La doncella de Isengard
Haruka Stargazer nos envía los dos primeros capítulos (de un total de 10) de su fanfic. "Solo quiero compartirlo con vosotros. Gracias. Haruka."

PROLOGO

Como bien es sabido, los Istari fueron enviados a la Tierra Media por los Valar, con la misión de guiar a los Pueblos Libres en su lucha contra Sauron.  La tradición da a conocer que fueron cinco: Allatar y Pallando, los Magos Azules; Radagast, el Pardo; Saruman, el líder del Concilio Blanco; y Gandalf, el Gris.

Sin embargo, poco o nada se sabe acerca de la existencia de una Istari conocida en la Tierra Media como la doncella de Isengard, una hechicera que formó parte de la Compañía del Anillo.  Bueno, no era una Istari realmente, pues era una mujer mortal, heredera del noble linaje de senescales de Gondor, poseedora de los mismos conocimientos de los Istari, por haber sido aprendiz del Mago Blanco Saruman, antes de que éste fuera corrompido por el Anillo Unico, cuyas hazañas se resumen en este inédito relato recopilado por Parfet Blackmoon, ése es mi nombre, fiel servidora de la reina de Saillune.

Todo lo que aquí se relata lo hube escuchado de la propia doncella durante sus últimos días en Saillune; desde luego omitiré los detalles de la guerra del anillo por ser del conocimiento de todos, y me centraré sin más preámbulos en la fugaz aparición de la hasta entonces desconocida hechicera de Isengard.



CAPITULO I

UN ENCUENTRO INESPERADO

"Se eleva el humo de la Montaña del Destino, y Gandalf el Gris cabalga a Isengard para pedirme un consejo…"

"La ciudad en llamas, devorada por un fuego desconocido, cayendo en la más profunda oscuridad, aquella que proviene de la rendición de un corazón al que ya no le quedan más esperanzas."

Una visión que había tenido desde mucho antes de saber que era, desde niña, un funesto presagio que la acompañaba a medida que crecía e iba comprendiendo las cosas que traen los años.  Cada vez más nítida en su memoria, desgarradora y cruel, sangre y llamas, muerte y dolor en la ciudad blanca.  Pero había algo más, en medio de aquella horrorosa masacre un desconocido vestido de blanco aparecía como una revelación, como el portador de una lejana esperanza, el jinete blanco llegaba siempre, aunque nunca pudo distinguir quien era.  Su lugar no era ése, ella lo sabía aunque había nacido y crecido allí y fué esa decisión la que la hizo enfrentarse a su propio tío, el senescal de Gondor.

Había sido criada por Denethor, como una hija más desde la muerte de sus padres cuando apenas tenía dos años, no era una mujer como las demás, tenía una especial clarividencia, el futuro se revelaba ante sus ojos a veces como una suave brisa inmediata; pero otras, atroz y desgarrador como una agonía dejándole a ella una inquietud insondable y un sedimento de angustia en el corazón.

Lord Denethor la observaba con su mirada seria e impasible al igual que Boromir y Faramir quien con sólo trece años aún no entendía el motivo de Milerna para dejar la ciudad donde había crecido.

- Padre no puedes permitir que se vaya, sería un gran desatino, después de todo es tu sobrina, la hija de tu hermano - Boromir trataba de convencer a su padre de detenerla, pero el orgulloso corazón de Denethor  era inmune a sus advertencias.

- No hay nada mas que decir, si ha elegido el exilio pues que así sea - concluyó.

Milerna salió del castillo, Boromir la siguió ignorando las órdenes de su padre de no intervenir.  Al estar cerca de ella, él tomó sus manos entre las suyas:

- Milerna, sabes que no entiendo porqué te empeñas en alejarte de nosotros, pero es tu decisión y la respeto. Una razón muy poderosa debes tener para hacerlo.  Sólo recuerda que en mí tendrás siempre un amigo, un hermano si quieres.  ¡Que Ilúvatar ilumine tu camino querida prima y le dé por fin un poco de paz a tu noble corazón!

