Prefacio
¿Qué tal? Mi nombre es Javier, mejor conocido como Javis Felagund por estos lugares de El Fenómeno. Tengo ya tres años que recuerdo con gusto perteneciendo al grupo de visitantes de este sitio (empecé como miembro del foro, lo recuerdo, en febrero del 2002, mientras usaba la computadora destinada a desarrollar la tesis mía y de otros tres compañeros en mis momentos libres para navegar por éste y otros sitios dedicados a Tolkien y su obra), y debo decir que es un sitio no sólo muy bien logrado y organizado, sino también el lugar en el que también he encontrado gente con gustos e ideas como las mías, y otras no tanto, y con quienes he podido compartir, discutir y opinar de una manera que me hace pensar que esto del Internet y la globalización no es siempre tan malo como lo pintan, aunque tenga sus contras.
En fin, este escrito que ahora por fin tengo terminado tiene también su historia: lo comencé a escribir a mediados de 2003, en los momentos más aburridos de mi primer trabajo, cuando el hastío era insoportable (uno de los motivos que me orilló a dejar ese trabajo) y empecé a crear algo de lo que tenía leve idea quería crear, pero que no tenía idea de lo prolongado que sería, menos del tiempo que me llevaría terminarlo. Después de tenerlo abandonado en el papel, a mediados de 2004, un año después de que comencé a escribirlo, terminé de capturarlo en mi computadora, y lo pasé a mis amigos de El Fenómeno, mis grandes amigos los Cinco Cazadores (Hara, Durin, LaPrimaHeavydeFrodo, Nigro y también Raima), para que me dieran su opinión, y ahora, en parte celebrando mi tercer año en El Fenómeno, luego de casi dos años, termino este ‘pequeño’ relato que en lo personal estimo mucho, ya que trata de tantos temas que me llaman la atención, de la obra de Tolkien y de otras tantas cosas que impregnan mis ideas e ideales. En fin, dejo ya el rollo, y los dejo con este relato que, humildemente, espero les agrade…
Javier Novoa Cataño (Javis Felagund, jstitch@gmail.com), 16 de febrero de 2005, México
A la Amarië de mi vida, Eva Lorena…
– Me voy ahora a mi largo descanso en las estancias intemporales mas allá de los mares y de las montañas de Aman. Pasará mucho tiempo antes de que vuelva a ser visto entre los noldor otra vez; y puede ser que no nos volvamos a encontrar tú y yo de nuevo, en muerte o en vida, pues los destinos de nuestras razas están separados. ¡Adiós!
Capítulo 1. Las estancias
Un dolor inmenso lo abarcó, un dolor que no podía compararse con nada que hubiera sentido antes… y de pronto, todo cesó.
En principio el estaba rodeado de oscuridad, o eso creía, y pasó un largo tiempo, bastante tiempo: ¿días?, ¿semanas? lo que a él le pareció que transcurrió hasta que sus ojos, o lo que el tenía ahora por ojos, se acostumbraron a la oscuridad. Bastante debió de haber sido esta para que la vista de un elfo, que veía más lejos y con más precisión que cualquier otro ser, del pueblo que se había despertado con la luz de las estrellas, tardara tanto en acostumbrarse a ver. O tal vez era que durante todo ese tiempo (lo que a él se le hizo un tiempo muy largo) sus ojos (lo que ahora entendía que serían sus ojos) los había mantenido cerrados (si es que eso es posible para un ser que, luego de morir, abandona el cuerpo y todas sus partes con el: cabello, manos, piernas, torso, ojos y boca también, para ser únicamente alma: el habitante intemporal de la casa temporal).
Conforme pudo ver mejor, observó todo a su alrededor. Se encontraba en un lugar bastante extraño, como nunca había conocido un lugar así. La oscuridad parecía ser el elemento predominante. No una oscuridad vacía, de terror como la que recordaba había caído sobre la hermosa ciudad mientras todos festejaban… detuvo sus pensamientos, no quería recordar eso: aquello había sido sólo el comienzo de La Caída, la caída de su pueblo, su propia caída. Sin embargo, la oscuridad que lo rodeaba ahora parecía conformar los muros del lugar donde estaba, y aún así podía ver; se percataba ahora de alguna luz que debía existir proveniente de algún lugar. La luz no era mucha; aunque no estuvo ahí, su abuelo le había hablado del despertar de su gente, de cómo sus ojos se abrieron con la tenue luz de las estrellas. Ese mismo tipo de luz existía ahora en este lugar, pero sin estrellas.
No tardó en percatarse y saber que el lugar en el que estaba era el único en el que en realidad podía, y debía estar. – Estoy muerto – se dijo. La realidad de estas palabras se le clavaron como una espina, que en principio duele pero después el dolor cede y solo queda la plena realidad. Sin embargo aún sentía otro dolor, proveniente de su vida: no hizo lo que había prometido hacer, había fracasado.
Esta otra realidad lo abarcó tanto que sin darse cuenta empezó a caminar por el lugar. Hacia dónde no lo sabía, no había forma de orientarse en aquel lugar, pero caminó como si supiera qué dirección tomar, pero no sabía hacia dónde ni con qué propósito.
Pasó largo tiempo caminando, aún con la profunda tristeza del recuerdo de su fracaso, hasta que poco a poco sus pensamientos se dirigieron a lo que observaba a su alrededor. Además de oscuridad, podía percibir otras formas en el lugar en el que se encontraba. Recordando su hogar mientras vivía: unas hermosas cuevas y grutas hechas por él mismo y por su pueblo, y por sus amigos que le dieron el nombre que tanto le gustaba: ‘Amo de las cavernas’ quería decir, aunque los de su raza lo traducían mal: ‘el de espíritu justo y leal’ decían… vaya lealtad mostrada al fracasar. Sin embargo en aquella casa, en esas cavernas aún siendo amplias, podía sentirse lo limitado del espacio; ahora que lo recordaba lo sentía como si hubiera sido limitado, porque aquí el espacio se sentía como una larga y gran llanura, aún cuando veía muros de oscuridad rodeando el lugar, aún cuando el espacio parecía…
– ¡Ya no! – sus pensamientos fueron interrumpidos por el grito de alguien, delante de donde estaba y fuera de alguna luz que lo dejara ver. Con cautela se acercó y mientras lo hacía le parecía claro que oía a una persona… no, a dos personas discutiendo. Una gritaba como enfadada, con ira y resentimiento. La otra, aunque hablaba un poco fuerte, lo hacía con un tono que se le antojó era de súplica, o de condescendencia extrema.
– ¡No quiero hablar contigo entiendes!
– Pero… hijo… óyeme… veme… ¿no quieres estar con tu madre?
– Entiende, ¡quiero estar a solas!
– Por… ¿por cuánto tiempo?
– No se, vete… hasta… hasta que pase mucho tiempo.
– ¿No entiendes que tu amargura es en vano? Aún me tienes a mí…
– No tengo nada que valga la pena tener. Ni tú ni mi padre me darán consuelo otra vez. No si no tengo su luz otra vez.
– ¡Otra vez pensando en eso! Acéptalo: las perdiste.
– ¡Vete! ¡Vete lejos de aquí!
– Pero…
Con curiosidad, el elfo se fue acercando para ver de quiénes se trataba que discutían. Tal vez un bueno consejo, o una palabra de consuelo podría ayudar a estos desconocidos personajes a que se reconciliaran. Por lo que escuchó uno era hijo de la otra, y aquel parecía amargado, horriblemente torturado por la pérdida de algo que había apreciado, mucho más que la compañía de su madre por lo que escuchó. Algo en su voz le recordaba a alguien, pero no lograba saber con certeza a qui… – ¡Ahhh – gritó el elfo. Una mano le había tocado el hombro; esta vez la interrupción lo sacó de sus pensamientos con tal violencia que el espanto lo hizo lanzar un grito.
Solo pudo alcanzar a oír a los desconocidos alejarse, mientras el hijo decía:
– Me voy, ahí está otra vez el orgulloso, el que me maldijo a mí y a mi familia. Espiándome seguramente.
El elfo ya no se detuvo a ver por donde se iban o a escuchar qué más se decían. Se volteó y vio ante él a un ser grandioso, imponente. Su rostro mostraba sabiduría, sabiduría que no sólo hablaba de las cosas que son y de cómo es que son. Algo en su mirada decía que el también sabía de cosas que aún no eran, algunas que entendía y algunas que no sabía porque serían, pero sabía que serían. Y sus ojos tenían luz… luz que era desde el principio, y que seguía y seguiría siendo.
– ¡Námo! – exclamó el elfo – Ahora que te veo creo que sé porque caminaba hacia acá, creo que te buscaba.
– Yo también te buscaba, me alegra encontrarte. Ven, debo hablar contigo. Acompáñame a mi casa, al sur de este lugar: las estancias de Mandos, pues es ahí donde te encuentras.
– Lo sabía, o… al menos eso percibía. Vamos pues, no se cuanto tiempo ha pasado pero añoro platicar con alguien. Y que mejor que con el más sabio de los valar.
– ¿El más sabio? Excepto uno, lo sabes.
– Bueno, pero Manwë tiene un lugar especial.
– ¿Y qué dirías de Ulmo? ¿No hay sabiduría en su compasión por ustedes que viven allá en Endor, la Tierra Media? ¿O de Aulë que a ti y tu pueblo les enseño tanto de lo que saben? O…
– Vaya… tu humildad es también de admirar…
Mientras platicaban, Námo (o Mandos como algunos le llaman) y el elfo se dirigieron hacia la casa del vala…
Capítulo 2. La vida del elfo
Llegando al lugar, Mandos dirigió al elfo hacia lo que sería la recepción de su casa: una casa grande, toda en negro, negro como la oscuridad de la que estaban hechas las mismas estancias. Mandos se sentó en una silla alta, algo que parecía un trono, pero no tan majestuoso: la silla de un sabio. Ofreció al elfo otro asiento similar y comenzaron a platicar:
– Y bien, Finrod Felagund – pues era este y no otro el elfo que acababa de morir –, ¿sabes porqué estás aquí? ¿Qué pasará ahora contigo? – le soltó la pregunta de golpe.
– Pues… porque estoy muerto ¿no es así?
– Respuesta muy vaga para el elfo considerado como el más sabio de Endor, ¿no crees?
– Me halagas, pero no lo soy. Contestando a tu primer pregunta, la verdad es que se que nosotros los elfos venimos aquí al morir, al perder el cuerpo más bien, ya que en realidad no abandonamos Arda como los segundos hijos. Y contestando a tu segunda pregunta, la verdad es que… no se, y no me había puesto a pensar en lo que los nuestros hacen una vez llegando aquí. ¿Me lo dirás?
– Tu humildad en no pretender saberlo todo es lo que te hace sabio Finrod. Nadie lo sabe todo, ni siquiera yo, ni ningún otro de los valar. Solo el Único nos conoce a todos, porque Él nos creó.
Y sí, te diré lo que pasa con tu gente al llegar aquí, aunque si recuerdas un poco, verás que mucho ya lo sabes. ¿No recuerdas a Finwë tu abuelo, y lo que te contaron que pasó con Míriel la tejedora? Ambos murieron incluso en Valinor, el corazón de las tierras imperecederas. Mucho tiempo discutimos los valar sobre lo que debía pasar con ellos, y estoy seguro que algo los noldor supieron sobre el destino que deparó a sus reyes.
– ¡Los elfos pueden regresar!… pero Serindë no quiso hacerlo…
– Así es Finrod, y sabes que tu abuelo la amaba mucho. Pero no menor fue el amor que tuvo también por tu abuela. Una vez que Míriel declaró que la dejáramos en paz, que quería descansar y no ser molestada, que no iba a regresar, llego la cuestión de si Finwë o cualquier otro elfo podría volver a casarse. Me apena reconocer que yo estaba en contra de la resolución, pero así sucedió, y aunque grandes dolores surgieron después para todos los pueblos que habitamos en Aman, en especial para tu abuelo que fue asesinado por el Oscuro, también cosas buenas ha habido. Posteriormente tu abuelo tampoco quiso salir… insinuó que el no saldría a cambio de que Míriel saliera, pero ella seguía decidida. Así que la cosa quedó en que Finwë viviría en Mandos, mientras Míriel se quedaría en casa de mi esposa, Vairë la tejedora del tiempo y responsable de tejer los muros que conforman todas estas estancias, a ella Míriel le ayuda ahora. Ambos podrían verse, si quisieran, pero en lo que respecta a Míriel no, ella solo sale escasas veces de la casa de Vairë, y por una única razón. En fin, ellos no son el tema, sino tú.
¿Te consideras feliz por que existes? ¿por haber vivido, Finrod Felagund hijo de Earwen hija de Olwe, y de Finarfin hijo de Indis y Finwë?
– Feliz… nunca lo había pensado Námo. Creo que fui feliz mucho tiempo, acá en Valinor, cuando la luz de los Árboles existía, y cuando yo y todos mis primos convivíamos sin una sola pelea, sin discusiones. Casi como hermanos éramos todos los nietos de Finwë. Pero después vino la oscuridad, y el que llamamos ‘Destructor’ nos enfrascó a todos en peleas. Los hijos de Fëanor ya no se llevaban bien con los demás, aunque yo siempre mantuve buenas relaciones con ellos, y de mi parte siempre los quise mucho. Los hijos de mi tío Fingolfin de plano no hablaban con Maedhros y sus hermanos; y eso que antes los mayores de ambas familias habían sido inseparables, jamás veías a Fingon y a Maedhros separados. Mis hermanos y yo casi siempre quisimos conciliarlos, como mi padre entre Fëanor y Fingolfin, pero casi nada bueno resultó, sólo más separación. Ciertamente el Morgoth sembró muy profundamente las semillas de su oscuridad en la casa de Finwë.
– Fue una pena la autodestrucción de tan prodigiosa familia. Sin embargo estuvieron unidos, incluso hasta el amargo final…
– Lo sé… pero en lo personal yo no seguí con los noldor el camino del exilio por el engañoso carisma de Fëanor. Pocos de los noldor lo hicieron. Yo iba con mi tío Fingolfin, y como él, iba por nuestro pueblo, que si seguían solos a Fëanor, seguramente él los guiaría a más destrucción.
– Y sin embargo algunos regresaron… y los valar los admitimos.
– Te soy sincero Námo. Yo amo mucho a mi atar. Desde chico siempre quise ser como él: tan hábil como buen noldo hijo de Finwë que era, y a la vez tan sabio como el pueblo de mi abuela Indis. Me encantaba por ejemplo pasear con el a la sombra de los árboles de Eldamar. Pero también amo a mi amil y a su pueblo: no hay cantante que se compare con un juglar de los teleri, salvo mi primo Maglor tal vez. También solía pasear con ella por los puertos de su ciudad, y me gustaba oír los cantos de su pueblo.
Cuando salíamos de Túna, camino de no sabíamos qué dirección nos llevaba Fëanor, el deseo de aventuras despertó en mí. A mi lado iba mi hermana, emocionada y platicando con otros, y en su voz se oía tan claro lo que en el fondo yo sentía también: ir a tierras nuevas, poder lograr algo por nosotros mismos, tener tierras y poseerlas para provecho de los noldor, algo que aquí en realidad no podíamos tener, no bajo la tutoría de los valar: ¡queríamos independencia!
