Ghash
Ghash VIII
Después de una cena deliciosa, proveniente en gran parte de la cesta que traje de la posada, donde había un recipiente con el rico estofado con setas, me senté a fumar una pipa, mientras ella trasteaba por ahí recogiendo los restos de la comida.
- Recuérdame que pida la receta a la posadera, este estofado estaba buenísimo – dijo Ghash.
A lo que yo respondí que sería difícil sacársela porque la guardaba celosamente. No en vano era el plato estrella de la fonda, el que atraía a mas parroquianos.
- Tú no sabes el efecto suavizador que tienen mis cremas – dijo Ghash con una sonrisa – se la cambiaré por un lote de mis productos. No podrá resistirse!
Entonces me di cuenta de cuan fácilmente Ghash veía los caracteres de las personas y sabía sacar provecho de ello.
La posadera era una mujer de buen ver, que le gustaba emperifollarse y que odiaba hacerse mayor. Seguro que conseguiría la receta, para ella todos esos productos para mantener la belleza y la juventud eran una tentación.
- Si la consigue –pensé – se la pediré y la escribiré en la libreta pequeña, al igual que otras recetas que pueda contarme, luego se la daré a mi madre. ¡Qué alegría tendrá!
Cuando Ghash terminó de recoger, vino a sentarse a mi lado. Antes había abierto un arcón y había sacado algo de su interior.
Era un objeto largo, envuelto en una tela gruesa de color pardo.
La señora lo desenvolvió y lo puso en mis manos.
Se trataba de un cuchillo enorme, que podía haber sido una espada para un hobbit. Estaba todo mellado, pero en su superficie curva pude ver que alguien había grabado unas letras.
En la empuñadura el símbolo del ojo me miraba fijamente, como si poseyera un raro poder hipnótico.
- ¿Qué es, Ghash? – pregunté sorprendido – parece una espada.
- Es un cuchillo orco – contestó ella – un cuchillo como este fue la primera arma que usé. Con ella maté por primera vez.
- ¿Con este cuchillo? – pregunté yo, abriendo los ojos como platos.
- No con este, sino con uno como este – me dijo - cuando dejé de ser un orco entregué todas mis armas, no se me permitió conservar ninguna, tan solo la hombrera que te mostré. Este cuchillo lo compré a un mercader, se ve que alguien se lo vendió. Por lo que sé fue una especie de trofeo producto de una incursión para eliminar a un grupo de orcos que se habían instalado cerca de sus tierras
Yo me pregunté para qué debió comprarlo, ya que por lo que yo sabía, los recuerdos de su época de soldado uruk le eran dolorosos.
Ella adivinó mi pensamiento, así que contestó sin dudarlo a la pregunta muda que le hacían mis ojos.
- Te preguntas porque lo compré – dijo ella – es bien sencillo. Lo compré en un lote de otras cosas que de verdad me interesaban...
Entonces ella extendió la tela parda que había estado envolviendo el cuchillo, en un lateral había unos signos bordados o pintados.
De pronto caí en la cuenta, esos signos eran iguales a los que estaban pintados en la bolsa de cuero rojo.
- -Ghash ¿estos signos son los de la bolsa? Esta ropa es de tu gente- dije alborozado.
- Sí lo es – dijo ella – pero el comerciante no supo darme razones de quien era el que se la vendió, sólo que se trataba de gente venida del norte. Aunque cuando los describió me pareció que eran orientales.
- ¿Y no has sabido nunca más de esta gente? – Pregunté interesado- parece que ellos son la clave para saber más.
- Pues no, aunque hablé con el comerciante, si vuelven a aparecer va a preguntarles y luego me mandara recado. Espero que alguna vez aparezcan por allí. Son, por ahora, la única pista actual que he podido encontrar.
- No te preocupes, si tienen costumbre de vender cosas a ese comerciante, tarde o temprano aparecerán – le dije yo con una sonrisa.
- Si pudiese saber que son esos signos. Un hombre de Gondor me dijo que en el norte, en la capital del norte, había gente que podría decirme que son.
- Entonces ¿por qué no fuiste hasta allí? – pregunté – no está lejos, sólo a unos días de camino en carreta.
- Porque cuando llegué aquí, había agotado casi todos mis recursos y tenía que encontrar una forma de sobrevivir – contestó ella – además, me estoy haciendo vieja y no me apetece nada viajar sola.
- Entonces ¿cómo llegaste hasta aquí? – pregunté extrañado – debiste venir sola, ¿no?
- Pues no, señor hobbit.- me contestó ella con retintín - Llegué con una caravana de mercaderes provenientes del sur. De eso hace aproximadamente un par de meses. Pero su camino se desviaba del mío. Ellos iban a los puertos y no a la capital.
