Rom y el Señor de la Villa
Segundo clasificado en el Concurso de Relato Corto Elfenomeno 2006, categoría de Relato dramático.
Ya nadie hablaba del viejo Will Viñaseca en Valle Largo. Le creían embrujado, y el miedo era tal, que durante la última Fiesta de Recolección su nombre quedó proscrito. Desde que desapareció, sus viñas se habían vuelto salvajes e inundaban los campos vecinos, y ni siquiera el joven Cargavilla había conseguido dominarlas. A Cargavilla no le gustaba que le llamasen grueso, pues no lo estaba; simplemente era grandecito, o quizá fuertecito, pues era el hobbit más capaz de Valle Largo. El año anterior había intentado cortar las cepas de Viñaseca sin éxito alguno, pues éstas volvieron a crecer al instante, mucho más grandes y fuertes. Y durante el invierno, trató de quemarlas, pero un furioso viento del sur, en lugar de alzar las llamas, las apagó como el soplido de un Corneta a su pipa.
Todo el mundo en Valle Largo conocía el problema invasor, pero nadie se atrevía a adentrarse hasta lo más profundo de las tierras de Viñaseca, pues se decía que hasta los cuervos evitaban volar por sus campos. Incluso Cargavilla había renunciado a ser el hobbit más fuerte, pues tenía miedo de las viñas embrujadas del viejo W… Será mejor no pronunciar su nombre.
Cuando llegó la Venidimia, el sol era cada vez más perezoso, pues el verano se despedía de la Comarca. En Valle Largo había muchas fiestas a lo largo del año: la de Siembra Alegre, la de Arado Corto, la de Vendimia, la de Recolección de la Hoja y otras muchas más, en las que toda la población de la comarca acudía a la villa para el júbilo y el almuerzo. Sin embargo, todas las celebraciones acababan de la misma manera: batalla de dulces entre los Corneta y los Fagot, los más importantes productores de tabaco de toda la Cuaderna Sur y, en el fondo, enemigos amistosos.
Ese otoño, el verdor intenso y brillante de los campos daba paso a los más divertidos colores: marrón cuero, ocre dulzón, anaranjado zanahoria, castaño peloso y amarillento fumoso salpicando los árboles y hierbas de todo el valle. Los campos de tabaco estaban ahora peinados por los arados, y el aroma de la curación de la hoja perfumaba la aldea como si todos los habitantes hubieran decidido fumar picadura de los Corneta.
Y es justo hablar de los Corneta porque, frente a su gran agujero hobbit, habían instalado un gran catabaco. Los catabacos no son muy conocidos fuera de Valle Largo, aunque Polo Ramaviva dijo haber encontrado uno en la Cuaderna Este. Sin embargo, la opinión de Ramaviva era poco apreciada, pues nació borracho y sólo estaba sobrio durante el sueño. En el catabaco de los Corneta se podía catar su precioso tabaco, y por eso estaba siempre lleno. Allí se reunían los Ganatuerca y los Sacamanta, los Cargavilla y algunos otros aficionados a la Hoja Valle Largo, la Hoja Viejo Toby, o la más delicada y afrutada, la Estrella Sureña, especialidad de los Corneta y apreciada más allá de los confines de la Comarca.
Durante la última Fiesta de la Vendimia, el catabaco estaba siempre a rebosar; sobre él flotaba una nube de hilillos azulados y blanquecinos, atravesada de vez en cuando por los gorriones que acudían a picotear los frutos de la higuera que daba sombra al fumadero. Y fue en una de esas interminables tardes de cata, con el sol calentando las piernas estiradas sobre la mesa, cuando apareció el extranjero preguntando por Viñaseca. Torno Ganatuerca discutía con Cargavilla el Viejo sobre la naturaleza del gorrión de campo a diferencia del de villa.
-Para mí, querido Torno, que el gorrión de villa es mucho más listo que el de campo- dijo tras exhalar una gran nube.
