La Dagor Aglareb
Quentin Tarantino nos envia esta vez un breve relato en el cual expone su opinión personal sobre la naturaleza de los orcos.

Conjeturas sobre los orcos
LA DAGOR AGLAREB


Recuerdo aquella batalla con alegría, pues el pueblo Noldor, o Gnomos como nos dicen los hombres, estaba en la plenitud  de sus fuerzas y sus reinos se extendían por toda Beleriand , y sus cuerpos aún eran jóvenes y no habían padecido el cansancio de las Tierras Mortales; y las espadas de mi pueblo contenían hechizos en su forja que solo se podía comparar con las que hacían los enanos, y podían atravesar malla y metal con facilidad. La batalla gloriosa o la  Dagor-Aglareb en sindarin, así se la  llamó.

Los jinetes, arqueros, lanceros y piqueros llenaban las filas del ejército de Hitlum tras los pinos en una colina en Dorthonion; en el lado oriental se vislumbraban las siete estrellas de Fëanor  en  los poderosos estandartes ondeantes al viento, y cinco de los siete príncipes de ésta orgullosa casa estaban allí, y portaban cada facción sus distintivos. (Amrod y Amras buscaban a muerte a los orcos que se habían internado en el lado oriental  por el Paso de Anglon y todo alrededor de esas tierras hasta llegar a las mismas tierras de Charantir el Oscuro, cerca del lago Helevorn, y más  al sur, aún hasta Estolad y las colinas de Amdram. Por los Pasos del Sirion muchos orcos se dispersaron también, y Finrod desde Tol-Sirion y Turgon desde Nevrast dieron caza a los orcos y trasgos hasta Nan-thraten, la Tierra de los Sauces.)

Pero allí en las colinas de Dorthonion, a los pies una colina estratégica por su situación, se abría un valle con algún que otro seto y pinos y hayas. Una turbamulta de más de 60.000 orcos se agrupaba allí, y se despedazaban unos a otros pues sabían que habían caído en una trampa mortal. La señal convenida sería una salva de flechas ardientes que dispararían nuestros arqueros.

Yo vestía de gala con una camisa blanca de lino fino y calzas negras; cota y faldar de mallas; coraza, guardabrazos con launas de bronce, brazales, escarcelas, grebas, y escarpes, todo ello del mejor acero y manufactura, con adornos exquisitos ribeteados en oro, con motivos florales y de caza, y tenwar en hilos de sutil cobre a lo largo del escudo para reforzar la defensa. Encima llevaba una túnica roja y luego un tabardo negro  con el escudo de armas de la casa de Fingolfin. Una capa gris sujeta a la túnica con broches de plata complementaba mi vestimenta. Así lucía yo, Fingon el Valiente, con mi mandoble de dos manos, una poderosa arma de dos filos, y que manejaba con una mano, de hoja recta y ancha de 1,20 metros de longitud, con un ancho vaceo que llegaba casi hasta la punta, con unas guardas de acero, una empuñadura de cuero curtido y un pomo que imitaba la ciudad de Tirion sobre Tuna, pues allí fue forjada en secreto cuando el malvado Vala,  Melkor "el que se Alza en Poder", llevó a la discordia  a las  diferentes casas noldorin, y les habló de las armas, y no de las armas de caza que ya conocían, sino de armas para asesinar al hermano, al amigo, al pariente....

Las trompetas sonaron y las saetas volaron por el cielo cual enjambre o nube tormentosa de fuego y dejaron el campo lleno de espigas y cadáveres, pues las flechas mordían con mortal precisión. Se había iniciado el combate, los jinetes de Maedhros iniciaron su carga contra los orcos llenos de pasión y furia por el flanco derecho.
Era maravilloso contemplar aquellos poderosos corceles que se habían traído en barco desde Aman, los mearas.
 Maedhros nos había regalado muchos para compensar de alguna manera la alta traición  por abandonarnos tiempo ha, y dejarnos a nuestra suerte en el Hielo Crujiente.
Aquí en la Tierra Media, los caballos se reproducían con rapidez, y aunque se mezclaron con los que ya encontramos en Hitlum, seguían siendo unos equinos de gran alzada más puros, grandes, fuertes y rápidos  que los propios de la Tierra Media.