Sin embargo la emoción se ahogó por completo cuando me di cuenta que nos acercábamos a la ciudad de mi madre, Alqualondë. Alguien de entre nuestras filas gritó – ¡Hay una lucha ahí adentro! – y como para confirmar nuestros miedos, vimos con horror, mi padre, mis hermanos y yo que a lo lejos un edificio del puerto estaba en llamas, y se oían gritos y el sonido de espadas chocando. Más adelante estaba mi tío Fingolfin y sus hijos, y solo alcanzamos a distinguir como ellos se precipitaban a la ciudad, espadas en mano. Sin pensarlo todos desenfundamos las nuestras y corrimos a ver qué pasaba. Lo que vi al llegar fue horrible: por todo el puerto yacían muertos, la mayoría arqueros de Alqualondë, y de vez en cuando guerreros noldor provenientes como nosotros de Túna. Alzando la vista logré observar una pelea sobre un barco y los puertos: ahí estaban Fëanor y sus siete hijos, luchando a espada con mi abuelo Olwë y su guardia. Temí lo peor. Todos corrimos a ayudar a mi abuelo, ya nadie quería apoyar a Fëanor. Desgraciadamente, parece que por la confusión inicial, mi tío y mis primos ya habían comenzado a luchar, ¡contra los mismos teleri! Tal vez pensaron que ellos eran los que comenzaron todo, y siendo muchos, tanto por parte de Fëanor como por parte de Fingolfin, los teleri estaban perdidos. Pero no duró mucho, en cuanto llegamos mi padre, mis hermanos y yo, Fingolfin y sus hijos se unieron a nuestras filas, y todo cambió, pero no sirvió de mucho pues aún así el pueblo de los noldor, no importando si había llegado con Fingolfin, ya había comenzado a luchar contra los teleri, y contra ellos seguían peleando. Así fue como junto a los teleri peleamos entonces los hijos y nietos de Indis. Yo mismo quedé de pronto frente a mi primo Celegorm. Por un momento nos vimos, espada en mano, y como si el recuerdo de nuestra amistad nos llegara de pronto, nos volvimos y cada uno siguió peleando: el con los teleri que se le venían encima, yo con noldor, amigos muy cercanos de mi primo por lo que oí después.
Al final todo fue un desastre, los noldor habían ‘ganado’ la batalla. Pero desafortunadamente fueron los noldor que seguían a Fëanor. El se pudo hacer de algunos de los barcos (ese fue el motivo de la lucha, me contaron) y se los llevó.
Después nos quedamos a solas: mi padre, mi abuelo, mi tío y yo. Mis primos y hermanos estaban por el puerto. Turgon y Fingon aún peleaban con un pequeño grupo de noldor que venían del centro de Alqualondë. Su hermana Aredhel, junto con mis hermanos Galadriel, Angrod, Aegnor y la esposa de Turgon iban por todos lados tratando de ayudar a los heridos, indistintamente si eran noldor o si eran teleri.
Los que nos quedamos en el puerto sostuvimos un pequeño concilio. ¿Qué debíamos hacer? La mayor parte de los noldor, no importa si seguían a Fëanor, a Fingolfin o a Finarfin, se embarcaron con Fëanor. Uno de los barcos, cuyos tripulantes en su mayoría eran pueblo que seguía a Fingolfin, al no tener un buen capitán se dirigió derecho a la costa y se estrelló en unos arrecifes. Fue horrible… todos murieron, ahogados o en su desesperación por llegar a la costa, y desde uno de los barcos cercanos, comandados por uno de los hijos de Fëanor no llegó ayuda, solo burlas e insultos. Mi tío estaba decidido a continuar el viaje. No iba a dejar a su pueblo solo con ese loco y sus hijos. Yo y mi padre no sabíamos qué hacer. El ya no estaba tan seguro… el pueblo de su amada esposa Eärwen había sido masacrado. Olwë nos rogaba a el y a mí quedarnos, a no hacer más caso a las locuras de este que, aún con derechos a ser rey de los noldor, pero que mi tío Fingolfin mostraba más capacidad para serlo. Al final la opinión de mi tío prevaleció y seguimos el viaje, tampoco yo podía dejar al pueblo de mi padre a merced de Fëanor y el destino trágico al que parece ser los intentaba llevar.
– Y entonces, todos siguieron.
– Sí, todos. Incluso mi padre, que se despidió de mi abuelo abrazándolo, y ambos con lágrimas en sus ojos.
– Lo que pasó después lo sé muy bien Finrod. Yo estuve ahí, yo pronuncié la maldición.
– Si, y todos la oímos con terror. Pero más terror y sobre todo ira me causó la actitud de Fëanor. Nadie lo pudimos soportar más. Pero mientras mi tío y sus hijos, y mis hermanos y yo decidimos continuar para que Fëanor pagara, de alguna u otra forma lo haría, mi padre decidió por fin hacer caso a Olwë y se regresó al frente de los pocos noldor que querían regresar. Fëanor los llamó cobardes, pero no los entendía. Yo sí los entendía, y los comprendía muy bien, pero yo ya no me podía regresar, habiendo dejado ya atrás todo lo que dejé… todo…
– Me extraña Finrod, de entre tus primos y hermanos, tú eres el que más de las obras de los noldor se llevó desde acá de su ciudad de Túna.
– Al final lo comprendí: sólo quería tener cerca de mí recuerdos de lo que dejaba atrás. Pero aún así algo se quedó que no pude traer, no me dejaron traerla…
– Ella entristeció mucho… pero aún vive en Valinor, si lo quieres saber.
– No hablemos más de ella. Pero, ¿lo ves ahora Námo? La felicidad se apagó para mí, ya no había tal. Aún me alegré a ratos, a pesar de las pruebas que siguieron: los hielos, las guerras, la separación de mi pueblo, la extrema cautela de mi tío Elwë…
– ¿Te alegraste? ¿Fuiste feliz?
– Momentos alegres los tuve: el nacer de la luna y tocar las trompetas de los noldor mientras golpeábamos las puertas de la fortaleza de Morgoth, esa alegría inmensa de haber sobrevivido a semejante tortura de los hielos, ¡y lo hicimos juntos! ¡todos los noldor que nos seguían tan fielmente! Luego también la reunión de los noldor, la alegría me desbordó al ver abrazándose a Maedhros con Fingon y con Fingolfin, y ya que Fëanor acababa de morir a mano de los horribles balrogs de Morgoth, Maedhros en un gesto de humildad le cedió a mi tío el derecho a ser rey de los noldor, y fruto de esa unión los casi cuatrocientos años de asedio contra Morgoth de nuestra parte. El encontrarme con mi familia en Doriath. El ir de cacería con mis primos Celegorm y Curufin. El ayudar a mi amigo Círdan en sus puertos. El construir mi casa en el río Narog y fortalecer la amistad con esa fabulosa raza que son los enanos, hasta me regalaron un collar con una perla ¿tu crees? Y cómo olvidar a Bëor y sus hombres que posteriormente vivieron en las tierras de los hijos de Finarfin, ellos fueron los primeros en llegar a las tierras de mi tío Elwë. Jamás dejaré de maravillarme de la grandeza de nuestros hermanos en Ilúvatar, los Atani: esa lealtad que muestran, esa forma de vivir hasta el tope aún con el poco tiempo que están en Arda, esa sabiduría acumulada, como en Andreth con quien solía platicar… en fin, tantas cosas. Pero feliz, plenamente feliz, no… ya no más…
Capítulo 3. Los enamorados
– Bien Finrod, llegamos a un punto importante de nuestra plática. ¿Por qué entonces no eras feliz?
– Vaya, creo que siempre fue así… el recuerdo de las cosas dejadas atrás, sobre todo de ella… pero también la cautela con la que el Morgoth nos obligaba a vivir. Algunos se confiaban, pero yo no, no podía ser tan fácil. De hecho aunque aparentemente unidos, los noldor estábamos muy fragmentados, no por nada decidimos acomodar nuestros reinos en el exilio de forma que la casa de Fingolfin estuviera lo más alejada posible de la de los hijos de Fëanor: ellos nunca estuvieron de acuerdo con que Fingolfin fuera rey, excepto Maedhros, tal vez Maglor. Nosotros, la casa de los hijos de Finarfin, quedamos en medio, tratando de conciliarlos. Pero aún así fue en vano, las diferencias eran muchas, pocas veces pudimos reunirnos todos en consejo, y nunca se llegaron a acuerdos unánimes. Yo sólo veía como nuestra desunión sería fácilmente aprovechable por nuestros enemigos para destruirnos, tarde o temprano sucedería. Mis temores y los de otros, entre ellos mis hermanos y mis amigos de la familia de Bëor se vieron desgraciadamente confirmados en la ‘Llama Súbita’. Así le llamamos a esa batalla. Me enteré que el mismo Fingolfin, desesperado por pensar que la derrota era inminente, se enfrentó valientemente en duelo singular con Morgoth, pero fue vencido y murió, incluso antes de que la guerra llegara a las tierras mías y de mis hermanos. Mi primo Fingon asumió el papel de rey, pero con tristeza y pesar. Cuando la guerra llegó a las tierras de los hijos de Finarfin, mis hermanos Angrod y Aegnor murieron, y casi todo el pueblo de Bëor también. Yo mismo me vi acorralado y por poco no salía vivo. Si no fuera por él, por Barahir descendiente de Bëor, que me salvó la vida. Y yo le di el anillo de mi padre: le juré lealtad y defenderlo a él y a su familia por siempre. Promesa inútil… promesa que nunca supe cumplir…
– ¿Nunca la cumpliste? ¿porqué? ¿qué pasó?
– Al poco tiempo me regresé a mi casa en el río Narog. Dejé al frente de la torre que antes había construido a mi sobrino, el hijo de Angrod. La guerra continuó y por poco él tampoco sobrevive. Aún no alcanzo a concebir como el Morgoth pudo convencer a tantos de su lado. Ahí tienes por ejemplo a ese Sauron, que me dijeron, antes estaba con Aulë. ¿Cómo alguien del lado de tan grandioso vala se dejó llevar así, llegando a ser como ahora el segundo de Melkor?
– Tú mismo puedes responderte. Melkor promete y aparenta dar más cosas que cualquiera. Y en cuanto a grandiosidad, te recuerdo que Melkor es, o era, considerado el más poderoso de entre nosotros. Y Sauron por ejemplo, supo escalar su puesto. Es inferior a Melkor sí, pero muy inteligente, igual de engañoso que su oscuro líder, al cual sigue a donde vaya.
– Pues él invadió de nuevo. Mi torre, de la que expulsó a mi sobrino y al resto de mi pueblo, fue conquistada. Y de ahí invadió las tierras de Bëor y de mis hermanos, para entonces ya muertos. De esta invasión supe muy poco, y hasta mucho después lo supe todo ¿sabes? Sólo sabía de lo de mi sobrino Orodreth y no se, por cautela, por cuidar a mi pueblo, tal vez hasta por cobardía, no fui a arrebatar a Sauron lo que me quitó.
– ¿Qué pasó entonces con Barahir?
– Me preguntas como si no lo supieras… pero algo me dice que lo sabes.
– Aún así te quiero oír a ti contándolo.
– Desde las tierras al norte que antes me pertenecían me llegaban historias de los hombres de Barahir que combatían con valor, me llegaron historias también del hijo de Barahir que se enfrentaba como si fuera él mismo todo un ejército contra las huestes de Sauron, pero eran historias distorsionadas. Pensaba que sería mucha gente luchando, y no fue así. Pensaba que podrían resistir un poco más, pero la verdad es que aunque preparara a mis ejércitos, no me sentía seguro para ir a luchar de nuevo, y los dejé a su suerte. Pues bien, unos pocos años después, años ‘solares’ como les llaman los atani, un hombre fue capturado por mis arqueros al oriente de mi país. Me dijeron que iba gritando su nombre y diciéndose hijo de Barahir y que me buscaba. Les pedí me lo trajeran y que nos dejaran a solas. Al verlo, lo primero que pensé fue que mis soldados se habían equivocado y que el hombre no decía ser hijo de Barahir, sino Barahir mismo. ¡Se parecían tanto!
– Saludos Finrod, el más sabio y grande de los reyes y príncipes, noldor y sindar, elfos y hombres.
– Saludos hijo de los edain. Me han dicho que vagabas por mis tierras pidiendo hablar conmigo. Bien, aquí me tienes. ¿Sabías que está prohibido entrar en el reino de Nargothrond?
– Lo sabía, pero no tengo opción. Te traigo esto como muestra de mi veracidad.
– Y al instante me mostró su mano: en ella llevaba un anillo con una gema verde, rodeada de dos serpientes con ojos de esmeralda, y cuyas cabezas coincidían bajo una corona de flores de oro, que una serpiente sostenía y la otra devoraba: el anillo de Finarfin.
– Mi nombre es Beren, soy hijo de Barahir, quien, él me contó, te salvó una vez la vida y tu le diste este anillo jurando ayudarle a el o a cualquiera de su familia si te lo pedía.
– ¡Vaya! ¿el hijo de Barahir? Si… te pareces tanto a él. Dime, ¿cómo está tu padre? ¿y porqué vienes a mi desde el oriente si su hogar queda al norte? ¿será que no requiere tu padre de mi ayuda sino que vienes solamente a mí en otro tipo de misión?
– Bueno, mi padre…
– Y así, Námo, Beren me contó su triste historia. Barahir y solamente otros doce compañeros (incluido su hijo Beren) eran los únicos sobrevivientes de su tierra. Tiempo atrás el resto del pueblo, ancianos, mujeres y niños sobre todo, se habían ido a refugiar a Dor-lómin, donde vive la tercera casa de los Atani, protegidos por las montañas de la Sombra y por el aún fuerte pueblo de la casa de Fingolfin, comandados ahora por Fingon el Valiente, su hijo. Pero Barahir y sus hombres se quedaron a pelear. Pasó mucho tiempo hasta que, por la malicia de Sauron, fueron traicionados y emboscados. Beren no estaba ahí, si por casualidad o por propósito secreto de Ilúvatar no lo sé, pero todos murieron, incluido mi amigo Barahir. Beren los vengó recuperando el anillo, pero entonces ya estaba solo en sus tierras, rodeado de enemigos: de las huestes de Sauron. El relato del joven se fue haciendo cada vez más negro y triste: vagando solo, combatiendo solo. Las bestias eran sus únicos amigos. Un día ya no pudo más y las presiones de Sauron por capturarlo se hicieron tan insoportables que huyó al sur. Sin embargo su relato se volvió más oscuro aún, como la Oscuridad, la que llegó a Valinor el día en que murieron los árbolres, justo antes de nuestro exilio ¿lo recuerdas?
– Lo recuerdo con gran tristeza como todos aquí…
– Beren se enfrentó con monstruos horribles, arañas que engendraban oscuridad. Y aún así siguió. Su relato entonces comenzó a iluminarse. A lo mejor no lo sabes Námo, pero Melian, del pueblo de los maiar, vive allá en Endor. Y ahí es la esposa de mi tío abuelo Elwë Sindicollo, al que llaman Elu Thingol, y tienen una hija: Lúthien la…
– …la más bella de las criaturas de Arda, lo sé.
Sorprendido, Finrod continuó. – Si, pues Beren logró entrar de alguna manera en Doriath, el reino de Thingol y ahí Beren y Lúthien se conocieron, y se enamoraron. Fueron muy felices, pero por muy breve tiempo. Si conocieras a mi tío…
– Lo conozco, una vez estuvo en Aman.
– Cierto, olvidaba que me lo contó mi abuelo. Pues el… no es malo, y quiere mucho a su pueblo. Y es por ese amor que los defiende tanto. Por eso es tan cauteloso, por eso la reina Melian ha hecho encantamientos que forman laberintos en todas las fronteras de su reino, por eso no trata con los hijos de Fëanor, desde que se enteró de lo de Alqualondë y de lo de su hermano Olwë por medio de mi hermano Angrod. A veces creo que exagera: no deja a nadie hablar la lengua que llevamos nosotros los noldor. Pero lo comprendo… es un rey en su tierra, y como tal puede hacer como le plazca en su reino. El caso es que Elwë se enteró de lo de su hija con Beren.
