Me dirijo a los fenómenos: De cómo surgió el proyecto
Esta serie de narraciones y relatos que aquí y ahora empiezan forman parte de un proyecto antiguo. A riesgo de parecer pedante (¡espero que no!), quiero comentar un poco de dónde viene todo esto. Creo que fue hace unos tres años cuando en el foro, aún único, de elfenomeno.com apareció una petición formulada por una fenómeno de nick "Thirvia". Thirvia pedía un argumento para poder hacer un cómic basado en la obra de Tolkien, puesto que ella estudiaba para ilustradora (ahora creo que ya ha terminado). Podéis ver algunos de sus -magníficos - dibujos en el apartado correspondiente en la sección Tolkien de elfenomeno.
Casualmente yo tenía un argumento dándome vueltas por la cabeza y me puse en contacto con ella. Nos pusimos de acuerdo y empezó un proceso de preparación y preproducción del cómic. Lamentablemente, y después de varios meses, este proceso no prosperó por diversas circunstancias.
Una de ellas, probablemente, fue mi idea de dar a mi argumento para el cómic un trasfondo histórico para hacerlo creíble, un poco como Tolkien mismo. Esta idea provocó que se pospusiera indefinidamente la construcción del guión del cómic para dar tiempo a la preparación de un "Silmarillion" particular (con perdón por tal metáfora desafortunada), y con ello todo el proyecto se volvió un monstruo que agotó un poco nuestros ánimos.
Hace tiempo que Thirvia y yo hemos perdido el contacto, así que aprovecho desde aquí para mandarle un cálido saludo si es que todavía nos lee a todos nosotros, y de paso añadir que para cualquier duda, petición, saludo (o reproche), mi mail es emore_007@hotmail.com.
Por el aniversario de la web, el año pasado, envié al Equipo a modo de disculpa (por no poder asistir a la fiesta-reunión) dos relatos que pertenecen a toda esta visión particular mía de la Tierra Media. Uno de ellos, Ekaloy, ya está colgado en la sección, aunque queda un poco apartado de la narración principal; por esta razón se ha colgado antes.
La cuestión es que la gente de elfenomeno me animó a publicarlo todo, puesto que parecía que lo del cómic quedaba aparcado definitivamente.
Y ahora me propongo hacerlo.
Una vez aclaradas estas cuestiones, deseo remarcar que lo que aquí sigue son las páginas que conforman mi "Silmarillion" particular (otra vez perdón por la metáfora, es para entendernos). Más adelante, con suerte, pueda conformar un relato-novela con el argumento del (en apariencia) difunto - no nato cómic.
La narración que sigue no es una continuación de la obra de Tolkien, ni tampoco es un conjunto de historias basadas directamente en personajes inventados por Tolkien. Utilizo, eso es verdad, personajes creados por él, y con frecuencia, pero el espacio en el que se mueven es (mayormente) alejado del Oeste de la Tierra Media. En estas Crónicas descubro mi particular visión de las tierras Orientales (y algunas del Sur), que Tolkien dejó (casi a propósito) sin descripción, y de su papel (paralelo) a la historia ya conocida por todos.
Tolkien quería dar una sensación de realidad al lector, al evitar tales descripciones, y lo hacía hablando de lugares lejanos que existen, pero que no han estado explorados y por tanto ni el narrador nos sabe decir qué hay en esos territorios. Quería dejar la descripción de esos lugares para la imaginación del lector.
Yo, precisamente, estoy a punto de destruir esta intención (un poco como Peter Jackson ha hecho al hacer las películas, aspecto por otro lado inevitable), pues aquí pongo mi visión particular de esos territorios. Pero consciente de ello, he intentado dejar los suficientes espacios inexplorados para que esa sensación de enormidad de la Tierra Media no desaparezca. Ojalá lo haya conseguido.
Solamente me queda desear de corazón que os guste como me ha gustado a mí hacerlo e imaginarlo. De todas formas, estoy abierto a críticas de todo tipo (pero que sean constructivas, ¿eh?). Incluso estoy abierto a posibles cambios en el argumento (que dejaría para una revisión posterior de todo ello), si es que hay errores demasiado grandes.
