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Ver tema#334 Respondiendo a: Findon
Off-topic
Ahora mismo cuelgo la narración. Si tiene alguna cosa que no coincida, decidmelo cuanto antes, porfa. Incluye un pequeño cambio de planes, que espero que os guste.
Saludos![]()
Narracion 6 versión buena, espero
Todos los supervivientes, pocos por cierto, se preparaban para el viaje. Cuando estuvieron hechos todos los preparativos, se encaminaron hacia el túnel, de gran tamaño. Incluso cabía un caballo con su jinete encima. El grupo siguió por el túnel, dejando atrás fuego y muerte, y algunos hasta se alejaban perdiendo a su familia. Miquel y Ulbar parecía que se iban de mala gana dejando allí a tanto orco. Findon iba con la cara tapada una vez más, tirando de su caballo, en la cabecera del grupo junto con Aravir, que parecía decaído. Îbal y Namsis iban detrás de estos dos en silencio. Todo el grupo de supervivientes avanzaba solemnemente por el túnel sin mediar palabra. Después de un rato, una ráfaga de aire frío dio en la cara a la cabecera de la compañía, que salió al exterior, donde se encontraron con unas tierras yermas y secas, con algún que otro árbol.
-Debemos seguir marchando, de lo contrario el enemigo nos alcanzará. Esto va a llenarse de orcos. Nos encaminamos hacia el norte, ya montados en los caballos. Findon, Aravir y los pocos exploradores que quedaban se fueron a explorar la zona, mientras el resto de la comitiva avanzaba hacia las montañas. El aire que soplaba era frío, pero soportable. La marcha era lenta y cansina. Por la noche llegaron a un pequeño cerro y montaron campamento allí. Al día siguiente continuaron marcha penosamente, arrastrando los pies, y al día siguiente también. Finalmente, esa noche hicieron noche cerca de las montañas de nuevo. A la luz de la hoguera se sentaron cansados tras la larga caminata Îbal, Namsis Miquel y Ulbar, los dos primeros sentados mirando el cielo la oscura y fría noche y el enano y el gondoriano aburridos lanzando anillos de humo. Findon y Aravir entraban en ese momento en el campamento. El primero traía al caballo herido en los cuartos traseros y tan pronto como llegó sacó el puñal y le examinó y curó la herida, sin advertir que sus compañeros estaban allí. Aravir se dirigió a avisar al rey para que pusiera a su ejército a punto.
-¿Qué ha pasado? –le preguntó Namsis a Findon.
-El fuego nos ha delatado. Unos 150 trasgos se dirigen hacia aquí.
-¡Por fin movimiento! –dijo Ulbar.
El señor enano sacó el hacha, que destelló por la luz del fuego.
No tenían barricada alguna, y sin tiempo para montarla, los trasgos se empezaban a aproximar por un llano, al que seguía una pendiente, que daba a la pequeña meseta donde estaban acampados. Encendieron hogueras en lo alto de la pendiente y se retiraron con los caballos de las hogueras, para no ser vistos claramente por los trasgos. A todos les fue entregado un arco, y cuando los trasgos aparecieron en la pendiente, todos soltaron y casi la totalidad de trasgos cayó. Luego se produjo una carga de caballería que dejó combatiendo a unos 5 trasgos, que cayeron bajo el poderoso embate de las armas de Ulbar, Namsis y Aravir. Findon, Miquel e Ibal no habían tenido tiempo de atacar cuerpo a cuerpo, y el señor enano regruñó por lo bajo.
-Esto es una advertencia de lo que vendrá. No podemos quedarnos aquí, si lo hacemos tendremos más compañía.
Al día siguiente siguieron hacia el norte. El rey envió a sus hijos a Lindon, para que pidieran refuerzos y ayuda. Levantaron campamento en aquellas gélidas tierras, y esta vez construyeron una pequeña barricada.
-Estos son tonterías –dijo Namsis. –Tendríamos que marchar al oeste, y llegar a los Puertos Grises. Aquí nos moriremos de hambre y frío.