Ambos se miraron a los ojos por un instante, Milerna admiraba profundamente al joven Boromir; aunque en cierto modo era orgulloso como su padre, también era noble y comprensivo y era el único que conocía la inquietud que abordaba su corazón.  Por toda respuesta Milerna le dedicó una sonrisa, luego bajó la mirada y avanzó decidida y sin mirar atrás.

Rayo Azul la esperaba impaciente, la joven acarició el hermoso corcel de azulados reflejos que refulgían aún más durante la noche.  Salió de Minas Tirith con la incertidumbre de un destino desconocido.  Aún no sabía adonde iría pero su corazón tal vez podría guiarla hacia el camino que buscaba, quería respuestas y se prometió a sí misma con una firme determinación  que si  había alguna manera de evitar aquel presagio lo intentaría, al precio que fuera.  Deseaba de todo corazón encontrar al jinete blanco, pues estaba convencida de que solo él podría explicarle el significado de aquellas visiones.  Pero, ¿dónde encontrarlo?. No importaba ya, tal vez aislada del mundo recibiría la respuesta que esperaba.

Se detuvo de pronto volviendo la mirada hacia la ciudad que la vio crecer.  Allí estaba, imponente y majestuosa, dominando la llanura como una aguja resplandeciente de plata y cristal, la torre de Ecthelion, la torre blanca.  La miró por última vez, ignoraba si  volvería algún día; volvió el rostro hacia el sendero, una lágrima rebelde rodó por su mejilla, sobreponiéndose cabalgó rápidamente tratando de atenuar los latidos de su propio corazón.

Se internó en el bosque, iba absorta en sus propios pensamientos, a veces deseaba no conocer el final de las cosas, no tenía el control sobre sus premoniciones, y éstas asaltaban su mente repentinamente y sin proponérselo y ya todo eso le causaba una terrible agonía.

Rayo Azul se asustó, se detuvo bruscamente, Milerna tuvo que sujetarse súbitamente para no caer hasta que pudo tranquilizar al corcel.  No había visto al hombre que apareció ante ella como surgido de la nada, vestido de blanco y con la mirada apacible y serena de aquellos que han adquirido la sabiduría.  Tenía los ojos negros como una noche sin luna, profundos y clarividentes, el cabello blanco tenía una tonalidad de plata bajo la tenue luz del amanecer, y el rostro revelaba las marcas del paso de muchos años; estaba rodeado por un aura de majestuosidad y en su serena expresión se advertía un discernimiento sin límites.

- No fue mi intención agredirlo mi señor, le ruego me disculpe, fue una imprudencia de mi parte -se excusó la doncella.

- Es un buen día para cabalgar aun cuando no se sabe adonde ir… -respondió impasible el desconocido.

La doncella se sintió sobrecogida por un súbito temor ¿Que sabía aquel hombre de la incertidumbre que la aquejaba?

- ¿Quién eres? - le preguntó

- Me llaman Saruman el Blanco y conozco el dolor que aflige tu corazón, fuiste bendecida con un don especial, pero no todas las personas pueden entenderlo, posees la clarividencia y el poder de sanar, pero aún no sabes como utilizar ese poder ¿no es así?

Milerna comprendió que aquel hombre era un Istari y al igual que ella tenía el don de la profecía y tuvo la certeza de que sin duda era él el jinete blanco que aparecía en sus visiones.  Milerna bajó del caballo y se arrodilló ante Saruman suplicante:

- Acépteme mi señor, como su aprendiz, me pongo a su servicio a partir de ahora.

Sus oscuros ojos la miraron fijamente, el mago por toda respuesta le tendió la mano, ella la tomó y sintió un estremecimiento repentino como si lo conociera desde siempre; estaba convencida por fin de que aquél era su destino, pues la experiencia le había enseñado, a pesar de su juventud, que nada en la vida ocurre por casualidad.

Y así Milerna se convirtió en el aprendiz de Saruman quien la acogió como una hija, con el tiempo se convertiría en una de las más poderosas hechiceras de la Tierra Media, sin importar su origen humano y se haría conocida desde entonces con el nombre que ella misma se inventó:

Milerna, la Bruja Azul.