- Y por eso te instalaste en esta casa – dije yo triunfalmente – aunque ya debías tener la idea de hacerlo, la casa era tuya, ¿no?
- Otra vez acertaste – dijo ella – mi idea era ir hasta la capital y luego volver para instalarme en esta casa. Pero no pudo ser. Estoy demasiado vieja para andar tan largo trecho y no tengo un carro que me pueda llevar. Y además, no dispongo de tanto dinero como para alquilarlo.
En ese momento se me ocurrió una idea: mi tío tiene dos carros. Se compró uno grande hace poco y el pequeño no lo usa, a veces nos lo presta para llevar cosas al mercado.
Antes teníamos uno también nosotros pero acabó hecho papilla en el accidente en el que murió mi padre.
Si le pedía el carro a mi tío y este me lo dejaba, podríamos ir a Nordburgo en estos días en que yo tenía fiesta.
Mientras pensaba en esto tomé el cuchillo orco y lo sopesé; era un arma temible, cuando ese cuchillo estaba afilado, debía resultar un arma mortífera.
Ella me miró mientras yo blandia el pesado cuchillo en el aire.
– ¿Te gustan las armas? – preguntó – yo llegué a odiarlas. Solo sirven para atraer a la muerte. Cuando llevas un cuchillo como este, estás gritando a los cuatro vientos que quieres que te maten y que estás dispuesto a matar.
- Tú fuiste un soldado en los dos bandos, ¿no? Primero entre los orcos y después al servicio de Gondor y en los dos casos llevabas armas – le dije extrañado ante las palabras de ella.
- Sí, es verdad, yo fui soldado en los dos bandos. Pero es muy diferente ser un soldado de Gondor que ser un Uruk – exclamó –. Mira, cuando eres un soldado sabes que has de luchar y que una batalla significa muerte, muerte para las personas de los dos lados – dijo tomando aliento - Pero en el caso de los uruk – prosiguió – la cosa es peor, ya que no tan solo luchas en las batallas, es una lucha entre ellos. Todos quieren ser los que manden, los amos. Solo se consigue sobrevivir a base de ser el más bestia, el que mata más y de forma más cruel o sino acabar mutilado o formando parte del menú- dijo ella con voz exaltada.
- Ghash, el otro día ibas a contarme como te convertiste en uruk. Fue cuando te pusiste tan mal, ¡por favor!, ¡si vas a seguir, cálmate! – le dije.
- Contarte como me convertí en uruk? Si, de acuerdo, lo haré. Pero debes prometerme una cosa, que no vas a dejar que pierda el control. Si esto sucede cojéme de la mano y aprieta fuerte – me dijo Ghash un poco asustada.
- Oye, ¿no crees que sería mejor que lo dejáramos para mañana por la mañana? - le pregunté disimulando un bostezo – la noche pasada dormimos muy poco y estoy rendido.
- Sí, tienes razón, yo he estado durmiendo casi toda la tarde pero tú no – dijo ella – ¡Ale a la cama!, que ya es hora. Mañana te contaré como me convertí en un malvado soldado de la oscuridad. Es mejor hablar de estas cosas con la luz del día.
Ghash parecía aliviada, sonrió, me cogió en volandas y me llevó a mi habitación sin hacer caso de mis protestas. Luego se fue, dejándome solo para que me metiera en la cama. Al rato volvió con mis muletas, me arropó como hace mi madre y se fue tarareando una canción.
Yo me quedé en la cama deseando que ya fuera mañana. Por fin sabría como se había convertido en uruk, sabría un poquito mas de esta mujer enigmática que parecía haber vivido tres vidas o más.
La mañana llegó cansina, tanto Ghash como yo no dormimos mucho, supongo que estábamos excitados, de hecho, yo sí lo estaba, pensaba que si ella se volvía atrás otra vez, habría perdido una oportunidad para saber.
Aquel día, después de desayunar, nos metimos en el laboratorio a fabricar maderitas perfumadas para que los insectos no se comieran la ropa. Eran unos trozos de madera de cedro tallados en forma de flor que ella dejaba sumergidos en una especie de perfume hasta que se impregnaban. A mí me toco sacarlos del líquido y alinearlos en la ventana, donde lucía un sol espléndido y luego meterlas en unas bolsitas de ropa que ella había confeccionado. Tenían un olor muy agradable, pero al rato tuvimos que abrir porque nos mareábamos con tanto perfume.
A mediodía hicimos un alto para comer, Ghash hizo una ensalada a la que le puso manzanas, trozos de queso y nueces. Para beber tomamos una infusión de menta con limón que había dejado en la despensa toda la mañana y que estaba fresquita y muy rica. Mientras hacia esto me mandó a recoger algunas cerezas. Cuando salí afuera, unas nubes negras de tormenta amenazaban con descargar un aguacero. El calor de la mañana las había hecho crecer y unas cuantas gotas enormes empezaron a caer no bien llegué al porche con el cesto.