-¡Difiero! –gritó el Ganatuerca. Tenía una curiosa manera de hablar, como si el enfado por lo de su última carreta extraviada no fuera a desaparecer nunca. Gruñía como un perro con una rama atada a la cola.
-Argumente, apreciado Torno, argumente– Cargavilla, casi tan grande como dos Ganatuercas, aspiró de su larga pipa cerrando los ojos.
-Los gorriones de campo son mucho más listos porque yo lo digo - asintió y sonrió, completamente satisfecho.
-¡Oh vaya! Todo un argumento de autoridad- y guiñó un ojo.
El resto de hobbits estallaron en carcajadas y alegrías. Poco después, Linda Corneta, la hija menor de los tabaqueros, apareció con una bandeja cargada de dulces y té.
-Un obsequio familiar -dijo con una sonrisa-. Pero que sepáis, que los dulces los he hecho yo.
Dejó la bandeja en el centro de la mesa de madera, y cuando daba comienzo la batalla por el dulce de higos, apareció el extranjero. Se quitó la capucha y todos vieron que era un gran hobbit peloso, alto y rubio, con los brazos tan largos que se diría que podría andar con ellos. Tenía una mirada extraña, entre amistosa y al acecho, y cuando habló todos quedaron maravillados.
-Buenas tardes, buenos amigos. ¿Es éste lugar Valle Largo?- parecía cantar en lugar de hablar, y a Linda se le cayó la bandeja vacía de las manos. Transcurrieron unos instantes en que sólo se oía el canturreo de los gorriones, hasta que por fin Cargavilla el Viejo tomó la palabra.
-Buenas tardes os sean dadas, noble viajero. Y bienvenido a Valle Largo –carraspeó como un toro-. ¿Qué os trae por aquí?
-El azar y la fortuna, pues vengo a instalarme en vuestra bonita villa- y sonrió. Linda estaba entre fascinada y asustada, se arregló el pelo con prisa y se escondió tras la puerta del agujero de los Corneta.
-Doble bienvenida, entonces. ¿Y dónde os instalaréis?- El extranjero pensó que la naturaleza curiosa de los hobbits era mucho más acentuada en el sur.
-En Viñaseca- y metió los pulgares en el cinturón.
Al principio, hasta los gorriones callaron y miraron con descaro al forastero. Ni siquiera el viento movió una hoja o hizo crujir una rama. Cargavilla deglutió con sonoridad y Ganatuerca perdió el habla.
-¿Qué ocurre?- preguntó.
El rostro de Cargavilla se ensombreció y lanzó una funesta mirada al resto de contertulios. Entonces, el extranjero volvió a hablar.
-He oído lo del embrujo, si es eso lo que les preocupa. Pero por eso mismo he venido. Me llamo Rom Cuernadura, y conocí al viejo Will…
-¡Ooh!- exclamaron todos.
-¡Ha dicho el nombre!- se alarmó Ganatuerca.
-Como les relataba –ahora les parecía que el forastero era frío y distante pese a su manera de hablar, y que evitaba la seriedad tan propia de una palabra proscrita-, conocí al viejo Viñaseca durante el invierno pasado. Me contó su historia y me dijo que si era capaz de desembrujar las tierras, serían mías. Y a eso he venido.
-¡Está loco! ¡Nadie se adentra en los campos de Viñaseca, están malditos!- gritó Ganatuerca. Pero Cargavilla le miró bajo sus espesas cejas y le hizo callar con la mano.
-Mi hijo trató de luchar contra ese embrujo –dijo con seriedad-. Antes era el hobbit más fuerte de todo Valle Largo, y ahora… No tiene fuerzas ni para levantar una brizna de paja.
Rom asintió, sonrió y dio las gracias mientras se iba trotando camino abajo, hacia las tierras de Viñaseca. Mucho antes de que cruzase el puente la noticia se había propagado por toda la villa, y las gentes acudían en tropel tras el desventurado Cuernadura.
-¡Está loco!- dijo alguien.
