Hijo de Gondor
Nuestra amiga Andira Gandalfa está trabajando en un relato basado en la obra de Tolkien, del cual nos envia los dos primeros capítulos: "Ya no soy un niño" y "Hermandad y dolor", que esperamos que os gusten :).

Ya no soy un niño

Llevo veinte días viajando solo. Si fuera un hombre débil, quizá estuviese loco a estas alturas. Se me agota el agua y me parece que estos caminos no los siguen ya ni las almas de los muertos que vagan sin rumbo. No he visto a nadie que pueda decirme dónde está la Casa de Elrond. Sí, podría volverme loco porque esto es desesperante... pero soy un hombre fuerte y no pienso rendirme. Dejo que mi instinto me lleve, al igual que hace mi caballo.
No es la primera vez que emprendo un viaje largo, ni la primera vez que me pierdo... pero sí la primera vez que me paro a pensar en aquel día en que dejé de ser un niño.
Parece que fue ayer cuando tenía diez años. Me había levantado temprano para asistir a mi clase de lectura. Como madre estaba enferma desde hacía un tiempo, tuve que conformarme con el beso de buenos días de la nodriza. Siempre odié los besos, sobre todo los que no son sinceros, y el de aquella mujer era de obligación y no de cariño. Nunca he sido cariñoso, pero he de reconocer que de vez en cuando me sentía necesitado de un abrazo por parte de mi madre, o mi padre o mi hermano. Supongo que todos necesitamos a veces un poco de comprensión, dejar a un lado por un momento nuestra dureza y abrirnos al afecto de los demás. Yo soy de naturaleza reservada para estas cosas, pero reconozco que necesito sentirme querido. Con tanta confesión he olvidado por dónde iba... el caso es que ese día, la nodriza estaba un poco tensa y me trataba como si yo fuese frágil... me hablaba con más dulzura de la habitual, y eso no me gustaba. Sentía algo oscuro en todo aquello y me pareció que el día no sería bueno pese al sol que hacía brillar toda la Ciudad.
Fui a paso lento a la biblioteca... tenía ganas de jugar, nada de libros, yo era un niño, ¿por qué debía esforzarme tanto? La mayoría de niños de mi edad estaban jugando e inundando de gritos Minas Tirith, ¿y yo qué? No, yo tenía que devanarme los sesos haciendo estúpidos ejercicios de gramática que no me aportaban nada, yo seguía hablando igual que siempre y escribiendo sólo cuando debía hacer algún examen, y siempre con ciertas faltas ortográficas. Pero al igual que la nodriza, el maestro también estaba extraño.
-Pasa, Boromir.- Me dijo poniéndose en pie.- Hoy he pensado que has trabajado mucho esta semana y tu comportamiento ha sido excelente. Por eso voy a permitirte que leas lo que desees sin hacer ningún ejercicio.
¿Y eso? ¿Mi comportamiento, excelente? Era obvio que no había visto la rata que le había puesto en el arcón la semana pasada. ¿O era una trampa para castigarme después? Fuera lo que fuese yo no podía hacer otra cosa, así que me puse a leer en silencio. Me sentí observado y levanté la vista un momento para ver qué hacía el profesor: me estaba mirando desde su mesa con compasión. Me invadió un escalofrío; ¿qué estaba pasando? No era normal que sintieran pena por mí y no me dijeran nada. Se me ocurrió que podría ser algo relativo a mi madre y su enfermedad, pero ellos me lo contarían, ¿no?
-Señor. Alathor, ¿puedo irme ya? Es que debo decirle algo a mi padre.
-por supuesto.- Respondió, y eso me hizo sospechar aún más.- puedes irte, cuídate.
Cerré el portón al salir. Tenía el corazón desbocado, nunca me había sentido tan intranquilo. Tenía que ver a padre, tenía que verle y preguntarle qué estaba pasando.
-¡Boromir! ¡Boromir!.- Gritó una vocecilla.
