz se elevó limpia y clara, con un tono increíblemente bello.
-Las hojas eran largas, la hierba era verde,
las umbelas de los abetos altas y hermosas
y en el claro se vio una luz
de estrellas en la sombra centelleante.
Tinúviel bailaba allí,
a la música de una flauta invisible,
con una luz de estrellas en los cabellos
y en las vestiduras brillantes.
Allí llegó Beren desde los montes fríos
y anduvo extraviado entre las hojas
y donde rodaba el Río de los Elfos,
iba afligido a solas.
Espió entre las hojas del abeto
y vio maravillado unas flores de oro
sobre el manto y las mangas de la joven,
y el cabello la seguía como una sombra.
Madre e hija la contemplaron sorprendidas. Jamás en Rivendel se había oído a ningún elfo cantar la historia de Beren y Lúthien con aquella voz prodigiosa que surgía de la pequeña elfa. Naurloth se calló.
-¿Y también te enamorarás de un edain como Lúthien?
Arwen se rió.
-Nunca se sabe, Naurloth.
-¿Quién te ha enseñado a cantar así, Naurloth? -preguntó Celebrían.
La elfa miró a la dama. La alegría desapareció de su rostro y sus ojos acerados se endurecieron.
-Atto3
Simplemente pronunció aquella palabra. Soltó a Arwen, se volvió hacia Celebrían y se echó en brazos de la Dama, rompiendo a llorar. Celebrían la abrazó mientras trataba de tranquilizarla, susurrándole al oído tiernas palabras. Pero en el fondo de su corazón, sabía que el dolor de Naurloth tardaría mucho en consolarse y tal vez, jamás lo sería del todo.
1 Naurloth: Flor de fuego
2 Alassië nar i hendu i cenantet: Dichosos son los ojos que te ven
3 Atto: Papá
CAPITULO 2. LOS GEMELOS
Año 2124 de la Tercera Edad
Todo el bosque se había teñido con los colores del otoño. Dorados, verdes y rojos se mezclaban en una explosión de color de una maravillosa y vistosa contemplación y el viento, que empezaba a ser realmente frío, anunciaba que el invierno no tardaría en llegar, mientras el sol brillaba en lo alto del cielo, marcando el punto de inflexión del día.
Arahael se arrebujó en su capa de colores pardos y guió a su corcel de hirsutas crines a través del sendero, siguiendo a los dos jinetes que le precedían. Siempre le gustaba volver a Rivendel, donde había pasado su infancia y donde podría disfrutar de cierto descanso. Tras él, dos jinetes más lo seguían, compañeros suyos, fieles y leales, que como él, deseaban llegar cuanto antes al abrigo de la Última Morada y descansar.
Unas voces y risas empezaron a escucharse flotando entre los árboles Los dos jinetes que encabezaban la marcha, se rieron al escucharlas. Uno de ellos, el más próximo a Arahael, se volvió y desde las profundidades de su capucha, dijo:
-Bienvenido a Rivendel, de nuevo, Arahael, hijo de Aranarth.
El dúnadan sonrió y saludó con un movimiento de cabeza las palabras. El Capitán de los Dúnedain incluso se permitió una pequeña risilla.
-Gracias, Elrohir, pero aún reconozco el lugar donde crecí.
Las risas de Elrohir y Elladan, que encabezaban la marcha, corearon la de Arahael. Era una pequeña broma particular entre los tres que cada vez que Arahael volvía a Rivendel, los gemelos le hacían y la había esperado todo el día.
Las risas y voces se elevaron, saludando a los viajeros y Rivendel apareció ante sus ojos, cálida y bella visión que provocó un espoleo de los corceles y acució la prisa por llegar.
Nada más pisar el suelo, varios elfos les salieron al encuentro, recibiéndolos con alegría. Arahael se sintió aliviado, aún cuando apenas hacía unos instantes que pisaba la Última Morada. Viejos amigos los recibieron afectuosamente y mientras Elladan y Elrohir dejaron caer sus capuchas y exhibieron sendas sonrisas de alegría.
