La Sombra cae sobre Gondor

Relato ganador del segundo premio del Concurso de Relato Corto de Elfenomeno.com 2005 "La Tierra Media"

La noche transcurría placentera. Las brillantes estrellas y la hermosa y plateada luz de Isil iluminaban el joven reino de Gondor. El viento soplaba gentilmente desde el Oeste como una delicada caricia sobre la piel desnuda, y a todos los que podían en aquel momento sentirla les parecía que una presencia cálida reconfortaba sus espíritus. En verdad era como si Varda y Manwë estuviesen consagrando en persona la reciente construcción de Minas Anor, al sur de la Tierra Media.

No hacía demasiado tiempo que Anárion había terminado los arduos trabajos de construcción de la ciudadela, y ahora contemplaba desde el séptimo círculo el imponente Pelennor y la hermosa Osgiliath ubicada entre los dos extremos del Río Grande, el Anduin. Más allá aún podía observar las montañas que ocultaban Mordor, antiguo refugio de aquel que trajo la ruina al pueblo de los hijos de los Atani tan solo unos años atrás. Como los hombres de Númenor tenían una vista penetrante, particularmente los descendiente del Bendito, Anárion podía observar el brillante fulgor del hogar de su hermano Isildur, la bella Minas Ithil.

De repente, una extraña inquietud invadió a Anárion. Escrutó más allá de lo visible y alcanzó a posar su mirada sobre las oscuras montañas que ocultaban la Tierra de la sombra. Y allí estaba: una oscuridad densa, un ente con sustancia, un terror disfrazado. Esa misma presencia le había perturbado muchos años atrás en su tierra natal, cuando aún existía. Él había vuelto. La sensación que le invadió fue como la de Manwë al penetrar en el oscurecimiento de Valinor en aquellos momentos en que el destino Laurelin y Telperion estaba consumado.

Se dio la vuelta y corrió hacia sus estancias invadido por un sentimiento mezcla de temor, odio, congoja e ira. En un solo instante pasaron miles de imágenes por su mente: navíos ardiendo, la tierra quebrándose a sus pies, dolor, sufrimiento, maldad... finalmente llegó al altar donde estaba depositado el Palantiri, una de las siete piedras videntes que se había traído desde la tierra sagrada de los Atani. Esta piedra era uno de los símbolos de Gondor, junto al vástago de Nimloth, y les había sido entregada por los Eldar muchos años atrás en Andúnië. Se decía que estas piedras fueron obra del mismísimo Fëanor, creadas incluso antes de los legendarios Silmarils en la ciudad de Tirion. Ahora, Anárion se encontraba frente a uno de estos prodigios, dispuesto a encontrar en ella a su padre, movido por la necesidad en su corazón. En verdad estas piedras podían hablar entre sí, y aunque Elendil se encontraba a una descomunal distancia, nada se resistía a su poder, que permitirían que padre e hijo comunicaran sus mentes desde Annuminas, en el reino de Arnor, a Minas Anor, en Gondor.

- Padre – Imploró Anárion.

Estoy aquí, hijo –Replicó Elendil. Estoy sorprendido en verdad, pero no por tu llamada, sino porque adivino el motivo de la misma, si aún conservo los dones con los que he sido bendecido.

Así es, Padre. –Dijo Anárion. Apenas puedo creerlo, pero ha regresado una vez más. - Su presencia sigue siendo tan aterradora y maléfica como antaño, y aún me siento perturbado en verdad, nunca pensé en volver a revivir esta pesadilla. Pero también estoy confuso y no sé en verdad qué pensar; Él debe saber que tenemos la capacidad de sentir su terrible hálito de maldad. Y Gondor ha sido edificado y es poderoso, aunque no pueda compararse con la gloria y esplendor de Númenor. ¿Qué significa todo esto?.

Hijo mío – apuntó Elendil-, no estás siendo del todo sincero contigo mismo. Sabes perfectamente lo que significa. Sauron no es de carne mortal, sino un poderoso Maia más antiguo que tú, que yo, e incluso que el más antiguo de los Eldar. Nunca cesará en su objetivo, que es dominar por la fuerza a toda forma de vida. Es la razón de su existencia, así como la nuestra es oponernos a él.