Por último, comentar que si he resultado pedante (a pesar de mi intención de no serlo) al presentar de esta forma este conjunto de relatos, que no son más que unos relatos cualesquiera, pido perdón por ello. Simplemente, me gusta verlos publicados después de haber dedicado tanto tiempo a ellos (y el que dedicaré aún). Espero que mi estilo sepa estar a la altura de los otros relatos, porque hay algunos que, en mi opinión como colaborador en la sección relatos de elfenomeno.com, son pequeñas obras maestras, que incluso merecerían estar publicadas en rústica por una editorial.
De la misma manera, pido un poco de comprensión para las licencias que me he tomado al escribirlos (bastantes) y que sepáis perdonarme las numerosas imprecisiones.
Gracias.
CRÓNICAS DE RHÛN
Prólogo
Un suave viento del Oeste acariciaba los pendones de la Torre. El sol brillaba en lo alto, y en todo momento y lugar se oía la algarabía de la muchedumbre, que disfrutaba de la Fiesta.
Era casi mediodía, un día espléndido de principios de primavera. Viajeros de todas partes llegaban sin cesar a la Ciudad: del Oeste, claro; del Norte y del Sur, por supuesto.
Y, esta vez, también del Este. Por primera vez. Por fin esta palabra recibía su correcto significado, después de tanto tiempo. Todos ellos paseaban por las calles, compraban en los mercados, reían y dejaban a los niños correr y jugar.
Hacía dos días que la Fiesta había empezado, y para aquel día había preparado algo especial. Justo después de las abundantes comidas, todos los participantes estaban invitados, con toda libertad, a asistir a un gran encuentro durante el cual los bardos contarían historias de tierras lejanas hasta el atardecer.
La gente estaba tan a gusto como preparada para escuchar cualquier cosa. Si había aventuras, las disfrutarían. Si había romances, con ellos se emocionarían. Si había peligros, los enfrentarían. Si había tensión, el corazón quedaría satisfecho, como siempre ocurre en tiempos de paz y prosperidad. La gente que, una generación atrás, había temido constantemente por su vida y su libertad, podía ahora encontrar diversión en aquellos hechos trágicos. ¡Qué tan diferentes son los tiempos prósperos de los oscuros!
Aquella tarde, en los prados delante de las Puertas, una muchedumbre venida de todas partes esperaba con despreocupación a los bardos, sus canciones y sus relatos.
En el centro de la descomunal rueda de asistentes, un grupo de ellos se preparaba ya para la larga disertación. Pero antes que sus miradas se posaran en la multitud, un hombre con atuendos reales se aproximó a ellos, miró a su alrededor y habló a la multitud. La gente se fijó entonces en el hombre. Era el escriba del Rey, y las risas menguaron, los murmullos se perdieron y su silencio dejó paso al viento, que pudo oírse por fin. A diferencia de la mañana, ahora soplaba levemente del Este.
- Unas pequeñas consideraciones antes de empezar - declaró el escriba - Lo que esta tarde habéis tenido el gusto de venir a escuchar, y que viene a continuación, son unas Crónicas, agrupadas a partir de los escritos de diferentes autores, reunidos después de varios años de búsqueda. Han sido recopiladas en una serie de tomos, y en sus páginas se habla de la vida y de la muerte, de la felicidad y la tristeza, de hechos heroicos y hechos cobardes, del bien y del mal. Se trata de historias como las que sabéis, iguales en emociones, virtudes y defectos a las vuestras y las de vuestros antepasados, pero diferentes en un punto. Pertenecen a hombres y mujeres, ancianos y niños que no viven en nuestras tierras. Son historias lejanas, aunque próximas; extrañas, aunque comprensibles. Provienen todas ellas de las tierras al Este del Gran Mar, más allá del antiguo Mordor y el Mar de Rhûn. Se cuentan en sus palabras los hechos de los cuales la memoria conserva recuerdo. La intención es, como siempre, no olvidar nada de nuestro pasado. Pero esta vez "nuestro pasado" es el de todos, el de toda persona humana que habite nuestra amada Tierra Media. Porque muchos de nuestros enemigos fueron hombres, y no orcos o trolls. Muchos de ellos fueron reclutados, y no preguntados. Muchos de ellos fueron engañados, y no instruidos. Y ellos también tienen su Historia. Y el mismo derecho a recordarla. Y el mismo derecho a compartirla. Con todos. Así, pues, declaro abierto las narraciones. ¡Que den comienzo los relatos!
