Ver publicación (Hoy hablamos de... El Silmarillion)

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Anónimo
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#1 Respondiendo a: Anónimo

    
Hoy es el día del libro en España. Y aunque gran parte de la gente que nos visita lo hace desde otros países, esperamos poder contagiar un poquito de este entusiasmo por la lectura que hoy se vive desde aquí, abriendo un nuevo debate del que esperemos que todos podam...

Los muchos Silmarilliones...

Llego tarde a la reunión, pero tenía gana de decir algo al respecto.
Siempre he considerado que el conjunto de relatos que se incluyeron (de una u otra forma) en “El Silmarillion” o directamente relacionado con él, y que comúnmente se conoce así (pese a que, como tal, el “Quenta Silmarillion” sólo trata la historia de los Silmarili) es la máxima obra creativa de Tolkien. Por encima de Hobbits y Anillos, aquí se encuentra el núcleo de todo. Este “monstruo” constituye un perfecto testamento (filosófico, teológico, artístico y lingüístico) de la persona del Profesor de Oxford. Y no lo digo yo. Él propio Tolkien lo declaró así. Sus Historias de los Tiempos Antiguos se habían convertido en parte indisoluta de él y a través de los años, la afinidad entre ambos había ido creciendo. Todos conocemos su obsesión. Tolkien, el Subcreador, había “dado a luz” un Mundo Secundario donde había volcado todo lo mejor (y peor) de sí mismo, dando como resultado un ente vivo, algo que había nacido de recuerdos y sueños y que se había ido alimentando con experiencias.
El amor que debía sentir el inglés por su “Hijo” debía ser casi infinito. Era algo que, sin duda, debía superar lo puramente literario (y que podemos levemente intuir a través de las Cartas). El Silmarillion no había sido un encargo, ni una herramienta para entretener a sus hijos en las noches de verano, sino algo que había salido directamente de su corazón, una reacción ante el Mundo y, al mismo tiempo, una muestra de cariño hacia él.
Sin duda, Tolkien murió pensando en todo esto. Cada día soy más consciente de que su intención final habría sido no publicarlo y esperar que no fuera a serlo en un futuro próximo. Dudo que, de haber vivido algo más hubiera planteado un último esfuerzo por ordenar todos los escritos y prepararlos para su publicación (los últimos años del Profesor fueron intensos artísticamente hablando, las historias dieron giros radicales, alguna se redujeron o ampliaron...) Las circunstancias personales también “ayudaron”. Sin duda en más de una ocasión se pararía a pensar sobre la utilidad de su propia obra, sobre su sentido y sobre su calidad.
Creo que Christopher traicionó a su padre. Traicionó su último deseo. No quiero dudar de la buena fe de este hombre, pero creo que él, más que nadie, sabía que publicar El Silmarillion era desafiarle y que, por tanto no debía hacerlo. Quiero creer (ojalá creyera) que fue un acto de caridad para con los muchos lectores que querían (y queremos) saber y degustar del extraordinario fruto de la mente de Tolkien. Por eso le debo mucho, le debemos mucho, al señor Christopher Tolkien. No voy a idealizalo, son demasiados los fallos que podemos encontrar en la edición que se hizo de la obra del padre y aunque me quiero convencer de lo contrario, las actitudes mantenidas por este señor a lo largo de los años (véase lo siguiente me inducen a pensar que más allá de la Gloria brilló el Dinero, mucho más allá del indiscutible cariño que se demuestra en los comentarios presentes en los libros por él publicados.