Pocos hubieran podido diferenciar a los gemelos, uno del otro. Como dos gotas de agua, los hijos de Elrond y Celebrían, de negros cabellos y ojos grises, vestían ropas de colores verdes bajo sus mantos grises y exhibían los bellos rostros de los elfos. Habían vuelto a casa en busca de solaz y descanso y sus ojos chispearon al ver a sus amigos y las sonrisas afloraron en su rostro. Y la alegría se elevó en grado sumo cuando la resplandeciente y bellísima presencia de su hermana Arwen, se personó ante ellos.
-Mae govannen -saludó la deliciosa voz de la Estrella de la Tarde.
Arahael, por detrás de Elladan y Elrohir, sonrió al verla, mientras los gemelos iban a su encuentro y la saludaban. Sus dos compañeros, por detrás, quedaron sobrecogidos ante su belleza, incapaces de decir más, cuando un terremoto salió por detrás de Arwen, cruzó por entre los gemelos y se quedó plantado ante Arahael, clavando unos ojos acerados sobre el dúnadan por un instante y volvió corriendo hasta Arwen, parapetándose por detrás de ésta.
Elladan y Elrohir contemplaron con sorpresa el terremoto que se escondía tras las vestiduras de su hermana.
-¿Y tú quién eres? -preguntó uno de ellos doblándose para quedar a su altura.
Naurloth, pues era ella, miró fijamente al recién llegado, frunció el ceño y se parapetó totalmente tras Arwen, ocultándose. Pero el recién llegado insistió y se movió para seguir viéndola.
-Elladan, la asustarás -advirtió divertida Arwen -. Su nombre es Naurloth. Vamos, pequeña, este es Elladan y este de aquí -señaló a su gemelo -, es Elrohir. Son mis hermanos.
La elfa miró a Elladan y luego a Elrohir concienzudamente. Que se parecían a Elrond y a Arwen era tan evidente que incluso a Naurloth, que jamás los había visto, pese a su comportamiento, se había dado cuenta. Miró a Arwen y tirando de la manga de su vestido, reclamó su atención.
-¿Y él?
Arahael sonrió al oír como la elfa reclamaba una presentación sobre su persona. El dúnadan se adelantó hasta ella y dijo:
-Arahael, hijo de Aranarth a tu servicio.
Naurloth clavó sus ojos acerados de nuevo sobre el rostro del dúnadan. Arahael mantuvo la mirada durante el escrutinio, divertido ante el comportamiento de la elfa. Que era una noldo era evidente a los ojos de Arahael, que se había criado entre los elfos de Rivendel y que no era natural de aquel lugar lo confirmaban la sorpresa de Elladan y Elrohir al verla. Pero algo en la manera en qué hablaba, un ligero matiz en su acento, también le informaba de su origen. Reconoció el ligerísimo acento que los elfos de Lindon conservaban cuando hablaban y que los meses en Rivendel no habían logrado borrar del todo. Y aunque fuera difícil explicar, también adivinó un orgullo que el tiempo elevaría en el espíritu de la pequeña. Ella sonrió levemente, salió de su escondite tras Arwen y se acercó a Arahael. Todos la observaban amagando sonrisas, elfos y hombres, al contemplar la curiosa estampa que se producía: el Capitán de los Dúnedain, descendiente de reyes y bravos guerreros inclinado ante una pequeña elfa noldo.
-Naurloth -se presentó a sí misma.
-Bonito nombre -alabó el dúnadan.
La elfa pareció pensar el halago de Arahael. Finalmente, sonrió, miró un instante a Arwen y dijo con su voz infantil cuando Arwen le hizo una seña con la cabeza:
-El señor Elrond te espera.
