Orgh gruñó con desagrado. No las tenía todas consigo. La misión que se le había encomendado parecía, a priori, sencilla. Como uruk-hai que era, fue puesto al frente de una partida de guerra que debía reforzar el destacamento de las marismas, al Este de la ciudad humana de Britain. No parecía presentar demasiadas dificultades el viaje, ya que desde el Bastión de Gron-Durk, el líder orco que comandaba la gran fortaleza costera hasta el fuerte de las marismas no había nada salvo una ciudad atemorizada de humanos, llamada Cove, y un puesto de guardia del rey humano, aunque esos enclenques mal llamados soldados se guardaban muy mucho de abandonar la seguridad de sus muros, asustados por la mera presencia de los orcos.
Su partida de guerra estaba conformada por dos exploradores, tres guerreros y un mago gobling, que era el refuerzo principal con que se contaba en el fuerte de las marismas, un tanto desmoralizado por las últimas incursiones de poderosos magos humanos.
“Magos… ¡¡bah!!”- pensó Orgh- “Incapaces de valerse por sí mismos, llorones ante el peligro y siempre quejándose. Nada ganaremos con estos gobblings de mantequilla” . Pero una orden es una orden, y levantando el puño ordenó que se apretara la marcha.
Nada temía de los temblorosos habitantes de Cove, pero las cicatrices que cual medallas recorrían su cuerpo hablaban de enfrentamientos con una nueva saga de humanos, los llamados colonos, provenientes de no se sabe muy bien dónde y que parecían tener una determinación y un valor que ya no se hallaba en los marchitos ánimos de los antiguos habitantes del reino de Britain.
“Zok, Aquhigib, desplegaos por delante, a 50 metros del grupo e id uno a la vista del otro” – ordenó Orgh.
– “Los demás, juntos conmigo”
“¿Acaso te has vuelto cobarde como elfo, Orgh?”- contestó con voz burlona Yurt, uno de sus guerreros perteneciente a otro clan y aliado sólo por mor de las circunstancias – “Los humanos no se atreverán a salir al paso del orco, esos pieles finas estarán temblando de miedo tras sus muros rezando a sus inexistentes dioses para que pasemos de largo”
“Vuelve a contradecirme y veremos el color de tus entrañas, perro” – gruñó Orgh mientras balanceaba peligrosamente su enorme hacha doble. Su escasa paciencia debía competir con los enrevesados tejemanejes de la política orca que le obligaban a soportar al cachorro de Yurt, una especie de seminoble de un clan aliado… eso y sólo eso habían impedido que las orejas del insolente orco adornaran ahora el collar de Orgh.
Zok y Aquibig obedecieron sin dilación a su jefe. De sobra sabían cómo las gastaba cuando de disciplina se trataba, pero también sabían que era un guerrero veterano curtido en mil batallas, y que nunca hacía o decía las cosas por capricho. A pesar de las indicaciones, no tardaron en perderse de vista ante lo tupido de la maleza…
“Maldito Aquibig”- masculló Zok- “no tiene ni idea de moverse por el bosque y nos va a comprometer a todos…”
.. Se dirigió el explorador orco a un pequeño grupo de árboles mascullando en voz baja, pues tanta planta no eran de su agrado… y no llegó a terminar su frase, pues vio con sorpresa como el filo de una espada surgía de pronto de su pecho, sintió el golpe de una empuñadura chocar con su espalda… y murió aún antes de tocar el suelo, sin saber quién o qué le había matado, con un gesto de incredulidad como máscara mortuoria.
Aquibig odiaba el bosque. No era su entorno natural, y si era explorador se debía Únicamente a su impericia con las armas y su débil anatomía, que le impedía servir para mucho más. Además tampoco era especialmente hábil, por lo que su existencia como guerrero no había sido precisamente una carrera exitosa. Volvió sobre sus pasos y se dirigió hacia donde suponía que estaría Zok, ya que había perdido de vista al grupo principal y a su compañero explorador.
