TODO COMIENZO TIENE UN FINAL…
Como suele decirse todo comienzo tiene un final. ¡Y qué final! Han pasado tres largos años, tiempo suficiente para llegar a admirar en su justa medida el trabajo de Howard Shore. Ahora miro atrás y parece que el tiempo apenas haya pasado, o mejor todavía, parece como si todo esto siempre hubiese estado allí. Mi sensibilidad se niega a admitir que todo tuvo un comienzo…y que todo tiene un final. Escucho un tierno clarinete enunciando el tema de la Comunidad y creo -soy consciente- que siempre ha estado a mi lado, que ya forma parte de todos mis recuerdos y vivencias.
Realmente se me hace muy duro escribir estas líneas, más que nada porque siempre he sido de la opinión de que la literatura, el lenguaje, jalona un mundo totalmente diferente al de la música. Cualquier intento por reducir el suceso musical a un fenómeno puramente lingüístico pienso que es modificarlo, no hacerle justicia. El humus del Maestro Tolkien era el lenguaje, el humus del músico es el sonido. Y Tolkien admiraba esta extraña dualidad, el lugar en el que ambos mundos se encontraban, adónde les llevaba sus respectivas herramientas: al universo de lo sensible. Escucho a Shore y su banda sonora y no escucho la palabra de Tolkien, jamás, sino que vamos más allá, pues somos capaces de atisbar muchas de las sensaciones, de las vivencias que el maestro pretendía hacernos partícipe en su particular universo.
Huelga decirlo, pero la banda sonora con la que Howard Shore nos ha obsequiado es la culminación de muchas cosas, el resultado de un minucioso trabajo de búsqueda de una identidad que finalmente toma cuerpo en esa despedida continua que es El Retorno del Rey. Todo tiene un aroma a añejo, añoranza de tiempos pasados, de pérdida, de fin de todas las cosas. Hay mucha emotividad, eso es evidente, pues algo se acaba, y nada volverá a ser igual. Por supuesto, estoy plenamente convencido que esta banda sonora no podría sustentarse, o al menos no tendría sentido pleno, sin la existencia de las otras dos bandas sonoras anteriores. Porque todo lo anteriormente expuesto y transmitido lleva inevitablemente a este último trabajo de Shore. Apenas hay unos pocos temas vírgenes que presentar, y mucho desarrollo y variaciones continuas de aquellos que ya se nos clavaron en su día en el corazón. La perspectiva es diferente, muy diferente. Shore ha defendido todo su trabajo como una gran ópera con sus diferentes actos. Yo iría mucho más lejos en sus apreciaciones. El Señor de los Anillos es un gran poema sinfónico, un gran fresco musical en el que la idea que subyace es esa técnica de desarrollo de "leiv-motiv". Más que una descripción de situaciones, de imágenes fílmicas, de hechos y sucesos meramente físicos, creo que Shore propone un paseo por las emociones, por la sensibilidad que presenta el choque de personajes, de momentos, de recuerdos, con el corazón en la mano.
Muchas veces me he visto tentado en comparar el trabajo estrictamente técnico de Leonard Rosenman y colosal en su orquestación para El Señor de los Anillos de Bakshai con el trabajo de Shore. Siempre me he sentido reticente a tal tentación, pues siento que son muy diferentes en su planteamiento y en su resolución. La emotividad y el acercamiento son las claves de ambas propuestas. Shore se implica, hasta la médula, y trata también de implicarnos a nosotros en el torbellino de las emociones. Si el objetivo está cumplido o no ya es algo que depende en muchos casos de cada uno de nosotros, obviamente.
La Banda Sonora de El Retorno del Rey es un trabajo de plena madurez, en el que se nota a un Howard Shore controlando todos los resortes de su peculiar manera de ver las cosas. Sinceramente estoy convencido que hay una clara evolución en la calidad de Shore como orquestador, algo de lo que yo no estaba plenamente convencido en las otras partes de la trilogía. Hay detalles de auténtico esplendor, también detalles algo faltos de inspiración -gotas en el océano, sin duda-. La calidad técnica y orquestal de Rosenman queda impoluta. Aquel trabajo era propio de una persona muy conocedora de los recursos y de todos los tratados orquestales del siglo XX. Shore no llega a esos niveles de excelencia, pero……su camino es otro.
