El sol se levanta y la guardia inicia su recorrido, tienda por tienda, para levantar a todo hombre. Te liberas de tu vieja y raída manta que cubre el camastro, y te das cuenta de que tus deseos de por la noche siguen sin cumplirse, sigues en el mismo lugar, en el mismo campamento, y hoy es el día de la batalla.
Te levantas y lo primero que ves es a tu compañero. No sabes ni como se llama pero sabes que él también va a dar la vida por tu familia y por la suya, eso es lo más importante. Con la ayuda de tu compañero, os colocáis juntos la armadura. Primero la pesada cota de mallas que cubre tu pectoral y los antebrazos, el jubón de cuero que ira encima de la cota de mallas junto con sus hombreras del mismo material y por ultimo los guantes de cuero y la protección para las piernas.
Al salir observas como el sol se alza en mitad del cielo como si nada de lo que fuera a ocurrir le importase en lo mas mínimo. Te das cuenta de que es verdad, el mundo es un mero espectador. Cabizbajo te diriges a la armería observando como el rocío ha empañado todo lo que te rodea por doquier. El resto de los soldados parecen ya empuñar sus armas, si se le puede llamar eso a una hoja mellada y oxidada. Nadie parece eufórico por la batalla, ni tu, ni el resto de tus compañeros.
Tras recoger tu lanza y espada, te colocas el casco y te diriges al establo donde te espera tu corcel. Tu nerviosismo se le contagia y con un relincho te da la bienvenida. Recuerdas haberlo visto crecer cuando era el corcel de tu padre y como tras una batalla volvió sin él, mas tarde te darían la noticia de la muerte de tu padre.
Ensillas a tu caballo y le das unas palmadas en el morro para tranquilizarlo aunque más bien buscas tranquilizarte a ti mismo. Tras montarte en el te diriges a tu compañía. Tras emprender el pequeño trayecto los nervios cada vez se afloran mas a tu alrededor, a tu derecha puedes ver a un joven de quince inviernos devolviendo mientras su compañero le ayuda a no caerse del caballo, a tu derecha ves a otro más pálido que un muerto intentando demostrar su templanza fallidamente, por tu parte, tan solo miras al suelo acariciando de vez en cuando tu caballo.
Te colocas en formación frente al general de las tropas mientras este derrocha sus ultimas esperanzas en transmitíroslas a ti y tus compañeros mediante un elaborado discurso. Pero tu no eres capaz de escucharlo, agarras con fuerza la lanza con miedo a que se te resbale antes de cargar pues sientes como el sudor empapa la palma de tus manos. A la vez un sudor frío recorre tu espalda y maldices este día, maldices a quien te ha mandado a la guerra y te maldices a ti mismo por aceptar.
Con unas ultimas palabras termina el discurso de vuestro líder y tras golpear con su espada vuestras lanzas vuelve a la fila clamando por la victoria. Con el tronar de un cuerno os lanzáis al galope, tu agarras con fuerza las riendas por miedo a que se te escapen y con cada paso que da tu caballo aceleran los latidos de tu corazón. La adrenalina recorre todo tu cuerpo y tú mandas una plegaria a todos los dioses que en ese momento recuerdas pues cada vez ves mas cerca las picas de vuestro enemigo.
En menos de un minuto sales proyectado por el aire y al caer has oído como crujía tu hombro derecho. Intentas levantarte torpemente y te das cuenta que no puedes mover el brazo derecho, te deshaces del escudo que tienes en la siniestra e intentas levantarte utilizando para ello tu espada. Al levantarte ves a tu lado a tu caballo, sus ojos están en blanco y el extremo de una pica sobre sale de su pecho, al menos parece haber muerto en el acto.
A tu alrededor ves a algunos de los caballeros que evitaron las picas luchando, otros como tu se han levantado y se enfrentan al enemigo de pie, pero la inmensa mayoría esta insertada en las picas. Aun aturdido te das la vuelta pues crees haber oído un ruido y te ves a ti mismo, aunque con un ligero cambio. Al momento te das cuenta, no eres tu aunque tan solo os diferenciáis en las ropas y en a quien servís, en vuestros ojos existe el mismo miedo e incomprensión, pero él es más rápido y su acero acaba de atravesar tu estomago.
Caes de rodillas al suelo mientras tienes la mirada fija en sus ojos, sabes que si la ocasión hubiese sido distinta podríais haber sido amigos pero no ha sido así. Cuándo las ultimas fuerzas empiezan a abandonar tu cuerpo solo hay una cosa que ronda por tu mente, “¿por qué?”, Y ante ella solo encuentras una respuesta, “porque el mundo es... así.”