Pero no lo comprendo –dijo Anárion. - Él cayó en el abismo. Si bien él es más que inmortal, ¿no debería su espíritu haber alcanzado las estancias de Mandos?.

- No, hijo. ¿Olvidas el Anillo de poder?. Depositó en ese objeto una gran parte de la fuerza innata de su Fëa, y ese anillo no ha sido encontrado. Seguramente lo haya mantenido oculto en las vastas estancias de Barad-Dûr, y ya han pasado bastantes años desde la caída del reino de los grandes hombres como para que la sombra dispersa en
que se convirtió entonces, haya recuperado buena parte de su poder. Es más, si ahora somos capaces de volver a sentir en nuestros corazones su terrible presencia, es porque él así ha juzgado que debe ser. Es astuto y sabio a la par que malvado. Esto significa que la lucha no ha terminado aún. Es posible que este sea un nuevo comienzo de guerra y sufrimiento.

Visiblemente afectado, como si hubieran descendido sobre él largos años de pesar y dolor, Anárion continuó: -Estoy cansado, Padre. Y afligido. ¿Por qué debemos luchar nosotros, pobres hombres mortales, contra un espíritu tan poderoso en una guerra tan larga y dolorosa?. Los Valar nunca nos ayudarán, ni tampoco los Eldar del Reino Bendecido. No puedo comprenderlo. ¿Tan mal hemos obrado?.

- ¡Pobres hombres mortales!. – Exclamó Elendil. - Somos hijos de Ilúvatar al igual que los elfos, Maese Anárion. Disponemos de dones que los Primeros Nacidos jamás disfrutarán, y al mismo tiempo nuestro cometido en el reino de Arda es distinto al de aquellos que nunca mueren. Te recuerdo, no obstante, que nuestro linaje comparte en cierta parte los dones de ambos pueblos. ¿No pertenecemos acaso a la casa de Elros Tar- Minyatur, hijo de de Eärendil y Elwing?. En él confluyen todas las líneas de las más grandes casas de los Eldar y los Atani. No te lamentes más pensando en lo desdichado de tu existencia. Ese es el camino oscuro que llevó a nuestro pueblo a la ruina y el que nos ha hecho llegar a este amargo exilio, un exilio que debemos convertir en nuestro nuevo hogar. La razón principal por la cual los Valar no van a ayudarnos en nuestra empresa es algo que nos hemos ganado a pulso con el paso del tiempo en esta segunda edad del sol y la luna.

- ¿Por qué me siento tan impotente entonces, padre?. Es como si fuera la pieza más pequeña de un juego en el que no he pedido participar. Aquí me encuentro, en medio de algo que se alarga demasiados años en el tiempo según he escuchado. Pareciera que todo esto comenzase innumerables edades atrás, antes de que incluso los Dos Árboles florecieran en Aman. Nuestra parte no es más que un breve suspiro en el tiempo de lo que ha de venir. ¿No es esta razón suficiente para sentirse desesperanzado?

- La esperanza es el arma más poderosa que tenemos los hombres, hijo mío – Respondió Elendil. - Ese es uno de los dones que los elfos no disfrutan y nosotros sí. Para ellos la vida es una atadura, mientras que nosotros sentimos pasión por ella y la prodigamos. Además, aunque sin duda esto no es más que una pequeña parte en la historia de Arda, nuestra parte jamás podrá considerarse estéril. Tenemos ciertas ventajas que no se podrán encontrar en edades venideras. Intenta por un momento, Anárion, posar tu mirada en un futuro lejano, muy lejano, de varios miles de años en adelante. Los hombres morimos, dices, y eso unido a nuestra innata debilidad de mente y cuerpo es razón más que suficiente para no dar cabida a la esperanza. Pero nosotros sabemos claramente cuales son los orígenes del mundo, y tenemos el regocijo de la presencia de aquellos que han visto el mundo hace tanto tiempo que no podemos ni imaginarlo con un mínimo de claridad. Para nosotros, lo que ocurrió en el mundo en edades pasadas, no son más que leyendas que alimentan nuestro Fëa y nos dan una meta que alcanzar. Pero no las conocemos de primera mano. De no ser por los Primeros Nacidos que aún permanecen en el mundo visible lejos de Eldamar, ¿no habríamos perdido ya hace tiempo la certeza de lo que es verdadero o no, o de lo que ocurrió en verdad?. Cuando pase el tiempo y los Eldar ya no sean más que un recuerdo, Arda será un mundo en el que nada permanezca inalterable. Los hombres morirán y dejarán hijos que a su vez también morirán. Nunca habrá nadie, en poco tiempo, que pueda contar las cosas que ocurrieron tiempo atrás. La memoria histórica se perderá, o lo que es peor, se tergiversará. Es entonces, y no ahora, cuando el hombre se verá enfrentado a su mayor reto: tener fe absoluta en lo invisible.