En realidad, mientras Beren me lo contaba, vino a mi mente un caso que conocí poco tiempo antes: uno de mis hermanos, Aegnor, estaba enamorado de una hija de los Atani, Andreth la sabia. Aún compadezco a la pobre mujer, que también se enamoró de él. Al final no resultó nada (¿y cómo podría serlo entre dos hijos de distinta raza?) El murió en la batalla de la Llama, ella creo que poco después mientras se dirigía a Dor-lómin o ya estando allá. Sin embargo algo que me dijo ella me hizo pensar en cosas que nunca hubiera imaginado. No sé si Námo lo sepa, pero el murió con la esperanza de reunirse de nuevo con ella, y ella tal vez murió tranquila con la misma esperanza, luego de haber pasado por muchas pruebas y sufrimientos.
– No… yo no lo sé. Aunque los valar sabemos que al final sí será la reunión de todos los hijos de Eru para que todos canten ante Él un nuevo tema que el Único propondrá.
– Pues el caso es que ahora con la historia que Beren me contaba, de nuevo la esperanza que pude vislumbrar en el caso de mi hermano y mi amiga, aún cuando Andreth no la tenía en el momento en que hablamos, nació en mí y vi en los ojos de Beren el amor inquebrantable que por Lúthien sentía.
– Y Elwë, ¿qué hizo?
– Lo que cualquier padre que ama a su hija haría. Aunque como te digo, a veces exagera: encomendó a Beren la misión más difícil de realizar. Mejor hubiera sido si lo mataba ahí mismo, pero el rey le había prometido a Lúthien no hacerlo.
– ¡¿Así que por el es que se recuperará un silmaril?!
– ¿Cómo lo sabes?
– Los valar sabemos algo más de muchas cosas que aún están por pasar…
– Lo sé… sin embargo, no creo que sea el. Verás: me ofrecí a ayudarlo en su misión. No fue tanto el juramento a Barahir lo que me movió a ello. Primero que nada era el amor por esos valerosos hombres, por Bëor y sus hijos, y por Barahir que me salvó la vida. Lo del juramento era circunstancial, aún sin haber existido hubiera querido ayudar a Beren.
– ¿Y segundo?
– Este era un motivo más personal: desde mi plática con Andreth ya no tuve paz Námo. El haber visto su esperanza, de mi hermano y tal vez en el fondo de ella también, de que su amor puro los podría reunir otra vez, aunque fuera al final de todos los tiempos, me hizo recordar mi hogar en Valinor, y a ella también…
Mandos veía a Finrod con sumo interés mientras el elfo seguía contando su historia.
– … el pensar que también así yo tenía esperanzas, me movió aún más a querer ayudar a este joven enamorado.
– Y lo hiciste…
– No, no lo hice. Déjame explicarte: bien dije que eres muy sabio Námo; el día en que predijiste la ruina de los noldor yo no imaginé que abarcaría hasta tal punto que todo lo que cualquiera de nosotros hiciera se iría a la ruina. La batalla de la Llama afectó mucho a los noldor, pero sobre todo a las casas de Fëanor y de Finarfin. La de Fingolfin pudo aguantar con firmeza, incluso ante la valiente muerte de su rey. Los hijos de Fëanor aguantaron también pero algunos fueron dispersados, y dos de ellos, mis primos Celegorm y Curufin, con quienes solía ir de caza, pidieron refugio en mi ciudad: Nargothrond, para desgracia de la ciudad y su pueblo. Yo los acepté con gusto, y en ese entonces hasta me convenía: los seguía una cantidad considerable de su pueblo, entre ellos también venía el hijo de Curufin: Celebrimbor.
– Ese joven tiene un gran futuro, ¿lo sabías?
– Se le nota. La habilidad de su abuelo está en sus manos también.
– Lástima… – Mandos se detuvo, apartando el pensamiento y no queriendo hablar de algo que sabía que sucedería, y continuó. Finrod no preguntó nada más sobre el hijo de Curufin. – pero en fin, ¿porqué sería eso una desgracia si ya tenías una mejor defensa para tu ciudad?
– Pues que la carismática pero traicionera lengua de su padre está también en ellos, sobre todo en Curufin. No sabía que la obsesión de los hijos de Fëanor por recuperar las gemas de su padre fuera tan fuerte como la del padre mismo. Cuando planteé a mis nobles y capitanes la situación de Beren, recordándoles que su casa siempre fue amiga de la de Finarfin, y que incluso me habían salvado la vida, los hermanos se negaron a ayudarnos. Pero no sólo eso: como Fëanor en Túna, hablaron en Nargothrond sobre su derecho a las gemas. A unos los convencieron con el argumento de que las gemas eran suyas y nada más. A otros los llenaron de miedo hablándoles de cómo los ejércitos de Morgoth habían expulsado a los hijos de Fëanor de sus tierras. Y para los que aún no se convencían, se dejó oír en su hablar palabras de amenaza, muy sutilmente dichas, de que el pueblo de Fëanor es numeroso y fuerte, y que haría lo que fuera por recuperar sus gemas, aún si estas se encontraban en el mismo centro de Nargothrond…
– Yo lo dije, pero ellos mismos se echan encima su maldición.
– Así es. Y entonces solo me quedé con diez compañeros dispuestos a seguirnos a Beren y a mí. Yo planeaba hacer alianzas, renovar el ataque contra Morgoth, rehacer el asedio y poder entregar a Beren la gema que necesitaba. Y quien sabe, estar presente en su boda con la hija de mi tío abuelo y volver a ser feliz viendo reflejada en su felicidad la esperanza de la mía. Ahora solo tenía a diez fieles conmigo, y con ellos decidí partir.
– ¿Y tu ciudad?
– La dejé a cargo de Orodreth. Estuve por renunciar a la corona, ¡a mi propio reino! Pero Edrahil, uno de los que me acompañó, la recogió y pidió le fuera entregada a mi sobrino. Los hijos de Fëanor se rieron, pero sé que Orodreth sabrá cuidar de la ciudad.
– Sin embargo, lo sabes, como todo lo que hicieran los noldor en Endor también caerá.
– Lo sé, ahora lo sé y lo entiendo. El orgullo noldo no me dejaba verlo, ni a mi ni a los demás. Ahora lo sé: no importa cuantos ejércitos o cuantas alianzas hagamos, contra el Morgoth no vamos a poder solos. Y respecto a mi ciudad, yo mismo le dije una vez a mi hermana Galadriel que así sería. Pero en fin… ya no está en mis manos cuidar de Nargothrond ni del pueblo que me siguió. Aún los quiero, aunque me hayan fallado con los hijos de Fëanor se que al final se darán cuenta y no los seguirán siempre. Caerá Nargothrond, pero no a manos de los hijos de Fëanor, mi pueblo se dará cuenta a tiempo de sus trampas y no lo consentiría.
– Sí, hasta el pueblo que siguió a los hijos de Fëanor a Nargothrond se dará cuenta.
– Pues bien, Beren, Edrahil, los otros y yo nos fuimos en secreto hacia el norte. Llegando al lago Ivrin encontramos una pequeña compañía de orcos. Fácilmente los vencimos, y precisamente a Edrahil se le ocurrió la idea de que, ya que nos adentraríamos pronto en territorio que ahora era de Morgoth, y con la intención de entrar hasta el mismo corazón de su oscuro reino a escondidas, nos disfrazáramos con la ropa de los orcos. Así lo hicimos y yo ayudé un poco para que nos pareciéramos verdaderamente a esas criaturas.
– Y los capturaron.
– De nuevo me sorprendes, ¿cómo lo supiste?
– No todo es saber de las cosas que serán Finrod. Tú estás aquí, es casi lógico que eso hubiera pasado.
– Pues si, Sauron nos atrapó, en la misma torre que antaño yo había construido para defender el paso entre las montañas desde las bellas tierras de Beleriand hacia la planicie que nos conduciría a Angband, la fortaleza de Morgoth. Al final Sauron nos desenmascaró, pero no supo adivinar quiénes éramos ni a dónde nos dirigíamos.
Y ninguno de nosotros habló.
Capítulo 4. La muerte del elfo
– Sauron es muy poderoso Finrod, muchas cosas ha hecho y está haciendo, regando más la oscuridad de el que llaman ustedes Morogth. Y muchas cosas más hará aún: las semillas del mal y la oscuridad que Melkor sembró en él hace ya tiempo que germinaron, el ya no tiene cura. Desafortunadamente para los habitantes de Endor, el aún hará muchas cosas en su perjuicio.
– Lo supe cuando luché con cantos de poder contra él. Aunque hiciéramos mucho, la oscuridad que sembró Morgoth y que siguen sembrando Sauron y todas sus criaturas siempre saldrá otra vez.
– Desafortunadamente así es, es la mácula de Arda.
– Ahora que lo mencionas… aquella vez que platiqué con Andreth, estando en Nargothrond luego de encargar Minas Tirith, mi torre, a Orodreth, después de morir Fingolfin pero antes de la batalla en que murieran mis hermanos Angrod y Aegnor, ella iba con su pueblo, los hijos de Bëor, huyendo de sus tierras hacia Dor-lómin, también me habló de una esperanza que tenían algunos de los hombres más ancianos de su pueblo. Me maravilló, y me atrevo a creer que es posible, pero no puedo concebir cómo sería. Tal vez tu lo sepas: hablaban de que el Único, amando a todos sus hijos, no nos abandonaría a nuestra suerte con la mancha que Melkor provocó en Arda, y que no estando en la capacidad de ninguno de nosotros, ni solos ni juntos, ni siquiera de los valar, el curar la mácula, el mismo Ilúvatar bajaría: sí, el mismo creador se haría criatura para curar la mancha, pues solo Él siendo creador podría hacerlo, pero solo como criatura lo lograría, pues en ese plano está la mácula, y de mejor forma no podría mostrar así su amor a sus hijos. Tú, Námo vala del destino, ¿sabes algo de esto?
– No… – contestó pensativo Mandos – para mí esto que me dices también es nuevo. Tal vez Manwë, el más cercano de nosotros a los pensamientos de Eru sepa algo. Pero en realidad, esto sería tan grandioso, que dudo que incluso él lo sepa.
Hay muchas cosas, Finrod, que los valar no sabemos, y ciertamente que tampoco podemos, como han sabido decir los sabios del pueblo de tu amiga. Pero los designios del Único, de Eru, al que ustedes llaman Ilúvatar, son muchas veces inescrutables. No dudo que esto que me dices sea posible, si en algo conozco a mi creador es que Él lo puede todo. Pero el cuando y el como, o siquiera si aún pudiendo hacerlo lo haría, lo desconozco… pero un momento, nos desviamos otra vez del tema hijo de Finarfin, sigue contándome tu historia.
– Sauron nos lanzó a un calabozo. Y Námo, mi dolor fue muy grande, mi frustración al no poder hacer nada, mayor, cuando poco a poco Sauron nos enviaba monstruos a matar uno por uno a nuestros compañeros. Vi morir a cada uno de ellos, y valientemente nunca dijeron mi nombre ni traicionaron nuestra misión. El primero en morir fue Edrahil, y después de él los demás. Pero todos fueron fieles hasta el final, y me di cuenta entonces, yo los había llevado a ese final…
Al último sólo quedábamos Beren y yo. Cada noche era de terror, esperando que tal vez le tocara a alguno de nosotros morir. Desesperados solo nos quedaba imaginar como sería nuestra vida si no hubiéramos terminado en destino tan trágico.
– Aran Finrod, tú eres el más poderoso de los Eldar que he conocido, más incluso que Elu Thingol rey de Doriath. Y este sirviente de Morgoth lo sabe también. El próximo en morir seré yo, pero te diré de una vez que no revelaré tu nombre ni traicionaré la misión. Si sobrevives, busca a Lúthien y dile que la amo, que morí feliz pensando en ella y en su canto.
– No Beren, yo no te dejaré morir, verás que ambos saldremos de aquí y de alguna forma, no se cual, iremos con Morgoth y le arrancaremos la gema para cumplir la loca exigencia del rey de Doriath. Así no dirán que Beren no cumple su palabra hecha por amor, ni que Finrod falla a su promesa hecha por lealtad a la amistad y la gratitud. Tú mismo podrás decirle a la princesa, la más bella de las criaturas de Arda, lo que sientes por ella. Y yo, estaré ahí en su boda.
– ¡Y podrías hasta ser nuestro padrino!
– Y vería a tus hijos y les contaría historias de los noldor cuando éramos jóvenes y la luz de los árboles nos ilumi…
– En ese momento se abrió la puerta de la celda, y entró el monstruo. Sauron venía detrás. Nos interrogó, sobre todo a Beren. Pero no dijimos nada. Sauron rió y salió, dejando a su bestia adentro. Como si supiera lo que debía hacer, se lanzó sobre Beren, el cual no podía defenderse amarrado como estaba. Pero no se como, saqué fuerzas de mi ser debilitado, recordando la luz de los árboles y el orgullo noldo que fluía por la sangre de mis venas, y de alguna forma rompí mis cadenas, y yo mismo me abalancé contra la bestia. Luego de un golpe que el monstruo le dio, Beren se desmayó. El monstruo y yo luchamos largo tiempo, y sin armas usé mis manos y mis dientes como si yo mismo fuera de la especie del monstruo, hasta que logré eliminarlo. Pero también, de alguna forma, él me venció a mí. Beren se despertó y se acercó a mi cuanto pudo por sus cadenas, dándose cuenta de lo que había pasado, solo pude despedirme de el desesperado.
– Me voy ahora a mi largo descanso en las estancias intemporales mas allá de los mares y de las montañas de Aman. Pasará mucho tiempo antes de que vuelva a ser visto entre los noldor otra vez; y puede ser que no nos volvamos a encontrar tú y yo de nuevo, en muerte o en vida, pues los destinos de nuestras razas están separados. ¡Adiós!
Y llorando desesperado, Finrod solo pudo decir a Námo:
– ¡Dejé solo a Beren! Ahora el morirá… fallé, fallé a todas mis promesas. Mi esperanza era en vano…
Mandos lo interrumpió:
– No, no fallaste, hiciste todo lo que estaba en ti por cumplir tu promesa y manteniendo siempre en pie tú esperanza hasta el final. Por eso es que te traje aquí, tan pronto supimos los valar que estabas en Mandos. Los valar me han ordenado, y yo he accedido con agrado, a liberarte. Puedes tener de una vez tu cuerpo de vuelta y habitar en Valinor, con tu pueblo que te espera.
– ¿Sabes si Beren vive? ¿Si será él el que quitará la gema de la corona de hierro? ¿Volverán a verse Beren y Lúthien? Y aún viéndose, ¿accederá Thingol a que su amor sea posible, aunque Beren llevara a sus pies todas las gemas de Endor? ¿Lo sabes con seguridad?
– No… ni siquiera yo lo sé.
– Entontes, creo que no me iré. Me quedaré aquí. No vale la pena vivir en bendición cuando aquellos a los que más quiero ahora podrían estar viviendo el tormento y el sufrimiento para siempre, no sólo si son esclavos de Sauron o de Morgoth, ni siquiera sólo de sus muertes, sino también de su separación, sin saber si se verán al final, como Aegnor lo sabía, como tal vez Andreth lo llegó a saber al final.