Bordeó un pequeño sendero al filo de unos árboles… y ahí vio el cadáver de Zuk. Se llevó rápidamente su pequeño cuerno de caza a los labios para dar la alarma… pero la sangre se le heló en las venas y se quedó paralizado cuando vio que de entre dos árboles, a escasos diez metros de él, acaba de surgir un jinete completamente blindado, subido en un enorme caballo, y que cargaba contra él… miró embobado su rostro, una máscara de guerra irónicamente de factura orca, y petrificado por el miedo vio, con lágrimas en los ojos, cómo una enorme espada bajaba del cielo hacia él…
“¡¡Por la luna roja!” – exclamó Orgh. Sus cuatro acompañantes hicieron un círculo en torno a los dos cadáveres de los exploradores.
“¿Un demonio del bosque?”- preguntó un guerrero orco. Los otros dos guerreros hicieron rápidamente el gesto orco contra lo oculto.
“No os esforcéis en parecer menos estúpidos de lo que sois”- contestó despectivamente Orgh. – “ Veo huellas de caballo, de un solo caballo, y las heridas han sido causadas por un arma de filo. Un solo enemigo, elfo o humano para más señas. Mago, al centro. Yurt, detrás de él. Vosotros dos, conmigo delante, uno a cada lado, yo iré el primero.”
Temblando calladamente, los cuatro obedecieron las órdenes de Orgh. Este lanzó una última mirada ausente de sentimiento a sus dos exploradores caídos y dio la orden de avanzar.
El grupo se movía nerviosamente, mirando a diestro y siniestro. Las cimitarras prestas, los escudos entornados… pero deseando estar lejos, muy lejos de ese bosque hostil que parecía emboscarlos. Tan sólo Orgh, con su enorme hacha lista, mantenía el paso firme y los nervios templados.
“¡¡Ahí se ha movido algo!!!” – gritó de pronto Yurt. Y cargó ciégamente contra su lado derecho. Uno de los guerreros aulló y le siguió.
“¡Volved, estúpidos!” – rugió Orgh –“¡Juntos, todos juntos!”
Mas fue inútil. Presa del terror, Yurt quería mostrarse a sí mismo y a los demás que valía más que nadie y sus nervios le hicieron lanzarse ciegamente hacia lo desconocido. Junto con el otro guerrero desapareció de la vista de Orgh… y sus aullidos de guerra pronto se transformaron en gritos de dolor.
Maldiciendo a todos los dioses habidos y por haber, Orgh se lanzó a la carrera en dirección a los gritos, acompañado por el otro guerrero. Tras cruzar una línea de árboles, se encontraron con un pequeño claro. En él yacía el guerrero orco, tumbado boca arriba y ahogándose en su propia sangre mientras se apretaba en un postrer gesto su pecho destrozado. Yurt se arrastraba tratando inútilmente de sujetar sus vísceras que se escapaban por una enorme herida que leatravesaba el tórax. Con el rostro contraído por el insufrible dolor, lanzó una última mirada de súplica a Orgh, y éste, sin decir palabra alguna, le decapitó de un solo golpe, mitad clemencia mitad castigo.
Bonita situación… cuatro bajas y aún no habían salido del maldito bosque… si no hubiera que llevar a ese maldito mago… ¿el mago? ¿el mago? Oh no… Orgh echó a correr de vuelta al camino donde habían dejado al mago… y llegó a tiempo de ver como un guerrero humano, montado a caballo lo atravesaba de lado a lado y su montura lo destrozaba con sus cascos.
El otro guerrero orco, al ver a su enemigo, arrojó la cimitarra y el escudo y huyó aullando de terror.
Ambos guerreros, humano y orco, se miraron en silencio. El humano vestía una armadura de placas de color negro, con un escudo sin distintivo alguno, y en su diestra refulgía una espada enorme… ese arma estaba hecha para matar orcos. Su yelmo era idéntico al del uruk-hai… un cazador de orcos frente a un cazador de humanos, síntesis de una secular lucha entre razas.
