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Ver tema#130 Respondiendo a: Findon
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Bueno, ya estoy por aki otra vez sólo para decir que Namsis está en lo cierto. Los uruks no fueron engendrados hasta bastante más tarde del año en el que transcurre nuestra aventura, muy observadora, sí señor![]()
Ahora colgaré una narración "version buena" y espero que Ulbar o Namsis, o l...
Narración 5 versión buena, espero
Todo el grupo luchaba con energía junto con los soldados de Arthedain, que recién llegados ayudaban a rechazar a los enemigos que escalaban los muros. A Findon y a Îbal se les acabaron las flechas, y ambos sacaron sus armas de mano. Los demás no paraban tampoco. Aravir y Namsis se entretenían desbaratando algunas escalas, pero la situación era insostenible. Ulbar y Miquel, por su parte, cortan cuerpos enemigos, hasta que consiguen ganar terreno. El combate sigue equilibrado, pero una extraña presencia provoca un chirrido que hace a todas las criaturas estremecerse.
-¡Nazgûl!-grita Aravir.
Todos los soldados de Arthedain se tapan los oídos, incluidos los integrantes del grupo. Una fuerza sobrenatural hace que la puerta se estremezca, pero resiste a todos los embates que le propinan. Todos están demasiado ocupados para atender y un caballero se abre camino entre la multitud de enemigos, imponiendo respeto. Se pierde de vista un momento y todos los combates se paralizan. Algunos soldados preparan sus escudos y aceros, con un sudor frío en sus caras. Una especie de trapo negro asomó la cabeza, si podía llamarse así y se deslizó hasta la muralla. Parecía una sábana negra muy alta, y los otrora valerosos soldados de Arthedain, retroceden en espera de las acciones de este misterioso individuo. Desenvainó una espada y la alzó, con un chirrido, que hizo retroceder a todos los soldados defensores de Fornost. Aravir, haciendo uso del valor que le quedaba usó su última daga lanzándola contra el Nazgûl, que la esquivó y se lanzó al ataque. Los soldados retrocedían y cedían terreno por momentos.
-¡Retirada al fortín! –llamaba la voz del oficial que nos había encomendado la tarea de saneamiento.
Los soldados, obedientes, se encaminaron a la ciudadela por las escaleras con los escudos a su espalda, llenos de flechas de orcos. El grupo de aventureros iba unido, y el señor enano corría como si la vida le fuese en ello. Sin embargo, un enorme troll con una porra con pinchos, dio un salto y cayó dando un mazazo entre la multitud de soldados, separando al grupo y haciendo volar a los soldados por los aires. Ulbar y Aravir se habían quedado atrás, y el troll les hacía moverse a riesgo de ser aplastados.
Findon pasó repartiendo arcos a Namsis, Miquel, exceptuando a Îbal, claro.
-Apuntad a los ojos. Seguro que le dais. ¿Listos? ¡SOLTAD! –las flechas salieron disparadas derechas a la cabeza del troll. La de Miquel le dio en la garganta, Îbal le acertó en un ojo, Namsis le dio en la sien, y Findon le atravesó la tráquea. El troll cayó con la boca abierta.
-¡Menudos arqueros! –dijo Ulbar. –Entremos en la ciudadela.
La ciudadela contaba ahora con menos de 100 hombres para su defensa. Estaban perdidos. La ciudad estaba perdida.
-El rey Arvedui nos llama, está convocando a todos los soldados –les informó un soldado con una flecha clavada en la pierna.
-Gracias, compañero –le respondió Îbal.
Las noticias del rey no eran muy esperanzadoras.
–Sólo tenemos una solución para escapar sanos y salvos. Dentro del almacén hay un túnel que lleva a lo alto de las montañas. Todo el que quiera que se quede. Todo el que quiera que me acompañe. He de huir hacia el norte, de momento, ya que en el sur seremos presa del enemigo. Una vez a salvo enviaré mensajeros hacia los puertos grises para solicitar un transporte por mar que nos recoja, y una vez allí, retomaremos la ciudad - tranquilizó a soldados, que como Aravir o Îbal, se disponían a reclamar-. Quien quiera venir que se abrigue.