-Es una pena que tenga tan poco aprecio por su vida, se ve guapo- comentó la anciana Rosafresca.
-¡Llamad a Cargavilla¡ ¡Que venga Cargavilla!- gritaban otros.
Cuando llegaron al límite de los campos de Viñaseca, la mayoría lanzaron bendiciones al aire, exclamaban asustados y se escondían detrás de los árboles, desde donde observaban el muro de piedras que el joven Cargavilla había construido para contener la plaga de viñas. Sin embargo, sobre las piedras resquebrajadas se podían ver las ramas retorcidas, con formas tan espeluznantes como violentas, y el antiguo gris de la roca era ahora un verde mohoso y húmedo.
Cuernadura, que hacía honor y gala de su apellido, se detuvo frente a la puerta y miró hacia atrás, sonriendo a los temerosos habitantes de Valle Largo. No sabían que él se había enfrentado a cosas peores en los bosques, como enormes lobos y árboles vivos, y también ignoraban que, mucho tiempo atrás, los Cuernadura habían sido una de las familias más importantes de la Cuaderna del Norte, en las tierras frías y duras que lindaban con las montañas de los enanos.
En ese momento apareció Cargavilla el joven, corriendo desbocado con una brizna de paja en la mano.
-He conseguido levantar esta pajita, así que te ayudaré- dijo muy serio.
Y, sin mirar atrás, se encaminaron hacia la oscuridad de las gigantescas viñas. Entonces oyeron un llanto, y descubrieron a Linda Corneta arrodillada frente a la puerta.
-¡No vayáis o moriréis! ¡No vayáis, por favor! ¡Tomad al menos uno de mis dulces!
Rom fue hasta ella y cogió el dulce, acariciándole la rizada melena. Así se despidió, entrando seguidamente en el angosto y maloliente túnel de ramas de viña. Cargavilla le esperaba, mirando alrededor con temblor en las rodillas y pasándose la mano por la nuca una y otra vez.
-¿Están buenos estos dulces?- preguntó Rom.
-Son tan pesados que se te pega la lengua al paladar.
Sonrieron unos instantes y, poco después, avanzaron muy juntos por el túnel. El aire era pesado y cada vez veían menos, pues el tapiz de hojas gigantes expulsaba la luz del sol. De pronto sonó un crujido agudo y terrible, y Cargavilla se abrazó a Rom.
-Tranquilo, sólo es una rama mecida por el viento.
Siguieron caminando por el túnel oscuro, que se estrechaba con rapidez. Ya no podían ir el uno junto al otro, así que decidieron que Cargavilla iría delante, porque conocía las tierras. Hubo otros crujidos, y el temblor del joven hobbit aumentaba a cada paso. Cuernadura le seguía ahora encorvado, pues el techo de nudos y hojas estaba ya demasiado bajo. El aire era plomizo y agobiante, haciendo que se sintieran aprisionados por una fuerza extraña y peligrosa. Entonces, algo se enrolló en la muñeca de Cargavilla y tiró de él a toda velocidad.
-¡Es una rama! ¡Me ha atrapado! ¡Socorro!- y desapareció en la oscuridad.
Rom gateó hacia allí, adentrándose en la espesura. Podía oír los gritos de Cargavilla y los crujidos de las ramas abriéndose paso entre la maleza. La tierra húmeda se le pegaba en las manos y en la ropa cuando, de pronto, se arañó en la cara. Respiraba con fuerza, pesadamente, en el momento que una nubecilla se formó frente a él. Hacía un frío terrible y empezó a sentirse muy cansado, perdiendo fuerza en los brazos; así, poco a poco, cayó dormido como un saco de tabaco.
Cuando despertó estaba atado con rizos de madera, tumbado sobre un tapiz de hierba amoratada, y Cargavilla estaba a su lado tan sujeto como él. El sol se despidió del día con sus últimos rayos y temieron que la noche les cayera en aquel terrible lugar.
-Estamos en la casa de Él –dijo Cargavilla.
