Wilwarin
En este relato de Lisswen, Wilvarin, se desarrolla la historia de una presunta nieta de Fëanor, hija de Maglor. ACTUALIZADO con 4 nuevos capítulos

1. ARANEL

Un frío bisturí cortó secamente el cordón umbilical mientras un llanto poderoso se impuso al silencio de la sala de curación vacía. Solo un parto. Era la situación más frecuente en Gondolin1, la hermosa ciudad escondida de Turgon.

La parturienta sonrió por primera vez en meses imaginando la cara que el padre habría puesto al escuchar el canto sublime del recién nacido.

"Es una niña". Oyó decir a Súlima2, la Curadora principal.

Y Vanimeldë3 cayó en la pegajosa red de los pensamientos y emociones contra los que había estado luchando durante el parto. Más dolía el alma que las carnes. Sobre todo para los Elfos.

.... El rostro de su padre muerto, perdida la mirada en la intemporalidad, partido en dos su tronco por una pacífica hacha de los "pobrecillos" Teleri de Alqualondë...

... El parto de su madre, que ella misma atendió siendo tan solo una niña, luchando contra el miedo a la muerte, contra el temor a equivocarse, con la emoción de tomar la pequeña cabeza de Isilien4 y estirar de su cuerpecillo sanguinolento y flexible y descubrir que tras ella venía Anarsel, reclamando la vida y frustrando que el nombre de Nármacil5 se propagara por Endor6 como su madre habría deseado... vio a Anteniss7, altiva y fuerte, tragar saliva como había hecho cuando el mismo Fëanor había puesto con una reverencia en sus manos las espada de su esposo caído...

Ella no había conseguido hacerlo mejor que su madre: parir sin un padre al lado, parir sola, lejos de sus gentes, parir entre mentiras...

Una lágrima amarga, más dolorosa porque fluía sin el permiso de su orgullo, quemó su pálida mejilla.

Súlima se acercó:

- No sufras porque tu esposo esté muerto. No hay mejor destino para un huérfano que pertenecer al pueblo de los Noldor. Nosotros amamos a nuestros niños y nada le faltará a tu hija.

Vanimeldë sonrió tristemente. Era cierto. Ella misma podía testimoniarlo. Nárion jamás había intentado suplantar a su padre, pero nada le había faltado nunca a ella: ni la ternura, ni un gesto severo cuando era preciso, ni el apoyo...

Pero no era aquello lo que apenaba a la Noldo... la hería la mentira. El saber vivo al padre, el no poder revelar su nombre, el no poder volver a su lado y poner en sus brazos a la pequeña: Ella también había jurado por Varda, jurado por Manwë8, jurado ante el cadáver de su padre, que nunca más participaría en una guerra contra otro Elfo, que nunca apoyaría algo así.

Y un juramento es tan fuerte como otro y un padre muerto tiene la misma dignidad de otro.

Súlima puso por fin en sus brazos a la pequeña, y Vanimeldë se estremeció. En contra de lo que esperaba no tenía los oscuros cabellos de su padre, sino que su pelo era rojo, como el de alguno de sus tíos, como el que caracterizaba la casa de su abuela. Rojo como una llamarada.

Nada parecía calmar su llanto desesperado.

- Tiene buenos pulmones -bromeó Súlima- Póntela al pecho...

Vanimeldë se desabotonó la camisa y acercó a la niña al seno. La pequeña buscó el pezón con avidez, moviendo la cabecita desesperadamente hasta engancharlo y succionar con una inusitada fuerza, haciendo subir y bajar graciosamente las picudas orejuelas...

- Desde luego es una Noldo -dijo Súlima riendo enternecida.- ¿Cómo has pensado llamarla?

- Náredriel9 -contestó Vanimeldë acariciando tiernamente el pelo de la pequeña, rojizo como las llamas

- Extraño nombre -musitó Súlima.

- Su padre la habría llamado así...

- Ummm ¿su padre? ¿A qué se dedicaba?

En ese momento fue como si Vanimeldë despertara de un sueño... Hablar del padre era pisar terreno peligroso. Debía ocultar su nombre y la procedencia de su hija, con mayor celo que el que Turgon ponía en ocultar Gondolin.

Traspasada por ese sentimiento levantó los ojos de la pequeña para mirar a la jefa de los sanadores. Para ser una Elfa tenía duras las facciones, penetrante y algo fría la mirada. Un hálito de desconfianza congeló el corazón de Vanimeldë.