– Pero tampoco lo sabes, tampoco sabes si tal vez no será así, si tal vez si se reunirán, si tal vez Thingol acceda, si tal vez, solo tal vez, Beren sea quien se lleve un silmaril de la oscuridad de Angband donde vive Morgoth al amanecer de Melian y Elwë en Doriath.
– No, no lo se, y tú tampoco. Me quedaré…
– Pues… si es así, les comunicaré entonces a los valar de tu decisión. Pero quiero entonces que sepas que de aquí en adelante eres libre de andar por todas mis estancias, excepto los lugares a los que ninguno de tu raza puede ir. Pero podrás viajar y estar en cualquier otro lugar. Si quieres incluso, puedes ir al noroeste, donde mi hermana Nienna tiene su hogar, lejos de todos pero siempre acordándose de todos, llena de compasión y lástima por los caídos. Tal vez te ayude. El norte queda, por si te lo preguntabas, en la dirección opuesta a la que caminamos para llegar aquí.
– Gracias gran Námo. Si los vez, dile a mis nostari que los amo.
– Claro, si veo a Finarfin y a Earwen lo haré. ¿Hay algo más que quieras saber o que necesites antes de que me vaya a Valinor?
– Mmm, en realidad sí. Por simple curiosidad, quisiera saber, si tú me lo quieres decir, ¿quiénes eran aquellos que oí gritarse justo cuando me encontraste?
– ¿No lo sabes? Pensé que lo sabrías, o que por lo que me contaste lo habrías deducido ya.
– La voz de uno de ellos se me hizo conocida, pero no se bien a quien me recordaba.
– Era Fëanor. Y la mujer era su madre, Miriel Serindë. Ella, bien lo sabes, no quiere salir de aquí, como tú acabas de decidir también. De hecho, ella sólo sale de la casa de Vairë por una razón: para ver a su hijo, y no lo hace muy frecuentemente. Finwë también anda por ahí, pero no ve mucho a Fëanor, él no soporta siquiera que se le acerque su padre, así que Finwë vive al sur de Mandos, en soledad, y también ha decidido no salir de aquí. Sólo a veces llega hasta acá, en busca de Míriel que, como te dije antes, no accede a verlo a su vez. Finwë y yo platicamos a veces, eso lo consuela por lo que entiendo. Por otra parte Fëanor, él… él no puede salir por lo que hizo en vida, al menos yo nunca accederé a que lo haga, hasta el fin de los tiempos y hasta que Arda se termine supongo…
Capítulo 5. La compasiva
Pasaron semanas de soledad. Finrod, el más noble de los elfos noldor y de los elfos teleri anduvo vagando por aquí y allá en las estancias de Mandos. Tuvo muy poco contacto con las personas que llegaba a encontrar en el camino, y los otros no parecían tampoco tener mucho interés en hablar con él. No lo reconocían, o si lo hacían, viendo tal tristeza en su rostro preferían no molestarlo. Sin quererlo conscientemente, sus pasos los fue dirigiendo al noroeste de las estancias de Mandos. Y así anduvo caminando hasta que un día llegó al mar. Era un mar que no conocía: Ekkaia, el océano que rodeaba toda Arda. En lo más profundo de él, decían los sabios, tiene sus estancias Ulmo el vala de las aguas. La tristeza era tan profunda en el príncipe noldo como el mismo océano que tenía delante de sí, y anduvo caminando así a lo largo de la línea de la costa. El lugar estaba iluminado en una especie de crepúsculo, como cuando la luz llega a los bosques luego de que el sol se ha ocultado tras las montañas y en poco tiempo oscurecerá.
Un día mientras descansaba viendo hacia el mar oyó de pronto, arrastrado por la brisa, una especie de canto. Era un canto muy triste, que hablaba de dolor y de compasión. Se levantó y comenzó a caminar hacia donde él creía que era la fuente de tan doloroso cantar. No tardó en toparse con una pequeña cabaña. Su curiosidad pudo más que sus pocas ganas de hablar con alguien y se acercó.
No tuvo que tocar a la puerta, una persona le abrió y le hizo pasar, sin decir nada. Era un joven con apariencia de elfo, aunque Finrod dudaba de que lo fuera. Sus ojos brillaban como los de los valar, y su mirada desprendía además una sensación de calidez, comprensión y compasión. Pasó Finrod por la puerta: acababa de entrar a la casa de la valië Nienna, hermana de Námo.
El joven le hizo una seña para que lo siguiera, y lo llevó a una especie de sala. En ella, sobre un sillón, estaba sentada una mujer, llorando.
Al entrar Finrod y el joven ella volteó a mirarlos.
– Gracias Olórin, en un momento estoy contigo. Siéntate Finrod, gracias por venir a visitarme.
Finrod jamás podría soltar de su memoria el sonido de la voz de Nienna en ese momento. Ya la conocía desde mucho antes por supuesto, pero en ese momento el tono de su voz parecía estar hecho para hablar justo con él, como si lo comprendiera a la perfección.
– Gracias sabia Nienna.
Finrod y Nienna estuvieron hablando un buen rato. Sobre lo que solía hacer Nienna en tan apartado lugar, sobre como se sentía Finrod, sobre las mismas cosas que ya había platicado con Námo, y sobre cosas que para alguien fuera de ellos dos podría parecer de la menor importancia, pero que para ellos, tan atentos a las cosas que pasan a su alrededor, eran de las cosas que más placer daban presenciar, como una puesta de sol, el sentir la lluvia, o percibir el rocío sobre la hierba por las mañanas. Después estuvieron en silencio por un rato hasta que, con inquietud, Finrod se atrevió a preguntar:
– Y… – dijo Finrod – aquel joven que me abrió la puerta…
– Es Olórin, es un maia que vive con mi hermano menor, Irmo el vala de los sueños en sus bosques, pero también suele venir aquí y me hace compañía. Yo a cambio le enseño cosas, de esas que sé hacer.
– Nienna es conocida por su compasión.
– Así es, y eso le enseño: la compasión. ¿Notaste cuánto se ve como si fuera un elfo?
– Sí, lo noté.
– Es como más le gusta andar, como uno de los hijos de Eru, porque ha aprendido a quererlos de una forma que no había visto antes.
– Allá en Endor, en la Tierra Media, Melian…
– Sí, también ella. Pobre chiquilla, perder así a su hija…
– No entiendo de que me hablas Nienna, ¿quieres decir que Lúthien se perdió?
– Podría decirse, aún no ha pasado, pero pasará.
La tristeza abrazó entonces aún más a Finrod al pensar que entonces tenía razón, Lúthien se perdería, y Beren, si aún seguía vivo, no volvería a verla jamás.
– Entonces tuve razón, todo fue en vano…
– Yo jamás dije que así fuera. Si dije que se perdió, no hablaba de la forma en que por ejemplo tú, al ir de cacería con tus primos, podrías dejar caer al suelo mientras cabalgas una piedrecilla, para nunca más volver a encontrarla en el inmenso campo. No, la hija de Melian no se perderá así, pero encontrará, y será encontrada de muchas otras formas más.
– Tu lenguaje me es completamente extraño.
– Lo sé Finrod, pocos me entienden y entienden menos el lenguaje de la compasión que yo hablo. Si es auténtico, y no simple lástima, es fruto de un amor muy profundo por las cosas de las que te compadeces, ¿y sabes porqué?
– ¿Porqué, Nienna?
– Ve a Olórin por ejemplo. Muchos piensan que la compasión, lo mismo que piensan mal del amor, es algo que se recibe, algo que otros simplemente sienten por uno. En el peor de los casos, la compasión es algo tan doloroso como solo llegar a sentirlo por uno mismo, y así es como creo yo que te estás sintiendo ahora. Sin embargo, entender este lenguaje no está en la capacidad que tengas de poder escucharlo o recibirlo, lo mismo que el amor auténtico, está en la capacidad que tengas de habarlo, de darlo. Y Olórin como pocos lo han entendido hasta ahora es ejemplar. ¡Ni siquiera mi hermano Námo lo entiende!: el sentir por alguien compasión, lo mismo que con el amor verdadero, no es sólo sentirse triste o miserable por el otro que sufre, y así es como justamente creo que te sientes al hacerlo por ti mismo. Es algo que se da, algo que se tiene que entregar, y si es verdadero, entonces no te quedas sólo en un sentir sin sentido, sino que vas más allá, y hasta te comprometes, y comienzas entonces a actuar. Es justo como el amor, verdadero y auténtico claro está, así de desinteresado, de nada egoísta, de verdadero y de justo.
– Espera… creo que comienzo a entender. ¿Por eso Olórin va como elfo?
– Algo así, así es.
– Porque… ha entendido que, ya que ama a los hijos de Ilúvatar, lo que quiere, fuera de simplemente querer ser como nosotros, es compartir con nosotros nuestras penas y también nuestras alegrías, y así, comprendernos…
– Sí ¡muy bien! Dicen que tengo fama de ser triste, pero una no puede evitar sonreir al hablar con alguien que entiende las cosas tan rápido como tú.
– Gracias Nena…
– En la comprensión que logras por esto, lo único que queda es que te das cuenta que amas más a esa persona, que vas descubriendo que de eso es de lo que se trata el amor auténtico, de comprender, no de exigir comprensión, de dar y no de recibir. La verdadera compasión como el verdadero amor, no es algo que sólo se siente por otro, no es como la lástima que te da cuando ves a alguien sufrir pero luego lo olvidas al llegar a tu casa. Es algo que mas bien te compromete en verdad con ayudarlo, algo que sin saber cómo pero te mueve a sentir lo que el otro siente y buscar entonces ayudarlo. ¿Lo entiendes?
– ¿De verdad? Yo no puedo imaginarme amando a… Fëanor por ejemplo. Es decir, no lo odio, pero tampoco le tengo estima.
– ¿Has hablado con él últimamente?
– No, pero aunque lo hiciera, ¿esperas que comprendiéndolo lo llegue a amar? No lo puedo compadecer siquiera, no luego de lo que nos hizo.
– Y sin embargo, cuando llegaste aquí estuviste a punto de hablarle, compadecido al oírlo pelear con su madre, esperando ayudarlos a reconciliarse. Tal vez te des cuenta Finrod Felagund que Fëanor, de todos los seres de Arda, es el más digno de compasión, no lástima, y no por lo que hizo, sino por lo que sentiste justo al encontrarlos gritándose.
– Sí, pero en cuanto supiera quien era, seguro me hubiera alejado de ahí.
– Tal vez, pero en ese entonces aún no habías hablado conmigo.
– Vaya… lo dije y lo repito sabia valië Nienna, tu lenguaje es extraño.
– No te preocupes, lo entenderás, y hasta lo llegarás a hablar. Cuando llegaste aquí ya tenía tiempo que de forma natural lo hablabas, siempre has sido así querido hijo de Finarfin. En cuanto a lo de Lúthien también entenderás, ¡hasta mi hermano lo entenderá!
– Bueno… pues creo que debo irme. Gracias Nienna, hablar contigo me ha ayudado mucho, en verdad.
– Así esperábamos que fuera. ¿A dónde irás ahora?
– No lo se, tal vez busque a mi tío para platicar un rato.
– Bien… recuerda: es hablar, no solo oír, lo que se necesita para entender, pero sin dejar de escuchar.
– Gracias otra vez Nienna, lo tendré siempre en cuenta. Salúdame a Olórin.
– Adiós Finrod Felagund, el más sabio de los noldor, no lo olvides, aunque siempre puede haber lamentación, nunca faltarán momentos para sonreír – Y en se momento Finrod volteó a ver a Nienna, y por única vez desde que recordaba conocerla, la vio esbozar una sonrisa, en medio de su rostro lleno de compasión, y hasta entonces se alejó.
Capítulo 6. Los hijos de Mahal
Así fue como Finrod Felagund, el que alguna vez fuera rey de Nargothrond y de Minas Tirith, señor de Dorthonion donde habitaban los hombres de la primer casa de los edain, los hijos de Bëor, y por ser el mayor de sus hermanos, señor también de Ladros la tierra de Angrod y Aegnor, salió de casa de Nienna con el ánimo renovado, y caminó esta vez hacia el sureste, de nuevo hacia las estancias de Mandos.
No tenía un propósito fijo, y la alegría que lo embargaba ahora era inmensa, así que caminó sin rumbo fijo, hasta que se encontró con un paisaje extraño para él, aunque en cierta forma conocido. Al menos, diría Finrod, lo hacía sentir como en casa. En este lugar nuevo para él los muros y el piso del lugar estaban hechos de un material distinto, el elfo no sabría decir cual, aunque la textura le era familiar. Aunque igualmente el lugar era oscuro, como todo Mandos, el ambiente que Finrod sentía le era vagamente conocido.
De pronto, mientras se admiraba del lugar, oyó a lo lejos unos cantos, o más bien gritos de alegría, o las dos cosas a la vez. ¿Quiénes podían estar festejando cerca de ahí? Movido por la curiosidad, Finrod decidió seguir el ruido, para saber con qué nuevos personajes se encontraría esta vez. Conforme el ruido se hacía más claro, las voces que el noldo escuchó comenzaron a causarle una nostalgia por su hogar en la Tierra Media muy grande, pero no una nostalgia triste y melancólica, sino más bien aquella que da cuando se recuerdan épocas felices de la vida y, en este caso, también se reviven.
Finrod no tardó en reconocer a los personajes con los que ahora se encontraba, y por fin todo el lugar cobró sentido para él, y las texturas familiares lo llevaron otra vez a Nargothrond, su antiguo hogar en Beleriand, y todo en absoluto, olores, los sonidos y sus ecos, los colores que se alcanzaban a distinguir, todo lo llevaba de nuevo a ese mundo al que una vez perteneció. Y las voces hablaban en una lengua extraña para la mayoría, pero no para Felagund, el señor de las cavernas, que un día se había hecho eterno amigo de tantas razas distintas en toda Beleriand, y de entre ellas, ninguna más fiel, más valiente y arrojada, ninguna con tal sentido de la lealtad y la amistad como estos que le dieron su sobrenombre. Finrod Felagund estaba ahora en las estancias reservadas a los naugrim, estaba entre los enanos.
– ¡Saludos queridos y fieles amigos! – gritó Finrod en medio del barullo, embargado por la emoción.
En el acto, todos los enanos pararon sus cantos, los que tocaban sus instrumentos detuvieron la música abruptamente, los que bailaban se pararon en seco, y todos voltearon a mirar extrañados al visitante que acababa de ingresar en sus estancias. Un enano de barba y pelo canosos, de avanzada edad se veía, se acercó a Finrod con una mirada inquisitiva. Todos los demás se hicieron a un lado para dar paso a este personaje que, según vio Finrod, era de gran importancia entre los naugrim. Cuando el enano estaba frente a él, se paró de pronto, y mirando hacia arriba, tan sólo dijo:
– Elfo… inmiscuyéndote en los asuntos de otros, como siempre…
– Mil disculpas señores, no era mi intención interrumpir sus festejos. Mi nombre es Finrod, soy un elfo noldo, hijo de Finarfin.
– ¿Y a qué se debe tu visita en un lugar que se supone está prohibido a los de tu raza?
– El señor de estas tierras, Námo el vala, me dio permiso para andar en todas sus estancias mientras yo quisiera. Vengo de Endor, no hace mucho dejé el cuerpo muerto en ese lugar.
– El señor de estas tierras soy yo, como lo soy de toda tierra que los enanos llamen suyas. Námo, como tú lo llamas, nos dio este lugar para ser nuestro, hasta el fin del tiempo.
– ¿Y se puede saber el nombre de tan distinguido señor entonces?
– No respondo a interrogatorios de nadie, mucho menos de un elfo.
