Los caballeros fénix
Serke nos ha enviado un relato fantástico ambientado en la obra de Tolkien. ACTUALIZADO

Soy un nuevo escritor con mucho interés en escribir un buen relato basado en el mundo de la Tierra Media. Dedico este relato por adelantado a todo aquel que explore esta historia fantástica y por lo tanto se asome a algunos recovecos de mi mente.



Capítulo 1: El bosque

-Mi cabeza…

Un hombre se levanta del catre y mira alrededor. Le cuesta moverse y notaba una herida en el brazo.

-Puñeteros orcos.

La batalla de ayer había sido dura, el alto mando había decidido evacuar el fuerte del bosque. Se veían cadáveres por todo el perímetro del fuerte, en su mayoría orcos aunque también algunos caballos y algunos de los suyos que habían caído fuera al ser atravesados por los dardos orcos.

El hombre se levantó y se dirigió al barril de agua. Al verse reflejado le devuelve la mirada un hombre alto, con el pelo blanco (a pesar de ser joven, lo tenía así desde que nació) y corto, una nariz ancha y unos ojos claros, demasiado claros para ser normales.
Tenía una barba de un par de días, que extrañamente era de color oscuro, no blanca como su pelo. Se sirve un vaso de agua y vuelve a mirar alrededor.

La mayoría de los hombres se afanan en reparar el fuerte, aunque no continúen en él mucho tiempo debe aguantar los embates de los orcos hasta entonces. Deja el vaso donde lo encontró y se dirige hacia su compañía, la 3ª compañía de los montaraces de Arnor. La compañía de la que forma parte está más o menos en forma, ya que no participaban directamente en las batallas, sino que saboteaban transportes orcos y caravanas de suministros.

Hoy empezaría la evacuación del fuerte. Los primeros en salir serían su compañía para despejar el camino de orcos para dejar paso a las caravanas de heridos que saldrían unas horas después.

Arnor ya no era un lugar seguro, el bosque donde se encontraba el fuerte era el antiguo Bosque Viejo, ahora convertido en un bosque fantasma donde sólo se levantan árboles calcinados y donde nada crece. La ciudad de Annuminas (Reconstruida en el 30 de la C. E.) está siendo asediada desde hace un mes. En Bree los bandidos atemorizaban la población y en Rivendel (El último lugar además de los puertos donde quedan elfos) se cuenta que la han atacado trolls en esta última semana. Los hobbits se han tenido que retirar de sus hogares en La Comarca porque los lobos los mataban a cientos, y ahora se refugian en los Puertos Grises, el único lugar de Arnor que no está siendo atacado, de momento. No se sabía de donde habían salido estos orcos, porque Moria volvía ha estar habitada por enanos y Mordor estaba vacío, aunque eso queda demasiado lejos.

-¡Aracart! Ve ahora.

El hombre se dirige hacia su superior, un veterano capitán de montaraces que dirigía la 3ª compañía. Se llamaba Erken

- Aracart, avisa a los hombres de que tenemos que salir ya.
- ¿Ahora? Pero si quedan más de dos horas para la que tengamos que salir.
- Los exploradores nos han informado de que el ejército orco se reagrupa y atacarán de un momento a otro. Los heridos tienen que salir ahora.
- De acuerdo capitán.

Aracart se dirige a los hombres y los despierta y los ordenen que formen el la puerta. Él se pone en primera fila y espera al capitán. Todos tenían el equipo reglamentario, arco y flechas, una espada, pedernal y yesca para encender un fuego, un afilador, una cacerola (No se sabía muy bien porqué, ya que los montaraces solían comer raciones de campaña) y una capa de camuflaje con una capucha. Esas capas eran una maravilla de la tecnomagia, el campo científico que mezcla la tecnología y la magia para facilitar la vida del hombre, aunque no creaban armas porque los tecnomagos sostenían que si las creaban serían demasiado poderosas y acabarían por destruir a sus dueños. Y viendo en lo que quedaron los tecnomagos que lo intentaros tienen razón. Volviendo a las capas, eran como las capas élficas que antaño se hacían el Lórien, pero eran más fáciles de crear y bastante más comunes.

Cuando Erken llegó la compañía partió en el acto. Avanzaron por el camino con precaución, se encontraron con un pequeño grupo de batidores orcos que silenciaron en el acto. Nunca volverían con sus líderes.

