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Hola.
No sabéis la alegría que siento en este momento: llego a casa a las 21:30 (hora argentina)procedente del ensayo de la orquesta, ceno, me siento ante la PC ¡¡y allí está la Narración de la pluma de nuestro master!! No podía recibir regalo mejor. Gracias a todos, y ya voy preparand...
Acción
El ruido de cuernos retumbaba en mis oídos. Pedí a Elder que se acercara y me dijera lo que veía desde la ventana en al que yo estaba asomado. Me describió una escena desesperante; velámenes negros soplados por el viento se aproximaban apresuradamente desde el sur. “¡Umbar! Maldición”, pensé. Los barcos atracaron en la orilla oeste del Anduin y comenzaron a vaciarse de gente a ritmo vertiginoso. Saltaban desde la popa y la proa, se descolgaban por cuerdas o tomaban tierra usando pasarelas de madera. En pocos segundos habían llenado la playa y se lanzaron contra los enemigos con furia inconmensurable.
Grande fue nuestra alegría cuando nos percatamos que el ataque lo sufrían las huestes de Sauron, y es que al frente de aquellos hombres estaban gente de mi raza. Vi a Gwidilion acabando con un batallón de sureños a pie; a Lasdher consiguiendo hacer frente a un grupo de jinetes de Harad; a un elfo y un enano luchando codo con codo con una maestría inigualable; vi al Señor Aragorn, el más grande guerrero de nuestra Edad, abrirse paso a golpe de espada entre miríadas de orcos hasta alcanzar la posición de los rohirrim, los enemigos huían al ver su rostro de fuego. Pero nadie me sorprendió más que mi Señor Halbarad, con su grupo de hombres atacó y eliminó a cinco trols gigantescos armados con hachas, mazas y espadas. En la lucha desigual masacró él solo a tres de ellos con su velocidad de muñeca y su fuerte brazo, sin embargo hubo de recibir dos graves heridas en el hombro izquierdo y en el costado derecho que acabaron con su honorable vida.
El llanto dominó mis mejillas en aquel momento de gran alegría victoriosa, recé por el alma de Halbarad y me dispuse a celebrar el triunfo con mis camaradas. Entonces, con un latigazo de desesperación, Khamul castigó nuestra confianza y fustigó nuestros corazones. Atacó inesperadamente con su grito de muerte y mató a tres gondorianos que estaban junto a la compañía. Sin más se elevó en el aire y huyó sin que nos diera tiempo ni a preparar los arcos.
Una vez terminada la batalla ayudamos a los heridos a llegar a las Casas de Curación. Adan, Aikanáro, Burzumgad y Farahir tuvieron que “hospedarse” en aquel lugar a causa de sus lesiones. El resto nos quedamos junto a ellos ayudando en su recuperación y contándonos la batalla que había sufrido cada uno. Sin que se diera cuenta la encargada, Dimas y yo logramos hacernos con varios odres de vino que nos bebimos los diez compañeros entre risas e incoherencias. Pasamos unos días tranquilos hasta que los señores de la ciudad decidieron dar la orden de marchar contra la Puerta Negra. Aquello parecía un suicidio, pero estaban más tristes nuestros convalecientes amigos que los que íbamos en pos de la muerte. Nos despedimos con grandes abrazos fraternales y deseos póstumos por si no volvíamos de aquella aventura. Numerosas lágrimas pudieron verse aquella radiante mañana entre las camas de enfermos de las Casas de Curación.
[quote]“Tal vez ésta sea la despedida definitiva, el último adiós de un grupo de valientes que empezaron como compañeros y terminaron como hermanos. Mas no puede ser triste la partida después de lo que hemos sido capaces de hacer juntos, seremos los únicos héroes cuyos nombres ondearan al viento en las canciones tanto de elfos, hombres, enanos y orcos. ¿Qué mayor placer que éste puede pedir un guerrero?”[/quote]
Sin embargo, según dije esto, mi pensamiento se fue para alguien a la que perdí hace tiempo.
Marchamos con nuestro ejército hacia la fortaleza del enemigo. El viaje fue tenso, apenas hablamos, era la Última Batalla lo que nos aguardaba, la libertad y la belleza de la Tierra Media estaba en juego, la concentración era máxima. Procurábamos alentar a los gondorianos y rohirrim más jóvenes desde nuestra ardua experiencia y sin casi darnos cuenta ya estábamos frente a la gran puerta del infierno.