– ¡Perdón! ¡Un momento mi señor! – interrumpió un enano de entre la multitud que ya se había reunido alrededor de ambos personajes, curiosos por saber en que se resolvería este asunto.
– Que deseas, ¿porqué interrumpes a tu señor?
– Lo siento gran Khazad, es sólo que yo conozco a este elfo.
– ¿Ah sí? ¿Y se puede saber la razón por la que un miembro de nuestra orgullosa raza tendría que tener tratos con alguien así?
– Su nombre es Finrod señor, pero nosotros le llamamos Felak-gundu, el Señor de las Cavernas. Es amigo de los nuestros, en la tierra que otros elfos llaman Beleriand.
– ¿En dónde comercian los enanos de los Montes Azules?
– Así es señor, de ahí, y si algo le puedo decir con certeza es que en mi vida en la Tierra Media conocí a muchos elfos, tan despreciables como lo que todos conocemos, pero jamás en mi vida conocí un enano que fuera tan fiel amigo como el elfo aquí presente.
– Gracias, es un cumplido que te agradezco – contestó Finrod.
– Pues bien… – continuó el señor de los enanos – si es así, entonces no tengo más reparos que declararme tu amigo también, por lo menos hasta que nos conozcamos mejor. Mi nombre es Durin, señor de todos los enanos, hijo de Mahal, al que ustedes llaman Aulë, y la fiesta que ves aquí la organizamos cada año en honor de él, esperando que llegue el día en que nos llame, luego del final de todo, para reconstruir junto con él todo el mundo.
– ¡Vaya! ¡Durin de Khazad-dum! Tu nombre había llegado a mis oídos muchas veces antes, y siempre para hablar de la gloria de tu reino bajo las montañas, es un honor – y diciendo esto, Finrod se inclinó en reverencia.
– Pero que gran día es hoy – contestó Durin – que un elfo tan gentil se nos haya unido justo el día en que festejamos a Mahal. Bienvenido seas entonces, ¡únete a nosotros!
– Será un honor para mí.
Entonces Finrod se integró a la fiesta, a la comida y a los bailes. Deleitó a los enanos con la música que sólo uno de los noldor podía tocar, y a su vez disfrutó de la música más típica de los enanos. Fue nombrado invitado de honor, y compartió la mesa con el señor de Khazad-dum. Conversó con varios de los enanos, muchos de los cuales fue reconociendo como antiguos amigos, e incluso algunos que formaban parte de las cuadrillas de enanos que lo ayudaron a construir Nargothrond. Recordar aquella época y rememorar tiempos tan felices hicieron que Finrod se sintiera ahora doblemente feliz. Después de todo, Nienna había tenido razón: aunque siempre haya motivos para lamentarse, nunca faltará un día para sonreír.
Fue así como Finrod pasó toda una semana en compañía de tan excelsos compañeros, y la despedida fue larga y llena de sorpresas, sin olvidar que fue invitado a múltiples futuras reuniones y convites. Finrod aceptó con gusto, prometiendo volver ahí cuantas veces pudiera. Hasta que llegó el momento de continuar el camino por Mandos. Finrod sentía aún que algo más faltaba por completar, y se encaminó hacia el sur. La sonrisa en sus labios no desapareció en mucho tiempo, aunque fuera sólo cuestión de minutos el alejarse del lugar y dejar atrás el sonido de las músicas, las risas y la alegría característica de la raza más grandiosa, en opinión de Finrod, que el había conocido jamás.
Capítulo 7. El Espíritu de Fuego
Después de caminar largo tiempo (Finrod jamás supo decir cuanto, el tiempo parecía transcurrir de forma distinta en las estancias de Mandos, o tal vez esa impresión sólo la tenía por falta de sol, luna o estrellas que le sirvieran de referencia) el príncipe elfo se sorprendió al reconocer el lugar en que se encontraba: era exactamente el mismo punto en el que, por primera vez en Mandos, se percató de que estaba muerto. No había visto absolutamente a nadie durante el camino desde las estancias de los enanos, y se preguntaba si no estaría soñando, o si acaso todos se habrían ido a algún lugar que el no conocía aún.
Por eso le sorprendió más mientras observaba a sus alrededores el encontrar a un elfo sentado, que parecía ensimismado en sus pensamientos y que no se percataba aún de la presencia de Felagund. Sin embargo él si lo reconoció, y se le acercó.
– Saludos tío, soy Finrod, hijo de Finarfin, hijo de Finwë.
Fëanor solo soltó un gruñido, como diciendo que no quería ser molestado, ni siquiera se molestó en voltear a verlo. Finrod intentó hacer plática:
– Si no te molesta… me sentaré aquí junto a ti. Hace tiempo que no veo a nadie por aquí, y…
– Eres igual a tu padre.
Finrod iba a decir ‘gracias’, pero Fëanor levantando el rostro pero sin mirarlo continuó:
– ¿No sabes cuándo dejar de hablar verdad?
Finrod no sabía si molestarse e irse, o seguir intentado hablar con él. Solo alcanzó a decir lo primero que se le ocurrió:
– Hacía… hacía mucho tiempo que no nos veíamos. ¿Cómo has estado?
– ¿Cómo más podría estar en esta prisión? Aburrido, hastiado… teniendo que soportar a gente que no quiero volver a ver…
Al notar que Finrod empezaba a hacer ademán de incomodidad, que pensó que hablaba de él, Fëanor prosiguió:
– No muchacho, no hablo de ti. Hablo de ese… ¿cómo le dicen? Mandos. Al inicio solía venir a verme, pero siempre lo rechazaba. Me pedía que lo acompañara, pero nunca quise hacerlo. Y aún a la fecha llega a venir de vez en cuando, seguramente cuando sospecha más de mí. Como si encerrado aquí no fuera ya inofensivo, y como si no tuviera suficiente con sufrir la prisión para tener que soportarlo a él también.
– ¿Qué quiere de ti?
– Molestar seguramente. Burlarse de mi cruel destino, ¿qué más?
– Tal vez… ¿tal vez sólo quería hacerte más llevadera tu estancia aquí? – alcanzó a casi murmurar Finrod, no sabiendo qué decir al elfo que llevó a la ruina a los noldor, pero que extrañamente algo en su rostro y su mirada hacía a Finrod sentir que el pobre necesitaba platicar, notaba su soledad.
– ¡Ja! – soltó en seco Fëanor – Aunque eso fuera no hay ya ningún lugar en toda Arda donde mi estancia sea cómoda. No desde que perdí mis gemas. ¿Las recuerdas? Su luz… pensar en su luz es lo único que puedo hacer ahora.
– Si las recuerdo, eran muy bellas.
– ¡Oh sí que lo eran! O lo son, si ese sucio vala no las ha echado a perder.
– No lo creo, Morgoth es ambicioso y sólo tiene deseos de poseer y dominar, y decir que las cosas que no son suyas le pertenecen.
Volteando a ver por primera vez directamente a Finrod, Fëanor se quedó pensativo un rato, luego dijo:
– Ahora que lo recuerdo, fue el cabello de tu hermana el que me inspiró a hacer las joyas, los silmarilli.
– Sí, la cabellera de Galadriel es hermosa.
– Pero nunca quiso darme ni un mechón, creo que yo le desagradaba. Pero siendo tan orgullosa como buena noldor que es dudo que jamás le de un mechón a nadie que se lo pidiera. – Eso claro está, es lo que pensaba Fëanor de Galadriel, ni él ni Finrod sabían que ella se convertiría algún lejano día…
– De que le desagradaras no lo se, nunca me lo dijo.
– Pero en fin… – dijo Fëanor suspirando – de nada me vale seguir lamentándome. Dime muchacho, ¿qué cuentas? ¿qué haces aquí? ¿vienes de Valinor o de Endor?
– De Endor.
– Así que sí llegaron… y no te regresaste con mi medio hermano.
Finrod estuvo a punto de decirle que ni su padre ni nadie eran cobardes, como seguramente estaba pensando Fëanor, pero recordando a Nienna y sus palabras se alcanzó a contener, solo contestó:
– Sí, si llegamos.
– ¿Has visto a mis hijos?
– Sí, todos están bien.
– ¿Siguen… ¿siguen en la lucha?
– Sí, siguen. – dijo Finrod refiriéndose más al esfuerzo de todos los noldor, incluidos los hijos de Fëanor, por contener a Morgoth que a recuperar las gemas, a lo que se refería Fëanor. Aunque Finrod sabía de sobra que sus primos también seguían con ese afán.
– Esos son mis hijos, y pensar que su madre se los quería quedar cuando me fui tras Morgoth…
Luego de un muy incómodo tiempo sin decirse nada, Fëanor volvió a preguntar:
– Y… ¿cómo va la guerra contra el vala? Supongo que ya que llegaron todos, le hacen la guerra juntos ¿cierto?
– Sí, todos, hasta los elfos grises que vivían allí cuando llegamos.
– ¿Y bien?
Finrod dudó un momento, no sabía qué decir…
– Si te soy sincero tío, las cosas no marchan muy bien para ninguno de los que habitan en Endor como enemigos del Señor Oscuro.
Un gesto que a Finrod le pareció de desesperación, pero que fue cambiando poco a poco hasta volverse inexpresivo se fue dibujando en el rostro de Fëanor. Luego de un tiempo este dijo:
– No se que me pasa muchacho, tal vez me esté volviendo viejo junto con esta Arda, pero… – dudó un momento, como si le costara mucho trabajo aceptarlo, hasta que por fin lo soltó – creo que me precipité demasiado al salir de Aman así… faltó gente, mucha gente… y nuestras armas no eran muchas.
– ¿En verdad lo crees?
– Bueno, no se. ¿Tú que piensas?
– Pienso… – esta vez Finrod estaba en blanco… recordó las palabras de Nienna y empezó a ver que comprendía un poco a su tío… recordó las palabras de Námo y por un momento sintió compasión por este elfo que debía esperar hasta el final del tiempo para ser liberado… – pienso que dejamos atrás también muchas cosas que en verdad valían la pena – es lo único que se le ocurrió, en realidad lo decía más por sí mismo, recordando otra vez a quien se quedó tras el, que por algo sobre Fëanor o los noldor en particular.
– Si… – dijo Fëanor para sorpresa de Finrod. Se imaginaba que le diría, como a su madre, que nada valía la pena ya sin los silmarilli. – Algo de sabiduría tienes, hijo de mi segundo medio hermano. Pero en fin… lo pasado, pasado es… – y Fëanor suspiró.
Capítulo 8. De Arda, la más bella .
Los dos elfos se quedaron sentados otra vez largo tiempo sin decirse palabra, aunque con menos incomodidad esta vez. Ahora Finrod entendía más que nunca el lenguaje de Nienna. Ensimismado cada uno en sus pensamientos no se dieron cuenta de que alguien se acercó a ellos y exclamó:
– ¡Aran Finrod! – dijo una voz femenina, la voz más hermosa jamás escuchada en Mandos, en Aman, o en toda Arda.
Finrod sorprendido iba a levantarse y voltear, cuando vio que Fëanor se levantaba, y sin hacer caso de los dos elfos que tenía a su lado se volteó y se fue.
– ¡Tío! Espera, ¿a dónde vas?
– No se… tal vez a casa de Vairë a buscar a mi amil, o al sur a buscar a mi atar. Adiós.
Sin poder hacer más Finrod se levantó y volteó, y para su sorpresa se encontró con quien nunca imaginó ver ahí:
– ¿¡Cundi Lúthien!? Pero… pero ¿qué haces aquí? – por un momento Finrod recordó su tristeza y las palabras de Nienna sobre Melian, pero algo en la mirada de la princesa no lo dejaba entristecerse más.
– Vine a Mandos, morí… y Beren también.
– En… ¿en serio? ¿qué pasó?, cuéntame – ahora Finrod estaba dispuesto a aceptar toda la crudeza de la realidad y la consecuencia de sus actos más allá de su muerte. Lúthien lo miró, notaba el dolor que sufría Finrod, no sabía por donde comenzar.
Mientras pensaba, Finrod la miró. En verdad era la criatura más hermosa de toda Arda, con su cabello oscuro que caía suavemente por sus hombros, y sus ojos que daban luz. Y sus manos, tenían algo que jamás pensó volver a ver, la última vez que lo vio, Beren lo portaba en el calabozo, donde todo parecía haber terminado. Emocionado, exclamó:
– ¡El anillo de Finarfin y Barahir! Pero ¿cómo? Beren…
– Beren me lo dio, mira sentémonos y te contaré la historia. Veo en tu rostro que creías que todo salió mal. Oye ahora la verdad:
Con interés, Finrod fue oyendo a la hermosa damisela contando su historia. Mientras lo hacía Lúthien reflejaba en sus ojos y en el tono de su voz los mismos sentimientos que cuando vivió lo que contaba: la forma en que se enamoró de Beren, el cual no le decía a ella por su nombre, salvo para dirigirse a su padre sobre la princesa. La llamaba más bien ‘Tinuviel’, porque para el, le dijo a ella, su voz era tan dulce y tan melodiosa como el canto de los ruiseñores.
Lúthien le contó como, mientras ella cantaba, un día de invierno casi entrada la primavera, y mientras bailaba rodeada de ruiseñores, se dio cuenta que atardecía y debía regresar a casa. Hasta ese entonces no se había dado cuenta que por meses un hombre la había estado observando. Cuando empezó la marcha oyó como la llamaba el hombre, con tono desesperado y como rogándole que no se fuera: – ¡Tinuviel! ¡Tinuviel! – Ella se detuvo, pensando que sería a ella a la que le hablaban, no habiendo nadie más alrededor. Se volvió un poco con miedo pero más con curiosidad y ante ella se había acercado un hombre, un edain que se había introducido de alguna forma al reino de sus padres. Pero ella no huyó ni gritó. De pronto el miedo se fue, cuando ambos se miraron a los ojos por un largo rato. El hombre se acercó más, y se besaron.
– Ahí es cuando me enamoré de él.
Finrod escuchó también el sufrimiento de Lúthien al ser traicionados por un ministro de Thingol que, sospechaba Lúthien, buscaba a la princesa por algo más que su amistad:
– Pero yo siempre lo rechacé, y al vernos a Beren y a mí juntos, creo que no pudo más.
La princesa le contó como Daeron los traicionó por primera vez, pero también luego como la traicionó a ella otra vez e hizo que el rey la apresara en un árbol para que no escapara a ayudar a Beren una vez que Thingol le encomendó la suicida misión. – Siempre dije que mi tío exageraba. – pensó Finrod. Y le platicó de cómo logró escapar, encantando su cabello para hacerlo crecer y bajar del árbol, y también tejiendo con su cabello un manto que en adelante usó, y que la ocultaba de la vista de otros y que además adormecía al que tocara con sus ojos la preciosa prenda (y con la cual durmió a los guardias que estaban cuidando la base de su árbol-prisión), y luego se llenó de furia al escuchar de las nuevas traiciones de sus primos en Nargothrond engañando y capturando a Lúthien que se los encontró en el campo que está al noroeste, entre Doriath el reino de Thingol y Nargothrond, pero también escuchó con curiosidad como el perro de Celegorm (al que Finrod conocía porque siempre que iban de cacería su primo lo llevaba), Huan, le ayudó a escapar y Lúthien montando en el perro llegó a la torre donde Finrod murió.
– Huan y yo llegamos en la noche. Los lobos aullaban a nuestro alrededor pero no nos detuvimos. Al llegar a la entrada empecé a cantar, como Melian lo haría, y así lo seguí haciendo por un tiempo. De pronto cuando mi canto terminaba, ¡me llené de emoción al oír la voz de Beren cantando también! En respuesta canté más fuerte aún, y como si lo hubiera llamado, la puerta de la torre se abrió. Pero para mi sorpresa, mi decepción y mi terror no fue Beren quien salió, sino un horrible monstruo con forma de un terrible lobo y de un hombre a la vez.