Pero sólo fueron unas cuantas gotas enormes, en unos minutos el viento se llevo las nubes asomando un tímido rayito de sol entre ellas.
Ghash propuso ir a comer afuera, ya que en el interior de la casa el olor a perfume era tan fuerte que haría que la comida sólo supiera a él. Y cogiendo los bártulos nos dispusimos a comer en el porche trasero.
Una vez terminada la comida encendí mi pipa, olvidada toda la mañana, dado que los perfumes estaban hechos con materia inflamable y no quería provocar un desastre.
Ghash se levantó entonces y se llevó los restos de la comida. Al rato volvió con dos cosas en sus manos y las colocó encima de la mesita plegable. Una de ellas era una botella con un líquido amarillento, la otra era el cuchillo uruk que me había mostrado la noche anterior.
Al verlo sentí miedo y alegría a la vez, se me hizo un nudo en el estómago pensando en lo que ella iba a contarme, creo que palidecí.
Ella se sentó en el almohadón dejando el cuchillo a su lado, luego sacó de un bolsillo dos vasitos diminutos y los lleno con el líquido ambarino de la botella.
- Toma – me dijo- esto es un cordial de hierbas. Vamos a tomar un vasito, creo que lo necesitaremos los dos. – me dijo con una sonrisa entre nerviosa y asustada.
El licor estaba fuertísimo y me hizo toser, ella se rió ante mi cara toda roja.
- Olvidé decirte que el cordial tiene un alto grado de alcohol – dijo en medio de una carcajada nerviosa – se debe beber a pequeños sorbos. Es un buen digestivo y además relaja un poco, pero es mejor no tomarlo muy a menudo porque te puedes convertir en un borrachín. – dijo ella, con una sonrisa que quiso ser natural, pero le salió muy forzada.
Yo sabía que ella temía ese momento, que tenía miedo a perder otra vez el control y que por eso se había tomado aquello y me había dado también a mí.
- Ayer te prometí que te contaría como me convertí en uruk – dijo, cogiendo el enorme cuchillo y blandiéndolo en el aire.
- Ya sabes que yo era una snaga, hacia bastantes años que lo era y había adquirido una cierta seguridad. Digamos que mi vida no era tan azarosa como al principio. Los lugares donde trabajábamos iban cambiando, también los compañeros. Algunos morían, otros eran llevados a otros lugares y no volvíamos a coincidir hasta mucho tiempo después.
También había algunos que eran escogidos para ser soldados. En aquellos tiempos, cada vez mas a menudo, aparecían los amos para llevarse a los más fuertes o los más listos a las salas de entrenamiento y convertirlos en soldados.
A mi no me hacía nada de gracia eso, ya que gracias a mi habilidad manual, había adquirido cierto status entre los snaga y hasta entre los capataces de los esclavos. Era lo que podríamos llamar un obrero especializado.
Habitualmente trabajaba en obras donde era necesario ser ágil, como en la reparación de los puentes o de las murallas. Estuvimos reforzando la puerta negra y construyendo en ella unos habitáculos colgados desde donde poder lanzar proyectiles con unas catapultas.
Era una construcción difícil, a parte de que los andamios de madera eran muy inestables, teníamos que subir a mucha altura, unos 25 o 30 metros, entre unas vigas y unos soportes de hierro que parecían lanzas y que podían atravesarte fácilmente sólo con perder pie.
Faltaba poco para que empezara la guerra o eso parecía, una multitud de reclutas se hacinaban en los cuarteles y muy a menudo los amos nos visitaban, escogían a los mejores y se iban.
- Dices que no te hacía gracia ser un soldado- la interrumpí- ¿Por que? Yo creía que los soldados vivían mejor que los esclavos
- Por un lado sí – contestó Ghash – pero por el otro, el entrenamiento a que eran sometidos llevaba a muchos a la muerte o a la mutilación. No era extraño ver uruks a los que les faltaba una oreja o un ojo, o bien que estaban marcado por horribles cicatrices. La mayoría de ellas producidas durante el entrenamiento.
Los entrenadores uruk tenían una frase, decían que si un orco no sobrevivía a un poco de diversión era porque era demasiado débil para ser un Uruk.
- ¿Tú también recibiste alguna herida de estas? – pregunté interesado.
- No tan deprisa chico – me contestó ella – aún no he empezado a contártelo y ya quieres saber el final.
Ghash sonrió, apoyo el cuchillo sobre la mesa y prosiguió su relato.
- Como ya te dije, yo era considerada un obrero especializado y por tanto los demás me respetaban. Sabían que si desgraciaban a uno de nosotros, el capataz o el amo les buscaría las cosquillas. No era fácil encontrar gente que pudiera hacer esos trabajos con precisión y los pocos que había, se los quitaban para ser soldados.