Arahael se enderezó sonriendo. Miró al resto de elfos y siguió a Arwen cuando esta le mostró el camino con una leve indicación. Pero Naurloth lo miró mientras se alejaba, seguido de sus hombres y los elfos. Elladan se retrasó un instante, la miró y le hizo una seña para que los siguiera. La elfa dudó un instante en seguirlos. Pero la perspectiva de corretear entre los Dúnedain y los hijos de Elrond pudo más. Así que corrió hasta Elladan, que la esperaba, lo miró fijamente y dijo:
-Te pareces mucho al señor Elrond.
-Gracias -respondió cortés Elladan y divertido -. Lo considero un cumplido.
Le tendió la mano. La elfa la estrechó y lo siguió a través de Rivendel, encaminándose hasta donde su padre los esperaba.
Para cuando Elladan llegó, los demás ya estaban saludando a Elrond. Casi al mismo tiempo que entraban, Naurloth se soltó y corrió hasta Arwen, parapetándose tras ella, para ver y oír lo que allí se dijera, mientras Elrond hablaba con Arahael.
-¿Habéis tenido buen viaje?
-Sin incidencia alguna -respondió Arahael -. Incluso demasiado tranquilo, diría yo.
-Lo cual es una buena noticia... aunque nunca se sabe lo que puede encontrarse uno por el camino.
Elrohir, que estaba junto a Arwen, miró de reojo a la pequeña y le guiñó un ojo. Naurloth parpadeó sorprendida. El medio elfo miró entonces a su hermana, que se había dado cuenta de su gesto y sonreía. Se acercó a ella y en un susurro, preguntó:
-¿De donde ha salido?
-Más tarde te lo explico -concedió.
Mientras, Naurloth no despegaba su mirada de Elrohir, sin prestar atención a las palabras de Elrond ni de Arahael y de vez en cuando miraba también de reojo a Elladan. A los ojos de la pequeña, que nunca había visto gemelos de su raza, resultaban fascinantes. Como dos gotas de agua, tan parecidos que muchos prácticamente no podían diferenciarlos, los escrutaba una y otra vez mientras oía las voces de Elrond y Arahael.
-... apenas hay incursiones orcas estos últimos meses, pero nunca podemos bajar la guardia.
Las palabras de Arahael llamaron la atención de Naurloth.
-Es bien cierto. Nunca podemos bajar la guardia. El Enemigo tiene muchas formas y no sabemos como ni cuando volverá a aparecer. Pero ahora estáis aquí. Imladris os acoge alegremente y espera que vuestra estancia sea un bálsamo para vuestro cansancio.
La pequeña elfa tiró de la manga de Arwen. Ella la miró.
-¿Ellos también se vienen a vivir aquí?
Arwen sonrió.
-No... sólo vienen a descansar.
-¿Y se irán pronto?
-Nunca se sabe, pequeña.
En aquel momento, Celebrían entró seguida de dos doncellas. Arahael saludó a la dama con una inclinación de cabeza, así como sus dos acompañantes.
-Mae Govannen, Arahael. Me alegra volver a verte.
-Mi señora, es un placer veros de nuevo.
La Dama de Rivendel sonrió. Elrond hizo una seña con la cabeza a su esposa. Sin mediar palabra alguna, Celebrían entendió el mensaje y con sus gráciles movimientos, señaló la salida y añadió.
-Vamos, seguro desearéis cambiar vuestras ropas y poneros cómodos. Mis doncellas os mostrarán vuestras habitaciones.
Era una invitación clarísima para abandonar la estancia. Todos, excepto Arahael, se encaminaron hacia fuera, mientras Celebrían cerraba la marcha. El Capitán de los Dúnedain, una vez a solas con Elrond, miró al Señor de Imladris. Éste le señaló un sitial, invitándole a tomar asiento mientras hacia lo propio en el suyo. Arahael lo contempló. El rostro intemporal de Elrond asumió una expresión de curiosidad.
-Ciertamente, no esperaba que vinieras esta vez.
-Mentiría si dijera que la tentación de pasar una temporada en Rivendel ha sido la única causa por la que he viajado hasta aquí. Ha sido otro el motivo por el que me ha impulsado a abandonar el Norte.
