Ya se acercaba la hora de regresar, pensaba mientras iba al encuentro de sus viejos amigos para despedirse. Hacía tiempo que había dejado atrás el puente del Brandivino y la verde pradera acabó de pronto ante un muro casi impenetrable de viejos robles y densos arbustos y zarzas de aspecto imponente, casi amenazador, que justificaba por sí solo las leyendas que se contaban sobre el Bosque Viejo. Pero no era por ahí por donde quería entrar, y continuó cabalgando hacia el oeste siguiendo los linderos del bosque. Al llegar a las primeras colinas, el bosque comenzó a volverse hacia el sur, y como el sol estaba ya desapareciendo por el horizonte, buscó un lugar resguardado donde poder pasar la noche. Tras unos pocos minutos de inspección, no pudo descubrir más que un paso estrecho. Se apeó de Sombragris, e inspeccionó la entrada. Las ramas de los árboles eran demasiado bajas como para permitir el paso cómodo de un jinete a lomos de semejante caballo. Volvió con Sombragris y, tras acariciarle, le dio una palmada en el cuello.
-Hasta pronto, amigo mío -dijo Gandalf-, corre ahora libre a ocuparte de tus asuntos, si así lo deseas, que estos lugares no son para ti. Pero no te alejes demasiado que muy pronto te volveré a necesitar. Sombragris emitió un relincho alegre y se alejó con un suave galope, como si súbitamente recordara que también tenía aún algo más que hacer. Pero no se marchó, sino que se quedó mordisqueando el ralo pasto que por allí crecía, mientras Gandalf buscaba un lugar resguardado para pasar la noche. Un gran viejo tronco hueco caído cerca de un riachuelo le sirvió de abrigo, y sus ramas, aunque húmedas por la llovizna, como leña para encender un fuego con el que calentarse. No había leña, por húmeda que estuviera, que se resistiera a Gandalf, ni enemigos de los que esconderse, así que tras una orden suya las llamas comenzaron a brotar. Cerca crecían frambuesos y zarzamoras, y mediante una invocación a Yavanna consiguió fácilmente forzarlas a dar fruto con el que prepararse una frugal cena a base de bayas, que completó con un tipo de cram y miel que guardaba en su talego, mientras Sombragris seguía buscando los brotes más tiernos por las cercanías. Los dos cenaron.
El alba les despertó con una llovizna que paró enseguida, así que muy pronto estuvieron secos y preparados para desayunar, más bayas, más cram con miel, y más brotes tiernos, y dispuestos a seguir el viaje hacia el sur, donde recordaba que el bosque raleaba algo, en busca de un paso más cómodo para los dos, aunque eso significara dar un pequeño rodeo. El paso se fue haciendo más lento a medida que avanzaban, por la dificultad del terreno, pero poco después del mediodía ya habían llegado a donde quería.
Tras hacer un alto para comer, Gandalf se internó en el Bosque Viejo, resplandeciendo con sus blancas vestiduras claramente visibles bajo su abierta capa protectora gris, confiado y tranquilo, pues en estos tiempos ya no había nadie de quien guardarse, salvo quizás de la lluvia, tan frecuente en esta época del año. El bosque era en este lugar mucho más abierto, y dejando las quebradas a la izquierda, siguieron un sendero casi invisible que continuaba cuesta abajo sin ningún desvío aparente, por lo que ni siquiera le hizo falta tener que intentar recordar el camino recorrido tiempo atrás.
El tiempo era aún algo húmedo y fresco, y algunas ramas empezaban ya a dar muestras tímidas de cambio, con verdes brotes que anunciaban el comienzo de la nueva estación. Siguió bajando, pausado, el sendero ligeramente sinuoso, disfrutando de la fresca fragancia del bosque y de los alegres primeros trinos del año. Eran muchos los cantos que se oían, como si los pájaros intentaran acelerar el ansiado comienzo de la primavera.