Nunca me había parado a pensarlo así – dijo Anárion. Es una idea aterradora. Me recuerda a aquella vez que escuché la historia de Finrod y Bëor, cuando el segundo le reveló al primero su total desconocimiento de los orígenes de su pueblo, y solamente recordaba la gran oscuridad que les invadió desde el principio de su existencia. Pero esto no hace sino alimentar mi temor: ¿Hay esperanza para los hombres?

Según el saber de los Eldar, incluso el más insignificante de los hombres sabrá llegado el momento acerca de las intenciones del Único –Respondió Elendil. Los hombres son por naturaleza el peor enemigo de ellos mismos, algo que se ha demostrado en incontables ocasiones. El declive de Númenor es la mejor prueba de ello. Allí llegamos a disfrutar de la mayor de las beatitudes en todos los sentidos, y por culpa de nuestra codicia y deseo de más de lo que podíamos aspirar, caímos a lo más profundo. Así parece ser nuestro destino: levantarnos y llegar a lo más alto para luego caer sin remedio al abismo. Pero creo que es sólo en apariencia.

¿A qué te refieres? – Inquirió Anárion.

Creo que nosotros, los hombres, dentro de nuestras grandes limitaciones, gozamos de infinitas posibilidades para moldear nuestra existencia, aunque eso signifique el tener que pasar por algunos sacrificios. Es innegable que somos débiles, que tendemos a estar enfermos, que nuestra vida es corta, y nuestra inclinación hacia el mal es un hecho evidente. Pero también eso nos da la libertad de la elección. Podemos escoger la nobleza, la libertad, el honor si así lo deseamos en nuestro interior, así como todo lo contrario. No tenemos límites, y eso nos convierte en los espíritus más ricos y grandes que existen. Más aún que los propios Valar.

Cuesta creer esas palabras, padre. – Dijo Anárion. - No puedo pensar en siquiera acercarme a la grandeza de Manwë, Ulmo o Aulë. Y aún así, pese a que reverencio enormemente sus nombres, es duro para mi pensar que nos tienen abandonados. Siempre han sido tutores y mentores de los elfos, protegiéndoles desde el principio de los tiempos. Ellos viven lejos, en una tierra bendita donde nada malo ocurre ni nada se marchita o muere. Y nosotros vivimos aquí, sometidos a una guerra que nunca acaba, sin tutela o socorro alguno. Y además envejecemos rápidamente, aún siendo de la noble raza de Númenor, desapareciendo para nunca regresar.

- ¿Tutela o protección, dices?. Nosotros no la necesitamos, y aún así hemos recibido mucho más de los Valar de lo que piensas. Al igual que los Valar enseñaron todo lo que saben a los elfos, ellos nos han enseñado buena parte de las artes y destrezas que ellos a su vez aprendieron de los más grandes. Esta ciudadela, en la que ahora resides, no sería nada sin las enseñanzas que antaño los Númenoreanos recibieron de los Eldar y de Eönwë, que a su vez aprendieron de Aulë, y que a su vez provienen del mismísimo Ilúvatar. Los hombres nacieron en el mundo con un propósito distinto al de los Primeros Nacidos, hijo mío. Nosotros somos los seguidores, los que debemos dar forma final a la obra del único. Ni los Valar ni los Maiar ni los Eldar. Nosotros, con nuestra libertad absoluta, debemos hacer de Arda un lugar inmaculado o llevarlo hacia su ruina. Y aún así el final llegará. En un tiempo inconcebible para nosotros. Se librará una última batalla entre los Eldar y Morgoth donde no estaremos presentes. Los Valar no pueden tener dominio sobre nosotros, y lo saben. Es por eso que nunca han revelado su presencia a los hombres, con la única excepción de Tuor hijo de Huor, quien como sabrás por la historia de nuestro pueblo, es el único de los Atani que llegó a ser parte del linaje de los Noldor, del mismo modo que Lúthien la bella se hizo mortal por amor a Beren. Y aún así en Númenor gozamos de una beatitud similar, o igual, a la de los Primeros Nacidos en Aman. Pero hijo, vuelvo a recalcar que nuestra fe decayó y nos convirtió en lo que hoy somos, Perdimos todo lo que por derecho nuestros antepasados ganaron en los Días Antiguos.