CAPITULO II

EL HOBBIT Y LA MAGA AZUL

"Era joven y al mismo tiempo no lo era, pues aunque la escarcha no había tocado las trenzas de pelo sombrío y los brazos blancos y el rostro claro eran tersos y sin defecto y la luz de las estrellas le brillara en los ojos, grises como una noche sin nubes, había en ella verdadera majestad, y la mirada revelaba conocimiento y sabiduría, como si hubiera visto todas las cosas que traen los años..."

Habían dejado atrás Rivendel y se encontraban ahora en el bosque de Avallon.  Todo estaba en calma, una calma inquietante y cargada de malos presagios.  El silencio reinaba en la diáfana claridad del mediodía.  Pero Legolas no estaba tranquilo, había afilado sus oídos, y percibía un rumor siniestro en el aire como la cercanía de un ejército a punto de atacar.

En efecto, alguien se acercaba, no sólo los orcos estaban a punto de alcanzarlos; mas allá, un jinete misterioso venía en camino, montado en un corcel de azules reflejos que corría raudamente abriéndose paso entre la apremiante espesura del bosque.

Gandalf descansaba mientras Merry y Pippin relataban viejas anécdotas, Aragorn y Boromir recordaban su ciudad pensando en el lejano día que volverían a ella.  De pronto Legolas los vió; los orcos los habían seguido desde Rivendel siguiendo las  órdenes de Saruman, pronto se vieron rodeados por todas partes.  Aragorn, Legolas y Boromir se dispusieron a enfrentarlos para que los demás pudieran escapar.  Desafortunadamente esto no fue posible, el ataque coordinado de los orcos les impidió intentarlo siquiera, no había otra opción más que luchar.  Pippin y Merry no esperaron más y sintieron nacer en su corazón un furor desconocido y fueron contra sus enemigos aún cuando Gandalf trataba de detenerlos.  Sin darse cuenta Pippin se vió rodeado por los orcos, pero aún así no se dio por vencido defendiéndose con una inusitada valentía.  Sin embargo uno de ellos lo tomó desprevenido asestándole un violento golpe que lo hizo soltar la espada y quedar acorralado, Merry se volvió a mirar a su amigo:

- ¡Pippin! ¡Cuidado! -iba ya hacia su aterrorizado primo pero fue detenido por dos orcos goahul que no le permitieron avanzar más, pero afortunadamente Boromir estaba atento y fué en su ayuda.

Pippin creía que su hora había llegado cuando un orco arrojó con gran furia su espada hacia él, cerró los ojos fuertemente ante la mirada atónita de Merry.  Y allí inmerso en la oscuridad de la incertidumbre, envuelto en un silencio que parecía eterno esperó.  Pero algo ocurrió, el goahul fué derribado por un extraño jinete que surgió de repente sin ser advertido por nadie, dió muerte también a los demás orcos que se aproximaron con la inequívoca intención de derribarlo.

Cuando el hobbit abrió los ojos intrigado por la certeza de que seguía con vida pudo ver al extraño vestido de azul y aunque no conseguía  verle el rostro se sintió sobrecogido por una repentina sensación.  Había algo en él que le despertó una fascinación instantánea y un vago temor; más aún cuando el desconocido se acercó y lo levantó bruscamente del suelo sin darle tiempo de reaccionar.  El jinete se dió a la fuga llevándose consigo a Pippin siendo perseguido por un grupo de enfurecidos orcos, uno de ellos lanzó un grito aterrador como dando aviso a los que se encontraban mas adelante.  Los últimos goahul se perdieron en la densa espesura del bosque al verse derrotados.

Cabizbajo y echando de menos a su primo, Merry se culpaba a sí mismo por lo ocurrido y le preocupaba la suerte de Pippin. Gandalf se acercó:

- Lo encontraremos, después de todo, no puede haber ido muy lejos.

El jinete avanzaba rápidamente, el hobbit no entendía lo que estaba ocurriendo.  Al llegar aun claro del bosque el corcel se detuvo, ¿acaso pensaba regresar?, parecía haber perdido el rastro de sus enemigos, cuando sorpresivamente los orcos emergieron del bosque cerrándole el paso.  El jinete misterioso se vió completamente rodeado y tuvo que retroceder hasta quedar de espaldas a una gruta, entonces ocurrió.  Se volvió hacia ellos y los miró fijamente, en un segundo que parecía una eternidad los goahul apuntaron sus flechas dispuestos a disparar.