-¿Quién es Él?- preguntó Rom con las cejas arrugadas.
-El Señor de la Viña… -titubeó Cargavilla-. No se lo había contado a nadie… Pero la última vez que vine a intentar deshacerme de las plantas malignas, me echó de aquí, jurando que me transformaría en uvas si volvía… ¡Me va a convertir en un racimo!
Al cabo, cuando el hobbit se hubo tranquilizado, oyeron una gran y profunda risa, tan maligna como atrayente. De entre el límite del claro salió de pronto una criatura nudosa y arrugada, no más grande que una cepa, que caminaba hacia ellos. Era casi tan pequeña como un hobbit y, sin embargo, su voz era grave como la de un enorme árbol.
-Así que el entrometido ha vuelto a mis tierras… -hablaba muy despacio, como pensando todo antes de decirlo-. Y se ha traído un amigo metomentodo. ¡Este año habrá vendimia de hobbits!
Y estalló en carcajadas. Abría la extraña boca, oscura y retorcida como el hueco de un búho; Cargavilla tuvo tanto miedo que supo que no volvería a dormir la siesta jamás. Sin embargo, Rom se deshizo de sus ataduras y corrió repentinamente hacia el Señor de la Viña, empujado por un valor irracional.
-¡Oh, un metomentodo correveidile! ¡Te convertiré en un racimo!- y empezó a canturrear con su voz misteriosa.
De la tierra de dónde nace,
la vid no se hace,
sino que crece con el gaje,
de cargar mucho equipaje.
Yo, Señor de la Viña,
te transformaré en cepa,
para que así nadie sepa…
Entonces, Rom lanzó el dulce de higos que Linda le había dado y fue a parar a la boca de la criatura, que se atragantó y dejó de recitar el sortilegio. Empezó a toser y retorcerse, pareciendo confuso mientras se llevaba las ramas al terrible agujero. Cuernadura sacó su pequeño pedernal y lo golpeó, pero no pudo encender la hierba amoratada, pues estaba húmeda. Miró a su alrededor, buscando una brizna seca, pero no encontró ninguna. Tenía que quemar a esa criatura maligna.
-¡Coge mi pajita!- gritó Cargavilla.
Rom la cogió, golpeó el pedernal y consiguió prenderla. El Señor de la Viña seguía retorciéndose, elevando un sonido gutural, como cuando uno sale del río casi ahogado. Su tronco vibraba y las ramas se contorsionaban creando extrañas formas. Rom cubrió la pajita con una mano y fue hasta él, acercando la llama a la criatura que, poco a poco, fue prendiendo.
Una vez tuvo fuego se consumió entre gritos de dolor y miedo, desplegando a su alrededor una especie de vino agrio y maloliente. Rom soltó las ligaduras de Cargavilla, ayudándole a ponerse en pie. Justo en ese momento anocheció repentinamente, apareciendo una luna redonda y grande que daba casi tanta luz como el sol.
El viñedo empezó a transformarse. Primero, las plantas se contraían hasta hacerse diminutas, y después estallaban en una nube de cenizas blancas. De este modo fueron desapareciendo todas, hasta que el enorme viñedo se secó y por fin todos entendieron el nombre de Viñaseca.
En la villa se celebró la fiesta de la Vendimia, pero fue por partida doble, porque ahora también se celebraría la Viñasecada. Y así, Rom Cuernadura se instaló en Viñaseca, plantando en las tierras un nuevo tabaco que hizo la competencia a Corneta. Era una variedad que tenía un grato aroma a vino añejo, y la llamaron Hoja de Viña.
