Allá voy en mi última cabalgada. Hoy acabarán los días de Éowyn hija de Éomund, y nadie sabrá que hoy morirá la sobrina del rey hasta que me echen en falta o reconozcan mis cabellos, pero eso no debe preocuparme.
Atrás quedan los días de tristeza. Todo por lo que lloré nunca más rondará mi mente, porque mi mente morirá hoy. Ya no me perseguirán la pena y la rabia, ya no me lamentaré por mi corazón traicionado ni por quienes han perecido sin que yo pudiera evitarlo. La hora de morir está cercana y seré libre por siempre.
Llegar hasta aquí ha sido duro, vine temiendo que alguien se diese cuenta de que había una mujer entre los guerreros de Rohan. Por si eso fuera poco, se unió a mí el valiente Meriadoc. Pude negarle venir, pues ningún jinete iba a traerle, pero no se le debe negar a nadie el derecho a luchar, sean cuales sean sus motivos. Todos tenemos un lugar en la guerra.
El rey se sitúa frente a todos nosotros; el sol brilla en su armadura. El sol no está ya en el cielo, está ahí frente a nosotros. Nos invita a luchar hasta nuestro último aliento. Así lo haré, mi señor y padre.
Siento miedo pero sigo firme. La espada del rey ha tocado mi lanza, su mirada se ha clavado en mis ojos y sin una palabra él me ha dado su bendición. No quiero bendiciones ni quiero compasión. Quiero morir, sea recordada o no.
Estos son mis últimos pensamientos. Te amo, rey Théoden, más padre que tío para mí. Que la gloria sea siempre tuya y reines por muchos años. Te amo, Éomer, hermano mío; que tu estrella no se apague jamás. Cuando llegue tu turno, serás un gran señor. Te amo, Rohan, en tus tierras he vivido y allí quedan mis recuerdos, y para quienes vivan cuando yo muera, allí quedarán para siempre y los atesorarán si me aman. Te amo, señor Aragorn, sangre de reyes corre por tus venas y te espera un futuro lleno de venturas. Tú ya has alcanzado la gloria y nuevamente será tuya, y también tienes el amor de alguien que nunca te abandonará. Comprendo que rechazases el mío teniendo el de una señora hermosa y noble como yo jamás seré. Padre y madre, que en otra vida me esperáis, pronto iré con vosotros. La doncella guerrera librará su última batalla en la vida y nada más se sabrá de ella.
Guiado por la furia que con su jinete comparte, marcha raudo el corcel. Coraje y odio es nuestro himno, hagámosle honor. Caed, malditos orcos, nunca debisteis venir. No habrá tumba para vosotros en los Campos del Pelennor, pues de vuestros huesos no dejaré ni el polvo. No permitiré que ensuciéis la tierra con vuestra maldad.
¿Cuánto tiempo habrá pasado? Caeré luchando hasta que no me queden fuerzas, pero no me rendiré y esperaré a la muerte, ningún guerrero que se precie muere así. ¡Ven a por mí, muerte, y lucha conmigo! No temo al destino que he escogido. Lo elegí porque lo deseaba.
No pensé que entre tanto sufrimiento habría tiempo para pensar, creí que me concentraría en la mantanza, pero me equivoqué. Me compadezco ahora de los hombres, que luchan desde niños. Cabalga el rey con orgullo y sonríe y yo le contemplo. Jamás habrá hombre de armas como él.
Una sombra en el cielo y hielo en mi corazón. El relincho de Crinblanca y el metal que cae al suelo. Es el yelmo en el que brillaba el sol. También el jinete ha caído. Veo el rostro de quien me crió y me quiso proteger una vez más. Ha cerrado los ojos. Hijo de Thengel, tengo el corazón en un puño, abre los ojos y podré respirar. Ruge la bestia de la sombra alada que a tu caballo aterró; le dice su señor que de tu carne ha de comer. Hijo de Thengel, alza tu dorado puño y niégate a morir para que sienta tu coraje corriendo por mis venas. Pero el sol ya no brilla en ti. Te envuelve la oscuridad que bajó del cielo. Si has caído, padre mío, ya no debo ocultarme porque no podrás protegerme más.
Señor de las tinieblas, de las bestias o de quien te sirva, no me importa tu cargo ni el poder que tienes y temen tantos. Has apagado la estrella que iluminó mi camino desde que fui niña y no te lo perdonaré. No soy un diestro guerrero vencedor de mil contiendas. Soy una mujer que ha elegido el camino del dolor y aquí estoy para vencerte. El filo de tu espada no es nada contra mi odio. No moriré a tus manos porque no eres digno de derrotarme. Aléjate del caído, cobarde carroñero, y haz frente a la mujer viva que te reta.
La rabia me ciega y lucho contra mi miedo y el asesino del rey. Nunca pensé que la furia me daría tanta fuerza. Pero en mitad de la lucha, el dolor atraviesa mi brazo. No puedo mover ni un dedo de mi miembro herido, y aún herida me levanto porque no consiento que el villano esté por encima de mí. No importa cuántas veces caiga, cuántas veces me sienta morir, porque me pondré en pie de nuevo. No fracasaré esta vez, Señor de los Nazgûl, pero tú sí.
Y por fin logro que mi metal le atraviese. Por fin lo veo caer, pero también caigo yo, doblada por el llanto y el dolor. La Sombra se cierne sobre mí. Mis párpados se cierran, la espada cae de mi mano. Quisiera sonreír porque el final ha llegado, pero las fuerzas me han abandonado. Mi padre y señor, voy a reunirme contigo. He luchado como Éowyn y como Éowyn he muerto. Sólo deseo ahora que la suerte no abandone al mediano.