Esto hizo que yo me sintiese segura en el sitio que ocupaba y no tuviese nada de ganas de cambiar y menos por una vida donde tenías la certeza de acabar mal al más mínimo despiste.
Pero las cosas cambiaron un día...
Ghash se paró en ese punto y tomo aliento mirando al cielo que se había vuelto a encapotar y presentaba un aspecto amenazador.
- Sí realmente ese día todo cambio –empezó a decir.
A partir de ese momento ella pareció no hablar conmigo, hablaba para sí, recordaba.
- Fue ese funesto día en que apareció el amo de los soldados, el encargado de escoger a los que debían ir a parar a los cuarteles.
Nosotros estábamos trabajando en esa construcción, la de las catapultas. Hacía pocos días que habían traído a otro grupo de snaga y entre ellos había varios de muy fuertes y pendencieros.
Seguro que estos no duran aquí. Fue lo que pensé. Unos cuantos uruk más para el gran amo.
El capataz se acercó servil al amo aunque creo que en su interior sentía un odio feroz contra él. Entonces este le ordenó que hiciera alinearse a sus hombres porque iba a escoger. El capataz blandió el látigo y nos alineamos en filas, no sin cierto desasosiego y alguna que otra patada o mordisco.
Creo que muchos de los esclavos pensaban que era mejor ser soldados y estaban deseosos de ser los escogidos.
El amo se paseaba entre las filas, se paraba a mirar a uno y a otro y les daba un golpecito a los escogidos con una fusta que llevaba en la mano. Cuando llegó a mi altura, intenté parecer el orco más debilucho y enclenque de todos y creí que lo había conseguido. El amo dio unos pasos y de pronto miró al capataz. Retrocedió hasta mi posición y siguió mirándole. El tipo estaba mal, se podía oír su respiración entrecortada. Luego, el amo avanzó por la fila y golpeó a varios más con su fusta para que se unieran al grupo.
Una vez hubo terminado de escoger a los que iban a ser entrenados como soldados, el amo se giró y los miró con cara feroz.
- Escoria – gritó - ahora vais a ir hasta Barad Dhur a paso ligero.
Y cogiendo el látigo de uno de los soldados miró a uno y a otro como buscando a alguien. Al final lo encontró, se trataba de un orco corpulento que se encontraba en la primera fila, muy ufano de ser escogido como Uruk.
El amo se acercó a él con el látigo y cuando el nuevo soldado tendía la mano para recibirlo se giró de golpe y anunció: - No se si mereces ser el conductor de esta basura – dijo con sorna – creo que antes probaré si sirves.
Ese amo era Grishnâkh, ese malnacido, cerebro de troll, cara de rana deshidratada...
Ghash se fue alterando por momentos así que puse mi mano sobre su brazo y esto pareció calmarla.
- ¿por donde iba?- preguntó desorientada – ah sí, por el desafío.
- ¿un desafío? – pregunté - ¿a quien desafió?
- No, no fue ese tipo de desafío – contesto ella – el amo provocó al orco para que hiciera algo temerario.
- Mira – le dijo – yo creo que en ese enorme cabezón que tienes sólo hay basura y estiércol. No te creo capaz de llevar a los hombres hasta la ciudadela, así que tendrás que demostrarme que además de ser así de enorme piensas alguna vez.
Señaló con la punta del látigo el extremo del andamio, aún a medio construir, que se balanceaba peligrosamente en el aire y dijo:
- apuesto a que no puedes llegar hasta allí, digamos en menos tiempo que este pingajo de aquí – dijo cogiéndome del pelo y arrastrándome hasta el.
- Y tú no intentes engañarme de nuevo – me gritó, levantándome la cara a base de tirar de mi pelo – casi lo conseguiste, pero ese estúpido capataz estaba demasiado nervioso al ver que yo iba a escogerte.
- Así que nada de trampas, si subes el primero serás mi capataz y si no morirás y ninguno de los dos te tendrá. ¿entiendes gusano?- me dijo echándome su pestilente aliento en la cara.
Yo asentí asustada y los dos, el enorme orco peludo y yo, nos dispusimos a escalar el peligroso andamio.
El amo golpeó uno de los hierros de las catapultas como señal para que iniciáramos el ascenso. Este no era difícil, había subido por ahí montones de veces, pero el otro orco no iba a ponérmelo fácil, cuando vio que yo escalaba la peligrosa estructura con bastante mas facilidad que el, comenzó a balancearse y a golpearla con el propósito de hacerme caer. Por un momento creí que lo había conseguido, pero ya en el aire, conseguí agarrarme a una soga y aterrice casi a su lado, en uno de los niveles inferiores.
El orco aprovecho mi momentáneo despiste debido al golpe que me había dado, para adelantarme y ponerse a escalar a toda velocidad. Yo le seguí y en nada le había dado alcance.