Miré a mi derecha y vi a mi hermano Faramir corriendo hacia mí. Tenía cinco años, y una gran sonrisa en la cara. La nodriza estaba más atrás y sonreía, pero con ternura y pena. Se apiadaba de nosotros por algo que no sabíamos que estaba pasando.
-¡Cuánto me aburrí hoy sin ti!.- Dijo Faramir cogiéndome de las manos y haciéndome dar vueltas.
-¡Yo también!.- Respondí riendo. Faramir me hacía olvidarme del mundo, ¡de todos mis problemas! Empezamos a girar como peonzas riendo y gritando, y la gente nos miraba con tristeza allá en el patio blanco...

-¡Dalaisa!.- Gritó de repente un criado.- ¡Dalaisa! ¿Dónde está el Señor Denethor?
-¡Aprisa, encontradlo!.- Continuó otro.- ¡La Señora está delirando y lo llama!
Faramir y yo nos soltamos y miramos hacia la Torre.
-Madre...,.- Murmuré.
-¿Qué le pasa a mamá?.- Me preguntó Faramir muy preocupado.
Enmudecí de pronto. Estaba demasiado ocupado pensando en mi madre. Faramir se asustó al verme tan angustiado y empezó a llorar.
-¡Faramir!.- Exclame de repente.- No llores, Faramir.
-A mamá le pasa algo y no me lo quieres decir.- Dijo secándose los ojos.
-No te lo digo porque yo tampoco lo sé.
-¿Y por qué no me dices eso por lo menos? Creía que te habías vuelto sordo.
-No, Faramir.- Le dije abrazándole.- es que estoy muy preocupado por ella.
-Pero tú no lloras.
Mi hermano pensaba que yo era un insensible. Quizá fuera cierto, rara vez lloraba, y cuando lo hacía era por rabia o por amor propio...
-¡Mira! ¡Es papá!.- Señaló Faramir.
Mi padre venía corriendo, más pálido que nunca, recogiéndose la túnica. Parecía haber enfermado de tristeza en aquel tiempo, los cabellos le habían clareado y se lo veía más viejo.
-¡Padre! ¡Padre, espéranos!.- Le dije.
-Hijos míos.- Dijo parando un momento.- No, no me sigáis, voy a ver a vuestra madre.
-Y nosotros también vamos.- Dijo Faramir.
-Pero mis niños, no...
-Queremos verla.- Dije.
-Está muy enferma, Boromir... te entristecerá verla así.
-¡Ya estoy triste!.- Grité.- Quiero verla, padre, ¿y si no la vuelvo a ver despierta?
A mi padre se le llenaron los ojos de lágrimas. Me agarró de los hombros y se arrodilló ante mí.
-la verás entonces tranquila, libre de tormento... y sabrás siempre que está a salvo. Pero sí ahora la ves tal y como está, nunca se te irá la tristeza de los ojos y te irás consumiendo como yo... no quiero ese final para ti, Boromir, no lo quiero.
-Es mi madre. La quiero. Tengo que verla, padre.
-Yo también.- añadió Faramir.- Tengo que decirle que le he hecho un dibujo.
Mi padre nos miró largo rato y al fin se levantó y nos dio la mano.
-Si queréis verla, la veréis. Pero nunca os abandonará la pena, hijos míos.
-tampoco el cariño que le tenemos.- Dijo luego de un silencio Faramir, y tanto a mi padre como a mí nos sorprendió enormemente su intervención.
Subimos las escaleras juntos, cogidos de las manos. Me temblaban las rodillas; si mi padre estaba tan preocupado, él que era un hombre fuerte y valiente capaz de soportar grandes sufrimientos y sonreír después con orgullo, ¿qué sería de mí? Sólo era un crío que se las daba de valiente, ¿y si no lo era en realidad? Yo siempre había querido parecerme a mi padre, siempre le había imitado en todo porque quería que estuviera orgulloso de mí, y lo había conseguido, pero ahora llegaba el momento de la verdad. ¿podría soportar lo que iba a ver?