Cargavilla volvió a ser el hobbit más fuerte de Valle Largo, pues había recuperado la confianza en sí mismo, y cuando no compartía largas pipas con Rom Cuernadura, daba espectáculos de levantamiento de carros en la plazoleta de la villa. Por su parte, Rom Cuernadura solucionó sus diferencias comerciales con los Corneta pidiendo la mano de Linda. Así pues, la primavera siguiente se celebró la boda más grande que se recuerda en la Cuaderna Sur, acudiendo hobbits de todos los lugares, incluso un gran número de parientes rubicundos de Rom, que eran grandes bebedores de cerveza. De aquella fiesta se recuerda la extraña sobriedad de Ramaviva, y todavía flota en el ambiente el olor a Hoja de Viña que se pudo fumar. Y, pese a que todo el mundo había olvidado al desafortunado Will Viñaseca, nadie podría olvidar al ingenioso Cuernadura.
Todo el mundo en Valle Largo conocía el problema invasor, pero nadie se atrevía a adentrarse hasta lo más profundo de las tierras de Viñaseca, pues se decía que hasta los cuervos evitaban volar por sus campos. Incluso Cargavilla había renunciado a ser el hobbit más fuerte, pues tenía miedo de las viñas embrujadas del viejo W… Será mejor no pronunciar su nombre.
Cuando llegó la Venidimia, el sol era cada vez más perezoso, pues el verano se despedía de la Comarca. En Valle Largo había muchas fiestas a lo largo del año: la de Siembra Alegre, la de Arado Corto, la de Vendimia, la de Recolección de la Hoja y otras muchas más, en las que toda la población de la comarca acudía a la villa para el júbilo y el almuerzo. Sin embargo, todas las celebraciones acababan de la misma manera: batalla de dulces entre los Corneta y los Fagot, los más importantes productores de tabaco de toda la Cuaderna Sur y, en el fondo, enemigos amistosos.
Ese otoño, el verdor intenso y brillante de los campos daba paso a los más divertidos colores: marrón cuero, ocre dulzón, anaranjado zanahoria, castaño peloso y amarillento fumoso salpicando los árboles y hierbas de todo el valle. Los campos de tabaco estaban ahora peinados por los arados, y el aroma de la curación de la hoja perfumaba la aldea como si todos los habitantes hubieran decidido fumar picadura de los Corneta.
Y es justo hablar de los Corneta porque, frente a su gran agujero hobbit, habían instalado un gran catabaco. Los catabacos no son muy conocidos fuera de Valle Largo, aunque Polo Ramaviva dijo haber encontrado uno en la Cuaderna Este. Sin embargo, la opinión de Ramaviva era poco apreciada, pues nació borracho y sólo estaba sobrio durante el sueño. En el catabaco de los Corneta se podía catar su precioso tabaco, y por eso estaba siempre lleno. Allí se reunían los Ganatuerca y los Sacamanta, los Cargavilla y algunos otros aficionados a la Hoja Valle Largo, la Hoja Viejo Toby, o la más delicada y afrutada, la Estrella Sureña, especialidad de los Corneta y apreciada más allá de los confines de la Comarca.
Durante la última Fiesta de la Vendimia, el catabaco estaba siempre a rebosar; sobre él flotaba una nube de hilillos azulados y blanquecinos, atravesada de vez en cuando por los gorriones que acudían a picotear los frutos de la higuera que daba sombra al fumadero. Y fue en una de esas interminables tardes de cata, con el sol calentando las piernas estiradas sobre la mesa, cuando apareció el extranjero preguntando por Viñaseca. Torno Ganatuerca discutía con Cargavilla el Viejo sobre la naturaleza del gorrión de campo a diferencia del de villa.
-Para mí, querido Torno, que el gorrión de villa es mucho más listo que el de campo- dijo tras exhalar una gran nube.
-¡Difiero! –gritó el Ganatuerca. Tenía una curiosa manera de hablar, como si el enfado por lo de su última carreta extraviada no fuera a desaparecer nunca. Gruñía como un perro con una rama atada a la cola.
-Argumente, apreciado Torno, argumente– Cargavilla, casi tan grande como dos Ganatuercas, aspiró de su larga pipa cerrando los ojos.
-Los gorriones de campo son mucho más listos porque yo lo digo - asintió y sonrió, completamente satisfecho.