Nos dispusimos para el combate. Tomé mi posición junto a mis parientes dunedain, encargados de salvaguardar a Aragorn. La puerta se abrió por segunda vez, aunque ahora no salió un solo individuo como segundos antes, sino que de ella brotó un río negro de feroces criaturas. Desde la colina en la que nos ubicamos para una mejor defensa, hicimos lucir nuestras bruñidas espadas. Un rayo de sol iluminó nuestro ejército y relució clavándose en nuestros enemigos. Un momento de duda los atenazó. Uno, dos y hasta tres segundos de calma y silencio absoluto. Tras esto, comenzó la gran batalla.
Tras unos instantes de desconcierto que supuso la avalancha orca, conseguimos repelerlos y mantenerlos a raya. Luchábamos con denuedo, mas, a pesar de que morían cuatro o cinco por cada uno de los nuestros, parecía que cada vez había más de ellos. Los olog-hai masacraban con sus mazas y amenazaban nuestra prominente posición en el terreno inclinado, así que tuvimos que enfrentarnos con ellos sin contemplaciones. Los dunedain lanzamos una batería de flechas contra tres de ellos logrando a batirlos, a continuación rodeamos al resto en grupos de tres hiriéndolos poco a poco hasta que se derrumbaron exangües por la sangre vertida. Aún así cada vez éramos menos, de hecho, de los míos sólo restábamos siete en pie. Ya se aproximaba su última embestida, la definitiva y fatídica, cuando unas voces angelicales se elevaron sobre el clamor de la atronadora batalla:
[quote]"¡Las Águilas! ¡Vienen las Águilas!"[/quote]
Segundos después la tierra comenzó a moverse como si el mundo fuera a ser destruido. La Puerta Negra se vino abajo aplastando a cientos de orcos; más allá parecía que todo se tambaleaba; el suelo se agrietaba o incluso se abría engullendo el mal de Mordor, masticándolo con odio y asco y enviándolo al más insondable abismo. La inesperada victoria era nuestra. Únicamente quedaba la vuelta a casa, una vuelta merecida, aunque no sería la última.
El ruido de cuernos retumbaba en mis oídos. Pedí a Elder que se acercara y me dijera lo que veía desde la ventana en al que yo estaba asomado. Me describió una escena desesperante; velámenes negros soplados por el viento se aproximaban apresuradamente desde el sur. “¡Umbar! Maldición”, pensé. Los barcos atracaron en la orilla oeste del Anduin y comenzaron a vaciarse de gente a ritmo vertiginoso. Saltaban desde la popa y la proa, se descolgaban por cuerdas o tomaban tierra usando pasarelas de madera. En pocos segundos habían llenado la playa y se lanzaron contra los enemigos con furia inconmensurable.
Grande fue nuestra alegría cuando nos percatamos que el ataque lo sufrían las huestes de Sauron, y es que al frente de aquellos hombres estaban gente de mi raza. Vi a Gwidilion acabando con un batallón de sureños a pie; a Lasdher consiguiendo hacer frente a un grupo de jinetes de Harad; a un elfo y un enano luchando codo con codo con una maestría inigualable; vi al Señor Aragorn, el más grande guerrero de nuestra Edad, abrirse paso a golpe de espada entre miríadas de orcos hasta alcanzar la posición de los rohirrim, los enemigos huían al ver su rostro de fuego. Pero nadie me sorprendió más que mi Señor Halbarad, con su grupo de hombres atacó y eliminó a cinco trols gigantescos armados con hachas, mazas y espadas. En la lucha desigual masacró él solo a tres de ellos con su velocidad de muñeca y su fuerte brazo, sin embargo hubo de recibir dos graves heridas en el hombro izquierdo y en el costado derecho que acabaron con su honorable vida.
El llanto dominó mis mejillas en aquel momento de gran alegría victoriosa, recé por el alma de Halbarad y me dispuse a celebrar el triunfo con mis camaradas. Entonces, con un latigazo de desesperación, Khamul castigó nuestra confianza y fustigó nuestros corazones. Atacó inesperadamente con su grito de muerte y mató a tres gondorianos que estaban junto a la compañía. Sin más se elevó en el aire y huyó sin que nos diera tiempo ni a preparar los arcos.