Orgh escupió a un lado y balanceó su arma. Fijó sus piernas con fuerza y aguardó la acometida de su enemigo. Este maniobró su caballo de modo que ofrecía el lado izquierdo, protegido por su escudo, al hacha de Orgh. El uruk-hai dejó que se acercara el jinete y con una finta que no cabría esperar de alguien de su corpulencia esquivó el tajo que le lanzó el humano. Giró su cuerpo y soltó un tremendo golpe que rebotó contra el escudo del guerrero, a pesar de lo cual casi le hizo desmontar. El caballo de guerra estaba bien entrenado y no se detuvo, con lo cual apartó a su jinete de un segundo golpe.
De nuevo ambos contendientes se midieron. El humano volvió a cargar pero en esta ocasión giró el caballo bruscamente en el último momento y lanzó un tajo de abajo arriba, buscando eviscerar a su enemigo. Orgh adivinó el movimiento mas no pudo pararlo completamente. Su hacha desvió el golpe hacia abajo y la espada se hundió profundamente en su pierna, abriéndole una profunda herida. Haciendo caso omiso del terrible dolor, levantó su hacha y describió un tremendo molinete que golpeó en el costado derecho del jinete, rompiendo su armadura y penetrando en sus costillas. Sólo su gruesa armadura salvó al humano de morir ahí mismo partido por la mitad. Sin soltar la espada, huyó a caballo dejando tras de sí un copioso rastro de sangre.
Orgh rugió victorioso, mas cuando fue a perseguir a su enemigo cayó. Su pierna herida sangraba profusamente. Arrancó un trozo de la túnica del mago muerto e improvisó un torniquete. Se levantó y cojeando inició la búsqueda del humano. El jinete estaba malherido, de modo que no podría haber ido muy lejos. Siguió el reguero de sangre roja que delataba el paso del humano… era su presa y no iba a escapársele… el mago y sus guerreros habían muerto y él tendría que volver con la cabeza del asesino de su partida o no volver o morir en el intento…
Algo se rompió bajo su bota…dos botellas de cristal… ¿en un bosque? Y ahí delante había… un puñado de vendas manchadas… no podía estar lejos… Los árboles se abrieron cual público de un coliseo, el bosque pareció asomarse al claro en el que esperaba, quieto, el humano a caballo. Orgh vio que ya no sangraba, y que tampoco huía… Cojeando apretó los dientes y avanzó hacia su rival, débil por la pérdida de sangre pero muy capaz aún de partir por la mitad a ese guerrero humano…
Una nueva carga del jinete anunció que el último asalto daba comienzo. Con la sangre fría que dan los años, Orgh esperó hacha en ristre a que su rival se acercara y lanzó un golpe a fondo anticipándose a su rival. Su hachazo encontró el escudo y resbaló hacia el caballo, abriéndole un pequeño tajo en el cuello. Pudo todavía girar su hacha y detener el golpe de espada, pero al desviarla la punta le hizo una nueva herida en su brazo, otra herida que ardía con todo el fuego del infierno.
Por cuarta vez cargó el guerrero y por cuarta vez Orgh aguardó a pie firme la embestida. Golpeó con fuerza a su rival en el centro, aunque no consiguió derribarlo de su montura. Y esquivó una vez más el tajo que buscaba su cuello.
Ambos contendientes se midieron con la mirada una última vez. El humano cargó por quinta vez buscando esta vez el pecho de su rival con una única estocada. Cuando estaba a punto de alcanzarle lanzó su cuerpo hacia delante casi cayéndose del caballo. Orgh golpeó con fuerza donde debía estar el cuerpo de su rival, pero en esta ocasión dio al aire… y sintió que el acero se abría paso en su pecho. Soltó el hacha y tiró con fuerza de la espada, arrebatándosela a su enemigo. Cayó de rodillas, con los dedos lacerados crispados sobre el filo que atravesaba y le estaba bebiendo la vida… Boqueó sintiendo el sabor de su sangre en la boca, y miró al sol, ese hostil astro que iba a ser el testigo de su último día… una figura blindada se interpuso entre el sol y él y vio levantarse a su propia hacha y caer lentamente hacia su cabeza…