Al fin llegamos arriba y caminamos hacia la habitación de mis padres. La puerta estaba entornada, y cuando entramos suspiré. En la cama, tapada con abundantes mantas, estaba mi madre. Ella siempre había sido muy pálida, pero tenía ahora un color enfermizo, y hasta sus labios estaban blancos. Tenía los ojos cerrados, los párpados ensombrecidos, y su pelo negro había perdido el brillo. Cuando los criados nos vieron, salieron de la habitación apresuradamente. Mi madre nos había oído entrar y abrió los ojos un poco.
-Mis niños...,.- Murmuró.
-Mamá.- Respondió Faramir, y corrió hacia ella.
-Señor Denethor.- Dijo uno de los médicos cogiendo a mi padre del hombro.- Salga un momento, por favor, tengo que hablarle del estado de su esposa.
Yo me quedé en la puerta, mirando a mi madre frágil como una rosa. No me atrevía a entrar, por alguna extraña razón no quería hacerlo. Faramir estaba a punto de llorar porque mi madre no tenía fuerzas ni para abrazarle. Oí que el médico le decía a mi padre:
-La Señora se muere, mi Señor. Quizá le queden algunos días de vida, pero no más. Lo siento, Señor. No podemos hacer nada.
Maldije al médico en silencio. Si de verdad lo sintiera, se habría esforzado más aún en curar a mi madre.
-Boromir, hijo mío.- Dijo mi madre débilmente.- Acércate, por favor.
Me acerqué a ella y me senté a su lado en la cama.
-Qué hermoso eres, cariño.- Dijo tocándome el pelo.- Tú y tu hermano habéis heredado mis cabellos, ah, algo os quedará de mí al menos.
-No digas eso, madre.- Le dije.- Todavía no.
-Mamá, ¿por qué te tienes que ir? Prometiste que estarías con nosotros  cuando creciéramos.- Dijo Faramir con los ojos llenos de lágrimas.
-Lo siento, cariño.- Mi madre empezó a llorar.- Lo siento. Yo no quiero irme, pero...
El llanto la hizo toser. Faramir y yo la abrazamos con cuidado de no hacerle daño.
-¡mamá, yo no quiero que te mueras!.- Gritó Faramir llorando.
-¡Lo siento, mis niños, lo siento!.- Gritó ella.
Faramir y mi madre lloraban abrazados, y aunque yo los abrazaba también, no podía llorar. Ni una lágrima asomaba en mis ojos en aquel momento tan terrible. ¿Acaso no lo sentía? Me horroricé pensando que quizá yo no la quería tanto como Faramir. Mi padre llegó y nos sacó de allí, tenía que estar a solas con madre y lloró al vernos tan deprimidos. Cogí a Faramir en brazos y me lo llevé fuera; nos sentamos en las murallas y lo abracé para consolarle hasta que se quedó dormido. Yo me estaba consumiendo, sentía tantas cosas malas... sentía tristeza porque mi madre iba a abandonarnos y rabia porque estaba sufriendo y nosotros la habíamos hecho sufrir aún más. Y sentía odio, odio por mí mismo porque no había llorado, y odio por Eru que se la llevaba tan pronto. Me levanté y dejé a Faramir tumbado sobre el muro; corrí lejos de la gente, tenía que estar solo, solo, solo...
Al fin llegué a un descampado y mirando al cielo empecé a gritar:
-¡Malditos Valar! ¡Malditos seáis todos los que nos miráis y os burláis de nosotros! ¡Malditos, malditos! ¡Queréis robarme a mi madre, asesinos! ¿Qué os ha hecho ella para que le enviéis este sufrimiento? ¿Qué os hemos hecho mi padre, mi hermano y yo para que nos atormentéis a nosotros? ¡Ella es joven y buena! ¿Por qué queréis apartarla de mí? ¡Llevadme a mí, pero dejadla! ¿Qué ha hecho ella, qué ha hecho? ¡Sois injustos y crueles, todos lo sois! ¡Y desde hoy os odio y nunca os confiaré mi destino! ¿Me oís? ¡A partir de hoy yo, Boromir, os odio y jamás os rogaré por nada, jamás!

