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¿Quién es Tolkien? ¿Quién? ¿Tolkien?
Era necesario abrir la pregunta en toda su magnitud, o
mejor dicho las preguntas, las tres, cada una por su
lado, dejarlas que se resistan a ser condundidas y sin
embargo reflejándose unas a otras de algún modo.
Aunque las dos últimas pudiesen parecer inscritas o
pertenecer a la primera no habría que dejarse engañar
por las apariencias. No es así, no es tan sencillo,
paciencia.
Todo parece indicar que, en lo que podría considerarse
la lógica del advenimiento o del evento, en lo que
constituye la “fenomenalidad” tolkiana, si es que se
me permite hablar en estos términos y aludiendo a uno
de esos “fenómenos” en concreto, el que aquí nos
envuelve, determina y libera a la vez (hablaré de ello
más adelante), a saber, elfenómeno.com, podrían
desenredarse dos estructuras en particular que parece
son susceptibles de sobredeterminar de otro modo el
universo Tolkien. Por un lado, la producción
cinematográfica de El señor de los anillos, y por otro
lado el auge en la academia de lo que bajo el nombre
de narrativas populares se entiende y que abraza, como
ya sabréis, no solamente Tolkien en general, sinó
también el Western, el Cómic, los géneros detectivesco
y fantástico, el Cine, etc en general.
Quizá no sobre remarcar que debe entenderse el término
narrativa en el su sentido semiológico de discurso
extenso, es decir, cualquier práctica de
interpretación que incluye el lenguaje pero no se
limita al lenguaje.
¿Quién es Tolkien? ¿Quién? ¿Tolkien?
No me perdáis estas tres preguntas de vista, pero
dejémoslas todavía en reserva, en suspenso, para
desplegar toda la fuerza de su sentido intencional y
literal dentro de poco.
A pesar de las apariencias debo hacer una confesión
doble. Escribo sin haber leído nunca El señor de los
anillos, y tampoco es que haya quedado hechizado por
lo que haya oído sobre la obra y su universo.
Simplemente un amigo de toda la vida, Abraham, me
comentó: - Tú que eres lecenciado en Filología
Inglesa, que has estudiado en España y estuviste este
último año haciendo un postgrado en Londres, deberías
escribir algo sobre Tolkien-. Fijaos en el “deberías”.
¿Obligación moral? Ese algo al que se refería pasaba
por el hecho de que a través de mi corta pero, a ver
cómo decirlo sin que suene pedante, interesante,
quizá, formación, nunca he tenido que leerme a
Tolkien. Según mi amigo, esto algunos lo consideran un
sacrilegio.
Os engañaría también si os dijera que nunca se
mencionó a Tolkien. En una de mis asignaturas,
Historia de la Lengua Inglesa, estudiamos Beowulf, un
poema heroico cuyo manuscrito parece datar del año
1000, aproximadamente. No sería difícil demostrar que
el universo tolkien saca y organiza sus motivos, su
narrativa en general, no solamente de Beowulf, si no
de un conglomerado narrativo que su formación cómo
historiador de la lengua le proporcionó. El mérito de
Tolkien, más que residir en su poderosa imaginación,
descansaría entonces en su habilidad como artesano;
agarraría las piezas, conservaría unas, ajustaría,
modificaría otras, y habría levantado esa obra
admirable desde tantos puntos de vista, un mundo a
partir de otro mundo. Un mundo, no solamente el de
Beowulf, texto que no es otra cosa que las plasmación
gráfica de un discurso que venia sobreviviendo al
tiempo y creciendo a lo largo del tiempo por medio de
la voz, sino un mundo que fue creciendo y
enriquiéndose a lo largo de años de estudio de
diversos textos gráficos que plasmaban ellos también
una tradición, atención, popular. En otras palabras,
un mundo popular, admirable, formidable, pasó a
encarnarse a una obra hacia la cual la academia, la
universidad, parece haberse resistido. Dentro de un
sistema de oposiciones que encontraron quizá su forma
más rígida en la Edad Media, cuando lo que hoy
denominamos la Universidad debería ir a la busca de
sus raíces, Tolkien no ocuparía un lugar entre otros.
Por un lado, y de manera sistemática e irreductible,
lo universal, la razón, el bien, la verdad, la
Universidad, y por el otro, lo concreto, el instinto,
el mal, la mentira, lo popular. Por tendencia, y como
remarcó a finales de los sesenta el filósofo francés
Jacques Derrida, se ha establecido una jerarquía entre
estos conceptos. El primero intentaría reducir y
anular al otro, que, paradójicamente, lo hace posible.
¿Quién es Tolkien? ¿Quién? ¿Tolkien?
Imagino que se entreverá ya la intención de estas
preguntas. Lo que las hace posibles imposibilita su
cerrazón. Tolkien, probablemente, remitiría al
universo que creó y estructuró. El quién, seguramente,
implicaría más a la persona humana, al investigador,
al estudioso. El “es”, lo más posible, no determinaría
ni una cosa ni otra. Quizá, y sólo quizá, sería la
pregunta que a través de su intransitividad debería
dejar siempre un suspenso, un vacío alrededor de todo
lo que pude decirse alrededor de Tolkien.
Imposibilitaría el dogmatismo. No se podría decir
Tolkien es esto o aquello, ya que nunca será solamente
esto o aquello, siempre algo más acechará desde las
sombras. Tolkien debe y puede alabarse en muchos
sentidos, pero no es ni mucho menos, ni de lejos, lo
mejor que ha dado de si nuestra cultura. Al contrario,
es a través de los demás historiadores, escritores,
etc. que podremos calibrar el mérito de Tolkien, pero
nunca, nunca se sabe lo suficiente.
Al inicio he dicho que Tolkien, en algún sentido,
libera. Lo popular, a través de Tolkien, se ha dejado
escuchar, ha llegado al público. ¿En un mundo dominado
por lo mediático, donde los diferentes sistemas de
producción del conocimiento, poder, globalización
económica etc. parece desplegarse con todas sus
fuerzas, no sería en la herencia de la que Tolkien
forma una parte importante, donde debería ocurrir
también cierta forma de liberación? Daniel Defoe,
Walter Scott, y tantos otros, utilizaron las
posibilidades de la ficción para decir, es decir,
delatar, en una determinada situación histórica todo
aquello que precisamente no podía decirse. Quizá y
sólo quizá podría acusarse a Tolkien de cierta falta
de compromiso, o quizá esa falta de compromiso era un
compromiso con una situación donde el autor no creía
que las cosas dejasen de funcionar. Quizá su herencia
en particular nos sirva para esa experiencia de lo
popular, de cómo lo popular tiene su fuerza e implica
una lógica unas maneras muy particulares y efectivas,
y no me refiero a la literatura de evasión, todo lo
contrario. ¿La efectividad de un complejo no pasa
también por lo práctico (Nietzsche), por el trabajo
(Marx), especialmente por la deconstrucción (Derrida)?

Yo, por mi parte, hago una nota mental.
Lee El señor de los anillos.
Cuando puedas.


(Mensaje original de: El Oscuro)