El escriba se alisó el vestido de tejido suave y lentamente se alejó hasta un punto determinado del círculo. Luego, uno de los bardos se aclaró la garganta y, con voz solemne, empezó su narración que, a veces cantada y a veces hablada, se extendió por toda la campiña silenciosa. El viento se había calmado.
Un bando fue leído entonces por los bardos, en voz alta:
De Rhûn y las Tierras Orientales en la Segunda y Tercera Edad del Sol
Un Bardo con librea de plata, de voz templada y clara, empezó así:
- Sobre los dominios de Sauron en la Segunda Edad
Durante la Segunda Edad del Sol, después de la derrota inflingida por Gil-galad y los númenóreanos, Sauron apartó su mirada del Oeste, donde colonias númenóreanas empezaban a prosperar. Aunque juró venganza contra Númenor y el Oeste, por lo pronto se centró desde Mordor en las tribus de orientales y haradrim, al este y sur de la Tierra Media.
Su influencia penetró profundamente en estos pueblos y la mayoría se sometieron al Señor de los Anillos. De ellos probablemente surgieron algunos de los Nueve, los Nazgûl, hechizados por los nueve anillos que Sauron había dado a los Hombres, aunque hay quien dice que los Espectros del Anillo son en realidad Númenóreanos Negros.
El dominio de Sauron llegó a casi todas las tierras de Rhûn: hasta las Orocarni, las Montañas Rojas, al este, hasta el mar de Rhûn en el norte y hasta el Próximo y Lejano Harad en el sur, pasando por las tierras de los variags de Khand.
Consiguió someter todas estas tierras durante mucho tiempo, pues aunque la extensión de ellas era muy grande tenía siervos de confianza en situaciones estratégicas, asegurándose así su dominio.
Sus principales siervos eran los Nueve Jinetes, pero estos fueron al oeste...
Un Bardo con librea oscura, de voz profunda y grave, continuó:
- Sobre Jandwathe
Porque a los grandes territorios del este confió su dominio a un ser de las tinieblas, que en forma de vampiro monstruoso impartía el miedo y la obediencia a Sauron en los pueblos orientales. Jandwathe la Tenebrosa era su nombre, una mujer vampiro que descendía, quizá, de la misma estirpe que Thuringwethil, la temible vampira que fue mensajera de Sauron y Melkor en la Primera Edad del Sol, y cuya capa utilizó después Luthien para entrar en Angband.
Jandwathe se instaló en el Último Desierto, una depresión extremadamente árida del norte de Rhûn y al oeste de las Orocarni, hundida en la tierra, tanto que para llegar a ella era de menester atravesar un laberinto de monstruosas formaciones de roca que caían en picado formando profundos precipicios y grietas de vértigo, con caminos inciertos, secretos y traicioneros que sorteaban mil y un peligros. Allí, en lo más profundo de la depresión y protegida por las interminables paredes verticales de roca negra que la rodeaban, se encontraba una gran extensión árida y arenosa, en medio de la cual se elevaba la morada de Jandwathe: la Torre de los Murciélagos.
Durante generaciones y generaciones el poder de Jandwathe fue absoluto, y se procuró de prisioneros y esclavos que la sirvieran en su reino de arena y roca. Se decía que a veces enviaba hordas de murciélagos hasta los pueblos próximos a su territorio y todo aquel que resultaba mordido por ellos quedaba bajo su encantamiento y se dirigía entonces al Desierto para servirla, sometido para siempre a su voluntad. Y así, los sirvientes de la vampira aumentaban, como también el miedo de la gente.