Pese a todo, a estas alturas sólo puedo hablar sobre la impresión puramente musical que me causan los logros de Howard Shore. El punto culminante sería su integración final en la película de Peter Jackson. Aquí tengo mis dudas más serias. La música funciona muy bien en pantalla en las dos primeras entregas, y potencia increíblemente todos los sucesos cinematográficos. Pero, y siempre hay un pero, quizás hay demasiada música. En el terreno de la actuación dramática podría llamarse sobreactuación, en el terreno de la música…no sé. Hay momentos donde, en mi opinión, sobra "sonido". A veces el silencio, la insinuación provoca mucho más que el exceso. Momentos como los primeros veinte minutos de Las Dos Torres, o todo el viaje por el Anduin en La Comunidad del Anillo me llenan el corazón de congoja. La música se me antoja excelente, pero poco integradas, o poco cautivadoras en el cine. Y es la reiteración, la preponderancia de la música sobre las imágenes -huyendo de esa perfecta simbiosis que yo anhelo- la que me provoca un cierto rechazo. Me lo decía el otro día mi gran amigo Leandro respecto a El Retorno del Rey: "hay momentos donde parece que las imágenes se pliegan, sirven a la música". Para mí, éste es un tema muy complejo, que a veces puede funcionar, y a veces no. Sin duda me vienen a la memoria aquellos deliciosos y únicos momentos de 2001 Una Odisea en el Espacio, la película del maestro Kubrick, donde la preponderancia de la música sobre las imágenes era evidente, y, sin embargo, funcionaba. Allí los silencios también devenían música. Estos son los detalles en los que la saga de Peter Jackson, pienso, flaquea en algunos momentos. Hace tiempo buscaba las opiniones acerca de El Señor de los Anillos de un mito del cine como es Ray Harryhausen. Hoy mismo, curiosamente, las he encontrado en una entrevista dominical. El octogenario creador de magia desdeñaba el cine de Tarantino, y la saga Matrix con palabras algo duras. Sin embargo, para él, El Señor de los Anillos es otra cosa. Permitidme transcribir sus palabras: "Lo pasé muy bien. No había leído a Tolkien, pero en las tres entregas de Meter Jackson hay una continuidad, fue un subidón de fantasía, con esa banda sonora tan potente que refuerza los planos. Siempre he tenido en mis manos argumentos muy sencillos, porque mis películas han sido siempre muy visuales y han dado mucha importancia a la música".
Mi formación musical ha sido y es esencialmente clásica, y por ello, no puedo evitar hacer siempre referencia a las influencias de aquellos grandes genios en las bandas sonoras actuales. Creo que es importante no perder el origen de todas las cosas, su procedencia. El Retorno del Rey no es una excepción. Se observan grandes influencias, junto con apenas disimulados homenajes a tantos y tantos autores. La estructura, su desarrollo es puramente Wagneriano, no sin detectar claras señales de Stravinsky, Prokofiev, Tchaikovsky, e incluso el gran Antón Bruckner.
La interpretación corre a cargo de la London Philharmonic, que es ya un clásico, junto con la London Symphony Orchestra. El resultado es el de siempre: interpretación ajustada, sin grandes veleidades técnicas (pues son orquestas de primera línea, pero no de especial), y con la particular falta de calor de estas interpretaciones de estudio (en el histórico Abbey Road). Repite Ben del Maestro, y se añade a la nómina un clásico del "bel canto", la señora Renée Fleming, muy admirada por todos los seguidores de ópera.
El estilo dulce, reposado, contemplativo de Shore se mantiene intacto, incluso alimentado por las motivaciones del trabajo de Jackson. Economía de medios en muchos momentos, búsqueda de intimismo, enormes y trabajados crescendos para alcanzar los numerosos clímax cinematográficos, son las claves. Clásico en su concepción, masivo despliegue en los fortissimo y economía en los pianissimo, Shore persigue una fluidez, un "continuum" en su planteamiento como despedida de la Tierra Media. Sin duda llega directo al corazón, provocando y buscando nuestra fibra más sensible. Hay belleza…y tanto.