Un simpático petirrojo que había estado cantando una alegre melodía, diferente de la del melancólico trino de otoño, se le acercó curioso, le siguió unos pasos de rama en rama, saltó al suelo en busca de algún bichejo, y volvió a desaparecer inquieto para seguir cantando otra vez. El pajarillo le trajo a la mente la imagen de Radagast, y trató de percibir su presencia. Más adelante quizás tendría que ir en su busca, pero podía sentir que su viejo compañero también lo estaba buscando y que ya se había puesto en camino y, en todo caso, esperaba que los cantos de los pájaros le fueran llevando noticias suyas para que no se desviara del camino.
Según avanzaba el día, los árboles se iban haciendo más numerosos, hasta que, poco a poco, los claros fueron desapareciendo, pero aunque el bosque se hizo más denso y cerrado, el camino continuó siempre visible para él pues, de algún modo, las ramas más bajas se iban abriendo a medida que avanzaban, señalando siempre el sendero. Los árboles parecían moverse, casi imperceptiblemente pero siempre quedaba un camino abierto que le indicaba por dónde seguir. Podía sentir que le llevaba directamente hacia donde quería, y recordó divertido la trampa mortal que este mismo bosque les preparó a cuatro incautos hobbits cuando entraron desde Los Gamos dos años antes. Pero él no temía ya trampa alguna; los tiempos habían cambiado, los árboles estaban dejando de desconfiar lentamente y, en todo caso, él no era un indefenso hobbit y distinguía y sabía escuchar la voz del bosque, y eso era algo que los árboles reconocían, y que podía percibir con claridad.
El camino continuó bajando, y enseguida le pareció escuchar una lejana canción. Avanzó hacia la voz, y pronto pudo distinguir su vieja y conocida estrofa:
¡Hola, dol! ¡Feliz, dol! ¡Toca un don diló!
¡Toca un don! ¡Salta! ¡Bosque bom biló!
¡Tom Bom, alegre Tom, Tom Bombadillo!
¡Hola, ven alegre dol, querida derry dol!
Gandalf sonrió al oír la cancioncilla, paró el caballo y esperó hasta que vió aparecer a Tom saltando y bailando por el camino. Iba vestido como lo recordaba desde siempre, de brillantes colores y con la misma vieja e inmaculada pluma en el sombrero.
-¡Vaya, viejo amigo! –dijo alzando la mano a modo de saludo sin dejar de bailar mientras llegaba hasta Gandalf que ya estaba desmontando.
-Querido Tom –dijo Gandalf sonriente, cogiéndole por los hombros mientras Tom le palmeaba los brazos-. No has cambiado nada... ni siquiera de canción de bienvenida.
-Tú sí que has cambiado, y presumo que para bien. Y tu amigo –continuó mirando al caballo- es impresionante. Pero no podía ser menos con la sangre que corre por tus venas.
Sombragris respondió con un alegre relincho mientras Tom le rascaba la frente.
-¿Sombragris, eh? –le dijo Tom- Buen nombre. Pero vamos a mi casa; la comida nos espera. Ya hablaremos más entonces. ¡Vamos!
Y dicho esto se volvió y desapareció corriendo por donde había llegado, camino abajo, mientras reanudaba su canción “¡Hola, venid, alegre dol!”, y Gandalf volvía a montar en Sombragris.
Le siguió al trote, pero le perdió de vista y no le volvió a ver en todo el camino, aunque continuó escuchando su voz hasta llegar a la casa.
¡Hola, venid, alegre dol! ¡Vamos, amigos, corred!
¡Gandalf, Sombragris, todos, a la fiesta!
¡Que la alegría empiece! ¡Cantemos todos juntos!
Se apeó del caballo y contempló sorprendido la, en otro tiempo, acogedora casa de piedra, ahora engullida por enredaderas. Sombragris, como si fuera su hogar, se encaminó a un pequeño cobertizo adyacente a la casa con las puertas abiertas de par en par, del que llegaba un fuerte aroma a heno recién cortado y donde podía observarse, al fondo, un pesebre repleto de él. Gandalf entró por la puerta entreabierta de la casa, mientras se quitaba la capa y la dejaba colgaba en una percha junto a la puerta. Se quedó quieto un instante mirando el hogar de Tom Bombadil, viendo descuido donde en otro tiempo había habido orden. Las enredaderas entraban por las ventanas, ocupando gran parte de las paredes, y creando un ambiente salvaje, inquietante y poco acogedor.