Circulaban leyendas horribles sobre el destino de los desaparecidos que decidían marchar de sus casas misteriosamente, como la creencia que poco a poco perdían la apariencia humana y se transformaban en demonios sedientos de sangre, y por las noches las gentes cerraban a cal y canto sus casas, de puro terror.
Un Bardo con librea esmeralda, de voz jovial y alegre, prosiguió:
- Qufak el Pastor y los Elfos Antiguos
Sin embargo, en aquella época Sauron fue atacado por un enorme ejército de númenóreanos e incomprensiblemente se rindió y permitió que se lo llevaran prisionero a Númenor. Sauron jugó con su astucia para pervertir entonces al pueblo de la isla y propició el Gran Cambio del Mundo y la Caída de Númenor.
No obstante, esto supuso estar ausente en la Tierra Media durante un tiempo, poco más de cincuenta años en realidad, pero fue suficiente para que el peso del poder de Sauron se aligerara de forma mínimamente perceptible.
Y es aquí cuando los cronistas se ponen de acuerdo, y un primer relato aflora a la luz.
Pues sucedió que un día primaveral del 3302 de la Segunda Edad, en un pueblo del norte de Rhûn y próximo al extremo norte de las Orocarni, un pastor de nombre Qufak fue a buscar parte de su rebaño que se había dispersado por los montes bajos que formaban la punta de la cordillera. Sin embargo, una fuerte tormenta lo sorprendió en las montañas y tuvo que vagar bajo la tempestad por muchos caminos de roca hasta encontrar un refugio en una cueva natural. La lluvia cesó al atardecer y el pastor intentó volver con el rebaño hacia el pueblo, pero en la oscuridad erró el camino y poco después ya no sabía dónde estaba el norte. Avanzó durante varias horas hasta que llegó en un lugar elevado desde donde pudo percibir un débil resplandor que se movía muy por debajo de él, en lo que parecía ser un bosque. Cansado y totalmente desorientado, Qufak buscó un camino hacia el bosque y descendió hacia la masa de árboles. Dejó las ovejas en un claro entre arbustos, cerca de los primeros troncos, y a su perro para vigilarlas, y él se dirigió hacia donde creía haber visto la luz.
Y he aquí que de pronto salieron varias figuras de entre los árboles y lo rodearon. Como llevaban antorchas pudo ver a unos hombres extrañamente bellos de rostro que le miraban severos y le apuntaban con arcos. Tardó un poco, pero al fin los reconoció como pertenecientes al pueblo élfico, que solamente había oído mencionar en cuentos y leyendas en su más lejana infancia, hacía más de setenta años.
Poco se sabe sobre lo que le ocurrió a continuación. Solamente que volvió al pueblo una semana más tarde, con extrañas historias de elfos, bosques inmensos, montañas blancas y valles de ensueño, y llevaba en la ropa una extraña hoja con seis ramificaciones en puntas, de color cobre por el anverso y plata el reverso.
Y a partir de entonces, fueron muchos los que tarde o temprano se escapaban e iban a visitar a los elfos al otro lado de las montañas.
Estas experiencias proporcionaron a la gente del norte una seguridad y arrojo mayores que la de los demás pueblos orientales, y poco a poco su temor a Jandwathe retrocedió. Crecieron los pueblos, la gente cogió confianza. Erigieron ciudades enteras que se opusieron al poder del Enemigo, y se fue creando una resistencia que se extendió por todo el norte de Rhûn.
Los elfos del este les instruyeron en su sabiduría acumulada a lo largo de las generaciones, pues aunque la mayoría pertenecían al pueblo que no había acudido a la llamada de los Valar, debe recordarse que Arda también proporciona conocimientos a quienes están dispuestos a escucharlos. Les entrenaron también en el manejo de la espada y el arco, armas en las que tenían gran habilidad. En las épocas de las Guerras de los Silmarils algunos de ellos habían habitado zonas más occidentales de la Tierra Media, y habían ayudado a los elfos y hombres de Beleriand en su lucha contra Melkor y Angband.