Cuando llegaron a recodo del camino Erken les ordenó parar. Se puso en el suelo y pegó la oreja a la tierra. Se levantó y se dirigió a la compañía:

-Se acerca un grupo de orcos. Puede que sean más que nosotros. Preparaos en posiciones de combate, no hay tiempo para tenderles una emboscada. ¡Sacad los arcos, rápido joder! ¡Todos en línea! Unos rodilla en tierra delante y otros en pié detrás ¡Rápido!

La orden fue obedecida de inmediato por los montaraces. Aracart sacó una flecha del carcaj y tensó su arco. Se encontraba delante, rodilla en tierra, preparado para disparar y llegar a las espadas luego. Escucharon los sonidos de los orcos al otro lado del recodo y salieron corriendo, eran unos 20, todos llevaban armaduras pesadas. Aracart maldijo, solo podrían matarlos dándole en el cuello. La primera andanadas salió de los arcos y solo cayó un orco de los pequeños, la segunda andanada se llevó por delante a otros tres. Ya no dio tiempo a más, los orcos estaban muy cerca. Por encima del griterío de los orcos se oyó la voz de Erken.

-¡Espadas!

Todos desenfundamos y nos lanzamos a la batalla. Aracart rezó a los Valar para que su chaleco de cuero reforzado por la tecnomagia aguantara las espadas orcas. Justo antes de chocar contra los orcos se dio cuenta de que el líder no era ni más ni menos que un Uruk-Hai. Después ya no pensó en eso sólo se preocupó de matar cuantos más orcos mejor. Al primero que se encontró le hizo una finta y le clavó la espada bajo las costillas, su armadura no resistió y se oyó el crujido de las placas de metal, así como el de la columna vertebral cuando la punta de la espada llegó hasta ella. Cayó entre convulsiones y Aracart se dirigió por el segundo. Este orco estaba apunto de matar a uno de sus compañeros, con una sonrisa malévola en el rostro, que se le quedó aún cuando su cabeza salió volando y calló al suelo. En el fragor de la batalla escuchó el grito de su capitán. Se giró y vio como era atravesado de parte a parte por el Uruk-Hai. Aracart se dirigió a toda velocidad hacia el orco, y entonces ocurrió algo increíble, al levantar la espada, ésta se inflamó en llamas anaranjadas. El Uruk se dio la vuelta y lo miró con el terror marcado en sus horribles facciones. Intentó poner su espada entre su cuerpo y Aracart pero la espada se partió por la fuerza de la hoja en llamas. En ese mismo tajo la espada cayó sobre la cabeza del orco y rompió casco y hueso al mismo tiempo y no paró de bajar hasta que llegó a las ingles. Al ver como su líder caía bajo aquel ser de pelo blanco con una espada de fuego, los restantes orcos intentaron huir, aunque no llegaron muy lejos. Los montaraces querían vengar a su capitán y ninguno de los orcos pudo volver a sus cuevas en las montañas.

Nada más terminar la batalla, las llamas de la espada de Aracart se extinguieron y la espada quedó hecha un hierro al rojo vivo pero nada más, no quedaba rastro de lo que antes era una espada de acero. Aracart lanzó la espada al suelo y miró alrededor. Había tres cadáveres de montaraces tirados en el camino, además de su capitán y una docena de heridos, además de la veintena de orcos. Habían tenido suerte, si no hubiera matado al capitán orco puede que fueran más los caídos. Se dirigió al cuerpo inerte de su capitán. Dijo una oración a Tulkas y le cerró los ojos. Miró la espada que colgaba de su mano inerte y se la guardó en el cinto, Erken no la necesitaría en las estancias de Mandos. Ahora él era el capitán de la compañía, “Por qué yo” pensó amargamente.

Al ver la cantidad de heridos decidió esperar a la caravana que llegaría en poco tiempo a su posición. Mandó a sus ahora subordinados atender a los heridos y enterrar a sus muertos, aunque no los orcos, a ellos los apilarían en la cuneta del camino para que los devoraran los buitres, los únicos animales que prosperan con esta guerra.

Al poco rato llegó la caravana. Estaba dirigida por un capitán de la soldadesca de Arnor, armado con una armadura plateada y un casco adornado con unas alas de gaviota, igual que en Gondor. Aracart creía recortad que se llamaba Incrit.