– Si… los mismos que Sauron nos enviaba a nuestras celdas. ¿Te hirió?
– No, Huan lo mató. Y así siguieron saliendo monstruos uno a uno, y Huan los mataba sin dificultad. Al final salió un monstruo terrible, sus ojos amarillos despedían odio y de su boca los gruñidos aterrorizaban a cualquier criatura. Pero Huan alcanzó a herirlo, de muerte yo diría. Y cobardemente regresó a la torre.
– ¿Y Beren, ya no lo oíste cantar?
– No, ya no. Pero mientras esperábamos salió de la torre un monstruo más terrible aún. Sus ojos eran rojos, llenos de ira, de terror de oscuridad. Su pelo negro se erizaba con el odio. Sus gruñidos parecían una voz que nos maldecía en nombre de Morgoth.
– Sauron…
– Sí, Sauron mismo se convirtió en lobo, y fue a atacarnos. Al principio Huan no pudo con él, y yo usé el manto que tejí y pude esquivar al monstruo. Huan aprovechó y en poco tiempo Sauron estaba dominado. Lo forcé a darme las llaves de la torre y entonces huyó abandonando su cuerpo, vencido y avergonzado por Huan.
Con las llaves en la mano volví a cantar, y entonces las puertas y todas las cerraduras de la torre se abrieron y Huan y yo vimos con sorpresa como poco a poco iban saliendo los prisioneros de Sauron: eldar y edain que soportaron años de tortura. Algunos creo que pertenecían a tu reino.
– Ya lo creo, muchos fueron apresados cuando cayó Minas Tirith, mi torre de la guardia. ¿Y Beren? ¿salió? ¿seguía vivo?
– No, no salió y desesperé. Entré a buscarlo con Huan. Ya no había enemigos dentro, o todos estaban acobardados y escondidos. Encontré a Beren tendido junto al cuerpo de un elfo que al inicio no reconocí. Pensé que mi Beren había muerto ya – y mientras decía esto Lúthien soltó unas lágrimas por el dolor del recuerdo – y triste pensé que mi momento de morir había llegado.
– ¿Y por eso estás aquí?
– No Finrod – y el rostro de la princesa se volvió a iluminar – ¡Beren estaba vivo! – Diciendo esto Finrod no pudo evitar suspirar de alivio – ¡Si, vivo! Y el me levantó y me contó lo que había pasado. – y entonces Lúthien empezó a hablar más lentamente – Entonces te vi y los dos lloramos agradecidos por el sacrificio que hiciste por nosotros. ¡Gracias Aran Finrod!
Finrod comenzó a llorar, Mandos y Nienna tenían razón. No había sido en vano. Al recordar a Nienna, recordó también sus palabras sobre Melian y su hija.
– Pero dime bella Lúthien, Tinúviel como te dice tu amado, ¿porqué entonces estás aquí? ¿qué otra desgracia cayó sobre ustedes que yo no conozco?
– La respuesta a tus preguntas está ligada a la misma historia.
– Cuéntame entonces cundi, ¿qué pasó después?
– Enterramos tu cuerpo en la isla de tu torre, nadie será capaz de violarla porque es bella y las flores nacen ahora ahí en recuerdo de tu lealtad. Al terminar, Beren y yo regresamos a Doriath. En el camino encontramos a tus primos, solos; no se porque pero creo que los habían expulsado de Nargothrond y regresaban ya con sus hermanos al oriente.
– ¡Lo sabía! – dijo triunfante Finrod.
– Estuvieron a punto de matar a Beren, pero no lo lograron. Gracias otra vez a Huan.
– Ese perro es maravilloso…
Y como si lo hubieran llamado, de pronto saltó entre Finrod y Lúthien, Huan el perro de Valinor, que antaño había pertenecido al vala Oromë el cazador y que en la época de la luz de los árboles le había regalado a Celegorm, y desde entonces estaba con él.
– Pero…
– Si, Huan también está aquí. Pero déjame contarte el resto de la historia para que sepas porqué.
– Adelante – dijo Finrod cada vez más intrigado, mientras acariciaba las orejas del perro, que inocentemente se dejaba acariciar y meneaba la cola emocionado de estar con Lúthien otra vez. Finrod preguntó:
– Mi tío… ¿los dejó por fin casarse?
– No, ni siquiera lo vimos, pero se que no nos hubiera dejado entonces. Una mañana en el bosque de Neldoreth, luego de pocos días de inmensa felicidad juntos, Huan me despertó. Beren se había ido a cumplir la misión.
– ¡¿Cómo?! Pero eso sería su fin.
– Lo se, pero yo estaba decidida a seguirlo; sin importar el fin al que llegara lo íbamos a tener juntos. Así que Huan me dejó otra vez montar en él y fuimos al norte, hacia donde Beren partió, pasando tu torre a la llanura de Anfauglith, y de ahí hacia la fortaleza de Morgoth, Angband y las torres de su entrada, Thangorodrim.
Con más interés aún, Finrod escuchó la historia de Lúthien, de cómo se encontraron y de la decisión que tomaron juntos de seguir sin importar el fin al que llegaran, mientras fuera juntos. Huan los dejó y le agradecieron su ayuda. La historia cada vez se tornaba más oscura, conforme se acercaban a Thangorodrim y más aún cuando se enfrentaron al monstruo lobo que guardaba la entrada. Lúthien lo durmió con un canto poderoso, y luego escuchó expectante como Lúthien y Beren disfrazado de lobo entraron en la oscura fortaleza y como Lúthien con su hermosa voz durmió a toda la corte del Señor Oscuro, y a Morgoth también usando su manto. Entonces despertó a Beren que también se había dormido, y el tomó la corona de hierro que se había caído y arrancó así la preciosa gema de Fëanor…
– Entonces Námo tenía razón… – murmuró Finrod.
Y luego la historia se volvió en verdad oscura, desesperante, porque Morgoth y su corte despertaron, y los enamorados huyeron. Al llegar a la entrada el monstruo lobo de Morgoth se había despertado y con horror Lúthien vio como Beren le hacía frente mostrándole el silmaril que con su luz lo hacía retroceder; pero el monstruo mordió su mano y de una mordida se la arrancó. En ese instante Beren cayó como muerto. Y si no hubiera sido por las águilas que llegaron justo a tiempo y los rescataron, hubieran sido capturados. El monstruo lobo, al sentir en sus entrañas la luz inquebrantable del silmaril huyó como un demonio.
– Para nuestra desgracia – dijo Lúthien, y Finrod no entendió.
Las águilas les llevaron hasta Doriath otra vez. Lúthien no vio nada del hermoso paisaje por el que sobrevolaron, su mente y su ser estaban concentrados en saber qué tenía Beren, que estaba inconsciente, al borde de la muerte.
– Y ¿murió?
– No, de nuevo pude salvarlo. Y fuimos entonces a Doriath. Mi padre estaba muy enojado. ¡Si lo hubieras visto! Se enojó conmigo porque me escapé, pero con Beren estaba iracundo, si hubiera llegado solo seguramente lo habría matado ahí mismo. Ahí me enteré que Daeron se había perdido. Había salido a buscarme y en su desesperación parece que enloqueció, según nos contaron los enanos que visitaban a mi padre, lo vieron por última vez atravesando las montañas azules, fuera del reino de Thingol y Melian, hacia el oriente inexplorado de la Tierra Media.
– Pobre… era un gran elfo. Inventó las letras que se usan en Beleriand, y era el mejor juglar de todo el lugar.
– Sí, el componía las canciones que yo bailaba y cantaba. Fue un gran amigo mío, pero entonces ya nada podía hacer.
– ¿Y qué pasó con mi tío?
– Escuchó nuestra historia y se asombró al oír todo lo que hicimos.
– ¿Y quién no lo haría bella Lúthien? Tu historia revela en mi corazón el valor de mi esperanza, que se torna verdadera. Si por amor ustedes dos pudieron hacer todo esto que me cuentas, hasta llegar al centro de la misma oscuridad y vivir, ¡entonces el amor puro es la fuerza más potente de Arda!
– Lo es, pero algo aún lo vence…
– ¿Y qué es?
– ¿Recuerdas al monstruo lobo de Morgoth? ¿el que arrancó la mano de Beren?
– Si – contestó Finrod, sabiendo así que la historia se acercaba al final, y que no parecía un buen final después de todo.
– Bueno, pues la locura que desencadenó el silmaril en sus entrañas le permitió entrar a los bosques de Doriath, a pesar de los laberintos de mi madre. – Finrod estaba atento a cada palabra de la princesa – y causó mucha muerte y destrucción en el reino de mis padres. Mi padre ya había accedido a nuestra unión, pero antes Beren decidió que el debía dar muerte a la criatura, pues decía que era parte de su culpa que el monstruo hubiera llegado hasta ahí, y también decía que con la llegada del monstruo entendía que la misión que se le encomendó aún no terminaba. Y lo fueron a cazar: Beren, mi padre, toda la guardia del rey y los mejores elfos de sus ejércitos y los más valientes del reino. – Huan ladró en ese momento – Y también Huan, por supuesto. Cuando nos dejó en Anfaulgith se dirigió a Doriath y ahí lo encontramos antes de llegar con mi padre. Yo me quedé esperando preocupada.
Después de unos días los vi acercarse, mi padre llevaba el silmaril en su mano, pero cuando volteó a mirarme solo pude ver tristeza y compasión. Detrás de el llevaban cargando dos cuerpos. El primero, era el cuerpo de un perro que le salvó la vida a mi padre.
– Huan, ¿eras tú? – el perro solo lamió las manos de Finrod.
– Y atrás, con miedo, comprobé lo que más había temido: Beren, Beren venía tendido. También había salvado la vida del rey, pero le estaba costando la suya. – y esto lo dijo la princesa sollozando. – Sólo alcancé a decirle que me esperara a donde quiera que fuera, que yo lo buscaría… el sonrió y me dijo que me amaba… sostuvo mi mano… y murió… Después todo se volvió oscuro, y desperté aquí. – Lúthien no paraba de llorar.
– Ya, ya cundi Lúthien… no llores… – Finrod no tenía palabras para consolarla.
– Y ahora… ¿qué hago? – dijo la princesa desesperada.
Capítulo 9. El canto
Después de unos breves momentos, Lúthien, ya más calmada, empezó a caminar por los alrededores. Los ojos de Finrod la seguían preocupado. Al poco rato Lúthien se acercó de nuevo a Finrod.
– ¿Dónde está Huan?
– No lo sé. Pensé que seguía a tu lado, pero ahora que lo mencionas creo que se ha de haber apartado de nosotros mientras terminabas de contarme tu historia.
Sin pensarlo, ambos se pusieron a buscar al perro. Finrod no sabía porque, pero presentía de alguna forma que Huan había llegado con ellos para llevarlos a algún lugar, y ahora se había ido dirigiéndose hacia allá, pero el problema era que ninguno de los dos se había dado cuenta hacia dónde.
Sin embargo no tuvieron que buscar mucho. Al poco tiempo oyeron los inconfundibles ladridos del perro, hacia el sur, y caminando hacia allá los dos elfos siguieron el sonido.
Al alcanzar a Huan, Finrod se dio cuenta de pronto que el perro los había guiado nada más y nada menos que al hogar de Námo, el vala del destino. La primera vez que estuvo ahí, Finrod solo estuvo con Mandos, como le llaman normalmente a Námo. Pero ahora se encontraban esperándolos además del perro dos valar: Námo y su esposa Vairë. Sonriendo Vairë, los dejó pasar y los cinco entraron, Finrod por segunda vez, en la casa de Mandos.
– Saludos Námo, me da gusto verte otra vez – dijo Finrod – Y también a ti, Vairë, la primera vez que estuve aquí me extrañó no verte.
– Saludos Finrod Felagund, eres siempre bienvenido aquí. Aquella vez estaba con Estë, la esposa de Irmo hermano de Námo en su casa, por eso no me viste aquí.
– Pues bien – dijo Mandos – se preguntarán los dos para que mandé a Huan por ustedes hasta aquí.
– Así es sabio – dijo Lúthien con su dulce voz. Ella sabía de los valar por lo que sus padres le enseñaron, y ahora se maravillaba ante ellos, la belleza y sobre todo la sabiduría se reflejaba en sus rostros. El tono de la voz de Lúthien era tan suave y tan dulce que ambos valar no pudieron evitar sonreír un poco.
Los valar le pidieron a Lúthien contar su historia, lo que recordaba de su vida, como antes lo había hecho Námo con Finrod. Lúthien les habló de su nacimiento, de cómo su madre le contó que las flores, las niphredil, se abrieron en saludo a Lúthien, que nació a la luz de las estrellas, pues entonces aún no existían Anar e Ithil, el sol y la luna. Les habló de su padre y su gran reino, en bendición por la sabiduría de Melian, de los enanos de las montañas azules, y de las guerras con los orcos, de las alianzas con los recién llegados noldor, de la desconfianza que se creó entre ellos y su padre y de muchas otras cosas que sucedieron bajo las estrellas, el sol y la luna allá en Endor, la Tierra Media donde estaba Beleriand, el reino de Elu Thingol, que Morgoth codiciaba para sí, junto con todo Endor. Al final, Lúthien terminó contando su historia con Beren, como ya lo había hecho con Finrod.
Entonces, Námo tomó la palabra:
– Como Finrod bien sabe, y puesto que conocemos lo que fue de tu vida, Lúthien, te hemos venido a brindar una opción.
– ¿Opción? ¿qué opción? – dijo algo sorprendida Lúthien.
– Como has de saber, los eldar no abandonan Arda al morir, sino que vienen aquí, a las estancias de Mandos.
– Si, lo se, mi madre me lo enseñó cuando era chica.
– Bueno, pues la mayoría de las veces, luego de pasar aquí un tiempo, a los eldar se les permite que su fëa se una otra vez a su hröa, de forma que alma y cuerpo otra vez sean uno como desde que nacieron y yo les permito entonces salir de mis estancias para poder vivir en Valinor hasta el fin del tiempo, en bendición y sin que los peligros y las tristezas de Endor los alcancen.
– Y esa opción – continuó Vairë – es la que te estamos dando ahora a ti, Lúthien hija de Melian y de Elwë. Sin embargo no te lo podemos imponer, es una opción que tú libremente debes tomar… ¿La tomas?
Lúthien se quedó pensando un largo tiempo. Mientras la observaba atentamente, Finrod pudo ver como su mirada, sus gestos, todo su ser se sumían de nuevo en una tristeza inmensa, una tristeza que tal vez ni siquiera Mandos o Nienna habían visto antes. Lúthien entonces dijo:
– Pero para mí, las tristezas de Endor sí me alcanzarían por siempre.
Y entonces, Lúthien comenzó a cantar.