Los Valar debieron apiadarse de mí, supongo, porque comprendieron mi dolor, pero de haber sido ellos yo habría castigado severamente a quien lanzara semejante ofensa contra mí. Aquella noche no dormí, estuve tumbado con una bella piedra blanca a mi lado. Esa piedra era un regalo de mi madre, un pedazo de nácar de las costas de Dol Amroth, su tierra natal. Faramir dormía, pero agitado; debió tener una pesadilla. La noche se me hizo eterna hasta que al fin salió el sol. Agotado por la tristeza y el insomnio desperté a Faramir.
-Esta noche tuviste una pesadilla, ¿verdad?.- Le pregunté.
-Soñé que me moría, Boromir.- Dijo Faramir alarmado.- Me moría, pero no era yo.
-¿Qué quieres decir?
-Yo no era yo, hermano, yo era mamá y me moría en su cama.
Le agarré de los brazos.
-¿Cómo dices?
-Era de noche, yo era mamá y estaba en su cuarto. Todos estaban llorando... me vi a mí mismo llorando también.
-Oh no...
Me levanté rápidamente.
-¿Hermano?.- Preguntó.
-¡Que no sea como aquel día! Cuando soñaste lo del perro... ¡mordió al guardia exactamente como soñaste! Que no se cumpla, que no se cumpla.- Murmuré.
Faramir me siguió al salir de la habitación y corrimos hacia donde descansaba mi madre. Los médicos no nos dejaron pasar, y oímos llorar dentro a un hombre.
-¡Es papá!.- Dijo Faramir, y pasó por debajo de las piernas del médico para entrar.
-¡Faramir!.- Lo llamé; el hombre me dejó pasar a mí también.
Mi padre estaba arrodillado ante la cama, tomando la mano inerte de mi madre. Ella se había dormido para no despertar jamás.
-No...,.- Fue lo único que pude decir.
-Su aliento se apagó anoche.- Dijo mi padre.- ¡Ah, Finduilas, cuanto te amaba! Y te lo hice saber tan tarde...
Faramir le tocó la cara a mi madre y al comprender que había muerto empezó a llorar.
-¡Deja de llorar!.- Ordenó repentinamente mi padre mirándole con furia.- ¡Tu egoísmo ha provocado todo esto!
-¡Padre!.- Grité, pero no me oyó.
-¡Tus inútiles súplicas la hicieron sentir culpable! ¡Iba a morir, pero tú la mataste antes de tiempo! ¡Sí, tú has matado a tu madre! ¡Has matado a mi amor!.- Gritaba mi padre mientras se ponía en pie. Parecía un loco, abría mucho los ojos y miraba a Faramir con odio.
-¡Padre, él no ha hecho nada!.- Le grité yo poniéndome junto a Faramir.
-¡Él la ha matado!
-¡No! Él le dijo que no quería que se fuera, sólo eso. Sólo le dijo cuanto la amaba, padre. También yo lo hice, así que tengo la misma culpa que él.
-No, él sabe que la culpa es suya. Tú no hiciste nada para amargarle el corazón a tu madre.
-Sí que lo hice, padre. No lloré por ella. Se ha ido pensando que yo no la amaba. Quizá haya muerto antes por eso.
Pero mi padre se negaba a aceptarlo y culpó a Faramir durante toda su vida. Faramir creció sintiendo aquel peso sobre él siempre, y yo crecí con el dolor de no haber derramado una sóla lágrima por mi amada madre.