El grupo se miró sonriendo. La aventura no acababa allí.
Todo el grupo luchaba con energía junto con los soldados de Arthedain, que recién llegados ayudaban a rechazar a los enemigos que escalaban los muros. A Findon y a Îbal se les acabaron las flechas, y ambos sacaron sus armas de mano. Los demás no paraban tampoco. Aravir y Namsis se entretenían desbaratando algunas escalas, pero la situación era insostenible. Ulbar y Miquel, por su parte, cortan cuerpos enemigos, hasta que consiguen ganar terreno. El combate sigue equilibrado, pero una extraña presencia provoca un chirrido que hace a todas las criaturas estremecerse.
-¡Nazgûl!-grita Aravir.
Todos los soldados de Arthedain se tapan los oídos, incluidos los integrantes del grupo. Una fuerza sobrenatural hace que la puerta se estremezca, pero resiste a todos los embates que le propinan. Todos están demasiado ocupados para atender y un caballero se abre camino entre la multitud de enemigos, imponiendo respeto. Se pierde de vista un momento y todos los combates se paralizan. Algunos soldados preparan sus escudos y aceros, con un sudor frío en sus caras. Una especie de trapo negro asomó la cabeza, si podía llamarse así y se deslizó hasta la muralla. Parecía una sábana negra muy alta, y los otrora valerosos soldados de Arthedain, retroceden en espera de las acciones de este misterioso individuo. Desenvainó una espada y la alzó, con un chirrido, que hizo retroceder a todos los soldados defensores de Fornost. Aravir, haciendo uso del valor que le quedaba usó su última daga lanzándola contra el Nazgûl, que la esquivó y se lanzó al ataque. Los soldados retrocedían y cedían terreno por momentos.
-¡Retirada al fortín! –llamaba la voz del oficial que nos había encomendado la tarea de saneamiento.
Los soldados, obedientes, se encaminaron a la ciudadela por las escaleras con los escudos a su espalda, llenos de flechas de orcos. El grupo de aventureros iba unido, y el señor enano corría como si la vida le fuese en ello. Sin embargo, un enorme troll con una porra con pinchos, dio un salto y cayó dando un mazazo entre la multitud de soldados, separando al grupo y haciendo volar a los soldados por los aires. Ulbar y Aravir se habían quedado atrás, y el troll les hacía moverse a riesgo de ser aplastados.
Findon pasó repartiendo arcos a Namsis, Miquel, exceptuando a Îbal, claro.
-Apuntad a los ojos. Seguro que le dais. ¿Listos? ¡SOLTAD! –las flechas salieron disparadas derechas a la cabeza del troll. La de Miquel le dio en la garganta, Îbal le acertó en un ojo, Namsis le dio en la sien, y Findon le atravesó la tráquea. El troll cayó con la boca abierta.
-¡Menudos arqueros! –dijo Ulbar. –Entremos en la ciudadela.
La ciudadela contaba ahora con menos de 100 hombres para su defensa. Estaban perdidos. La ciudad estaba perdida.
-El rey Arvedui nos llama, está convocando a todos los soldados –les informó un soldado con una flecha clavada en la pierna.
-Gracias, compañero –le respondió Îbal.
Las noticias del rey no eran muy esperanzadoras.
–Sólo tenemos una solución para escapar sanos y salvos. Dentro del almacén hay un túnel que lleva a lo alto de las montañas. Todo el que quiera que se quede. Todo el que quiera que me acompañe. He de huir hacia el norte, de momento, ya que en el sur seremos presa del enemigo. Una vez a salvo enviaré mensajeros hacia los puertos grises para solicitar un transporte por mar que nos recoja, y una vez allí, retomaremos la ciudad - tranquilizó a soldados, que como Aravir o Îbal, se disponían a reclamar-. Quien quiera venir que se abrigue.
El grupo se miró sonriendo. La aventura no acababa allí.
"La vida tiene el sentido que nosotros le damos y en ello reside la grandeza del hombre" -Friedrich Nietszche.