- Te pregunto que a qué se dedicaba el padre de la niña, tu marido, el que mataron los orcos -Repitió muy despacio creyendo que Vanimeldë no se había enterado.

- Herreros.... venia de una familia de herreros

- ¿Y vivíais en Lindon? No sabía que los Silvanos apreciaran demasiado a los herreros...Vanimeldë, eres sin duda la Elfa más extraña que conozco... Náredriel... menudo nombre feo para una chica tan guapa.


1 Gondolin es un Reino Noldor de la Primera Edad. Creada por Turgon bajo inspiración del Vala Ulmo. La característica de este Reino es que permanecía oculto. Nadie podía entrar en ella sin permiso expreso. Eso le daba seguridad frente a Morgoth. El relato se situa hacia el año 507 de la Primera Edad.

>2 Súlima Significa "consoladora", el mismo nombre en masculino, Súlimo es un sobrenombre atribuído al Vala Manwë. Un Vala es una especie de Dios inferior a las ordenes del único Dios Eru Ilúvatar

3 Vanimelde = Hermosa y amada

4 Isilien = Hija de la luna; Anarsel = Niña del sol

5 Nármacil = Espada de fuego

6 Endor = La Tierra Media

7 Anteniss = Mujer de los dones, es la madre de Vanimeldë

8 Varda es la "diosa" que creó las estrellas. Es esposa de Manwë, un "equivalente" a Zeus.

9 Náredriel = Muchacha con una guirnalda de llamas


2. LAS PUERTAS DEL VERANO

Conseguir que Náredriel estuviera quieta para peinarle las trenzas era una titánica tarea para Súlima. Pero también una labor con una generosa recompensa: el rizado cabello de la Elfa se estiró en largas cadenas de pelo doblando su largura habitual, sorprendente en una niña de tres años. Súlima sonreía. Ella misma le había cosido el vestido que llevaba. Por fin puso alrededor de su frente una cinta azul.

- Una auténtica aranel (princesa) -le sonrió encantada.

Súlima quería entrañablemente a la pequeña.

Desde que había salido de Aman era la única que había conseguido traerle algo de felicidad. Porque la severa sanadora había perdido todas las sonrisas en Helcaraxë10, cuando Elendil, su único hijo, un tierno niño, cayó sobre los hielos como una flor marchita, azulado el rostro por el frío, perdido el espíritu en las mansiones tétricas de Mandos. Cuando cerraba los ojos veía la expresión ultima del pequeño, su gesto desamparado...

Y luego el esposo, emboscado y muerto por los engendros de Morgoth... Nevrast había sido una pesadilla.

Sólo las blancas torres de Gondolin le ofrecían un magro consuelo: por las noches subía a la Plaza del Rey y sentada en medio de Glingal y Belthil11 entraba en los senderos élficos del sueño con su niño en brazos, con su esposo de la mano y, mirando los mármoles blanquísimos de Ondolindë12 creía estar de vuelta en Tirion, la altiva, elevada hacia el cielo, en la añorada colina de Tuna.

Gondolin, la de los siete nombres. La escondida ciudad de Turgon, Gondolin la hermosa...

Grande era sin duda su prosperidad, su bienestar... El mandato de su rey era estable y protegidos de Morgoth por el secreto, los Gondolidrim prosperaban en cultura y riqueza. La paz trajo el bienestar y hasta el ocio...

Pero aquella tarde ningún pesar oscurecía el corazón de Súlima. Era un día hermoso, un día de meren (fiesta) e iba a llevar a Náredriel por vez primera a la fiesta de las Puertas del Verano. Todo el mundo iría a la Plaza del Rey, saludarían a Turgon, el soberano artífice de su bienestar, y podrían contemplar la esplendente belleza de la Dama Idril, de su esposo el bienaventurado Tuor, con su extraño encanto de Atan, y al pequeño Príncipe, Eärendil.

Súlima quería llevar consigo a Náredriel, enseñarle los Árboles, hablarle de Telperion, del Laurelin y de los hermosos juegos que sus luces hacían dos veces al día...

Solo con imaginar la largísima retahíla de porqués con que la pequeña respondería a sus explicaciones ya la hacía sonreír. Pocos niños había conocido con la despierta inteligencia de Náredriel, con su portentosa habilidad.