Era el canto más bello, pero a la vez más triste que Finrod hubiera escuchado jamás. Sus tonos y su letra y sus notas reflejaban a la perfección casi todas las cosas que el príncipe noldo conocía. En su mente mientras escuchaba la canción de la princesa, se dibujaban imágenes de todo lo que ella cantaba: y así pudo ver el sufrimiento de su pueblo, oprimidos por su orgullo y por el mal cada vez más fuerte del Morgoth. Y en el también vio el sufrir de los sindar, los elfos del pueblo de Lúthien, la opresión y las guerras, y el miedo y la desconfianza hacia los noldor. Y vio como todos los demás pueblos de Endor, la Tierra Media de elfos, hombres, enanos y demás criaturas, entraban en su canción, todos para sufrir también: los laiquendi, los elfos de Mitrhim, y todos los elfos que alguna vez había conocido, directamente o por historias en las tierras de Beleriand, el reino de Thingol. Los enanos, y todas las criaturas de Yavanna también entraron en la canción. Cantó también del valor y la vida de los edain, los incondicionales aliados de los eldar en su desesperada lucha por sobrevivir al odio de Morgoth y sus criaturas y sus más terribles servidores. Y cantó de su valor y de su forma tan grandiosa de entregar su vida, a pesar de su corta duración, y de cómo los eldar y los edain se habían hecho amigos y aliados sin par, y del sufrimiento de los eldar por verse separados por todo el tiempo que dura Arda de sus amados amigos los edain. Y entonces Lúthien cantó de su pena, de Beren y el amor que nació entre ellos, y del orgullo de Thingol, el miedo de Melian, la lealtad de Finrod, la fidelidad de Huan, y de las traiciones de los hijos de Fëanor, de la maldad de Sauron y del terror de las bestias en Minas Tirith y en Thangorodrim, y del odio insoportable de Morgoth y de la velocidad de las águilas de Manwë, y por último, de la separación eterna a la que ahora Lúthien Tinuviel tendría que enfrentarse en bendición de Valinor o de Mandos pero siempre en soledad, de su amado, Beren el que arrancó de la corona de hierro el silmaril de Fëanor.
Sin darse cuenta, Finrod lloraba por la pena y la tristeza que toda la canción le había producido. Lúthien también lloraba: se había levantado mientras cantaba y se había postrado a los pies de los valar, llorando a sus pies.
Y entonces, sorprendido, Finrod volteó a ver el rostro de Námo, y notó en el una sola lágrima, la única que había derramado, y que derramaría, el vala de la voluntad más inquebrantable, el sabio que conocía lo que debía de suceder y por eso no cambiaba de parecer. ¿Tendría alguna esperanza de felicidad la pobre princesa ante tan poderosa voluntad?
– Tu canción es triste Lúthien. Y sin embargo, bella como tú misma lo eres – dijo Mandos – en toda mi existencia desde que el Único me concibió de su mente y sus pensamientos yo nunca había conocido y no me sabía explicar el porqué mi hermana lloraba tanto, y porqué decía y hacía todas sus cosas con lo que ella llama compasión sabiendo yo que de nada serviría, sabiendo yo qué es lo que debía de suceder. Ahora, creo que entiendo algo de su forma de ser, y te entiendo a ti, Lúthien la más bella criatura de toda Arda. Y ahora en mi nace el deseo de ayudarte, pero haz de saber que ningún vala, ni siquiera Manwë, el más cercano a los pensamientos del Único, puede cambiar los designios del destino de sus hijos, primeros o segundos.
Ante esto, ahora Finrod habló:
– Pero, Námo… ¿no es posible hacer nada? ¿seguramente sabes si Beren ya partió de Arda?
– Si, eso lo se Finrod, pero entiéndeme, en mis capacidades no está el retenerlo aquí. Solo veo una opción: Lúthien, no permitiré que sufras la soledad de Mandos. Podrás ir a Valinor de nuevo, y si tú lo quieres – y de alguna forma era lo que Mandos deseaba – habla con todos los valar y plantéales tu situación, vuelve a cantar ante ellos tu canción. ¿Qué eliges?
– Hablar con los valar, Námo. No me voy a rendir hasta no ver a Beren otra vez, aunque sea la última.
– En ese caso – dijo Vairë que hasta entonces se había mantenido en silencio – acompáñame.
Antes de irse, la princesa volteó a ver a Finrod, y sin decir nada lo abrazó. Las lágrimas corrieron por el rostro del príncipe. Sabía que, fuera lo que fuera a suceder, sería la última vez que se verían.
– Adiós Finrod Felagund, el más fiel de los amigos. Gracias otra vez.
– Adiós Lúthien Tinuviel. Canta de nuevo esa canción ante Manwë si puedes.
– Lo haré.
Entonces se soltaron, y Lúthien siguió a Vairë, Huan fue tras la princesa.
Otra vez, Finrod y Mandos se quedaron a solas.
– ¿Qué crees que le digan los valar, Námo? – preguntó Finrod.
– No lo se. Mi deseo es que los amantes se puedan reunir de nuevo, pero ¿para qué? ¿para despedirse otra vez y no volverse a ver jamás?
– No jamás, al final…
– Si, lo se, al final. ¿Pero es tanto tiempo justo para ellos?
– No, no lo parece, sin embargo es nuestro destino.
– Así es Finrod, es nuestro destino. A donde o con quien van los edain al partir de Arda yo no lo se, pero una separación tan larga me pone a pensar en lo privilegiados que son ellos.
– ¿Privilegiados?
– Si, y más que los eldar, ¡o hasta que los valar! Los segundos hijos de Eru son las criaturas más libres de toda Arda. No están atados a ella para siempre, hasta que Arda termine, como tú o incluso como yo. Y siendo libres siempre continúan siéndolo, aún después de morir.
– ¿Manwë sabe a dónde van?
– No lo se, pero si quieres mi opinión, yo creo que ni el lo sabe, sólo el Único.
– Entonces solo de Él podemos esperar el desenlace de esta historia.
– Así es, como en todas las cosas, sólo de Él.
– ¿Qué hacemos ahora Námo?
– Esperar, sólo esperar. Sin embargo intentaré hacer algo más por estas dos criaturas que viven la historia más desgraciada. ¿Podré pedirte un favor Finrod?
– Claro que puedes.
– ¿Recuerdas como cabalgar un corcel?
– Por supuesto.
– Pues bien. Cuando platicamos la primera vez te dejé ir a cualquier parte de mis estancias, excepto los lugares prohibidos a los de tu raza.
– Sí, lo recuerdo.
– Bueno, esta vez haré una excepción: quiero que cabalgues hacia poniente, hasta topar con una playa. No encontrarás impedimentos.
– ¿Qué veré ahí? ¿Qué lugar es ese?
– Es el lugar en el que las almas de los hombres parten para siempre de Arda.
– ¿Quieres decir que…
– Sí, Beren está ahí aún. Haciendo caso a lo que Lúthien le dijo antes de morir no ha querido partir. Yo no lo entendía, hasta ahora.
– ¿Y una vez que lo encuentre qué debo hacer?
– Hazle saber que ha sido llamado por los valar, y que debe venir aquí, a mi casa. Lamento sólo poder darte un caballo, y Beren sólo podrá regresar en él. Aún así te pido que en cuanto el parta hacia acá, lo sigas y vengas de nuevo conmigo, debemos hablar otra vez.
– Está bien. ¿Pero y si no quiere venir?
– Querrá. Dile que Lúthien lo espera para cumplir su última promesa.
– En ese caso, parto ahora mismo.
– Ve rápido Finrod. Nos veremos aquí más tarde.
– Así será.
Capítulo 10. El sueño
Y así, Finrod salió cabalgando más veloz que nunca. El caballo parecía saber hacia donde dirigirse y Finrod sólo montaba en el sin necesidad de dirigirlo. Sin embargo, llegó un momento en que los alrededores parecían extraños. Todo era más estrecho y oscuro, como si el lugar estuviera hecho para no encontrar ningún camino, y perderse desesperadamente. De hecho, por un momento Finrod pensó que él y su caballo estaban perdidos. Aún no desesperaba pero comenzaba a pensar en la posibilidad de no llegar a tiempo, y que Beren no pudiera despedirse de Lúthien: fracasaría, y esta vez sería de forma definitiva.
Pero el caballo supo hallar el camino y no tardaron en salir de aquel lugar. La salida fue súbita, y el elfo se sorprendió al verse de pronto ante una bella playa. No sabía como los hombres se iban de Arda, si simplemente dejaban la playa, o se iban hacia el mar, y si era así si sería en alguna embarcación, pero todo eso no importaba. Esperaba que como fuera la persona a la que buscaba no se hubiera ido ya.
El caballo aminoró el trote hasta casi caminar y Finrod prefirió bajarse y recordar como se sentiría la arena tibia en sus pies allá en Endor, en las Falas la tierra de su amigo Círdan. A diferencia del resto de las estancias de Mandos, este lugar estaba iluminado por una luz muy similar a la de Anar en un atardecer, como las que recordaba haber visto también en las playas de las Falas.
Sin darse cuenta, pues miraba constantemente hacia el mar, se fue acercando a un risco. Casi chocaba con el cuando se percató de su presencia. Se propuso rodearlo y mientras lo hacía alguien llamó:
– ¿Quién anda ahí? – Finrod se detuvo.
– Vengo de Mandos. El vala Námo me ha enviado a buscar a un hombre de nombre Beren, hijo de Barahir. ¿Lo has visto?
– Claro que lo he visto, soy yo. – Y entonces un hombre se asomó por encima del risco. Finrod no lo había visto pues este era muy alto. Al verlo el hombre, su cara se tornó en un gesto de sorpresa.
– ¡Pero… Finrod Felagund! ¡Qué grata sorpresa! Jamás pensé que volvería a verte.
– Ni yo a ti amigo mío. Ven, te explicaré rápidamente porqué estoy aquí. Debes apresurarte.
– ¿De verdad? ¿Qué pasa? – en eso Beren bajó de un salto del risco, y antes de continuar, abrazó fuertemente a su amigo, quien también hizo lo mismo. Finrod notó su mano, o más bien el muñón de lo que ahora tenía por mano. Se estremeció recordando la historia que le había contado Lúthien, pero también se emocionó de ver de nuevo a tan valeroso amigo.
– Como te dije, el vala de estas estancias requiere de tu presencia. Me ha dado este caballo para que llegues a él. El animal sabe llegar por sí solo, no te preocupes por eso. Para que vayas más rápido yo no iré contigo, pero me encaminaré hacia allá en cuanto partas…
– Espera espera – interrumpió Beren – ¿para qué debo ir allá? De alguna forma siento que es aquí donde debo estar. Desde hace días que espero, y el mar no ha dejado de llamarme, creo que debo ir para allá.
– No lo dudo Beren, es tu destino, como el de todos los atani. Pero antes debes ir a donde te indico. Aún hay una promesa que se te debe cumplir.
– ¿Una promesa?
– Si, ¿no lo recuerdas? Ella te espera.
– Tinuviel… – alcanzó a murmurar el guerrero.
– Si, te espera para despedirse.
Una lágrima corrió por la mejilla de Beren, que hasta entonces se veía incolumne, fuerte, como si nada fuera ya capaz de vencerlo.
– ¿La has visto? ¿está bien?
– Si y si. Y te espera. Tiene muchas ganas de verte y no deja de hablar de ti.
– Entonces iré. Aunque sea la última vez quiero verla de nuevo. – Y dicho esto montó en el caballo.
– Adiós amigo Beren, hijo de Barahir, mis más fieles amigos.
– Adiós mi fiel amigo Finrod Felagund. ¿Nos volveremos a ver?
– No lo se, pero si no, aún tenemos la esperanza de vernos al final, a los pies de Ilúvatar.
– Si así debe ser, entonces me despido pero no para siempre. Sin duda eres no sólo el más sabio de todos los hijos de Ilúvatar, sino también el más fiel amigo, el más justo y el de más noble espíritu.
– Gracias Beren, la casa de Bëor siempre ha tenido mi cariño, y tú lo tienes también, no menor que el que tengo por aquel hombre que dirigió a su pueblo a través de las montañas cerca de nosotros por primera vez.
– Y así empezó la historia de elfos y hombre juntos…
– Si, pero aún no termina, y no terminará en desgracia. Algo me dice que de ti se cantarán más cosas todavía. Ve rápido, Lúthien te espera.
Y sin decirse más, Beren y el caballo se dirigieron al oriente, a la casa de Mandos. Finrod se encontró otra vez solo, pero esta vez ya no había tristeza en el. Sabía que había hecho lo correcto, siempre. Y ahora con una sonrisa en el rostro, le dio la espalda al mar y comenzó a caminar también al oriente. Mientras lo hacía cantaba una canción que de chico le había enseñado su padre, que a su vez le había enseñado su abuelo, y que hablaba del despertar de los elfos en el lago Cuiviénen, cuando las estrellas de la valië Varda brillaron por primera vez sobre Endor con la fuerza y brillo que ahora tienen, y su canto también hablaba del gran peregrinar de los elfos que fueron llamados a Aman por los valar, y de como crecieron en sabiduría y en belleza a la luz de los árboles de los valar. En fin, hablaba su canto de los primeros días de su gente, antes que todo oscureciera. Pero el recuerdo de los rumores de Melkor y la forma en que Fëanor se dejó llevar por ellos ya no le afectaba. Ni siquiera el recuerdo de cuando Fëanor habló a los noldor en Túna clamando venganza por el asesinato de su padre y el robo de los silmarilli y de cómo todos de una u otra forma se dejaron llevar hasta por su falsa acusación de que la capacidad de los valar no era suficiente, manteniéndolos en Aman esclavizados de alguna forma… Pero todo eso eran mentiras, mentiras que Melkor supo sembrar muy bien entre los orgullosos noldor, pero nada más. Ahora Finrod lo veía todo más claro. Si tan solo allá en Endor entendieran también, tal vez una esperanza habría. Si tan solo por lo menos uno hablara en nombre de todos los de allá, reconociendo la incapacidad y la necedad de la lucha a solas contra Morgoth, y de la necesidad de ayuda. Pero el ya no podía hacer nada. Sólo esperar a que al menos alguien, se diera cuenta de eso mismo allá y se atreviera a cruzar los mares y sus laberintos para hablar.
Felagund no sabría decir cuanto tiempo estuvo caminando así, cantando y recordando otra vez su vida, pero esta vez feliz de haber hecho y dicho todo lo que en su vida realizó, hasta que llegó de nuevo a los límites de las estancias de Mandos reservadas a los hombres. Es cuando se dio cuenta que tal vez no podría encontrar el camino de vuelta, y que ahora no tenía un caballo que supiera el camino para guiarlo. Sabia que, como fuera, tal vez no llegaría a tiempo para ver el último adiós de Beren y Lúthien, pero el pensar en ello lo hacía sentir como si estuviera ahí, pues lo que el hizo por ellos ayudó a que sucediera. Lo que le preocupaba era simplemente regresar a Mandos, y hablar con Námo que le pidió regresara con él.
Anduvo vagando por el lugar sin saber por cuánto tiempo. Hacía tiempo ya que había dejado atrás la playa y la luz de las estancias de los hombres. De nuevo aquí la luz era como en el resto de Mandos, y no podía orientarse. Estaba perdido. Resignado a la idea, el elfo decidió sentarse a esperar, tal vez alguien fuera por el. Así estuvo hasta que, sin saber cuando, se durmió, o como los elfos lo hacen, descansan en el pensamiento de sus recuerdos, que son como los sueños de los hombres, pero más vivos, más cercanos.
Soñó con Eldamar y el lugar donde creció de chico. Se vio al lado de su padre que le contaba historias en la bendición de Aman, caminando bajo la sombra de sus árboles en el país de los noldor en Aman. Soñó con los teleri, el pueblo de su madre: se vio cantando por las playas de Alqualondë al lado de ella y de su abuelo Olwë, bajo la luz de las estrellas. También soñó con los vanyar, el pueblo de su abuela Indis, el bello pueblo tan cercano a los valar cuyo cabello dorado era como el suyo. Y entre ellos distinguió un rostro, bello, sonriente, dulce. De pronto ella habló y su voz fue como un canto que en realidad nunca se había apagado de su mente. En su sueño, comenzó a llover sobre los campos de Valinor, mientras caminaba al lado de la chica cuyo rostro recordaba. Los dos se sonreían tomados de la mano mientras la lluvia los empapaba. Se fueron a refugiar bajo unas plantas que hacían de techo a la lluvia. Pero una hoja se venció por el peso del agua y terminó de empapar a Finrod, mientras ella se reía melodiosamente…
En eso estaba cuando Finrod abrió los ojos. Su rostro estaba húmedo, como en su sueño, pero para su desencanto no era la lluvia de Valinor la que lo había mojado. Huan estaba ahí, lamiendo su rostro: había sido encontrado.
