Ver publicación (Hola)

Ver tema

Findon
Findon
Desde: 30/01/2007

#58 Respondiendo a: Aravir

accion

Empecé a correr por el bosque, de vez en cuando me detenia para ver una que otra huella , algunas ramas quebradas, etc... despues llegué al campamento, mis compañeros se encontraban alli, todos silenciosos parecian siempre escuchar al bosque...
- Ya estoy aqui, no hay nada sospechoso...- le...

Narración 2

La noche se nos echó encima, pero nosotros no nos movíamos para nada de nuestro puesto. La defensa estaba terminando de organizarse. Îbal había fabricado más de 100 flechas para él y para Findon. Sin embargo, Findon supo que no serían suficientes porque él había visto al ejército que se acercaba. Bajó a la armería y cogió algunos pequeños fardos de flechas ya fabricadas, y subió de nuevo a su puesto. Cuando llegó, todos miraban al horizonte, donde se veía una polvareda impresionante. La noche no dejaba ver ninguna estrella, y las negras nubes se amontonaban en el cielo. La batalla se aproximaba. La defensa, según habían sabido, se haría en más sitios que en los muros de la ciudad, ya que varios cientos de exploradores se ocultaban en los bosques que flanqueaban el camino, y la caballería había ido al norte de Fornost, para cargar desde un flanco al enemigo. Lentamente, los enemigos se acercaban a la fortaleza. En menos de media hora se veían las antorchas de los orcos, y el grupo vio a un enorme animal alado, que sobrevolaba el ejército.
-Nazgûl –murmuró Namsis.
Los demás escucharon su murmullo y el nerviosismo empezó a invadirles, pero mantuvieron la compostura. Los bosques de los flancos del camino, parecían solitarios y meros espectadores, pero los montaraces ocultos en ellos empezaban a tomar posiciones. Miquel afilaba su hacha con una piedra de afilar, y Ulbar le imitaba. Los arqueros, Îbal afilaba las flechas y Findon acariciaban la cuerda de su arco, con el rostro envuelto de nuevo. Aravir estaba sentado en la muralla, sin mostrar gran interés por el gran ejército que se aproximaba. Namsis seguía con la mirada perdida al Nazgûl, murmurando cosas inteligibles. Finalmente, el gran ejército tomó posiciones a unos 300 metros de la ciudad. Los arqueros y soldados de Fornost se agrupaban a nuestro lado, nerviosos por la batalla, que estaba próxima. Los soldados cerraron las puertas, con gran dificultad debido a su peso, y el grupo sintió el golpe debajo de ellos como un terremoto.
-Les costará derribar la puerta –comentó Aravir.
-Mientras haya movimiento, yo estoy contento –dijo el enano, sonriendo.
Los enemigos empezaron a entonar sus cánticos de guerra, rudos y desagradables, y esto parecía provocar al señor enano. Al instante trajeron leña y comenzaron a hacer un fuego justo encima de la puerta y a ambos lados de las torres que flanqueaban la puerta.
-¿Qué están haciendo? –preguntó Ulbar.
-Van a calentar aceite –dijo Findon. –Los orcos recibirán una lluvia algo caliente.
Pusieron enormes calderos sobre el fuego, mientras el aceite se iba calentando. El enemigo parecía esperar órdenes. De repente, algo pasó muy deprisa. El que montaba a la bestia alada produjo un sonido ensordecedor que obligó a gritar y a taparse los oídos a todos los que estaban en la muralla. La horda se puso en marcha, y los montaraces, Aravir y Findon, de vista más agudo informaron a sus compañeros:
-Vienen trasgos, trolls, semitrolls, algunos dunlendinos y traen máquinas de asedio.
De repente, sonó una orden y todos los arqueros dispararon a la vez. Findon e Îbal habían sido tomados de improviso, pero dispararon igualmente. Los orcos caían con una rapidez extraordinaria. La bestia alada se dirigía hacia la muralla. Todos se pusieron a cubierto, pero la bestia consiguió atrapar a algún soldado. De repente, los montaraces de los bosques comenzaron la andanada de flechas, eliminando a muchos orcos, pero tras un breve momento, sendos proyectiles incendiarios prendieron los bosques, quemando vivos a casi todos los montaraces. Los que tuvieron la suerte de no ser quemados fueron eliminados a flechazos por los orcos.
Los soldados de la muralla contemplaban desesperanzados el espectáculo. Había más de 300 efectivos menos en la resistencia. La horda de trasgos siguió avanzando, y se aproximaban a los muros. Escalaban como gatos y empezaron a encaramarse a los muros de la ciudad. Además, varias torres de asedio empezaban a amenazar las murallas, al igual que las catapultas, que obligaban a los soldados a replegarse. Los arqueros seguían disparando a discreción, y Findon e Îbal hacían buen uso de sus arcos. Pero esto no impedía el avance enemigo. Las torres de asedio estaban a menos de 20 metros de la muralla, y los trasgos escalaban por altos muros, aunque pocos lo conseguían, pues los soldados arrojaban piedras que les hacían caer despeñados. Un oficial mandó verter el aceite, y el aire se impregnó de un olor desagradable y nauseabundo a trasgo frito. Los calderos se volvieron a llenar, pero no hubo tiempo para verterla de nuevo. Más de cuatro torres de asedio se habían desplegado a los lados de la parte superior de la puerta, donde todos, excepto Findon e Îbal estaban inactivos. Los orcos y semitrolls comenzaron a invadir la muralla, y el grupo se dirigió a la derecha de sus puestos y comenzaron a matar orcos a diestro y siniestro. Findon e Îbal dispararon su última flecha y sacaron sus armas de mano, al igual que los demás. Aravir lanzó una daga que se clavó en el ojo de un semitroll, que cayó al suelo a plomo. El combate se endurecía por momentos.
"La vida tiene el sentido que nosotros le damos y en ello reside la grandeza del hombre" -Friedrich Nietszche.