Un profundo silencio surgió de pronto y el asustado hobbit pudo divisar, casi sin poder creerlo, el resplandor de una muralla transparente que surgió de la nada entre ellos y los orcos al conjuro de la voz melodiosa de una mujer que pronunció una frase ininteligible al mismo tiempo que las flechas salieron raudas y ávidas de alcanzarlos.  Aunque el temor lo envolvía una vez más permaneció con la mirada fija hacia el frente y pudo ver las flechas aproximarse hacia ellos con un impulso irrefrenable.  Pero fueron inesperadamente repelidas por una pared invisible que las devolvió en sentido contrario atravesando a aquellos que las habían lanzado.

Ninguno de ellos quedo en pie, Pippin estaba maravillado por lo ocurrido ¿acaso fué su imaginación? pensó por un momento.  Nunca había visto algo parecido.  La muralla se desvaneció ante sus ojos dejando brillantes destellos de polvo dorado a su alrededor y el silencio recorrió el bosque, un silencio que sólo fue interrumpido por las palabras casi imperceptibles de la doncella:

- Eso fue todo.  Ya el peligro pasó…

Sólo así Pippin se dió cuenta que el jinete misterioso era en realidad una mujer, una hechicera, pero aún no entendía porque le había salvado la vida.

Continuaron a través del bosque lentamente.  El joven se preguntaba quien sería ella, su cercanía lo turbaba, sentía que su corazón latía mas fuerte a cada momento, pero no podía articular palabra alguna, el miedo lo tenia casi paralizado.  Se detuvieron cerca a un manantial.  La doncella bajó del caballo.  Sólo entonces Pippin pudo verla.  Bajo el manto azul se notaba su cabello rojizo, el rostro terso enmarcado por dos ojos del color del ámbar, su esbelta figura, sus delgadas y gráciles manos acariciando al corcel que bebía ávidamente del cristalino estanque y su sonrisa casi infantil que iluminaba su cara.  De pronto la doncella levantó la vista hacia el hobbit y lo miró fijamente, Pippin se sintió avergonzado por la sensación de que ella se había dado cuenta que la estaba mirando y se ruborizo súbitamente.

- Será mejor que busquemos un lugar donde dormir, pronto va a anochecer -le dijo ella con una voz que mas parecía un susurro.

Caminaba en silencio al lado de la doncella quien llevaba al corcel por las riendas, ya no sentía ningún miedo, tal  vez algo de inquietud y por fin se decidió a preguntarle quien era.  Pippin se detuvo de pronto, la doncella se volvió hacia él intrigada:

- ¿Qué sucede?

- Aun no me ha dicho su nombre, mi señora… - preguntó el hobbit con voz trémula.

Ella lo miró sonriente y el hobbit se sintió de nuevo cautivado por su apariencia espectral y su aura de ensueño; una hechicera pensó, no era para menos.

- Mi nombre es Milerna, pero todos me conocen como la Bruja Azul.

Había una gran gruta al lado del camino, de espaldas a una escarpada colina, la usarían como refugio para protegerse de la noche y el frío.  Pippin sintió un silencio opresivo, no se atrevía a hablar y solamente se limitaba a seguir a Milerna; quien adelantándose se adentró en la gruta mientras el hobbit sujetaba por las riendas al manso corcel, tan sólo por precaución pues Rayo Azul no se separaría de su dueña por nada del mundo.

- ¡Entra! -le dijo la joven- Nos quedaremos aquí hasta el amanecer, a primera hora retomaremos el camino.

El hobbit se sobresaltó al escuchar su voz, bajó la mirada para no tropezar con los ojos de ella, tan profundos y misteriosos que parecían atravesar el alma de quien los veía fijamente.  Aquella muchacha irradiaba una calidez especial y cautivaba con su sola presencia, pensó que debía ser una princesa, por la gracia y elegancia con que se movía y hablaba, y sus ademanes investidos de una autoridad legítima.

Su sereno rostro transmitía tanta paz, era tan bella, pensó, tan encantadora, pero se sobrepuso al instante apenado por el rumbo que habían tomado sus pensamientos.