Los grandes ojos de la pequeña, cuyo azul competía en brillos con el intenso azul del terciopelo de la cinta con que Súlima había ceñido sus sienes anaranjadas, miraron con seductora inteligencia a la curadora que pellizcó su mejilla con ternura:

- Cuando crezcas -le dijo- esos ojazos desgarrarán el corazón de muchos Elfos...

- ¿Y amme (mami)? ¿Vendrá ella Súlima? ¿Iremos las tres a la fiesta? ¿Sí?

Vanimeldë entró en aquel momento. Bella, con sus vestidos de fiesta, pero triste.

En las casas de Curación estaba contenta, pues había poco trabajo y eso le permitía ver crecer a Náredriel, pero a veces se desesperaba: los bastos recintos solían estar vacíos. Fuera de algún niño que al caer de un árbol se quebraba un brazo, algún impetuoso muchacho que en su entusiasmo resultaba herido mientras se ejercitaba con la espada o un herrero incauto con alguna quemadura, nada había que hacer en los largos días.

- ¿Ya estás Vanimeldë? -Le preguntó Súlima.

- Yo sí ¿Y vosotras?

Súlima asintió. Estaba radiante aquella tarde. Mientras salían a la calle y emprendían el camino hacia el Palacio Real, en la cima de la ciudad, iba parloteando como una cotorra. Hablaba de Turgon, de la pérdida de Elenwë13 en los hielos, de la construcción de la ciudad 400 años atrás, de cómo había atendido el parto de Idril, complejo al tratarse del hijo de un Atan...hablaba de Eöl y sus formas traidoras y malvadas de entrar en la ciudad, hablaba de la silenciosa Aredhel y de su desafortunado hijo Maeglin, quien, en su opinión era más digno que Tuor de la mano de la bella Idril, salvo, claro, el inconveniente de que eran primos hermanos...

- Lástima que mi pequeña Náredriel no sea más mayor, y le presentaríamos al príncipe de Brillante Mirada... ¿O es que no ves que mi niña parece una princesa?

Vanimeldë caminaba despacio. A su alrededor todo Gondolin era una fiesta: adornos de flores colgaban por las ventanas y las gentes caminaban despreocupadas y alegres por las blancas calles intercambiándose guirnaldas de nieninques14 silvestres. El cariño que Súlima sentía por Náredriel le llenaba el corazón. También ella le tenía mucho afecto a la mujer que la había apoyado y querido durante los cuatro últimos años.

"No PARECE una princesa, ES una princesa".

Pensó. Y reventaba por decírselo, por confesarle a Súlima la verdad. En la garganta sentía un nudo cada vez que la sanadora le preguntaba detalles de su esposo muerto, hablando de viuda a viuda, con el corazón en la mano. Se sentía despreciable por mentirle, sucia y miserable.

Un alegre grupo se cruzó con ellas, iban cantando una tonada conocida sobre el Sol que se imponía a la Noche y empujaba a Isil dulcemente para que reposara más rato durante el verano. Entusiasmada, Náredriel canturreaba también la copla. Los Elfos se volvieron riendo y aplaudiendo la espontánea intervención de la chiquilla. Uno de los músicos le tiró una flor.

- ¿De dónde saca tu pequeña ese chorro de voz? -Preguntaba Súlima.

Vanimeldë calló y sonrió pensando en Maglor.

No le podía olvidar. Cuando la tristeza era grande ella misma se envenenaba diciendo que él no era libre, que los juramentos son juramentos, y que estaba salvando a Náredriel del Hado siniestro que Námo reservaba a los descendientes de Fëanor... pero tantas noches, en la ociosidad de Gondolin, se abrazaba a sí misma y soñaba estar entre los brazos de su amado, sintiendo de nuevo el fuego de sus ojos, el calor de su cuerpo... Entonces maldecía la ciudad: uno por uno odiaba sus 7 nombres15: Gondobar, Gondothlimbar, Ciudad de Piedra, Ciudad de los que Habitan entre Piedras, Gondolin, la Piedra Cantante, Gwarestrin, Lothengriol....

Las calles que llevaban a la Mindon16 serpeaban en una constante ascensión. Por las laderas del Valle de Tumladen resplandecían los pastos verdes y cientos de amapolas ofrecían sus veraniegos labios al sol. La sombra de las grandes águilas de Thorondor se proyectaba con soberana elegancia.