1. Una tormenta está llegando
Llama mucho la atención, por inesperado, este bucólico y tranquilo momento. En ritmo ternario arranca la pieza. Pronto aparece en todas las cuerdas el tema del anillo aunque en un carácter y tonalidad diferente de lo escuchado hasta el momento. Podría decirse que de una manera arcaica y lejana se nos rememoran aquellos tiempos, dos amigos, pescando en un tranquilo río, mientras una sombra acecha en el fondo… Tras ese inquietante recuerdo del tema del Anillo vuelve el motivo inicial bucólico en forma de vals. Todo el pasaje recuerda a esos ballets neoclásicos del gran Stravinsky, un Petrouchska, un Beso del Hada, rememorando el carácter directo pero apasionado de los artistas rusos. Por último reaparece el tema del Anillo en el violín solista, maligno, descarnado. Desde antiguo un solo de violín ha estado asociado en muchas ocasiones con el mal, con la intranquilidad… Algo terrible estalla de pronto. Se entremezclan entre terribles disonancias orquestales los temas de los Jinetes Negros y Mordor. Se ha despertado un maligno ente. La atípica introducción termina con unos perturbadores estertores de la orquesta.
2. Esperanza y Recuerdo
Un delicado momento, lleno de recuerdos, añoranzas. Llegan temas ya conocidos, pero con cierto desdén. Empieza con un movimiento animado de los violines, que pronto se desvanecen. Ante la incertidumbre de un ritmo incompleto surge un solo de clarinete que enuncia el tema de La Comarca. El hogar de los Hobbits está muy lejano, apenas es un pequeño recuerdo, un atisbo de algo que no logra germinar. Una fantástica y emocionante introducción de la cuerda, en el más puro estilo Sibelius, recordando viejas leyendas nórdicas, con los chelos marcando el ritmo, desemboca en el tema de Meduseld expuesto de una manera triste y desangelada. Pronto una lejana trompa arranca el tema de La Comunidad, ese viejo conocido, como algo ya añejo. Todo esto da pie a una nueva variación conclusiva de dicho tema en los violines. La tristeza y el recuerdo están presentes en este maravilloso pasaje que, sin duda, es capaz de trasladarnos a todo un mundo de maravillas por descubrir.
3. Minas Tirith
Estamos ante uno de los puntales de la banda sonora: la presentación en toda ley del tema de Gondor. Dicho tema ya se nos había aparecido en otros momentos, de modo lejano, cuando Boromir recuerda a su gente, a su país, en La Comunidad del Anillo. Shore genera momentos de gran tensión e incertidumbre con el desarrollo orgánico que nos plantea. El tema de Gondor se nos presenta incompleto, embrionario, poco a poco va tomando cuerpo, creciendo, hasta desembocar en el clímax total del tutti orquestal con los metales vibrando con el tema. Mientras, todo ha sido una continua lucha interna por su aparición. Al comienzo el tema se intuye en una llamada lejana de la trompa, con un inquieto y terrible acompañamiento de los violines que deja una suspensión desasosegante. Los chelos arrancan con una susurrante pero amenazadora marcha. El tema de Gondor en los metales parece querer surgir en medio de toda la amenaza, pero los violines lo apagan, de nuevo lo intentan las trompetas, pero tampoco pueden. Entra el coro, generando junto con los violines un crescendo brutal, que es cortado por las trompas que de nuevo quieren imponerse. Todo desaparece en la suspensión de la voz delicada de Ben del Maestro. La expectación sigue en el fondo. De pronto, por fin, la cuerda en spicatto (no en stacatto como confunde mucha gente) arropa la llegada triunfal del tema de Gondor en los metales. En todo su esplendor se nos presenta este arcaico tema, procedente de viejos tiempos de gloria. La modulación final del tema es de enorme épica. Un pero, si ustedes me lo permiten. Esperaba poder paladear más este momento, pues la enorme preparación previa quizás exigía una mayor dedicación
4. El Árbol Blanco
Ay, reconozco la enorme debilidad que siento por la épica y por la enorme calidad que atesora todo este pasaje. Constituye, en mi opinión, uno de los momentos más grandes de todo el trabajo de Howard Shore. Se intuye la llegada a Minas Tirith, la subida por los niveles y la llegada triunfal a la Torre blanca de Ecthelion y el Árbol Blanco. El nivel de tensión, el genial crescendo final que nos regala Howard Shore es algo para guardar en el recuerdo durante mucho tiempo. El pasaje comienza con un sublime y noble tema en las trompas, el de los Senescales, aquel que acompañaba en La Comunidad del Anillo, cuando Boromir maravillaba a Aragorn con sus recuerdos de la torre blanca de Ecthelion, y le hablaba sobre la decadencia de los suyos. Un momento ensoñador. Las cuerdas, acompañadas por las masas corales rescatan el emotivo momento de la terrible muerte de Boromir. Unos indecisos motivos rítmicos de las violas dan pie al impresionante crescendo rítmico de la orquesta. Los violines con un rico diseño en tremolo van dibujando el tapiz sobre el que épicas fanfarrias de metal van surgiendo, van transformándose hasta el éxtasis final. En el clímax surge el tema de Gondor en todo su esplendor, configurando un momento único. Puro ensueño. La orquestación recuerda a las codas de las primeras sinfonías de Bruckner en muchos sentidos, tanto que pienso que se trata un gran homenaje. A destacar el enorme trabajo de la tuba y los trombones.