-Sí, yo en cuanto se acabe el ron deserto-dijo Ulbar riendo.
-Deberíamos decirle algo al rey –dijo Aravir. Y dicho esto se encaminó hacia su tienda, donde vio al rey hablando a dos piedras esféricas que brillaban con luz propia, que Arvedui tenía en las manos y Aravir silenciosamente volvió a salir sin que se percatase.
Aravir no comentó nada y durmió esa noche sin informar de ello a sus compañeros.
Los exploradores de turno llegaron al día siguiente con malas noticias: el enemigo había descubierto el túnel y nos perseguían. Rápidamente desmontamos el campamento y espoleando a nuestros caballos emprendimos nuevamente la marcha hacia el norte. A lo lejos tras muchos días a trote rápido divisamos a lo lejos las colinas de Evendim, defensa natural de la antigua y esplendorosa ciudad de Annúminas, la capital que precedió a Fornost en el reino de Arnor. Los caballos necesitaban descansar. No pudiendo seguir esforzándolos, levantamos campamento, pero alerta. Al caer la noche oímos unos aullidos. Los lobos se aproximaban. Tendríamos suerte si conseguíamos resistir. Aravir miró a los altos árboles que se alzaban por aquellas tierras.
-¡Majestad! –debemos subir a los árboles –gritó Îbal. Pero los caballos del rey y sus hombres se alejaban y los nuestros, asustados por los aullidos de los lobos, salieron detrás del rey. Todos subieron a los árboles, pero Findon se quedó haciendo algo en el suelo.
-¿Qué haces? –le preguntó Ulbar.
Findon cogía con un palo excrementos de caballo que habían quedado en el campamento, y los restregaba por la base de los árboles. Findon no dijo una palabra y subió a un árbol que tenía cerca.
Algunos hicieron algunas muecas de asco, pero las borraron al ver que los grandes lobos se acercaban. Los grandes y feos animales olisquearon el ambiente, pero sólo encontraron como Findon y Aravir sabían el rastro del rey y sus jinetes.
Bajaron de los árboles y se preguntaron qué harían ahora.
Todos los supervivientes, pocos por cierto, se preparaban para el viaje. Cuando estuvieron hechos todos los preparativos, se encaminaron hacia el túnel, de gran tamaño. Incluso cabía un caballo con su jinete encima. El grupo siguió por el túnel, dejando atrás fuego y muerte, y algunos hasta se alejaban perdiendo a su familia. Miquel y Ulbar parecía que se iban de mala gana dejando allí a tanto orco. Findon iba con la cara tapada una vez más, tirando de su caballo, en la cabecera del grupo junto con Aravir, que parecía decaído. Îbal y Namsis iban detrás de estos dos en silencio. Todo el grupo de supervivientes avanzaba solemnemente por el túnel sin mediar palabra. Después de un rato, una ráfaga de aire frío dio en la cara a la cabecera de la compañía, que salió al exterior, donde se encontraron con unas tierras yermas y secas, con algún que otro árbol.
-Debemos seguir marchando, de lo contrario el enemigo nos alcanzará. Esto va a llenarse de orcos. Nos encaminamos hacia el norte, ya montados en los caballos. Findon, Aravir y los pocos exploradores que quedaban se fueron a explorar la zona, mientras el resto de la comitiva avanzaba hacia las montañas. El aire que soplaba era frío, pero soportable. La marcha era lenta y cansina. Por la noche llegaron a un pequeño cerro y montaron campamento allí. Al día siguiente continuaron marcha penosamente, arrastrando los pies, y al día siguiente también. Finalmente, esa noche hicieron noche cerca de las montañas de nuevo. A la luz de la hoguera se sentaron cansados tras la larga caminata Îbal, Namsis Miquel y Ulbar, los dos primeros sentados mirando el cielo la oscura y fría noche y el enano y el gondoriano aburridos lanzando anillos de humo. Findon y Aravir entraban en ese momento en el campamento. El primero traía al caballo herido en los cuartos traseros y tan pronto como llegó sacó el puñal y le examinó y curó la herida, sin advertir que sus compañeros estaban allí. Aravir se dirigió a avisar al rey para que pusiera a su ejército a punto.