-¡Adelante Gandalf, amigo! –dijo Tom sentado en la cabecera de una mesa–Siéntate conmigo, descansa, y cuéntame de ti.
-¿Y Baya de Oro? –preguntó Gandalf- ¿Dónde está?
-No está aquí y sí está –respondió Tom sin perder la sonrisa-. Está ya con el río y está bien. Pero pronto iré con ella, pues algunas cosas han de volver ya a ser como eran.
-Las cosas cambian en todos los lados, y también aquí, parece –reconoció Gandalf-. Me habría gustado verla, saludarla y volver a oír alegre su voz.
-Pero su voz se oye en el río con la lluvia y con el viento –explicó Tom-. Su voz se escucha desde todo el bosque y habla a todo el que la quiera oír. Tú la oyes.
-Ahora la escucho, así es –asintió Gandalf-. ¡Vaya! Todo está cambiando muy rápidamente y ya nada parece igual. Y aunque a ti poco te haya afectado aún, supongo que muy pronto lo hará.
-Las cosas siempre cambian, aunque algunos no lo perciban, y el cambio es lo natural y está en todas las cosas –continuó diciendo Tom-. Los pájaros van cambiando año tras año, los árboles son siempre diferentes y las hojas de ahora no son las que fueron; pero nada de eso importa, y yo tampoco estaré aquí por mucho tiempo; de hecho ya sólo esperaba por ti. En cierto modo volveré a unirme a Baya de Oro para siempre, y Bosque y Agua estaremos más juntos que antes. Ella estará en el Rocío, y yo en el temblor de las hojas, y volveremos a bailar juntos. Tú también te irás, pero de algún modo volverás a ser más tú que lo que ahora eres, igual que nosotros. Pero bueno, lo que tenga que venir, vendrá, y no seremos nosotros los que hayamos de cambiar eso. Y ahora, cuéntame de ti, lo del anillo y la disputa que organizasteis. Nunca entendí que todos le dieseis tanto valor a esa baratija. Pero ya no está, y eso es lo que querías, ¿no?
- ¡Claro que es lo que quería! Era un anillo de poder muy peligroso para los mortales... y aun para todos nosotros -le corrigió Gandalf mientras masticaba una fresa-, y comprendo que a ti no te importara su poder, porque los cambios no te interesan en realidad y porque, pase lo que pase, tú siempre serás tu propio dueño; pero a todos los demás les habrían afectado en verdad esos cambios. En cualquier caso es la causa por la que fui enviado, y al fin mi misión se cumplió igual que la tuya. Problema resuelto. Esta vez he venido a despedirme, y por lo que dices veo que tú también te irás... de otra manera.
-¿Marcharme? –preguntó Tom- No, nada de eso. Esto soy yo y siempre estaré aquí, con o sin brillantes colores, igual que Baya de Oro, y con ella.
- A eso me refiero, querido Tom, de otra manera.
- Bueno, dejemos esto ya, -le interrumpió Tom- y ven conmigo. Te acompañaré a tu habitación para que te puedas lavar y refrescar, y cuando acabes, podrás venir a cenar, para que recuperes tus fuerzas.
Cuando Gandalf volvió, se sentaron a la mesa, llena ya de fuentes con panales de miel, néctar, frutas y nueces de diferentes clases y colores, y jarras de agua, y continuaron hablando mientras cenaban. Galdalf le contó todo sobre la gran guerra que había tenido lugar por culpa de aquel anillo. Tom Bombadil escuchó atento todas sus palabras, mostrando real interés cuando le habló de Lórien y del Bosque de Fangorn.
- ¡Los Ents! –exclamó animado- Al viejo Barbol no lo conocí, pues nunca llegó a acercarse y marchó muy pronto a su nuevo bosque, pero sí conocí a algunos de sus hermanos. Recuerdo cuando nacieron y recorrían éste, antes de separarse los bosques cuando aún todos eran uno solo, cuando aún Baya de Oro no había salido del Río, incluso cuando yo era aún ligero como el viento. Alguno queda aún en este bosque pero, sin nada que hacer, ninguno está ya despierto realmente. Ahora casi se han convertido en viejos árboles tranquilos, o en rosales, frambuesos y zarzamoras, y ninguna canción podría ya despertarlos. Tú no estarás ya aquí, pero con el tiempo también los demás acabarán dormidos.