- Amme, mán na? (Mami ¿qué es?)- preguntaba la niña señalando

- No hables quenya17, yendenya (Hija mia). Son las águilas de Manwë, que guardan la ciudad.
- Amme, ¿Y de qué la guardan?

- Del poder de Morgoth...Cuando crezcas, lo sabrás...

- ¿Y cuando me haré mayor?

- Ja, ja, ja.... Tu hija parece un atan...que prisas...no será hija de uno de ellos, una perendhel...

Vanimeldë pensó en contestar: "No, no de un atan sino algo....peor..." y luego explicarle... pero la voz quejumbrosa de la niña la interrumpió:

- Me canso -exclamó alzando sus bracitos al aire. Súlima la tomó.

- La mimas mucho -sonrió

Súlima besó a la pequeña con ternura. Y poco a poco llegaron al palacio, que tenía abiertas las blancas puertas.

Una animada multitud bullía por el patio entrando y saliendo.

Náredriel se escurrió rápidamente de entre los brazos de Súlima tan pronto vio la majestuosidad de los Árboles, atraída por la poderosa sencillez de las flores de plata del Belthil y luego deslumbrada por los dorados brillos de Glingal que el solo de la tarde hacía resplandecer.

Vanimeldë corrió tras la pequeña temiendo perderla entre la multitud. Súlima también. Náredriel miraba hacia lo alto, perdida en la reproducción de los dos Árboles. Su madre se asustaba cuando la veía así: esa capacidad de extasiarse ante la belleza, esa pasión creadora que a veces se despertaba en ella, ese fuego en los ojos... Tenía la mirada de Fëanor, su intensidad, aquella chispa de genio...

La gente se apartó de repente: Turgon y su séquito salían del palacio. Súlima tomó de nuevo en brazos a la niña y se apartó abriendo el paso. Pero el Rey la reconoció y se acercó:

- Súlima, la Dama de la Esperanza... -saludó con una sonrisa- ¿ Y esa pequeña?

- Aran Meletyalda.... (Majestad) -se inclinó la sanadora.- Es hija de Vanimeldë, mi ayudante, vos mismo la enviasteis ¿recordáis?

Vanimeldë se inclinó también.

- Sí, te recuerdo...estabas encinta y tu marido había sido asesinado por una horda de orcos...

El rey tomó una trenza de la pequeña Náredriel.

- ¡Qué extraño color de pelo! Sólo un Noldor lo tendría y aun así es extraño... ¿A cual de mis prim.... de los hijos de Fëanor servías? ¿A Maedhros?

- A Maglor, Herunya (Mi Señor) -respondió temblando Vanimeldë al pronunciar, con la mayor indiferencia que pudo reunir, el nombre de su amado.

Pero el rey no se percató. Sus dedos jugueteaban con la trenza de la pequeña que arrojaba brillos de fuego bajo el último sol de la tarde.

- Ja, ja, ja, ja -rió Turgon- Si hubieras estado con Russandol18 me habrías hecho pensar mal del origen de esta pelirrojilla. Es un extrañísimo color. Sólo lo he visto en los descendientes de Mathan19.

El rubor cubrió el rostro de Vanimeldë y su expresión se oscureció. El Rey puso serio el semblante:

- No pretendía ofenderte -dijo- No debí bromear sobre algo así... ¿Me disculparás?. Cualquiera que huya de la estirpe de Fëanor será bien acogido en Gondolin. Maldito mil veces sea él y toda su casa.

Súlima recordaba, con el Rey, la amargura de Helcaraxé. Todos los muertos mostraban sus caras heridas por los hielos, sus expresiones de desencanto y de miedo.

Turgon besó suavemente la mano de Vanimeldë

- Cuenta con mi protección y con mi agradecimiento: has aportado una bella doncella a nuestra población. En unos años los jóvenes Gondolidrim agradecerán tu don. -Y en señal de despedida acarició la mejilla de la pequeña Náredriel que escondió su carita contra el pelo de Súlima en un gesto entre tímido y coqueto que hizo sonreír a la Dama Idril.

La comitiva regia siguió su ronda saludando aquí y allá a sus súbditos.

Súlima y Vanimeldë hubieron de quedarse aun un rato porque no había manera de apartar a Náredriel de debajo de los Árboles. Cuando el crepúsculo empezaba a prometer sus brillos anaranjados y la noche oscurecía el azul del cielo decidieron que era hora de bajar a comer algo y festejar con cánticos y danzas la ida de Anar y aguardar su retorno bajo las estrellas.