Y mientras la carga de Maedhros se acercaba a los orcos, las flechas surcaban  los aires continuamente hacia  su ajado destino con mortal bienvenida. Las aljabas estaban vacías y  los piqueros y alabarderos ya se dirigían a su enemigo por el flanco occidental. Los orcos ,acuciados por la esplendorosa carga de la caballería fëanoriana,  huyeron desordenadamente para toparse con una línea compacta de picas y lanzas. 
Cientos de cuerpos fueron traspasados por las lanzas élficas en un crescendo  de muerte y sangre, de horrorosas cabezas orcas mutiladas por el dolor.
 
Fue una matanza, no una verdadera batalla... los mearas derribaban, aplastaban y coceaban a los orcos, y sus jinetes remataban a los que todavía se resistían a morir. Yo desenfunde mi espada y en ese momento, las fuerzas de refresco que mantenía en la retaguardia se lanzaron al ataque para terminar la faena. Las picas fueron sustituidas por las espadas, y las mazas  y hachas terminaron el trabajo.

Y así atrapados entre el yunque y el martillo, los orcos fueron despedazados y masacrados. Y mi espada compuso una oda al  guerrero, una oda cargada de muerte, un canto fúnebre lleno de odio. Mi espada "Gurthang" (Turin de Turambar le puso también este nombre a su espada negra), el Hierro de la muerte, quedó saciada de sangre negra, de sangre orca, tinte oscuro que empañan sus venas; sangre espesa que quedó derramada mancillando asi la inocente hierba; fluido corrupto que inundan sus venas, humeante y pútrida  necesaria en Angband, los Infiernos de Hierro. Mi espada cantó y cantó, y  los elfos se alegraban con su canción de muerte, cada  giro, cada son más alto de tono, graves y agudos, y luego un coro de voces corruptas al unísono espirando las  ultimas notas de vida. Rostros oscuros, horrendos, deformes, feos, monstruosos, todos ellos embellecían y recordaban lo que una vez fueron cuando escuchaban  la balada de Gurthang  de solemnes hechizos que destruían  las formas de los advenedizos y dejaba al descubierto  el alma incorruptible  del que una vez procedieron.

Ese día no solo descubrí que en la lucha contra los Poderes del Norte los Noldor no nos podíamos relajar, sino que también comprendí  la naturaleza de muchos de los orcos que maté. Puede que la gran mayoría solo fueran bestias creadas por Morgoth, y que animadas por su voluntad hablaran  con los pensamientos de Morgoth, o puede que  Morgoth hubiera creado  a esos seres deformes y que siendo no superior a animales, tuvieran  alguna virtud o especial capacidad para aprender  alguna palabras  y que todas su frases fueran retahílas enseñadas por el enemigo para hacerlos parecer inteligentes; pero de lo que no me cabe duda es de que muchos de estos orcos, una vez fueron elfos, y que mediante conjuros y hechizos y torturas, consiguió una nueva cepa, y  ahora constituían una nueva raza que podía procrear y multiplicarse. Estos orcos élficos indudablemente se mezclarían con los de naturaleza animal, dotando a los orcos de las siguientes generaciones de  conciencia e inteligencia. De todas las obras de Morgoth esta es la que más detesto.

Ese día se apilaron los cadáveres de  millares de orcos y se quemaron, mas no hubo alegría en la noche, al menos yo no la tuve, pues en el interior de algunas de aquellas bestias que maté, encontré dolor y arrepentimiento, un indecible sufrimiento y una luz de liberación cuando Gurthang traspasaba su negro corazón.

DE LAS CRONICAS DE BELERIAND (opinión personal sobre la naturaleza de los orcos)