- Así es -asintió Gandalf-, y de hecho ya estaban durmiéndose la mayoría, y si no hubiera sido por Saruman, y esta guerra, así seguirían. Pero veo que ninguno de estos acontecimientos te han interesado demasiado, aunque me figuraba...
- Te preocupas demasiado de las cosas, y siempre quieres cambiarlas -le cortó Tom-, pero aunque creas que cambias algo, nada de lo que realmente importa podrás cambiar, hagas lo que hagas. El Destino siempre gana.
- Sabía que nada de esto te importaría -siguió comentando Gandalf-, pero quería hablar contigo de todas formas.
Así siguieron hablando, y el día fue pasando sin que se dieran cuenta hasta que un buho comenzó a ulular en un árbol cercano, recordándoles la llegada de la noche.
- Bueno, mi querido Gandalf -dijo Tom levantándose-, ahora vete a descansar, que mañana quizás te espere un largo viaje. No nos veremos ya, pues tengo cosas que hacer, pero mañana tendrás otra compañía. ¡Buenas noches! Y desapareció por el pasillo.
Esa noche Gandalf vio en sueños a Radagast durmiendo en el viejo tronco en el que había dormido él mismo la noche anterior. Al despertar supo que, aunque no fuera el mismo tronco, su viejo compañero estaba a punto de llegar.
Se levantó pronto con el canto de los pájaros, y el día amaneció soleado. Se desperezó, y comprobó que Tom ya había desaparecido, aunque la mesa volvía a estar repleta para el desayuno, así que se sentó y comió solo mientras esperaba la llegada de Radagast.
No había pasado mucho tiempo, cuando escuchó una algarabía de cantos, como si todos los pájaros de los alrededores se hubieran decidido a formar un coro, y enseguida apareció por el zaguán la figura alta de un personaje con ropajes de inconfundible color marrón, con rostro intemporal, pelo y barba entrecanos, nariz ancha y prominente, cejas pobladas sobre unos ojos profundos y bonachones, y una amplia sonrisa en la cara.
- ¡Gandalf el Blanco! –exclamó el recién llegado al pasar por el quicio, inclinándose ligeramente mientras se ponía una mano en el pecho, y mantenía su amplia y franca sonrisa- ¡Y qué bien te sienta, por cierto!
-¡Radagast, al fin, viejo amigo! –exclamó Gandalf levantándose y acercándose a recibirle con un fuerte abrazo- cuántas cosas han pasado desde la última vez que nos vimos. Algunas malas, pero no todas. Es más, al final, la mayoría muy buenas.
- Casi todo lo sé ya, al menos tal y como me lo contó Gwaihir, y lo que él se quedó sin saber, me lo contaron las voces del bosque. Supe también del desgraciado final de Saruman, después de tanto tiempo... y de tu nuevo color, y aunque al principio me sorprendió, en realidad no demasiado porque tendrías que haber sido tú desde un principio. Quizás las cosas habrían ido mejor para todos. Quizás yo habría podido estar más atento al final, pero los acontecimientos me pillaron por sorpresa una y otra vez, y ya era tarde para cuando pude hacer algo.
Se sentaron a comentar lo ocurrido durante esos largos meses, y sus idas y venidas, sabiendo que Tom Bombadil no aparecería de nuevo, y el tiempo les fue pasando sin darse cuenta. Hablaron también de la traición de Saruman, el peor de los golpes que creyeron recibir.
- Cumplí mi misión al servicio de Saruman en un principio -explicó Radagast-, aunque siempre me incomodó su carácter y me molestaba continuamente con su desprecio por mis amigos. Yo soy yo, el “amigo de las aves”, y eso nadie lo puede cambiar. Yo soy hijo de Yavanna, y hermano de los Olvar y de los Kelvar además de vuestro, y mi naturaleza es estar con ellos, no en balde me eligieron como soy. Creo que Saruman realmente nunca me quiso con él, y por eso consiguió que me sintiera incómodo con él. De hecho dejé de acercarme por Isengard en cuanto Gwaihir me contó lo de tu cautiverio, pero como era tan estricto sólo creí que te castigó por desobedecerle. Y luego, por la forma que empezó a preparar la guerra. Demasiadas máquinas, demasiada destrucción y demasiada soberbia. Pero nunca habría imaginado que Saruman pudiera acabar del lado de Sauron.