Hermandad y dolor

-¡Agh! ¡Boromir, cuidado! ¡Esto es verdadero metal!.- Exclamó Faramir esquivando mi espada.
-¡Lo sé, pero eres tú el que debe tener cuidado! Después de todo eres tú el que corre peligro de ser herido.- Le dije.
Habían pasado varios años desde aquella noche en que murió mi madre. Faramir y yo éramos jóvenes y nos preparábamos para entrar en el ejército. Yo destacaba por mi manejo de la espada, mi arma favorita, y por eso había sido designado para enseñar a Faramir a utilizarla; pero después de una semana entera practicando, Faramir no había aprendido nada.
-Reconócelo, hermano: no estás preparado para usar una espada.
-Si todos supiéramos hacer las mismas cosas sería un aburrimiento.- Dijo.
-Sí, y quien no se consuela es porque no quiere.- Reí.
-Bueno, puede que no sepa, pero hay más armas: la maza, el hacha, el arco...
-Pero la espada es la más noble de todas.- Le dije.
-Lo dices porque seguramente no sabes manejar las demás.
-¡Ja! Soy el mejor con todo tipo de armas, Faramir. Aunque reconozco que el arco me cuesta mucho más que las otras.
-Pero tú eres muy fuerte, deberías poder hacerlo.
-Tensar la cuerda es fácil, pero no tengo buena vista a la hora del disparo.- Expliqué.
-Yo quiero probar, quizá se me dé bien. ¡Hasta luego, hermano!
Oh sí, a Faramir se le dio muy bien. Tan bien que se hizo famoso por su puntería y pronto estuvo rodeado de admiradores que querían convertirse en sus discípulos. Me alegré enormemente por él, pero, ¿dónde estaban los futuros espadachines? Estaban siguiendo a Faramir para aprender a tirar con arco...
Me convertí en capitán del ejército y defendí mi tierra en numerosas ocasiones, pero mi padre destinó a Faramir al cuerpo de los montaraces de Ithilien. El cuerpo de montaraces estaba compuesto por guerreros de élite que defendían las fronteras desde el anonimato. Ellos eran mejores guerreros que nosotros, el ejército gondoriano, pero si morían no se elevaban estatuas en honor ni se entonaban cantos sobre sus hazañas. Ellos morían sin alcanzar la gloria. Nosotros por el contrario éramos alabados en vida y las gentes arrojaban flores bajo nuestros caballos. Sólo con pasar frente a ellos les infundíamos esperanza.

Una vez los orcos, enemigos de Gondor, vinieron desde Mordor e intentaron ocupar Osgiliath. Yo capitaneé al ejército contra ellos y Faramir y sus montaraces lucharon junto a nosotros. Cuando llegamos a Osgiliath, alcé la espada y les dije a los míos.
-¡Soldados de Gondor, montaraces de Ithilien! ¡Espadas y arcos, fuerza y astucia! ¡Uníos hoy contra el enemigo! ¡Esta ciudad volverá a ser nuestra! ¡Hay muchos allí dispuestos a matarnos! ¡Hermanos míos, si debemos morir, hagamos que eso signifique algo! ¡A la carga, mis soldados!
Nos lanzamos al ataque, todos, a caballo o a pie, con cualquier arma, éramos aliados y lucharíamos juntos hasta el final. En una ocasión me vi solo en mitad de la batalla y los orcos me derribaron. Mataron a mi caballo y vinieron hacia mí con las mazas dispuestos a matarme, pero una flecha certera mató al capitán y todos se distrajeron, de modo que me fue fácil aniquilarlos.
-¡Boromir, tienen el puente!.- Me avisó Faramir.
-¡Pues a qué estamos esperando! ¡A por el puente!.- Ordené.
Corrimos hacia allí y ayudamos en la defensa, pero venían más orcos.
-¡Colocad las cargas y detonadlas!.- Les grité a dos de mis hombres.
