Duelo por amor
Mención especial del Jurado en el I Concurso de Relato Corto "La Tierra Media" de Elfenomeno.com
      La luz del sol entraba por el amplio ventanal iluminando toda la habitación de Gaerd. Llevaba unos minutos despierto, pero no se levantó hasta que la luz empezó a molestarle en los ojos. Comenzó a vestirse en cuanto se levantó, tenía que seguir practicando con la espada.
      No era muy alto, el pelo, negro, mas bien corto, y los ojos de un negro tan oscuro como la noche. Gaerd era atractivo para las doncellas que habitaban en Rivendel, pero el solo tenía ojos para una. Se había fijado, como todo elfo u hombre que pasara por Rivendel, en la mas bella elfa de la Tierra Media; en la que, se decía, había heredado su belleza de la hermosa Luthien. Gaerd había quedado hechizado desde la primera vez que observo la mirada de Arwen y esta le regaló una sonrisa.
      Llevaba tres semanas entrenando con la espada, solo descansando para visitar a su amada y admirar su belleza. Llevaba entrenando desde que se enteró de que el hombre al que Arwen amaba estaba en Rivendel. Aragorn, hijo de Arathorn, llegó acompañado de unos hobbits, amigos del anciano Bilbo. Había tomado la decisión de batirse en duelo con el hombre para así ganarse el amor de la dama Arwen.
      Solo había hablado de esto, con su viejo amigo Bilbo. El hobbit fue quien le aconsejo que mejorara su habilidad con su espada, advirtiéndole de que Aragorn era un diestro espadachín. El mismo lo pudo comprobar, en el patio de armas, al ver a Aragorn enfrentarse a algunos de los soldados de Rivendel. El montaraz era capaz de desarmar incluso a tres de los soldados sin que estos llegasen a tocarlos con las espadas romas. Bilbo le había contado que Aragorn partiría en poco tiempo para realizar una misión encomendada por el señor Elrond, aunque no le explicó en que consistía esa misión.
      Gaerd había comenzado a entrenarse duro con la espada, debía retar a Aragorn antes de que este partiese. Cada mañana bajaba al patio de armas y practicaba durante horas con la espada, lanzando estocadas y tajos al aire. Descansaba cuando el sol se encontraba en el punto más alto para comer algo y observar a su amada, lo que le daba fuerzas para continuar practicando durante toda la tarde. Pero hoy cesarían los entrenamientos. Solo un par de horas e iría en búsqueda de su rival.
      Una vez agotó el tiempo que se había propuesto dedicar a la espada, decidió visitar a su amigo Bilbo, para escuchar algún consejo antes del enfrentamiento. Envainó la espada y se dirigió hacia los aposentos del hobbit. Por el camino encontró a Arwen asomada a uno de los numerosos balcones y decidió acercarse a hablar con ella.
      -Dama Arwen –la saludó intentando ocultar su nerviosismo-, me gustaría pedirle algo.
      -Hola Gaerd –le contesto ella con una preciosa sonrisa-. Estaré encantada de ayudarte si esta en mi mano.
      -Quería pedirle, dama Arwen, si podría darme una prenda suya, para llevarla conmigo en una difícil empresa que he de llevar a cabo.
      -Me halaga que el más apuesto de los elfos de Rivendel quiera una prenda mía –respondió ella a la vez que le entregaba un delicado pañuelo de seda azul- espero que tengas éxito en tu empresa.
      -Yo también lo espero –respondió Gaerd al coger el pañuelo, mostrando una amplia sonrisa y reanudando su camino.
     
      Con el pañuelo de Arwen, Gaerd se sentía realmente capaz de vencer a Aragorn, lo guardó tras apreciar su suave textura y se dirigió a la habitación de su anciano amigo.
      Llamo a la puerta de la habitación de Bilbo y este le abrió la puerta enseguida
      -Entra, Gaerd, amigo mío –le saludó eufóricamente el hobbit-, ha llegado el día. ¿No es así?
      -Así es Bilbo, y mira lo que acabo de conseguir –le respondió Gaerd incluso mas eufórico mientras le mostraba el pañuelo que Arwen le había regalado- , es de la dama Arwen, ella misma acaba de dármelo
      -Con esto será imposible que Aragorn te derrote en un duelo amigo –dijo el hobbit riéndose- deja que te ayude, debes llevarlo en un sitio que se vea –dijo mientras se la ataba alrededor del brazo izquierdo- y si quieres, te acompañaré hasta las habitaciones de Aragorn.
      -Muchas gracias, Bilbo, por todo tu apoyo
     
      Se dirigieron hacia las habitaciones de Aragorn. Gaerd no llevaba ninguna protección especial, nada que se saliera de lo común, excepto la vaina de la espada, y el pañuelo azul atado al brazo. Había considerado el ponerse un peto como protección, pero no le pareció honorable, teniendo en cuenta que su contrincante no llevaría ningún tipo de protección. Una vez llegaron al lugar, no tuvieron que esperar mucho hasta que el montaraz apareció. Llevaba la espada envainada en la mano izquierda, debía haber estado entrenando. Mientras Aragorn se acercaba Bilbo se alejó del lugar tras desearle suerte a Gaerd. Gaerd tragó saliva y le habló a su contrincante.
      -Aragorn, hijo de Arathorn –comenzó Gaerd, sin mucha seguridad-, puesto que ambos amamos a la bella Arwen de Rivendel, me veo obligado a retarte a un duelo –dijo a la vez que desenvainaba su espada.
      -Gaerd, hijo de Gaerth –le respondió Aragorn- Bilbo me ha prevenido y avisado de tu maestría en el manejo de la espada –dijo mientras desenvainaba la espada con la mano derecha mientras sujetaba la vaina con la izquierda- acepto el duelo, pero no podremos llevarlo a cabo hoy –continuo Aragorn mientras envainaba la espada.
      -¿Cómo?
      -El señor Elrond me he encomendado una misión de vital importancia, he de cumplirla y no puedo arriesgarme a resultar herido en un duelo –dijo el montaraz mientras se acercaba a Gaerd-. Cuando regrese de esta misión lucharemos –Aragorn se agacho ante Gaerd y le arrebató de las temblorosas manos la espada de madera-, pero antes de irme quiero pedirte un favor Gaerd.
      -¿De qué se trata?, señor Aragorn –preguntó Gaerd aún tembloroso.
      -Quiero que en el tiempo que este fuera, protejas a la dama Arwen de cualquier peligro –le dijo Aragorn devolviéndole la espada de madera al niño-. ¿Serás capaz?
      -Por supuesto, señor Aragorn –respondió el chico alegremente a la vez que envainaba de nuevo la espada-, confíe en mí.
      -De acuerdo. Y no olvides que tenemos un duelo pendiente –dijo Aragorn revolviéndole el pelo antes de entrar en sus habitaciones.