En aquel momento el orco me empujó y creí que caería al vacío, así que me agarré a el con todas mis fuerzas. Pero era muy fuerte y consiguió zafarse. En aquel momento lo vi claro, sólo podía llegar uno de los dos y esa tenía que ser yo. No había sobrevivido en vano a 20 años de vida como snaga, para acabar ahora empalada en un andamio a manos de alguien como el.
Así que utilicé mi astucia. Yo sabia que una de las zonas del andamio estaba a medio atar. Esa zona soportaría mi peso pero no el de el, así que me desvié y empecé a escalar en el punto mas inestable de la estructura.
El orco me siguió, en su pequeño cerebro no cabía la posibilidad de que le estuviera tendiendo una trampa. Lo dejé seguirme hasta que estuvo en un punto desde no podía volver y luego subí a una viga y deshice el nudo que la ataba al andamio.
Con un gran estrépito, parte de la estructura se vino abajo, arrastrando consigo al orco corpulento. Su cuerpo rebotó entre las vigas hasta que quedo colgando, en una postura antinatural, en una de las más bajas, a unos 10 m del suelo.
En aquel momento no sentí alivio ni alegría, sólo un odio feroz me había llenado el cuerpo y con el odio sentí la fuerza del mal que nos subyugaba, una fuerza que me hacia sentir bien cuanto mas brutalmente me comportaba.
La parte alta estaba sujetada a la biga de hierro a la que yo me había subido, así que con sumo cuidado llegué hasta la parte más alta de la estructura y luego, al ver la imposibilidad de bajar, terminé subiendo hasta el pasadizo de la muralla.
Allí me esperaba una sorpresa. Uno de los grandes amos, embutido en su armadura, había observado la prueba. Sentí como si un mar de hielo recorriera mi cuerpo cuando el me habló. Había algo de fétido en ese ser, no era un nazgul, pero emanaba tal maldad que hacia estremecer a todos los que estaban a sus ordenes.
El gran amo alabó mi hazaña y mandó un soldado para que me custodiara hasta abajo. Creo que de alguna forma el intuyó que yo intentaría esconderme para escapar de los que me habían hecho subir. Y la verdad, esa era mi intención.
Cuando llegué abajo el amo me recibió con una pose de suficiencia y me tendió el látigo. Pero uno de los esclavos que habían sido escogidos gruñó entre dientes algo sobre esa forma de elegir a los capataces.
¡Maldita sea! no se porqué tuvo que hacerlo. El amo le golpeó con la fusta y le hizo avanzar hasta el centro de la explanada, donde le entregó un cuchillo.
- estoy seguro – me dijo mirándome fijamente – estoy seguro de que también sabrás salir de esta. Y si no, es igual. De una forma u otra tendremos un poco de diversión.
Había llegado la hora, había que pelear o morir y la tensión en el ambiente era altísima y se podía palpar el miedo y el odio como si se tratase de algo físico.
En aquel momento Ghash cerró los ojos y el cuchillo que sostenía en su mano cayó al suelo con estrépito, pero ella no reaccionó, estaba lívida y sus manos temblaban. En su frente se dibujó una arruga profunda, mientras un rictus de dolor se instalaba en su cara.
Por un instante pensé que había caído otra vez en aquel extraño trance del otro día, pero la naturaleza vino en ese momento en mi auxilio, ya que en el cielo encapotado y gris se dibujó una línea de luz y unos momentos después retumbó un enorme trueno. Acto seguido la lluvia empezó a caer como una cortina de agua.
Ghash pareció despertar en ese momento y se quedo mirando el agua que caía con cara de sorpresa.
- Vamos adentro, por favor, o acabaremos empapados.- le dije y recogiendo la botella y los vasos me dirigí con mis bastones al interior de la casa.
Ghash me siguió, recogiendo el cuchillo que estaba tirado en el suelo y soltando una exclamación al hacerlo.
Cuando entró vi que se chupaba el dedo y pensé que se había cortado con el cuchillo.
Las manos de ella temblaban aún cuando lo dejó sobre la mesa del comedor, después sacó un pañuelo y se lo ató alrededor del dedo.
Yo le acerque los utensilios que había usado ella para limpiarme la herida antes de comer y ella se puso una especie de pomada y se vendo el dedo.
Yo la miraba trabajar en silencio, mientras veía que por momentos se iba tranquilizando, sus manos fueron perdiendo paulatinamente el temblor y al final sólo quedó en ellas esa especie de inseguridad que tienen las manos de las personas ancianas.
- Te hiciste un buen corte Ghash y eso que no parecía afilado – le dije – en verdad es un arma peligrosa.