Y ahora instruían a quienes querían aprender, porque su odio al Enemigo no había disminuido en los largos siglos y no querían consentir que ningún discípulo del Gran Vala Oscuro siguiera sus pasos. Porque los elfos acababan de descubrir que en el Este, que temían perdido bajo la Sombra, aún quedaban pueblos que no sucumbían.
No pasó mucho tiempo hasta que los mismos hombres que antes habían temido la Sombra con miedo extremo, entrenaran a ejércitos enteros de soldados para hacerle frente.
El Bardo de librea oscura, de voz profunda y grave, retomó la palabra:
- Del Despertar de Nakmaring y de cómo fue la aparición de los Labios Maulladores
Mientras tanto, Sauron había vuelto ya de Númenor, después del Cambio del Mundo, y se había refugiado una vez más en Mordor, mientras que los númenóreanos supervivientes del cataclismo, que fueron llamados dúnedain, se instalaron también en la Tierra Media y surgieron los reinos de Arnor y Gondor. Posteriormente ambos se unieron en el Gran Reino Unificado.
Pero en el este, Jandwathe observaba con ira la desobediencia y gallardía cada vez mayor de los pueblos del norte y envió multitud de hordas de sus murciélagos, mas no fue suficiente. Entonces, gracias a sus espías, supo que el origen de todo eran los elfos que vivían al otro lado de las montañas.
Jandwathe montó en cólera y urdió un astuto plan: fue en secreto a las Orocarni y penetró en los oscuros túneles de unas gigantescas minas situadas cerca del Paso de los Hielos, al norte.
Se decía de estas minas que habían sido excavadas por un olvidado pueblo de enanos, y que éstos las habían abandonado hacía ya muchas generaciones, a finales del segundo milenio de la Segunda Edad, cuando un gran dragón había asaltado sus reinos y destruido sus palacios subterráneos. La temible vampira descendió hasta los profundos pozos en las entrañas de la tierra y en una oscura caverna de hielo de uno de los pisos más hondos oyó lo que estaba buscando, una respiración monstruosa y helada que mantenía el aire de la estancia en continuo movimiento, como el viento desatado de una tempestad de nieve, una respiración de sueño centenario.
Una vez allí, Jandwathe llamó a una gran cantidad de murciélagos, que se lanzaron sobre el dragón dormido hasta que por fin despertó de su letargo con furia extrema. Cuando esto ocurrió, sin embargo, Jandwathe ya había huido a su reino y no vio como las grandes fauces de hierro y hielo del monstruoso ser rechocaban con múltiples ecos en los túneles que le rodeaban. El gigantesco dragón del frío ascendió piso a piso las minas, hasta la superficie, buscando al insensato que lo había despertado. Rebuscó, olió y rugió por miles de pasadizos y cavernas, pero en vano.
Finalmente, al no encontrar a la presa, su ira fue tal que no volvió a dormir. Los pueblos orcos que vivían también en las minas, aprovechándose de su sueño, le temieron entonces, y lo adoraron. Se convirtieron en feroces guardianes a su servicio, y se pusieron alerta.
Desde aquel momento, el paso hacia el lado oriental de las Orocarni estuvo vedado para los pueblos del norte, pues solamente que alguien lo intentara, el monstruo al acecho lo descubría y nadie escapó a sus garras mortales.
Y así, Jandwathe obtuvo lo que quería: separar a los hombres de los elfos y quitar a estos últimos la idea de volverse contra ella. Pero aún insatisfecha, continuó atacando incansablemente los pueblos que se oponían a ella.
Primero fueron sus vampiros los que diezmaron el norte, pero más tarde llegó algo más terrorífico: unos pavorosos espectros nocturnos bebedores de sangre que aullaban tenebrosamente, mientras volaban por las callejuelas de las ciudades y por los caminos solitarios. Las mujeres y los hombres se estremecían al oírlos a través de las ventanas cerradas de las casas y empezaron a llamarles Labios Maulladores, pues algunos de sus gritos recordaban a los maullidos de los gatos aterrorizados. Se decía que estos espíritus habitaban en los pantanos neblinosos del norte, cerca de los Hielos Eternos. Sin embargo, nadie dudaba que la vampira era su instigadora, desde su fortaleza en el Último Desierto.