Ellos así lo hicieron y salieron corriendo a tiempo. Vimos por última vez a muchos de los nuestros caídos en el puente. Nos lanzamos al río y el puente explotó a nuestras espaldas. Habíamos vencido. En la orilla nos esperaban los soldados y montaraces que habían sobrevivido y festejamos la victoria al volver a Minas Tirith. Allí muchos se reunieron con sus familias y vinieron después a beber y reír con los demás. La plaza se llenó de gente en muy poco tiempo y las sonrisas lo inundaron todo.
Yo los veía a todos felices y me olvidaba por un momento de los que habían perecido, que no eran pocos. Mi gente estaba a salvo y yo estaba orgulloso de haberlos protegido. Observé que una muchacha nos miraba a mi hermano y a mí, sobre todo a él, y se lo hice saber:
-Faramir, allí hay una bella joven que te está mirando.
-¿Eh? Yo creo que te mira a ti, Boromir.
-No no, fíjate bien, te mira a ti. ¡Mi hermano levantando pasiones entre las mujeres!
-¡Eh! A ti también te miran.- Dijo.
-Y no me molesta, en cambio a ti sí... ¿Qué, enamorado?
-¡para! Deja de reírte de mí...,.- Dijo sonrojándose.
-Lo estás, ¿eh? Y, ¿de quién?
-No pienso decírtelo, irás a buscarla para contárselo.
-Vamos, quizá no la conozca. Cuéntamelo.
-¡Ah! ¡Deja de poner esa cara, Boromir! Me das lástima.
-Por favor, cuéntamelo.- Supliqué.
-Está bien... Se llama Laltame. No es muy alta y seguramente las has visto más hermosas, pero no me importa. Tiene el pelo muy largo y negro, y grandes ojos oscuros. Atiende a los heridos en las Casas de la Curación y es muy dulce. Nunca había conocido a una mujer así.
-¿Laltame? ¡Ah, sí! Sé quién es.
-Lo imaginaba.
-Pero no le diré nada, tranquilo. No quiero verte apartado de ella si te atrae.
-Te lo agradezco, Boromir. Bueno, y ahora que yo he confesado, dime... ¿quién es la elegida de tu corazón?.- Preguntó riendo.
-¡Ja! Habría que verme enamorado a mí. Mi corazón es fuerte y no necesita amar a ninguna mujer. Me basta con mi amor a mi patria y a mi familia.
-Algún día amarás, Boromir, y no podrás evitarlo.
-Eso parece una maldición.- Me burlé.- ¡Eh! Ahí viene padre.
-¿Dónde está el mejor del ejército?.- Preguntó mi padre al verme.
-¡Aquí, padre! Con el mejor de los montaraces.
Pero mi padre no abrazó a Faramir.
-Boromir, tus hombres esperan una arenga. No les decepciones y sal a verles.
-Enseguida, padre. Faramir la dará conmigo.
-No, Boromir.- Dijo Faramir evitando la mirada de mi padre.- Es mejor que yo no la dé.
Faramir se fue y mi padre sonrió.
-Trátale bien, padre. Él te quiere.
-Oh, sí, me quiere mucho.- se dio la vuelta para irse.

Aquella noche dormí muy mal. Soñé que el sielo se oscurecía completamente y una pálida luz asomaba en el Oeste. Aquello me resultaba muy familiar, y oí entonces unas palabras:

Busca la espada quebrada
Que está en Imladris.
Habrá concilios más fuertes
Que los hechizos de Morgul.

Mostrarán una señal
De que el Destino está cerca.
El Daño de Isildur despertará
Y se presentará el Mediano.

-El sueño de Faramir...,.- Me dije al despertar, y le busqué para contárselo.
-Soñaste lo mismo que yo...,.- Dijo él.
-No entiendo por qué, ni entiendo lo que significaban algunas palabras... ¿Quién puede ayudarnos a descifrar esto?
-El Señor Elrond...
-¿El Señor Elrond? ¿El Medio Elfo?.- Pregunté.