- ¿Qué ha pasado?- Preguntó Incrit.
- ¿No es obvio?- Respondió Aracart- Los exploradores no se equivocaron, los orcos se están reuniendo y nosotros nos hemos encontrado con un grupo.-
- ¿Y Erken?-
- Atravesado por las espadas orcas.-
- Pobre- dijo con verdadera pena- era un buen compañero. ¿Quién está al mando ahora?-
- Yo- respondió Aracart- tenemos varios heridos y necesitamos que los llevéis con vosotros.-
- De acuerdos, subidlos a los carromatos.

Incrit mandó a algunos de sus hombres para que ayudaran a los montaraces a subir a sus heridos. Cuando todos estuvieron en los carromatos y algunos sanadores los atendían, se pusieron en marcha. No ocurrió nada hasta que uno de los exploradores montados volvió con un bulto en la grupa de su caballo.

- Señor- informó- es una clérigo de Manwë.


Capítulo 2: La clérigo

- ¿Qué balrogs hace una clérigo de Manwë en el Bosque Viejo?

Esa pregunta salió de los labios de Incrit pero estaba en la mente de todos los de la caravana. Cuando el explorador la trajo estaba inconsciente y así seguía, los sanadores habían intentado despertarla de diversas formas que solo ellos conocen. Aunque el resultado era nulo, también habían intentado un método menos sutil, tirarle un cubo de agua a la cabeza o darle tortas en la cara, aunque sin ningún resultado. Pensaban que estaba en coma hasta que gritó en sueños y empezó a decir incoherencias y unas palabrotas que nadie diría que era una clérigo de no ser por el medallón con el águila que llevaba al cuello.

Los líderes de la caravana estaban reunidos alrededor de una hoguera. Acababan de salir del bosque y habían acampado en una colina cercana al camino, mañana llegarían a Bree.

Aracart no pudo resistir la tentación de ver a la clérigo y fue a su caravana. Había algo en la clérigo de misterioso, con la excusa del cansancio por la batalla de antes, se retiró en dirección al campamento.

Cuando llegó al lugar donde habían tendido a los heridos, Aracart buscó a la clérigo. Estaba tumbada boca arriba cerca de un carromato. En la oscuridad pudo distinguir su pelo negro, su rostro anguloso y su nariz pequeña. Aunque tenía los ojos cerrados, pudo recordad que eran verdes. Se acercó a su lado y cuando estaba apenas a un metro la clérigo se despertó y comenzó a gritar. Fue un grito horrible, de puro miedo que te helaba la sangre en las venas.

En seguida llegó un sanador para mirar que le pasaba. El sanador se arrodilló a su lado e intentó que dejara de gritar. Al poco paró, lo primero que hizo al parar de gritar fue mirar a los lados con expresión aterrada y ponerse a llorar. El sanador pidió que se fueran todos de ahí, por entonces se había formado un corrillo de curiosos, pero cuando Aracart se empezaba a dar la vuelta le dijo que se quedara.

A los pocos minutos, cuando por fin todos los curiosos se largaron, el sanador le preguntó porqué estaba junto a la clérigo, ahora otra vez dormida, ante eso respondió:

- Sólo quería comprobar si estaba en buenas condiciones- Respondió Aracart.
- Seguro- Respondió con sarcasmo y resopló- ¿Qué Balrogs le has hecho para que gritara como una posesa?
- Nada, no llegué hasta ella. Me quedé más o menos a un metro-
- Vale, entonces ¿Por qué gritaba?
- Yo puedo responder a eso- dijo una voz femenina.

Tanto el sanador como Aracart se volvieron. Había sido la clérigo.

- Has hablado- dijo impresionado el sanador
- Si, siento haberos preocupado, pero estaba en trance.
- ¿En trance? ¿En un bosque asolado lleno de orcos? O es una mentira o una verdad sin sentido.- Replicó Aracart.
- Puede que sea una locura, pero llegué en trance a este bosque enviada por mi señor Manwë.
- Sí, seguro- Dijo con sarcasmo el sanador, al igual que Aracart parecía más bien escéptico.
- Entonces- Comenzó Aracart- si estabas en trance con tu señor, ¿por qué gritabas?
- Vi…- Empezó casi con miedo- una sombra, un poder enorme. Vi la muerte en forma de un señor oscuro enorme y terrible.-

El sanador y Aracart se miraron, era la descripción de Sauron según los escritos de Isildur cuando lo derrotó cortándole el Anillo.