-¡Oh vaya! Todo un argumento de autoridad- y guiñó un ojo.
El resto de hobbits estallaron en carcajadas y alegrías. Poco después, Linda Corneta, la hija menor de los tabaqueros, apareció con una bandeja cargada de dulces y té.
-Un obsequio familiar -dijo con una sonrisa-. Pero que sepáis, que los dulces los he hecho yo.
Dejó la bandeja en el centro de la mesa de madera, y cuando daba comienzo la batalla por el dulce de higos, apareció el extranjero. Se quitó la capucha y todos vieron que era un gran hobbit peloso, alto y rubio, con los brazos tan largos que se diría que podría andar con ellos. Tenía una mirada extraña, entre amistosa y al acecho, y cuando habló todos quedaron maravillados.
-Buenas tardes, buenos amigos. ¿Es éste lugar Valle Largo?- parecía cantar en lugar de hablar, y a Linda se le cayó la bandeja vacía de las manos. Transcurrieron unos instantes en que sólo se oía el canturreo de los gorriones, hasta que por fin Cargavilla el Viejo tomó la palabra.
-Buenas tardes os sean dadas, noble viajero. Y bienvenido a Valle Largo –carraspeó como un toro-. ¿Qué os trae por aquí?
-El azar y la fortuna, pues vengo a instalarme en vuestra bonita villa- y sonrió. Linda estaba entre fascinada y asustada, se arregló el pelo con prisa y se escondió tras la puerta del agujero de los Corneta.
-Doble bienvenida, entonces. ¿Y dónde os instalaréis?- El extranjero pensó que la naturaleza curiosa de los hobbits era mucho más acentuada en el sur.
-En Viñaseca- y metió los pulgares en el cinturón.
Al principio, hasta los gorriones callaron y miraron con descaro al forastero. Ni siquiera el viento movió una hoja o hizo crujir una rama. Cargavilla deglutió con sonoridad y Ganatuerca perdió el habla.
-¿Qué ocurre?- preguntó.
El rostro de Cargavilla se ensombreció y lanzó una funesta mirada al resto de contertulios. Entonces, el extranjero volvió a hablar.
-He oído lo del embrujo, si es eso lo que les preocupa. Pero por eso mismo he venido. Me llamo Rom Cuernadura, y conocí al viejo Will…
-¡Ooh!- exclamaron todos.
-¡Ha dicho el nombre!- se alarmó Ganatuerca.
-Como les relataba –ahora les parecía que el forastero era frío y distante pese a su manera de hablar, y que evitaba la seriedad tan propia de una palabra proscrita-, conocí al viejo Viñaseca durante el invierno pasado. Me contó su historia y me dijo que si era capaz de desembrujar las tierras, serían mías. Y a eso he venido.
-¡Está loco! ¡Nadie se adentra en los campos de Viñaseca, están malditos!- gritó Ganatuerca. Pero Cargavilla le miró bajo sus espesas cejas y le hizo callar con la mano.
-Mi hijo trató de luchar contra ese embrujo –dijo con seriedad-. Antes era el hobbit más fuerte de todo Valle Largo, y ahora… No tiene fuerzas ni para levantar una brizna de paja.
Rom asintió, sonrió y dio las gracias mientras se iba trotando camino abajo, hacia las tierras de Viñaseca. Mucho antes de que cruzase el puente la noticia se había propagado por toda la villa, y las gentes acudían en tropel tras el desventurado Cuernadura.
-¡Está loco!- dijo alguien.
-Es una pena que tenga tan poco aprecio por su vida, se ve guapo- comentó la anciana Rosafresca.
-¡Llamad a Cargavilla¡ ¡Que venga Cargavilla!- gritaban otros.
Cuando llegaron al límite de los campos de Viñaseca, la mayoría lanzaron bendiciones al aire, exclamaban asustados y se escondían detrás de los árboles, desde donde observaban el muro de piedras que el joven Cargavilla había construido para contener la plaga de viñas. Sin embargo, sobre las piedras resquebrajadas se podían ver las ramas retorcidas, con formas tan espeluznantes como violentas, y el antiguo gris de la roca era ahora un verde mohoso y húmedo.