Y de esta forma, los ánimos aportados por los elfos decayeron y los pueblos del norte se convirtieron en pueblos oprimidos y desgraciados.
El Bardo de librea plateada, de voz templada y clara, intervino:
- Del Fin de la Segunda Edad. Primera Invasión Oriental
Por otra parte, en el oeste, Sauron construía un gran ejército, pues maquinaba acabar con todos los elfos y dúnedain que quedaban en Arda, pero éstos respondieron con la formación de la Última Alianza entre elfos y hombres, que luchó contra Sauron y lo derrotó en la Batalla de Dagorlad, conquistando Mordor y expulsando al Señor Oscuro y sus Nazgûl.
Con esta batalla se terminó la Segunda Edad y en el transcurso de ella fue cuando Isildur cortó un dedo de la mano de Sauron quedándose luego el Anillo para sí, aunque solamente hasta la Batalla de los Campos Gladios en la que murió y el Anillo desapareció. Esto tuvo como consecuencia que durante los primeros años de la Tercera Edad, el Reino Unificado de los Dúnedain se separara otra vez. Arnor, en el norte, empezó a decaer, pero Gondor fue aumentando en poderío por un tiempo.
Durante esta época, Jandwathe se enteró de la derrota de Sauron y juró acabar con los dúnedain. Así pues, siguiendo las últimas indicaciones de Su Señor, se dedicó a los pueblos orientales del sur del Último Desierto, y los indujo a la lucha, y se formaron grandes ejércitos que marcharon sobre Gondor en la primera invasión oriental, en el año 490 de la Tercera Edad. Sin embargo, Rómendacil I, rey de Gondor, derrotó a los Orientales.
Y continuó así:
- Los Siglos de Expansión del Sur de Rhûn. Sobre la aparición de los Enanos de las Dunas y de los Hombres Oblícuos
Los cinco siglos siguientes en Rhûn fueron de crecimiento constante. Los pueblos del sur, anteriormente dispersos y muchos de ellos nómadas se consolidaron, gracias a la intervención de Jandwathe, en dos grandes reinos: Kartaq y Rhekht, en la zona occidental y oriental del Gran Desierto al este de Mordor, respectivamente.
Su fuerza aumentó con los años y se fortificaron y construyeron grandes ciudades. Sin embargo, su imperio tuvo que crear fronteras, por dos razones: es durante esta época cuando aparecen por primera vez datos sobre los Enanos de las Dunas, un pueblo enano un tanto extraño y de origen desconocido, pues vivía en una zona rocosa en el noroeste del desierto, se decía que en una fortaleza inexpugnable y tan brillante que verla cuando reflejaba el sol causaba la ceguera de los exploradores.
Los orientales de Kartaq intentaron repetidas veces conquistar sus territorios, más no pudieron pues los Enanos eran terribles en el combate y tenían montadas muchas defensas infranqueables que hacían de su fortaleza rocosa un baluarte imposible de tomar por la fuerza. Así que al final los dejaron en paz y no los molestaron durante mucho tiempo.
A su vez, Rhekht también tuvo dificultades en su expansión hacia oriente, pues los ejércitos fueron rechazados cerca de los montes que delimitaban el límite meridional de las Orocarni por unos hombres de ojos rasgados y faz pálida, que defendían con arrojo las fronteras de un gran país muy antiguo situado a las costas orientales del sudeste de Rhûn, y al que los hombres de Rhekht conocieron a partir de entonces como el Pueblo de los Hombres Oblícuos, refiriéndose con esta burla a su peculiar fisonomía.
Por otra parte, los pueblos del norte, anteriormente orgullosos y arrojados gracias a los elfos, cada vez estaban más oprimidos y muchos de ellos volvían a ponerse del lado de la Sombra.
Sin embargo, poco después ocurrió algo que volvió a cambiar los acontecimientos.