-Dime, entonces, lo que te ha impulsado a esta visita.
El dúnadan se acomodo en el sitial.
-Lo que he dicho antes, es cierto: apenas hay incursiones en el Norte, pero mi gente ha comprobado que algunas huestes orcas se han aposentado en las Montañas Nubladas e incluso, algunas hemos constatado que se han movido hacia las Ered Luin.
-Por desgracia, sé bien que algunas de esas criaturas execrables se han movido hacia las Ered Luin... pero no creo que bajen demasiado hacia el sur. Los Puertos Grises son demasiado poderosos aún para ellos.
-Sin embargo, esta aparente paz no me gusta -arguyó Arahael -. Es como si algo se preparara y nos hubieran dado aparentemente un respiro.
-Curiosas resultan tus palabras... opinas lo mismo que Glorfindel. Es por eso que no debemos bajar la guardia...
De repente, un susurro alertó a ambos de que no estaban solos. Elrond enarcó una ceja. Arahael, estuvo a punto de levantarse de un salto del sitial. Elrond se volvió.
-Naurloth...
Una risilla se oyó por detrás de una cortina. La cabellera negra de la elfa asomó un instante. Elrond se levantó y se acercó hasta la cortina. La apartó y la elfa apareció tras ella. El Señor de Imladris la miró serio. Hubiera jurado que había salido tras Arwen.
-Sabes perfectamente que no deberías estar aquí.
La elfa exhibió una sonrisa traviesa. Elrond señaló la puerta. La elfa corrió hasta ella y desapareció. Elrond suspiró.
-A veces creo que luchar contra un orco sería más fácil que controlar a esa pequeña.
Arahael estalló a carcajadas de repente.
-Mi seño Elrond, ¿tan difícil resulta?
Elrond sonrió, pese a todo.
-Arahael, a veces envidio a los hombres... crecéis muy rápido.
El dúnadan sonrió recordando su infancia en Rivendel. Se levantó del sitial.
-Me retiro, si me lo permites.
El Señor de Imladris asintió con la cabeza. Pero antes de que saliera de la sala Arahael, dijo:
-Si vuelves a ver a mi revoltosa pupila, mándala a su habitación...
-Así lo haré, descuida.
Mientras Arahael dejaba a Elrond, Arwen, Elladan y Elrohir conversaban paseando por Rivendel.
-¿De dónde ha salido esa pequeña? -preguntó Elladan.
-Llegó hace unos meses desde los Puertos Grises. Cirdán nos la envió. Atacaron su casa y por lo que explicaba en su carta, le encomendaron enviarla hasta aquí. Es un terremoto -acabó Arwen sonriendo.
-Lo parece... me pregunto por donde debe andar ahora -observó Elrohir.
Arwen miró hacia atrás. Volvió a mirar a sus hermanos y dijo:
-Nos está espiando. Viene por detrás. Creo que le resultáis curiosos.
Los gemelos sonrieron. Elladan se volvió y poniéndose en jarras, se paró y miró a su perseguidora.
-Vamos, aquí te enteraras de lo que hablamos y desde ahí no.
Naurloth, que espiaba por detrás de una columna después de haber sido expulsada por Elrond de su gabinete, frunció el ceño pero salió de su escondite y trotó hasta los tres hermanos. Elladan le tendió la mano. La pequeña la estrechó y reiniciaron la marcha.
-Creía que estarías en Lothlórien -dijo Elrohir mirando a su hermana.
-Al final decidí quedarme un tiempo más -y miró a la pequeña que seguía a Elladan y estaba pendiente de ellos.
-¿Cómo es Lothlórien?
-El lugar más hermoso de la Tierra Media para muchos -contestó Arwen.
-¿Más que Rivendel?
Los gemelos sonrieron.
-Sí, en muchos aspectos -contestó Elrohir.