5. El Senescal de Gondor
Una música distante se nos presenta en su tranquilo comienzo con la flauta de pan que enuncia un delicado y extraño tema. La trompa define, con enorme tranquilidad, el tema de Gondor, bajo una marcha militar de tambores al fondo. De pronto todo termina, y surge la voz de Billy Boyd "a capella". Nos presenta una introvertida cantinela llena de motivos ocultos, sugeridos por esos pedales de los violines y bajos amenazadores. La voz es natural, no de excelsa calidad, pero que cumple a la perfección con su fin. Shore con su habitual recreación de atmósferas maravillosas hace insustituible la fina y delicada voz de Boyd. Finalmente cuando la tensión aumenta, y las últimas notas se marchitan, la flauta recoge por última vez la triste cantinela.
6. Minas Morgul
La terrible visión de Minas Morgul se nos presenta con el tema de Mordor en una terrorífica orquestación, que ciertamente recuerda a trabajos anteriores de Howard Shore, en concreto La Celda. Tras los trinos de los metales, las trompas recogen nuevamente en fortisimo el tema, configurando un espacio amenazador (0:57). El ritmo ominoso continúa, la percusión recuerda a las fraguas de Isengard. Unas descorazonadoras notas en los violines terminan con la música. Es el mismo tema en que Shore empleó cuando La Comunidad del Anillo decidió dirigirse hacia Moria.
7. La Cabalgata de los Rohirrim
La épica de la cabalgata de los Rohirrim hace acto de presencia. Un ritmo de caza formado por quintas justas en los violines sirve para que aparezca un violín noruego anunciando el tema de Rohan. El diseño rítmico en quintas justas se transforma en quintas aumentadas dando una sensación mayor de desasosiego, mientras las trompas cantan una variación sobre el mismo tema. En el silencio que sigue, la trompa solista habla sobre Rohan, e inmediatamente se diluye en la flauta de pan con un delicado tema nuevo. La cuerda y los metales vuelven tranquilos a la nobleza de Meduseld. El pasaje termina con los violines y trompas en fortisimo exponiendo nuevamente con toda la épica posible el tema de Rohan.
8. Crepúsculo y Sombra
Una de las joyas de la corona. Un suave fondo coral induce la llegada de una cristalina voz femenina entonando una triste y emotiva canción. La voz de Renée Fleming es maravillosa, plena de técnica y sentimiento. Como contrapunto un hermosísimo y afligido tema es poderosamente relegado a los violines (1:25). La belleza de este momento es difícilmente descriptible. Se nota que los días son largos y oscuros, la esperanza mengua. El tema muere poco a poco, sin remisión, en el delicado oboe. Pequeños destellos de los arpegios en los violonchelos recuerdan La Profecia, pero nuevamente sucumben surgiendo nuevamente el delicado tema femenino. Increíblemente sube por terceras hasta un mágico y embriagador La4. Esta es una nueva evidencia de esos momentos mágicos, inconcebibles, que sólo Howard Shore es capaz de proporcionarnos.