Cuernadura, que hacía honor y gala de su apellido, se detuvo frente a la puerta y miró hacia atrás, sonriendo a los temerosos habitantes de Valle Largo. No sabían que él se había enfrentado a cosas peores en los bosques, como enormes lobos y árboles vivos, y también ignoraban que, mucho tiempo atrás, los Cuernadura habían sido una de las familias más importantes de la Cuaderna del Norte, en las tierras frías y duras que lindaban con las montañas de los enanos.
En ese momento apareció Cargavilla el joven, corriendo desbocado con una brizna de paja en la mano.
-He conseguido levantar esta pajita, así que te ayudaré- dijo muy serio.
Y, sin mirar atrás, se encaminaron hacia la oscuridad de las gigantescas viñas. Entonces oyeron un llanto, y descubrieron a Linda Corneta arrodillada frente a la puerta.
-¡No vayáis o moriréis! ¡No vayáis, por favor! ¡Tomad al menos uno de mis dulces!
Rom fue hasta ella y cogió el dulce, acariciándole la rizada melena. Así se despidió, entrando seguidamente en el angosto y maloliente túnel de ramas de viña. Cargavilla le esperaba, mirando alrededor con temblor en las rodillas y pasándose la mano por la nuca una y otra vez.
-¿Están buenos estos dulces?- preguntó Rom.
-Son tan pesados que se te pega la lengua al paladar.
Sonrieron unos instantes y, poco después, avanzaron muy juntos por el túnel. El aire era pesado y cada vez veían menos, pues el tapiz de hojas gigantes expulsaba la luz del sol. De pronto sonó un crujido agudo y terrible, y Cargavilla se abrazó a Rom.
-Tranquilo, sólo es una rama mecida por el viento.
Siguieron caminando por el túnel oscuro, que se estrechaba con rapidez. Ya no podían ir el uno junto al otro, así que decidieron que Cargavilla iría delante, porque conocía las tierras. Hubo otros crujidos, y el temblor del joven hobbit aumentaba a cada paso. Cuernadura le seguía ahora encorvado, pues el techo de nudos y hojas estaba ya demasiado bajo. El aire era plomizo y agobiante, haciendo que se sintieran aprisionados por una fuerza extraña y peligrosa. Entonces, algo se enrolló en la muñeca de Cargavilla y tiró de él a toda velocidad.
-¡Es una rama! ¡Me ha atrapado! ¡Socorro!- y desapareció en la oscuridad.
Rom gateó hacia allí, adentrándose en la espesura. Podía oír los gritos de Cargavilla y los crujidos de las ramas abriéndose paso entre la maleza. La tierra húmeda se le pegaba en las manos y en la ropa cuando, de pronto, se arañó en la cara. Respiraba con fuerza, pesadamente, en el momento que una nubecilla se formó frente a él. Hacía un frío terrible y empezó a sentirse muy cansado, perdiendo fuerza en los brazos; así, poco a poco, cayó dormido como un saco de tabaco.
Cuando despertó estaba atado con rizos de madera, tumbado sobre un tapiz de hierba amoratada, y Cargavilla estaba a su lado tan sujeto como él. El sol se despidió del día con sus últimos rayos y temieron que la noche les cayera en aquel terrible lugar.
-Estamos en la casa de Él –dijo Cargavilla.
-¿Quién es Él?- preguntó Rom con las cejas arrugadas.
-El Señor de la Viña… -titubeó Cargavilla-. No se lo había contado a nadie… Pero la última vez que vine a intentar deshacerme de las plantas malignas, me echó de aquí, jurando que me transformaría en uvas si volvía… ¡Me va a convertir en un racimo!