- Puede que fuera un sueño- Intentó tranquilizarla el sanador- solo una pesadilla.
- Puede- en la expresión de la clérigo se veía claro que ella no pensaba igual- Pero puede que no-
- Dejemos esta conversación- Cortó Aracart- estas cosas es mejor ventilarlas a la luz del día. A propósito, ¿cómo te llamas?
- Tasare-

<< Tasare… eso significa sauce en elfo, la verdad es que le queda bien, es tan delgada como una vara de sauce>> Mientras pensaba eso, Aracart se dio cuenta de que Tasare le estaba mirando fijamente. Incómodo Aracart se despidió del sanador y de Tasare, tras lo cual se dirigió a su catre, con las palabras sobre el señor oscuro resonándole en su cabeza.

Cuando llevaba un par de horas durmiendo escuchó gritos guturales y voces de alarma. Aunque no las entendía sabía de qué avisaban las voces. Orcos. Se levantó de un salto, desenfundó la espada, nadie era lo suficientemente idiota como para dormir sin ella, y se dirigió a la reyerta.

Era un pequeño grupo de Uruks, pero no parecían dispuestos a luchar, estaban rebuscando entre los carromatos. Un grupo de soldados inició una carga y Aracart se dirigió con ellos a cobrarse cabezas orcas. Cuando quedaban menos de cinco metros para llegar hasta ellos, los orcos huyeron. Pararon la carga. Los soldados se miraron estupefactos. Los Uruks no huían. Pero sí se retiraban cuando habían cumplido su misión. El carromato en el que estaban buscando era de la clérigo y se la habían llevado.

Incrit decidió buscar a la clérigo. Puede que ella fuera la única clérigo de esta zona y sus plegarias sanadoras eran muy útiles, si tenían respuesta.


Salieron de inmediato, con antorchas y un rastreador. Aracart se quedó en el campamento ayudando a los sanadores con los heridos y los muertos. Al amanecer todos pudieron escuchar el ruido de la batalla. Duró muy poco, todos rezaron a los Valar para que volvieran todos sanos y salvos.

Al rato volvieron. Por extraño que parezca no hubo ninguna baja por parte de los soldados. La clérigo parecía estar bien aunque cansada, sus oraciones habrían salvado a más de uno en esa escaramuza.

Cuando acomodaron a la clérigo en su carromato la caravana partió hacia Bree. Era uno de los pocos lugares donde no había orcos, aunque los bandidos pululaban como moscas en un cenagal. A la caravana los bandidos molestarían más que causarían problemas, aunque no tendrían ningún problema en agarrar a todo bandido que fuera lo bastante tonto como para salir al encuentro de la caravana. << Por fin algo de verde para variar- Pensaba Aracart- los hombres estaban deprimidos tras meses de sólo ver cenizas como paisaje. >>

A lo lejos todos vieron humo que salía de la ciudad. Aracart pensó lo peor. Espoleó su caballo y cabalgó a Bree. Cuando llegó se echó a llorar. Toda la ciudad había sido reducida ha cenizas. Sus habitantes estaban esparcidos por la ciudad pasados a cuchillo.
La escena era horrible. << Mis hermanos… Mis padres… Todos… Muertos…>>
Buscó la posada El Pony Pisador, la dirigían su familia desde hace quinientos años. En la pared aún estaba la placa que puso Cebadilla Mantecona en su momento que decía: “Aquí se encontraron por primera vez Aragorn rey de Gondor y el Portador del Anillo.”
Entró dentro de la posada. Allí estaban, sus padres, pero ni rastro de sus hermanos. La esperanza renació en él. Eran pequeños, puede que consiguieran escapar. Los llamó y los buscó por toda la ciudad.

- ¡¡Cetril!! ¡¡Bardo!! ¡Responded!

Siguió vagabundeando hasta llegar al centro de la ciudad. Allí toda esperanza de encontrar a sus hermanos vivos fue destruida. Ahora sabía donde estaban todos los niños y bebés que no encontró en la ciudad. Estaban ahí. Apilados, sin cabeza. Todas ellas clavadas en estacas. Ninguno se había salvado. Habían decapitados hasta los bebés.