Esta conversación se me antoja vacía, padre – Sentenció Anárion. - No me reconforta el corazón ni el alma. Por mucha historia llena de nobleza y tristeza, sin importar su belleza, que haya acontecido en la Tierra Media o Valinor hasta el día de hoy, la realidad es que presiento que va a comenzar una terrible guerra en la que no sobreviviré. Me lo dicta el corazón; y la rabia y la impotencia y el miedo son lo único que acude a mi mente. Me nubla la razón, y apenas puedo pensar con buen tino. ¿De qué sirve luchar?, ¿Qué hemos hecho hasta ahora?. Todo parece estéril, inútil.

¿Tu vida te parece estéril?. – Replicó Elendil. - Señor Anárion, temo que esos sentimientos te nublan el juicio más allá de todo lo que puedas imaginar. Eres y has sido parte de la historia de Arda en sus momentos más cruciales. Has nacido en Númenor, reino de los altos hombres, y eres parte de un linaje único e irrepetible, en el que confluyen todas las lineas de los Atani, los Eldar e incluso los Ainur. ¿No llevas por ventura la sangre de Lúthien hija de Melian?. Has sido testigo directo de la caída de Númenor y has sentido el cambio del mundo de mano del propio Ilúvatar, producido no hace demasiados años. Y ahora eres Rey junto con tu hermano de lo que debe convertirse, por fuerza, en la esperanza de los Hombres de la Tierra Media. Ahora no es momento de lamentarse por lo perdido o por lo que habrá de acontecer: regocíjate por lo que eres y por lo que has conseguido. Gondor plantará guerra a Sauron y lo derrotará. Quizá esta guerra que ha de comenzar durará innumerables años y no viviremos para ver su desenlace, pero Sauron perecerá. Efectivamente, yo también presiento que no sobreviviré, pero eso no hará que mi resolución cambie en absoluto. ¿Se rindió mi padre cuando resolvió viajar a pedir el perdón de Manwë?

No veo cómo podría ocurrir que Sauron fuera derrotado, padre. – Respondió Anárion. - Pero también alcanzo a ver todo lo que presientes, por insensato que pudiera parecer. Indudablemente debo dejar todos mis temores a un lado por mucho que me cueste; tengo un gran ejemplo en mi hermano. Si no fuera por él, la estirpe del árbol sagrado se hubiera perdido hace tiempo. Si él fue capaz de arriesgar su vida por mantener vivo un símbolo de esperanza como es Nimloth, ¿qué no podría hacer yo por mi pueblo en una guerra contra la oscuridad?

Bien dicho. – Dijo Elendil. - En verdad me siento orgulloso de ambos por igual, porque habéis demostrado con creces ser dignos descendientes de Elros. Y como tenemos ese privilegio, pediré ayuda a nuestro pariente, el Señor Elrond, y al Rey Gil-Galad. Nuestro parentesco con los Noldor será en verdad nuestra mayor esperanza en esta contienda.

Pero padre... ¿crees que accederán?. – Preguntó Anárion. En verdad los elfos son los únicos que pueden ahora escapar de esta maldición. Sauron jamás tendría valor de atacar el Reino Bendecido aún cuando él fuera capaz de encontrar el camino recto que lleva a él, y menos aún desde lo acontecido en el ataque de Ar-Phârazon a Eldamar. No debemos olvidar que los elfos que ahora residen en Lindon han sufrido enormemente en su historia más reciente; han sufrido enormes pérdidas, entre ellas la del último descendiente de Fëanor, Celebrimbor, y es en verdad que por causa del anillo de poder que ellos ayudaron a crear que Sauron aún sigue vivo, motivo de vergüenza para los supervivientes de Eregion.