Al cabo, cuando el hobbit se hubo tranquilizado, oyeron una gran y profunda risa, tan maligna como atrayente. De entre el límite del claro salió de pronto una criatura nudosa y arrugada, no más grande que una cepa, que caminaba hacia ellos. Era casi tan pequeña como un hobbit y, sin embargo, su voz era grave como la de un enorme árbol.
-Así que el entrometido ha vuelto a mis tierras… -hablaba muy despacio, como pensando todo antes de decirlo-. Y se ha traído un amigo metomentodo. ¡Este año habrá vendimia de hobbits!
Y estalló en carcajadas. Abría la extraña boca, oscura y retorcida como el hueco de un búho; Cargavilla tuvo tanto miedo que supo que no volvería a dormir la siesta jamás. Sin embargo, Rom se deshizo de sus ataduras y corrió repentinamente hacia el Señor de la Viña, empujado por un valor irracional.
-¡Oh, un metomentodo correveidile! ¡Te convertiré en un racimo!- y empezó a canturrear con su voz misteriosa.
De la tierra de dónde nace,
la vid no se hace,
sino que crece con el gaje,
de cargar mucho equipaje.
Yo, Señor de la Viña,
te transformaré en cepa,
para que así nadie sepa…
Entonces, Rom lanzó el dulce de higos que Linda le había dado y fue a parar a la boca de la criatura, que se atragantó y dejó de recitar el sortilegio. Empezó a toser y retorcerse, pareciendo confuso mientras se llevaba las ramas al terrible agujero. Cuernadura sacó su pequeño pedernal y lo golpeó, pero no pudo encender la hierba amoratada, pues estaba húmeda. Miró a su alrededor, buscando una brizna seca, pero no encontró ninguna. Tenía que quemar a esa criatura maligna.
-¡Coge mi pajita!- gritó Cargavilla.
Rom la cogió, golpeó el pedernal y consiguió prenderla. El Señor de la Viña seguía retorciéndose, elevando un sonido gutural, como cuando uno sale del río casi ahogado. Su tronco vibraba y las ramas se contorsionaban creando extrañas formas. Rom cubrió la pajita con una mano y fue hasta él, acercando la llama a la criatura que, poco a poco, fue prendiendo.
Una vez tuvo fuego se consumió entre gritos de dolor y miedo, desplegando a su alrededor una especie de vino agrio y maloliente. Rom soltó las ligaduras de Cargavilla, ayudándole a ponerse en pie. Justo en ese momento anocheció repentinamente, apareciendo una luna redonda y grande que daba casi tanta luz como el sol.
El viñedo empezó a transformarse. Primero, las plantas se contraían hasta hacerse diminutas, y después estallaban en una nube de cenizas blancas. De este modo fueron desapareciendo todas, hasta que el enorme viñedo se secó y por fin todos entendieron el nombre de Viñaseca.
En la villa se celebró la fiesta de la Vendimia, pero fue por partida doble, porque ahora también se celebraría la Viñasecada. Y así, Rom Cuernadura se instaló en Viñaseca, plantando en las tierras un nuevo tabaco que hizo la competencia a Corneta. Era una variedad que tenía un grato aroma a vino añejo, y la llamaron Hoja de Viña.
Cargavilla volvió a ser el hobbit más fuerte de Valle Largo, pues había recuperado la confianza en sí mismo, y cuando no compartía largas pipas con Rom Cuernadura, daba espectáculos de levantamiento de carros en la plazoleta de la villa. Por su parte, Rom Cuernadura solucionó sus diferencias comerciales con los Corneta pidiendo la mano de Linda. Así pues, la primavera siguiente se celebró la boda más grande que se recuerda en la Cuaderna Sur, acudiendo hobbits de todos los lugares, incluso un gran número de parientes rubicundos de Rom, que eran grandes bebedores de cerveza. De aquella fiesta se recuerda la extraña sobriedad de Ramaviva, y todavía flota en el ambiente el olor a Hoja de Viña que se pudo fumar. Y, pese a que todo el mundo había olvidado al desafortunado Will Viñaseca, nadie podría olvidar al ingenioso Cuernadura.