La pequeña pareció pensar la respuesta. Miró a Elladan, tiró de su mano, para reclamar su atención y dijo:
-¿Algún día podré ir?
-Cuando quieras.
La tarde había empezado a declinar. Los gemelos y Arahael estaban charlando tranquilamente en un claro de Imladris, tranquilos y relajados cuando Celebrían apareció de improviso en el claro, seguida de dos elfas más. Elrohir, el menor de sus hijos, se acercó a su madre y preguntó al ver el gesto de decepción que cruzó su rostro:
-¿Ocurre algo?
-¿No habréis visto a Naurloth por aquí?
-¿Naurloth? -repitió Elrohir -. No, no la hemos visto.
La elfa suspiró.
-¿Ocurre algo? -se interesó Arahael.
-Nada. Sólo que ha vuelto a desaparecer como ya viene siendo habitual... y comienza a ser exasperante.
-¿Siempre desaparece? -preguntó Elladan.
-Siempre que le place y has dejado de vigilarla un instante. No está con tu padre, así que tendré que ir hasta la forja... a ver si está en ella.
-¿La forja? -se interesó Arahael sorprendido -. ¿Y qué haría una elfa tan pequeña en ella?
Celebrían se permitió una risilla. Sus damas sonrieron por detrás.
-Os sorprenderá, querido Arahael, pero Naurloth tiene predilección por la forja y todo lo que la rodea. Si no está con mi esposo, corretea por ella. Y ya que Arwen tampoco la ha visto desde este mediodía, sospecho puede estar en ella. Así que si me permitís, me acercaré para ver si la encuentro -dijo mientras empezaba a caminar.
Pero Naurloth no estaba en la forja, ni con Elrond ni con Arwen. Estaba espiando a Glorfindel, que leía en un rincón, semi-oculto a los ojos de todos y aparentemente abstraído de cuanto lo rodeaba. La elfa espiaba escondida tras unos arbustos, mientras el elfo pasaba página. Le había tomado cierta estima a Glorfindel, aunque nunca se acercaba del todo a él. Parecía tenerle miedo. El noldo sabía que ella estaba allí, pero aparentaba no saberlo, y aunque estaba sorprendido por el hecho de que no estuviera siguiendo a Elladan y compañía, la novedad desde que habían llegado, en cierta manera se enorgullecía que aquella tarde, Naurloth lo hubiera escogido a él como objeto de sus pesquisas.
Volvió a pasar página y levantó un instante la mirada para ver donde estaba la elfa. Esta se acurrucó aún más tras los arbustos.
-¿Piensas estar mucho rato ahí?
Naurloth ni siquiera respiró al oírlo. Glorfindel sonrió divertido.
-Te lo digo porque desde aquí, la vista es mejor que desde donde estás.
La elfa asomó un poco por detrás del arbusto. Sus cabellos negros brillaron cuando la luz del sol los acarició. Finalmente, se acercó, casi furtivamente y se sentó al lado de Glorfindel pero separada de él. El elfo no se movió y siguió leyendo. Naurloth estiró la cabeza para saber que leía. De repente, el elfo de cabellos dorados la miró, e hizo una seña para que se acercara. La pequeña se lo pensó y finalmente, se sentó a su lado. Glorfindel sonrió triunfante. Naurloth lo miró.
-No eres como los demás.
-¿No? ¿Por qué dices eso? -preguntó burlón Glorfindel.
Naurloth entrecerró los ojos. Su rostro adquirió una expresión de profunda concentración.
-Porque te veo diferente a los demás.
El elfo se rió.
-¿En qué sentido?
La pequeña pareció pensar en la respuesta. Frunció el ceño. Estaba claro que no sabía explicar la sensación que le producía Glorfindel. Se encogió de hombros.
-No eres como los demás... porque tu luz se ve diferente.
-Muchos afirman que es diferente. Es una vieja historia. Tal vez te la cuente un día.
Naurloth lo miró seria.
-Entonces, tal vez yo te cuente la mía un día.