-¿Qué ha pasado? –le preguntó Namsis a Findon.
-El fuego nos ha delatado. Unos 150 trasgos se dirigen hacia aquí.
-¡Por fin movimiento! –dijo Ulbar.
El señor enano sacó el hacha, que destelló por la luz del fuego.
No tenían barricada alguna, y sin tiempo para montarla, los trasgos se empezaban a aproximar por un llano, al que seguía una pendiente, que daba a la pequeña meseta donde estaban acampados. Encendieron hogueras en lo alto de la pendiente y se retiraron con los caballos de las hogueras, para no ser vistos claramente por los trasgos. A todos les fue entregado un arco, y cuando los trasgos aparecieron en la pendiente, todos soltaron y casi la totalidad de trasgos cayó. Luego se produjo una carga de caballería que dejó combatiendo a unos 5 trasgos, que cayeron bajo el poderoso embate de las armas de Ulbar, Namsis y Aravir. Findon, Miquel e Ibal no habían tenido tiempo de atacar cuerpo a cuerpo, y el señor enano regruñó por lo bajo.
-Esto es una advertencia de lo que vendrá. No podemos quedarnos aquí, si lo hacemos tendremos más compañía.
Al día siguiente siguieron hacia el norte. El rey envió a sus hijos a Lindon, para que pidieran refuerzos y ayuda. Levantaron campamento en aquellas gélidas tierras, y esta vez construyeron una pequeña barricada.
-Estos son tonterías –dijo Namsis. –Tendríamos que marchar al oeste, y llegar a los Puertos Grises. Aquí nos moriremos de hambre y frío.
-Sí, yo en cuanto se acabe el ron deserto-dijo Ulbar riendo.
-Deberíamos decirle algo al rey –dijo Aravir. Y dicho esto se encaminó hacia su tienda, donde vio al rey hablando a dos piedras esféricas que brillaban con luz propia, que Arvedui tenía en las manos y Aravir silenciosamente volvió a salir sin que se percatase.
Aravir no comentó nada y durmió esa noche sin informar de ello a sus compañeros.
Los exploradores de turno llegaron al día siguiente con malas noticias: el enemigo había descubierto el túnel y nos perseguían. Rápidamente desmontamos el campamento y espoleando a nuestros caballos emprendimos nuevamente la marcha hacia el norte. A lo lejos tras muchos días a trote rápido divisamos a lo lejos las colinas de Evendim, defensa natural de la antigua y esplendorosa ciudad de Annúminas, la capital que precedió a Fornost en el reino de Arnor. Los caballos necesitaban descansar. No pudiendo seguir esforzándolos, levantamos campamento, pero alerta. Al caer la noche oímos unos aullidos. Los lobos se aproximaban. Tendríamos suerte si conseguíamos resistir. Aravir miró a los altos árboles que se alzaban por aquellas tierras.
-¡Majestad! –debemos subir a los árboles –gritó Îbal. Pero los caballos del rey y sus hombres se alejaban y los nuestros, asustados por los aullidos de los lobos, salieron detrás del rey. Todos subieron a los árboles, pero Findon se quedó haciendo algo en el suelo.
-¿Qué haces? –le preguntó Ulbar.
Findon cogía con un palo excrementos de caballo que habían quedado en el campamento, y los restregaba por la base de los árboles. Findon no dijo una palabra y subió a un árbol que tenía cerca.
Algunos hicieron algunas muecas de asco, pero las borraron al ver que los grandes lobos se acercaban. Los grandes y feos animales olisquearon el ambiente, pero sólo encontraron como Findon y Aravir sabían el rastro del rey y sus jinetes.
Bajaron de los árboles y se preguntaron qué harían ahora.
"La vida tiene el sentido que nosotros le damos y en ello reside la grandeza del hombre" -Friedrich Nietszche.