-Si lo piensas mejor, realmente nunca estuvo del lado de Sauron, más bien del suyo propio–explicó Gandalf-. Siempre albergó secretas esperanzas de hacerse con el Anillo y de llegar a ser él mismo el nuevo Señor Oscuro, o más bien el Señor Multicolor. Pero a mí me sorprendió su caída tanto como a ti. De haber sospechado algo, habría tenido más precaución con él; es más, ni siquiera me habría acercado a Isengard cuando me hizo llamar.
- Y fui yo quien te hizo caer en la trampa... – se lamentó Radagast.
- No te inquietes más por ello. Saruman tenía una Voz poderosa de la que era difícil escapar si uno estaba desprevenido. Pero no quiero hablar de eso. No sólo te he llamado para despedirme, pues hay algo muy importante que te he de comunicar -continuó Gandalf tomando las manos de Radagast entre las suyas-. En breve volveré por fin a Valinor a descansar, como ya sabrás, pero aún hay algo importante por hacer, algo para hacer cuando yo no esté aquí, pero esta vez no se hará con cada uno por su lado. Esta vez tendrá que estar la familia junta, porque necesitarás reunirte con Alatar y con Pallando.
- ¿Y qué sabes tú de nuestros hermanos del Este? –preguntó Radagast- ¿No habrán caído también? Yo nada alcanzo a intuir. De Pallando no lo espero. Conocía demasiado bien los problemas del alma, y el dolor y la muerte como para traicionar a los hijos de Eru. No, creo que él no. Pero Alatar siempre fue altivo y poderoso, y casi igualaba a Saruman en soberbia... Bien pudo haber caído como él.
- Puedes estar tranquilo -dijo Gandalf sonriendo-. Saruman viajó mucho al Este al principio, y fue quien más contacto tuvo con ellos, al menos con Alatar. Al final, de Pallando no supo más, pues se volvió un viajero inquieto e incansable y no volvieron a coincidir, pero todo esto ya lo sabes, y aunque no hay duda de que no llegaran a cumplir su misión por completo, te aseguro que no cayeron como cayó Saruman. No sé si lo intentó, pero aunque hubiera intentado seducirle, quizás habría sido precisamente la soberbia de Alatar la que haría que Saruman nunca pudiera contar con él, y por otro lado, Sauron nunca llegó a tener la ocasión de tentarles. Alatar es altivo y orgulloso, sí, pero es recto, leal y honesto, y tengo la esperanza de que el tiempo y los acontecimientos le hayan llegado a enseñar algo. Creo que te escuchará, y por supuesto también Pallando.
- Así será cuando tú lo dices- asintió Radagast-, y además espero que se sientan tan avergonzados como yo, porque al final tampoco fueron de gran ayuda. Claro que ¿quién, sino tú, el enviado de Manwë, iba a ser quien cumpliera fielmente con la misión que nos encomendaron?
-Aunque fuera incompleta -respondió Gandalf-, sospecho que algo hicieron en el Este cuando Sauron no pudo conseguir más que un puñado de hombres de aquellas tierras, y que sin su pequeña ayuda todo podría haber acabado de una manera muy distinta. Y tu misma ayuda fue inapreciable, pues sin las águilas o sin los mensajes de tus bestias, el final también podría haber sido muy diferente... podría no, seguro que lo habría sido. Hasta la conducta de Saruman pudo ser de algún modo necesaria sin que ni siquiera él mismo se diera cuenta de ello.