Esta vez el sorprendido fue Glorfindel al oírla. Y justo cuando estaba a punto de preguntar a qué se refería, la voz de Elladan, el mayor de los gemelos, los interrumpió.
-Así que estaba contigo...
Ambos lo miraron. Elladan se acercó hasta ellos y sonriendo, se inclinó hacia Naurloth.
-Te están buscando... desde hace un buen rato.
La elfa sonrió un instante, y su rostro asumió una expresión traviesa. Sus ojos acerados brillaron y se rió juguetona.
-Creo que ya sabe quién la buscaba -sonrió Glorfindel -. Esta pequeña es demasiado traviesa...
Naurloth se levantó de un salto y correteó hasta el arbusto donde se había escondido anteriormente. Glorfindel y Elladan la siguieron con la mirada.
-Yo que tú, la seguiría inmediatamente -advirtió Glorfindel -, o corres el riesgo de perderla.
Elladan le guiñó el ojo a Glorfindel y dijo en voz alta:
-¿Hay alguien por aquí que quiera venir conmigo hasta el vado?
-No te lo aconsejo, a tu madre no le agradará -susurró Glorfindel intentando detenerlo. Pero ya era demasiado tarde. Naurloth salió de detrás del matorral y antes de que acabara de hablar Glorfindel, estaba tirando de la manga de Elladan.
-Yo quiero ir.
-Pues en ese caso, nos vamos -dijo mientras miraba a Glorfindel asumiendo su pequeño error. Tendió la mano a la pequeña y esta le estrechó -. Hasta luego, Glorfindel.
Naurloth sonrió a Señor de la Flor Dorada y se alejó siguiendo a Elladan. Glorfindel se levantó. Sería mejor avisar de con quién estaba la pequeña si no quería asistir a un enfado monumental de Celebrían, y se fue en busca de la Dama. Mientras, Naurloth, cogida de la mano de Elladan, empezó a canturrear. El medio elfo la miró de reojo y sonrió. Reconoció la tonada, aunque la elfa la cantaba muy baja. Al tomar el camino hacia los establos, se encontró con Arahael, también inmerso en la búsqueda de la pequeña.
-Veo que ya la has encontrado.
-Estaba con Glorfindel. Y ahora nos vamos al vado.
-¿Quieres venir? -invitó Naurloth de improviso.
El dúnedan se lo pensó.
-Esta bien. No me irá mal un paseo.
El trío, se dirigió hacia los establos de nuevo y antes de llegar, la voz de Naurloth volvió a elevarse.
-¿Eres un dúnadan?
Arahael sonrió.
-Sí, lo soy.
Elladan, divertido ante la pregunta y consciente que Naurloth no tenía porque saber de donde venía Arahael ni quién era en realidad dada su edad y de donde provenía, añadió:
-Arahael es el Capitán de los Dúnedain, Naurloth.
La elfa pareció meditar la revelación mientras caminaba.
-Lejos está tu casa entonces.
-Sí, un poco. ¿Y la tuya?
-No... mi casa ya no está lejos. Ahora mi casa es esta -respondió seria.
-¿Y te gusta? -preguntó Elladan curioso.
-Sí, me gusta -pero dejó la respuesta en suspenso y aparentemente, se ensombreció su rostro.
La elfa tiró súbitamente de la mano de Elladan y lo conminó a seguir hacia los establos, arrastrándolo consigo. Los siguió hasta ellos. Y mientras el medio elfo y el dúnadan ensillaban sus corceles, los observaba en silencio, atenta a sus movimientos. Justo cuando Elladan acabó, se volvió hacia ella y le hizo una seña. La elfa corrió hasta él y la aupó hasta la silla. Arahael, que ya había montado en su caballo, se encaminó hacia fuera mientras Elladan tiraba de las riendas y hacia lo propio con el suyo. Una vez fuera, montó tras la pequeña y tomaron el camino hacia el vado.