– Hola chico, ¿vienes por mi?
Ladrando, Huan se adelantó y comenzó a correr.
Antes de levantarse Finrod reflexionó sólo por un momento. De alguna forma su sueño había sido distinto. Tal vez fuera así en las estancias de Mandos, o tal vez fue la cercanía a las estancias de los hombres, pero sintió como si su sueño fuera más que un recuerdo, era un sueño de verdad, y comprendió un poco como los hombres sueñan y tienen ideales, y como ellos con su libertad se esfuerzan día a día por conseguirlos, esperando que sus sueños un día se hagan realidad. Finrod se levantó pensando para sí mismo – Ojalá también mi sueño se haga un día realidad…
Capítulo 11. Jamás habíamos visto cosa igual
Finrod siguió a Huan, y así continuaron por un tiempo. Poco a poco el hijo de Finarfin se dio cuenta de que regresaban ya a Mandos, y se dirigían a la casa del vala. Al llegar Finrod se agachó y acarició al perro.
– Gracias. – Huan solo soltó un pequeño ladrido mientras movía la cola feliz.
Entró en la casa. No parecía haber nadie. Se preguntaba dónde estaría Námo. Tal vez en Valinor, hablando con los demás valar sobre lo que se haría con Beren y Lúthien. Se preguntaba también qué habría sido de sus dos amigos, cuando de pronto oyó la puerta abrirse.
Se volteó y vio de nuevo a su amigo Námo entrar. Su rostro iluminado parecía alegre.
– ¡Finrod estás aquí! – exclamó el vala.
– Hola Námo, gran amigo. Acabo de llegar, Huan me trajo.
– Lo se, yo lo envié por ti al ver que no regresabas. ¡No te imaginas que grandes cosas han pasado en estos días en Valinor!
– Pues no lo imagino, pero viendo tu rostro creo que son buenas noticias. ¿De qué se trata?
– Pues que hoy nuestro Padre, el Único, Eru Ilúvatar ha obrado una maravilla. Algo que ni Manwë se imaginaba ha sucedido. Cuando los ainur cantamos ante Él el tema que nos propuso y del que se creó Eä y en él Arda, sabíamos que Eru se reservaba cosas que no conocíamos, por ejemplo ustedes los hijos de Eru. ¡Pero jamás imaginamos que lo que hoy presenciamos sería posible!
– Dime ¿de qué hablas? Ahora la curiosidad me ha invadido…
– Finrod, desde hoy los hijos de Eru ya no podrán ser divididos en primeros y segundos. Hoy los primeros hijos, los eldar, se han unido a los segundos, los atani.
– ¿Quieres decir que…
– ¡Sí! Beren y Lúthien comparten desde hoy un mismo destino. Eru lo ha hecho.
– Pero… – dijo Finrod extrañado – ¿cómo es posible? ¿qué pasó?
– Lúthien cantó ante los valar y a todos nos conmovió. Desde hoy su canción será recordada en Aman para siempre, y será cantada en memoria de la más bella criatura de toda Arda y del amor que nació entre ella y un hijo de los edain. Manwë se retiró muy pensativo y fue a consultar con Eru. Luego de un tiempo que a mi se me hizo muy largo regresó…
– Hermanos valar y maiar, eldar que nos acompañan. Eru me ha hecho saber lo que debe suceder respecto a estos dos amantes de distintas razas, sin embargo provenientes del mismo Creador. ¿Llegó ya Beren?
Lúthien al oír esto saltó emocionada.
– Ya llegó gran Manwë – contestó Námo que se había dirigido a Valinor en cuanto llegó Beren en el caballo a su casa.
– Háganlo pasar entonces.
Toda la gloria y belleza de Valinor no se podrían comparar en ningún momento de su existencia con el de la reunión de los dos enamorados, bajo la luz de los valar. La belleza de Lúthien en verdad era la más grande, pues ni los valar se comparaban a ella.
Conmovidos, los valar los dejaron a solas un momento, pero había que tomar una decisión pronto. Los dos novios se abrazaron y lloraron juntos. Sabían que tal vez no volverían a verse, pero que al final se podrían reunir otra vez, había esperanzas. Así abrazados y llorando los encontraron los valar, los maiar y los eldar que los acompañaban cuando entraron otra vez al lugar de la reunión. Beren y Lúthien, tomados de la mano los encararon, dispuestos a separarse por fin.
Manwë volvió a hablar:
– La historia que ustedes dos han vivido no se compara en nada a lo que jamás pensamos o imaginamos los ainur, incluso ante el trono del Único frente al que cantamos el tema de la Creación.
Varda continuó:
– Sin embargo ahora ha llegado el final. Como ustedes bien saben, el destino de los primeros y los segundos hijos de Eru es diametralmente opuesto. Mientras los eldar envejecen junto con Arda y permanecen aquí hasta que todo termine, lo mismo que nosotros los ainur que decidimos entrar en Eä, los edain envejecen más rápido y en verdad mueren y se van de Arda para siempre, a donde sólo el Único conoce.
Manwë prosiguió:
– Es por eso, Lúthien y Beren, que ni en nosotros los valar está la capacidad de cambiar ese destino con el que sus dos razas fueron creadas. Pero Eru ha oído su historia narrada por mí, aunque seguramente Él ya la conocía. Y conmovido, en su sabiduría y amor por sus hijos me ha pedido les diga esto:
“Los destinos de mis primeros y mis segundos hijos no es el mismo y no se puede unir, a menos que yo mismo así lo hiciera. Por eso, Beren no puede dejar su destino de edain y debe dejar Arda como todos los suyos lo hacen un día. Pero a Tinuviel le doy yo la elección: podrá vivir en Aman con los suyos otra vez y en verdad olvidar ya las penas y las tristezas que la agobiaron, incluso la separación, porque de mi viene la esperanza y al final yo los reuniré otra vez. Viviría así con los valar, los maiar y los eldar, en bendición hasta el final del tiempo…”
Mientras esto decía, Lúthien lloraba quedamente, no quería eso, no sin Beren.
“…O, tiene otra opción: podrá regresar a Endor y vivir otra vez ahí como lo hizo antes, pero sin garantía de paz, felicidad, ni amor. Beren regresaría también, pero un día morirá. Si Lúthien elige este camino, ella ya no podrá ser contada entre los eldar, y su destino será el compartir el que Beren tiene: morir un día y dejar Arda para siempre. Cualquiera que sea la elección que Lúthien tome, que todos sepan que yo soy Eru, el Único, y que en mis manos están los destinos de Arda y de todos mis hijos. Como Námo y los demás valar saben bien, al final yo los reuniré a todos a mi alrededor, e incluso mis primeros hijos se volverán a unir a sus hermanos mis segundos hijos.”
Todos se quedaron callados. Veían la gran misericordia de Eru y se maravillaban de su poder. Algunos al ver las dos opciones en el fondo querían que Lúthien tomara la primera, pues de otra forma la criatura más bella de toda Arda, que jamás antes hubo y que jamás otra vez habrá, moriría y dejaría Arda para siempre.
Lúthien entonces tomó la palabra:
– Ilúvatar es sabio, y los valar se asemejan a su padre en mostrar compasión por nosotros dos al darnos esta oportunidad de elegir. Se que no todos estarán de acuerdo conmigo, mi madre entre ellos. Pero llegó un momento en mi vida en que conocí la verdadera felicidad: amar y ser amada. Siempre lo fui en casa de mi padre, pero no como en el momento del que hablo lo fui. Ese momento fue en el que conocí a la persona con quien quería compartir el resto de mi vida. Sabía de los límites, pero no quería pensar en ellos. Ahora que tengo la opción, solo puedo decir: no quiero compartir el resto de mi vida con Beren, sino el resto de la eternidad. Elijo ir con él y ser mortal.
En ese momento algunos aplaudieron, otros lloraron, muchos rieron y unos pocos hasta se abrazaron, pero todos estaban alegres de saber que eso sería posible…
Finrod se quedó boquiabierto al oír la historia que Námo le contaba. Recordó las palabras de Lúthien al terminar de contarle su historia. Ella le dijo que la muerte los había separado a Beren y a ella, y que ni su amor podría vencerla. Ahora, gracias a Ilúvatar, eso ya no era cierto, en verdad el amor venció hasta a la muerte y la separación que a los novios esperaba, un amor de la pareja, pero un amor que nació y se vio confirmado desde Eru.
Capítulo 12. Amarië
Vio el rostro de Námo: sonreía porque, de alguna forma, el también había comprendido, el también había sentido compasión. Recordó a Nienna y a Olórin, y sus palabras. De pronto recordó también lo que ella le dijo sobre Melian. – Se le romperá el corazón al saberlo – pensó. Y por último se acordó de sí mismo: hasta para él ahora la historia de Beren y Lúthien le daba un sentido nuevo a todo lo que hizo en Endor: pensar que él también había contribuido un poco en esa historia. Y ahora su esperanza cobraba dimensiones insospechadas. Volteó a ver a Námo. Él le dijo:
– ¿Recuerdas que te pedí vinieras para hablar de nuevo?
– Sí, lo recuerdo.
– Bueno, sígueme…
Y Finrod fue tras Námo, que lo llevó afuera de su casa, y caminaron hacia el oriente sin hablar por un largo tiempo. Finrod se preguntaba a dónde iría a parar todo esto. Por fin se detuvieron, ante lo que parecía una gran puerta: la puerta de las estancias de Mandos.
Námo la abrió mientras le hacía el gesto a Finrod para que se asomara. Lo que el elfo vio fue impresionante: ante el yacían todas las tierras de Aman. En ese momento Anar, el Sol, la última fruta de la planta Laurelin descansaba de su viaje en el continente, y llenaba toda esa tierra de su dorada luz, dándole a Valinor a lo lejos y a todas las tierras alrededor un aspecto que le recordaba a la gloria de antaño, cuando Laurelin brillaba dorada. En ese mismo momento, sobre Endor, la Tierra Media, Ithil, la Luna, el último retoño y hoja del árbol Telperion llenaba con su plateada luz a los bosques, las llanuras y las montañas de Beleriand, la tierra de los sindar y donde los noldor vivían ahora en el exilio, recordando la gloria de Aman cuando Telperion brillaba plateado en Aman. Y bajo su luz, en los bosques donde por primera vez se encontraron y se conocieron, caminaban de nuevo tomados de la mano, dos enamorados que habían decidido compartir juntos todo el resto de la eternidad…
Finrod observó todo a su alrededor. Podía ver los bosques de Lórien, la tierra de Irmo y Estë, donde los sueños y el consuelo de las heridas se hacían realidad. Y también las llanuras donde los caballos de Oromë solían correr. Y más allá, entre las montañas, hacia un punto que no tenía la luz de Anar, las estrellas iluminaban el puerto de Alqualondë, donde el pueblo de su madre cantaba con las voces más bellas de Aman. Pero más cerca brillaba verde Túna, la ciudad de los noldor en la llanura y los bosques de Eldamar donde vivía su padre. Su mirada recorrió las Pélori, las montañas que rodeaban todo el continente, y su mirada se posó en Taniquetil, el pico más alto de Arda, donde Manwë y Varda vivían. Y por último, bajando la mirada vio dorada y bella, a la luz de Anar, a Valinor, la ciudad de los valar en la llanura de Valmar, donde vivían Tulkas y Nessa y Yavanna y Aulë, los otros valar, en compañía del resto de los maiar, y con los vanyar, los elfos más bellos de todos, y entre ellos, vivía ahí también ella…
Finrod volvió la mirada a Námo, como preguntándole qué es lo que estaba queriendo decirle. Námo se adelantó y le dijo:
– Los valar hemos querido darte otra oportunidad.
– ¿Quieres decir que puedo salir y regresar allá? – preguntó inocentemente Finrod con un nudo en la garganta, apuntando con su mano hacia toda Aman.
– Sí – contestó Námo – puedes hacerlo, si tú quieres.
– ¿Y veré a los noldor, el pueblo de mi padre?
– Lo harás, y podrás estar con él otra vez.
– ¿Y oiré los cantos de los teleri, el pueblo de mi madre?
– Lo harás, y podrás estar con ella también.
– ¿Y podré estar con los vanyar?
– Sí… ella te espera también, siempre lo ha hecho.
– ¿En verdad? – Finrod ya no podía contener la emoción, las lágrimas, el nudo en la garganta.
– Así es, nunca perdió la esperanza de volverte a ver.
– ¡Gracias Námo!
– No, gracias a ti Finrod Felagund, es un placer tener un invitado tan sabio, noble y con quien siempre se encuentra uno a gusto platicando en mi hogar. No olvides visitarnos a mi esposa y a mí, y mi hermana no te olvida, tampoco los enanos.
– Yo no lo haré tampoco, los vendré a ver a todos.
– Ve pues, te declaro libre de las estancias de Mandos.
Una felicidad inmensa abarcó al elfo. No se dio cuenta de como ni cuando, pero cruzando la puerta de Mandos volvió a ser consciente de su cuerpo. Sentía la brisa de las llanuras, y el calor de Anar reposando en Aman. Sin poder contenerse echó a correr, y así lo hizo por un buen tiempo. En Valinor lo esperaban todos: se había hecho una fiesta en honor a Beren y Lúthien, y ahora que se habían enterado de que por fin Finrod volvía, se decidió continuar hasta que él llegara. En la ciudad se reunieron todos: los teleri, los noldor y los vanyar, junto a los maiar y los valar.
Finrod se encontró todo un alboroto en la ciudad y se alegró de ver rostros conocidos entre la gente: ahí estaban sus hermanos Angrod y Aegnor, alegres de verlo regresar. Finrod no pudo dejar de sonreír al recordar a Andreth. Ahí estaba también su tío Fingolfin y su esposa. Vio a su madre y corrió a abrazarla. Mientras lo hacía se acercó su abuelo Olwë, tan parecido físicamente a su hermano Elwë Sindicollo, pero de carácter tan distinto. Abrazó a Finrod con una sonrisa.
– Te extrañamos mucho hijo – le dijo cariñosamente a su nieto.
– Y yo a ustedes – dijo Finrod con la más grande alegría.
Y al fondo, vio ante sí al rey de todos los noldor: Finarfin, su padre que lo esperaba: corrió a abrazarlo y lloraron los dos por un buen rato. La fiesta se prolongó y comenzó el banquete, y mientras Finrod sonreía recordando tantas cosas, vio a los vanyar en su luz, junto a su rey, Inwë el rey de todos los Eldar. Y como en su sueño, pudo a alcanzar a reconocer junto a el un rostro. Una risa melodiosa salió de su boca. Finrod solo pudo alcanzar a suspirar: – Amarië… – Y ella a su vez dijo: – Finrod… – Se acercaron los elfos y se abrazaron. Por fin se habían reunido otra vez y para siempre. Comenzó a llover sobre los campos de Valinor…
FIN
‘Pero Finrod camina con Finarfin su padre bajo los árboles en Eldamar…’
De Beren y Lúthien – El Simarillion – J.R.R. Tolkien