Dentro de la gruta no se sentía el frío de la noche; había un manantial subterráneo cuyas cristalinas aguas se escurrían entre las piedras.  Milerna juntó algunas ramas para hacer una fogata:

- Yo me encargaré mi señora -se apresuró a decir el hobbit- déjeme a mí hacer el trabajo duro.

Se disponía ya a golpear dos guijarros para encenderla, pero ella se acercó y tomó sus pequeñas manos deteniéndolo.  Pippin la miró intrigado, ella movió la cabeza y miró fijamente las secas ramas apiladas.  Su mirada se hizo más profunda, al asustado hobbit le pareció que destellaban por momentos aquellos ojos del color del topacio; hasta que ocurrió: una chispa brotó inesperadamente de las ramas y la hoguera se prendió por sí sola.  Pippin se asustó tanto que cayó de espaldas; pero se sobrepuso de inmediato, recordó que ella era una hechicera y sonrió algo apenado por su propia torpeza.

Milerna permanecía sentada cerca del manantial, el hobbit la observaba fingiendo dormir, parecía una sombra azul en la penumbra de la noche.  Su tez blanca resplandecía a la tenue luz  de la hoguera y le daba una apariencia casi fantasmal, se había quitado el manto y Pippin pudo ver su cabello largo, rojo y sedoso cayendo sobre sus blancos hombros descubiertos.  Miraba fijamente la caída del agua cristalina y fresca, el hobbit había notado una tristeza misteriosa en sus ojos y se preguntaba qué motivos secretos podían conturbar así el alma de una muchacha tan joven.

- Duérmete ya, pequeño hobbit -le dijo ella con la voz apagada- No pensarás pasar la noche en vela, aprovecha ahora que todo está en calma, porque llegará el día en que hasta el sueño huirá de tus ojos.

Pippin no entendió lo que ella quiso decir pero obedeció y cerró los ojos.  El sonido de la lluvia se escuchaba levemente y se confundía por momentos con el fluir incesante del manantial.  Agotado por el cansancio Pippin se quedó dormido y sus pensamientos huyeron a lugares lejanos.

Milerna se acercó a él y lo cubrió con una manta, le pareció tan frágil, tan desvalido, pero ella sabía que aquella era una raza misteriosa cuya fuerza parecía provenir más que todo de su corazón.  Pensó que fué el destino quien hizo que aquel hobbit se cruzara en su camino, el destino una vez más, que escribía su historia lentamente como el agua que goteaba de aquel manantial.

El amanecer lo sorprendió con su resplandeciente claridad, no recordaba cuando se había dormido pero fue un sueño reparador y tranquilo.  Se incorporó lentamente y miró alrededor pero ella no estaba, la buscó con la mirada temiendo que lo hubiera abandonado.  Se levantó al instante y se asomó a la salida.  Suspiró aliviado, Milerna estaba de espaldas con el largo y azul manto cubriendo su cabeza, miraba el cielo claro y límpido cuyo azul parecía reflejarse en sus largas vestiduras que resplandecían con la luz del amanecer.  La joven se volvió hacia él:

- Es hora de irnos, el viento es suave y el cielo está despejado. ¿Estás listo?

El hobbit asintió sonriendo.

Avanzaban muy lentamente en silencio, muy cerca de ella el hobbit sintió el recóndito hálito a lavanda que la envolvía.  Era una fragancia tan sutil, casi enervante que penetraba en sus pulmones y avivaba sus recuerdos más gratos; pensó que la muchacha debía tener casi la misma edad que él y entonces un calor inesperado subió hasta su rostro que debía estar en ese instante más rojo que la grana.  Esperó a que pasara el rubor de sus orejas y temiendo que ella notara su turbación se atrevió a preguntar:

- ¿Adónde iremos mi señora Milerna?, ¿volveremos al lugar donde me encontró?

- Sería contraproducente regresar al mismo lugar, tus compañeros deben estar buscándote.  Recuerda que nos desviamos un poco del camino; pero no te preocupes, con algo de suerte los encontraremos.

Rayo Azul emprendió un raudo galope a través de la inmensa llanura hacia el bosque de Avallon nuevamente.