-El mismo; Mithrandir me habló de él.
-¿Otra vez con Mithrandir? Padre te matará, sabes que le odia.
-Es el único que me da paz aparte de ti, hermano. Padre no quiere un hijo discípulo de un mago, tampoco quiere un hijo soldado, ni un hijo montaraz... no me quiere, pero me pusieron en el mundo para algo y quiero vivir. Si quiere acabar conmigo que lo haga, pero que no me prohiba ser libre.
-Como te admiro, Faramir.- Le dije dándole un abrazo.- En fin, ¿qué te dijo Mithrandir de Elrond?
-Que es uno de los grandes maestros del saber. Quizá él sepa descifrar las palabras de nuestro sueño.
-Muy bien, pues voy a pedirle permiso a padre para buscarle. ¿Me acompañas?

Pero mi padre se lo tomó muy mal.
-¿A Rivendel a buscar respuestas a un sueño?
-Tú dices que el conocimiento verdadero se esconde en los sueños, padre.- Le dije.
-Y así es, pero, ¿por qué tú?
-Porque quiero saber qué significa todo eso.
-Pero Faramir también lo soñó, y varias veces además; quizá sea una señal, ¿y si él es el elegido para ir?
-¡No!.- Intervine antes de que Faramir pudiera hablar.- Tú sólo quieres que vaya él para no arriesgarte a perderme porque sabes que será peligroso. Pero no lo conseguirás, padre. Iré yo por él. Faramir nunca ha viajado solo tan lejos.
De mala gana conseguí su permiso, y creo que odió un poco más a Faramir. Salimos de allí y fui a prepararme para el viaje. Después, Faramir me dijo que no quería que me fuera.
-¿Por qué tú, Boromir? ¿Y si no vuelves? Tú has sido mi hermano y mi padre todo este tiempo... no quiero perderte. Además, tú serás mucho mejor Senescal que yo cuando llegue el momento de sustituir a nuestro padre.
-Porque quiero protegerte, Faramir. Será un viaje peligroso y tú no estás preparado para ir.
-¿Y cuándo lo estaré si sigues protegiéndome de todo?
-Soy tu hermano y tu padre, ¿no? Estoy en mi derecho de protegerte. Tú cuidarás de la Ciudad en mi ausencia, y cuida de padre. En lo más profundo de su corazón te quiere, en serio. Cuanto antes me vaya mejor, que todo siga bien aquí y tengas paz, hermano.
-Que encuentres lo que buscas y vuelvas pronto, Boromir. Ojalá volvamos a vernos...
-... en esta vida o en la otra.- Continué.- Voy a despedirme de padre.
Faramir se quedó solo, mirando al suelo con tristeza. Al entrar de nuevo en la Torre vi a mi padre subiendo las escaleras.
-Padre, ya me marcho...,.- Advertí.- ¿Adónde vas?
-Arriba, a la cúpula de la Torre. ¡Ah, hijo mío! ¡si las cosas se complican, da la vuelta, regresa a tu hogar! No te arriesgues a morir por conseguir una maldita respuesta.
-No sacrificaré mi honor, padre. Cuídate y recuerda que tienes otro hijo que se queda contigo. Cuenta con él, padre. Recuerda que él te quiere.
-Ahí marcha mi heredero.- Dijo abrazándome.- Te pareces a mí cuando yo era joven, aunque eres más alto y fornido que yo. ¡oh! Llevas al cuello la piedra de tu madre.
-Necesito sentirla conmigo para luchar.- Dije acariciando aquel regalo.
-Y en tu tahalí llevas el Cuerno de Gondor. Tú serás capaz de sacarle la nota más alta. Adiós, hijo de Gondor; adiós, hijo mío.
Salí de la Torre, ensillé mi caballo y se abrieron para mí las puertas de la Ciudad. Comenzaba mi viaje hacia Rivendel, y desde entonces cabalgo solo.