Un Bardo con librea rubí, de voz majestuosa y potente, narró:
- Los Istari. Sobre la Batalla de la Llanura de los Colmillos
En los años próximos al primer milenio de la Tercera Edad sucedieron algunos hechos importantes. Sauron volvió a tomar forma en el sur del Bosqueverde, al este de las Montañas Nubladas, y ocupó Dol Guldur, mientras que se pasó a llamar al bosque con el nombre de Bosque Negro.
Y fue también en estas fechas cuando llegaron a la Tierra Media, procedentes de las Tierras del Lejano Oeste, los Istari o Magos, para vigilar un posible retorno de Sauron. Olórin y Radagast se quedaron en Eriador, el Oeste. Pero Curunir el Blanco y Pallando y Alatar, los Dos Magos Azules, se dirigieron al este y llegaron al Norte de Rhûn unos años más tarde. Con ellos iba Nebula, un magnífico zorro blanco de pelaje brillante, compañero de Alatar.
Los Istari tomaron contacto con los pueblos aún sometidos fuertemente por Jandwathe. Se mezclaron con su gente, y ésta empezó poco a poco a curiosear, luego a preguntar, y finalmente los tomaron como aliados y amigos.
Con el tiempo, los tres magos lograron con su sabiduría y artes decididamente mágicas que muchos pueblos, poco a poco, retomaran el coraje perdido. El ánimo fue creciendo otra vez en el norte y la visión de unas tierras libres fue penetrando en el pensamiento de mucha gente. Curunir, Alatar y Pallando sabían infundir confianza y su velado poder hacía encender los corazones de orgullo y la creencia de la victoria junto a ellos parecía menos utópica.
Un tiempo después, los hombres de los muchos pueblos dispersos por el norte de Rhûn cogieron otra vez las armas y se prepararon a conciencia durante años.
Y en el año 1170 tuvo lugar la primera gran batalla contra la fortaleza de Jandwathe. La Batalla de la Llanura de los Colmillos fue su nombre, y aún hoy es todavía recordada como un signo de valentía entre los pueblos orientales. En ella, una gran fuerza del norte formada por unos cinco mil hombres consiguió, tras muchas penurias, descender por los precipicios septentrionales del Último Desierto y llegar a una llanura rocosa y pelada, con grandes picachos de piedra y dientes pétreos distribuidos por su superficie. Al otro extremo de la llanura hundida en la tierra se encontraban las Grandes Puertas del Desierto. Los Tres Magos que habían acompañado al ejército llamaron a las Puertas, que eran enormes y negras, aunque solamente fueran un intento de imitación del terrorífico Morannon. Por tres veces llamaron, y no salió nadie a hacerles frente. Entonces deliberaron y decidieron esperar al día siguiente, para luego entrar por la fuerza y expulsar para siempre a Jandwathe de sus dominios. Pero durante la oscura noche en los yermos puntiagudos y salvajes empezaron a aullar unas formas espectrales que se movían como vientos tempestuosos, silbando alrededor de los colmillos de roca y aterrorizando a los soldados que dormían en los campamentos, y momentos después una gran fuerza de las tinieblas surgió de los centenares y millares de agujeros escondidos en las paredes rocosas: orcos y trolls enormes en su mayoría, y también guerreros humanos fieles a Jandwathe, que en gran número se movían ágilmente y saltaron y atacaron a las fuerzas del Norte. Los orcos eran crueles y fuertes y llegaban a miles, los trolls hacían temblar a los más diestros en las armas, y los guerreros humanos de Jandwathe luchaban con una llama oscura en sus ojos que hacía retroceder de pavor a los soldados del norte.
De no haber sido por los Tres Magos, aquella noche no hubiera sido recordada por nadie jamás. Si esto no ocurrió fue gracias a que Curunir, Alatar y Pallando contuvieron a los espectros y provocaron grandes luces y explosiones que retumbaron mil veces por los peñascos afilados, animando a los ejércitos del Norte al combate. La llanura se incendió de luz hiriente y los orcos y trolls aullaron y se retorcieron, mientras los guerreros oscuros se cubrían los ojos ante aquellos resplandores.