- Si lo es – contesto ella – estos cuchillos orcos eran un arma mortífera en más de un sentido. ¿Ves estas muescas y estas estrías profundas? – dijo, tomando el arma que estaba a su lado y mostrándomela – pues los orcos las untaban con carne en descomposición o bien con podredumbre de heridas, así aunque el corte que te hicieran no fuera mortal, se aseguraban que murieras en unos cuantos días, a causa de la calentura que producen.
- y entonces ¿ahora te pondrás enferma debido a ese corte? – pregunté.
- No tengas miedo – me dijo ghash – cuando compré este cuchillo lo limpie bien limpio y luego le eché un producto para acabar de destruir toda la podredumbre. Este arma está limpia, no va a causarme ningún mal.
- Creo que ya bastante te debió causar otro igual que este. Hace un rato cuando me estabas contando todo aquello, sentí verdadero terror. - dije yo – te habías quedado como en trance y no respondías a mis palabras.
- Lo siento – dijo ella – de pronto olvidé que estabas a mi lado y seguí hablando sólo para mí, en mi cabeza se formaban las palabras pero mis labios no llegaban a decirlas. Me he repetido a mí misma tantas veces esta misma escena, que olvide que esta vez tenía un interlocutor.
- Pero estabas muy nerviosa, te temblaban las manos.- le dije yo
- Sí, es verdad, rememorar ese momento siempre me pone muy nerviosa. – contesto Ghash – ¿donde me quedé? ¿En qué momento dejé de hablarte?
- Me estabas contando que ese capitán orco os enfrentó a ti y a otro. Que le dio un cuchillo para luchar - le dije, temiendo abrir con ello la herida de su dolor y que ella tuviese de verdad una crisis.
Ghash pareció recordar en aquel momento y se dispuso a proseguir con el relato.
Antes de ello volvió a coger el cuchillo y lo blandió en el aire. Luego, lentamente, con un gran esfuerzo lo volvió a dejar en la mesa.
- Si te estaba hablando de la pelea que nos obligó a tener a otro orco y a mí, el amo Grishnâkh – dijo
- Sí, me dijiste que él os enfrentó, que quería un poco de diversión – dije tomando la mano de ella
- y la tuvo,¡ vaya si la tuvo! – contestó ella crispando las manos y estrujando la mía entre las suyas
- El orco y yo estuvimos un rato observándonos, estudiándonos, antes de decidirnos a pasar a la acción. Evidentemente él fue el primero, le envalentonaba la idea de llevar un cuchillo de esas dimensiones, aunque lo usaba con casi nada de pericia. Yo fui esquivando sus fintas, moviéndome con rapidez, sabía que un rasguño de esa arma podía resultar mortal.
Poco a poco fui llevando a mi oponente hacia un lado de la explanada, allí donde se acumulaba el agua de lluvia, una zona de fango pestilente donde los pies se te quedaban pegados.
Unos momentos antes de pisar esa zona, salté hábilmente sobre el orco y le tiré de los pelos con todas mis fuerzas.
Él no se esperaba un ataque de este tipo, sabia que yo estaba en franca desventaja y no vio mi maniobra, hasta que estuvo metido de pies y manos en el lodazal.
Cuando intentaba zafarse de mi abrazo resbaló y se quedó todo cubierto de lodo.Esto le desconcertó durante un momento. Momento que yo aproveché para asir el mango del cuchillo y golpearle con él en la mandíbula.
Los dientes afilados del orco se clavaron en su lengua y un chorro de sangre salió de su boca manchando la tierra.
Esto lo enfureció y soltándose de mi abrazo, la emprendió conmigo a golpes. Pero él estado de sus pies, llenos de aquel pegajoso barro, hizo que trastabillara y perdiera el equilibrio cayendo al suelo. El arma cayó de sus manos ante el golpe que se propinó, contra uno de los andamios, cuando intentaba levantarse.
Rápidamente tome el cuchillo y me coloque a una cierta distancia de el, esperando ver su reacción.
Los demás orcos se habían animado con la pelea y jaleaban al más bruto de los dos, creo que hasta hubieran participado sino hubiese sido porque los soldados y el amo los contenían blandiendo los látigos.
El orco se lanzó como un ariete contra mí, enceguecido por el dolor y la rabia. Intentaba volver a coger el cuchillo sin éxito y eso lo exasperaba. En uno de estos movimientos su mano rozó el filo y de ella manó la sangre.
El olor de aquella sangre me exasperó, hizo salir algo atávico que tenía guardado en mi interior. Todo el odio y la rabia acumulados en mí salieron como un volcán. Lamí mi mano llena de la sangre negra del orco y de pronto todo fue una especie de niebla roja. Levanté el cuchillo y lo clavé en su pierna, luego en su hombro y él cayó doblegado por el dolor.