Aracart no pudo aguantarlo más, se dio la vuelta y vomitó hasta que no le quedaba nada más que la bilis en el estómago. Cuando llevaba unos minutos ahí tirado escuchó unas voces guturales. Orcos, los asesinos de su familia, de su ciudad, de su vida. Giró la cabeza y los vio salir de una callejuela con su botín en las manos. Lo miraron y sonrieron con suficiencia. Pensaban que cinco orcos contra un humano abandonado sería pan comido. Se equivocaban. Aracart se levantó y se lanzó contra ellos con las manos desnudas, pero ocurrió otra vez. Las llamas que ayer inflamaron su espada acudieron a su cuerpo. Todo su cuerpo estaba envuelto en llamas. Los orcos lo miraron aterrados, era como ver a un demonio del averno atacando. Los orcos empezaron a huir pero no les dio tiempo, el primero cayó partido por la mitad de un solo golpe de sus manos, el segundo atravesado de parte a parte de un puñetazo, el tercero sin cabeza de un golpe de revés, el cuarto murió cuando le atravesó la garganta con sus dedos y el quinto… El quinto murió sólo después de que Aracart lo torturara hasta que le dijera quién los mandaba, ante eso el orco respondió:

- El Señor Oscuro…- Tras decir esas palabras el orco murió entre estertores.

Tras la muerte del último orco las llamas que le recorrían el cuerpo se extinguieron. Por extraño que parezca, el corselete de cuero reforzado con tecnomagia aguantó, al igual que los pantalones. La capa y las botas no tuvieron la misma suerte.

Acababan de extinguirse las llamas cuando escuchó una voz detrás de él.

- Fénix-

Aracart se dio la vuelta y reconoció el rostro de quién se dirigía a él. Era Tasare.

- ¿Qué mierda dices?- Respondió con enfado Aracart- No tengo humor para tonterías así que explícate o déjame sólo.
- Eres un Fénix, uno de los humanos bendecidos por los Valar con capacidad de crear fuego.
- ¿Qué? ¿Tú has tomado hierba de Morgul? Esa planta provoca alucinaciones.
- No me he drogado si ha eso te refieres- Era extraño como su voz podía ser tan fría teniendo en cuenta el espectáculo aterrador al que se enfrentaban- Soy una de las observadoras que recorren la Tierra Media buscando a esos pocos elegidos.
- Entonces, ¿no eres una clérigo?
- Lo soy, aunque sea una tapadera para mi mayor misión, encontrar a los fénix.
- ¿Y para qué sirve?, ¿tenéis una academia o algo por el estilo? ¡Venga ya! Ahora déjate de tonterías y lárgate de aquí.
- No.
- Vete.
- No me iré hasta que no vengas conmigo.
- De acuerdo- Accedió Aracart- De todos modos nada me ata a este lugar ahora. Nada… Por cierto, ¿Y el resto de la caravana?
- Entrando en la ciudad. No tienen tiempo de enterrar los muertos, reunirán madera y formarán una pira funeraria.
- ¿No les darán sepultura?
- No pueden. La ciudad lleva unos días así, dentro de poco aparecerán enfermedades.
- Interrogué a un orco- Reveló Aracart- Dijo que les ordenaba atacar un Señor Oscuro.
- Lo mismo que en mis visiones…- Murmuró para si misma- Algo se remueve, algo oscuro. El mar cercano a los Puertos Grises está revuelto, aunque no hay tormenta, se crean remolinos que se tragan barcos enteros. Y hay quien dice que es como si el nivel del mar empezara a bajar, como si la tierra de debajo empezara a subir. Temo que vuelvan los tiempos más oscuros de la historia de Arda. Temo que vuelva Beleriand. Temo que Melkor vuelva a Angband.
- ¿Melkor? ¿Angband? Todo el mundo sabe que Beleriand se hundió tras la Guerra de la Ira y que Melkor fue expulsado al Vacío como castigo.
- Lo sé, pero los Valar están inquietos y los signos apuntan a un solo causante. Melkor.
Nos vamos al santuario de la orden.
- ¿Ahora? ¿Qué pasa con mis compañeros?
- Da igual, debemos partir ya.
- ¿Cómo?
- Ahora lo verás.

Bajó la cabeza y empezó a susurrar unas palabras que Aracart no pudo asociar a ningún idioma conocido. Tras terminar de susurrar, Tarare levantó los brazos y una puerta que parecía hecha de fuego apareció frente a ella. Bajó los brazos y dirigió su mirada al estupefacto Aracart.

- Entra- Tras eso entró y Aracart la siguió a quién sabe donde.