9. Cirith Ungol
El oboe introduce una variación desangelada del tema del Anillo, en medio de tremolos amenazadores de las cuerdas en pianissimo. Hay misterio, oscuridad. Las variaciones se transforman delicadamente en el tema de La Comunidad, apenas reconocible en el oboe, y algo más en la trompa (0.52). Un remanso de paz nos envuelve, y la cuerda acoge un grito, un atisbo de esperanza, que se torna en el tema de Moria (1:24). Vuelve poderoso el tema de La Comunidad, terrible en las trompas.
10. Andúril
De pronto Rivendel está presente y la esperanza lo envuelve todo. La espada que fue rota, ha sido nuevamente forjada. Los coros, la orquesta cantan la luz que llega, que todo lo envuelve. De manera emocionante y maravillosa Rivendel enlaza con el tema de Gondor que apasionadamente recala en las trompas y trompetas es un espectacular y noble crescendo. Es de enorme calidad este momento, aquel en que se funden el mundo de los elfos con el mundo de los hombres. De nuevo los coros anuncian el mundo élfico, pero una mancha destaca en el horizonte, los tremolos en los violines se encargan de anunciarlo.
11. El Antro de Ella-Laraña
Shore intenta captar el aspecto lóbrego del antro de Ella-Laraña, y a fe mía que lo consigue. Unos cenicientos motivos de los chelos, en estilo serial, al que se le añaden los violines, comienzan a cimentar esta espeluznante atmósfera. Hay expectación y misterio, tremolos de la cuerda, hasta que un terrible y violento motivo irrumpe en los violines (1:30) entonando una escalofriante marcha. El terror continúa sin apenas tregua. La instrumentación plena de disonancias permite incluso distinguir los motivos que ya apreciábamos en Moria, en la Cámara de Mazarbul, pero totalmente deshumanizados, en una variación disonantemente imposible plena de pavorosos sentidos (2:35). El horror da paso al conflicto, a una lucha sin cuartel de incierto resultado reflejado en unas brillantes trompas que trabajan un motivo de patético carácter (3:38). El enfrentamiento finaliza en una inquieta y temerosa tranquilidad. No todo está resuelto.
12. Cenizas y Humo
Tristeza, desesperación. Unas quintas justas a modo de desalentadora fanfarria inaguran el momento, el desolador paraje que Shore nos pinta. A ritmo de marcha las legiones de Mordor se presentan, terribles, mientras fantasmagóricos coros arropados por los tambores, resaltan la ingravidez, el abatimiento que se cierne sobre la Tierra Media. Una lucha intestina se presenta, hasta que en el clímax de la batalla…todo queda sin resolver.
13. Los Campos del Pelennor
La batalla se vislumbra desde la distancia. La trompa, enuncia el tema de Rohan, mientas sombríos tambores jalonan el horizonte. Poco a poco la tensión va creciendo, mientras los motivos del ataque de los Ents parecen querer asomarse. Los ritmos de Moria surgen, los coros nuevamente aúllan en disonante homofonía, augurando el fin. Como terribles golpes del destino (2:33) el averno reclama su lugar en la Tierra Media. En un terrible crescendo la música alcanza su clímax, desembocando en una triunfal fanfarria de los metales. La destrucción debe esperar a otro momento.
14. La Esperanza cae
En los momentos sombríos y desdichados Shore plantea una música puramente ambiental, recreadora de atmósferas, de funestos presagios. Pero siempre queda una pequeña esperanza, mínima eso sí (0:41). Los violines con el oboe entonan una triste música, poca ilusión queda en el mundo de los hombres. En ese ambiente de lúgubre descanso, surge ese cruel destino en forma de disonancia que pende sobre la Tierra Media. Un terrible crescendo deja en suspenso el drama que se cierne.
15. La Puerta Negra se abre
Estamos ante uno de los grandes momentos de la trilogía, pleno de emociones y de maravillas por doquier. Un ritmo endiablado, de trote, nos introduce en un mundo de lucha y pasión, de esperanza en el futuro. Una variación del tema de La Comunidad hace su aparición en todo su esplendor. Bajo los ritmos de guerra, una sensible melodía en la flauta de pan se eleva por encima. Es épica, emocionante y bella al tiempo. Un dulce tema en los violines -rememorando al final del Ocaso de los Dioses de Wagner- infunde un ánimo particular. Hay que luchar hasta el final. Los ejércitos de los hombres se dirigen hacia la perdición. Las masas corales, en "media voce", apoyan el planteamiento. Nuevamente la flauta de pan vuelve con su encantadora melodía. Esta vez le acompañan los violines y los coros en pedal, elevándose hasta el infinito en una embriagadora belleza sin par. Todo confluye hacia lo que toda la trilogía aspiraba, el más bello tema, aquél que es el resultado de toda una vida: la melodía de Hacia el Oeste, en la trompeta solista, que sorprendentemente surge y se desvanece en la nada de la que procede.