Yo había ganado. Una vez más había vencido, pero el amo me miró con rabia y levantando la voz sobre el tumulto dijo:
- ¡remátale gusano! ¿no ves que aún respira? Corta ese inmundo cuello para que puedas beber su sangre.
Yo estaba asustada, nunca había matado a nadie, muchas veces había sentido el olor a sangre fresca, a muerte. Había tenido en mis manos trozos de carne sanguinolenta recién cortados del cuerpo de uno de los esclavos.
- ¿Que es lo que eres tú, gusano infecto? - me gritó acercándose a mi con rapidez. Y cogiéndome por el brazo me puso el cuchillo en la garganta.
- Mátale o te rebanaré el pescuezo a ti y luego beberé tu sangre - me amenazó.
Yo tiré para zafarme de ese abrazo mortal y parte de mis vestimentas quedaron en sus manos, entonces él se dio cuenta de que yo era una hembra.
- ¡Maldita hembra mestiza, hija de un miserable humano! si no lo haces te juro que te entregare a los huargos para que te devoren - volvió a amenazar.
En ese momento, no se si por instinto de supervivencia o porque la proximidad del centro del mal influyó en ello, de mí salió una bestia salvaje. Un ser incontrolado lleno de ira y de odio.
Con un mandoble del cuchillo me deshice del abrazo del capitán y me dirigí hacia el caído, le tome por los pelos y abrí su garganta de una oreja a otra.
Ghash seguía contándome todo aquel horror en voz baja mientras su cuerpo se sacudía a menudo por los espasmos de la angustia y del odio que aún llevaba en su interior.
Yo sentía miedo, ¿era posible que esa mujer hubiese hecho esa cosa horrible?
Con un tirón ella aparto sus manos de las mías y tomó el cuchillo, luego saco la lengua y lentamente lamió el filo mellado de la espada. Evidentemente estaba rememorando el suceso de una forma vívida casi obsesiva.
- Una vez muerto, puse mis manos en el chorro de sangre que manaba de su cuello y bebí de el y sentí el poder del uruk. El que bebe la sangre de sus enemigos, el que mata no sólo por salvar su vida, sino el que siente placer en el acto de matar.
Esas últimas palabras las dijo con una voz que parecía un graznido y de pronto se derrumbo en el sillón.
El repentino silencio hizo crecer la voz de la tormenta que se afanaba por llenar las calles de ríos de agua terrosa.
Tardé un tiempo en llegar hasta ella, puesto que tuve que recoger los bastones que estaban caídos al lado de mi silla.
Cuando conseguí dar la vuelta vi su cuerpo tenso y agarrotado sentado en el sillón y temí que se hubiera desmayado con la tensión.
Puse mi mano sobre su hombro y ella emitió un largo suspiro, seguido de una serie de hipidos. Cuando levanto la cabeza vi sus ojos anegados en lágrimas.
- lo hice – murmuro – tú eres de las pocas personas de este mundo que saben lo que Ghash fue capaz de hacer.
- ¿Te sientes bien? - pregunté – creí que habías perdido el sentido cuando te lanzaste de esa forma sobre el sillón.
- Sí, me siento muy bien - contestó ella entre sollozos – me siento en paz. Por una vez he podido conjurar el mal, he podido recordar sin perder el control. Sin caer en ese delirio que el miedo y la ira me provocaban.
Ella me tendió los brazos y yo me arrebujé entre ellos, sentí en ese momento que esa mujer había calado hondo en mí, sentí que amaba a esa vieja humana como si fuera mi madre o mi abuela.
Los sollozos de Ghâsh se fueron espaciando y poco a poco sus brazos empezaron a pesar sobre mis pequeñas espaldas, entonces supe que ella se había quedado dormida.
Me aparte de sus brazos y me dirigí a la habitación, tomé un cobertor de la cama y volví a la sala para taparla.
La expresión de la vieja mujer era de paz absoluta, mientras dormía con la cabeza echada para atrás, medio apoyada en el respaldo de la butaca.
Una vez hecho esto, saqué mis bártulos y empecé a escribir lo que ella me había contado.
Mientras, en el exterior, la tormenta se iba alejando, dejando tras de sí una montón de rianchuelos pardos que se escurrían colina abajo.
Cuando acabé de transcribir lo que había sucedido esta tarde, me puse a elucubrar sobre el porque de la actitud de Ghash
No entendía porque era tan reticente a contar esa historia, era espeluznante sí, pero no hasta el punto de provocar en ella esa tremenda reacción del otro día.
Entonces me di cuenta, no era ese momento en si lo que a ella la asustaba de esa forma, eran las consecuencias de todo ello. Ella odiaba ser un uruk, era al odio a lo que temía y al hecho de que se sentía bien siendo un ser malvado.
No se cuanto tiempo pase escribiendo, unas dos horas supongo, cuando oí su voz tras de mi.