Esta vez Vanimeldë cargó a Náredriel en sus brazos y la pequeña Elfa se durmió plácidamente.

Vanimeldë estaba confusa. Su corazón iba a estallarle por la angustia. De alguna manera sentía que debía confiar en alguien. ¿Y si le contaba a Súlima?

- ¿Que te ha parecido Turgon? -Le preguntó esta- Es un gran gobernante. Buena suerte tenemos los Noldor de que sea el Rey supremos. Ya es hora de que todos los reinos tengan la estabilidad de Gondolin.

Tal vez aquel no era el mejor momento de decir nada... pensó Vanimeldë

- ¿Tú has dicho que estabas con Maglor? Ese es aún algo decente... menos mal que Dior hizo justicia de los otros tres. Unos impresentables... Yo aun recuerdo a Celegorm paseando con Oromë, lleno de orgullo, embalando su caballo por las calles de Tirion... Mira, cuando nos llegan noticias de Doriath... me estremezco...

No, definitivamente no era el mejor momento... Súlima seguía:

- Puedo entender lo de Alqualondë, aunque Fingolfin jamás habría hecho nada semejante, pero Fëanor estaba loco. Vale, y todos le seguimos, por tanto también es culpa nuestra, también nosotros merecemos el Hado, aunque Ulmo vio Helacarxë, Ulmo nos protegerá de Mandos... Pero ahora Doriath... Los hijos son peores que el Padre, unos malparidos indecentes. ¡¡Mil veces maldita sea por siempre su raza!!

Vanimeldë palideció. Súlima jamás se había mostrado así con ella.

- Tu no tuviste la culpa de ir en los barcos, te tocó, te arrastrarían tus padres... esas cosas la mayoría de veces no se eligen... pero... yo vi el fuego de los navíos de Losgar y se me clavó en el alma... Cada pisada en el infierno helado me recordaba el humo blanco en la noche elevándose en espirales hacia el cielo... cada paso... Mi niño muerto... si pudiera... Dicen que esa mala bestia de Curufin ha tenido uno... si yo pudiera... si estuviera cerca... te juro que con mis manos le troncharía el cuello... y no pestañearía. Fría como el hielo que mato a mi dulce Elendil...

Vanimeldë se detuvo en seco. No podía más. Había estado a punto de revelarle quien era en realidad Náredriel... Un escalofrío le erizó la espalda y apretó inconscientemente a su hija contra su pecho...tanto que le hizo daño y la pequeña se despertó.

En aquel momento todo el ambiente festivo quedó parado. Un vuelo diferente al batir acompasado de las alas de Thorondor y sus ejércitos, unos tremendos e indescriptibles gritos y el viento agitado por una ala espesa, membranosa....

- ¡¡¡URULÓKE!!!20

El grito desgarrador de un centinela alertó a los Gondolidrim.

Pero ya nada había que hacer.

Eso era lo que Vanimeldë había temido siempre. La seguridad los había vuelto confiados.

Antes de que nadie estuviera preparado para enfrentarlos, orcos y lobos, y otras crueles criaturas de Morgoth tomaron las calles asesinando y saqueando casi impunemente.

Súlima y Vanimeldë se vieron atrapadas en la refriega. Los dragones lanzaban llamas y la ciudad pronto se vio lamida por miles de lenguas abrasadoras.

Y un grito.

Vanimeldë sintió de repente una fría caricia y un tajo en la cintura.

Un flujo súbito de sangre y vísceras.

Náredriel cayó rodando por el duro mármol del suelo y confundida perdió a su madre.

Desde el suelo solo divisaba negras botas que enfundaban negras piernas y andrajos malolientes.

- ¡¡¡¡HEKA, NÁREDRIEL!!!! ¡¡¡¡HEKA YENDENYA!!!! ¡¡¡HEKA!! (¡Fuera Náredriel¡ ¡Fuera, hija mía! ¡Fuera!)

Y asustada la pequeña gateó.

Corrió a cuatro patas como solo un niño muy pequeño puede hacerlo, Inconsciente, huyendo con la furia de los animalillos del bosque que husmean un peligroso depredador.

Sin saber por que tiró calle arriba, quizá por que, aunque el suelo temblaba, algo dejaba tras de sí una estela de miedo que ningún otro osaba seguir....

