Cálëhérincë Tintamírë
§ Azrubêl:
Azrubêl creció en Pelargir, el puerto del reino de Gondor, e hizo honor a su nombre ya que era un renombrado marinero, incluso entre los Númenóreanos. Su barco fue heredado de su padre y se llamaba “Azrabawâb”, el cual se movía ligero por sobre las olas como una hoja seca arrastrada por el viento frío del otoño. Por esto mismo Azrubêl gustaba de salir en el barco y vagar en el mar por tiempos indeterminados. Había veces en que se dejaba arrastrar por las corrientes marinas u otras en que se dedicaba a perfeccionar los mapas que tenia de la Tierra Media, pero siempre que tenia recursos navegaba al oeste, ya que en su corazón tenia oculto el deseo de ser el primer humano en ver Aman después del hundimiento de Númenor y por ello muchas veces terminaba dándose una vuelta a la tierra sin haber encontrado Aman.
Los viajes hacia el oeste eran financiados por un acaudalado noble que a veces le pagaba los viajes a Azrubêl si le traía cosas exóticas que encontrara en el camino, ya que era un coleccionista de extravagantes gustos. Esto para Azrubêl no significaba ningún problema y a su vez le permitió realizar más viajes de largas distancias. Por esto mismo Azrubêl acostumbraba anclar cerca de islas de extraña vegetación, donde gracias a su precarios conocimientos en plantas lograba llevar vástagos de éstas a Pelargir y así financiar sus viajes al oeste.
§ La isla:
Sucedió que en uno de los incontables viajes de Azrubêl al oeste y después de dar una vuelta al planeta, llegó a tierras que nunca había visto. Por un momento creyó que era la tierra de los Valar por lo hermoso de la visión que provocaban los distintos tonos del verde, pero al momento de acercarse se dio cuenta de que no era así: era una gran isla con un volcán en el centro cubierto de verde, lo que le llamo la atención y por ello decidió desembarcar en aquella isla y explorarla, así que anclaron el barco y Azrubêl junto con tres tripulantes se subieron a un pequeño bote en dirección a la isla.
Al acercarse a la orilla de la isla se sintió transportado a edades mas allá de la razón que el hombre puede alcanzar, edades donde las estrellas eran la luz del mundo y los elfos paseaban con seguridad y felicidad por tierras vírgenes, mientras que ahora los elfos eran solo una pequeña sombra de lo que en algún tiempo fueron, viviendo de noche para así contemplar las estrellas que tantos sentimientos despiertan en sus corazones.
Una vez dejaron el pequeño bote lejos de las olas, empezaron a explorar la isla con sumo cuidado por si había peligros que enfrentar en esa hermosa tierra, que para Azrubêl eran el vivo reflejo de Andor, pero en tierras en que los hombres podían vagar, y no había peligros a los que temer. Los tres tripulantes que lo acompañaban en la exploración de la isla, iban con tanta cautela que se podría haber dicho que ni una hormiga podría haber pasado sin que ellos lo hubieran sabido.
Sucedió en aquel momento que una niebla cubrió el lugar donde estaban, lo que hizo que se dispersaran y se perdieran en la isla, Azrubêl no era cobarde, sacó su espada Nuruhuinë y se abrió camino a través de la vegetación en busca de sus compañeros, pero como el sol estaba encima de ellos no supo orientarse a través de la niebla. A cada paso que daba se acercaba sin saberlo al centro de la isla y sucedió que el destino mandaba en ese instante y quiso que sus tres compañeros llegaran mientras tanto a la orilla.
Fue así que Azrubêl después de caminar y llamar a sus compañeros por horas llegó al centro de la isla sin saberlo. La niebla se retiró y por fin le fue posible orientarse, pero el destino quiso que en el corazón de Azrubêl naciera un deseo incontrolable por saber que es lo que había a lo largo de la isla y ya que sabia que el barco no se iría sin él o sin su cadáver se encaminó resuelto a explorar toda la isla. Ya se había dado cuenta de que no era una gran isla y que las plantas crecían en la medida justa, por lo que no le estorbaban en su caminar.
Después de haber caminado un rato empezó a sentir la extraña sensación de ser observado. Aunque no escuchaba mas que el tenue murmullo de la brisa al rozar las verdes hojas de aquel extraño bosque, de igual modo empezó a caminar con mas cuidado y con Nuruhuinë desenvainada. Al estar en estado de alerta, percibió un leve movimiento entre las ramas de un alto árbol, pero al acercarse este movimiento había desaparecido por completo. Sin embargo, esto dio pie a que Azrubêl empezara un tipo de persecución de fantasmas: él no sabía lo que buscaba, sin embargo seguía ese pequeño rastro que deja una huida reciente.
Azrubêl continuó siguiendo a este fantasma que mas bien parecía mono, lo que por un instante lo hizo dudar de si era necesario seguirlo, ya que después de correr un rato ya empezaba a distinguir una sombra que se movía muy rápidamente. Sin embargo quiso el destino que lo que era seguido por Azrubêl se tropezara y cayera por entre las ramas y diera contra un matorral que crecía a los pies del árbol; Azrubêl se acercó tan rápido como sus piernas se lo permitieron y con la espada en alto escrutó el matorral para descubrir lo que había caído en él.
Grande fue la sorpresa de Azrubêl al descubrir un cuerpo femenino cubierto con una capa que cambiaba de color según su posición y según la cantidad de luz que le llegaba, lo que hacía que se mimetizara con el fondo, pero mayor aun fue la sorpresa cuando alzó la capucha y se encontró con una elfa de pelo como el oro y piel tan blanca como la nieve, que el creyó emitía una luz blanquecina, pálida pero cálida. Ante tanta belleza Azrubêl solo dijo –“Níslissë vanimelda”-, primeramente de manera galante, pero luego con suma dulzura al darse cuenta de que la elfa estaba inconsciente a raíz de la caída.
El grito que emitió la elfa al despertarse y ver a un hombre fue estremecedor y llegó hasta el Azrabawâb, lo que hizo que los marineros pensaran que algo viejo en la maldad había despertado por su presencia, lo que los lleno de temor y sin siquiera pensarlo dos veces subieron el ancla y emprendieron el viaje de vuelta a sus tierras, dejando a Azrubêl abandonado en aquellas tierras totalmente extrañas a sus ojos. Sin embargo Azrubêl no se intimidó y guardó su espada, ya que consideraba bastante aterrador para una doncella el tener a un hombre a menos de un metro con una terrible espada negra sobre ella, pero al momento en que Azrubêl guardo la espada la elfa dio un salto y se encaramo a un árbol. Azrubêl pensó inmediatamente en seguirla y atraparla pero pensó que en un árbol seria tarea imposible alcanzar a la elfa, mas ella no se movió de la rama en la que se encontraba.
Azrubêl sólo atinó a decir –“aiya Tintamírë”-, debido a la extraña sensación de creer que la elfa expelía algún tipo de luz. Esto provocó un cambio radical en la elfa, ya que lo miró con extrañeza y asombro ante las palabras que Azrubêl había pronunciado. Él viendo este notable cambio le empezó a hablar en la lengua de los altos elfos sobre cosas bellas que él había visto y que no tenían comparación con lo que él estaba viendo en ese instante; le habló sobre quien era él y lo que hacía en esa isla... La invitó también a conversar con él, ya que deseaba escuchar la voz de esa hermosa elfa, sin embargo ella solo contestó balbuceando una frase que Azrubêl no entendió en absoluto, aunque le pareció que se parecía mucho a la lengua que él manejaba.