- Es sorprendente lo que dices, pero como siempre tienes razón –asintió Radagast-. Todos fuimos elegidos para cumplir un papel, y aunque sólo tú lo cumplieras de principio a fin, es realmente sorprendente que aunque el destino nos hizo cambiar nuestros planes, al final, de un modo u otro, todos servimos para el fin para el que fuimos enviados. Me reconforta haber sido útil, a pesar de saber que en cierto modo fracasé. Y te tengo que comentar algo. Ahora que vuelves a casa, y que con la marcha de los Grandes Elfos empieza el tiempo de los Hombres, desaparecerá la magia de la Tierra Media, y yo deberé cumplir una misión que me ha sido revelada: encender y mantener la llama de la ilusión y la magia en los Hombres. Los hombres nunca me han sido gratos; son duros y egoístas, pero los niños, sí. Tienen una inocencia que me es más afín; con ellos siempre me he llevado bien, y a ellos dedicaré mi misión, aunque aún no sé bien cómo; sólo sé que la magia es cómplice de la noche, y que en la noche encontraré la ayuda que necesite.
- Lo sabrás en su momento, no te apresures. Siempre podrás contar con los Elfos que queden, que muchos quedarán, e incluso quizás te sean concedidos poderes muy superiores a los que ahora tienes para poder cumplir esta misión, si eso fuera necesario –le aseguró Gandalf-. Has llegado a conquistar los bosques y el corazón de sus criaturas, pero esto que te has impuesto te llevará a conquistar el corazón de los Hombres de tal forma que te auguro que llegarás a ser verdadero Vencedor de los Pueblos de los Hombres, y así te conocerán (*). Pero a mí me ha sido desvelada una misión primordial que habrás de cumplir sobre todas las cosas. Tendrás que escudriñar el cielo en busca de señales que te avisarán de algo que ha de suceder, de alguien que tendrá que llegar, aunque me temo que quizás no sea ni siquiera en esta Edad, y para ello necesitarás de la colaboración de Alatar y de Pallando.
- ¿De Alatar y de Pallando? –preguntó Radagast sorprendido- ¡Y además dos misiones! ¿Vendrán ellos, o tendré que ir yo al Este y dejar mis viajes por los bosques de la Tierra Media? No alcanzo a imaginar por qué no se me ha revelado esta misión en vez de la otra.
- Se te habría revelado igual que a mí, pero desde que empezaste a viajar solo -explicó Gandalf-, y te olvidaste de escuchar a Hombres y a Elfos, también dejaste de atender a tus propios sueños.
- Sí atiendo a mis sueños -replicó Radagast-, pero quizás no me revelan lo mismo que a ti. Pero sobre esa misión, ¿cómo sabremos qué hacer o dónde o cuándo ir?
- Tienes sueños, pero quizás no los atiendes como sabías hacerlo –continuó Gandalf-. En cualquier caso esta misión es demasiado importante, y exigía completa atención, así que a mí me ha sido encomendado anunciártela, y esta vez no podrás fracasar de ningún modo. Así que tendrás dos misiones, supongo que las dos para la noche, pero la que tú soñaste tendrá que esperar hasta que concluya la primera. Habréis de estar vigilantes día tras día hasta que llegue el momento. Y recuerda bien estas palabras, guárdalas y trasmítelas a tus hermanos:
El cielo os anunciará
cuando alguien vaya a venir.
Varias veces bailarán
Lumbar, Silindo o Carnil,
que luego se esconderá
detrás del brillo de Isil.
Dónde bailen os dirá
el lugar al que acudir.
Tras esto habréis de esperar
el momento de partir,
y al final se encenderá
la luz que habréis de seguir. (**)
-Insólitas señales serán, desde luego –dijo Radagast-. Grandes y sorprendentes. ¿Y quién ha de venir, que se anuncia de esa manera? Alguien muy grande, sin duda.
Gandalf arqueó boca y cejas, indicando su completo desconocimiento
-Sin duda –le respondió-, pero eso no se me ha sido desvelado. Y lo mismo que pasó con la llegada de los Hijos de Eru, sospecho que ni el mismísimo Manwë lo sabe; pero si tuvierais que saberlo vosotros, de algún modo lo sabréis, y si no, lo descubriréis en su momento. Esto es lo que se me ha revelado, y sólo esto sé.
- Haré todo cuanto pueda -respondió Radagast con preocupación-, pero me inquieta no saber si podré encontrarles.