Súlima comprendió que nada podía hacer por Vanimeldë, que había caído al suelo casi cortada en dos por la potente cimitarra orca. Con sus penetrantes ojos élficos distinguió la cabecita de la pequeña Náredriel entre la confusión y la vio subir de nuevo hacia la Plaza del Rey.

La mujer conocía la entrada subterránea. Había que ir en dirección contraria... Sin pensarlo dos veces echo a correr en dirección a la niña esquivando las luchas penosamente.
De pronto Náredriel la esquina de una sinuosa calle y desapareció de la vista de Súlima. La mujer arreció la carrera, pero sus piernas no parecían obedecerla...

- ¡NÁREDRIEL! -Gritó.

Un pequeño bultito blanco caído en el suelo frente a un balrog. Gothmog, el Poderoso, el Señor de todos ellos luchaba con Ecthelion de la Fuente, el más valiente de los caballeros Elfos de Gondolin.

Al parecer Náredriel había doblado la esquina justo en el momento en que el demonio blandía su látigo de fuego que restalló en el aire y al bajar en su furia alcanzó el brazo izquierdo de la pequeña. La niña aulló ante el dolor más intenso e insoportable que en su vida había aguantado. El grito de la pequeña llamó la atención del Balrog que se giró de golpe y vio la diminuta figura de la niña caída al suelo, ensangrentada, casi inconsciente.

- ¿Tu? ¿Fëanáro? Estirpe maldita ¿Nos reencontramos?

Náredriel alzó los ojos, llenos de confusión, pero también de furia... Y su mirada disipó cualquier asomo de duda que el maiar pudiera tener.

- Si... estirpe suya. La voz de tus ojos confirma el sabor de tu sangre eres sangre suya... o lo eras... porque arderás con el fuego de Gothmog...

En aquel momento Ecthelion, herido ya de muerte, aprovechó el descuido del Balrog y cargó contra él. El latigazo dirigido a la niña, erró su camino derribando una cornisa...

El balrog se volvió de nuevo e hizo frente a su oponente. Ambos encontrarían la muerte.

Súlima, empañados los ojos por lágrimas, cogió el cuerpo de la pequeña, y lo estrechó contra su pecho arrancando a correr.

- Los Árboles, Súlima....llévame a ver los Árboles -murmuró con un hilo de voz. Luego se hundió en los marasmos de la nada y durante días vagó por las escondidas regiones de Lórien que Irme y Estë custodian con celo.


10 Cuando Fëanor pisó Endor se negó a desprenderse de algunos de sus hombres para que buscaran a los Elfos que capitaneaba su medio hermano Fingolfin. Poseído por su ansia de venganza se concentró en perseguir a Melkor desentendiéndose del otro grupo al que consideraba más una carga que una ayuda. Quemó las naves Teleri y obligó a que la numerosa hueste de Fingolfin volvieran a Endor atravesando inmensas masas de hilo, Helcaraxë. Muchos noldorim perecieron en esta travesía.

11 Esos eran los nombres de sos esculturas que representaban los árboles perdidos de Valinor (El Telperion y el Laurelin).

12 Uno de los 7 nombres de Gondolin.

13 Elenwë era la esposa del rey Turgon y no había sobrevivido a la travesía del Helcaraxé.

14 Campanilla, flores. Q.

15 Ahora se citan los 7 nombres que antes habíamos aludido.

16 Torre, del palacio. Q.

17 Bueno, el quenya es la lengua de los elfos Noldor. Los Noldor habían ido a Valinor mientras que los Sindar permanecieron en Amán. Eso dio origen a que su lengua evolucionara de modo diferente. Los Noldor hablaban quenya y los Sindar hablaban sindar. El Rey Sinda Elu Thingol prohibió el uso del quenya cuando se enteró de la Matanza de Hermanos de Alqualondë. El quenya sin embargo no se perdió. Los noldor lo mantenía como lengua entre ellos y tubo también un uso público reservado a solemnidades y cánticos. Algo parecido al latín, para entendernos. Los elfos de esta historia hablan sindar, pero en privado mantienen el uso del quenya. Los términos elficos que yo uso son mayoritariamente del quenya. Si uso alguna expresión sindarim la destacaré. Las traducciones las incluyo entre paréntesis al lado de las palabras.

18 Russandol es un sobrenombre de Maedhros, significa "cobrizo".

19 Mathan era suegro de Fëanor y era pelirrojo.

20 Dragón de fuego.