-Hermoso día de otoño -se permitió Arahael mientras abría la marcha -. Me recuerda mi estancia aquí.
-¿Has vivido en Rivendel? -saltó de golpe Naurloth.
Arahael sonrió. Miró hacia atrás, clavando sus ojos grises sobre la pequeña elfa que lo miraba entre los brazos de Elladan.
-Sí, pequeña, me crié aquí.
Naurloth volvió la cabeza hacia Elladan.
-¿Yo me puedo quedar todo lo que quiera?
-Por supuesto.
-¿Y podré ir al vado siempre que quiera contigo?
-También.
La pequeña sonrió. A medida que se adentraban en el bosque, Elladan espoleó a su caballo con premura, seguido de Arahael. Un buen rato después, llegaron al vado del Bruinen, donde el río seguía su curso mansamente. Elladan desmontó y ayudó a la pequeña, que inmediatamente corrió hasta el agua. Arahael se les unió. De repente, la voz de Naurloth se elevó por encima del rumor del río.
-¿Cómo es tener un gemelo?
-No te lo puedo explicar... no sé que es no tenerlo -contestó Elladan.
La elfa tomó un guijarro de la orilla, lo examinó y lo lanzó al agua.
-En mi familia también los ha habido... pero yo no los conocí.
Elladan frunció el ceño. No era muy normal la existencia de gemelos entre su gente. Incluso Arahael se sorprendió ante el comentario de la pequeña.
-¿Los ha habido? -repitió Arahael.
Naurloth lo miró.
-Sí, los hubo.
-¿Y dónde están?
La pequeña tomó otro guijarro y lo sopesó.
-Palan4...
Lanzó el guijarro, se volvió y correteó hasta Elladan sonriendo.
-¿Jugamos?
Y estalló en carcajadas mientras salía corriendo hacia el bosque.
Celebrían se acercó silenciosa hasta Elrond y Glorfindel, que charlaban despreocupadamente a la luz de las velas. El Señor de Rivendel le tendió la mano, la dama la estrechó y Elrond se la llevó hasta los labios para besarla.
-¿Ya has conseguido que se fuera a dormir?
-Sí... aunque ha costado lo suyo... creo que la próxima vez, serán Elladan y Elrohir los encargados de intentar que se acueste... me la han alborotado tanto que era casi imposible lograr que se acostara. He tenido que contarle tres historias diferentes para lograrlo.
Glorfindel se rió. Elrond sonrió divertido. Celebrían se sentó a lado de su esposo, que aún mantenía su mano en la suya; su cabello plateado brilló a la luz de las velas y su belleza pareció iluminar la estancia.
-Bueno, no te preocupes, se le pasará. Creo que todos, excepto Glorfindel, por el que parece sentir fascinación, hemos sufrido ese periodo de examen e interés.
-Querido Elrond, te participo que he conseguido que incluso se siente a mi lado -anunció Glorfindel con una sonrisa de triunfo- después de cinco meses de intentarlo.
-¿Y cuándo ha sucedido ese hecho extraordinario? -interrogó el medio elfo.
-Esta tarde. Parece que está dejando de tenerme miedo.
Celebrían se recostó sobre el hombro de Elrond y dijo burlona:
-Fantástico. Ahora te utilizaré de niñera.
-Celebrían... perdería a un guerrero -apuntó el Señor de Rivendel divertido.
-Ríete, Elrond, pero Glorfindel resultaría una niñera excelente.
El aludido arqueó una ceja. La perspectiva de controlar a tan revoltosa criatura lo asustó más que una docena de orcos.
-No, por favor. No me creo capaz de semejante proeza.
Los tres empezaron a reír. Una sombra se perfiló a su lado y Arahael se acercó.
-Buenas noches a todos.
-Arahael, ya que estás aquí, ¿te ofreces como niñera? -lo asaltó Celebrían divertida.
El dúnadan ni siquiera se inmutó. Simplemente sonrió.