Haces mal en hablar así de los elfos – Apuntó Elendil. - Ellos son los primeros que fueron engañados por Sauron cuando este solamente mostraba su forma y actos hermosos con total vileza, investido como un Señor de dones llamado a sí mismo Annatar. En ese sentido no se diferencia del propio Morgoth cuando sembró el mal entre la casa de Finwë en Valinor, y es una clara señal de que Sauron pretende imitar en todo a su antiguo amo. ¿No recuerdas los sacrificios al Señor Oscuro en Armenelos y la quema de Nimloth?. Pero en algo te equivocas: los elfos, por esta razón de vergüenza a la que aludes, serán los primeros en prestarse a luchar a nuestro lado. Es cierto que elfos y hombres se han visto muy distanciados desde los Días Antiguos y más aún desde la traición de Númenor a los Valar, pero esta es la ocasión propicia para que ambos linajes vuelvan a luchar juntos. Ni Elrond, hijo de Eärendil, ni Gil-Galad, hijo de Fingon, son necios, y conocen perfectamente la buena fe de nuestro pueblo. El primero sabe mejor que nadie ver en las almas de aquellos que son sus parientes, y el segundo ha demostrado ser un gran amigo en los momentos de necesidad. No nos defraudarán. Darán su inmortal vida por esta causa, y nuestra marcha será tan gloriosa como la de los efectivos de Gondolin en la batalla de las lágrimas innumerables.

Presupongo entonces que debo empezar a preparar a nuestro ejército para que haga un estrecho sitio a Mordor, ¿no es así?. – Afirmó Anárion. - Debo hablar con mi hermano en primera instancia.

Así es, – Respondió Elendil - pero has de saber que tu hermano ya está prevenido. Le he ordenado que abandone Minas Ithil inmediatamente, pues preveo que será el sitio más vulnerable y donde atacarán los Ulairi en primer lugar. Debeis impedir que, en caso de que Sauron ataque pronto con sus orcos o sureños, lleguen a Osgiliath por difícil que pueda resultar esta tarea. En verdad el Anduin será nuestra mayor línea de defensa si no conseguimos retenerlos, y temo que nuestra amada y hermosa capital acabe convirtiéndose en un ruinoso campo de batalla. No tenemos otra opción. Yo hablaré con  el pueblo de Lindon, pero es posible que hasta que podáis contar con apoyo pase bastante tiempo, incluso varios años, si debemos organizar un ataque masivo.

Sauron tampoco está preparado aún – Afirmó Anárion - aunque es evidente que al revelar su presencia en la sombra ya ha movido la primera pieza del juego, lo cual denota una absoluta seguridad por su parte. Debemos apresurarnos todo lo que podamos. Cumpliré con mi labor. No te defraudaré, padre mío. Si es necesario daría mi vida por mi pueblo, tal y como hizo tu padre Amandil, por el cual sin duda recibimos el beneplácito de Ulmo, Ossë y Unien para llegar salvos a estas tierras.
Sé que no lo harás, hijo mío – Finalizó Elendil. - Volveremos a hablar en cuanto sea posible. Os envío mis bendiciones a ti y a Isildur. ¡Que los Valar os protejan!.

Súbitamente, la imagen de Elendil desapareció para Anárion, y lo mismo a la inversa. El hijo de Elendil permaneció unos instantes en silencio y meditó todo lo que acababa de hablar con su padre. Pensó en su hijo Meneldil y en todo lo que desde ese momento en adelante iba a acontecer. Salió al exterior de las estancias del séptimo círculo y caminó hasta el extremo saliente del Mindolluin, en que Minas Anor había sido construída, y contempló todo lo que le rodeaba nuevamente: la oscuridad de Mordor, la bella Osgiliath, los parajes de Ithilien... y entonces, al mirar al cielo, observó las brillantes estrellas. De repente, dos estrellas surcaron el firmamento. Dos enormes y brillantes estrellas fugaces que pasaron delante de la mirada de Anárion. Entonces lo supo: Varda estaba allí, con él, orgullosa del pueblo de Gondor.

Los hombres no estaban solos.