Qué decir nuevo del libro que nos ocupa: pues sí, a mí como a muchos de vosotros, me parece un libro fallido. Una lástima. Debo decir a su favor que fue (en el momento de su primera lectura) de lo mejor que me había encontrado (sí, yo, purista entre puristas, de esos que enseñan los colmillos y sacan las garras cuando oyen hablar de Peter Jackson lo que tenga que ver con él, desechando de manera tan sutil el maravilloso Anillo de Frodo y compañía. Qué queréis, siempre me dejó insatisfecho esta historia de Hobbits) Eso que no encontré en SDLA lo encontré en El Silmarillion. Y sin embargo... me faltaba algo. Sabía, además, que había algo más allá. Fue entonces cuando dí con la Historia de la Tierrra Media (ese regalo cobrado de Mr. Christopher que me ha proporcionado muchos de los mejores ratos de mi vida. ¡Bendita sea la codicia, Mr. Christopher, si da frutos tan jugosos!). También entonces me convencí de que no había Silmarillion. Que no existe como tal y que es imposible nada por el estilo. Porque ese es el sentido de la obra de Tolkien. Son las hojas del Árbol de Niggle, arbitrariamente crecidas en las ramas, que siguen un patrón genético pero que nacen condicionadas por las circunstancias, que se marchitan o embellecen con los años y que se bifurcan en infinidad de formas distintas. Tolkien, involutariamente, había conseguido lo que tanto tiempo había perseguido: dotar a su Criatura de la “consistencia intrínseca de la Realidad”. Como ocurre con todos los cuerpos mitológicos, ninguna Historia, ninguna Realidad se nos había conservado en una única versión. Tomad como ejemplo el motivo (ampliamente extendido por la mitad norte de Europa) de Sigfrido/Sigurdo y el Dragón. Cuántos relatos distintos sobre el mismo tema y cuán distintos entre ellos, cada uno cargado del carácter del autor, alimentado con la sabiduría de los pueblos que los transmitieron oralmente. En Tolkien fuimos más allá y dimos, por fin, con los “”huesos del buey” , lo que no habíamos encontrado con la mitología indoeuropea. Y gracias a todos estos escritos, podemos descubrir la propia evolución personal y artística de su autor: desde el modernismo intimista y preciosista de los Cuentos Perdidos, madurando por un Romanticismo “ossiánico” de etapas previas a la Segunda Guerra hasta un estilo propio de las “fornaldarsögur” islandesas y un tono pesimista en su etapa final (muchos desprecian la HTM por ser una secuencia repetida de eso, de lo mismo, los mismos escritos, con las mismas historias y con las mismas palabras. Sin embargo, mi humilde apreciación me ha permitido determinar la sorprendente singularidad de cada escrito, su poderosa capacidad para mostrarnos lo que Tolkien era) Un Silmarillion nuevo (hecho, no nos engañemos, a gusto de los “fans”) acabaría con todo eso. Para mí no sería la misma coger en un solo libro todas las Historias, leerlas de corrido y ya está, acabar con la sensación de que uno ha leído algo inevitameblemente continuo y plano. De la otra manera, la cosa es mucho más cíclica, si ustedes me entienden. Como un eterno “eterno retorno”. Uno puede coger cuando quiera la “Caída de Gondolin” que se nos muestra en el segundo volumen de los Cuentos Perdidos, compararlo con las versiones posteriores, deleitarse después con el relato del viaje de Tuor que aparece en los Inconclusos, pasar después a la Narn (con el “cuento de Túrin y el Foalokë” al lado), tomar a Eriol y al gato Miaugion y pasar más tarde al “Lay de Leithian”. Para mí esto tiene mucho más encanto, qué os voy a decir.
Yo también me planteé en su momento la conveniencia de conseguir un Silmarillion normativo, una recopilación de ese Todo, una versión (inevitablemente resumida –y empobrecida-) de todo lo escrito por el Profesor. ¿Qué criterios se me ocurrieron? Pues hubo muchos: En busca del Canon Tolkieniano me dí cuenta de que éste no existía. ¡Qué verdad más simple! Si desechábamos toda la materia escrita anterior a 1968 (el principal criterio que determiné), ¿porqué no íbamos a desechar la posterior en vista a futuros cambios?. ¿Qué pasaba por la cabeza de Tolkien en los momentos previos a su muerte? ¿Qué imagen de su propia obra? ¿Hubiera cambiado de no ser por su inesperada muerte en 1973? Incógnitas sí, pero fuera de ellas la Verdad es directa: la Obra iba creciendo, muriendo y renaciendo, envejeciendo pero a la vez embelleciéndose. Nada es canon. Todo vale. Por eso acabé desechando la idea de un Silmarillion nuevo. Quienquiera hágase el suyo propio, imagíneselo (en un intento de “hacer cinematográfico lo literario”). No tengo nada contra ello pero yo prefiero hacerlo a mi manera.
Parrafada de un Lunes a las tantas de la noche. Dudo que estas anécdotas puedan agradar a alguien.

Un saludo desde Gondolin.


(Mensaje original de: Pengolodh el Sabio)