Una vez terminada la batalla ayudamos a los heridos a llegar a las Casas de Curación. Adan, Aikanáro, Burzumgad y Farahir tuvieron que “hospedarse” en aquel lugar a causa de sus lesiones. El resto nos quedamos junto a ellos ayudando en su recuperación y contándonos la batalla que había sufrido cada uno. Sin que se diera cuenta la encargada, Dimas y yo logramos hacernos con varios odres de vino que nos bebimos los diez compañeros entre risas e incoherencias. Pasamos unos días tranquilos hasta que los señores de la ciudad decidieron dar la orden de marchar contra la Puerta Negra. Aquello parecía un suicidio, pero estaban más tristes nuestros convalecientes amigos que los que íbamos en pos de la muerte. Nos despedimos con grandes abrazos fraternales y deseos póstumos por si no volvíamos de aquella aventura. Numerosas lágrimas pudieron verse aquella radiante mañana entre las camas de enfermos de las Casas de Curación.
[quote]“Tal vez ésta sea la despedida definitiva, el último adiós de un grupo de valientes que empezaron como compañeros y terminaron como hermanos. Mas no puede ser triste la partida después de lo que hemos sido capaces de hacer juntos, seremos los únicos héroes cuyos nombres ondearan al viento en las canciones tanto de elfos, hombres, enanos y orcos. ¿Qué mayor placer que éste puede pedir un guerrero?”[/quote]
Sin embargo, según dije esto, mi pensamiento se fue para alguien a la que perdí hace tiempo.
Marchamos con nuestro ejército hacia la fortaleza del enemigo. El viaje fue tenso, apenas hablamos, era la Última Batalla lo que nos aguardaba, la libertad y la belleza de la Tierra Media estaba en juego, la concentración era máxima. Procurábamos alentar a los gondorianos y rohirrim más jóvenes desde nuestra ardua experiencia y sin casi darnos cuenta ya estábamos frente a la gran puerta del infierno.
Nos dispusimos para el combate. Tomé mi posición junto a mis parientes dunedain, encargados de salvaguardar a Aragorn. La puerta se abrió por segunda vez, aunque ahora no salió un solo individuo como segundos antes, sino que de ella brotó un río negro de feroces criaturas. Desde la colina en la que nos ubicamos para una mejor defensa, hicimos lucir nuestras bruñidas espadas. Un rayo de sol iluminó nuestro ejército y relució clavándose en nuestros enemigos. Un momento de duda los atenazó. Uno, dos y hasta tres segundos de calma y silencio absoluto. Tras esto, comenzó la gran batalla.
Tras unos instantes de desconcierto que supuso la avalancha orca, conseguimos repelerlos y mantenerlos a raya. Luchábamos con denuedo, mas, a pesar de que morían cuatro o cinco por cada uno de los nuestros, parecía que cada vez había más de ellos. Los olog-hai masacraban con sus mazas y amenazaban nuestra prominente posición en el terreno inclinado, así que tuvimos que enfrentarnos con ellos sin contemplaciones. Los dunedain lanzamos una batería de flechas contra tres de ellos logrando a batirlos, a continuación rodeamos al resto en grupos de tres hiriéndolos poco a poco hasta que se derrumbaron exangües por la sangre vertida. Aún así cada vez éramos menos, de hecho, de los míos sólo restábamos siete en pie. Ya se aproximaba su última embestida, la definitiva y fatídica, cuando unas voces angelicales se elevaron sobre el clamor de la atronadora batalla:
[quote]"¡Las Águilas! ¡Vienen las Águilas!"[/quote]
Segundos después la tierra comenzó a moverse como si el mundo fuera a ser destruido. La Puerta Negra se vino abajo aplastando a cientos de orcos; más allá parecía que todo se tambaleaba; el suelo se agrietaba o incluso se abría engullendo el mal de Mordor, masticándolo con odio y asco y enviándolo al más insondable abismo. La inesperada victoria era nuestra. Únicamente quedaba la vuelta a casa, una vuelta merecida, aunque no sería la última.
All that is gold does not glitter,
Not all those who wander are lost;
The old that is strong does not wither,
Deep roots are not reached by the frost.
From the ashes a fire shall be woken,
A light from the shadows shall spring;
Renewed shall be blade that was broken,
The crownless again shall...
Not all those who wander are lost;
The old that is strong does not wither,
Deep roots are not reached by the frost.
From the ashes a fire shall be woken,
A light from the shadows shall spring;
Renewed shall be blade that was broken,
The crownless again shall...