- No encontrarás aún ayuda en los Hombres, pero siempre podrás contar con la de tus pájaros a lo largo del viaje -le tranquilizó Gandalf-, así que organiza tus cosas y parte en cuanto puedas en su busca, aunque el tiempo no apremie sino para mí, y aún me quedan muchas cosas por hacer antes de partir. Pero recuerda bien estas palabras, y transmíteselas a nuestros hermanos, porque cuando llegue el momento tendréis que estar unidos, porque los tres Istari que quedáis habréis de rendir honores al que ha de llegar como señal de reconocimiento, para que se sepa por siempre que los Tres Magos se inclinaron ante él. Hasta entonces tendréis que preparar en secreto su llegada sin ninguna otra misión que pueda interferir, vigilando las señales del cielo. Solo después podrás dedicarte a la tuya y ellos a las suyas, o desaparecer. Y ahora que lo sabes todo, ya me puedo ir tranquilo, porque confío en ti y sé que lo conseguirás. Bueno, ponte ya en camino, haz lo que te quede por hacer en la Tierra Media y empieza cuanto antes.
- ¿Cuánto antes? ¡Jo, Jo, Jo! – rió Radagast-, o no te conozco, o sospecho que voy a tener muucho tiempo y suficiente tranquilidad, aunque cuanto antes empiece antes les encontraré, y con la ayuda de mis amigos pájaros no puede ser muy difícil. Iré ya hacia el Oriente en su busca para darles tus noticias.. Yo solo no creo que pudiera descubrir las señales del cielo. Cuantos más ojos, mejor ¿no? ¡Jo,jo,jo!
- Mejor empieza ya –le apremió Gandalf-. Puede faltar aún mucho para que llegue quien tenga que llegar, sí, pero no lo sabemos. Y se acercan cambios de los que nada sabemos -ya los hay- y aunque Alatar y Pallando hayan superado también esta Edad, nada podemos adelantar de lo que pasará en el futuro. Quizás los Valar lo sepan o quizás no, pero nada han dicho. Tú solo encuéntralos cuanto antes, que el ocioso lleva al enemigo dentro.
- Tus intuiciones nunca fallan –contestó Radagast serio- y siempre me he preguntado si son en verdad intuiciones. o sabes más de lo que admites.
Pero nada admitió Gandalf, si es que había algo que admitir. Acabaron de hablar, y salieron juntos de la casa, despidiéndose con los ojos húmedos sabiendo que quizás no volverían a verse en muchas Edades. Al fin, montaron en sus caballos, y tomaron caminos diferentes al marchar.
Y mientras Gandalf atravesaba el bosque, pudo oír claramente el sonido del viento entre las ramas de los árboles silbando un alegre derry dol.
(*) Nicolás: del griego: "vencedor del pueblo".
Dice la tradición que cuando estuvo en Mira tuvo una gran predilección por los niños pobres; de allí que sea el protector de los niños y que las costumbres populares lo hayan rebautizado como el Papa Noel o Santa Claus. La leyenda dice que actualmente vive en el Norte, y que hace juguetes para los niños con ayuda de Elfos, repartiéndolos todos los años.
(**) Para los creyentes, recuerdo que la Iglesia admite como probable que el nacimiento de Jesús no solo no fue el mes que se celebra, sino ni siquiera en el año que se había creído, sino unos años antes.
Sobre esta base, anotar que -son palabras de un astrofísico- Kepler constató la aparición de una estrella entre Júpiter y Saturno durante una de las tres conjunciones entre ellos registradas en 1604. Luego calculó otro triple acercamiento en Piscis de los dos planetas que sucedió durante los años 7-6 a.C. y dedujo que se habría producido una nova: la estrella de Belén. Y aunque esta nova nunca pasó de ser una suposición, las conjunciones planetarias sí sucedieron.
A esta conjunción de Júpiter y Saturno, se sumó Marte un año después, y astrónomos chinos constataron en 5 a.C. el paso de dos cometas y la explosión de una supernova, que se traduce en una fuente temporal de luz extremadamente brillante. "Si hubo algo real tras la estrella de Belén, pudo ser cualquiera de esos fenómenos", dice el astrofísico.