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Findon
Findon
Desde: 30/01/2007

#50 Respondiendo a: ulbar

Accion

Avanzamos por un tupido bosque en fila uno tras otro. Findon nos guia hasta que por fin, llegamos hasta un puesto avanzado de montaraces del norte. A mi lado, resopla Miquel III tratando de recuperar el aliento tras la carrera. Yo sonrio al oirle y mientras Findon conversa con otro montaraz...

Acción

A toda prisa, y recordando a la enorme hueste que no debían de estar a más de un día de Fornost, guiaba al grupo por el bosque, cortando con el puñal las ramas que se interponían en nuestra ruta. El grupo parecía seguirme bastante cerca, porque oía los comentarios que se decían entre ellos y sus respiraciones acaloradas. Finalmente vi la claridad tenue del sol, que aunque nublado por la oscuridad que cubría el cielo, que no traía nada bueno. Me detuve un momento al ver un fuego, pero eran por suerte camaradas míos haciendo la guardia. Salí de los árboles bruscamente, y uno de ellos sacó la espada, dirigiéndola hacia mí. Yo extendí las manos y me quité la banda que me cubría el rostro.
-Soy Findon, montaraz al servicio del rey de Arnor, imagino que tú eres camarada mío.
-En efecto, mi nombre es Aravir ¿qué te pasa?
-Un gran ejército dirigido por el rey Brujo se dirige hacia Fornost.
-¿Son muchos?-preguntó Aravir.
-Miles. Tenemos que irnos. Pero antes, esperemos al resto del grupo.
-¿Resto del grupo? Si es cierto lo que dices, no podemos perder un instante.
-No sé dónde se han metido… Venían justo detrás de mí.-dije desconcertado.
En ese momento salió de los árboles el resto del grupo. Sin tiempo para entretenernos, partimos inmediatamente hacia la ciudad de Fornost, que estaba en peligro. Cuando llegamos al llano que estaba enfrente de las murallas de Fornost, ralentizamos nuestra marcha. Todos hicieron su presentación. Finalmente llegamos a la ciudad. Los muros presentaban gran actividad, y se encontraban alrededor de 3000 efectivos de todas las razas preparándose para la batalla anunciada ya hace tiempo, pero próxima ahora. Nos dirigimos hacia el palacio del rey, en la ciudadela, y allí informé al rey sobre la cuantía y la proximidad de las tropas enemigas. Asimismo, le pedí que nos proporcionara el privilegio de proteger la puerta principal, colocándonos justo encima. El rey me concedió el permiso y dicho esto nos dirigimos fuera de la ciudadela en busca de una taberna a sugerencia de Miquel. El soldado gondoriano, Ulbar lo secundó, y ninguno de los demás puso objeción. Yo personalmente, no suelo beber mucho, pero parecía que a algunos de mis compañeros les hacía falta un trago, en especial al señor enano.
Ulbar localizó una enseguida, y el grupo se rió por la rapidez con que había dado con ella. Nos sentamos a una mesa de taburetes bajos y muy cómodos, y antes de pedir una ronda para todos, Ulbar se me adelantó con una rapidez que sorprendía, invitándonos a todos a una ronda. Yo no hablé casi nada, sólo hice algún comentario, ya que prefiero escuchar a ser escuchado. Los compañeros bebían, sobre todo Ulbar y Miquel III, que parecían beber agua en vez de cerveza. Yo sólo tomé dos jarras, ya que no suelo beber mucho. Aravir reprendió a Ulbar, para que bebiera con más tranquilidad, pero éste seguía casi inmune a los efectos.
Tras muchas risas y casi dejar sin provisiones de cerveza a la hermosa tabernera, le comuniqué a los compañeros mi petición al rey de ocupar la parte de la muralla encima de la puerta. Ellos respondieron con vítores y alguien sugirió ir a nuestro puesto en la defensa, y todos dimos la aprobación. Nos encaminamos hacia la parte superior de la puerta a través de unas torres imponentes. Subimos a lo alto de la muralla y yo me apoyé al parapeto diciendo:
-¡Menuda vista! Desde aquí el tiro es bueno, ¿verdad, Îbal? –pregunté al único compañero que tenía arco. Era un arco de un gran detallismo, y era de acero hueco, a diferencia del mío, que era de madera.
-Por supuesto. Desde aquí los enemigos pensaran que Eru ha dejado caer una flecha desde lo alto.
Y no era para menos. La puerta era de 25 metros de ancho y altura por 40 de largo, de bronce, y realizada por los artesanos de Númeror, al igual que las murallas. Eran pasadas dos horas del mediodía, y a todos nos rugía el estómago, pero ninguno quería abandonar el puesto por si el enemigo hacía acto de presencia. Bajamos a el comedor de los cuarteles a comer, y una vez hartos, subimos de nuevo a nuestros puestos. Miquel III sacó su pipa y empezó a lanzar anillos de humo al aire, sentado en un taburete. Yo subí una bala de paja de la caballeriza y me puse a afinar la puntería con el arco, acompañado de Îbal y de Aravir, que llevaba dagas arrojadizas. Namsis estaba recostada al parapeto mirando al horizonte, y Ulbar, por su parte, se sentó junto al enano y entabló conversación con él, compartiendo con él su cantimplora de vino. Todos parecíamos tranquilos, sin saber la envergadura de lo que se avecinaba.
"La vida tiene el sentido que nosotros le damos y en ello reside la grandeza del hombre" -Friedrich Nietszche.