Esto dio una oportunidad a los ejércitos del norte, y no estaban dispuestos a perderla.
Y allí estaban el Capitán Quthal, jefe de uno de los pueblos más importantes de la región cercana al Mar de Rhûn y heredero a lo largo de las generaciones de la hoja de seis puntas que Qufak el Pastor había legado a sus descendientes; hoja que ahora estaba hecha de cobre y plata auténticos, procedentes de las minas cercanas a las costas del Mar.
Y con Quthal, también los Jefes de los muchos otros pueblos que se habían unido contra el horror del Sur, Darthar que vivía cerca de las Orocarni, Sinarhgt que habitaba las regiones de los primeros hielos, Fingurk que era vecino de Quthal, y Lokgath que ocupaba las regiones centrales, entre otros. Todos lucharon con gran arrojo y fueron acorralando a los orcos y a los trolls, y los empujaron contra las puertas, que finalmente cayeron hacia dentro, la roca hecha pedazos. Pocos de esos seres malignos sobrevivieron, y muchos huyeron desierto a través. De los humanos guerreros, muchos fueron hechos prisioneros, pues la mayoría eran hombres embrujados que no tenían voluntad y que habían pertenecido en su día a sus propios pueblos.
Entonces, el ejército entró regio en el Último Desierto y se dirigió a la Torre de los Murciélagos, situada en un escarpado promontorio no lejos de las puertas. La cercaron y los Tres Magos entraron. La recorrieron de arriba abajo, pero no dieron con la Vampira, aunque liberaron a muchos prisioneros de distintas razas y procedencias.
Pero Jandwathe se había fugado de su morada. Por lo tanto, Curunir dijo:
- Echemos abajo la Torre, para que se sepa que a nada procedente de Sauron temen los pueblos del norte.
Así pues, la Torre de los Murciélagos fue hundida y saqueada, y todas sus escaleras, salas, columnas y arcos se vinieron abajo, y el edificio se derrumbó, y al final, del montículo solamente sobresalió un montón de ruinas humeantes. El gran ejército y los Magos volvieron al Norte victoriosos y esta Batalla fue recordada con orgullo durante mucho tiempo y se cantó de muchas formas y matices, y permaneció para siempre en los corazones de la gente.
Un Bardo con librea añil, de voz arrebatadora y elocuente, prosiguió entonces:
- Deliberaciones de los Magos.
Pero los Tres Magos no habían terminado su tarea, así que se reunieron en consejo y deliberaron su futuro. Después de mucho hablar, Curunir dijo:
- Creo que es mi deber aguardar aquí, pues aunque es probable que ese ser de las tinieblas haya huido a Mordor, no ha sido vencido y es probable que vuelva. Por mi parte, creo que me dedicaré a estudiar sus artes malignas, todos sus secretos y argucias, porque así sabremos como combatirlas de ahora en adelante.
Y es que había quedado sorprendido de las artes de las que se había servido Jandwathe para someter a los hombres que habían capturado en la batalla, y en su interior se formó el deseo de aprenderlas para ganar.
Por su parte, Pallando manifestó:
- Creo que mi destino está al Sur de aquí, pues allí también existen pueblos que viven sometidos a las artes malignas del Enemigo y no podemos dejar en el olvido a nadie que haya sido alguna vez esclavo de Mordor, ya sea debajo la influencia de Sauron o de esa Vampira.
Finalmente, Alatar consideró.
- Por mi parte, mi lugar también es el norte. Alguien debe estar cerca de la gente y aconsejar como seguir a partir de ahora. Porque los hombres acaban ilusionándose con las victorias pasadas y no prevén las derrotas futuras, y creo que aquí en el Norte hay buena semilla. Quizá en tiempos venideros esta semilla dé frutos en la lucha contra Sauron, si todo ha de sucederse como se dice en las Bellas Tierras de más allá de Occidente y el Enemigo vuelve a levantarse. Me quedo.
Así pues, Pallando se dirigió a los territorios al Sur del Último Desierto, mientras que Curunir y Alatar se quedaron en el Norte.