- ¿que haces Bob?- me pregunto interesada – ¿Es mi historia lo que escribes? Algún día tendrás que leérmela – dijo – a mi me cuesta leer esta escritura.
- La verdad es que mi letra no es de las mejores. Pero, por ahora, lo que he escrito son solo cosas que quiero recordar – dije – algún día les daré forma y escribiré una historia de verdad.
Ghash se inclino y leyó trabajosamente las últimas líneas de mi libreta. Era tarde ya y la luz estaba menguando, aún quedaban algunas nubes en el cielo.
De pronto, justo en el horizonte, el sol encontró un hueco por el que salir antes de esconderse entre las colinas.
Sus rayos iluminaron la mesa y la cara de ella por un instante, recorrieron la habitación y se fundieron en las figuras bordadas en el amplio cobertor con que ella se cubría.
- Tienes razón en lo que pones aquí – dijo ella – yo odiaba ser un uruk y también odiaba a los otros. Pero era algo normal. El rasgo mas característico del orco es el odio, un odio desenfrenado contra todo y contra todos. Pero había un rasgo que era propio de los uruk, el soldado orco disfrutaba con el mal, se sentía bien cuando mataba y se sentía mejor cuanto más cruel y salvajemente se comportaba. Y yo era uno de ellos yo era una de estas bestias salvajes. ¿Entiendes?
Yo asentí con la cabeza, esas palabras que ella acababa de decir me las había dicho yo un montón de veces desde que la conocía y me había preguntado otras tantas si podría ser verdad todo esto.
- Dime una cosa Ghash – le pregunté – ¿cuando eras un uruk ya sentías eso que sientes ahora? ¿odiabas ser así de malvada?
- Oh no, yo era una perfecta uruk, no conocía otro tipo de vida. ¿Como puedes pedirle a alguien que no conoce nada más que eso, que se cuestione si esta haciendo algo malo? Lo único que yo conocía era la crueldad, la violencia y la maldad y vivía con ellas. Al igual que hacían todos los demás.
Pero también debes tener en cuenta que estábamos muy cerca del centro del mal, el poder del gran amo oscuro nos atenazaba. Su sombra nos cubría, su aliento era como una droga que nos impulsaba a matar y a morir. Sólo cuando él desapareció, nuestras mentes se vieron libres de ese poder. Y con esa libertad apareció el verdadero miedo, un terror sordo que hizo huir a muchos de nosotros. Yo misma hubiese huido si una extraña casualidad no me lo hubiese impedido
- ¿Que fue lo que ocurrió? – pregunté anhelante
- La historia entera te la contaré otro día – dijo ella – por ahora, solo te diré que estaba prisionera y por lo tanto no pude huir.
Yo me quede con las ganas de oír esa parte tan importante de su vida, pero me resigné. La historia que me había contado ese día era suficientemente importante para llenar un montón de páginas.
Aunque me quedó un rinconcito de curiosidad, así que le pedí a ella que me dijera que era eso que estaba diciendo cuando se quedo dormida.
- ¿De que te hablaba? – pregunto ella – ahora no recuerdo que quieres decir.
- Me decías que sentías odio y ira hacia ese tipo, el amo orco ¿ Grishnâkh?
- Oh si, ese tipo se convirtió en mi pesadilla. Primero me tocó formar parte del grupo a los que él entrenaba y como sabía quién era yo, me tuvo todo el tiempo bajo su bota. Creo que me exigía siempre más que a los demás. Cuando terminé el entrenamiento tuve paz unos meses escasos, luego me destinaron a la fortaleza y ¿a que no sabes a quien habían ascendido? Pues sí, a el, era el jefe de nuestro batallón.
- Parece que tu vida y la de él se entrelazaron – dije – a veces ocurre. Hay personas que están destinadas a irse encontrando a lo largo de toda su vida.
- Por suerte no duró mucho tiempo, pronto el fue destinado a los altos mandos y yo me convertí en espía
- ¿En espía?- dije mientras mis ojos se agrandaban a mas no poder
- Sí, en espía – dijo ella – pero no pienso contártelo como mínimo, hasta que hayamos cenado – contestó ella.
- Yo no tengo nada de hambre - dije yo
- Claro que tienes hambre- dijo ella – ¿o crees que no he oído el ronquido que han hecho tus tripas hace un momento?
- Vale, sí. Lo reconozco, mis tripas sonaron. Así que vayámonos corriendo a cenar.- contesté.
Y cogiendo mis bastones abrí el paso hasta la cocina donde nos esperaba la cena.
- Tengo un hambre de lobo - anuncié al llegar allí – ¿que hay para cenar?
Ella se echó a reír al ver mi cara.
- ¿No decías que no tenías nada de hambre? ¿eh pequeño pillaste? – dijo empezando a sacar víveres de la alacena.