-Creo que no es necesario, mi señora. Para ello ya tenéis a Elladan y Elrohir. Acabo de verlos persiguiendo a vuestra revoltosa pupila.
Celebrían y Elrond, aunque más la primera que el segundo, asumieron una expresión de "ya empezamos". Glorfindel empezó a reírse. Y en aquel momento, unas risas escandalosas los asaltaron por detrás. La voz de Elrohir llamando a su hermano se elevó más de la cuenta y la risa de Elladan y de Naurloth corearon unidas. Los tres se levantaron y seguidos de Arahael, se dirigieron hacia el alboroto. La escena con la que se encontraron no pudo ser de lo más chocante: Elladan se reía a mandíbula batiente mientras su hermano trataba infructuosamente de agarrar a la elfa, que correteaba aquí y allí. Celebrían suspiró. Elrond, pese a que una sonrisa pugnaba por surcar sus labios, decidió imponer el orden.
-Naurloth, deberías estar en la cama...
La elfa frenó en seco, se volvió y al verse sorprendida por tan augusto público, corrió a refugiarse tras Elladan, que parecía ser el cómplice de su travesura y la tomó en brazos.
-Creo que nos han descubierto -susurró divertido.
Elrond miró al mayor de sus hijos.
-Como que veo que os lleváis muy bien, te tocará a ti conseguir que se duerma. Y creo que te va a costar.
Su hijo asintió aceptando la reprimenda, aunque sonreía. El Señor de Rivendel se volvió entonces hacia Elrohir. Antes de que llegara a decir algo, el menor de los gemelos claudicó.
-De acuerdo, yo también voy...
Los tres se alejaron. Arahael, hasta entonces en un segundo plano, preguntó:
-¿De dónde ha salido?
-De Forlindon -respondió Elrond.
-E aquí la respuesta al enigma -observó Arahael.
-¿Qué enigma? -preguntó Celebrían.
-Su acento -respondió de golpe Glorfindel -. Aún mantiene algunos trazos de su acento.
El dúnadan se cruzó de brazos.
-Y no sólo eso -dejó escapar enigmático.
Los tres lo miraron fijamente. Esta vez, ni siquiera Glorfindel captó a qué se refería.
-¿Cómo dices? -preguntó Celebrían.
-Es curioso que tan pequeña... y ya demuestre el orgullo de su estirpe. Es noldo, no cabe duda.
Elrond entrecerró los ojos, pensando en las palabras de Arahael.
-En otra época, tus palabras me hubieran preocupado... pero ahora sólo me producen cierta alegría... y añoranza a la vez.
Celebrían estrecho su mano. Una mirada entre ambos se cruzó. Una mirada que decía mucho, aunque sólo era para ambos comprensible.
-Pobre Naurloth... tan pequeña y ya con tanto sufrimiento a su espalda -suspiró la Dama.
-¿Qué le ha pasado? Porque en sus ojos, una pizca de tristeza se entrevé, pese a todo.
-Naurloth proviene de Forlindon, Arahael. Su morada fue destruida por una incursión orca hace unos meses y Cirdán de los Puertos Grises nos la envió para que cuidáramos de ella. Lo ha perdido todo, familia, conocidos, casa... no le queda nada. Puede que la veas ahora corretear detrás de mis hijos, y reírse ante las bromas y hacer travesuras. Pero aún siendo tan pequeña, puesto que apenas tiene quince años, ha sufrido mucho más de lo que nadie desearía a un niño, incluso a un adulto. De ahí proviene esa tristeza que asoma de vez en cuando en sus ojos -explicó Elrond.
Arahael pareció pensar en las palabras de Elrond.
-Extraño, pues, será su destino... porque me temo esa tristeza la endurecerá con el tiempo.
Glorfindel suspiró.
-Ojalá tu augurio no sea cierto, Arahael. Porque esa dureza puede que la haga aún más orgullosa. Y el orgullo, en nosotros, los noldor, no siempre lleva a buen puerto.
4 Palan: Aquí está traducido como lejos (quenya).