16. El Fin de todas las Cosas
Música para el fin de todas las cosas. El paroxismo llevado a su máximo esplendor. Los coros gritando la destrucción total, los arpegios de los chelos, en una composición directa, llena de disonancias duras al oído, sin contrapunto, todo homofonía. El Orodruin reclama su presa. El silencio, una triste voz, nuevamente la maravillosa Renée Fleming, anunciando el terrible destino del portador del Anillo. Es desesperante esta música, llena de anhelo y pena. Algo sorprendente ocurre, pues regresa el tema del Anillo en la cuerda (1:42), y esta vez totalmente distorsionado, concluyendo en una clara y terrorífica disonancia; su destrucción. Los coros nuevamente arrancan con furia. El fin ha llegado. Tras un silencio cortante, regresan las masas corales, aunque con un carácter muy diferente. Una llamada, una súplica, un coral clásico que poco a poco va creciendo en intensidad, en emoción, hasta una frase final de gran fuerza. Con las fuerzas agotadas tras el clímax, la femenina voz concluye pacíficamente. Todo ha terminado.
17. El Retorno del Rey
La síntesis de toda la trilogía toma forma. Un larguísimo pasaje musical lleno de curiosos y sorprendentes reencuentros. Todos los temas, aquellos que habían sido engullidos por la marea terrible y oscura de los acontecimientos, regresan en todo su esplendor y belleza. Una gran despedida, un broche de oro a la altura de las circunstancias. Un titubeante comienzo da lugar a un hermoso canto atribuidos a los violines y a la flauta brillan con un optimismo cegador. El tema de La Comunidad se intuye lentamente, pausadamente (1:30). No hay prisa, sólo una sensación de paz, de tranquilidad que todo lo envuelve. En la flauta arranca el tema de los Encuentros, anhelante, hermoso. Y crece, hasta momentos de extrema belleza. También hace aparición como contrapunto, noble, el tema de Gondor. En esa apacible atmósfera, en plena suspensión, la voz descolocada y mortecina de Viggo Mortensen recita unos cortos versos, que da nuevamente pie al tema de La Comunidad. El recuerdo sigue, y de pronto…el tema de Muchos Encuentros, aquel que nos llenó el corazón hace ya tiempo de emoción, aparece en toda su potencia. Los viejos amigos se reúnen, por última vez, sobre la Tierra Media. Apenado, aquella bella melodía que significaba el encuentro entre compañeros de aventuras, ahora se torna, personificada por una dulce flauta, en una cálida despedida.
Todo concluye sin remisión en el alegre tema de los Hobbits, el regreso de los héroes a La Comarca. Pero ya nada es lo mismo.
18. Los Puertos Grises
Todo es despedida, fin de la aventura. Trompas, oboes, instrumentos de evocador timbre, invocan el fin de los portadores sobre la Tierra Media. Un infinito mar azul tienen por delante, la gracia del Oeste les espera. Emotivas melodías, sugerentes motivos, se nos presentan ante nosotros en una auténtica y conmovedora despedida. Como no podía ser de otra manera el tema de Muchos Encuentros, el de La Comarca, se funde con esa evocadora cantinela que es Hacia el Oeste. Y en los mecedores brazos de los violonchelos el sonido se extingue…
19. Hacia el Oeste
No hacía falta. La voz de Lennox nos regala la melodía de Hacia el Oeste. Una preciosidad a la que se le podía haber sacado más partido desde el acompañamiento. Todo concluye en un pasaje orquestal henchido de un ambiente fascinador. El mar mece los sonidos, los arpegios de los violines, que curiosamente son un homenaje a El Oro del Rhin de Wagner, una trompa ambiental, un oboe seductor y un acorde final absolutamente perfecto, son el marco perfecto con el que llega el FIN. Nada más hay que decir, es imposible.
Gracias por estos tres años…
TOMBO